Capítulo 16
«Regalos, tropiezos y malos entendidos»
Todavía era temprano cuando despertó, así que no queriendo desperdiciar ni un minuto del día, Luhan puso manos a la obra. Se zampó un tazón de cereales con leche y luego fue rodando por el apartamento, recogiendo el mugrero en que se había convertido tras una semana sin hacer los quehaceres. Cuando terminó, corrió a asearse y vestirse, optando por llevar calzas deportivas, bien seguro de que esa mañana caminaría hasta cansarse.
A tiempo para su cita, salió de casa con rumbo al centro comercial y se animó al correr con suerte, pues justo cuando llegaba un tren se detenía en el andén. Entonces, a unas cuantas estaciones de su destino, el teléfono en su bolso comenzó a vibrar, la llamada matutina que cada sábado le animaba la vida arrancándole una enorme sonrisa.
—Buenos días, chico malo —saludó. Sehun rio al otro lado de la línea.
—Buenos días, pequeño ciervo. ¿Dormiste bien?
—Como un bebito, creo que me lo merecía después de una semana de estrés. Igual no canto victoria, el lunes comienzan los exámenes y siempre me entra la ansiedad cuando es periodo de pruebas.
—Tendré que enseñarte unas buenas técnicas de relajación para evitar que eso pase.
Puede que fuera su voz, siempre teñida de ese toque arrogante y sensual, pero Luhan se sonrojó al escuchar el comentario.
—En fin, ¿listo para nuestro reencuentro? Mamá me dejará libre después del desayuno y pensé que podría ir a verte y contarte mis avances con Potter.
—Seguro que sólo has leído unas cuantas páginas, pero te daré el voto de confianza y esperaré a escuchar qué tan lejos has llegado —convino—. ¿Por qué no vienes a casa a eso de las 5? Estoy fuera, haciendo unos mandados, pero podría aprovechar y comprar lo justo para una rica cena.
—Eso suena bien —Sehun sonrió—, si no mal recuerdo, mis hábitos de lectura no son lo único de lo que debemos hablar. Y si soy honesto, estoy más ansioso por hablar de nosotros que de un mocoso con varita mágica.
Allá iba otra vez. Luhan tendría que reñirlo por agitar las mariposas de su pancita sin antes lanzarle algún tipo de advertencia, haciéndolo sentir una especie de mareo que alejaba sus pies de la tierra y lo mandaba flotando a un paraíso rosado, con nubes de colores y arcoíris en el cielo.
—También lo espero —murmuró—, lo cierto es que me has hecho falta toda esta semana. No vuelvas a meterte en problemas, ¿quieres?
—¡Carajo! —Sehun maldijo—. Ciervo, no puedes decir esas cosas y no esperar que quiera salir corriendo a buscarte.
—Empiezo a creer que sólo me usas de excusa para no estar en casa —se mofó Luhan, levantándose para bajar en la próxima estación.
No pasó mucho antes de que el tren se detuviera, la ola de pasajeros que descendía con él, arrastrándolo fuera. Antes de darse cuenta, subía por la escaleras, justo frente al centro comercial. Todavía al teléfono, Sehun intentaba convencerlo de que sus ganas de verlo no tenían nada que ver con el par de monstruos verdes que deambulaba por su sala.
—...¿qué mal hicieron las verduras? En serio, el aguacate y los pepinos son para comerse, no para adornarse la cara.
Su madre debía andar cerca, porque una voz regañona le llegó desde el fondo.
Antes de que pudiera responder, sin embargo, la persona a la que había ido a ver se dejó apreciar a escasos metros de donde él. Luhan levantó una mano a modo de saludo y comenzó a acercarse, al tiempo que se preparaba para cortar la llamada.
—Deberías preparar una ensalada —propuso, como plan para evitar que las verduras terminaran en la receta para las mascarillas—. Estoy en el centro comercial, vine a ayudarle a Jongin con un asuntito, pero estaré de vuelta a tiempo para nuestra cita. No comas ansías, ¿bien?
No supo quién de los dos fue, pero la comunicación se interrumpió y el teléfono se fundió en negro cuando la pantalla se bloqueó. Jongin llegó entonces, parecía haber tenido la misma idea que él, pues llevaba pantalones casuales y unas zapatillas tipo VANS muy guays. Su brillante cabello castaño estaba echado hacia atrás, todavía un poco húmedo tras la ducha.
—Conozco esa sonrisa, ¿hablabas con tu chico, no? —le dijo el moreno, sin ocultar la diversión que le provocaba avergonzarlo. Luhan tampoco iba a negarlo.
—S-Sí. ¿Tú has charlado con Kyungsoo?
—Fui a verlo ayer, después de la práctica. No estoy seguro de haberlo hecho bien, pero me disculpé un montón de veces por actuar como un imbécil. Le dije que lo compensaría y que si todavía me quería, no volvería a arrepentirse por salir conmigo.
—A juzgar porque viniste, imagino que te perdonó.
El rostro del quarterback se iluminó como un faro al asentir con la cabeza.
—Ahora más que nunca debo esforzarme para darle la celebración de aniversario que se merece.
—¿Y qué estamos esperando? ¡Vamos allá!
El plan era sencillo. Jongin decía que una de las cosas que más fascinaban a su novio era todo el rollo de la astronomía, lo que explicaba los posters y las muchas enciclopedias sobre el espacio que Kyungsoo tenía en su cuarto. Siguiendo por ahí, Luhan propuso que organizaran una cita temática, algo como un viaje privado a los confines del universo, donde el quarterback pudiera echar mano a sus encantos de príncipe azul.
Para ello necesitarían una tienda de campaña, un par de proyectores de luces, muchos cojines y una estrella caída del cielo.
Lo primero fue sencillo, la tienda de campismo y la de electrónica tenían todo lo que buscaban y el moreno juraba que secuestrar las almohadas de su casa sería pan comido. Lo que faltaba y les llevó más tiempo encontrar, fue el regalo que coronaría una celebración perfecta, aunque al final lo consiguieron: un brazalete de plata con incrustaciones brillantes que simulaban estrellas.
—No es el regalo más barato, pero estoy seguro de que le encantará —dijo Luhan, cuando salieron de la joyería.
Jongin negó con la cabeza, sonriendo como idiota.
—Está bien, tenía mis ahorros y no importa el precio, mientras sea por ver feliz a mi pingüino.
Había que admitirlo y es que apreciar de cerca lo tan enamorado que estaba, no hacía más que alimentar el lado de fanboy que el chino poseía y que tras largo tiempo idolatrando a la pareja estrella de la prepa, no había mermado ni un poquito.
—Bueno, ¿listo para continuar? —Jongin se guardó la cajita con el brazalete, dando a entender que estaba presto para seguir su camino. Luhan echó un vistazo al montón de bolsas a sus pies y dudó por un momento que fueran a ser capaces de seguir recorriendo el lugar con toda esa carga.
—Quizás deberíamos parar aquí. Ve a casa, yo...
—Tonterías —bufó el otro—, tú me ayudaste con lo mío y yo haré lo mismo con lo tuyo. La tienda de mi amigo está a unas cuantas calles, lo llamé antes de venir así que debería tener listo nuestro pedido.
Estaba tan decidido a corresponder su ayuda que Luhan no hizo el intento de detenerlo y armados con sus compras, dejaron el centro comercial para encaminarse a la última parada de su travesía. No habían dejado el área atrás cuando un repartidor en bicicleta les gritó, tan sólo un segundo antes de pasar zumbando a su lado. Dejando caer la caja con la tienda de campaña, el ciervo podría haber terminado embarrado en la acera, de no ser por el chico a su lado.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Jongin, todavía sujetándolo con fuerza.
Luhan parpadeó un par de veces, intentando procesar lo que acababa de pasar y aunque no se había recuperado del todo, al advertir las bolsas con los proyectores de luces regadas en la calle, su primera reacción fue decir:
—Por favor, que no estén rotas.
—¿Qué? ¡Dios! Estuvieron a punto de arrollarte, ¿y te preocupas por las compras?
—Sí, bueno... necesitarás estas cosas para tu cita con Kyungsoo.
Ayudándolo a enderezarse, el moreno se aseguró de que había vuelto en sí tras la impresión y luego fue a recoger lo que dejaron caer. Por suerte para ambos, parecía que todo estaba intacto. Las cajas con los productos tenían alguna abolladura, pero no se escuchaba que nada estuviera roto.
—Estás loco, ¿sabías? —apuntó Jongin, todavía divertido-asombrado por su reacción. Luhan torció una sonrisa.
—Ya he escuchado eso.
Más tranquilos, retomaron su camino. Anduvieron por media manzana hasta la calle donde Taemin tenía su tienda de regalos y tal como el quarterback dijo, gracias a su llamada no tuvieron que esperar para que el encargado les entregara su pedido: dos preciosos y adorables peluches. El primero era un ciervo, con sus ojos castaños y motitas blancas en su lomo; el segundo era un lobo gris, de expresión seria aunque adorable. Ambos tenían un collar y en cada plaquita había grabada una letra: L en el ciervo, S en el lobo.
Echó un vistazo al reloj por enésima ocasión. Acababan de dar las ocho, bastante después de la hora a la que se suponía se verían, lo que significa que Sehun lo había plantado o estaba llegando ofensivamente tarde a su cita.
Tumbado en el sillón de la sala, Luhan mantenía el dedo entre las páginas del libro que fingía leer, su atención yendo y viniendo del teléfono en la mesita a la puerta del departamento. Había vuelto a casa con el tiempo justo para preparar la cena, darse un baño y esconder los muñecos que no entregaría a su legítimo dueño hasta el día siguiente. El corazón le bombeaba emocionado, en parte por el regalo que había conseguido y en parte también por lo que pudiera suceder esa noche, cuando las cartas de su relación con el motero finalmente fueran puestas sobre la mesa.
No fue hasta media hora después de la hora pactada, que la emoción se tornó en turbación y más tarde en angustia. ¿Podía haberle pasado algo a Sehun? ¿Algún problema con la moto o quizás los puntos que aun llevaba se habían abierto y sus padres habían tenido que llevarle al hospital? ¿Y si no era él, pero alguien en su casa tenía problemas?
Pese a no querer ser alarmista, su tonta cabeza no dejaba de imaginar los escenarios más terribles, la inquietud que lo embargaba cobrando vida en el movimiento errático de su pie –arriba-abajo-arriba-abajo-arriba-abajo– y la forma casi dolorosa en que se mordía el labio. Por fin, justo cuando se decidía a tomar el teléfono y llamar al motero, la pantalla se iluminó, era él.
—¿Sehun? ¿Pasó algo? ¿Estás bien?
—¡Yehet! —exclamó el chico, al otro lado de la línea—. Hola, hola, mi pequeño ciervo.
Se le oía extraño, pero no dolorido o enojado, realmente, era como si... Luhan cayó en la cuenta del ruido de fondo, la música animada, el eco de risas divertidas y el chocar de las botellas. Sehun debía estar en una fiesta y a juzgar por su voz pastosa y aletargada, borracho como una cuba.
—¿Llamé en un buen momento? Espero no estar interrumpiendo, sería grosero de mi parte hacer eso, pero estaba tomando mi cerveza cuando pensé: «¡Buda, cómo lo extraño!» y no me pude resistir. Quería oír tu voz, ¿te he dicho alguna vez lo mucho que amo tu voz?
—N-No, pero...
—Hablando de esto, ¿me has extrañado tú a mí? —lo interrumpió Sehun—. Ya sé... sé que no soy perfecto, mi sonrisa no es adorable y tengo malhumor, tampoco juego al futbol, ni me veo genial cuando entreno, aunque en honor a la verdad no sé cómo alguien puede verse bien todo agitado y cubierto de sudor... ¡Yah! ¿Qué crees que haces?
Se escuchó un forcejeo, un golpeteo contra el teléfono como si dos personas se estuvieran peleando por tenerlo. Minseok gruñía y debió ganar la contienda porque al ver el nombre del ciervo en pantalla, maldijo a Sehun.
—¿Lu-ge?
—Hyung, no entiendo nada. ¿Qué pasó? ¿Por qué Sehun está borracho y...?
—¡Maldita sea, Hun! —bramó Xiumin—. ¡Estate quieto, por amor de Dios! Oblígame, anciano —lo retó el otro—, y dame mi teléfono, quiero hablar con mi chico, suponiendo claro que aun quiera ser mío. ¡Chencho! ¿Crees que ese hermoso ciervo me elija a mí? No te lo había dicho, pero a Luhan le gusta Jongin.
Sin apartar el teléfono de su oreja, el castaño se puso de pie y corrió a buscar su chamarra, revisó que la cartera tuviera dinero y mientras se calzaba los zapatos, escuchó a Jongdae, igual o más borracho, responderle a su amigo:
—¿El bobo Nini?¿Qué tiene de bueno ese tarado? ¡Tú eres mil veces mejor, bro! No te apures, si es necesario, iré y lo golpearé tanto que nadie querrá salir con él. Sí, claro —ese era Minseok, todavía dueño del móvil—, como si fuera a dejarte hacer esa estupidez. Ya, joder, háganse a un lado los dos, tengo que hablar con Lu.
Debía saber que esos dos no le dejarían en paz tan fácilmente, así que yendo a lo seguro, Minseok aprovechó y se alejó, muy seguramente hacia la zona de los baños, pues el ruido al fondo se amortiguó y las voces de sus amigos se tornaron cada vez más lejanas.
—¿Hola, Lu? ¿Sigues ahí?
—Acá estoy —respondió el ciervo, ya a mitad del pasillo del edificio—, ¿dónde están?
—Sehun arrastró a Dae a un club llamado Forever 1, no sé qué habrá pasado pero ya estaban bien borrachos cuando yo llegué. El idiota de tu novio no deja de decir tonterías sobre tú y Jongin. ¿Sabes algo de eso?
—Quizás. Como sea... llegaré en un rato, ¿estarás bien?
—No te preocupes por mí, tengo experiencia con esos dos.
—Por fi, no mates a ninguno.
—Hm, no prometo nada.
Minseok cortó la llamada, Luhan se apresuró a la calle y oró porque un taxi se detuviera y lo llevara a donde su chico y el de su amigo habían terminado arrastrando un drama digno de una novela de televisión.
—¡Sehun, mira, mira! —Jongdae señaló la torre de naipes que acababa de armar, tenía tres pisos y apenas se mantenía en pie, con todo el ajetreo del club y el ir y venir de docenas de personas, pero el mérito real era haberla construido en pleno estado de ebriedad.
Al otro lado de la mesa, Sehun levantó el puño en señal de gloria y se empinó la botella de soju, bebiéndose el licor como si en lugar de alcohol estuviera atragantándose con agua. Nadie que le viera pensaría que lo estuviera pasando mal, haciendo tontería y media con su mejor amigo y ordenando tragos como si le sobrara el dinero, pero Minseok lo conocía suficiente para ver más allá de su cara de póker y esa sonrisita torcida que no le llegaba a los ojos.
—¿Qué haces?
—Me pido otra ronda —respondió el motero, sin dejar de otear el sitio en busca de algún mesero que llevara otra botella a su mesa—. ¿Te pido una?
—¡Yo quiero otra! —exclamó Jongdae. Minseok negó con la cabeza.
—Ninguno de nosotros tomará nada más.
—¡Hyung! —lloriqueó su novio.
—No seas aguafiestas, Min. ¿Qué más da una botella más?
—Ya has bebido suficiente —espetó, decidido—, además, ambos sabemos que nos es licor lo que realmente quieres.
—¿Ah, no?
—Dímelo tú —lo retó—. ¿Qué es lo que quieres, Sehun?
—Y-Yo...
Poco a poco, la barrera que mantenía erguida, tan endeble y fugaz como la torre de naipes de Jongdae, se empezó a resquebrajar. La mano le tembló, todavía aferrando con fuerza la botella vacía y sus ojos negros resplandecieron, como si una lágrima traicionera se estuviera preparando para resbalar por su mejilla. La voz le salió baja y casi rota cuando con esfuerzos, se atrevió a decir:
—Quiero estar con Luhan. Quiero besarlo y abrazarlo, sentirlo entre mis brazos y pensar que es ahí a donde pertenece. Quiero hablar de todo con él y disfrutar los silencios que nos envuelven. Quiero decirle todo lo que siento, lo feliz que soy a su lado y lo tan valioso que es para mí. Quiero merecer su amor, ser a quien elija dar su corazón.
Minseok sonrió, deslizó una mano hasta alcanzar la botella y cuando se la quitó, sin que Sehun se resistiera, preguntó:
—Entonces, ¿qué dices si vamos con él?
El motero asintió con la cabeza, Jongdae captó la señal y se acercó para sujetarlo y tambalearse juntos a la salida. Minseok los siguió después de pagar, apareciendo a tiempo para ver detenerse un taxi y a Luhan salir de este.
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