Capítulo 7: No tengo nada de qué hablar contigo
Loreta
¡Malditas ganas de orinar que me atacan cuando estoy nerviosa! ¿Y por qué estoy nerviosa? La verdad, no lo sé; pero hace mucho tiempo no me sentía así. La cita a ciegas resultó no ser tan mala como me imaginaba, pero eso no es lo que me ha alterado de esta manera. ¡Y me niego a reconocer que encontrarme a Vladimir aquí tenga algo que ver! ¡No, no y no!
Salgo del baño privado y me acerco al espejo comunitario. Junto a mí hay una joven que termina de lavarse las manos sin mirar su reflejo y sale rápidamente. El baño es espectacular; lleno de colores y decorado con cuadros con frases inspiradoras, como las que adornan el resto del restaurante. Yo aprovecho que estoy sola para hacer unas cuantas poses y tomarme unas selfies que nunca nadie verá. En el mundo hay gente loca con particularidades extrañas; la mía es tomarme fotos en todos lados pero nunca publicarlas en las redes sociales.
Salgo del baño después de lavar y secar mis manos, y me sorprendo al ver a Vladimir apoyado sobre la pared que separa al baño de mujeres del de hombres. Sonríe al verme y yo me quedo más fría que un chiguagua calvo.
—Hola, Loreta —dice con suavidad, casi en susurros.
—¿Qué haces aquí?
—¿No puedo venir? Es un sitio público.
Ignoro su comentario grosero y me dirijo a mi mesa.
—¿Tan rápido conseguiste novio? —Me detiene poniendo su mano sobre mi hombro.
—¿Y a ti que te importa? —Me suelto bruscamente de su agarre.
—¿Podemos hablar un momento? —Su tono cambia y se vuelve más amable.
—Tengo que volver a mi mesa...
—Por favor —interrumpe.
—No tengo nada de qué hablar contigo.
Empiezo a caminar rápidamente y él no me sigue. Lo verifico al mirar de reojo mientras esquivo una mesa para llegar a la mía. ¿Por qué he sido tan grosera? Por lo general soy amable con la gente, de hecho me molestan las personas que se comportan como yo acabo de hacer. No encuentro razones para tratarlo así, pero no puedo evitarlo.
Llego a la mesa, la conversación que tienen mis acompañantes parece entretenida. Me siento y trato de integrarme a la alegre charla, pero no puedo. No dejo de pensar en el idiota de Vladimir y mi forma de tratarlo.
—¿En qué piensas? —pregunta Andrés, mi cita a ciegas, con amabilidad.
—¿Yo? ¡En nada! —respondo con más efusividad de la que deseo, tal vez incluso exagero un poco.
—Seguramente está pensando bobadas —dice Arabella en voz demasiado alta y todos sueltan una carcajada.
—Ja, ja —contesto con ironía.
—Tal vez si te pido otro coctel te concentres más en nuestra charla —propone Andrés.
Sin darme tiempo a responder, llama a la mesera y pide más cocteles para todos. Las luces del sitio bajan y una pequeña tarima se ilumina de repente. El sitio está lleno y los meseros trabajan como locos.
—Damas y caballeros, ¡damos inicio a nuestro maravilloso karaoke! Recuerden que tenemos grandes premios, así que, anímense a participar...
Una voz masculina grave describe por los altavoces el procedimiento para inscribirse en la actividad. Mi hermana y su novio tratan de motivarme para que participe, pero no estoy muy convencida.
—Vamos, Lore, cantas precioso —asegura Arabella para darme ánimos.
—Lo sé, lo sé —respondo irónica, dándome aire con la mano—, las sirenas me tienen envidia.
Todos se ríen y Andrés me toma de la mano, acariciándola suavemente.
—Me encantaría oírte cantar —asegura.
Lo pienso por un momento. En realidad, aunque Andrés no está mal —para nada mal— no siento ni un indicio minúsculo que me indique que me interesa. En serio, no siento nada de nada, es como si me acariciara mi hermana.
Ignoro las sugerencias de todos y me niego a inscribirme en el karaoke, no estoy de ánimos y punto. Sin ser muy brusca o agresiva, retiro con lentitud mi mano del alcance de Andrés, y sigo tratando de involucrarme en la conversación. Mi hermana habla emocionada de su trabajo, de todo lo que odia a su jefe y de lo estresante que es ser asistente de producción para una compañía que desarrolla empaques de papel. Mi cuñado, Alfredo, trata de cambiar de tema pues ya se está poniendo intensa.
«Alfredo, eres mi héroe» pienso contenta.
—Loreta, ¿cuándo vuelves a participar en un concurso de salsa? —A Alfredo le encanta apoyarme cuando compito, puedo decir sin temor a equivocarme que es mi fan número uno.
Él y Arabella son las personas de mi familia que más me han apoyado. De hecho, me apoyan tanto que crearon un fondo llamado: Fondo para que Loreta viaje a Miami al mundial de salsa y pueda ser alguien en la vida. Sí, así se llama; por increíble que suene.
Su relación empezó cuando ambos estaban en el colegio y resistió como un edificio sismoresistente el que Alfredo se fuera a estudiar a Estados Unidos. Muchos pensábamos que eso acabaría con su relación; gracias a Dios estábamos equivocados. Quiero muchísimo a Alfredo, y no me imagino a mi hermanita con nadie mejor.
—Dentro de unos días son las eliminatorias para el mundial de salsa, espero que vayan a verme ganar —respondo con seguridad y orgullosa de mi esfuerzo, que me ha conseguido todos los trofeos que me he propuesto ganar.
—Y más te vale que ganes, que el fondo ya está llenito y esperando que lo reclames en Miami.
A diferencia de mi hermana, mi madre detesta que sea tan competitiva. Dice que por eso nunca me casaré, porque cuando encuentre a un hombre con el que quiera vivir mi vida, voy a estar compitiendo con él por el control de las decisiones importantes, y que eso no le gusta a ningún esposo.
Anticuada, lo sé, por eso nunca le conté que estuve a punto de casarme una vez. Estoy segura de que si lo hubiera sabido, aún estaría diciéndome que la relación se arruinó por mi culpa.
El primer intento de cantante que va a participar en el karaoke, sube a la tarima notablemente nervioso. Es un muchacho alto y delgado, con pinta de freak, con gafas grandes y camisa de cuadros. Una canción suave que reconozco pero no recuerdo, empieza a sonar y el chico comienza a cantar:
Rayando el sol
Rayando por ti
Esta pena me duele, me quema sin tu amor
No me has llamado, estoy desesperado
Son muchas lunas las que te he llorado...
Ah, ahora sé cuál es. Maná siempre me ha gustado, a pesar de que no soy muy fan del rock o el pop en español. La gente comienza a acompañar al chico en el coro y todos comienzan a cantar con sentimiento, incluso yo.
«¿Habrá alguien que me haya llorado muchas lunas?» pienso. La letra de la canción me llama la atención pues debe ser lindo sentir algo tan intenso por alguien, llegando al borde de la obsesión. A pesar de todos los hombres con los que he estado, ninguno se ha enamorado de mí. Por suerte, yo de ellos tampoco.
—Démosle todos un aplauso a... —dice el presentador, quien se une al chico en la tarima y se le acerca un poco más para susurrarle algo. Me imagino que le está preguntando su nombre.
—Francisco —responde el sujeto.
Todo el público aplaude y el muchacho levanta una mano con su puño cerrado en señal de victoria. Claramente, en el transcurso de la canción perdió todos los nervios pues al final hasta animó al público a cantar.
—Ahora queremos darle la bienvenida a nuestro próximo participante, recibámoslo con un fuerte aplauso, por favor.
El público sigue las instrucciones con sus palmas y yo me sorprendo al ver a Vladimir subir al escenario. Nunca me imaginé que fuera del tipo de personas que canta frente a un montón de desconocidos en un karaoke.
—Antes de comenzar a cantar —dice tomando el micrófono— quiero pedirle a una amiga que me acompañe en esta canción, porque este tema me hace pensar en ella.
Veo que la mujer que viene con él se sonroja y le hace gestos negando su participación.
—Loreta, ¿quieres cantar conmigo?
Tanto yo como quienes están sentados conmigo nos quedamos paralizados. Mi hermana, mi cuñado y mi cita a ciegas parecen estatuas mirándome y yo miro hacia todos lados, como buscando a la otra Loreta de la que habla Vladimir.
—Por favor, Loreta, deleitemos juntos al público —insiste.
El público se confabula en mi contra y empiezan todos a corear mi nombre.
—¿Conoces a ese hombre? —pregunta mi hermana.
—Sí, es un amigo del casino donde bailamos los de la compañía —respondo.
—¡Pues si es tu amigo no lo hagas esperar!
Arabella me empuja, obligándome a levantarme de la silla. Yo sigo desorientada, pero por inercia empiezo a mover mis piernas para que me lleven al escenario donde me espera Vladimir con una enorme sonrisa.
El presentador me entrega otro micrófono y una canción que conozco a la perfección empieza a sonar. La voz varonil y sorprendentemente melodiosa de Vladimir comienza a entonar la canción.
En un llano tan inmenso
tan inmenso como el cielo voy a podar un jardín
para que duerma tu cuerpo...
Vladimir estira su mano para estrechar la mía, que tiembla ¿ante los nervios de cantar en público o ante su gesto? No lo sé.
En un mar espeso y ancho más ancho que el universo
voy a construir un barco
para que nade en el sueño eh...
Cuando se acerca mi parte, tomo aire y aclaro un poco mi garganta.
En un universo negro
como el ébano más puro voy a construir de blanco
nuestro amor para el futuro...
El público comienza a emocionarse y a aplaudirnos. Los nervios empiezan a abandonarme para dar paso a la emoción de este momento. Un momento que no olvidaré jamás.
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