Capítulo 8
«La otra cara de la moneda»
«Estás loco».
Ya había escuchado eso antes.
Fue la respuesta de su padre cuando les comentó que quería una motocicleta y la razón por la que su madre puso como condiciones que él debía pagar la mitad de lo que costara y que no tendría nada si no aprobaba el examen para conducir al primer intento. Irene también se lo mencionó, añadiendo que la adicción a la adrenalina contaba como condición médica.
Volvió a escucharlo después, esta vez de Jongdae. Su mejor amigo solía seguirlo en cada locura que se le ocurría, pero esa ocasión dudó por un momento, como si no estuviera seguro de que pudieran salir bien librados. Claro que lo hicieron y es que, si Sehun no hubiera tenido la confianza para correr el riesgo, jamás se lo habría propuesto.
¿De veras le faltaba un tornillo? Tal vez, quien sabe, pero cómo le divertía que se lo dijeran, sobre todo si quien lo hacía era Luhan.
—Luego hablamos de eso, ahora lo importante es llevarte a la biblioteca.
—Pu-Pue-Puedo ir en bus, gra-gra-gracias.
—¿Y perder valioso tiempo? —Sehun arqueó una ceja con dramatismo, luego negó con la cabeza—. No, no, será más rápido si lo hacemos a mi modo.
El ciervo miró de nuevo la motocicleta que a todas luces parecía más una bestia dormida que un medio de transporte. No podía entender lo que pasaba por la cabeza de quiénes conducían algo tan peligroso, pero menos lo hacía al escuchar que el otro quería llevarlo a él ahí.
Al frente, Sehun no podía evitar la sonrisa que tiraba con fuerza de sus labios y es que, aunque no era la primera vez que le ofrecía a alguien subir a la moto, su pequeño ciervo no se parecía en nada a sus otros acompañantes, chicos y chicas ansiosos por demostrarle lo atrevidos y divertidos que podían ser, pasando por alto los muchísimos riesgos que Luhan, por supuesto, no dejaba de repasar en su cabeza.
—¿Qué es lo que te asusta? —preguntó—. ¿Qué sea un pésimo conductor o que te guste tanto que luego ya no quieras bajar?
—S-Sí co-co-como no —gruñó el chino—, e-es sólo que no qui-qui-quiero morir a-aún.
—Y no lo harás. Vamos, ciervo, confía en mí. Además de que nunca he tenido un accidente, puedo jurarte que seré lo más prudente posible.
—¿Re-Re-Respetarás el lí-lí-límite de velocidad?
—No iré ni un kilómetro arriba.
—¿Y los a-al-altos?
—Jamás me los paso.
Luhan lo pensó, todavía no se sentía seguro de lo que estaba por hacer, pero una mirada a esos ojos oscuros le confirmó algo que ya sabía: podía confiar en Sehun.
—Va-Vale. ¿Ti-Tie-Tienes un casco?
Apresurándose a ponerle el casco que guardaba para las veces en que viajaba acompañado, no fuera a ser que se arrepintiera de lo que estaban por hacer, el coreano procuró hacerlo sentir lo más seguro posible y una vez listo, le tendió la mano para ayudarlo a subir.
—Inclínate un poco —le dijo, cuando ambos habían montado—, pasa tus manos alrededor de mi cintura.
Con manos temblorosas, la voz de su conciencia riñéndolo por haber accedido a algo tan estúpido y peligroso, Luhan lo rodeó con los brazos, apenas lo suficiente para no acabar presionándolo como un koala a una rama de eucalipto. Sehun, que ya se había acomodado para arrancar, volvió a enderezarse y negó con la cabeza.
—Así no, ciervito. Si te sujetas así, lo más probable es que caigas al suelo nada más acelerar.
Entonces deslizó sus manos frías por encima de las del chino y con toda la delicadeza del mundo, lo guio hasta conseguir que se aferrara a él justo como Luhan había pretendido no hacerlo.
—Eso está mejor. Ahora, si te asusta mucho, cierra los ojos. Te prometo que llegaremos con bien, tú abrázame fuerte y no te sueltes.
Puede que el rugido del monstruo que acababa de cobrar vida ahogara el grito de pánico que soltó Luhan, pero el pelinegro no pasó por alto la fuerza con que su cuerpo se tensó a sus espaldas, las manos bien apretadas alrededor de su cintura y sus piernas, mucho más fuertes de lo que parecían, cerrándose a cada costado de sus caderas como una boa constrictor.
Apenas aceleró al unirse al tránsito local, la misma motocicleta poniendo de su parte al deslizarse con suavidad entre los autos y a través de las calles, tanto así que ni él mismo cayó en la cuenta de lo cerca que estaban de su destino, hasta que el salón de belleza de Heechul apareció en su campo de visión. «Debí haber bajado un poco más la velocidad», pensó, mientras se orillaba para aparcar.
—¿Fue horrible? —le preguntó al ciervo, tan pronto ayudarlo a bajar. Luhan se sacó el casco, como si no resistiera llevarlo puesto un segundo más. Su cabello ya de por sí rebelde parecía ahora un nido de aves, pero con las mejillas rosas y las hebras castañas apuntando en todas direcciones, Sehun pensó que se lo veía lindo.
—Ti-Tienes suerte de que tu espalda sea có-cómoda —repuso, haciendo un esfuerzo por enfocar la vista—, porque sí, fue ho-horrible.
—Ya te acostumbrarás y la próxima vez, hasta te dejaré mi chaqueta.
Luhan lo miró feo (o a la silueta difusa del chico frente a sí), componiendo una mueca que parecía decir: «No habrá próxima vez» y el coreano se la devolvió con una carita traviesa que si el otro hubiera podido distinguir, sugeriría: «Oh, claro que la habrá».
Devolviéndole las gafas que se había guardado en el bolsillo y ayudándolo a domar lo más posible su alborotado cabello, Sehun se adelantó a las despedidas diciendo que iría con él pues quería aprovechar para buscar unos libros que necesitaría para la tarea. El ciervo no le creyó, pero igual no protestó y juntos entraron a la biblioteca, encontrándose con que el gerente ocupaba la silla tras el mostrador.
—¿Ese es tu jefe?
Luhan asintió con la cabeza, dándole vueltas al discurso que había preparado para justificar su ausencia del día anterior, aunque dudaba que pudiera pronunciarlo sin que la lengua se le trabara y el gerente se hartara. Jamás había hecho algo para que lo regañara, pero las pocas veces que hablaban podía notar lo impaciente que le ponía su tartamudeo.
No se dio cuenta de que el motero seguía pisándole los talones, hasta que ambos se detuvieron frente a la mesa.
—Se-Se-Señor Kwon —lo llamó. El hombre alzó la mirada del libro entre sus manos y se acomodó las diminutas gafas que colgaban de la punta de su nariz aguileña, dirigiéndole una mirada entre severa y aterradora.
Luhan casi se arrepintió de haberse atrevido a volver ahí, pero justo cuando pensaba en marcharse y dar por perdido su trabajo, en lugar de enfrentar la situación, la mano cálida de Sehun encontró la suya y sus dedos ásperos le recordaron que no estaba solo.
—La-Lamento haberme a-ausentado sin a-avisar, pero sur-surgió un percance y no pu-pude venir. Pro-Pro-Prometo que no se re-repetirá.
Su jefe se tomó su tiempo para responder, reparando no sólo en el chico que llevaba ya dos años trabajando en la biblioteca, también en su acompañante, un adolescente tan intimidante que hasta un adulto se sentía nervioso en su presencia. A cambio, Sehun le devolvió la mirada, retándolo en silencio a reñir al castaño y comenzar un escándalo que no vendría para nada bien en un lugar donde se atesoraba el silencio.
—No hay problema —espetó, por fin—, y está bien si faltas, pero no olvides avisarme. Ahora, ve atrás y organiza las donaciones que llegaron esta mañana, creo que la sección infantil lo agradecerá.
Su empleado asintió, feliz de conservar su trabajo, y se disculpó para ir allá, todavía con su guardaespaldas adherido como una sombra. Atrás, Kwon curvó una sonrisa. No negaría que le sorprendía el gusto en chicos del muchacho, pero igual no era su problema.
Casi había llegado a la bodega, cuando Luhan se detuvo y obligó a Sehun a frenar de golpe para no chocarse:
—¿Qué pasa?
—¿N-No dijiste que venías por unos libros?
—Está bien, los buscaré más tarde. Mientras puedo ayudarte a lo que sea que tengas que hacer, la verdad es que tiempo es lo que más me sobra.
—Si así es, o-o-ocúpalo en algo productivo.
—¿Cómo qué?
—Ha-Haciendo la tarea, por ejemplo.
Sehun pudo protestar, lo hacía siempre que su hermana o Minseok lo apremiaban a prestar más atención a los deberes y su educación, pero la actitud de Luhan y su mirada autoritaria le recordaron tanto a su mamá, que creyó que si lo hacía acabaría recibiendo una buena reprimenda. Quizás, así como Yoo-hee lo castigaba prohibiéndole el pastel de trufa, el ciervo lo privaría de su agradable compañía por tiempo indefinido.
No queriendo arriesgarse, lo último que murmuró fue:
—Ya qué. Estaré en una de las mesas de allá, ven a buscarme cuando sea hora de que te marches.
—¿Puedo sentarme? —Minseok preguntó. Llevaba consigo una charola cargada con el menú del día y parecía ansioso por hincarle los dientes al estofado.
Luhan asintió con la cabeza. Lo había pasado genial visitando el restaurante donde el otro trabajaba y aunque esa vez todo salió de maravilla, no pensó que fuera a querer repetirlo y sin que nadie (Sehun) lo obligara a hacerlo. Tomando asiento frente a él, el mayor no demoró ni medio minuto en ponerse a hablar:
—Amo el estofado que preparan las cocineras, es mil veces mejor que el que yo hago y tiene eso que le falta al instantáneo, pero sus guarniciones... ¡Aj! —gruñó, usando los palillos para clasificar la comida—. No sé por qué insisten en añadirle zanahorias a todo.
—¿N-No te gu-gu-gus-gustan?
—Es algo más que repulsión. Estas cosas naranjas y yo vivimos en guerra, podría vomitarme si una entra en mi boca y ellas han estado a punto de matarme en más de una ocasión.
Luhan esbozó una débil sonrisa, preguntándose si reírse podría ofender al otro.
—¿Sabes? —continuó Minseok, interrumpiendo su misión de cazar y apartar todas las zanahorias en su plato—. El otro día, creí que sólo estabas nervioso o que era verdad y mi actitud de chiflado te asustó. No me pude decidir y terminé preguntándole a Sehun, ¿qué crees que dijo?
—Y-Yo... no-no sé.
—Me dijo que si me fijaba en eso y no en lo increíble que eres, no volvería a tener derecho a llamarlo menso. Odio cuando llega a tener razón, así que me atiné un zape mental y me prometí que cuando volviera a verte, cerraría el pico por dos minutos y escucharía la historia.
—¿Cu-Cu-Cuál historia?
—Dah, pues la tuya.
—No creo...
—Patrañas, todo el mundo tiene una historia —lo interrumpió el mayor—, y la tuya seguro es interesantísima. Anda ya, ¿hace cuánto que llegaste a Corea?
Se lo veía tan intrigado por la respuesta que Luhan no fue capaz de negarse a saciar su curiosidad, intentando dominar lo mejor posible su lengua y formular oraciones cortas que no le llevaran demasiado tiempo. Pese al interminable balbuceo y las frases que tomaban sentido casi hasta el final, Minseok lo escuchó. Daba bocados a su almuerzo sin apartar la vista de él y en ningún momento puso cara de estarse aburriendo.
Le estaba diciendo sobre su trabajo en la biblioteca cuando Yixing decidió aparecer.
Había tenido que quedarse a terminar una tarea, pero su amigo le había guardado una porción de comida y no debía preocuparse por obtener las sobras del mostrador, tan sólo soportar que lo suyo ya no estuviera precisamente caliente. Grande fue su sorpresa al unirse a Luhan y descubrir que el castaño no estaba solo.
—Ey, ¿qué haces aquí? —preguntó a Minseok, reconociéndolo al instante pues iban a la misma clase.
—Ya ves, noté que no bajabas y odio comer solo, así que le pregunté a Lu-ge si podía unirme y aquí estoy. Por cierto, que llegas justo a tiempo. Robar amigos es mi especialidad y se me hace que estoy bastante cerca de dejarte sin mejor amigo —sonrió el aludido, Yixing miró a Luhan.
—¿Es cierto? ¿Piensas botarme? —dramatizó—. ¡Creí que lo nuestro era real!
—N-No seas llo-llo-llorón y apúrate a co-comer, falta poco para que su-su-suene el timbre.
Su amigo no se hizo de rogar y tomó asiento a su lado, dedicándose a escuchar de cosas que él ya sabía mientras devoraba su estofado y todas las zanahorias que Minseok amablemente le cedió.
No lo negaría, le sorprendió mucho descubrir que esos dos se conocían y la aparente e inesperada amistad que empezaban a forjar, pero aunque se muriera de ganas por conocer todos los detalles de esa historia, lo más importante para él fue darse cuenta de que Luhan, finalmente, hacía frente al miedo que le provocaba dejarse ver, que el mundo supiera de su existencia y se preguntara: ¿por qué antes no lo noté?
A partir de ese día, se volvió rutina que Minseok se les uniera para almorzar.
Según dijo, solía evitar el comedor porque los tarados con los que se juntaba odiaban el sazón de las cocineras y preferían pasar la hora de descanso en algún rincón de la escuela, fumando a escondidas o durmiendo la siesta. Y no que a él le fascinara como guisaban las buenas mujeres tras la barra, pero casi nunca se despertaba temprano para desayunar y para esa hora se moría de hambre.
—La mamá de Dae les prepara almuerzos a sus hijos —les contó—, y aunque él ama su comida, siempre me la deja para compensarme por odiar la cafetería.
—Sigo sin creer que un chico como tú sea amigo y novio de personas como esos dos —anotó Yixing, sin mala intención. Minseok sonrió.
—No son ni la mitad de malos de lo que parecen, créeme. Les gusta holgazanear, a ratos son ruidosos y sí, tienen ese gusto por ir contra las reglas, pero son unas increíbles personas. Sehun es el hermanito berrinchudo que nunca tuve y Jongdae el mejor novio que ha pisado este cochino mundo.
—¡Yah! ¿Eso dónde me deja a mí? —protestó el de hoyuelos.
Aunque todavía no los presentaban, ambos chinos sabían a quién se refería cuando hablaba de su novio y es que Kim Jongdae era uno de esos chicos imposibles de pasar por alto. Guapo, escandaloso y problemático, la mitad de los profesores lo odiaban por fastidiarles las clases y retar su autoridad, mientras el resto lo adoraba, pues tenía esa sonrisa responsable del derretimiento de los polos.
Teniendo esa facilidad para llevarse bien con todos, hasta Yixing admitía que le imponía conocer a un personaje tan caótico como el coreano, mientras Luhan no fue capaz de ocultar que cada vez que lo veía en clases (pues por cuestiones del destino, estaban apuntados en el mismo grupo) se hundía lo más posible en su sitio y rezaba en silencio por no llamar su atención, algo que no resultaba tan difícil al sentarse el otro en la fila del fondo.
La ocasión para enfrentarlo, sin embargo, se acercaba peligrosamente.
—¿N-No vas al re-re-res-restaurante? —preguntó Luhan, mientras aguardaban frente a la entrada del colegio vecino cuando Minseok le dijo que esa tarde lo acompañaría a la biblioteca.
—Un amigo de Sehun nos invitó a una fiesta de su fraternidad, ya sabes, universitarios. Suelen ser más tontos que los de preparatoria, pero organizan buenos eventos. Como sea, pedí permiso para faltar. ¿Te gustaría venir?
El ciervo sonrió y sacudió la cabeza, creyendo que no sería correcto colarse a una salida entre amigos y que, cosas aparte, algo como una fiesta de (casi) adultos sería demasiado para un tonto como él.
—Vale, pues ya será para la otra.
—E-En-Entonces, ¿los ve-verás en la bi-biblioteca?
—Jongdae irá a buscarme y me llevará a casa a cambiarme el uniforme, Sehun se nos unirá más tarde, debía llevar a su madre a la estación de autobuses, pero me pidió que no te dejara ir solo al trabajo.
—¿Ah? —Luhan se sorprendió—. No de-de-debió...
Minseok sonrió, divertido, pero aunque pareció estar a punto de decir algo, en ese momento Yixing y Krystal aparecieron y la conversación se interrumpió. Anduvieron los cuatro hacia la estación, platicando de esto y aquello, hasta que tuvieron que separarse, entonces la parejita los despidió desde la acera cuando el autobús arrancó y los otros dos se apretujaron entre la gente que usaba la misma línea.
Por el camino, el mayor le contó que su novio llevaba un par de días faltando a la escuela, pues su cuñada se estaba aliviando en casa de sus padres después de tener a su bebé y Jongdae, como el buen tío y hermano que era, intentaba ayudar lo más que pudiera.
—Según él, cuánto más pronto mejore, más pronto se irán y él podrá volver a dormir en paz, pero lo cierto es que adora a su sobrino. Hace el mismo berrinche siempre que le toca cuidar a su otro hermano, así que mis suegros saben que sólo le gusta quejarse.
—¿Y no les i-im-importa que falte a cla-clases?
—Nah. Jongdae tiene algo así como memoria fotográfica, así que aunque flojee en las materias, siempre sale bien en los exámenes. Él y Sehun se hacen los tontos, pero llevan buenas notas, al menos lo suficiente para que no les retiren la mesada y los dejen seguir siendo amigos.
Luhan arqueó una ceja, confundido.
—Sus mamás son amigas, cada una adora al hijo de la otra y tienen este trato de que cuando quieren castigar a sus niños, les prohíben verse. Según me dijeron, Sehun lloriqueaba cada vez que le amenazaban con quitarle a Jongdae y él incluso se escapó de casa una vez, sólo para ir y pedirle a la Sra. Oh que le devolviera a su bro.
Ambos se echaron a reír, atrayendo la atención de las personas alrededor.
Disculpándose por las molestias y advirtiendo que ya no estaban lejos de su destino, se cargaron a la puerta más cercana e intentaron serenarse, aunque la imagen de dos pequeños adorables y llorones seguía fresquita en sus cabezas. Por fin, el autobús se detuvo. La biblioteca quedaba a un par de calles y ya que era temprano, decidieron recorrerlas sin ninguna prisa.
Estaban muy cerca de la entrada cuando el rostro de su amigo se iluminó y al enfocar la vista, Luhan distinguió al chico que sabía, era Kim Jongdae. Un poco más bajo que él, vestía unos jeans rasgados y una chaqueta de mezclilla, usaba el cabello negro echado hacia atrás y se había puesto unas gafas de sol. Jugueteaba con el caramelo en su boca, con una actitud tan arrogante que casi resultaba molesta. Nada más tenerlos cerca, preguntó:
—¿Se supone que me guste ver a mi chico llegando pegado a un insípido palillo?
—¡Yah! No seas grosero, Dae —lo riñó Minseok, acercándose para saludarlo con un beso en la mejilla que no encontró su destino, pues Jongdae se giró a tiempo y chocó sus belfos con sabor a chicle. El mayor sonrió como un tonto, de esa forma en que sólo alguien completamente enamorado puede hacer. Viéndolos, Luhan se sintió enternecido y también algo incómodo, así que desvió la mirada y no se fijó más en ellos hasta que su hyung volvió a hablar:
—¿Qué onda conmigo? Te presento a Luhan. Lu-ge, este es Jongdae.
—U-Un...
—Luhan, Luhan... —lo frenó el de gafas oscuras, sobándose la barbilla en actitud pensativa—. ¡Ah, sí! ¡El Luhan de Sehun! ¿Ese... Luhan?
—Ese mero —respondió su novio, antes de que el ciervo pudiera negar, pues no le parecía que al motero fuera a agradarle si se llegaba a enterar—. ¿Sí o no que es lindo?
—Meh.
Jongdae torció los labios, recibiendo un manotazo de parte de su novio.
—Pero bueno, ahora que nos conocemos, dime —le dijo al ciervo, recuperándose del golpe que acababa de recibir—, ¿cuántos idiotas se atrevieron a mirar a mi chico de camino acá?
—E-Esto...
—¿Lo viste salir de clase? Apuesto que ese idiota de Changmin se esperó para despedirle con su sonrisita de tarado —siguió Jongdae.
—¿T-Te re-refieres al pro-pro-profesor?
—¡Profesor, quedé! ¡Pervertido le queda mejor! Va por ahí dándoselas de profesional, pero no ha dejado de tirarle los perros a Min desde que le dio clase el año pasado.
—Ya te dije que eso no es verdad —se quejó su novio—, como sea, ignóralo, Lu. El profe es guapo y joven y le da celos.
—E-Entiendo.
Jongdae le miró de soslayo, advirtiendo el tartamudeo que no parecía cesar jamás. Si no llevara gafas y el peso de su mirada hubiera recaído sobre el castaño, seguro que Luhan se habría puesto a temblar de los nervios, pues así como Sehun, ese chico poseía un aura de peligro, tan intimidante como atractiva, aunque él sólo podía percibir lo primero.
—Bu-Bue-Bueno, debo irme. Le pro-prometí a mi jefe que no da-daría más pro-pro-problemas —mencionó, entonces— Fue un gu-gus-gusto co...
—¿Qué? —Jongdae se alteró—. Pero yo creí que el chico de Sehun vendría a donde Sehun.
Una vez más, Minseok lo interrumpió cuando pretendía refutar la forma en que se referían a él, explicándole a su novio que el ciervo tenía responsabilidades y que todavía era muy temprano para que él y Sehun comenzaran a malearlo. Reticente, Jongdae accedió a dejarlo en paz, aunque le advirtió que la próxima vez no lo tendría tan fácil para librarse de ellos.
Cuando Luhan se despidió, dirigiéndose luego a la biblioteca, el de gafas oscuras se lo quedó mirando hasta perderlo al cruzar la puerta. Había pasado los últimos días escuchando de él, de lo adorable, inteligente y a ratos mandón que podía llegar a ser. Sehun no era un tipo fácil de cautivar (a menos que él mismo quisiera serlo) así que su mejor amigo sentía mucha curiosidad por el chico que parecía haberlo hechizado sin siquiera intentarlo.
—¿No es bello ese ciervo? —volvió a preguntarle Minseok.
—Tiene algo... no sé bien qué, pero voy a averiguarlo.
—¿Y por qué harías eso?
—Dah, tengo que cuidar a Sehun.
—Yo creo que está en buenas manos, de hecho, pienso que no podría haber encontrado a un chico mejor. Ya lo verás, Luhan es exacto lo que nuestro bobo favorito necesitaba en su vida.
Aun así, Jongdae no pensaba dejar nada al azar.
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