Capítulo 17
«Se trata de amor»
Siempre creyó ser un tipo de acción, nada lo aburría más que quedarse viendo y lo pasaba genial cuando era parte del momento, así construyó la reputación de chico malo al que nada lo asustaba y cuánto más peligro entrañara, más ganas le daban de hacerlo. Funcionaba con los ligues, las apuestas y las carreras.
Pero una máscara es sólo un escudo, la forma más sencilla de ocultar sus inseguridades y mantener a salvo su corazón. Nunca lo había dicho en voz alta, pero los que en verdad le conocían debían saber que Sehun no era ningún valiente. Tal vez sus padres lo consintieron demasiado, tal vez algo tenía que ver con ser el menor de la familia o quizás, había llegado al mundo con la etiqueta de «cobarde» escrita en la frente.
En cualquier caso, aprendió a sobrevivir. Si la tormenta lo asustaba, corría a la cama de sus padres y se enterraba entre ellos. Si los niños del cole le molestaban por sesear, se escondía tras Irene y dejaba que ella los enfrentara. Al crecer y tener que hacer frente a sus propias batallas, descubrió el poder de ir por la vida usando chaquetas de cuero y botas de estilo militar, el efecto inmediato de llevar los nudillos raspados o aparecer de vez en cuando con algún moratón en la cara.
Y no es que dejara de tener miedo, de verse a sí mismo como el niño enclenque y con problemas del habla. Aun ahora, cuando se miraba al espejo, el reflejo le devolvía a un chico inseguro, incapaz de mostrarse al mundo tal cual era. Odiaba sentirse tan expuesto, así que evitaba darle vueltas al tema y sentía náuseas cada vez que escuchaba a alguien invitándolo a la auto-reflexión.
Entonces, justo cuando creía que podía vivir sin preocupaciones y que nunca nadie vería más allá de la máscara... apareció Luhan.
Se plantó frente a él sin que su pinta de delincuente lo intimidara y cruzó la línea imaginaria que separaba sus mundos. Jamás sus ojos castaños lo contemplaron como quería que el mundo lo viera, sino que atravesaron el escudo y apreciaron directamente a quién era. ¿El resultado? La hostilidad de sus palabras no le afectaba, la frialdad de su mirada no le calaba, la distancia que existía con todos desaparecía al instante si el chino estaba cerca.
«Creo que también soy de los que busca», pensó y sonrió, porque si alguna vez se atreviera a decirlo, seguro que el primero en mofarse de su torpeza sería Luhan. Claro que, el castaño debería saber desde aquella pequeña conversación, que la respuesta que Sehun le dio no era más que una mentira, otro de sus engaños, una treta para ocultar el deseo desesperado de encontrar el amor, a esa persona que lo quisiera con lo bueno, lo malo y lo peor.
Uno de los riesgos de enamorarse y quizás el único motivo por el que todos temen hacerlo es la posibilidad de no ser correspondido.
—¿Crees que ese hermoso ciervo me elija a mí? —preguntó Sehun, borracho a más no poder, a un Jongdae cuyo límite al alcohol hacía rato que había sido superado.
Su amigo cantó una respuesta, Minseok los maldijo y se esfumó en cuanto pudo, todavía con el teléfono del pelinegro bajo su poder. Volvió al poco, refunfuñando por ser amigo de unos tarados inmaduros, aunque sin importar lo que hicieran, no iba a abandonarlos. Sehun se empinó otra botella, esperando que licor ahogara los pensamientos que tan loco lo estaban volviendo y habría pedido una más, si el mayor del grupo no se lo hubiera impedido. Entonces, cuando haciendo alarde del valor que a él le faltaba, le preguntó qué era lo que realmente quería, fue como si todos los miedos que había estado evadiendo se le vinieran encima.
Recordó lo que Irene le dijo sobre los chismes que circulaban en el instituto, el hormigueo de los celos que lo invadió al escuchar que Luhan había quedado para verse con Jongin y esa punzada de dolor que lo acometió cuando los vio. Sólo un enfermo seguiría al chico que le gustaba, pero no era como si realmente estuviera pensando cuando salió de casa y se dirigió al centro comercial. Buscó por horas y justo cuando se daba por vencido, tuvo la mala suerte de distinguirlos andando calle abajo.
Vio la bicicleta casi arrollar a su ciervo, la rápida reacción del quarterback al soltar sus compras para sujetarlo y casi creyó que el tiempo se había detenido, plantado donde estaba, observando al chico que amaba entre los brazos de su primer amor.
Lo que pasó después apenas lo recordaba, Sehun volvió a casa para intentar aclarar sus ideas, pero tenía la mente tan embotada de pensamientos que antes de darse cuenta, cogió el teléfono y llamó a Jongdae. Le pidió que fueran a beber, se atragantó en alcohol intentando embriagarse lo más rápido posible y aunque lo intentó, no fue capaz de apartar su nombre y su rostro de su cabeza, de su alma y corazón.
Porque era ahí donde Luhan vivía y donde, aparentemente, se quedaría.
Minseok logró su cometido, lo convenció de marcharse y Jongdae se encargó de llevarlo afuera. No habían dado ni un paso cuando un taxi se detuvo y la razón de su existir se materializó a orillas de la acera. Tenía una expresión como si en lugar de llegar en auto, acabara de correr la maratón y en cuanto lo vio, se apresuró hacia él, rodeándole con los brazos y obligando a su mejor amigo a hacerse a un lado.
«Demonios», pensó «...se siente tan bien, tan correcto estar así».
No tenía caso resistirse, así que correspondió al gesto, llenándose del calor y de esa fragancia a limón que emanaba del cabello del castaño.
Tras ellos, Minseok se ocupó de su novio. Jongdae no estaba tan borracho, pero le costaba mantener el equilibrio por sí solo. Fueron lo suficientemente amables para concederles un momento de privacidad, pero ya pensaban en interrumpirlos y recordarles de su presencia cuando Luhan rompió el abrazo y se volvió hacia ellos.
—Está bien, yo me encargo de él.
—¿Seguro? —dudó Xiumin—. Oye, conozco a estos dos y son como un grano en el culo cuando están borrachos.
Sehun se apoyó en el ciervo, no era más dueño de sí, pero incluso bajo los efectos del alcohol tenía presente que dejar caer todo su peso sobre el chino podría terminar con ambos embarrados en el suelo. Luhan también lo sabía, así que hacia todo lo posible por soportar la carga, aferrando fuerte la cintura del más alto y plantando bien los pies en la acera.
—No sé quién te hayas creído, mi querida ardilla —habló el motero, arrastrando las palabras—, pero yo no soy ningún grano.
Minseok le enseñó los dientes.
—Llámame ardilla de nuevo y no me importará dejar sin novio a Luhan.
Antes de que Sehun pudiera responder, el ciervo intervino diciendo que tenía todo bajo control. Su plan consistía en parar un taxi e ir a casa, cuidar al chico hasta que se le bajara la borrachera y llamar a sus padres para avisarlos de que estaba bien y que no creyeran que otra vez se había metido en problemas.
Mientras lo escuchaba, el pelinegro pensó que su voz sonaba forzada, clara y no tan tierna como otras veces, pero no parecía que estuviera enfadado. ¿Y debía estarlo? Jongdae decía que a Minseok le entraban ganas de pegarle cada que se ponía hasta las chanclas y no lo llevaba, ni le avisaba que saldría. Siendo así, Luhan no podía molestarse y es que técnicamente hablando, era por él que había terminado borracho. Pese a todo, el sonido de su voz no dejaba de parecerle alucinante.
—¿Por qué tienes una voz tan linda? —preguntó, aunque eso de nada venía al caso—. ¡Aigoo! Tu rostro también es lindo y tienes una forma de ser chulísima. ¿Hay algo en ti que no sea fascinante?
Luhan sonrió a medias.
—Vayan a casa, Min, los mantendré informados de la situación.
—Claro. Ustedes también, vayan con cuidado y no te culparé si mañana me dices que lo perdiste en el camino.
Se despidieron entonces, el castaño los vio alejarse en dirección al parqueo del club, pues Sehun había llevado a Jongdae en la moto y debían recuperarla, lo que no sería difícil ya que antes le quitó las llaves al menor y con tanto tiempo de juntarse con ellos, parecía obvio que hubiera aprendido a conducir la carroza fúnebre.
—Vale, pues ahora nos toca a nosotros. ¿Listo para irnos, Hun?
—A tus órdenes, ángel.
—Así que, ¿dónde dejaste mi ciervo, moto?
Sehun rio divertido, estaba recostado en el asiento trasero, con la cabeza apoyada sobre el regazo de Luhan y las piernas dobladas en una incómoda posición para no ensuciar las vestiduras del carro con sus zapatos. Una de las manos del ciervo protegía su nuca, ahí donde todavía llevaba los puntos, mientras la otra se había vuelto prisionera del agarre del coreano.
—Tu moto se la llevo Minseok—repuso, intentando dar algún sentido a la pregunta.
—¿Y mi ciervo?
—Aquí estoy, ¿no me ves?
—Lo hago —aseguró Sehun, contemplándolo largo y tendido desde su posición, recorriendo la fina línea de su mandíbula, el bulto de la manzana de Adán y la hilera de largas pestañas que sobresalía en sus ojos. Más allá, luces pasaban unas tras otras, los faros de la carretera siendo todo lo que alcanzaba a distinguir del camino.— ¿A dónde vamos?
—A casa, tienes que descansar y reponerte para estar al cien mañana, es un día importante.
—¿Ah, sí?
—Pues sí —Luhan sonrió—, es tu cumpleaños.
—No, no. Mi cumpleaños es el 12.
Iba a decir que al otro día sería doce de abril, pero el ciervo cayó en la cuenta de que intentar dialogar de fechas con un borracho sería una causa perdida. En vez de eso, mejor optó por preguntar:
—¿Pasó algo hoy, Sehun? No viniste a verme, de hecho, creí que ni siquiera llamarías.
Una pausa y después...
—Me asusté. Noona me dijo hace unos días que todos en el instituto creen que el Kaisoo se va a separar, quién sabe qué pasa con ellos, el caso es que nadie espera que sigan juntos. A mí esas cosas no me importaban, pero Irene... ella oyó a unas niñas decir que Jongin estuvo coqueteando con un chico, alguien que lo ha tenido de crush desde hace mucho tiempo. ¿Sabes de quién hablo?
Luhan abrió grandes los ojos, sorprendido por la revelación de que su enamoramiento por el quarterback no era más un secreto. ¿Cómo fue que lo supieron? Más importante aún, ¿cómo podían pensar que algo pudiera pasar entre ellos? No sólo porque la pareja estrella de la prepa acabara de resolver sus asuntos, sino también por el hecho de que él no estaba más cautivado por el capitán del equipo.
Antes de que pudiera decir nada, Sehun retomó la palabra.
—Como sea, no me preocupé demasiado hasta que esta mañana, te llamé para vernos y tú me dijiste que debía esperar porque habías quedado para verlo a él. Yo... creo que me dieron celos. Fui a buscarte al centro comercial y los vi, Jongin te salvó de ese imbécil ciclista y tú te quedaste ahí, embobado entre sus brazos.
—E-Eso...
—Ahí me di cuenta de que no eran celos lo que sentía, no... —Sehun lo interrumpió—. Verte con él y recordar lo que yo mismo te dije alguna vez, hizo que comprendiera que estaba asustado. Me dio mucho miedo imaginar que Jongin pudiera caer en la cuenta de lo tonto que fue al no mirar antes hacia las gradas y descubrir al maravilloso bibliófilo que suspiraba por él en cada entrenamiento. Pensé...
—¿Qué cosa?
—Soy un idiota, Luhan. No tengo absolutamente nada bueno, jamás sería capaz de competir con alguien tan perfecto como Jongin, así que si tú... Si tuvieras que elegir, si pudieras tenerlo a él o quedarte conmigo, ¿por qué habrías de escogerme?
Sehun cerró los ojos, los apretó fuerte, como si estuviera viviendo una pesadilla y Luhan tuvo que aferrar aún más su mano, intentando consolarlo, recordarle que estaba ahí, con él y que no había forma de que lo soltara, que no querría estar en ningún otro sitio que no fuera a su lado.
Se acordó vagamente de la primera vez que vio a Jongin, la impresión que tuvo al pensar que el chico era igual a un príncipe de cuento de hadas. Con el tiempo confirmó su idea, fue capaz de atisbar, aun en la distancia, los encantos y actitudes que volvían de él un verdadero caballero. Porque Jongin era un príncipe azul... pero no el destinado al cuento de Luhan.
Entendió, casi tan rápido como los idealizó, que el Kaisoo se pertenecía como sólo podían hacerlo las almas gemelas y que sólo volviendo a nacer, sería posible que la historia resultara diferente.
No iba a negar que al principio le dolió, creer que él jamás encontraría a su otra mitad era un sueño roto que costaba superar, pero es que nadie le dijo que si esperaba un poco más, la novela rosada que tanto anhelaba comenzaría a escribirse sin que él mismo se diera por enterado y que en lugar de flores, poemas y besos dulces, tendría motocicletas, chaquetas de cuero y caricias que hacían arder su piel como si acabara de tocar el sol.
Se preguntó, entonces, si sería capaz de expresarlo, si las palabras alcanzarían para hacer entender a Sehun que sus sentimientos habían cambiado, que esta vez era distinto porque ahora estaba seguro que se trataba de amor.
La respuesta le llegó como una exhalación, el tacto cálido del aliento del pelinegro, quien presa de su borrachera había ido a quedarse dormido. Todavía sujetaba su mano con la fuerza con que un niño se aferra a su juguete favorito y en el borde de su mejilla, se apreciaba la huella de una fría lágrima. Luhan no soportó verla, sabiendo que era por él que había terminado ahí. Se inclinó como pudo y borró con un beso todo rastro de su paso por el rostro de su chico.
Subir al departamento fue toda una odisea. Sehun despertó al bajar del taxi, pero sólo a medias, andando a pasos lentos y torpes y casi cayéndose mientras esperaban el elevador. Como pudo, Luhan lo sostuvo hasta llegar arriba y una vez en su casa, lo guio a la habitación donde le depositó en la cama y lo vio deslizarse de regreso al mundo de los sueños.
Aprovechando que dormía, buscó su móvil para contactar a sus padres. No había contraseña, tan sólo una foto de Sehun y Chen en la pantalla de bloqueo y una del mismo ciervo en el fondo principal. Se dio cuenta de que el motero la había tomado a la distancia, una de esas veces en que se encontraban en las gradas, Luhan tumbado en el sitio habitual, con un libro en las manos y una expresión concentrada grabada en la cara.
Merodeó en la lista de contactos y tardó apenas unos segundos en dar con quien buscaba: «Mi mami hermosa».
—¿Hola? —respondió Yoo-hee, al segundo tono—. Por favor, dime que no estás en prisión. Sería lo que faltaba después de tu visita al hospital.
—Buenas noches. Ah... soy Luhan.
—¡Han, cielo! —se sorprendió la señora—. Disculpa, creí que era Sehun el que llamaba. ¿Todo está bien?
—Sí, sí. Hubo una fiesta, bebimos un poco y bueno, vinimos a mi departamento a descansar, pero él se quedó dormido. Llamé para avisarla de que quizás vuelva tarde a casa.
—Ya, pues gracias por llamar, ese niño sabe que debe reportarse. No hay problema si lo haces pasar la noche en el piso... sólo dale una almohada, debe tener cuidado con su cabezota.
Luhan rio, prometió que no dejaría que los puntos se le abrieran y cortó la comunicación después de que Yoo-hee le pidiera que llevara a su hijo a casa al día siguiente, a eso de las dos. Hacía días que planeaba la celebración por el cumpleaños 18 de Sehun, nada grande, tan sólo una comida con sus amigos y el infaltable pastel de trufa que tanto le gustaba. Esa noche, las amigas de Irene habían invadido su hogar para festejar a la capitana, pero debían marcharse y dejar libre el sitio en el día de su hermano.
Hambriento, el castaño recalentó la cena que no habían llegado a probar y estaba fregando los platos sucios cuando Sehun despertó. La boca le sabía a rayos y tendría que aguantarse el dolor de cabeza que llegara después, pero no sentía ganas de devolver sus entrañas y se sentía lo suficientemente bien para deslizarse a la cocina, sorprendiendo a Luhan al pasarle lo brazos por la cintura y apoyar la barbilla sobre su hombro.
—Eso fue rápido —anotó el ciervo—, creí que dormirías hasta el Año Nuevo chino.
—Ganas no me faltaban.
—Vuelve a la cama, Hun. Te sentirás mejor cuando estés sobrio del todo.
Sehun negó con la cabeza y Luhan supo que había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa.
—¿Quieres que te cuente lo que hice hoy?
—Ya sé lo que hiciste, así que paso.
—Corrección: sabes con quién estuve, no lo que hicimos.
—¿Qué hay que saber? De todos modos...
—Jongin había estado actuando tan raro con Kyungsoo porque su aniversario es hoy y él no sólo no tenía un regalo que darle, sino que olvidó por completo la fecha que celebraban —explicó Luhan, intuyendo que no llegarían lejos si dejaba a Sehun dictar el ritmo de la conversación—. Tal parece que es un problema recurrente entre ellos, ¿sabes? Así que temía que si volvía a fallar, Do no querría volver a saber nada de él.
—Entonces...
—Fuimos al centro comercial para comprar las cosas que necesitaría para su cita de ensueño. Nos pasamos casi dos horas recorriendo joyerías, intentando dar con el brazalete perfecto y luego... bueno, Jongin me debía un favor. El punto es, que ayudé a un amigo a salvar su relación y no importa lo que digan, nosotros jamás coqueteamos. Jongin no es a quién quiero.
No hablaba por el quarterback porque no eran sus sentimientos los que importaban, daba igual que tuviera novio o estuviera soltero, que fuese el chico perfecto o uno más del montón. Era Luhan de quien hablaban. Luhan, quién nunca estuvo enamorado de Jongin, sino de lo que el moreno representaba, idealizando no sólo al hombre, también su relación con el presidente de la clase. Luhan, quien descubrió por sí sólo lo que era el amor. Cómo se veía, cómo se sentía.
Porque el amor tenía nombre y apellido, vestía chaquetas de cuero y conducía motocicleta, tenía una sonrisa arrogante y una mirada oscura, idolatraba a un grupo de chicas y cuando se encelaba, corría a emborracharse. Para Luhan, el amor empezaba y terminaba con Oh Sehun.
Cualquier otro se habría conformado con eso y dándose cuenta de su error, de lo que sucedía cuando se dejaba dominar por el miedo y obedecía sólo a sus impulsos, habría empezado a disculparse por actuar como un idiota. Sehun haría justo eso, no descansaría hasta que Luhan lo perdonara por ser un tonto celoso, pero antes... el niño inseguro que vivía en él, la persona llena de dudas, ese que no era capaz de ver algo bueno en sí mismo, ese chico necesitaba algo más.
—Yo... ¿te gusto?
Removiéndose entre sus brazos, lo suficiente para girar, no así para romper el agarre que ejercía sobre su cuerpo, el castaño lo encaró y mirando directamente a sus ojos negros, dijo:
—Me gusta leer y comer pizza, me gustan los gatos y ver comedias románticas. Gustar es algo demasiado simple y lo que siento por ti es la cosa más compleja que jamás viví. Cuando estoy contigo todo es mejor, mi mundo es más grande y la soledad no me asusta, a tu lado siento que es ahí donde pertenezco, el lugar al que siempre quise llegar. No sólo me gustas, Sehun, realmente te has adueñado por completo de mi corazón.
En los libros, una confesión así sería devuelta con palabras tiernas, tal vez una caricia en la mejilla y una mirada cargada de sentimiento. Habría un párrafo entero dedicado a la reacción del protagonista, detalladas descripciones de lo que su corazón sintió al escuchar que el chico que amaba le correspondía. Los príncipes azules parecían tener un protocolo bien establecido para esos momentos, pero el suyo no era nada de eso.
Sehun era un caballero negro, enemigo jurado de las reglas, un chico malo que sabía de acciones, más que de palabras.
Atrayéndolo hacia sí hasta que no quedara ni un milímetro de distancia entre sus cuerpos, el pelinegro se inclinó lo suficiente para alcanzar sus labios y tal cual lo hizo la noche de la carrera, le regaló un beso intenso, desesperado, una caricia gobernada por el deseo y la pasión, un roce entre sus bocas que se profundizó hasta que las rodillas de Luhan flaquearon y Sehun tuvo que cargarlo para subirlo a la encimera.
Sin aliento, todavía agitado por el momento, pero sabiendo que –tal cual él lo necesitó antes– Luhan se merecía escuchar una respuesta a su declaración, Sehun espetó:
—Mi vida no ha sido la misma desde que te conocí. Ahora sé lo que es querer a alguien con cada fibra de mi ser, amar lo bueno y lo malo de esa persona, desear que el tiempo se detenga sólo para pasar un segundo más a su lado. Yo... jamás seré el hombre perfecto que te mereces, pero si me das la oportunidad, pasaré cada día intentando acercarme. Te daré todo de mí, aunque ha sido tuyo desde el primer momento.
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