Capítulo 52: ¿Has perdido tu suerte, Vladimir?

Vladimir

Los ojos de Loreta no podrían estar más abiertos. Mi corazón late a mil por hora y es probable que el de ella también. Marc pasa por mi lado y da una suave palmada en mi hombro.

—Éxitos, campeón —susurra mientras se va al otro lado del yate para darnos privacidad.

Me acerco a la mesa y me siento en frente de Loreta, quien no ha dejado de mirarme en ningún momento. En un punto soy consciente de un pequeño temblor que tengo en mi mano derecha, producto de los nervios por decir lo adecuado, de poder por fin expresar con palabras todo lo que siento por ella y los planes que tengo para nosotros.

Aunque muy en el fondo de mí, estoy rezando por no recibir una cachetada esta noche.

—Hola... —Comienzo tímidamente—. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias. ¿Y tú? —Su voz tiene el mismo tono tímido y temeroso que la mía.

Robert, nuestro mesero, se acerca y nos ofrece algo para beber. Pido champaña pero Loreta insiste en que solo desea agua.

—Estoy tomando medicamento para las náuseas... —explica mientras Robert va por lo que ordenamos.

—¿Has seguido con náuseas? ¿Te han dicho si es un virus estomacal o algo así?

—A lo mejor solo son nervios y estrés. Estoy segura de que no hay por qué preocuparse —responde tranquila.

—Si te pasara algo malo, ¿me lo dirías, verdad?

Robert regresa con una copa de champaña para mí y una copa con agua para Loreta. Las deja sobre la mesa y se retira.

—¿Qué hacemos aquí, Vladimir? —pregunta después de beber un sorbo de agua y cambiar el tema.

Tomo aire para relajarme un poco y reducir en lo posible los errores con ella. Quiero que todo sea perfecto, tal como lo imaginé.

—Hace mucho tiempo alguien me dijo que para ser de buenas en el juego, debía ser de malas en el amor. Cuando empecé a apostar y a ganar, pensé que podía vivir de eso y decidí sacrificar el amor en mi vida, pues como nunca lo había conocido, no sabía de lo que me perdía. Sé que sonará a cliché, pero eso cambió cuando te conocí a ti. —Loreta me mira impávida con una expresión indescifrable—. Tú me enamoraste con tu alegría, tu forma de stalkearme y lo sensual que te ves comiendo bananos...

Suelta una sonora risa nerviosa y me doy cuenta de que voy por buen camino.

—No, en serio —continúo—, tú tienes algo que no encontré en nadie más. Amo tu forma de bailar, cómo te preocupas por tus amigos, lo fuerte e independiente que eres, que no temes hacer el ridículo y cuando lo haces sabes salir con estilo de la situación. Pero lo que más amo es esa pasión por conseguir tus sueños. Cada paso que das en los escenarios es admirable.

Tomo la mano que tiene sobre su mesa y para mi sorpresa, no la retira. Me hacía falta sentir esa suavidad entre mis dedos.

Robert regresa y nos trae dos entradas de paté de pollo con oporto. Le agradecemos a la vez y nos miramos, sonriendo con los ojos.

—Loreta, dime qué piensas por favor —pido con miedo. Aunque no creo que lo haga, temo su rechazo.

—Pienso que esta entrada está deliciosa... —Creo que se empeña en hacerme sufrir—. Nunca había probado el paté.

—Es delicioso en cualquier presentación. Cuando lleguemos a Cali podríamos salir a cenar mucho más seguido... —propongo tanteando el terreno.

—¿Tendrán baño? Ay, es una pregunta tonta, obvio tienen baño en el yate... Discúlpame un momento, ya regreso.

Se levanta con delicadeza y sale a buscar lo que necesita. No sé si lo hace a propósito pero esta incertidumbre me está matando. ¿Y si dice que no? ¿Qué haré si dice que no quiere volver a saber nada de mí?

A los pocos minutos regresa y se sienta en su lugar, interrumpiendo a buena hora mis cavilaciones y dudas.

—Tengo una pregunta. ¿Has perdido tu suerte, Vladimir? —dice mirándome con actitud seria.

—He perdido algunas apuestas —contesto sin saber si es acertado ser cien por ciento honesto.

—¿Y no te importa perder?

Veo el camino que quiere tomar y decido impedir que la conversación tome ese rumbo.

—Mi vida ha cambiado. Yo he cambiado. Ahora para mí lo más importante no es ganar. Eres tú. Si tengo que escoger entre tener suerte en las apuestas o tener una vida contigo, escojo lo segundo sin dudarlo. Eso me haría el hombre más afortunado del mundo.

Su mirada brilla más que el reflejo de la luna en el mar y noto que una lágrima amenaza con salir de sus ojos. Vuelvo a tomar sus manos entre las mías.

—Tengo miedo... —suelta en un susurro casi inaudible.

—¿De qué?

—De que vuelvas a lastimarme.

—Ayer hablé con Luisa. Me dijo que pensaste que yo te había abandonado en Santa Marta porque prefería tener buena suerte que estar contigo, pero ¿sabes qué? Siempre pensé que fuiste tú la que me abandonó a mí.

—¿En serio? Pero... pero tú...

—Salí a caminar un rato y me pasé algo de la cuenta. Me senté en la playa a descansar y me quedé dormido por unas horas. Me robaron el celular y no pude contactarte. Cuando llegué al hotel ya no estaban ni tú ni tus cosas —le interrumpo.

—No puede ser cierto. ¡Solo yo puedo tener esa mala suerte! —exclama riéndose un poco.

—No creas, yo también soy bastante de malas a ratos —digo para relajar el ambiente y nuestras risas suenan a la vez—. Si te lastimé, lo hice sin intención. Si de algo estoy seguro es de que nunca te lastimaría a propósito.

—Sí, la cagarás mucho —se ríe—, o eso fue lo que dijo Lu, al menos.

—Lo importante es saber si estarás dispuesta a perdonarme cuando la cague...

—Lo iremos viendo en el camino.

Me levanto de mi lugar y me acerco a ella. Me inclino para estar a su nivel y tomo su rostro entre mis manos. Mis labios encuentran su boca y nuestras lenguas se unen, extrañándose y calmando esas ganas que tenían de tocarse nuevamente. Hace tanto que no hacía esto que empezaba a olvidar lo bien que se siente.

Nos separamos con delicadeza y noto una lágrima sobre su mejilla. La seco con un pequeño beso y ella se estremece un poco.

—¿Por qué lloras? —pregunto con suavidad.

—Últimamente estoy muy sensible. Yo...

—No te preocupes, todos nos ponemos sensibles de vez en cuando. —Trato de evitar que se disculpe, pues no es necesario.

Más lágrimas ruedan por su rostro y me parte el corazón.

—Quisiera creer que cambiarías tu suerte por mí, pero sé lo importantes que son las apuestas para ti. No sé, Vladimir, me da temor que estemos juntos y en un tiempo te des cuenta de que no vale la pena estar conmigo. Al menos no tanto como para renunciar a tu suerte.

—Mira, no tengo otra forma de convencerte de lo mucho que te amo si no me dejas demostrártelo. Lo único que te pido es que si sientes algo por mí, me des la oportunidad de hacerte feliz todos los días de mi vida.

Sus labios se curvan en una pequeña sonrisa y siento algo de esperanza.

Robert gruñe un poco para que lo notemos y regreso a mi asiento. Nos ha traído los platos principales: salmón al vapor con salsa de mostaza a la antigua y sidra. Huele delicioso, y la pinta es igual de buena.

Empezamos a comer y después de un rato noto que Loreta está un poco pálida. Su semblante está algo apagado y casi no ha tocado su comida.

—¿Te sientes mal, Loreta?

—Me duele el estómago... —contesta con dificultad mientras deja el tenedor sobre su plato y se dobla un poco en la silla.

—¿Te habrá caído mal el paté?

No me contesta y se levanta de la silla. Trata de caminar un poco pero se dobla de dolor y se agarra con fuerza el abdomen. Corro para tomarla en mis brazos y ayudarla a sentar.

—Llévame a un doctor, por favor... —pide con dificultad con un hilo de voz.

—Siéntate aquí, ya regreso. —La dejo descansando en una silla acolchada que se encuentra cerca de la mesa y voy al otro lado de la cubierta a buscar a Marc. Al encontrarlo le cuento lo que pasa, él abandona de inmediato un libro que tiene en sus manos y se levanta con rapidez de su lugar.

Juntos llegamos hasta donde está Loreta esperándome, y la imagen que vemos no nos gusta nada.

—¡Llévenme rápido, por favor! —Casi grita al decir esto. Está parada junto a la orilla, con su rostro empapado en lágrimas y un chorro de sangre resbalando por sus piernas.

—¡Oh, my God! Loreta ¿Qué te pasó? —Marc se acerca a ella y le toma una mano. Saca su celular del bolsillo y empieza a hacer una llamada—. Jhon, ten preparado el auto cuando lleguemos al muelle, necesitamos ir con urgencia a una clínica...

Dejo de prestar atención a lo que solicita Marc por teléfono y me siento junto a Loreta, pasando mi brazo sobre su cuello.

—Ve por... Luisa por fa... —El dolor impide que hable con normalidad.

Me levanto rápidamente y bajo las escaleras hasta donde se encuentran Luisa y Sebastián. Están charlando con alegría y se detienen cuando notan mi presencia. Debo traer una expresión terrible, pues al verme, Luisa cambia sus risas por una mirada de preocupación.

—¿Qué pasa Vladimir? ¿Loreta te rechazó? —pregunta con ansiedad.

—No, es algo peor. Está mal, se queja de un fuerte dolor de estómago y está sangrando...

Luisa no deja que siga hablando y se levanta de su silla en el acto, pasa junto a mí por el estrecho pasillo al final de las escaleras que llevan a la parte superior del yate, empujándome hasta la orilla del mismo.

Sebastián la sigue con la misma actitud preocupada y cuando voy a subir detrás de ellos, noto que mis pies se han enredado con algo que sobresale en el suelo y voy a dar al agua.

—¡Luisa! ¡Marc! ¡Sebastián! —Justo en el momento que comienzo a gritar el yate enciende los motores y arranca a gran velocidad, dejando solo una estela de espuma blanca y a mí en el agua, en medio de la noche.

Antes de tener un ataque de pánico, no solo por ver mal a Loreta sino por imaginarme un tiburón, raya, orca, megalodón o cualquier criatura que aún no ha sido descubierta pero seguramente una de mis piernas tendrá la suerte de descubrir, respiro hondo y trato de pensar con cabeza fría.

«¡Bonita la hora que me da por recordar que hemos explorado más la Luna que el mar!»

Por suerte, recuerdo que mi celular es a prueba de agua y lo enciendo. Le queda un nueve por ciento de batería, pero creo que con eso podré llegar hasta la orilla. Abro Siri y busco como llegar hasta el puerto de Miami, que supongo es desde donde partimos, y rezo porque algún crucero u otro yate no vayan a atropellarme.

—Puerto de Miami, buscando... —anuncia la voz robótica desde mi celular—. Parece que estás en el mar...

—¡Gracias Siri, no me había dado cuenta! —respondo como si el aparato pudiera entenderme.

—Si deseas rentar un yate...

—¡Pues sería lo mejor, pero no encontraré ningún yate ahora!

—No entiendo tus instrucciones...

¡Esto no puede estar pasándome! Vuelvo a oprimir el botón para que Siri me entienda y trato de ser lo más claro posible.

—¿Cómo llego "nadando" hasta el puerto de Biscayne Bay? —pregunto pausadamente y el aparato guarda silencio un momento.

—Nadar en medio de la noche en el mar es peligroso...

—¡Ya lo sé! —le grito al aparato y antes de hacerme a la idea de que Siri no me va a ayudar para nada, se me ocurre abrir Waze a ver si tengo más suerte.

En efecto, la app me dice que nade hacia la derecha en línea recta por una milla náutica y como no tengo ni idea de cuánto es eso en realidad, voy a buscarlo a Google.

¡Casi dos kilómetros! Por suerte tengo buen estado físico, aunque eso al megalodón no le importará.



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