Capítulo 24: ¿Qué tan grave es el problema?
Vladimir
Hacer diligencias en establecimientos del gobierno es una mierda. A pesar de que madrugué a la Fiscalía, cuando llegué ya había una cola moderada, y aunque de todas formas me dieron un buen turno, me sentía siendo atendido por osos perezosos por la velocidad con la que los funcionarios me ayudaban a poner la denuncia.
Después de dar muchas vueltas y armarme de mucha paciencia, increíblemente logré salir una hora más temprano de lo que me imaginé. Sin embargo, debí suponer que era mejor que Loreta fuera en persona a poner la denuncia, pero la verdad sé que madrugar no es lo suyo. Además debe concentrarse en su ensayo de hoy, y la verdad yo no tenía mucho qué hacer; no me cuesta nada ayudarle con lo que pueda.
Eso sí, tuve que inventar la mentira piadosa de que soy su novio para poder hacer el trámite legal, aunque según lo que me dijo la servidora pública después de que logré con una sonrisa y un piropo que se pusiera más colaboradora de lo normal; no pasará mucho con esta denuncia porque al final el celular no fue hurtado.
Entonces perdí casi tres horas de mi vida yendo de aquí para allá solo para engrosar la lista de las personas que se quejan porque a pesar de que se ponga una denuncia, la justicia de este país no sirve para nada.
En todo momento mientras hice la diligencia, no pude dejar de preguntarme si a Loreta le gustaron las flores. Encontrar una floristería abierta un domingo en Cali fue toda una proeza que ni Batman habría sido capaz de lograr. Aunque esperé que me escribiera un mensaje de agradecimiento, pensándolo mejor llegué a la conclusión de que lo más seguro era que me odiara después de lo de la noche anterior, así que no recibiría ningún mensaje; y efectivamente, aún no he recibido muestras de agradecimiento, o al menos, vida.
Llego a mi apartamento con algo de sueño pero nunca he sido muy fan de dormir en el día. A veces cuando me quedaba en el casino jugando, solo jugaba hasta las dos de la mañana, llegaba a mi casa a las tres, dormía hasta las ocho y no necesitaba más.
No puedo dejar de pensar en esa bailarina de piel canela que se sincera cuando está borracha y hace el ridículo cuando está sobria, así que reviso mi Whatsapp con la ligera esperanza de que quiera agradecerme por el ramo a pesar de odiarme a muerte, pero solo veo las dos palomitas azules.
—Ebisu, ¿crees que Loreta me está dejando en visto? —le pregunto a mi fiel amigo, quien hace un momento se ha acostado junto a mí en el sofá.
Me debato entre volver a escribirle o esperar a que responda, pero no sé qué hacer. Esto de dar pasos con extrema precaución no es lo mío. En el pasado, si una mujer me interesaba, solo la llamaba. Si decía que sí, me acostaba con ella y, si se negaba, buscaba una nueva víctima.
Con Loreta eso no va a funcionar. Es la única que quiero que diga que sí, y si no lo hace, supongo que tendré que insistir. No hay más víctimas qué buscar. Ella es la única que me interesa.
Paso el día merodeando por mi apartamento, alternando entre Netflix, Youtube, ebooks y pedir comida a domicilio. A las cinco de la tarde decido que el tedio me va a matar, y para calmar mi frustración porque Loreta aún me tiene en visto, salgo a trotar.
No llevo ni el celular ni reloj ni nada, no me gusta sentirme atado al tiempo o a gente virtual. Además, sé que de llevar el teléfono, revisaría cada diez minutos si la bailarina me ha escrito, entonces me prohíbo llevarlo. Si por mí fuera, lo encerraba en un baúl con candado para no seguir sintiéndome ignorado, pero lo necesito para emergencias.
La noche empieza a caer y me encuentro trotando muy cerca del hotel. Me veo tentado a entrar y preguntar por Loreta, pero no sé si hacerlo sea buena idea. La verdad, esto de cortejar a alguien es más difícil de entender que el Álgebra de Baldor, pero supongo que es el precio a pagar por dejar a alguien entrar en tu corazón.
Ya he dado dos vueltas alrededor del hotel, cuando reconozco a alguien a la distancia. Bendigo mi habilidad para reconocer rostros y me dirijo a saludar a Luisa, la mejor amiga de Loreta, que está parada hablando con un hombre un poco más alto que ella. Cuando me acerco, puedo notar que están discutiendo. No quiero importunarla, entonces decido pasar a su lado conservando la distancia.
—¡Esto no es de tu incumbencia, perra! —le grita el hombre con notable disgusto y decido disminuir la velocidad de mi trote. Me ubico cerca de ellos pero sin que se note que les estoy prestando atención, en caso de que tenga que intervenir.
«¿En qué momento me convertí en el héroe de las bailarinas de salsa?»
—¡Claro que me incumbe! Si no te alejas de ella es mi puto problema.
—¿Y quién eres tú: su mamá o su novia?
—Su sombra, así que si te le acercas te juro que te parto la cara.
El hombre agarra a Luisa del brazo y puedo notar que aprieta con fuerza.
—¡Loreta es la que no se puede alejar de mí! ¿Por qué no se lo preguntas tú misma?
Oír ese nombre activa algo en mí y no puedo quedarme donde estoy.
—¿Tienes algún problema, Luisa? —pregunto haciendo voz de "macho" para que el tipejo se amedrente.
—Hola, Vladimir. No, este imbécil ya se iba.
—Ya verás, perra... —murmura el hombre ignorando mi presencia.
—¿Qué, qué? —contesta la mujer adelantando su cuerpo, sacando su pecho como para iniciar una pelea con él.
—Oiga, esa no es forma de hablarle a una mujer.
—Pff —resopla y se va.
Veo que Luisa trata de salir detrás de él pero la agarro del brazo para que se controle y deje ir en paz al hombre. Si se anima a pegarle seguro él le responderá y tendré que ser yo quien empiece a pelear con un caballero por motivos que aún desconozco, y tengo una estricta regla al respecto: no agarrarme a puños con desconocidos dos noches seguidas.
—¿Estás bien? ¿Qué está pasando, Luisa? Escuché que el tipo mencionó a Loreta. —Lo aclaro porque de otro modo no me inmiscuiría en un problema ajeno.
—Sí, estoy bien, gracias.
—Te ves muy alterada, ¿quieres ir a tomar algo conmigo?
—Tengo que volver al ensayo...
—Pero no creo que sea conveniente que te vean así tus compañeros o tu entrenador, mucho menos Loreta. Tomemos algo para que te calmes, no serán más de diez minutos.
Luisa mira su reloj y parece caer en cuenta de que si solo son diez minutos, no habrá problema. Entramos al hotel y pongo mi mano sobre la espalda de la mujer, para guiarla hacia el bar del hotel donde, por cierto, no veo a mi mejor amigo; es probable que hoy haya tenido que descansar.
El lugar no está muy lleno, como es habitual a esa hora, pues la mayoría de los huéspedes suele visitarlo después de las nueve o diez de la noche. Nos sentamos en la barra y le ordeno al nuevo joven que reemplaza a Pablo que nos traiga una botella de agua y un whiskey en las rocas para mí.
—Bueno, ¿quién era ese hombre?
—Preferiría no decírtelo sin antes hablar con Loreta...
—Por favor, Luisa. —No quiero que me deje imaginándome diez mil escenarios posibles, así que le imploro con voz suave.— Si tiene que ver con Loreta, ten por seguro que me compete. Es posible que ella esté enojada conmigo, seguramente ya te contó la historia, por lo que si le dices te pedirá que no me digas nada. Pero tengo que saber, tengo que estar seguro de que su seguridad no está comprometida.
La mujer me mira y deja salir un suspiro como resignándose a que tengo razón y que tal vez lo mejor es contarme la situación. Toma un sorbo de su botella de agua y guarda silencio por unos segundos, como tratando de organizar sus ideas.
—El tipo con el que estaba discutiendo es Alberto, el ex de Loreta.
Esa frase me hace sentir como cuando estás al final de la subida en una montaña rusa y de repente empiezas a bajar sin que nada te frene.
—¿Y qué quería?
—Acosarla, otra vez.
Tomo un trago de mi whiskey para aparentar calma, pero creo que no engaño a nadie. Hasta el barman nos mira con preocupación después de ver la cara que he puesto.
—¿Loreta lo sabe?
—No. Estábamos en el ensayo y Loreta ha pedido permiso para ir al baño. Vino alguien del hotel a preguntar por ella, pero como no estaba me han dicho a mí que alguien la estaba buscando. El tipo lleva unos días llamando al apartamento, pero siempre soy yo la que contesto. No sé si ha tratado de contactarla por Facebook u otra red social, pero al Whatsapp no puede porque ella cambió el teléfono y él no tiene el nuevo número. Cuando vi que alguien venía a buscarla al hotel me imaginé que era él y Juan me dio permiso para salir. Te juro que cuando lo vi quise partirle sus huevos; el imbécil le hizo mucho daño a Loreta y a ella le costó mucho salir de todos los problemas en los que la metió. Si supiera que la está buscando de nuevo le arruinaría toda su vida otra vez.
Siento que se me parte el corazón cuando escucho la historia. De repente me arrepiento de haber tenido al tipo al frente y no haberle roto todos los huesos como se lo merece.
—Luisa, ¿qué tan grave es el problema? —pregunto para empezar a pensar en una solución.
—Es tan grave que la integridad física de mi amiga corre peligro. Además de su carrera y sus sueños, pues cuando se entere de lo que pasó hoy estoy segura que renunciará al show y al mundial de salsa y se irá de la ciudad —contesta Luisa con su rostro compungido por la situación.
—Escucha. No le digas nada todavía, creo que entre tú y yo tendremos que solucionar esto de alguna forma. ¿Cuándo podemos vernos para que hablemos del tema?
Lo piensa por unos segundos y se levanta de su lugar.
—No sé si sea buena idea que te metas en esto, Vladimir.
—Mira, Luisa, la verdad es que el bienestar de Loreta es lo más importante para mí en este momento. Ella no me ha contado nada de su relación con el tipo ese, pero por lo que puedo ver la cosa es grave. Sé que ustedes pueden salir de sus problemas solas, pero por favor, déjame ayudarlas. La amo y no quiero que nada malo le pase.
Sus ojos se iluminan por un momento y una sonrisa se dibuja en su rostro. Caigo en cuenta de lo último que acabo de decir y la verdad es que no me arrepiento, lo he dicho sincero.
—Tengo que volver a mi ensayo. ¿Puedo escribirte más tarde? Mándame un mensaje para grabar tu número.
Desde pequeño he sido de esas personas que prefieren arreglar todo hablando. Nunca había peleado con nadie, ni me había visto involucrado en problemas que no tenían que ver conmigo. Pero nunca se habían metido con alguien que me importara tanto.
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