Capítulo 45: ¡El más afortunado del mundo!

Vladimir

Trato de olvidarme de ese desagradable encuentro con mi pasado y de vivir el bonito presente que Loreta ha tratado de construir para nosotros.

Me quito la máscara de los ojos. Delante de mí encuentro un enorme casino con un letrero que dice: Casino Ventura. Loreta se para dándome la cara y no puede ocultar en su expresión la emoción que siente.

—¿Te gusta la sorpresa? ¡Se llama como tú! —Su voz es casi un solo grito de euforia.

—Eh, sí, claro... ¿Por qué me trajiste acá? —Para ser sincero, había pensado solo en playa y rumba, nunca en venir a un casino a apostar.

—¡Porque es lo que te encanta! Y quiero compartirlo contigo, nunca lo hemos hecho. Además, adentro nos están esperando...

No entiendo a qué se refiere y antes de poder preguntar algo, Loreta toma mi mano y me hala hasta llegar a una enorme puerta de metal, donde le dice al portero su nombre y él da un código a través de un walkie-talkie.

—Ustedes entran por esa puerta. Sigan por favor, bienvenido señor Ventura —dice el hombre indicándonos el camino.

Loreta va hacia una puerta contigua a la entrada principal que es la que utiliza todo el mundo, y antes de abrirla se gira para quedar de nuevo frente a mí. Parece que va a decir algo, pero solo se inclina y me da un beso en los labios.

Abre la puerta y al entrar, escucho un grito de ¡SORPRESA! —últimamente escucho esa palabra muy a menudo— y me reciben varios empleados del casino, soltando bombas de colores y confeti.

—¡El hombre que nunca pierde! ¡El más afortunado del mundo! —exclama un hombre que se acerca a mí ofreciéndome su mano—. Mucho gusto señor Ventura, soy Javier Jiménez, el gerente del casino Ventura. Su novia nos ha contado sobre su reputación, y de hecho hemos visto en internet las entrevistas que le han hecho... Es un honor tenerlo aquí.

—Oh... —Empiezo a sentir algo que podría describirse como ¿pánico escénico?— Pues, muchas gracias. Espero estar a la altura.

—El hombre más afortunado de todo el mundo seguro que lo estará. La casa le da un millón de pesos de cortesía para que comience a apostar, si desea invertir más, estaremos encantados de atenderlo, por supuesto.

Supongo que en otro momento habría sido una bonita sorpresa. Pero hoy... no sé. Me gustaría hacer esto sin llamar tanto la atención. Nunca he sido de los que les guste robarse el show, pero al mirar a Loreta me percato de que sonríe encantada y ve todo con un brillo especial en los ojos.

—Por cierto, señor Ventura —continúa el hombre—, con su novia coordinamos hacer un pequeño video y algunas entrevistas al final de su visita... Ya sabe, para el recuerdo.

—¿Para qué utilizarán el video?

—Lo colgaremos en nuestro sitio web. Usted entenderá, nos ayudará con mercadeo.

—Preferiría no hacerlo —respondo dudoso.

—Ay V, será divertido... te prometo que si al final no te gusta la grabación, la pedimos y nos la llevamos para que nadie la vea —afirma Loreta tratando de convencerme.

El gerente vuelve a asegurar que si lo deseo, al final me devolverán el original de la grabación y yo acepto con un ¿por qué no? Tal vez después de todo sigo siendo el hombre más afortunado del mundo y el video sea un buen recuerdo.

Comenzamos a caminar al rededor del lugar; por entre las enormes máquinas tragamonedas y las mesas de black jack. El sitio es muy colorido, aunque su iluminación no es muy brillante. En seguida noto las similitudes con la mayoría de los casinos a los que he asistido; todos parecen parte de la misma franquicia, acorde con lo que se busca psicológicamente con la decoración de un casino estándar. Todo está calculado con frialdad, para que el subconsciente te obligue a apostar por horas y horas. Aunque el ambiente es agradable, me gusta más el casino de Cali. A lo mejor lo prefiero porque es como mi segundo hogar.

Hay mucha gente en el sitio, muchos turistas, según lo que puedo inferir gracias a su vestimenta. Loreta va preguntándome sobre cada juego o máquina, se ve muy entusiasmada y con ganas de aprender.

—Bueno —dice muy segura, parándose frente a mí mirando al rededor del casino—. ¿En cuál quieres que comencemos a probar suerte?

Ouch. "Probar suerte" es algo que no quiero hacer esta noche, ni en este viaje, de hecho me gustaría no tener que ponerla a prueba nunca, pero Loreta se ha esforzado por darme una sorpresa que creía que me iba a gustar, y no sabe de mi diatriba interna; no quiero arruinar sus ilusiones.

—¿Qué te parece si probamos primero la tuya? No necesito probar mi suerte —propongo para tratar de extender el momento en el que tenga que apostar algo para perder.

—Ah, yo tampoco necesito probar la mía, ya me siento muy afortunada... —Hace una pequeña pausa como si le costara trabajo lo que va a decir—. Estoy contigo.

La sonrisa que me dedica me hace besarla con pasión, aunque detesto las demostraciones públicas de cariño.

—Quiero que comiences tú —le digo sosteniéndola entre mis brazos y mirándola con amor.

Ella se separa un poco de mí y vuelve a mirar a su alrededor, pero su expresión es algo confusa.

—No tengo ni idea de qué hacer en un casino... ¿Qué me recomiendas tú?

—Vamos a la ruleta, creo que te gustará. —Es un juego sencillo para comenzar, fue de los primeros en los que empecé a descubrir lo buena que era mi suerte.

Ambos caminamos hacia la ruleta, que tiene algunas personas haciendo apuestas, bebiendo y riendo.

La cámara que nos ha seguido todo el camino se mueve con nosotros. Me siento como un animal en un zoológico, observado como un bicho raro, aunque afortunadamente el camarógrafo ha sabido conservar su distancia.

—¡Hagan juego, señores! —exclama el crupier, en un tono de voz más alto del que creo que es necesario.

—¿Ahora qué deben hacer? —pregunta Loreta observando todo muy atenta.

—Cada jugador debe poner lo que quiere apostar sobre el tapete. El crupier gira la ruleta y, dependiendo de dónde caiga la balota, puedes ganar o perder según el lugar donde hayas puesto tus fichas. Es más fácil de entender cuando ves el juego y a sus ganadores —continúo mientras la ruleta gira y la balota salta de lugar en lugar.

Un par de jóvenes apuestan una ficha al negro. Una mujer de unos cuarenta años hace su apuesta en un vértice de cuatro casillas, y hay una pareja extranjera que ubica varias fichas en el ocho; supongo que el cambio de dólares a pesos les hace sentir que están apostando chichiguas.

El resto de los jugadores reparte sus apuestas por la mesa, y veo que Loreta observa todo con una expresión que en esta tierra sería "¿Que's toda está mondá?". Me río internamente por ese pensamiento y me relajo un poco. Me recuerda a mis primeras veces en los casinos.

—¡No va más, señores! —grita el crupier de nuevo.

La ruleta empieza a girar y después de unos minutos, se detiene en el veinte. Se escuchan varios suspiros y exclamaciones de decepción, y unos cuantos gritos de euforia.

—¿Qué pasó ahí? ¿Quién ganó? —pregunta Loreta en voz muy baja.

—Mira, quién más ganó fue el hombre con la camisa de flores que está frente a nosotros. Apostó trece fichas entre el veinte y el veintiuno, por lo que su "caballo" le va a pagar diecisiete veces el valor que apostó, y le devuelve la apuesta. La pareja rubia bronceada en extremo que está allá —digo mirándolos para que Loreta pueda entender quiénes son—, apostaron a dos columnas, por lo que ganarán la mitad de lo que apostaron. El par de amigos que están a nuestra izquierda apostaron una ficha al negro, y como el veinte es negro, ganaron lo mismo que apostaron.

Loreta asiente mientras le voy explicando y puedo notar cómo se va entusiasmando con la idea de apostar. Me recuerda mucho a mí y a lo deslumbrado que me sentía las primeras veces que entraba a un casino. Yo fui muy cauto; a pesar de que tuve quién me explicara los detalles más importantes de los juegos, al inicio me quedaba observando con atención a cada jugador, detallando los movimientos, trucos, aprendiendo de memoria cómo apostar; pero aún más importante: cómo ganar.

—¡Vamos por fichas! —exclama emocionada Loreta; al parecer no comparte aquello de "analizar antes de actuar".

Cambio doscientos mil pesos en fichas y regreso a la ruleta. Se las entrego todas a Loreta y le hago una seña para que las ubique donde quiera.

Pone todas las fichas en el número diez, con absoluta seguridad.

—¡¿Estás segura que quieres apostarle todo a un solo número?! —pregunto deteniendo su mano unos momentos.

—Soy de las que va por todo —susurra muy cerca de mí—. No me digas que ahora te pones de gallina, ¿no se supone que nunca pierdes?

Se suelta de mi agarre y deja todas las fichas en la casilla que había escogido. El crupier cierra las apuestas y pone a girar la ruleta. Loreta se muerde las uñas, se rasca la cabeza, mueve un pie sin ningún tipo de control y cuando ve que la ruleta se va deteniendo, me agarra del brazo con tanta fuerza que deja unas marcas muy visibles a pesar de que ya no tiene uñas.

—¡Cálmate, Loreta! —exclamo en voz baja para que se controle un poco, me preocupa que se emocione tanto y pueda perder; no sé cómo reaccionará.

—¡Y el ganador es el diez! —grita el crupier con entusiasmo—. Felicidades a los ganadores...

Loreta pega un grito que hace que todo el casino volteé a mirarnos, y empieza a brincar con emoción, hasta que empieza a cojear una vez más.

—¡Ten cuidado! ¿Te duele el pie?

—Un poquito pero no importa. ¡Ganamos! ¿Ves? ¡Tu suerte continúa! ¡No la arruiné! —Creo que más que haber ganado, esa revelación es lo que más le importa—. Por cierto, ¿cuánto ganamos?

Okay, haber ganado también le importa. Hago mis cuentas mentalmente y me doy cuenta de que tal vez Loreta tenga razón, tal vez mi suerte le haya ayudado un poco. Después de todo ganarse siete millones doscientos mil pesos en el primer juego tiene mucho que ver con la suerte.

El grito de Loreta después de que le digo la cantidad que acabamos de ganar es aún más ensordecedor que el anterior. Hasta el chico que sostiene la cámara que nos ha seguido toda la noche casi deja caer el aparato para poder taparse los oídos.

El gerente aparece a nuestro lado de repente, acompañado de un par de meseras que nos traen bebidas y que sonríen en exceso para la cámara.

—¡Señor Vladimir, señorita Loreta! Veo que se divierten, ¿cómo me los tratan?

—¡Acabamos de ganarnos siete millones de pesos! —chilla Loreta con emoción.

La cara del gerente pasa de la amabilidad a la sorpresa en un santiamén.

—¡¿Pero cuánto llevan acá?! Creo que no van ni quince minutos... ¡Nunca habíamos tenido jugadores como ustedes, que ganaran tan rápido! Ahora entiendo por qué lo llaman el hombre más afortunado del mundo...

Las meseras nos rodean y el gerente le hace señas al joven de la cámara para que nos filme desde otro ángulo.

—Ahora apuesta tú... —sugiere Loreta pasándome las fichas que nos acaban de entregar para que continuemos con nuestras apuestas.

—Mmm, no, si quieres sigue tú, estás en una buena racha... —digo inseguro.

—¿Qué te pasa? ¡Si tú llevas años y años en buena racha! Además estoy segura de que si tuve buena suerte, fue por tenerte a mi lado. ¡Eres mi amuleto! Vamos... ¡Apuesta! Vladimir... Vladimir... Vladimir... —Empieza a corear mi nombre y a aplaudir, rápidamente la gente empieza a rodearnos y a seguir a Loreta con las palmas.

El crupier me mira impaciente esperando que tome una decisión, y el resto de la gente espera con entusiasmo a que escoja mi apuesta.

—¡Hagan juego! —grita el crupier por encima de las voces de los demás.

Respiro hondo y al fin decido arriesgarme. Lo más posible es que gane, como lo vengo haciendo desde hace años y que todo este miedo que tengo desde hace unos días sea solo la paranoia que le entra a uno cuando pasa por la crisis de los veinticinco, bueno, de los veintinueve.

Después de lo que al crupier le parece una eternidad, pongo diez fichas en el catorce, diez para apostarle al negro y cinco para número impar. Con eso reduzco bastante mis probabilidades de perder. No soy tan arriesgado como mi novia.

—Gallina —susurra Loreta muy cerca de mi oído para que nadie más la escuche.

Todo el mundo empieza a aplaudir y se quedan mirando expectantes la ruleta cuando el crupier la hace girar. Loreta sigue sonriendo como nunca la había visto sonreír, y el gerente sigue dando indicaciones al camarógrafo, tratando de acomodarlo en el mejor ángulo para que capture nuestra expresión al ganar.

Siento que estoy atrapado en el tiempo porque la ruleta desgraciada no se detiene. De repente me parece que esto no fue una buena idea, pero trato de calmarme con mi respiración otra vez.

—¡Y el ganador es el treinta y dos! —anuncia el crupier y todo el mundo se queda mirándonos en silencio por unos cuantos segundos, y siento como si el mundo se hubiera detenido y los segundos, que antes caminaban tan lentos, se detuvieron por completo. Ni catorce, ni negro, ni impar.

Poco a poco el resto de la gente me mira decepcionada y regresa a sus actividades normales, mientras Loreta pone su mano en mi espalda y empieza a acariciarme con dulzura.

—No te preocupes, no perdimos tanto... —susurra muy cerca a mi oído. Su voz se oye muy lejana, como si me hablara desde otra dimensión y no soy capaz de mirarla a la cara, no quiero ver su expresión decepcionada.

De reojo noto que el gerente le hace señas al camarógrafo para que deje de grabar y dice algo que no logro entender o simplemente no me importa escuchar, y ambos hombres se van.

—¿En dónde más quieres que apostemos? —sugiere Loreta con su voz aún calmada.

Una sensación de quemazón empieza a subir por mi garganta y la saliva se acumula en mi boca. Repentinamente me doy cuenta de que necesito un baño con urgencia, y salgo corriendo, ignorando a mi novia por completo.

Salgo del cubículo del baño y me enjuago la boca para quitarme el sabor de mis jugos gástricos. Me miro en el espejo y me doy cuenta de que no soy el mismo hombre que antes. El hombre más afortunado del mundo ya no me mira desde el reflejo que tengo en frente.


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