Capítulo 4: ¡Mamacita!
Vladimir
Sus movimientos son hipnóticos, debo confesar. Tiene algo que brilla e ilumina todo el auditorio. Ni siquiera recuerdo por qué pasaba por aquí, solo sé que eché una mirada a la puerta entreabierta del recinto, y lo primero que vi fue a la mujer de sensuales caderas que conocí desnuda la otra noche.
No sé cuánto tiempo llevo aquí de pie, observándola, pero se ha sentido como un par de segundos. Tiene una forma de bailar que te obliga a no quitarle la mirada de encima. Sus compañeras de baile son tan hermosas como ella, pero Loreta tiene algo que sobresale y opaca el resto del escenario, incluso con su ropa de practicar, despeinada y sin maquillaje.
Me encantaría ver su show.
El ensayo termina más pronto de lo que a mí me gustaría y los bailarines empiezan a tomar sus cosas para a salir por la puerta junto a la que estoy ubicado. Loreta y su amiga hablan con un tercer bailarín. Ríen y me miran de vez en cuando. Debe haberles contado que la rechacé. Estoy segurísimo de que piensan que soy gay y, para ser sincero, ya estoy acostumbrado a eso.
Juan viene hacia mí cuando no quedan más que Loreta y sus amigos sobre el escenario.
—¡Señor Ventura! Hace mucho tiempo no lo veía por acá —exclama con voz cantarina.
—Juan —respondo estrechando su mano—, felicitaciones por el nuevo show. Estoy seguro que será genial, como todo lo que haces. ¿Cuándo son las presentaciones?
Juan me mira lleno de orgullo. Adora los elogios, más cuando son con respecto a su trabajo.
—Las funciones son jueves, viernes y sábados. La de hoy será más grande y sorpresiva que la de ayer, los sábados son nuestras noches especiales. Te espero allá.
—Seguro que sí —afirmo dirigiendo mi mirada hacia la bailarina que camina con elegancia hacia la puerta y a la que no le he podido quitar la mirada de encima.
—Bueno, pues nos veremos esta noche. Te dejo porque debo ir a preparar un montón de cosas que aún faltan ¡Adiosito! —Juan sale rápidamente, seguido por los bailarines que acompañaban a Loreta.
Ella se detiene justo frente a mí.
—¿Sabes que un show no sorprende tanto si te quedas a espiar en los ensayos? —pregunta.
—Me gusta ver los ensayos, lo hago con regularidad —miento.
Me mira un poco molesta —no sé por qué— pero sale rápidamente de la sala.
Salgo detrás de ella y la sigo sin decir nada. No puedo dejar de preguntarme por qué estará molesta, creí que había sido un caballero anoche.
Por eso no tengo relaciones largas. Bueno, por eso y porque no puedo enamorarme. Es un tema que no toco mucho con nadie pues siempre me miran como si estuviera loco cuando les doy mis razones. Y para ser sincero, no me importa que alguien lo entienda. Prefiero concentrarme en mis juegos y mis apuestas.
Termino de cenar solo en el restaurante del hotel y me quedo un momento a observar cómo el recinto se desocupa poco a poco. Unas cuantas familias, muchas parejas y algunos hombres de negocios cenan despreocupados en las mesas a mi alrededor. Hoy no he podido cenar con Pablo, mi mejor amigo —mi único amigo en realidad—, pues tenía turno en el casino, pero estar solo no me molesta. No fue difícil acostumbrarme a estar conmigo mismo, de hecho desde pequeño lo he disfrutado. Mi mamá siempre me llamaba "cusumbo-solo", como aprendió a hacerlo de las otras madres caleñas.
El show está a diez minutos de comenzar. Mi ansiedad me obliga a levantarme de la mesa, voy con rapidez al baño a cepillarme los dientes y verificar mi aspecto antes de ir a tomar mi lugar dentro del público que va a ver a Loreta. Bueno, a su compañía de baile, pero yo sé que no podré quitarle los ojos de encima a ella.
Tendré que controlarme, o esto pasará a ser una obsesión que no puedo permitir. La última vez que algo mínimamente parecido sucedió, tuve que irme del país un tiempo. Pablo dice que soy un exagerado, pero yo creo que no se puede tentar a la suerte.
Llevo diez años demostrándole que tengo razón.
Esta noche lo he invitado al show. Sé que a él le gusta la salsa tanto como a mí, y ¿ver hermosas mujeres bailando en trajes tan pequeños que parecen estar desapareciendo? Le encantará.
En el auditorio ya hay algunas personas buscando sus lugares. Yo he comprado dos asientos en la zona VIP, por lo que voy derecho hacia mi lugar, conozco perfectamente la ubicación de las sillas; ya perdí la cuenta de cuántos shows he visto aquí. Dos minutos después llega Pablo, me saluda y se sienta a mi lado.
—¿Llegó hace mucho, parce? —me dice con voz agitada, parece haber llegado corriendo. Es exagerado con la puntualidad, igual que yo. Es una de las tantas cosas en las que nos parecemos.
—No, acabo de llegar.
—Ah, qué bueno. Pensé que ya habían comenzado, y no quiero perderme ni un pelo.
Aún no le cuento a Pablo de mi encuentro con Loreta. Quiero saber qué piensa de ella antes de que me diga que será una más de la larga fila de mujeres que he ignorado con tal de no enamorarme. Siempre me echa cantaleta por lo mismo; a veces no sé si es mi mejor amigo o mi mamá.
De repente apagan los focos y un ritmo latino comienza a sonar por los altavoces. Las luces del escenario enfocan a un grupo de cuatro hombres que empiezan a mover su cuerpo al ritmo de la música. Su vestuario azul de lentejuelas brilla de una manera que te obliga a prestar atención a cada movimiento.
Hombros, brazos, caderas y pies que se mueven más rápido de lo que nunca había visto, deslumbran al público que los mira con atención. Qué forma de bailar, parecen de caucho.
Otra luz se enciende detrás del escenario y salen desfilando de manera seductora cuatro hermosas mujeres que se ubican frente a los hombres. Con gracia comienzan a imitar los pasos de los caballeros que ahora las observan quietos como estatuas.
El vestuario de ellas es pequeño, pero muy llamativo. ¿O serán ellas por sus propios méritos las que llaman la atención? La parte superior es parecida a un brasiere pero con lentejuelas azules que hacen juego con el vestuario de los caballeros. En la parte de abajo tienen un short brillante acompañado de una cola llena de boleros, parecida a la de un pavo real sin abrir.
El grupo de mujeres intercala los pasos con los hombres, como retándose en silencio a superar su talento. La música continúa y parece que cada vez fuera más rápida; tanto hombres como mujeres no dejan de sonreír en ningún momento.
Ambos grupos de bailarines caminan uno en frente del otro hasta que cada hombre agarra a una mujer. Al principio no distingo muy bien cuál es Loreta, pero luego de un paso que incluye muchas vueltas me doy cuenta de que ha pasado del fondo a la parte de adelante, con el chico que ensayaba con ella en la tarde.
La música se detiene de repente y las luces se apagan. Pasan más o menos unos dos segundos y un solo haz de luz se enciende sobre el centro del escenario, iluminando a una pareja que se encuentra abrazada, mientras el resto de bailarines los rodea de rodillas, como si les estuvieran rindiendo un tributo.
Empieza a sonar nuevamente la música, pero esta vez no es rápida, sino suave, lenta y sexi. Los bailarines empiezan a moverse, girando sobre sí mismos mientras se separan y luego se vuelven a unir, moviéndose con sensualidad. Se miran con deseo, con mucha pasión, como si quisieran devorarse. Me sorprendo al darme cuenta de que no había notado que era Loreta. En un momento la música sube de ritmo y sus movimientos se hacen más veloces sin perder la sincronía.
La canción habla de una traición y un corazón roto, y Loreta y su pareja acompañan la coreografía con una actuación dramática de la letra de la pieza. En un momento la música se detiene, al mismo tiempo que la mujer empuja a su hombre y este desaparece detrás de los demás bailarines.
El foco de luz se hace más delgado y ahora solo la enfoca a ella. Una canción comienza de nuevo, pero ahora es mucho más rápida y Loreta comienza a bailar velozmente. El mundo se desvanece a su alrededor; ahora no veo más bailarines, ni público, ni escenario. Solo ella y la luz que la ilumina.
—¡Mamacita! —Pablo me saca de mis pensamientos con su grito. Varias personas que nos rodean le piden guardar silencio; otros lo miran mal, como sintiendo vergüenza ajena.
—Sí, lo es, pero de eso hablamos más tarde... —Trato de recordarle que este no es el momento ni el lugar de demostrar tanta efusividad.
—Recordame ¿por qué no habíamos ido antes a ver shows de salsa?
Suelto una discreta risa y vuelvo a concentrarme en lo que pasa en el escenario. Todos los bailarines se han puesto en pie y ahora cada pareja baila igual que las demás, parece una imagen duplicada muchas veces.
El show continúa por otros diez minutos, intercalando coreografías perfectas, saltos, piruetas en el aire, vueltas y actuación. Se nota que Loreta es la estrella, todos los bailes giran en torno a ella.
No me sorprende para nada el cuerpazo que tiene; bailando de esa manera desde quién sabe cuándo, tienen que desarrollarse los músculos.
El show acaba y el público se levanta de su asiento aplaudiendo emocionado. Yo hago lo mismo y de pronto empiezo a arrepentirme de haber dicho que no la otra noche.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top