Capítulo 36: ¡Me está dando un ataque... de... diabetes!

Loreta

Por primera vez en mis veinti... pico años de vida, los rayos de sol que me dan directo en los ojos me despiertan y no me levanto con furia a cerrar las cortinas para seguir durmiendo, solo porque noto un brazo fuerte y masculino rodeándome. Podría estar recibiendo un rayo láser y no me movería ni un centímetro.

Sin embargo, la naturaleza llama y siento que mi vejiga se va a reventar. Muy despacio quito el brazo de Vladimir y con suavidad lo pongo a un lado de su cuerpo, para levantarme a ir al baño.

—Buenos días, bello durmiente, ¿cómo dormiste? —lo saludo cuando salgo del baño y veo que me mira con una sonrisa de oreja a oreja, que además le queda muy sexi.

—Como si hubiera estado abrazando a una princesa.

Suelto una carcajada y me vuelvo a acostar a su lado. Él se voltea un poco y quedamos frente a frente, separados por escasos centímetros. Su mano tímidamente empieza a acariciar mi brazo, erizando toda mi piel.

—Ay... ¡Me está dando un ataque... de... diabetes! —Exagero mi actuación como si de verdad me estuviera muriendo. Si me viera Meryl Streep se moriría de la envidia—. No te conocía ese lado tan cursi...

—¿Te molesta?

—Para nada —confieso traviesa.

Se acerca a mis labios y me da un beso lento pero delicioso que dura muy poco tiempo y me deja con ganas de más.

—¿Por qué te demoraste tanto en llegar anoche? —pregunto—. Te juro que por más que traté de esperarte el sueño me venció. Por cierto, tu baño está dañado.

—Ah, sí, no alcancé a decirte lo del baño. Y pues... ¿me creerías si te digo que a las cinco de la mañana no hay ninguna droguería abierta por aquí?

—¡Es indignante! ¿Qué derecho a dormir creen que tienen los dueños de las droguerías? —respondo exagerando mis gestos.

—Imagínate... Y uno a esa hora necesitándolos con semejante urgencia...

—Lo peor es que si me hubieras escuchado lo que te dije, te habrías enterado de que encontré un condón en tu mesa de noche.

Vladimir tuerce los ojos y los deja cerrados un momento, respirando profundo como tratando de calmarse. Ambos soltamos una sonora carcajada que dura varios segundos.

—Tenías mucha prisa anoche...

—Y ganas —asegura.

—Y... ¿aún tienes ganas? —pregunto en un susurro, acercándome a su oído.

—Siempre tendré ganas de ti.

¡No se diga más!

Mientras el ríe, me subo sobre él sin perder tiempo. Lleva sus manos a mi trasero y luego empieza a subirlas lento por mi espalda. Me deshago de mi camiseta —mejor dicho, de la camiseta que él me prestó— y volvemos a una situación muy parecida a la que teníamos en la madrugada.

—¿Sabes? Siempre me ha excitado más el sexo de día... —aseguro.

—Pues, qué bueno que no apareció anoche el condón. Espera... ¿dónde está? —pregunta preocupado.

Me inclino hacia delante y meto mi mano debajo de la almohada que utilicé en la noche. Saco el condón y lo sacudo coqueta, él sonríe de satisfacción.

Siento sus manos en mi trasero, agarrando con suavidad pero con ganas. Algo se pone duro debajo de mí y me muevo un poco buscando más contacto. Ay, solo pensar en lo que va a pasar me pone ansiosa y decido ir hacia su cuello. Mezclando besos y lamidas, voy bajando despacio desde el punto de partida hacia sus pectorales y sus... ¿hace ejercicio? Sé que corre, pero con ropa no se le nota tanto lo bueno que está. Beso su six pack y él se remueve un poco; su respiración agitada me excita y continúo en mi camino hacia su erección, que libero de su bóxer y comienzo a acariciar.

Vladimir comienza a respirar más fuerte. Llevo mis labios a su miembro, él se remueve, me mira, sonríe.

—¡Ahora sí, este era el banano al que quería llegar! —digo traviesa imitando los gestos que hice esa vez cuando me dio el arrebato de comerme un banano sexi frente a él.

Vladimir no puede evitar soltar la carcajada, que me hace reír a mí también.

—¡Ponte seria, Loreta! —exclama haciéndose el enojado.

Sonrío, le pico un ojo y vuelvo a lo que estaba. De vez en cuando dice mi nombre entre gruñidos y unas cuantas instrucciones que igual no son necesarias —"así", "sigue", "me encanta"— pero que igual me ponen como una estufa y cuando siento que está a punto de quedar satisfecho, paro, pues no quiero que la cosa se acelere tanto.

—Acuéstate —me pide.

Le hago caso y él se pone sobre mí, primero besándome con ansias y demasiada sensualidad, luego se dirige hacia zonas más sensibles, aplicando la suficiente fuerza como para que no sea doloroso sino excitante y delicioso; mucho mejor de lo que tantas veces me imaginé.

Vladimir baja y reparte besos y lamidas en mi abdomen, lo que me hace reír pues soy especialmente sensible en esa zona, siempre he sido demasiado cosquillosa. Mi risa lo frena un poco y cuando lo miro, noto que está sonriendo. Agradezco que no se queda mucho ahí y baja hacia mi pubis, donde me quita cualquier impedimento que separe su boca de mi piel.

«¡Vírgen del agarradero, qué lengua!»

Con habilidad, le pongo el preservativo. Él me observa mientras lo hago y cuando termino, echa su cabeza para atrás.

—Sí... —exhala.

Sin perder más tiempo —siento que he esperado toda la vida para saber qué se siente— lo introduzco en mí. Él cierra sus ojos y sonríe como si estuviera probando un algo cien por ciento nuevo y delicioso, pero yo soy incapaz incluso de parpadear. No quiero perderme ni una de sus expresiones, ni un suspiro, quisiera grabarlo para verlo todas las noches antes de quedarme dormida.

Había dicho que solo quería acostarme con él, que lo mío no pasaba de una mera atracción, ¿pero a quién quiero engañar? Está claro que estoy más tragada que tanga de torero.

—¡Sí, Loreta!

Cada vez que dice mi nombre es como si me inyectaran sexualidad o algo que hace que mi cuerpo se estremezca, y aunque no soy de las que hacen un escándalo, Vladimir lo hace tan bien que me dejo llevar un poco con los gemidos y los gritos. Espero que sus vecinos estén profundamente dormidos, aunque no tengo ni idea de qué hora es.

—Me encanta escucharte...

No tardo mucho en volver a sentir la contracción de todo mi interior y mi orgasmo se libera en algo tan intenso y delicioso que es mucho mejor a todo lo que imaginé con Vladimir. Él acelera y aplica más fuerza a sus embestidas y escucho un gruñido profundo y masculino cuando encuentra por fin lo que hace tanto rato buscaba.

Caigo rendida sobre su pecho por la intensidad de lo que acaba de pasar y él empieza a acariciar mi espalda con suavidad, produciendo escalofríos en esos puntos que están tocando sus dedos.

—Si hubiera sabido que esto era así, nunca te habría dicho que no la noche que nos conocimos —dice casi susurrando. Es el tono de voz más sexi que he escuchado en la vida.

—¿Ves de lo que te perdiste todo este tiempo? —aseguro satisfecha.

Con su mano levanta un poco mi barbilla buscando mis labios. Me besa con tanta intensidad que empiezo a sentir que me mojo otra vez. Lo mismo pasa con su erección.

—¿No me vas a dejar salir de la cama hoy? —pregunto sopesando contenta lo que implica que diga que no.

—Pues... es bastante tentadora la idea. Pero hay que desayunar, además hay otros lugares de los que me gustaría no dejarte salir...

Debo verme ridícula con la cara de idiota que siento que acabo de poner, aunque para ser sincera, no me importa. Llevaba esperando esto hace mucho tiempo y en ocasiones así, se vale hacer el ridículo.

Sigue acariciándome y mientras planeamos qué vamos a desayunar, ni me doy cuenta que poco a poco ambos volvemos a la normalidad.

—Eh... algo se está saliendo de su contenedor... —dice Vladimir mirando hacia abajo y de pronto caigo en cuenta de que el condón ya está usado... y lleno.

Aunque no es mi intención, pego un brinco que me lanza hasta el otro lado de la cama como si me hubiera dicho que estaba acostada sobre una cucaracha.

—¡No, pues, qué asco! —exclama soltando una carcajada.

—Ay, perdón... —Me río—. No es asco, ¿cómo se te ocurre?, es solo que esa cosa embaraza ¿sabes?

Asiente y se levanta dirigiéndose al baño de la habitación. Me quedo un rato recostada sobre la cama, desnuda y desbordando felicidad y satisfacción conmigo misma. No solo hace mucho no me pegaban una revolcadita, si no que ha sido Vladimir el que me sacó de mi verano. Este día no lo podré olvidar tan fácil.

—Eh... Loreta...

—¿Dime? —respondo al hombre que me llama desde el baño. ¿Será que quiere segundo round?

Me levanto entusiasmada y voy hacia él. Me paro en el marco de la puerta, sonriéndole coqueta, llevando una mano sobre mi cabeza y la otra a mi cintura, para acentuar una pose que marca mis curvas. De repente, veo que me mira con expresión preocupada y ya no me gusta el jueguito.

Mi pose sensual desaparece y me paro recta de nuevo.

—¿Qué pasa?

—Se rompió el condón —asegura.

Todas las tripas se me mueren y siento que un vacío se instala en mi estómago. Sin decirle nada salgo corriendo a buscar ropa, zapatos y mi billetera.

—¡Loreta!

Ahora soy yo la que ignora sus llamados y me visto en lo que probablemente deben ser milisegundos.

Salgo corriendo de su apartamento y al ver que el ascensor no llega rápido, bajo las escaleras como loca. No tengo ni idea de qué hora será pero seguro debe haber una droguería abierta. Cuando llego a la portería del edificio, el portero me mira algo extrañado —seguro no recuerda cuando llegué anoche con Vladimir— y una pareja de ancianos que espera el ascensor, me miran raro, pero los ignoro.

Tengo cosas más importantes de las cuales preocuparme en este momento.


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