Capítulo 22: Te estás durmiendo, y camarón que se duerme..
Vladimir
Mi apartamento se ve extraño, como si algo faltara o estuviera fuera de lugar. A pesar de que ya no siento casi nada de licor viajando por mi torrente sanguíneo, atribuyo esta sensación a la cantidad de vino que bebí.
No, no es eso.
Atravieso la sala del lugar para asomarme un rato al balcón. Ebisu se remueve incómodo en la parte más alta de su torre, pero sigue roncando plácidamente; me encantaría poder conciliar el sueño como ese animal.
El sol no tarda en hacer su aparición y como sé que mi cabeza y mis pensamientos no me dejarán descansar, me siento en una de las sillas asoleadoras —de hecho, es la misma silla que ocupé con Loreta hace unas horas— y me quedo mirando al cielo, esperando los primeros rayos de luz natural.
No puedo creer que hace tan solo unos pocos momentos, podría haber estado en esta misma silla con ella, acariciando su cabello, impregnándome de su perfume, recorriendo sus curvas con mis labios, escuchando los sonidos de su placer; pero soy un imbécil.
Cuando ella me preguntó acerca de lo que siento por ella, debí decírselo. Debí explicarle por qué me comporto como lo hago, pero ni yo mismo lo entiendo. Podría atribuirlo a que estoy sintiendo algo que nadie me había hecho sentir, que es tan fuerte la sensación en mi pecho y en mi estómago que me paraliza cuando estoy con ella, por eso me obligo a ser un caballero a su lado, pero eso suena a excusa adolescente.
Sé que cuando alguien te importa tanto, debes encontrar un equilibrio entre el deseo y el respeto; debes hacer que esa persona sepa lo especial que es para ti. Tengo la teoría, pero me rajo en la práctica. Cuando estoy con ella, todo el equilibrio en mi vida se va a la mierda y solo me gana el miedo.
Puedo mentirnos todo lo que quiera respecto a que la respeto, pero, aunque lo hago, la verdad es que no me animo a acceder a sus deseos y los míos por el pánico que me da dejarla entrar a mi vida y que luego quiera salir.
He visto los estragos de los huracanes en el Caribe, y creo que se asemejan mucho a las rupturas amorosas. El huracán del amor viene, arrastrando todo a su paso, dejando damnificados por doquier. Sé que me he convertido en su objetivo, podría decir que en su obsesión. Ella misma lo dijo al confesar todo lo que ha hecho por llamar mi atención y eso es lo que más me aterra.
¿Qué pasará si la dejo entrar en mi vida y ella decide que ya obtuvo lo que quiso y se marcha dejándome en ruinas? No quiero que el huracán Loreta arrase con mi mundo.
Además, está aquello de la suerte en los juegos de azar. ¿En realidad estoy dispuesto a renunciar a mi racha por una mujer?
Al fin un tímido rayo de sol empieza a entrar por mi balcón y su resplandor y calor me recuerdan a la primera vez que vi bailar a Loreta. Nunca he visto nada más hermoso, y eso que he visto muchas cosas dignas de admirar. Ese día, rodeado de tanta gente entre el público, la línea de tiempo que ya había trazado en mi vida se rompió. Ahora va en muchas direcciones y no sé cómo encarrilarla.
El sol me golpea de repente en la cara y me doy cuenta de que me he quedado dormido en mi silla. Miro la hora en el celular y veo que la mañana ha llegado hace mucho rato, por lo que me levanto de mi lugar, bastante adolorido.
Escribo en el calendario de mi iPhone: Comprar sillas más cómodas para el balcón.
Tengo un mensaje de Pablo diciéndome que es su día libre y que si quiero ir al cine o hacer algo. Tal vez sea justo lo que necesito, hablar de cosas de hombres y olvidarme así sea por unos minutos de ella y el contacto de sus labios sobre los míos.
Después de una revitalizante ducha que con el recuerdo de Loreta se convirtió en algo más; y un saludable desayuno, decido salir a trotar un rato, antes de pasar por casa de Pablo que me ha invitado a almorzar. Me encanta cuando lo hace; yo soy terrible en la cocina, pero él tiene unos dotes de chef increíbles, siempre que me invita a almorzar quedo cual cocodrilo que no necesita comer nada en una semana.
Trotar con Loreta ha sido una experiencia nueva. Con Loreta en mis pensamientos, aclaro. Cuando hago deporte, por lo general logro dejar mi mente en blanco, no pensar en nada ni nadie pero hoy eso no ha funcionado. Esta situación es bastante molesta. ¿Cómo se saca a una persona de la mente si ya la tienes en el corazón?
Parqueo mi carro frente a la casa de Pablo y lo veo asomarse por una de las ventanas de la casa. Me abre la puerta antes de que termine de bajarme del carro y me parece un gesto gracioso; el pobre parece una novia ansiosa, debe estar tremendamente aburrido.
—Quiubo, parcero.
—Hola —respondo a su afable saludo.
—Seguí, sentate donde querás, ya sabés que estás en tu casa.
Sí, en realidad siempre en casa de Pablo me siento como en casa.
—¿Cambiaste los muebles?
—Mi mamá me obligó. Decía que el sofá viejo tenía muchas manchas... y no de comida precisamente. Así que me regaló la mitad del valor de esta sala con la condición de que el sexo se limitara a la habitación.
Suelto una carcajada.
—¿Y has cumplido la promesa? Porque si no es así, que asco —digo levantándome con rapidez del sofá para enfatizar mi punto.
Ahora quien ríe es él.
—Es una promesa que no pienso cumplir, pero no te preocupés, todavía no lo he estrenado.
Vuelvo a sentarme en el cómodo sofá nuevo y Pablo me pasa el control del televisor para que me entretenga mientras él sirve el almuerzo.
Aunque no soy un televidente asiduo, busco algo bueno qué ver, pero a esta hora todo se resume en: noticieros o películas repetidas hasta el cansancio, así que me limito a hacer zapping sin detenerme en ningún canal.
Pablo pone dos platos ya servidos en la mesa y me indica que me siente. Huele delicioso; ha hecho torta de espinacas, puré de papa, arroz y bisteck a caballo. Nada pretencioso pero se ve de maravilla. Me acomodo en el comedor y luego lo hace mi amigo, después de traer los cubiertos y los jugos.
—Entonces, parcero, ¿mucha rumba en estos días? ¿Mucho juego? ¿Mucho sexo?
Suspiro.
—Uy, ese suspiro me indica que no.
—Vos sabés que no soy tanto de rumba. El juego igual que siempre, y el sexo... nulo.
—¡¿Qué?! ¿Y las turistas que chorrean la baba por vos?
—Llevo semanas sin conocer a nadie.
Él me mira con cara de no tener ni idea de qué estoy hablando, pero luego su expresión cambia como si de repente entendiera todos los grandes misterios de la vida.
—¿Loreta... Lara?
Ay, estaba cruzando hasta los dedos de los pies para que no tocara ese tema.
—Puede ser... —Me limito a responder.
—¿Ya te la comiste?
—Ay, ni que fuera un pedazo de carne. No usés esa expresión tan horrible, por Dios.
—¡Ay, bueno! —dice rodando los ojos—. ¿Ya tuviste un encuentro íntimo con la dama?
Muevo la cabeza y giro mis ojos en señal de "este tipo no tiene remedio".
—No, no ha pasado nada con ella.
—Te estás durmiendo, y camarón que se duerme...
—Sí, ya sé, ya sé —lo interrumpo—, pero la verdad es que creo que el camarón no está dormido sino muerto.
—¡Ah, juemadre! ¿Te rechazó?
—No precisamente. Es una larga historia.
—Tenemos toda la tarde. Claro, si me querés contar.
Entre bocado y bocado del delicioso almuerzo que mi amigo ha preparado, le cuento lo que pasó la noche anterior y cómo acabó todo. Pablo escucha con atención y, para mi sorpresa, no ha hecho chistes al respecto, ni siquiera ha comentado nada.
—¿Querés café para bajar el almuerzo? —pregunta recogiendo los platos de la mesa.
Acepto su ofrecimiento y me vuelvo a acomodar en el nuevo y cómodo sofá, cuando mi amigo llega con un par de tintos en sus manos.
Recibo el mío y él se sienta en el mismo sofá frente a mí.
—Vlado, tenés que reconocer que la vieja tiene muchas razones para estar enojada con vos. Eso no se hace. Llevarla a tu apartamento, seducirla, y al final dejarla con las ganas... Sos la versión masculina de una calienta-huevos.
—¿Un calienta-ovarios? —Ambos reímos ante el término.— Sí, creéme que lo sé, me siento muy mal con ella, pero creo que lo mal interpretó todo. Nunca la llevé a mi apartamento para acostarme con ella; estaba ayudando a una amiga en problemas.
—¿Y por qué lo habrá mal interpretado? Le cocinás, a pesar de que lo hacés muy mal, la emborrachás, bailás con ella, la besás, luego le echás agua en el pecho para que se desnude... Vlado, hasta yo te odio en este momento.
—Nada de eso fue a propósito...
—A mí no tenés que explicarme o convencerme de nada. Pero no me engañás. Te conozco, lo que vos tenés es miedo. Estás tan a gusto en tu zona de confort que te aterra que Loreta trastoque tu vida y algún día todo acabe y vos no sepás qué hacer. Amigo mío, vos lo que estás es enamorado.
Como siempre, mi mejor amigo me conoce mejor que yo mismo.
—Bueno, sí, lo acepto. Me enamoré de ella. Ya ¿contento? —digo exagerando mis ademanes como un niño chiquito, a lo que mi amigo suelta una estruendosa risa.
—No tenías que aceptarlo, eso yo ya lo sabía desde hace mucho. ¿Y por qué no le decís lo que sentís?
—No sé cómo hacerlo, no quiero sonar cursi o que ella salga aterrada, asustada porque no me ama.
—Esa vieja está tragada de vos, despreocupate.
—Una cosa es estar tragado y otra enamorado. Ella misma me dijo anoche que nunca se había enamorado y no había conocido a alguien que valiera la pena.
—Pues encargate de enamorarla. Cortejala, como hacemos el resto de los mortales.
La tarde transcurre entre ideas de mi amigo para conquistar a Loreta. Me sorprende mucho su creatividad para esas cosas. Pedimos unas cervezas e incluso nos coge la noche haciendo planes absurdos dignos de las películas rosas que tan poco me gustan.
A pesar de que no era mi intención, hablar del tema con él y hacer planes románticos me ha parecido divertido y parece que me ha quitado un peso de encima. Ahora el miedo ha retrocedido un poco, para dar paso a la ilusión de lo que podamos construir juntos. Pablo me ha hecho reflexionar; según sus palabras, el amor no es algo que consigues y de un momento a otro desaparece. El amor hay que irlo construyendo en el día a día, pues lo importante no es que el otro te escoja para siempre, sino que día a día elija quedarse contigo.
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