Capítulo 7

«Bienvenido a mi mundo»

—¡Carajo!

Minseok maldijo a su suerte. Acababa de prepararse otro totopo con crema y queso, y les contaba una historia sobre la vez en que sus primas lo dejaron encerrado en el granero de la casa de su abuela, cuando su jefe apareció de improviso y casi logró que se atragantara. Sin ánimos para ser despedido, el chico volvió a pegarse el falso bigote y se disculpó para ir donde el hombre encargado de sus pagos.

Solía gruñirles a sus amigos para que no se pasaran por el restaurante durante su horario, decía que había nacido con el don y la maldición de siempre tener algo de qué hablar, lo que era bueno para amenizar el ambiente, pero un tremendo inconveniente cuando se olvidaba de atender sus deberes y se quedaba chismeando.

—Está bien —Sehun sonrió ante la expresión angustiada que surcaba el rostro del ciervo—, sabe zafarse de los líos. Su jefe lo ha pillado holgazaneando un montón de veces y nunca lo despide. Pone esa cara como de que ahora sí lo echará, pero hyung es demasiado bueno en su trabajo como para arriesgarse a perderlo.

—A-Aún así...

El deje de duda que insinuaba su voz, se disolvió en el aire al regresar Minseok. No parecía que acabaran de regañarlo, al contrario. Tal como dijo el motero, bastó una disculpa sincera y su bonita sonrisa para convencer al jefe de que pasara por alto lo que acababa de ver. Algunos podrían llamarlo favoritismo y lo era, en cierto modo, pero la condescendencia que le dispensaba a su empleado tenía motivo.

Se trataba de una forma de agradecerle lo que alguna vez hizo por él y es que cuando el restaurante atravesaba problemas, el muchacho apareció como caído del cielo y salvó el negocio. No sólo repartió volantes en la calle y animó a muchos a visitarlos, rediseñó el menú para que los coreanos entendieran mejor los platillos y al recibirlos, lo hacía siempre de una manera tan agradable que todo se sentían cómodos.

Gracias a eso, su jefe hacía de la vista gorda cuando se distraía y olvidaba sus tareas, lo que tampoco pasaba con frecuencia y sumaba puntos al muchacho.

—Bueno, pues no es que los corra...

—...pero quieres que nos vayamos —completó Sehun. Minseok lo miró feo.

—No creas que no sé, qué raptaste a Luhan para traerlo aquí. Haz algo bueno y llévalo a casa y luego cómprate un bosque y piérdete ahí.

—Vale, pero me llevaré a Jongdae.

—Inténtalo —lo retó—, ya veremos si te sigue o no.

El motero murmuró algo, pero ninguno de los otros entendió bien.

Minseok se volvió entonces hacia Luhan y cuidando de no ser demasiado intenso, pues en el rato que lo trató se dio cuenta de que el castaño reaccionaba mal cuando lo hacía, le dijo:

—Fue un gusto conocerte, Lu-ge. Y perdona si te agobie, soy parlanchín y me emociona conocer chicos lindos. En fin, que vuelvas bien a casa y no dudes en patear a este si pasa de la raya, yo lo hago todo el tiempo. Ahora que lo pienso, es probable que por eso sea tan menso.

Luhan sonrió, aunque le habría gustado decir que no creía que Sehun fuera menso, a decir verdad, su opinión sobre él se volvía cada vez mejor.

Se despidieron entonces, el mesero recogió los platos y vasos sobre la mesa mientras el motero se adelantaba para pagar su consumo. Al ciervo no le parecía que costeara todo, pero antes de que protestara, Sehun dijo algo como que él había comido más y que no habría ido ahí si no fuera por él, de modo que le tocaba invitarlo.

Fuera, la tarde había caído. El cielo aparecía teñido de un precioso tono naranja-dorado, rayos de luz atravesando las esponjosas nubes y una sensación cálida imperando en el ambiente. Luhan buscó su teléfono para capturar el momento, teniendo como hobby inmortalizar los colores más bellos que el firmamento poseía. No fue hasta que tuvo su foto que miró el reloj y se dio cuenta de que no sólo había faltado a su horario en la biblioteca, tampoco asistió a mirar la práctica de americano.

—Buena toma —murmuró Sehun, inclinado sobre su hombro.

Luhan podría haberse sorprendido, quizás incluso reaccionar con pavor, después de todo, era la primera vez que tenía al chico tan cerca, tanto que sus mejillas podrían rozarse en cualquier momento; pero algo había en su presencia, en el calor que emanaba de su cuerpo y la fragancia a cuero y colonia que despedía su ropa, que no le hacían sentir incómodo.

Antes de que pudiera agradecerle por elogiar su fotografía, el otro preguntó:

—¿Y bien? ¿Cuál es el camino más directo a tu casa?

—Está bien, puedo ir yo solo.

La pausa que siguió a su respuesta se prolongó tanto que comenzó a temer que rechazar el ofrecimiento de llevarlo de vuelta hubiera herido los sentimientos del pelinegro. Se volvió, dispuesto a disculparse, justo cuando Sehun lo tomaba de los brazos y con el gesto más emocionado que le hubiera visto alguna vez, decía:

—¡Hazlo otra vez, por favor!

—¿Qué cosa?

—¡Eso! —festejó—. ¡No estás tartamudeando!

Cayó en la cuenta de lo que pasaba casi tan rápido como recordó que musitar un par de frases sin que la lengua se le trabara ya antes le había ocurrido y que no significaba, de ningún modo, que nunca volvería a balbucear.

Yixing se alegraba y entristecía cada vez que le pasaba, aunque a diferencia de su padre, quien lo miraba con una mezcla de recelo y decepción al oírle tartamudear, el muchacho lo abrazaba, decía que ya mejoraría y lo alentaba a esperar que la siguiente ocasión fuera la buena, el día en que por fin superara su dificultad del habla y fuera capaz de expresarse como una persona normal.

—N-No te acostumbres.

Sehun lo miró largo y tendido, sumergiéndose en el mar chocolate de sus ojos hasta estar seguro de lo que escondía. Entonces sonrió y dio un golpecito a su nariz.

—Eish, aguafiestas —le dijo—. Me da igual si tartamudeas o no, lo que me emociona es oír tu voz. ¿Sabes que desde que nos conocemos, te he sonsacado apenas unas cuantas frases? Sí, respondes cuanto te pregunto algo, pero nunca vas más allá.

Mientras hablaba, le pasó el brazo por los hombros y lo animó a caminar. Luhan enfiló a la estación de autobuses.

—Supongo que es difícil, pero no me importaría pasarme una hora entera oyendo lo que tengas para decir. ¿O acaso no me viste hacerlo hace un rato? Minseok habla en dos minutos lo que una persona normal en diez, la mayor parte del tiempo me lo paso descifrando su parloteo.

El castaño rio por lo bajo, él también había tardado en agarrarle el ritmo al mesero.

—Como sea, no importa si es rápido o lento, si tiene sentido o son un montón de incoherencias, quiero escucharte, ¿vale? Quiero oír todo lo que tengas guardado ahí.

Sehun señaló su pecho, a un punto en el centro, justo a la altura de su corazón. Luhan sintió que algo irradiaba desde ahí, una especie de calor que nunca antes había sentido. Era grande, increíble y lo hacía querer echarse a llorar. No iba a espantar así al motero, así que se ahorró las palabras y, simplemente, asintió con la cabeza.

Pronto llegaron a la estación, el coreano se aferró a acompañarlo a casa y cuando el autobús se detuvo, subió con él, apremiándolo a ganar los asientos libres del fondo. No recorrieron ni media parada cuando Sehun comenzó a hundirse en su sitio, lo suficiente para recargar la cabeza contra su hombro y murmurar:

—Despiértame cuando lleguemos.





La casa era más bien un departamento en el tercer piso de un edificio muy bonito, ubicado en un complejo residencial chulísimo, con jardines a la entrada de cada unidad, áreas comunes enormes y terrazas que ofrecían el mejor panorama de la ciudad. A simple vista, se trataba de un sitio donde a cualquiera le gustaría vivir, pero las fachadas pueden engañar y en el caso de Luhan, no importaba qué tan lindo se viera por fuera, lo odiaba.

El problema no era el lugar, tampoco la gente, pues sus vecinos eran personas de lo más amables, sino ese vacío, la falta de lo que se suponía que vuelve a un sitio tu hogar. Sehun lo comprendió al instante de poner un pie dentro y es que, aunque agradable, el lugar carecía de la calidez que su casa poseía, de ese sentimiento que lo hacía sentir confortado y le arrancaba suspiros de placer cada vez que volvía.

—¿Tu habitación? —preguntó, empezando a sentirse claustrofóbico. Tras él, Luhan señaló hacia el pasillo.

—Es la puerta a la derecha.

Sehun se encaminó allá sin pensar, mientras el ciervo aprovechaba para ir a la cocina y servir algunas bebidas. El alivio lo invadió nada más abrir la puerta, pues a diferencia del resto del lugar, la recámara rezumaba personalidad. No cabía duda de que al otro le gustaba mantener el orden, pero también que ahí abundaban los rastros de su existencia.

Como era de esperar, el estante estaba lleno de sus libros favoritos, títulos modernos como "Harry Potter", "Percy Jackson" y "Los juegos del hambre" ocupando las repisas junto a clásicos de la literatura: "Los miserables", "El diario de Ana Frank", "Orgullo y prejuicio" y hasta "El arte de la guerra".

Tenía también una impresionante colección de cómics, algunos mangas japoneses y en otra repisa, CD's de bandas de rock y artistas pop. El escritorio era su área de estudio, ahí abundaban los libros de Historia, Ciencias, Lengua coreana, Inglés, entre otras; un sistema de recordatorios en post-it pegados a la pizarra de corcho y varios organizadores con lápices de colores, bolis de gel y resaltadores de todos los tonos posibles.

Lo más increíble (y bonito) era el conjunto de polaroids colgadas sobre la cabecera de la cama, fotos del cielo cuando el rosa bañaba las nubes o los primeros rayos del sol asomando entre los edificios, había aceras mojadas por la lluvia, un pequeño arcoíris ocultándose tras unos árboles y en la cima de todo, imágenes con las personas que el castaño más atesoraba: varias con Yixing y una sola con su padre.

—Que-Queríamos aprender a patinar —habló Luhan, a sus espaldas, refiriéndose a la foto que veía en esos momentos. Llevaba consigo una charola con dos vasos, una jarra llena de zumo de uva y un platito con naranjas en gajos—. No salió bien, ca-caímos a una fuente.

El coreano sonrió, pudiendo imaginar la escena. A dos torpes en patines perdiendo el control hasta arrojarse de cabeza a una fuente de agua helada y esos mismos tontos, sentados sobre la orilla, empapados de pies a cabeza pero lo suficientemente contentos como para inmortalizar su lección con una fotografía.

—Yo no sé patinar —repuso Sehun—, tal vez podrías enseñarme.

—P-Pero... no aprendí. Nos dolía todo y hacía frío, así que re-re-renunciamos.

—Entonces aprenderemos juntos.

El motero se acercó para tomar un vaso y mientras se servía jugo, preguntó:

—¿Dónde está tu papá?

—Lo-Londres, estuvo aquí el fin de se-semana. Regresará en un par de días... su-supongo.

—¿A qué se dedica?

—Es pi-piloto de avión —respondió, señalando con el mentón a la única fotografía de ellos juntos. Sehun volvió allá y se fijó con cuidado en la vestimenta del hombre, antes no lo notó, pero de cerca no cabía duda de que se trataba de un uniforme.

—Vaya, entonces debe viajar mucho.

—S-Sí, casi nunca viene a casa.

—¿Qué hay de tu madre?

—Murió.

Se volvió de golpe, la expresión en su rostro delatando lo mal que se sentía por haber abierto la boca con descuido.

—Está bien —Luhan intentó tranquilizarlo—, fue hace mucho tiempo.

—¿Y qué? Apuesto que sigue doliendo. Buda, hyung tenía razón, estoy bien menso. Anda, dame un golpe, me lo he ganado.

El chino esbozó una sonrisa y negó con la cabeza.

—No eres menso —susurró—. Y es cierto, todavía duele mucho, pero es algo a lo que me he acostumbrado.

Dejó la charola sobre el escritorio y luego fue a tumbarse en el piso, apoyando la espalda contra la cama. Sehun lo imitó, sentándose tan cerca que sus hombros se rozaban.

—¿Hace cuánto pasó? ¡Carajo! No respondas, sigo metiendo la pata.

—Todavía era niño, luchó mucho tiempo contra el cáncer, pero al final perdió la batalla —respondió Luhan, sin tomarse a mal su curiosidad—. Papá nunca se recuperó, aunque creo que habría sido peor si no hubiera vuelto a pilotar, el ci-cielo si-siempre fue su su-sue-sueño.

No había necesidad de preguntar cómo le afectó a él, bastaba con advertir el trabajo que le costaba pronunciar aquellas palabras, ya que al hacerlo era como admitir en voz alta que el señor Lu podía aprender a vivir sin su esposa, pero no sin lo que le daba significado a su existencia. Y eso no era el hijo al que abandonaba en casa a la primera oportunidad.

Sintiendo la ira crecer en su interior, pues no podía entender cómo un padre era capaz de desentenderse así de la única familia que le quedaba, Sehun se concentró en desviar el tema del punto tan cuestionable en que había ido a estancarse.

—¿Cuál es tu sueño, Luhan?

—N-No lo sé, creo que nunca lo he pensado.

—Mentiroso —siseó—, está bien si no quieres decirme, tampoco pienso contarte el mío.

—¿Eh? —Luhan se alarmó, cayendo en cuenta de que había esperado conocer algo del chico.

—Quizás lo haga, después... si confías lo suficiente en mí como para hablarme del tuyo.

—Confío en ti —afirmó, con más convicción de la que le había escuchado nunca. Sehun sonrió de oreja a oreja.

—Y debes estar loco por hacerlo.

Una dulce risa llenó el ambiente cuando sus palabras despertaron la diversión en el castaño, era la primera vez que lo veía bajar la guardia por completo y aunque ya conocía su sonrisa, el sonido que emitía le resultaba totalmente desconocido. Ahora que lo escuchaba, Sehun no pudo evitar perderse en aquella expresión y pensar que era precioso, tanto así que podría pasarse el día entero diciendo tonterías sólo para hacerlo reír.





Una vez al mes, la clase de educación física se convertía en un campo de batalla. Se decía que un grupo de estudiantes había rogado al profesor para que siguiera organizando la dinámica, pero todos sabían que el único incentivo del entrenador para consentir que hicieran de las suyas era el torneo de futbol y cómo darles la hora libre le dejaba tiempo para planificar la estrategia del siguiente partido. Así, la clase se dividía en dos grandes equipos y la victoria se disputaba en el gimnasio con un juego de balón quemado.

Ese día, Tao perdió al lanzar la moneda y al escoger primero, su contrincante obtuvo la ventaja cuando sólo quedaban dos opciones a jugadores, enviando a Luhan, quizás el peor deportista en toda la escuela, directo a su equipo.

Por órdenes del profesor, ningún estudiante podía pasar de la actividad, así que la única opción para permanecer en la cancha el menor tiempo posible era ser eliminado, lo que su capitán le concedió al colocarlo en primera fila de la formación. Tal vez a algunos les pareciera grosero, después de todo, Tao lo usó como carne de cañón, pero el ciervo se lo agradeció al sentir la pelota golpearle en el hombro y verse obligado a pasar el resto del juego tumbado en la banca.

Se había metido de lleno en la lectura de "Juego de tronos" cuando el alboroto llamó su atención. Aparentemente, alguien había lanzado mal una pelota y esta golpeó de lleno contra el rostro de Kyungsoo, quien yacía tirado a media cancha.

—¡Mira lo que hiciste, Jooheon! —acusó el capitán contrario—. ¡Deberían reportarte por atacarlo!

—No lo hice a propósito, yo sólo no calculé a dónde debía ir el balón.

El entrenador eligió justo ese momento para acercarse:

—Vale, ya estuvo bueno, dejen de gritarse. ¿Estás bien, Do?

—S-Sí, fue sólo...

—¡Está sangrando! —exclamó alguien y sintiendo el hilo rojo deslizarse bajo su nariz, Kyungsoo se llevó la mano ahí, limpiando el rastro que no tardó en volver a bajar.

Siguiendo las instrucciones del entrenador, el presidente de la clase siguió presionándose para contener la hemorragia y dejó que uno de sus compañeros lo ayudara, guiándolo a la enfermería. No supo realmente como pasó, sólo que un momento Luhan veía la escena desde el banquillo y al siguiente asentía al mandato del Sr. Yang, levantándose para asistir al más bajo, quien a medio camino empezó a marearse y requirió que lo sujetara.

Ya en el consultorio de la señorita Kim, el pelinegro obtuvo una compresa fría para refrescar su rostro acalorado, asistencia con el sangrado y, más tarde, una barra de chocolate para compensarlo por el mareo.

—Falta poco para que termine la hora, pueden esperar aquí y marcharse al oír la campana —les dijo la enfermera, disculpándose luego para ir a atender unos asuntos.

Los chicos asintieron con la cabeza y permanecieron en sus sitios, Kyungsoo tumbado en la camilla, todavía sintiendo algo húmedo en la nariz mientras comía su golosina y Luhan, de pie a su lado, preguntándose por qué, de entre todos sus compañeros, había tenido que ser él quien acompañara al novio de su crush.

—Gracias, Luhan —murmuró el presidente, para su sorpresa—. No me dejaste caer allá atrás.

—N-No fue na-na-nada. ¿Te si-si-sientes mejor?

—Sí, un poco —sonrió el otro.

Tenía un rostro precioso, con mejillas abultadas y labios rosados en forma de corazón, el flequillo oscuro le caía sobre la frente y sus ojos enormes casi parecían brillar. Se lo veía tan bonito que Luhan no pudo evitar preguntarse si acaso existiría alguien capaz de hacerle competencia.

—¿En serio ya no sangra?

Asintió con la cabeza, echando un vistazo a su nariz, limpia y libre de rastros rojizos.

—Genial —Kyungsoo sonrió—, odio la sangre, es caliente y viscosa. La odio tanto como la clase de educación física.

—Ta-Ta-Tampoco me gusta de-de-deportes.

—¿No? —se sorprendió el otro—. Creí que sólo detestabas los quemados. Si no mal recuerdo, te he visto en el campo de futbol, siempre pensé que eras fan del americano.

Luhan palideció, repentinamente angustiado ante la posibilidad de que el presidente de la clase pudiera descubrir su secreto: que su único motivo para asistir a mirar los entrenamientos era el quarterback, guion su amor platónico, guion el novio de Do. No tenía la facilidad para inventar excusas, por no mencionar que su lengua torpe volvía imposible apresurarse a explicar nada, pero por suerte, en ese momento alguien los interrumpió.

—¿Soo?

Algo se transformó en su rostro, la expresión turbada que había mantenido desde que el balón lo golpeó se esfumó en el aire, dando paso a un gesto emocionado, con los ojos bien abiertos y los bordes de los labios tirando hacia arriba. Su cuerpo también reaccionó ante aquella voz, enderezándose lo más posible, como si se preparara para saltar de la camilla a los brazos de Jongin.

—¡Por Buda, amor! Pero ¿qué te pasó? —se escandalizó el moreno, nada más verlo. Parecía que en lugar de una pelota, acabara de recibir una herida de bala.

—Me distraje un poco en educación física y un balón se ensañó conmigo.

—Vaya, ahora tendré que dejarte mi casco los días que tengas deportes —Jongin se burló, acercándose para mirarle y asegurarse de que la huella del ataque había desaparecido de su rostro—. ¿Seguro que te sientes bien?

Kyungsoo asintió con la cabeza.

—Me sangró un poco la nariz y me mareé al venir, pero llegué bien gracias a Luhan.

Fue la primera vez que el quarterback reparó en su existencia.

Volviéndose para descubrir a quien figuraba en su mente como el salvador de su novio, Jongin se encontró con un chico menudo y de aire tímido, usaba gafas redondas que le cubrían la mitad del rostro y parecía que su cabello nunca había visto un peine. Sus radiantes ojos lo recorrieron igual que los rayos del sol, haciendo sentir a Luhan como un helado de menta, abandonado a la intemperie, dejándose derretir ante la intensidad del astro rey.

—Gracias por traerlo, le tiene pánico a la sangre y se pone raro cuando la ve.

Su voz era vibrante, grave y musical, recubierta de una amabilidad tan sincera que no podía imaginárselo ocultando ningún tipo de misterio. El ciervo asintió como pudo, no creyendo que las palabras fueran a salirle aunque se forzara a pronunciarlas.

La campana sonó, por fin eran libres de irse. Jongin animó a su novio a subir a su espalda y ambos se despidieron del ciervo, quien permaneció dónde estaba, lo suficiente como para que la pareja se adelantara y no volviera a cruzarse con ellos. No fue hasta que decidió marcharse que se preguntó cómo había sabido el moreno que su chico estaba en la enfermería.

La respuesta lo esperaba en el pasillo, con su mochila en las manos y una sonrisa arrogante tatuada en los labios.

—Escuché que al presidente le han llevado a la enfermería —canturreó Sehun—, y que su escolta era nadie más y nadie menos que mi pequeño ciervo. ¿Qué? ¿Conviviendo con el enemigo?

—¿Quién...?

—Vale, seré honesto, estaba durmiendo en el almacén de materiales y escuché el jaleo. Igual las noticias vuelan, vi a Jongin corriendo por las escaleras para montar su teatrito de príncipe azul —se mofó, al tiempo que lo ayudaba a colgarse la mochila—. Por cierto, ¿no estás olvidando algo?

—Gra-Gracias por recoger mis cosas, pero no de-debiste.

—Bah, no fue nada.

—No, di-digo que no debiste estar en el gi-gimnasio. Es-Está mal faltar a clases.

Sehun compuso un mohín.

—¿Vi-Viste a Yi-Yixing? —preguntó el ciervo, desviando el tema. Su acompañante fingió pensarlo.

—¿Hablas del chino de hoyuelos que se pasa las clases garabateando en su cuaderno? —Luhan asintió con la cabeza—. Supongo que entró a Mates, tal vez ya haya salido.

—Hm... de-debería enviarle un mensaje.

—¿Suelen irse juntos los días que no espías al equipo?

Se había vuelto un tema tan casual entre ellos que el castaño ni siquiera consideró refutarlo, en cambio, asintió con la cabeza, buscando el móvil en el bolsillo de su mochila.

—Que-Quería avisarle que me iré co-corriendo. Tengo que ir a la biblioteca y a-as-ase-asegurarme de que aún tenga un em-empleo.

Sehun se serenó, recordando que si el trabajo del ciervo pendía de un hilo, ello era porque el día anterior lo había raptado para llevarlo al restaurante de Minseok. Sintiéndose responsable, como no lo hizo mientras disfrutaba de las enchiladas y más tarde, también del viaje en bus y la estancia en casa de Luhan, aguardó a que el castaño terminara de textear y cuando el chico se volvió para despedirse, se encontró con que el coreano le sonreía, ocultando en sus labios rosados un plan maquiavélico.

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