Capítulo 1

«Cuando los mundos chocan»

El entrenamiento iba a terminar. Para esa hora, casi todo el equipo lucía agotado y con ansía de un descanso, aunque sin importar lo duro que fuera practicar bajo el sol abrasador, el entrenador Yang estaba decidido a no pitar el silbato hasta que se agotara el último minuto de tiempo disponible.

Había arrancado el semestre prometiendo al director que ese año obtendrían el triunfo en el torneo de preparatorias y no faltaría a su palabra sólo porque sus jugadores fueran un montón de debiluchos, de esos que pensaban que "arriesgar el físico", era sólo un decir. En defensa del equipo, las probabilidades de que perdieran parecían pocas, por no decir que sería imposible que lo hicieran, después de todo, tenían al mejor quarterback que hubiera estudiado en el colegio desde hacía casi una década.

Y de eso, no sólo ellos podían dar crédito.

¡Daebak!

Fascinado con lo que veía, Luhan apenas parpadeaba para no perder detalle de sus movimientos, una sonrisa de tonto atravesándole el rostro y las enormes gafas redondas aferrándosele a la punta de la nariz. Quien le viera, bien podría pensar que adoraba el fútbol, nada más alejado de la realidad, pues su única razón para acudir a mirar los entrenamientos de forma casi religiosa era él.

Kim Jongin, el mariscal de campo de último año.

Había causado sensación desde su primer partido, pues siendo apenas un novato, el entrenador dudaba de que meterlo al campo fuera a terminar en algo bueno. Al final, no es que tuviera otra opción, cuando su receptor estrella tuvo que salir a mitad del juego. El castaño demostró esa tarde que no sólo valía para titular, merecía por completo la fama que lo perseguiría a partir de entonces y, al graduarse su antecesor, también el puesto como quarterback.

—¡A las duchas todos, apestosos! —gritó el entrenador.

El equipo respondió gustoso y poco a poco abandonaron el campo. En las gradas, las chicas que habían acudido a verlos entrenar desde el instituto para señoritas, tomaron sus cosas y se marcharon, todavía murmurando sobre lo increíbles que eran. Luhan podría haber seguido su ejemplo, pero prefirió aguardar y terminar la lectura que había abandonado al iniciar la práctica. Un rato más tarde, el culpable de que siguiera ahí decidió regresar.

Lo hacía siempre. Algunas veces seguía al equipo y tomaba un baño, volviendo al campo fresco como lechuga, con el uniforme del diario de nuevo en su sitio. Otras más, permanecía en la cancha, recogiendo los materiales usados o sólo tumbado en la banca, jugando en su teléfono. Al principio fue extraño, nadie entendía porque insistía en quedarse, en lugar de volver a casa.

Fue cuando la bomba estalló y la noticia corrió por los pasillos, extendiéndose a la velocidad del fuego.

«Aquí viene...», pensó Luhan.

Medio instante después, alguien se acercó al quarterback por detrás, cubriéndole los ojos e inclinándose para susurrarle al oído.

Esa era la razón por la que Jongin nunca se marchaba al escuchar el silbato, pues si lo hiciera no daría tiempo para que el presidente de la clase asistiera a las reuniones del consejo estudiantil, que casi siempre se tomaban su tiempo para concluir, y desde que hubieran empezado a salir, la idea de dejar a su novio volver solo a casa parecía inconcebible para el coreano.

Que cada tanto una parejita reuniera el valor para salir del clóset, ya no era extraño en el Instituto Hyehwa y es que al ser una escuela exclusiva para hombres, no parecía real que el 100% de sus estudiantes fueran heterosexuales. Con todo, fue el centro de los chismes que un jugador de americano se declarara abiertamente gay y una decepción para la señoritas del colegio vecino que a un chico tan guapo no le interesaran las niñas. Lo que no sorprendió a nadie, sin embargo, fue su elección de pareja.

¿Por qué lo haría? Do Kyungsoo era uno de los chicos más hermosos que hubieran pisado este mundo y si algo enseñaban los cuentos, era que todo príncipe debe tener a su... príncipe.

Antes de que ninguno allá abajo pudiera reparar en su presencia, Luhan aferró las correas de su mochila e hizo lo que habría hecho de no ser masoquista, largándose de una vez sin volver la vista atrás, donde la hermosa pareja se perdía en esa burbuja que sólo dos personas enamoradas pueden construir a su alrededor. No dolía, no mucho, después de todo, él siempre supo que Kim Jongin era demasiado.

Demasiado guapo, demasiado popular, demasiado increíble para alguien como él.

—Carajo —bufó para sí, mirando el reloj de pulsera justo cuando rodeaba las gradas. No advirtió el tono alto de su voz, ni al chico que reaccionó al oírlo.

Yacía tendido a la sombra de la tribuna, disfrutando como nadie de tener un sitio a donde ir a dormir cuando las clases se ponían tediosas. Se lo veía comodísimo, lo que no era para menos, pues en aquel sitio los prefectos rara vez se asomaban, volviéndolo perfecto para saltarse la última clase. Claro que lo pasaba mejor cuando el equipo no acudía a fastidiarlo con su escándalo o, más recientemente, cierto chico con tendencia a deshacerse en suspiros por el fabulosísimo mariscal.





—Tiene que ser una broma —bufó, leyendo el texto que su hermana acababa de enviarle.

Había salido corriendo al recibir su mensaje de auxilio, importándole poco si Jongdae se cargaba la partida de billar, pensando en las mil y un formas en que su noona podría haberse metido en problemas. Imaginaba un accidente en el gimnasio o que la cocina se hubiera incendiado porque (otra vez) había intentado hornear galletas, pero tal vez subestimara a Irene y su capacidad de discernir entre una verdadera emergencia y uno de sus dramas.

Después de todo, lo único que quería era que sacara algunos libros de la biblioteca antes de que cerraran y se los llevara al salón de belleza, donde la manicura estaba tomándole más tiempo del normal.

Tragándose la bilis que le producían sus niñerías, Sehun montó la moto y aceleró, pensando en cumplir con el encargo lo más rápido posible y luego volver al club, a salvar lo que su mejor amigo hubiera arruinado en su ausencia. Cruzó las calles a una velocidad impresionante y en menos de lo esperado, aparcó frente a la biblioteca pública.

Faltaba poco para que cerraran, aun así las mesas estaban todas a rebosar y entre los pasillos, un montón de nerds se paseaban en la búsqueda de más material para atiborrar sus hinchados cerebritos. No había tiempo para imitarlos, así que Sehun se abalanzó sobre el mostrador, esperando que el encargado lo atendiera con la misma pasión con que devoraba una muy manoseada copia de "Los miserables".

—¿Pue-pue-puedo ayu-ayuda-ayudarte?

«Idiota, lo volviste tartamudo», se riñó Sehun, pensando en que plantársele de golpe no había sido una buena idea y menos luciendo como él lo hacía: no sólo debía tener la expresión de un chiflado, vestía igual que un delincuente con los pantalones rotos, la botas y la chaqueta de cuero, y apestaba a humo de tabaco y rastros del más barato alcohol. Sin duda, una pesadilla para cualquier ratoncito de biblioteca.

—Necesito encontrar estos libros —repuso, esforzándose por sonar amable.

Le mostró el mensaje de Irene, la lista con tres títulos que su hermana necesitaba para un trabajo de la escuela. El chico lo leyó, asintiendo con la cabeza cada vez que reconocía las lecturas. Sehun esperaba que tecleara en la computadora y le indicara donde mirar, pero el chico se limitó a echar un vistazo alrededor, como asegurándose de que nadie más necesitara asistencia y luego se levantó, diciendo con dificultad:

—Un mo-mo-mome-momento, po-po-por favor.

Se marchó entonces, doblando por el pasillo. Al cabo de unos minutos, en los que Sehun fue incapaz de ubicarlo deslizándose de un sitio a otro, igual que haría de estar en su casa y conocer cada centímetro del lugar; regresó trayendo una pequeña colección de textos especializados en Ciencias Naturales.

—¿Me pe-pe-permi-permites tu cre-cre...

Sehun negó con la cabeza, adelantándose a lo que quería decir y odiando que su hermana lo hubiera enviado a la biblioteca sin antes pasarle el carnet de socios o recordar que él (por supuesto) no tenía uno.

—Lo si-si-siento. Ne-Ne-Necesi-Necesitas...

—Me registraré, ¿no tarda mucho, o sí?

El castaño negó con la cabeza, acto seguido le tendió una copia del formulario que debía llenar y aguardó en silencio hasta que cubrió todos los campos. Mientras tramitaba la credencial, el pelinegro se concedió un minuto para admirarlo, sólo entonces reparó en el hecho de que ya lo había visto antes, no una, sino varias veces.

La más reciente, esa misma tarde, al terminar la práctica de americano. Sonrió, reviviendo en su memoria los suspiros que daba por el quarterback y esas frasecitas cursis que se le escapaban cada que Jongin hacía algo genial. Pensándolo bien, no recordaba que tartamudeara mientras se derretía por el mariscal, lo que tal vez significara que el balbuceo era un efecto propiciado por su presencia.

—Ya-Ya está. Aquí ti-ti-tie-tienes tu carnet y...

—Lo tengo —se adelantó Sehun, tomando la credencial y el lote de libros sobre la mesa.

Se dio la vuelta con intenciones de marcharse, cruzar la calle hasta el salón de belleza y arrojarle las cosas en la cara a su molesta hermana. No era muy tarde, todavía podía volver al club y ganarle un par de wons al idiota de Mino, aunque no los suficientes como los que habría obtenido de no dejar el juego en manos de su mejor amigo.

Antes de irse, se volvió para dedicar una última mirada al chico tras el mostrador, buscando sin querer el gafete con su nombre: Luhan.

«Bonito nombre», pensó y se alejó de ahí, de una vez por todas.





—Les aviso que esto vendrá en el examen, así que no se confíen y hagan buenos apuntes —espetó el Sr. Ahn, el maestro de Matemáticas, desde su mesa. Era un hombre de mediana edad, con arrugas alrededor de los ojos que indicaban que en algún punto de su vida había tenido alma y solía reír con ganas.

Un minuto después, el timbrazo rompió el rictus del aula anunciando el final del primer período, el presidente de la clase se levantó y animó a todos a despedir al profesor. No bien cruzó la puerta, los estudiantes se deshicieron en suspiros de alivio y quejas de entumecimiento. Dejaron el salón de poco en poco, la primera mesa (que Kyungsoo ocupaba) demorando lo que le tomó al pelinegro reunir sus cosas.

«Es imposible odiarlo», pensó Luhan, al verlo siendo todo sonrisas y palabras amables. Para ser bonito, inteligente, popular y heredero a una pequeña fortuna familiar, no era el tipo de chico que iría por ahí despreciando a los demás, alardeando de sus recursos y creyéndose el que más; razón la cual todos lo respetaban y apreciaban.

—¡Ey, colega!

Luhan se volvió al escuchar aquello, Yixing se acercaba por el pasillo con aquella expresión brillante que solía acompañarlo. Era un tipo increíble, larguirucho y de rizos cobrizos, tenía una sonrisa fácil y cero problemas para resultar encantador; podía olvidarse de su propio cumpleaños, pero siempre estaba al día con lo que servían en el comedor. Se habían conocido en secundaria, cuando el más joven se mudó a la ciudad y terminaron inscritos a la misma academia.

—¿Tienes hambre? No importa si no tienes, yo puedo comerme tu porción de enchiladas. Llevo fantaseando con la salsa desde la segunda hora.

Yixing le pasó el brazo por encima de los hombros, dispuesto a arrastrarlo al comedor cuando su teléfono vibró. Dándole algo de espacio, Luhan aguardó paciente a que terminara de hablar con su novia, reparando sin quererlo en la pareja estrella del colegio, quienes se habían encontrado en el pasillo y compartían uno de esos besos esquimales que tanta envidia le provocaban. Podría habérselos quedado mirando hasta que resultara incómodo, pero las quejas de su amigo le hicieron reaccionar.

—Demonios, me olvidé. ¿No puede esperar? ¡Se acabarán las enchiladas!

El chico cortó la comunicación, había olvidado pasar a devolver unos libros que sacó de la biblioteca para prestárselos a su novia y Krystal quería que los regresara o volverían a multarlo y Yixing no andaba con los bolsillos repletos como para desperdiciar así su mesada.

—Yo puedo ir a la bi-bi-bi-blioteca —le dijo Luhan, entonces.

Sabía lo olvidadizo que podía ser el chino y ese amor desmedido que le profesaba a la comida mexicana desde que sus padres lo llevaron de vacaciones a Cancún. No quería que se perdiera el picante placer de degustar las enchiladas de las cocineras y prefería entenderse con los libros que hacer la fila en el comedor.

Yixing le tendió la llave de su taquilla y le aseguró que entre los libros estaría su tarjeta de la biblioteca, también prometió resistir el impulso de comerse su almuerzo y acto seguido, salió corriendo a la cafetería. Luhan aguardó a que el pasillo se vaciara para volver sobre sus pasos, buscar lo necesario y luego dirigirse a los dominios de la Sra. Kang, la mujer buitre para muchos, la reina de las historias para él.

Aprovechando que estaba por ahí, buscó unos textos de mates que no tenían en su trabajo (los libros escritos por los profesores no llegaban a la biblioteca pública) y que necesitaría para la tarea y luego de sellarlo todo, se dispuso a pasarse por el comedor. No quedaba mucho para que el almuerzo terminara, pero con suerte, Yixing habría cumplido su promesa. Iba haciendo malabares con las antologías cuando unos chicos doblaron por el pasillo y al ir corriendo, el que debía ser el cabecilla se chocó contra él.

—¿De qué te sirven las gafas si no ves por dónde caminas, eh?

—Lo si-si-sien...siento. Pe-Pe-Pero...

Cerró los ojos de frustración. Odiaba ser un tartamudo y no poder comunicarse sin que las palabras se atropellaran en sus labios, pero si hablar como idiota era usualmente un problema, se volvía insoportable cuando tres matones se enfadaban con él.

—¿Qué mierda estás diciendo? —se impacientó el otro—. ¿Es que aparte de idiota, también eres retrasado?

—N-No-No soy...

El otro dio un paso al frente, probablemente dispuesto a atinarle un buen golpe. Mirando al suelo, intentando controlar el temblor que sacudía su labio inferior, Luhan no pensó en lo que pasaría cuando el bully le diera alcance, fijándose en que al acercarse, acababa de pisar uno de los libros que se le habían caído y que la pasta ya deteriorada por el tiempo, ahora lucía unas horribles marcas de zapato.

Se le ocurrió también que la Sra. Kang se molestaría cuando acudiera a devolverlo y que como siempre que los estudiantes regresaban las cosas en mal estado, anotaría una multa en su archivo y no volvería a confiar en que sabría cuidar los ejemplares de la escuela, advirtiéndolo con la mirada siempre que fuera a la biblioteca.

—¿Causando problemas, Taehyun?

«Esa voz», pensó y levantó el rostro para ver aparecer a quien acababa de convertirse en su salvador.

No se trataba de algún maestro, ni siquiera del conserje, quien no dudaba en reñir a los estudiantes cuando veía cómo molestaban a los más débiles. A decir verdad, era ese chico. El tipo de la noche anterior, el de apariencia de motero que estuvo a punto de provocarle un infarto al aparecer de golpe, crispándole los nervios al hablar con ese tono grave y casi sensual que rezumaba confianza y arrogancia.

Esa mañana, usaba el uniforme como todos los que acudían al instituto, pero no debía ser fan del código de vestimenta, pues llevaba la camisa por fuera y la corbata desanudada, sus zapatillas VANS anunciando al mundo que no habían conocido el agua y el jabón, muy seguramente desde que salieron de su caja. El cabello negro azabache le caía sobre la frente, como si acabara de despertarse. Su gafete rezaba: Oh Sehun.

—Largo de aquí, Oh —bramó Yoo Taehyun—. Esto no es asunto tuyo.

—El chico es amigo mío, así que claro que es mi asunto —repuso Sehun, bostezando—. Todavía es temprano para ganarme la detención, así que ¿por qué no te largas y me dejas disfrutar de lo que resta del almuerzo?

Se detuvo a su lado, irguiéndose en toda su altura, varios palmos por encima del fofo, pero no idiota bully que apenas dudó al dar un paso atrás y luego echar a correr con el resto de sus amigos. Luhan seguía en el suelo, reuniendo sus libros, cuando al estirarse para alcanzar el último, una mano más grande y callosa se le adelantó.

—¿Mate-exprés: una mate-guía para mate-tontos? —leyó Sehun, frunciendo el ceño al comprender el título—. No parece el libro que un chico como tú leería.

—¿Un chi-chi-chico como yo?

—Ya sabes —sonrió el pelinegro—. Listo, pero no tanto; la clase de nerd que se deja flechar por el quarterback.

Luhan abrió grandes los ojos, sorprendido y al mismo tiempo temeroso por lo que acababa de escuchar. ¿Cómo podía ese chico saber sobre su enamoramiento?

Además de Yixing, nadie conocía su secreto y el chino no iría a soltarlo por ahí, por más distraído que pudiera ser; mucho menos con alguien a quien el castaño juraría no haber visto nunca cerca de su amigo. Pensó en decir algo, lo que fuera, aunque incluso si la lengua no se le hubiera trabado cuando lo intentó, Sehun no le dio oportunidad a mencionar nada.

Entregándole su libro, se puso de pie y se alejó de la escena, como si jamás hubieran conversado. Lo último que sintió, fue el roce de su piel áspera y el cosquilleo que le recorrió después, como si en vez de una caricia, el choque de sus manos hubiera enviado a su cuerpo una descarga eléctrica.

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