Epílogo
"Un día desperté queriendo estar solo.
Luego te soñé y decidí seguirte para nunca más desear tal absurdo.
V.D."
—Amor, despiértate, no quiero que llegues tarde a tu primer día de colegio. —La dulce voz de Loreta pasea entre carritos y robots.
—Adrián, hijo, ¡hay que levantarse! —El niño suele hacerme más caso a mí que a su mamá, así que entró al cuarto para apoyar a mi esposa.
—¡Buenos días, papi!
—¿Y yo qué? —reclama Loreta ante el grito que pega Adrián para saludarme.
El niño brinca de la cama y se lanza sobre su mamá, llenándola de besos y tratando de que se ría haciéndole cosquillas.
Me acerco, les doy un beso a ambos y salgo del cuarto para que ella se encargue de alistarlo con su uniforme, peinarlo y cepillarle los dientes.
Después de que desayunamos y estamos todos listos, salimos al garaje, donde Ebisu se encuentra durmiendo plácidamente debajo de la camioneta.
—Hay que hacer algo con Ebisu. No ha podido entender que si se queda debajo del carro lo podemos aplastar. Te juro que un día voy a salir de afán y voy a pasarle las llantas por encima. A lo mejor hasta queda bonito como tapete. —Loreta y Ebisu se aman pero no han podido llegar a un acuerdo sobre el lugar donde él debe dormir.
—¡Sí, Bebisu es un tapete! —Adrián lo hala de las patas y empieza a saltar sobre él.
—No digas esas cosas delante de Adrián, mira las ideas que le das.
—Pues a lo mejor así Ebisu al fin me hace caso —dice ella conteniendo una risa.
Luego de la discusión que tenemos con Adrián, quien sigue insistiendo en coger al gato de tapete, nos subimos a la camioneta y emprendemos la ruta hacia el jardín infantil.
Cuando estamos a pocas cuadras del lugar, veo que una lágrima rueda sobre la mejilla de Loreta, cuando Adrián le pide que cambie La gallina pintadita por la última canción de Jbalvin, pues según él eso es lo que escuchan los niños grandes.
—¿Qué pasa, amor? —paso mi mano del volante a su mano para acariciarla con suavidad— ¿Por qué lloras?
—Porque es una vergüenza que a un hijo mío le guste Jbalvin —resopla mientras sonrío un poco—. Es solo que cuando dice que es un "niño grande" siento que ya se va a ir de la casa.
Su comentario me hace reír pero sobre todo, me enternece. Loreta se convirtió en una madre dedicada y amorosa, casi desde el mismo momento en que escuchó el corazón de su hijo latir por primera vez. Su embarazo al principio estuvo lleno de síntomas locos, pero en el último trimestre fue tranquilo y cómodo. Se veía tan hermosa con su barriguita, que gasté una pequeña fortuna en estudios fotográficos nuestros, que se repitieron después de que Adrían nació.
El trabajo de parto duró diecisiete horas. Mismas que pasé tomando la mano de Loreta, hablándole para distraerla un poco del dolor, besándola y acariciándola para tranquilizarla, aunque yo por dentro era un enorme manojo de nervios. A pesar de que el parto fue acuático pues según un libro que leí así sería mucho menos doloroso y traumático para madre e hijo, la expresión que usó Loreta para describirle el acontecimiento a sus amigos fue: "Hacé de cuenta que expulsé un rinoceronte, y sin anestesia".
El momento en el que me convertí en padre tuve sentimientos y emociones que no sabría cómo explicar. Mi corazón quería explotar y en lo primero que pensé fue en mi mamá, y en lo feliz que habría sido al convertirse en abuela. Pablo es el padrino y Luisa la madrina, como no podía ser de otra manera. Ellos, junto con Sebas, Arabella y su novio, Juan e incluso Camilo, se han encargado de hacer de mi hijo un consentido sin remedio. Aunque creo que no más consentido que Loreta los días previos a nuestra boda, pero de eso hablaré en otra ocasión.
Por ahora solo diré que la boda fue hermosa, y fue el segundo día más feliz de mi vida, uniéndome a la mujer que amo, rodeado de mis amigos y seres queridos, incluso de Carolina.
Al principio no estaba dentro de mis planes invitarla, por supuesto, pero un día, Loreta me contó algo que yo no sabía.
—Me alegra que por fin podamos disfrutar de una playa como se debe —dijo mirándome con una expresión de esas que le salen tan naturales y que hacen que la ame más.
—Pues si la otra vez no pudimos disfrutarlo, creo que fue por tu culpa —le dije en tono bromista.
—No fue mi culpa, creo que fue solo alguien que aprovechó la situación que tú y yo le presentamos.
—¿A qué te refieres, amor?
—A que fue tu amiga Carolina la que me dio a entender o me hizo pensar que me habías abandonado allá en Santa Marta.
Debí imaginarlo. Sabía que la repentina aparición de la ex loca psicópata que tantos problemas me había dado no era fortuita. Loreta me contó todo lo que pasó entre ellas, y cuando notó lo enojado que estaba y dije que me encargaría de ponerla en su sitio, una vez más mi amor me sorprendió.
—No es necesario. La entiendo, ¿sabes? Superarte no debe ser fácil, y a pesar del daño que causó no le guardo ningún rencor; hasta me cae bien — expresó dejándome totalmente frío.
—Pero ¿no crees que se pasó de la raya? —pregunté tratando de darle algo de lógica a todo el asunto.
—Yo también me he pasado de la raya unas cuantas veces. Las mujeres somos capaces de cosas demasiado locas por amor, o por capricho. Bueno, también los hombres pueden enloquecer un poco. ¿Ya olvidaste aquel laxante?
Y así tuve que aceptarle que tenía toda la razón. Ya no tenía ningún argumento contra eso, no desde que en un momento bajé mis defensas y le confesé que quien le dio problemas estomacales a la cita de Loreta fui yo.
Después de decir esto, posó sus labios sobre los míos y me dijo que ahora lo importante éramos nosotros, que podrían haber muchas personas que quisieran interponerse entre lo nuestro, pero que ella no tendría ninguna duda de mí y me pidió que yo tampoco dudara nunca de ella.
También me convenció de perdonarla, incluso cuando descubrí que ella y un amigo llevaban meses siguiéndonos a mí y a Loreta, hasta el día que Carolina la convenció de que yo la había dejado abandonada en Santa Marta.
La estruendosa bocina de un carro me saca de mis pensamientos y recuerdos. Llevo todo el día pensando en lo mucho que ha cambiado mi vida desde que me encontré con aquella mujer desnuda en el casino. Me la he pasado recordando aquel día, lo mucho que traté de alejarme de ella y lo que sentía cada vez que la veía. Lo hermosa que se veía caminando hacia mí en el altar, o lo aún más bella que la vi, sin una gota de maquillaje y con la cara empapada de sudor, pujando para dar a luz a nuestro hijo. De repente recuerdo que estoy en un semáforo y que ya cambió a verde. Arranco dándome cuenta de que recordando todos estos acontecimientos me he distraído tanto que estoy a punto de llegar a recogerla a ¡Luces, cámara, baile!, la compañía de baile y teatro que fundaron ella y Lu hace tres años y que ha sido exitosa en extremo.
Cuando Adrián empezó a dar sus primeros pasitos y dejó la pía —el nombre que le dio a la teta—, Loreta me habló de una idea que ella y Luisa tenían desde que se conocieron, pero que debido a sus finanzas no habían podido hacer realidad. Querían ser sus propias jefes y fundar una compañía que incorporara la danza, la música y el teatro, además de ayudar a niños de comunas en riesgo, para que a través del arte encontraran un mejor camino que la delincuencia o las drogas.
Aunque al principio estuvo reacia cuando le propuse llevar a cabo esta idea, lo aceptó con gusto cuando le recordé que lo mío era suyo y que yo también sería parte de la sociedad como gerente general, así tendríamos algo que heredarle a Adrián si es que salía con la vena artística de su mamá.
Cuando Lore le habló de la propuesta a Lu, esta brincó de la emoción y abrazó con fuerza a su mejor amiga. Se entusiasmó tanto que no le importó renunciar a ser la bailarina principal en Ambrosía Latina, luego de que Loreta tuviera que dimitir para encargarse de la crianza de Adrián.
Desde que la fundamos, la empresa solo ha visto ganancias. Creo que mi suerte no me abandonó, después de todo. Simplemente se trasladó a los negocios, porque yo nunca volví a apostar.
—Hola, amor, ¿te pasa algo? —dice Loreta cuando abre la puerta del carro y se sienta en el lado del pasajero, antes de darme un cariñoso beso.
—Estaba pensando en ¡Luces, cámara, baile! y en lo bien que nos ha ido en estos tres años. No tengo mucha experiencia para montar empresas, pero sé que muchos negocios no empiezan a ver ganancias sino hasta después de unos cuantos años.
—¡En lo que piensas! —exclama entre risas—. Aunque tienes razón. La empresa ha ido viento en popa desde que la fundamos. Somos grandes empresarios.
Giro el timón a la izquierda luego de asegurarme que tengo vía libre, mientras tomo el camino que nos lleva al jardín infantil donde recogeremos a Adrián para saber como fue su primer día de escuela, que se encuentra a pocas calles.
—¿Sabes a qué creo que se debe todo? —me pregunta cuando nos detenemos frente a la puerta del jardín infantil.
—¿Disciplina, esfuerzo, el amor con el que hacemos lo que nos proponemos? —respondo sonriente.
—Pura suerte —dice abriendo la puerta para bajarse del carro e ir por Adrián.
Por la ventana observo al niño correr hacia su madre y darle un abrazo como de película, de esos que se dan cuando extrañas mucho a una persona. Mientras Loreta lo carga e intercambia algunas palabras con su profesora, pienso sobre lo último que me ha dicho.
Hace mucho mi vida estuvo regida por la suerte, pero ahora creo que hay una fuerza mucho más grande que el azar; algo que nos obliga a perseguir nuestros sueños y no confiar en que todo saldrá bien solo porque sí. Ahora sé muy bien que la felicidad en la vida no puede dejarse solo en manos de la suerte, hay que trabajar por ella.
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