Capítulo 6: Las mujeres también son de carne y hueso.
Vladimir
—¿Qué te ha parecido el show? —le pregunto a mi amigo cuando estamos saliendo del auditorio.
—Son excelentes bailarines, y esa bailarina principal está... —Hace una seña con sus dedos llevándolos a su boca y simulando chuparlos para indicar que se la comería entera.
—Ella es Loreta, de la que te estaba contando...
—¿Esa muñeca fue la que te encontraste desnuda y que te invitó a su apartamento? O sos el hombre más afortunado del mundo o el más idiota... Bueno, ya sabemos que sos afortunado, esta vez solo fuiste un idiota.
—No todo es la belleza física ¿sabés?
La carcajada de Pablo suena fuerte, incluso hasta me asusta.
—No, también es talento y parece que la chica lo tiene todo. ¿Por qué la rechazaste? No entiendo todavía.
—Ya te lo dije...
—Es que no lo entiendo, en serio. ¿Acaso te pidió que te fueras a vivir con ella? ¿Has pensado que tal vez solo quería pasar la noche contigo y ya? —interrumpe mi mejor amigo.
—Pero tendré que seguirla viendo en el casino y sabés que no me puedo enamorar.
—Estás loco —bufa.
Tal vez tiene razón y sí se me corrió la teja, pero nunca en mi vida me he enamorado y nunca he perdido un juego de azar; alguna relación debe haber ahí, y no quiero arriesgarme a comprobar lo contrario.
Pablo y yo caminamos hasta la entrada del casino, donde lo acompaño hasta que coja el Mio —el sistema de transporte público de la ciudad— que lo deja en su casa, al sur de Cali, después de casi hora y media de recorrido, que se reduciría mucho si lo hiciera en carro.
—¿Has averiguado ya el Twingo que te querés comprar? —le pregunto a Pablo. No me gusta que esté moviéndose tanto en el transporte público, es peligroso a la hora que lo coge.
—Sí, pero no he podido encontrar nada decente por menos de doce millones, y aún me faltan cuatro para eso.
—Ya sabés que...
—Sí, sí —interrumpe—, ya sé que me podés prestar la plata, pero ya sabés lo que te voy a decir. ¡Ahí viene el alimentador! Chao, parcero, nos vemos mañana.
Se sube con rapidez al bus y no me da tiempo de insistirle en que si quiere un carro, yo puedo ayudarle. Es más, le daría la plata, no en calidad de préstamo sino como agradecimiento por todo lo que ha hecho por mí. Sé que Pablo nunca va a aceptar ese dinero; es de esas personas que les gusta conseguir sus propias metas sin ayuda de nadie.
Si por mí fuera, él no tendría que comprarse un carro usado.
Estoy regresando al casino para ir por mi Audi cuando siento que alguien me pone una mano en el hombro y me detiene. Volteo con cierta desconfianza y me encuentro con Paulina Vergara, una mujer a la que conocí el mes pasado en el casino.
Paulina es una mujer en sus treintas, atractiva, elegante, inteligente y sofisticada. Trabaja para una compañía multinacional que constantemente la envía a diferentes ciudades del país. Cuando viene a Cali, se hospeda en este mismo hotel, y para no aburrirse, va a la piscina, al gimnasio, al casino o a mi apartamento.
—Vladimir Ventura. ¡Qué placer encontrarte de nuevo! —me saluda y se acerca a darme un beso en la mejilla.
—Paulina. El placer es mío.
—¿Qué haces por acá tan tarde?
—Cuidándote la espalda...
Paulina suelta una risa estruendosa y me la contagia. Toma mi brazo de gancho y juntos empezamos a caminar hacia el hotel.
—Si no te conociera pensaría que es verdad —afirma.
—Si no me conocieras estarías perdiéndote de la diversión —respondo con mi sonrisa más traviesa.
—En eso estoy de acuerdo. Hablando de diversión ¿qué vas a hacer mañana?
Dudo por un momento si decirle que nada. Los planes con esta mujer son de altísimo voltaje.
Cuando nos conocimos, no fui capaz de dejar de mirarla desde el momento en que se sentó en la mesa del póker. Éramos las dos únicas personas en la mesa, y ella no sabía mucho sobre el juego.
Poco a poco empezó a pedirme consejo, y con gusto le di. Consejos, obviamente. No llegó a ganar ni una partida, pero nos divertimos muchísimo.
La noche terminó en su cuarto, con mucha más diversión. Era la mujer perfecta para mí, la que no vive en la ciudad y que no me pide mi teléfono para no volverla a ver jamás.
O eso creía yo.
—Mañana... —Hago una pequeña pausa. Es mi oportunidad para zafarme del asunto—. Creo que nada. ¿Qué planes tienes?
Maldita sea, ahí va la oportunidad que dejé escapar.
—Te invito a comer. Me hablaron de un sitio acá que quiero conocer, y qué mejor que hacerlo contigo. Como amigos, claro.
Acepto su invitación, no muy encantado, por cierto. Ella me cae bien, hasta podría decir que me gusta, pero dentro de mi filosofía no caben las citas fuera del casino o el hotel. Solo espero que la velada no vaya tan mal, y aprovecharé para dejarle en claro que así como ella ha asegurado, solo podremos ser amigos.
Coordinamos todo para encontrarnos en Bésame, el sitio al que Paulina quería ir. No me entusiasma mucho la idea del karaoke, pero tal vez sería bueno pasar un rato divertido con ella.
A las nueve de la noche en punto, llego al sitio. Es un restaurante bar al norte, en una de las zonas con más vida nocturna de la ciudad. Tiene buena pinta. Yo nunca había escuchado de él, pero tampoco es que tenga una vida social tan ajetreada como para conocer muchos sitios de diversión.
Mi vida transcurre entre mi apartamento, el casino y algún plan al que Pablo me invita solo para que de vez en cuando respire otro aire. Me ha criticado muchas veces, pero, para ser sincero, la soledad en la que vivo me gusta.
Hace mucho tiempo aprendí a que no se puede confiar en nadie. Solo confío en Pablo, mi gato Ebisu y los juegos de azar.
—Buenas noches, señor. ¿Tiene alguna mesa reservada? —me pregunta con amabilidad una mesera joven que se acerca a mí tan pronto entro al restaurante.
—No tengo reserva —afirmo—, pero estoy seguro que vas a encontrar una buena mesa para mí y la amiga a la que espero.
Mi sonrisa intimida a la mesera y noto cómo sus mejillas se ponen tan rojas como un tomate. Es tierna. Debe tener unos veinte años, como mucho. Por el tono nervioso de su voz, se nota que no tiene mucha experiencia, pero confío en que pueda atendernos muy bien.
La joven me pide que la siga y se dirige al fondo del lugar, junto a una tarima pequeña donde hay una pantalla gigante y un micrófono. El sitio es modesto pero acogedor. En las paredes tiene frases de diferentes famosos, escritores o científicos. Tanto las mesas como los asientos están hechas en madera oscura y en cada mesa hay dos pequeñas velas encendidas.
—¿Desea revisar la carta de una vez o esperar a su acompañante? —pregunta la joven.
—Esperaré, gracias. —Le guiño un ojo para ponerla aún más nerviosa y tengo éxito en mi propósito. La chica se va rápidamente sin decirme nada, pero en cuanto emprende su camino, se tropieza con otra mesa y por poco tumba todo lo que hay encima. Por suerte para ella, la zona está casi vacía y nadie se percata de su accidente; aunque yo no puedo evitar reírme.
Mientras espero a Paulina, reviso mi celular. No es que tenga mucho que revisar, ya que ni redes sociales tengo —bueno, si no contamos un perfil de Facebook que nunca reviso— pero hace un momento me pareció sentir que vibró. Compruebo que he recibido un mensaje de WhatsApp y me asombro, casi nadie me escribe nunca.
Paulina Vergara:
¡Lo siento Vladi! Estoy en un trancón, pero voy cerca. Espérame <3
¡Detesto que me pongan diminutivos! Vladi suena a nombre de hámster y Vlad suena a sádico endemoniado. ¿Es tan difícil decirme Vladimir?
Resoplo molesto, será algo que tendré que hablar con Paulina cuando llegue. Guardo el celular en el bolsillo de mi pantalón y me sorprendo al ver quién acaba de llegar.
Loreta Lara.
Parece que ella también se sorprende al verme y se sienta en una mesa junto a la mía donde quedamos tan cerca que puedo escuchar todo lo que dicen sus acompañantes.
—Siéntate, por favor —dice el hombre que parece que viene con ella, moviendo la silla e indicándole el lugar donde quiere que se siente.
Loreta le hace caso y luego le da las gracias. Su asiento queda diagonal al mío, enfrentados de espalda. Nuestras miradas no se encuentran, a menos que nuestros ojos se pongan traviesos y miren de reojo, pero nos escuchamos con claridad. O por lo menos yo la escucho a ella, atentamente, hasta que una mujer me saluda efusiva.
—¡Vladi! Perdona la demora, el tráfico en esta ciudad cada vez está peor. —Paulina se acerca para darme un beso en la mejilla que ¿por accidente? termina en la comisura de mi boca.
La mesera se acerca a mí como un tiburón al acecho en cuanto ve que mi acompañante llega. Paulina ordena una margarita y yo una cerveza. Nunca he sido mucho de cocteles.
—¿Qué te parece el sitio? Te dije que tengo buen gusto —dice con una mirada pícara.
—Sí, está bien. Vamos a ver qué tal la comida.
—La comida es lo de menos, yo tengo hambre de otra cosa... —El pie de Paulina comienza a acariciar mi tobillo, lento, por debajo de la mesa.
¿Qué les pasa a las mujeres últimamente? ¡Están demasiado lanzadas! Aunque no voy a negar que eso no me molesta para nada, pero a veces me coge fuera de base.
Así, un poco intimidado, retiro lentamente mi pie. Quizá ya debería estar acostumbrado. Es común que me coqueteen de vez en cuando. Nunca me he sentido un tipo en especial atractivo, pero si tenemos en cuenta que soy más alto que el promedio y los genes de mis papás me dieron un look exótico, puedo decir que mujeres nunca me han faltado.
Tal como lo esperaba, mis ojos se ponen traviesos y miran a Loreta con disimulo. Su presencia ilumina la mesa donde se encuentra. En realidad, podría dar luz a cualquier sitio solo con estar en él. Es como Campanita. Muy pocas veces en la vida he conocido gente así, con tanto carisma que no necesita ser quien habla más fuerte para llamar la atención. Sin embargo, la expresión de su rostro se ve un poco aburrida. Veo que trata de involucrarse en la conversación con los que están en su mesa, pero noto que sus ojos de vez en cuando voltean en mi dirección.
Los labios de Paulina no paran de moverse. Suelto un par de "ajás" y de vez en cuando dejo salir una pregunta que le haga creer que le estoy prestando atención, pero para qué voy a negar lo evidente, lo que está diciendo no me interesa para nada.
La mesera trae nuestras bebidas y nos pregunta si deseamos ordenar algo de comer. Ambos tenemos ganas de carne, así que pedimos una picada. La mesera se retira de nuevo y Paulina vuelve a comenzar su monólogo.
—¿Tú qué piensas, Loreta? —pregunta el hombre que le ofreció la silla a la mujer de la mesa de al lado, la misma a la que no he podido dejar de prestarle atención.
No sé si habla tan fuerte que puedo escucharlo, o si solo es el aburrimiento que me produce mi acompañante, pero empiezo a poner atención a lo que se habla en la mesa que está junto a mí.
—¿De qué? —Loreta pregunta distraída.
—De que las mujeres tomen la iniciativa con los hombres —contesta la mujer que la acompaña.
—Pues que es tan normal como el hombre que toma la iniciativa. No sé por qué tanto misterio con ese tema, las mujeres también somos de carne y hueso, también sentimos atracción física y también nos excitamos. El hombre que se sienta intimidado por eso tiene que ser muy estúpido. —Termina su respuesta levantando un poco la voz.
Ella sabe que yo puedo oírla y yo sé que está hablando de mí. ¿Eso es lo que piensa, que me intimidó?
Su inocencia me da risa.
Paulina piensa que me río con ella y suelta una sonrisa coqueta. El par de indiscretos que tengo por ojos vuelven a traicionarme y se giran para mirar de reojo a Loreta. La hermosa mujer se levanta y se disculpa pues tiene que ir al baño.
—Discúlpame, Paulina; creo que la cerveza ha surtido efecto. Voy un momento al baño, no me demoro.
No sé por qué lo hago, solo sé que tengo que hablar con ella. Loreta se dirige hacia el fondo del restaurante y yo la sigo sin que ella lo note.
Cuando estoy a punto de llegar al baño de hombres caigo en cuenta: ¿qué le voy a decir cuando esté frente a ella?
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