Capítulo 31: ¿Sangre de marrano?
Loreta
No recordaba lo genial que es tener una amiga como Dani. Hoy es el día libre de ambas así que lo pasamos juntas recordando viejos tiempos. Resulta que a ella se le da genial cocinar —cosa que yo nunca aprenderé a hacer— así que preparó una lasaña exquisita para el almuerzo, y la charla continúa mientras comemos el postre.
—Y entonces, amiga, ¿por qué Vladimir no te para bolas? Se le ve por encima que le importas muchísimo, ni qué decir que le encantas.
—Ay, Dani, esa es una pregunta que me he hecho muchas veces. Creo que como dices, le tiene fobia al compromiso —respondo con algo de pesar.
—Pues es una lástima, porque está más bueno que el pan dulce. O que este postre.
Guardo silencio un momento y le doy una mordida a mi postre de limón, que Luisa compró hace unos días pero que se sentía muy solito en la nevera porque ella lo olvidó por completo. Dani tiene razón, ¡está buenísimo!
—Bueno, Lore, cuéntame, ¿es súper divertido ser bailarina de salsa? ¿No te marean tantas vueltas?
Me hace reír. Como siempre lo ha hecho.
—A lo de las vueltas te acostumbras con el tiempo, igual que a los tacones. Yo amo ir a trabajar, incluso aunque a veces me encuentro con gente muy desagradable.
—¿Gente desagradable? ¡Esto se pone interesante! —dice acomodándose en el sofá para que hablemos más a gusto— Cuéntamelo todo sobre la zunga que te está molestando.
—¿Cómo sabes que es una mujer?
—Amiga, porque los hombres no joden. No en ese sentido, al menos.
Bueno, sí, eso es verdad.
—Tienes razón. Pues es una estúpida envidiosa que quiere robarme el protagónico y siempre nos hemos llevado mal. De hecho, ahora que lo pienso... te encuentro en el momento perfecto de mi vida.
—¿Ah sí? ¿Y eso por qué?
—La muy desgraciada me hizo una broma que tiene que pagar. Además habla pestes de Luisa y Sebas; quiero darle un escarmiento. Había pensado en Lu para que me ayudara, pero con lo de su mamá... la pobre no tiene cabeza.
—Pues adivina qué; el Niño Dios me trajo un kit de tortura para estas ocasiones.
Ambas nos reímos con fuerza y comenzamos a urdir un brillante plan de venganza contra Marcela. Toda la tarde nos la pasamos rayando hojas de papel, borrando, buscando en internet, comiendo y volviendo a rayar en hojas nuestros planes macabros.
El efecto del poco licor que teníamos se nos fue pasando, pero no hizo falta tomar más, nosotras siempre hemos sabido cómo divertirnos. Desde el bachillerato nos convertimos en expertas conspiradoras y eso nos trajo muchos problemas, pero al menos nuestros compañeros sabían que no se podían pasar de listos con nosotras.
Entre charla y charla, recordamos una anécdota en la que no pensaba hace mucho tiempo. Había un muchacho de un curso más adelante que era el amor platónico de Dani. Él nunca nos había hablado ni nosotras a él y la verdad no sabíamos mucho sobre su vida, solo que según mi amiga, él era el hombre perfecto para ella.
Después de mucho insistirle, por fin pude convencer a Dani de que se acercara a él, le hablara y hasta le pidiera su teléfono, a lo que el muchacho respondió amable pero sin darle a mi amiga esperanzas de más.
Un día, nos dimos cuenta al escuchar una conversación, que el muchacho estaba enamorado de una compañera de nuestro salón que nos caía mal. Dani estaba destrozada, no lo podía creer y yo no sabía cómo consolarla, así que decidimos tomar cartas en el asunto.
No recuerdo de quién fue la idea, pero entre las dos escribíamos cartas de amor que supuestamente escribía este muchacho y las metíamos en el maletín de nuestra compañera sin que se diera cuenta. Sobra decir que las cartas no parecían escritas por un poeta sino por un acosador de lo peor. El problema es que las cartas fueron a parar a la dirección del colegio y el muchacho fue suspendido. La chica quedó tan traumatizada que hasta la cambiaron de colegio.
Sí, a veces se nos pasaba un poquito la mano, pero esta vez no será igual. Solo le daremos a Marcela una cucharadita de su propia medicina para que no se le olvide que tenemos una cuenta pendiente, pero nadie saldrá herido.
Bueno, tal vez solo el orgullo de la tonta esa.
Con todo preparado y con la función del sábado a una pocas horas de empezar, Dani me espera deambulando por el hotel antes de que comience la función de hoy a la que he convencido a Juan de que la deje entrar. Hasta nos hemos conseguido una cámara Full HD para que grabe todo lo que está a punto de suceder.
No sé por qué pero estoy nerviosa. Sé que lo que estamos a punto de hacer puede tener consecuencias, pero no está en mi personalidad temerle a algo. Sin embargo, tengo un mal presentimiento.
Me encuentro con mi amiga cerca del camerino y finalizamos detalles de nuestro brillante plan.
—¿Estás segura de que trajiste todo? —confirmo porque si algo no olvido de Dani, es que es bastante despistada.
—Hasta la sangre de marrano.
—¿Sangre de marrano? ¡Ay Dios, Dani! En eso no era en lo que habíamos quedado.
—Es broma, tonta ¿nunca viste o leíste Carrie? Ay, olvídalo. En la bolsa está lo que me pediste.
Recibo el paquete y al abrirlo verifico que todo lo necesario esté. Por ahora el plan marcha según lo indicado.
Mi amiga se va a seguir deambulando por ahí hasta que la dejen entrar al teatro para dar inicio a la función, mientras yo regreso al camerino. Mis compañeros están en lo suyo, andando de aquí para allá, alistándose e hidratándose, algunos hablan entre sí para relajarse un poco. Yo, con disimulo, me acerco al maletín en el que Marcela carga sus cosas —y agradezco que la muy tonta nunca use su casillero— y lo abro tratando de ser lo más sigilosa posible.
—¿Qué haces, Loreta? —Camilo me hace pegar un brinco con su pregunta.
—Nada, nada que te importe.
—¿Estás saboteando a Marcela, verdad?
Me veo acorralada y no sé que decir. No conté con que tengo una sombra que nunca se aparta de mí y que siempre está pendiente de lo que hago. Por ahora tengo que conseguir que Camilo me deje terminar lo que estoy haciendo; más tarde pensaré cómo lo mantengo callado.
—No digas nada. ¿Serás capaz?
—Sabes que puedes meternos en problemas —dice molesto.
—¿Meternos?
—Si tú te metes en problemas, me quedaré sin pareja. Podré seguir bailando pero quien te reemplace no se amoldará tan rápido a mi ritmo y sé que ya no seré el bailarín principal. No puedo dejarte hacer esto.
Maldigo en mi interior porque este idiota me está dañando todo el plan. Me acercó más a él y empiezo a susurrarle para que nadie nos escuche.
—Escúchame Camilo. Esto es algo que necesito a hacer. ¿Cuánto vale tu silencio?
Sonríe satisfecho.
—Ya hablaremos de eso. Sigue con lo tuyo, yo te cubro.
Sé que le deberé algo muy grande, pero en este momento no me importa. Solo quiero poder hacer el cambio.
El resto de bailarines sigue en sus cosas sin notarnos demasiado. Marcela no demora en salir de la ducha, así que tengo que ser rápida. Camilo se para frente a mí para taparme con su cuerpo. No puedo creer que me esté ayudando.
Termino mi misión y veo que Marcela se acerca. Me levanto rápidamente y Camilo y yo caminamos hacia nuestros respectivos camerinos, mientras Marcela pasa a nuestro lado. Yo no puedo dejar de verla, sabiendo muy bien lo que se aproxima.
—¿Qué? ¿Estás viendo cómo se ve la próxima bailarina principal? —pregunta sarcástica, mirándome.
La ignoro y empiezo a cambiarme. ¡Bailarina principal, sí, claro!
—¡Cinco minutos! —Entra Juan gritando— ¡Loreta, mija, estás cruda! ¡Camilo, te esperan ya detrás del escenario! ¡Andrés, ¿por qué te veo sin zapatos?!
Cada función es igual, todos estamos preparados para salir pero Juan cree que nos falta todo y nos trata como si fuéramos estudiantes de colegio preparándonos para una función escolar. Ya nadie se enoja ni se siente mal porque sabemos que es producto de sus nervios y su personalidad ansiosa.
Mis compañeros empiezan a salir en orden y veo que Marcela pasa por mi lado, mirándome con odio. Eso también hace parte de mi rutina.
Las luces del sitio se apagan. Los focos empiezan a iluminar ciertas partes del escenario. El presentador da la bienvenida al público y yo me siento cada vez más ansiosa. Tengo muchísimas ganas de que Marcela reciba lo que se merece de una buena vez.
Empieza a sonar la música y los chicos salen uno tras otro, acomodándose en sus lugares y comenzando con su coreografía. Tras el acorde que indica la salida de las mujeres, todas empiezan a acomodarse en sus lugares, incluida Marcela.
Por ahora todo va bien. Solo espero que por una vez, las cosas salgan como las planeo.
Llega mi momento de salir al escenario y hacer mi show solo con Camilo. El público aplaude emocionado, como lo hace todas las noches y yo me luzco como nunca. No sé si es la adrenalina, o el saber que por fin me desquitaré de lo que me hizo esa tonta. El caso es que mi cuerpo se siente lleno de energía y se refleja en la coreografía y nuestra técnica para bailar.
Terminamos nuestro número y vuelven a salir todos a escena. Llegamos a la parte de la coreografía en que todas las parejas bailamos muy cerca unas de otras, sincronizados a tal punto que desde fuera parece que nos entrelazáramos, pero en realidad nunca llegamos ni siquiera a rozarnos.
De repente escucho gritos y siento que me empujan y me voy hacia adelante. Casi caigo sobre el público, pero en lugar de eso siento como Camilo me hala y caemos encima de los demás; incluso me parece haber visto un zapato salir volando.
«¿Qué ha pasado?»
La música para y todos los bailarines estamos en el suelo. Estamos en silencio, en shock, igual que el público, y estoy muy segura de que a Juan le están dando tres ataques cardiacos, dos infartos cerebrales y hasta el ébola en este momento.
Tratamos de ponernos de pie pero hay bolitas en el suelo, supongo que nuestro plan salió tan bien que, como lo esperábamos, el adorno en la falda de Marcela se destrozó con la fuerza del baile. Las bolitas nos hacen resbalar y volvemos a caer, una y otra vez. La cancioncita que se escuchaba en las comedias antiguas comienza a sonar en mi cabeza para acompañar la imagen.
En cuestión de segundos el telón del escenario se cierra y veo que Juan se acerca a nosotros histérico. Creo que puedo ver todas sus venas y arterias brotadas a través de su piel.
—¿Estás bien? —pregunta Camilo.
—Creo que me lastimé una muñeca.
—Tu broma salió terriblemente mal, Loreta.
Volteo a ver a mi alrededor y encuentro a Marcela levantarse, desnuda por completo, tratando de cubrirse sus partes, justo como yo cuando conocí a Vladimir. Veo que sale corriendo hacia la parte de atrás del escenario, llorando.
El resto de mis compañeros empieza a levantarse del suelo y a Juan por fin empieza a salirle la voz. Bueno, si a esos chillidos se le pueden decir así.
—¡Maldita sea! ¿Qué ha pasado aquí? ¡Marcela! ¡¿Qué demonios le pasó a tu vestuario?!
—Marcela está en el camerino, creo que se lastimó —dice Rubén, uno de mis compañeros.
Todos empiezan a susurrar y Juan sale hacia los camerinos a buscar a la bailarina en desgracia. Una desgracia que yo he causado y que sé que debería sentirme mal por ello y temer a las consecuencias, pero... nah, se lo merecía, y solo por eso, cualquier castigo valdrá la pena.
Mi apartamento está vacío. En los últimos días siempre está así, y empiezo a aburrirme de esta soledad. Cada vez que siento que quisiera hablar con alguien, pienso en Vladimir. Me gustaría que repitiéramos aquella noche en su apartamento, incluso si rechazara una noche de sexo conmigo otra vez. Podría hablar con él, escribirle o llamarlo, pero prefiero no hacerlo.
Podría llamar al doctor y decirle que jugáramos a la enfermera.
No, desecho esa idea y me tiro cansada sobre mi cama. Mi celular vibra y recibo un mensaje de Dani:
"Amiga, siento mucho no haberme quedado contigo. Espero que te sientas mejor con esto:"
Y me adjunta el video que grabó de la función de hoy.
Al principio se ve como cualquier show, pero después de unos cuantos minutos puedo ver bien el resultado de mi broma. Marcela y Rubén se encontraban en la fila frontal de bailarines, ella alzó la pierna para que Rubén le tomara el tobillo y se inclinara hacia atrás, con ese movimiento su vestuario se rompió. La parte superior e inferior del conjunto cayeron y la mujer se puso más colorada que un tomate. Su cara es digna para meme, lo que me provoca un ataque de risa con exceso de tos. ¡Ay Dios! Casi se me sale el pulmón.
Cuando logro controlarme, sigo viendo el video y me doy cuenta de por qué todos nos caímos de esa forma. Al notarse en esa bochornosa situación, Marcela trataba de taparse con sus manos esos pequeños limones y quiso salir huyendo, pero al darse la vuelta chocó con otra bailarina, lo que la hizo trastabillar. Para tratar de sostenerse, Marcela le haló el cabello a la otra; todo esto creó un efecto dominó y nos terminó enviando a todos al suelo, con zapatos y tocados voladores.
Sigo riendo, no lo puedo evitar. Sí, sé que alguien pagará por eso y que tal vez sea yo, pero ha valido cien por ciento la pena. Esa desgraciada al fin tiene su merecido.
Mi celular vibra y veo un mensaje de Juan, diciéndome que mañana necesita verme una hora antes del ensayo.
Oh, no.
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