Capítulo 37: ¡Me encantaría tener un bebé tuyo!
Vladimir
Trato de llamar a Loreta a su celular, pero no contesta. ¡Ah, pero qué tonto! Acabo de recordar que su celular también se descargó. Desde que salió corriendo como una loca hace unos veinte minutos, me ha preocupado un poco. Lo peor es que ni siquiera entiendo por qué salió de esa manera. Supongo que esto nunca le había pasado, si fuera así tal vez sabría que la pastilla del día siguiente puede tomarse hasta setenta y dos horas después de haber tenido relaciones sexuales.
«Es increíble, las cosas que sé» pienso. Bueno, supongo que estar con tantas mujeres me ha enseñado sobre diversos temas femeninos. Y ahora los puedo aplicar con la única mujer con la que quiero estar.
Mientras espero que Loreta regrese y se le pase la crisis, organizo un poco la habitación, el baño y voy a la cocina a ver qué puedo hacer para que desayunemos. En la nevera encuentro algunos huevos, salchichas, cebolla pero no tomate y algunas frutas como para hacer jugo. Me decanto por hacer pericos con salchicha y preguntarle qué quiere tomar cuando regrese.
Al reventar uno de los huevos, noto que tiene una cosa negra por dentro que huele muy mal. De inmediato lo tiro a la basura, pero mi puntería falla y al tirarlo, cae en el piso desparramándose por todos lados.
Resoplo molesto y dejo la limpieza de ese desorden para después del desayuno. Reviento otros dos huevos y los pongo en un plato para batirlos. Pongo la sartén con un poco de mantequilla al fuego, pero olvido que no he partido las salchichas y mientras lo hago, la sartén empieza a quemarse.
Echo las salchichas y sobre ellas el huevo, y recuerdo que tenía que poner sal. ¿Puede haber alguien más impedido para la cocina que yo? Con suerte los huevos quedarán comestibles.
Termino de preparar todo y lo sirvo en los platos, que dejo sobre el mesón de la cocina para que se enfríen un poco mientras Loreta llega. ¿Dónde estará?
Voy al baño a lavarme las manos, algo que acostumbro a hacer en las pocas ocasiones que cocino. Me paro frente al espejo y noto los estragos del trasnocho del día anterior, se han hecho un par de bolsas en mis ojos; parezco un mapache. Espero que a Loreta no le moleste verme en este estado.
De repente, el espejo en el que me estoy mirando se suelta de la pared, cae al suelo y se hace mil pedazos. Al revisar el muro puedo notar que la humedad del baño había vencido un poco la resistencia del muro; era solo cuestión de tiempo para que se desplomara.
Me seco las manos y voy a revisar si mi celular ya terminó de cargar. De pronto, escucho un sonido como de comida siendo masticada que viene desde la cocina y salgo corriendo para encontrarme con lo que temía: Ebisu se paró en dos patas frente al mesón y acabó los huevos.
—¡Ebisu, quieto! —gritarle es mi primer impulso aunque mucho ya no se puede hacer por el desayuno.
El gato se asusta y al bajarse con rapidez, tumba uno de los platos que también se hace añicos.
¿Pero que clase de mala suerte es esta con la que amanecí hoy?
«Oh, no. ¿Mala suerte?»
Algo dentro de mí se revuelve y tengo una sensación extraña en el estómago. Espero que sea hambre, aunque así no es el hambre que hasta ahora he sentido.
Voy a limpiar el huevo podrido que está en el piso y a recoger el plato quebrado, pero me enredo con mi propia pantufla y caigo arrodillado sobre los restos del plato. Mi rodilla empieza a sangrar. En ese momento oigo que el citófono suena y me dirijo a contestarlo. Por fin ha llegado Loreta.
Voy a dejarle la puerta abierta y me siento en uno de los asientos del comedor para revisarme mejor la herida.
—Ay, casi que no consigo una droguería —dice Loreta entrando al apartamento—. ¿Y a ti qué te pasó?
Se acerca con preocupación y se sienta en otra de las sillas. Examina mi herida con determinación.
—Es una larga historia... que demuestra que la cocina y yo no nos llevamos bien —aseguro.
—¿Tienes botiquín?
—Sí, está en el baño del pasillo.
Loreta se dirige hacia donde le he indicado y escucho un grito que me asusta y salgo cogeando hacia el baño. Temo que se haya caído o cortado con los vidrios del espejo.
—¡¿Qué es esto?! ¿Te agarraste a puños con alguien en este baño? —pregunta asustada e irónica.
—Solo fue un poco de mala suerte.
Su mirada se posa de inmediato sobre la mía al escuchar estas palabras. Estoy seguro de que ella también sabe lo que esto puede implicar.
Después del impacto de ver todo el espejo quebrado en el piso, Loreta encuentra el botiquín y con cariño y ternura me limpia la herida con Isodine y una gasa. Cuando termina, me pide que me recueste en el sofá, se encarga del desayuno y el desorden de la cocina y el baño. Sé que soy el anfitrión y soy yo quien debería atenderla, pero es tan insistente que no me atrevo a discutirle nada.
Mientras ella se desenvuelve como un chef profesional haciendo el desayuno, yo leo algunas noticias en mi celular y trato de no darle muchas vueltas a lo que ha pasado hoy. Primero el condón roto, luego el huevo podrido, el espejo, Ebisu y su apetito, el plato y mi rodilla. Tantas cosas no pueden ser coincidencia, pero no quiero ponerme paranoico.
—¡Voilá! —exclama Loreta llevando los platos del desayuno hasta la mesa—. Ven a sentarte, esto se debe disfrutar caliente, como todo lo que es bueno. —Lo que dice es acompañado por una mirada traviesa.
Sigo sus órdenes y me siento a su lado en la mesa del comedor, donde veo que ha puesto un par de huevos revueltos y café con leche. Llevo una cucharada del desayuno a mi boca y me sorprende constatar que tiene muy buen sabor.
—¡Esto está delicioso! —exclamo— ¿Cómo sabías que mis huevos favoritos son los revueltos?
—Porque te stalkié —dice entre risas—. No es cierto. Me alegra que te gusten así los huevos, porque son los únicos que sé preparar... mejor digamos que son mi especialidad.
Ambos reímos recordando la primera vez que comimos juntos en esta mesa.
—¿Cómo te fue con la píldora del día después? —pregunto para iniciar una conversación.
—¿Cuál píldora? Yo lo que fui a buscar fue una prueba de embarazo. ¡Me encantaría tener un bebé tuyo!
Los huevos de repente se me quedan atorados en la garganta. Y no hablo de los revueltos.
—¿Es en serio, Loreta? —Me atrevo a preguntar.
Ella asiente con la cabeza y yo siento que me quiero morir. Luego de unos cuantos segundos, suelta una carcajada y me provoca tirarle el tenedor que tengo en la mano.
—¿Cómo vas a creer? Sabes que en este momento lo que menos me gustaría es un bebé —dice tranquila y yo respiro aliviado—. Aunque ¿tan malo sería para ti un bebé?
Su pregunta me deja algo descolocado. ¿De verdad es un tema importante para ella? No puedo creer que acabamos de tener sexo y ya estamos hablando de este asunto. ¿No es una conversación para las bodas de plata o algo así?
—No sería malo, en el momento adecuado. No quiero que lo tomes a mal, pero apenas nos estamos conociendo, y un bebé podría complicarnos un poco la vida ahora...
—Espera —interrumpe—. ¿Por qué siento que me estás hablando en serio? ¿De verdad crees que me muero por un bebé? ¡Ahora mínimo me dices que quiero amarrarte!
Pues sí, creo que es un tema importante para ella. ¿No lo es para todas las mujeres? Por la cara que pone, supongo que no. Se levanta rápidamente de la silla y toma su plato y su vaso. Los lleva hasta la cocina y los deja en el lava platos. Luego se para frente a mí con aspecto serio; un aspecto que no me gusta para nada.
—¿Me puedes prestar una toalla e indicarme en qué baño me puedo bañar?
—¿No nos vamos a bañar juntos?
Me mira por un momento, pensativa y enojada.
—No te molestes, yo las puedo encontrar. —Da media vuelta y se dirige al pasillo.
Oigo que se azota una puerta y sé que he metido la pata. Recojo los platos, los dejo en la cocina y voy tras ella.
Por suerte, ha dejado la puerta del baño sin seguro, por lo que puedo entrar sin problema. El agua de la ducha corre y veo la ropa que Loreta tenía puesta, tirada en el piso. Parece que no se da cuenta de mi presencia, así que procedo a desvestirme y corro la división de cristal esmerilado.
—¡Agh! —grita, arrojándome un jabón a modo de defensa—. ¡Me asustaste!
—¿Y por qué? ¿Tan feo estoy?
No contesta nada y solo voltea los ojos. Es obvio que aún sigue enojada. Sin decirle nada, me meto a la ducha y pongo mis manos sobre sus hombros, haciéndole un masaje suave para que se relaje y tal vez, no me mate.
El agua corre sobre ella y me salpica. Loreta se queda inmóvil mientras mis manos bajan un poco más, aplicando una una presión un poco más fuerte. Noto que aunque trata de no inmutarse, su espalda se arquea sutilmente ante mi contacto.
Dejo de masajear y comienzo a acariciar, y después de recorrer su espalda entera, me dirijo hacia la parte del frente, rodeándola con mis brazos. Con mis dedos masajeo sus zonas más sensibles y rozo su delicada piel con toda la suavidad de la que soy capaz. Ella echa su cabeza para atrás y suspira, al final parece que la hago ceder y creo que he logrado disipar su rabia. Debería escribir un libro, soy un experto en mujeres.
—Ni creas que me olvidé del comentario sexista y retrógrado de hace un rato... —murmura.
«¡Rayos!»
Opto por cambiar de estrategia y la tomo de los hombros para voltearla. Si no puedo convencerla con mis manos, lo haré con mi boca. Queda frente a mí y me animo a besarla, arriesgándome a que me cachetee o mínimo, me rechace. Espero que no lo haga, pues verla así, desnuda, mojada y en mis brazos, está haciendo maravillas en mi ánimo.
Para mi sorpresa no me rechaza, sino que lentamente va cediendo ante mis movimientos hasta que el beso se torna más apasionado y mi erección empieza a presionar contra ella.
—Lore, sabes que mi intención no fue ofenderte. Es solo que nunca hemos hablado del tema, y he conocido a muchas mujeres cuya prioridad es ser madres.
—Pero nunca habías conocido a alguien como yo.
—Eso tenlo por seguro. Y es lo que más me gusta de ti.
Se empina un poco para volver a besarme, pero esta vez con suavidad y ternura.
—¿Sabes qué? Los bebés me parecen hermosos y tiernos, y tal vez algún día quiera tener uno, pero no es mi prioridad ahora. Lo más importante para mí en este momento es ganar el mundial de salsa y que tú y yo nos sigamos conociendo; el ritmo que llevamos me parece perfecto.
Nunca la había visto tan seria y madura. Tenía la impresión de que siempre era una loquita, pero ahora me doy cuenta de que tengo muchas cosas que descubrir de ella, y sé que todo lo que descubra cada vez me va a gustar más.
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