Capítulo 53: Eres la peor estúpida de la historia, Loreta
Loreta
Vladimir atraviesa la puerta de la habitación del hospital casi una hora después de que me ingresaran. Trae su ropa y su cabello totalmente empapados. Respira con dificultad, como si hubiera corrido una maratón y está más blanco que un papel.
—¡Vlad! —grita Lu de la emoción—. ¿Qué te pasó?
—¿Hasta ahora notaron que no estaba con ustedes? —pregunta extrañado y no puedo evitar soltar una sonora risa—. ¿Cómo estás, Lore? ¿Por qué estás hospitalizada?
—Será mejor dejarlos solos... —propone Sebas muy prudente y toma a Lu de la mano mientras salen de la habitación.
—¿Por qué estás todo mojado? ¿Estaba lloviendo? —pregunto, tratando de hacer tiempo mientras encuentro las palabras adecuadas para decirle lo que tengo, ya que una hora no ha sido suficiente.
—Es una larga historia; te la resumiré: me caí del yate por accidente y empecé a nadar para llegar hasta la orilla. Recibí un mensaje de Marc y le conté lo que pasó, a los pocos minutos llegó una moto acuática a recogerme. Me llevó hasta la orilla, me dijo dónde estabas y tomé un taxi hasta acá. ¿Tú cómo estás? ¿Qué te pasó? ¿Estás bien?
—¡Pero vas a enfermarte con esa ropa! Déjame llamo a Sebas... —Me estiro para alcanzar mi celular en la mesita de noche.
—Tranquila, creo que no demora en secarse con mi calor corporal —asegura mientras sus labios tiemblan de frío.
Me encantaría insistirle en lo de la ropa y preguntarle muchas cosas sobre su historia pero entiendo lo preocupado que está. Dejo de darle vueltas al asunto en mi cabeza y me siento un poco en la cama para que sea más cómoda la conversación. Con la mano le señalo un lugar a mi lado para que se siente.
—No quiero mojar la cama...
—¿Todavía mojas la cama? —bromeo, como lo hago siempre que estoy nerviosa... o borracha. Pero eso último no lo podré hacer en un buen tiempo.
—Lore, dime qué te pasa, por favor. —Él no se ríe y entiendo que tengo que controlar mi humor y ser absolutamente seria en esto que voy a decirle.
—Pero es importante que te sientes... —insisto, no quiero que caiga desmayado o algo peor: infartado.
Vladimir busca una silla o algo donde sentarse y junto a un enorme sillón de cuero que está en una de las esquinas encuentra una pequeña butaca, la acerca a mi cama y se sienta en ella. Toma una de mis manos y empieza a acariciarla.
El calor de su contacto me da la valentía que necesito y empiezo a hablar. Que pase lo que tenga que pasar.
—Bueno... Pues... ¿Seguro no tienes mucho frío? A lo mejor algún médico puede traerte ropa de hospital...
—¡Deja de darle vueltas al asunto! —exclama ya con un poco de desespero en su voz.
—Okay, okay, lo siento. Es que no es fácil para mí decir esto... La verdad es que... me voy a morir.
Si Vladimir estaba como un papel, ahora se parece mucho a Gasparín. Noto que deja de acariciar mi mano para apretarla y empiezo a pensar que soy pésima para dar noticias.
—¡¿Qué?! —exclama como en un grito contenido.
—No es verdad, solo estoy embarazada. ¿Verdad que ahora no parece una noticia tan terrible? —Creo que Vladimir acaba de encontrar la manera de matar a alguien con la mirada.
—¡¿Que qué?! ¡Con esas cosas no se juega! ¡Casi me matas de un susto! —grita mientras se pone de pie, alejándose de mí.
—¿Con lo de la muerte o lo del embarazo?
—¡Con lo de la muerte! No puedo creer que juegues con eso, Loreta. ¿Sabes lo que me hiciste sentir? ¡Es que no puedo creerlo! ¡Eres una niñita! —diciendo esto sale de la habitación y cierra de un fuerte portazo.
Las lágrimas empiezan a escurrir por mi cara y entiendo a la perfección que él tiene toda la razón. No sé por qué solté eso así como así, si no me odió por lo del embarazo ahora seguro me odia por lo de la muerte.
«¡Eres la peor estúpida de la historia, Loreta!»
Luisa entra angustiada y entre lágrimas le cuento lo que pasó. Ella trata de que me calme —le agradezco que no me regañe como sé que lo haría si las circunstancias fueran otras— y me abraza con cariño.
Sebas llega con unas frutas para que coma, pues por indicaciones del doctor debo alimentarme lo mejor posible, pero la verdad es que justo en este momento no tengo apetito. Las dejo en la mesita de noche y le pido a mi amigo que prenda el televisor; necesito mantener mi mente ocupada en otra cosa que no sea pensar que tal vez Vladimir ahora sí me haya abandonado para siempre por lo de la muerte, o por estar embarazada. Estoy segura de que lo que menos quiere un soltero empedernido es amarrarse con un bebé, y aunque me dije a mí misma muchas veces que si tuviera que hacerlo podría cuidarlo sola, la verdad es que después de su declaración de amor en el yate me gustaría que Vladimir lo criara junto a mí y fuéramos la familia feliz que yo no tuve y que él perdió en su adolescencia.
Después de unos largos minutos en que los tres estamos en silencio, mirando la televisión pero sin prestar real atención al programa, entra Vladimir con ropa seca y una expresión totalmente diferente en su rostro. Mira a Luisa antes que a mí y ella se pone de pie de inmediato y hala a Sebas hasta afuera de la habitación.
Vladimir se sienta conmigo en la cama y quedamos frente a frente, tal como quería yo hace unos momentos cuando traté de darle una noticia de la peor manera posible.
—Vladimir... yo...
Se acerca a mí con rapidez y pone sus labios sobre los míos. Todos los nervios, la vergüenza y el miedo que tenía se desvanecen con ese beso inesperado.
—Antes de que digas algo, te traje un regalo.
Me entrega una bolsa de papel que no sé por qué no noté cuando llegó y una sonrisa se dibuja en mi cara. Abro el paquete y saco su contenido; las sonrisas en la cara de ambos ahora son enormes. Un unicornio blanco con su crin multicolor y su cuernito plateado me mira, entre sus manos tiene un mameluco blanco que dice: "World's most loved baby"
Como mi inglés es casi tan bueno como mi talento para dar noticias, le hago un gesto, a lo que Vladimir me contesta:
—El bebé más amado del mundo.
Nunca creí que pudiera llorar por algo que no fuera perder una competencia, pero en segundos mi cara se llena de lágrimas y Vladimir se acerca para darme un abrazo lleno de amor.
—No lo esperaba, pero ya lo amo, casi tanto como te amo a ti —dice mirándome a los ojos, con una expresión totalmente sincera—. ¿Por qué lloras?
Mis sollozos ahora son un poco más audibles y creo que Vladimir empieza a preocuparse.
—Es la emoción... Nunca imaginé que pudieras sentir lo mismo que yo. Tenía muchísimo miedo de todo, de ser madre, de tu reacción, de que el bebé creciera sin su padre. ¿Sabes? La mayoría del tiempo me hago la valiente pero vivo llena de miedo por todo...
—Yo también tuve mucho miedo; y no solo a perder mi suerte. Me daba pánico que me lastimaras o me abandonaras, no sabes lo mal que lo pasé creyendo que me habías dejado tirado en Santa Marta...
—Yo también lo pasé fatal... —lo interrumpo y pasa su mano con dulzura sobre mi mejilla.
—A partir de ahora no tienes nada que temer, amor. Ninguno de los dos debe volver a temer, porque sé que tú también me amas, y sé que vas a ser una excelente madre.
Estiro mis brazos para que vuelva a abrazarme y la felicidad no me cabe en el pecho. No recuerdo haberme sentido así ni siquiera cuando ganaba mis competencias de salsa, pero por primera vez siento que conozco lo que es la dicha plena.
Escuchamos la puerta que se abre y la doctora que ha estado atendiéndome gruñe un poco como para interrumpirnos sin querer.
—Usted debe ser Vladimir —dice dirigiéndose a él con una sonrisa—. He escuchado mucho sobre usted. Soy la doctora López.
Vladimir estira su mano para saludarla y se pone de pie dejando libre la cama en caso de que la mujer necesite revisarme.
—Mucho gusto, doctora. ¿Cómo se encuentran Loreta y mi hijo?
Escucharlo decir esas palabras va a hacer que se me salga el corazón del pecho.
—Ambos se encuentran bien en este momento, pero tendrán que quedarse con nosotros unos cuantos días. Loreta sufrió una amenaza de aborto y debe tener absoluto reposo durante al menos dos semanas. Estarán en observación y pondré toda mi atención en la evolución del embarazo y el crecimiento de su bebé.
—¿Por qué se produjo la amenaza de aborto? —pregunta Vladimir con mucho interés.
—Pueden haber muchos motivos, que nunca son culpa de la madre. Es posible que el estrés haya tenido que ver, pero por ahora lo importante es concentrarnos en cuidarla y cuidar al chiquitín que crece dentro de ella.
—¡Pero claro que sí! —Vladimir contesta entusiasmado.
La puerta vuelve a abrirse y un enfermero entra con un aparato médico gigante. Por el monitor que trae me imagino que es para hacerme una ecografía, aunque no confío mucho en mi intuición para estas cosas; hace un rato confundí una bolsa de medicamentos con esas cosas frías que se ponen sobre la cabeza para reducir el dolor.
—Gracias, Andrew. —El enfermero se retira haciéndonos un gesto amable—. Vamos a ver cómo está ese campeón. Levanta un poco tu bata, Loreta.
Sigo las indicaciones de la doctora y Vladimir rodea la cama para darle más espacio a la obstetra. Ella toma un pequeño aparato conectado a la pantalla y lo unta de un gel transparente, luego pone esto sobre mi estómago y el frío del gel me hace cosquillas.
De inmediato empezamos a escuchar un "burum-burum burum-burum" que suena tan rápido como un caballito desbocado.
—¿Ese es el corazón de mi bebé? —pregunta Vladimir desbordado de la emoción. Yo no puedo ni siquiera hablar, el nudo en mi garganta no me deja.
—Sí, papá, ese es el corazoncito de tu bebé. Y aquí está él o ella. —Con su dedo índice señala la imagen en la pantalla y veo un pequeño bebecito cabezón que ya se mueve a pesar de que sus piernas y brazos son muy cortos. Yo podría jurar que desde ya está entrenando para ser un gran bailarín de salsa.— Esta es su cabeza, esta su espina dorsal, estas pequeñas manchitas de acá sus brazos y piernas. Es un perfecto feto de nueve semanas y cuatro días.
Ambos estamos atónitos mirando la pantalla y escuchando todo lo que dice la doctora. Luego de darnos la primera foto de nuestro bebé y repetirnos las indicaciones del reposo y los cuidados que debo tener, que ya había hablado conmigo y con mis amigos, sale dejándonos solos nuevamente.
Bueno, ahora no estamos tan solos.
—Si tienes nueve semanas, ¿eso significa que cuando nos fuimos para Santa Marta ya sabías que estabas embarazada? —pregunta relajado pero con mucha curiosidad.
—No, aunque ahí ya debía de tener unas cinco semanas.
—¿Acaso una mujer no se da cuenta de eso de inmediato?
—Depende. Mis periodos nunca han sido muy regulares e incluso he tenido muchos meses en los que no me ha bajado; concuerdan con los torneos o competencias grandes que tengo, creo que los nervios o el estrés hace que no me baje. Como se aproximaba el mundial, pensé que mi retraso se debía a eso...
—¿Cuándo te diste cuenta? —Se sienta nuevamente en la cama y vuelve a tomar mi mano para acariciarla.
—Al poco tiempo de llegar de Santa Marta, pero no se lo dije a nadie, creo que después de todo ese condón roto y la pastilla del día después no hicieron bien su trabajo. Y no, no puse al bebé en peligro con la competencia —aclaro al ver la cara que me está poniendo—; hablé con un obstetra en Cali y me dijo que podría bailar si me sentía bien. Y como no tenía ninguna molestia antes del viaje, lo hice.
—Sí, pero ahora estamos aquí, en el hospital —afirma algo molesto.
—Pero escuchaste a la doctora, pudieron haber muchos motivos.
—Está bien. Pero por favor, amor, quiero que tu prioridad ahora sea cuidarte y cuidar a nuestro bebé. Si algo te duele, o te molesta o lo que sea, me avisas inmediatamente para hablar con la doctora. Esta clínica es muy buena, según lo que me dijo Marc. Así que nos quedaremos aquí y cuando te den el alta, volveremos a Cali en un avión equipado especialmente para ti.
—¡¿Qué?! ¡No creo que sea necesario! Puedo viajar en un avión normal...
—No seas terca, Loreta. Vas a viajar en un avión especial y punto.
Yo no soy la terca, es él y me está sacando de mis casillas. Pero bueno, él solo busca lo mejor para el bebé y eso me parece muy tierno; solo por esta vez dejaré que gane la batalla.
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