Capítulo 30: Si quieres llevarme a mi casa, ¡tendrás que atraparme!
Vladimir
Odio eso de dar y dar vueltas en la cama. Después de asegurarme que Loreta llegara bien a su casa, tras seguirla desde una distancia prudente sin que se diera cuenta, traté de dormir un poco pero llevo más de dos horas enredándome en las cobijas. Soy de esas personas que aprecian sus ocho horas de sueño, pero no me gusta levantarme al medio día, y a este ritmo tendré que tomar una decisión: o no duermo nada, o me levanto muy tarde.
«Esto de estar de stalker no es lo mío»
Ya probé leer, ver televisión, comer, hasta correr por el apartamento como loco, pero nada me da sueño. Mi cabeza sigue muy despierta pensando en Loreta y lo hermosa que se veía esta noche.
No es que no se vea linda siempre, pero hoy, viéndola con el doctor... bueno, viéndola la mayor parte del tiempo sola en la mesa, no sé qué pasó pero empecé a verla mucho más hermosa de lo que es.
Me levanto con un fuerte dolor de cabeza y con un rayo de sol pegando en mi cara. Lo primero que hago es ir a la cocina por un vaso con agua y unas aspirinas, cuando oigo mi celular a lo lejos. No pienso ir corriendo a contestar la que con seguridad es una llamada para ofrecerme una nueva tarjeta de crédito o algo así, pues a mí no me llama mucha gente, así que bebo mi agua hasta que el aparato deja de sonar.
Cuando regreso a mi cuarto, el teléfono suena de nuevo, y aunque no me motiva contestarlo, me acerco a ver la pantalla para saber si es algo que valga la pena contestar, cuando veo que es Luisa.
—¿Aló, Vladimir?
—Hola, Luisa, ¿estás bien? Te oyes preocupada.
—Lo estoy... —Guarda silencio un par de segundos.— El ex de Loreta está en el hospital.
El dolor de cabeza que ya iba mermando, se intensifica de golpe.
—¿Qué? ¿En el hospital donde está tu mamá?
—Sí, hace un momento lo vi dirigiéndose al baño de hombres.
—¿Y qué crees que pueda estar haciendo ahí? —pregunto mientras me voy quitando la ropa para meterme a la ducha lo antes posible y poder salir corriendo para allá.
—Espero que tenga chikunguña... —Suelta una risa nerviosa.— Ay, lo siento, hago bromas idiotas cuando estoy preocupada. No tengo ni idea de qué estará haciendo por acá, pero no me gusta nada verlo aquí... ¿Crees... Crees que tenga algo que ver con el accidente de mi mamá? —Se le quiebra un poco la voz al terminar la oración.
—No creo, Luisa. Y no pienses en eso ahora —digo ignorando su chiste bobo—. ¿Loreta está contigo?
—No, hace un momento hablé con ella y me dijo que vendría más tarde.
—Voy a arreglarme lo más rápido que pueda y salgo para allá. Mientras llego, por favor no dejes que Loreta esté sola si llega antes que yo.
—Claro. Por favor no te demores.
Decir que estuve listo en menos de lo que se excita un adolescente es poquito. A los quince minutos de colgar la llamada con Luisa, llego a la clínica y voy directo al cuarto de Victoria. Luisa brinca de la cama de su mamá tan pronto me ve. Saludo a las mujeres, Victoria se alegra mucho de verme, pero antes de poder saludarla como es debido soy empujado por una Luisa que trata de actuar normal aunque fracasa totalmente.
—Por favor, no vayas a comentar nada de Alberto, el ex malvado delante de mi mamá. No quiero que se preocupe por nada —dice cuando ya estamos en el pasillo, afuera de la habitación.
—Claro que no; seré discreto. ¿Ya llegó Loreta?
—Sí, pero... tenemos un problema. —Esto último lo dice susurrando.
—Ay, no me digas, ¿cuándo no hay problemas con Loreta? ¿Qué pasó? —pregunto esperando lo peor.
—Anoche se encontró con una amiga que hace mucho no veía, y creo que antes de venir para acá pasaron a tomarse algo... y pues, creo que se pasaron un poquito...
—¿Está borracha?
—Borracha, borracha, no... pero sí más alegre que de costumbre. Míralo tú mismo, ahí vienen.
Me giro para ver que por el largo y silencioso pasillo viene una pareja de mujeres muertas de la risa. Varios doctores y familiares de los enfermos salen al de las habitaciones a pedirles que hagan silencio, pero son ignorados.
—¡Uy, It's raining men, aleluya, it's raining men! —canturrea la mujer que viene con Loreta y ambas se estallan de la risa.
—Él es Vladimir Ventura, Dani —dice la bailarina cuando se calma, pero sin voltear a verme ni un segundo ni presentarme a su amiga.
—¡Ahhh, el famoso Vladimir! —¿Ahora soy famoso?— Es un placer, señor rog... Vladimir.
Estira su mano y ambas vuelven a soltar sonoras carcajadas. Por cortesía le doy mi mano para presentarme.
—Mucho gusto. Su nombre es...
—Daniela, ¿qué haces aquí, Vlad? —interrumpe Loreta sin dejar a su amiga hablar.
—¡Oye, yo me puedo presentar sola!
—Si dejaras de chorrear la baba, tal vez, amiga.
Ya no me aguanto sus risas. Luisa y yo, preocupados por que su ex aparezca de repente y haga una escena, y ellas aquí borrachas y haciendo su propia representación de Lindsay Lohan de parranda.
Tomo a Loreta de un brazo y la llevo hacia un pequeño pasillo que se conecta con el principal, para que podamos hablar los dos solos.
—¿Qué haces borracha a esta hora, Loreta? —pregunto con notable molestia.
—Borracha no estoy. Solo me tomé una cerveza.
—¿A las once de la mañana?
—Ay, perdón, policía del tiempo. No me había dado cuenta de la hora.
—Una cerveza no te pone así. Estás ebria. En un hospital. Te llevaré a tu casa. —Sé que estoy quedando como un controlador a lo Christian Grey, pero Loreta me está dando la excusa perfecta para alejarla de aquí y la voy a aprovechar—. Vamos, te llevo junto con tu amiga.
—¡No! —dice algo alterada—. Creí que te había dejado muy claro que soy adulta y que me mando sola. No me gusta que me manden y mucho menos tú. Ni siquiera si fueras mi novio te permitiría que me dieras órdenes. Así que madura de una vez y déjame en paz.
—La que debe madurar eres tú. ¿No te da vergüenza llegar así a visitar a la mamá de tu mejor amiga?
Veo que va a contestarme algo pero se detiene. Toma aire y lo exhala en un gesto de exasperación pero parece que la ayuda a calmarse. Nunca la había visto reaccionar así, pero al menos parece que está entrando en razón.
—¿Sabes qué? Si quieres llevarme a mi casa, ¡tendrás que atraparme! —diciendo esto, sale corriendo como loca hacia la habitación de Victoria.
Ahora el que suspira soy yo; pensar que Loreta puede tener una actitud madura me hace bastante ingenuo. Será mejor ignorarla hasta que se le pase. Salgo del pasillo y me dirijo hacia la habitación de Victoria; quiero estar un rato en la clínica por si hay problemas.
Loreta y su amiga me miran y se ríen cuando entro a la habitación. Luisa me hace cara de querer que la tierra se abra en ese momento y se la trague, o se las trague a ellas, y Victoria mira la televisión sin percatarse muy bien de lo que pasa a su alrededor.
—Me harías un enorme favor si te llevas a ese par de aquí —susurra Luisa acercándose a mí—, igual no se pueden tener tantas visitas en la habitación, no demoran en sacarlas.
—Tranquila, yo me encargo.
¿Pedirles que salgan? No, no creo que me vayan a hacer caso.
¿Salir y prenderle fuego al pasillo para que salgan a chismosear? No, es demasiado peligroso.
¿Llamar a algún striper que empiece a desnudarse en el pasillo? No conozco stripers... masculinos.
¿Empezar yo a quitarme la ropa? Hum, podría ser, aunque tal vez me prohibirían la entrada al hospital.
Estoy pensando en todas las opciones que podría usar para llevármelas de aquí —ni siquiera las opciones más ridículas las estoy descartando; momentos desesperados exigen medidas desesperadas— cuando entra la enfermera y, al ver tanta gente en la habitación, pone una expresión que temo que en cualquier momento caeremos todos muertos.
—Creí haberle dicho, señorita, que no podía tener tantas visitas al tiempo —dice la enfermera mirando a la pobre Luisa—, y siento que cada vez que regreso hay más gente aquí. —Me mira de arriba a abajo como si le oliera feo.
—Nosotros ya nos vamos. Loreta y compañía, vámonos ya. —Hago énfasis en la última parte.
—Ay, pero qué aguafiestas son en este hospital. Adiós, Victoria, qué te mejores pronto, te quiero mucho. —Loreta abraza a la mamá de su mejor amiga, quien le devuelve el abrazo como si fuera su propia hija.
—Hasta luego, doña Victoria —dice la otra mujer, de la que por más que trato no recuerdo su nombre.
—Adiós, niñas, gracias por la visita.
—Adiós, amiga, ¿nos vemos esta noche? —Loreta se dirige a Luisa.
—Sí, eh, no sé, yo te aviso.
Ambas mujeres salen del cuarto y yo me despido cordialmente de Victoria.
—Llévalas a la casa por favor, y trata de que no se encuentren con Alberto.
—Haré todo lo que pueda —aseguro.
La cabeza está a punto de estallarme. Como si el dolor que tenía en la mañana no fuera suficiente, la gritería y risotadas en las que se vinieron este par multiplicó el dolor.
—Bueno, llegamos a tu casa —digo levantando mucho la voz pues vienen cantando un vallenato a todo volumen.
—¡Qué ya llegamos! —Ahora sí tengo que gritar; ese par no escucharían ni un bombardeo atómico en este momento.
—Ah, sí. Dani, ya llegamos, bájate.
—¿Vlad nos acompañará? —le pregunta Daniela tratando de que yo no escuche.
—No sé.
Abren la puerta y al bajarse del vehículo, Daniela se dirige hacia la entrada del edificio, picándole un ojo a Loreta y entiendo que tienen un plan entre manos.
—Gracias por traernos. ¿Quieres subir? ¿O me vas a decir que no por milésima vez?
—Loreta...
—Sí, ya sé... que lo sientes y eso, yo ya lo olvidé —asegura—, pero a mi amiga le caíste bien y creo que podríamos pasar un rato agradable... como amigos.
—Lo siento, no puedo. Pero gracias, otro día tal vez —respondo algo seco, pero juro que es sin intención, solo es mi estúpida cabeza que me va a matar.
—¿Qué tienes que hacer? ¿Ir al casino a ganarte un dinero que no vas a gastar? —dice molesta.
—No... de hecho hace mucho no apuesto en el casino.
—¿Por qué?
—La verdad, creo que... que ya no ganaré nada.
Se queda mirándome atónita por un momento y luego continúa con su interrogatorio.
—¿Por qué piensas eso? ¿No que eres el hombre más afortunado del mundo, que nunca pierde?
—Siento que perdí mi suerte desde que... hace mucho no voy al casino.
—Wow, eso sí que no me lo esperaba. —Guarda silencio un momento, pensativa. Luego continúa su conversación con tono informal, como para quitarle hierro al asunto—. Bueno, pues qué te vaya bien en lo que sea que tengas que hacer. Adiós.
Empieza a alejarse de mí y entra a su apartamento, mientras yo me quedo viéndola, deseando seguirla pero sabiendo que antes de cualquier cosa, debo ir a encargarme de algo, de una vez por todas.
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