Capítulo 21: Es el peor reto que me han puesto

Loreta

Ha pedido reto. ¡Ha pedido reto! Mi corazón piensa matarme, pero trato de controlarlo. Analizo la oportunidad con la que me encuentro. Es el momento de decidir si quiero volver a arriesgarme a que me rechace, o esperar para que sea él quien tome la iniciativa.

Eso de que el hombre propone y la mujer dispone nunca ha ido conmigo. Es decir, ¿solo por el hecho de que soy mujer debo quedarme sentada esperando a que el hombre que me gusta venga a proponerme algo? ¿Por qué no lo puedo hacer yo?

—Te reto a que me beses —suelto sin pensarlo más, y por la media sonrisa que se dibuja en su rostro, diría que es lo que estaba esperando.

Aunque ya estamos muy cerca, él se mueve hacia delante, disminuyendo la poca distancia que nos separa. Con suavidad, pone mi cabello detrás de la oreja y toma mi cara entre sus manos. Soy incapaz de cerrar los ojos pues no quiero perderme ni un segundo de nada; aún no puedo creer que esto vaya a pasar. Me siento como si fuera mi primer beso. ¿Será esto normal?

Sus labios por fin tocan los míos. Sabe a vino, a postre, a caviar... Bueno, no sé si a caviar, no lo he probado, pero si sabe así ya veo por qué es tan caro. Estoy petrificada. No puedo hacer mucho, solo seguir el ritmo de su beso, que de repente se vuelve más agresivo; su lengua empieza a desesperarse y busca la mía, que lo recibe contenta.

Paso mis brazos al rededor de su cintura y me acerco más a él. Esto promete. Esta noche será maravillosa, estoy segura de eso. Si así besa...

Bueno, mejor no pienso en eso ahora, si no voy a morir de un ataque cardiaco. ¡Dios, tengo que controlarme! Ni soy virgen, ni soy una romántica empedernida; no sé por qué esto me está emocionando tanto.

El beso termina de pronto y Vladimir abre sus ojos. Lo miro nerviosa, mientras él me mira con una expresión que nunca le había visto. ¿Será que no le gustó?

«Ay, Loreta, ya. ¿Quién eres y qué hiciste con la mujer segura de sí misma que eras antes de conocerlo?»

—Es el peor reto que me han puesto. —Escuchar eso rompe mi corazón—. Porque besarte no es un reto, debería ser una profesión. Me encantaría hacer una maestría en ello.

—Te odio... —murmuré tratando de aparentar rabia, pero soy una pésima actriz.

Vladimir me atrae más hacia él mientras me sonríe.

—Ya deberíamos ir a acostarnos... —De repente sus ojos reaccionan a lo que su boca acaba de decir—. Digo, es hora de dormir.

Su comentario me provoca risa y asiento, como indicándole que entendí lo que quiso decir, aunque acostarnos tampoco sería una mala idea.

Se levanta de la silla con mucho cuidado de no tropezarse conmigo y luego me ayuda a hacer lo mismo. Recoge las copas y las botellas de vino sin dejar que yo le ayude y entra al apartamento.

Deja todo en la cocina y luego me mira. Ambos estamos petrificados, sin hacer otra cosa que contemplarnos concentrados. Él es quien se mueve primero, acercándose a mí. Cuando creo que va a tomarme en sus brazos de nuevo, pasa a mi lado dirigiéndose a un pasillo largo y abriendo una de las puertas de las habitaciones.

Con su mano y una sonrisa, me indica que entre al cuarto y yo sigo sus indicaciones. La habitación es amplia y está muy organizada. Una cama llena de cojines blancos está tendida perfectamente, esperando que la desordenemos.

—En el closet hay ropa cómoda con la que podrás dormir. El control remoto del aire acondicionado está en la mesa de noche, por si te da frío. Qué pases buena noche.

Acomoda otro mechón de mi cabello y roza mi mejilla con sus dedos, con mucha suavidad. Sin que yo pueda hacer nada, sale del cuarto y cierra la puerta.

«¿Qué?»

No entiendo lo que acaba de pasar. ¿A dónde fue toda la pasión del beso que nos dimos hace solo unos momentos? Este hombre es increíble, y no en el buen sentido de la palabra. Si no lo deseara tanto, lo odiaría.

Me tiro a la cama, frustrada a más no poder por lo que acaba de pasar, o mejor dicho, por lo que NO acaba de pasar. Vladimir Ventura es un idiota que me volverá loca. Es un calienta ovarios, no más.

Desanimada como estoy por toda la situación que ya había imaginado en mi cabeza y que ahora sé que no pasará, no tengo otra opción que resignarme y seguir sus instrucciones. Busco una camiseta y lo que parece un bóxer holgado, me los pongo y me acuesto en la cama.

Me levanto un poco mareada después de haber dormido lo que me pareció que era muy poco tiempo. Aún el mundo me da vueltas y tengo un sabor horriblemente amargo en mi boca. Salgo de la habitación para ir a buscar algo de agua, caminando a tientas con mucho cuidado, pues por más que busco no encuentro el interruptor de la luz.

Llego a la cocina sin tropezarme con nada —toda una proeza— y busco un vaso para servirme el agua.

La luz se enciende de repente y al mirar hacia atrás, veo a Vladimir parado junto a la puerta.

—¿Qué buscas? —pregunta.

Su tono no me gusta. Lo siento enojado, aunque puede ser solo mi imaginación.

—Agua. La sed no me deja dormir.

—Siéntate, yo te atiendo. —Con esta frase noto que le baja un poquito a la agresividad y lo veo más relajado, pero sigue siendo algo cortante—. ¿Jugo, vodka, yogurt, café, chocolate, kumis, avena, más vino o solo agua?

—Agua no más.

Toma el vaso que dejé en el mesón y se dirige al dispensador de la nevera. Primero llena el vaso a la mitad con hielo y luego lo termina de llenar con agua. Hace lo mismo con otro vaso del que empieza a beber.

—No te pedí hielo.

—Créeme, lo necesitas.

Bebo lo que me pasa y me sabe a gloria. No era consciente de la sed tan tremenda que tenía, pero ahora es más que evidente.

—¿Qué sientes por mí, Vladimir?

Mi pregunta lo toma fuera de lugar y casi se atraganta con el líquido.

—¿A qué viene esa pregunta?

—A que me tienes borracha con tus idas y venidas.

—Eso fue por el vino.

—No hablo de estar borracha de verdad; se necesita más que una botella de vino para eso. Me refiero a que justo cuando creo que al fin tendremos sexo, me dejas con las ganas ¡otra vez!

Me mira un poco sorprendido por mi sinceridad; cómo se nota lo poco que aún me conoce.

—El beso que nos dimos fue en parte por el vino y en parte porque me retaste. Cumplí tu reto, y listo.

Se voltea y abre la nevera, buscando Dios sabrá qué. Lo único que debería buscar ahí es su corazón, pues está congelado.

Me levanto del taburete y me acerco en silencio a él, dispuesta a combatir un poco de ese hielo con algo que lo caliente, pero justo cuando voy a agarrarlo por la cintura, se voltea derramando sobre mí el vaso de agua que seguía en su mano.

—¡Loreta! Me asustaste... discúlpame...

Busca un trapo para limpiarme, y el nervosismo es evidente en él. Empieza a pasar la tela absorbente por mi cuello, bajando despacio por mi pecho, que se ha empapado. Por el movimiento de su garganta puedo darme cuenta de que traga saliva. Confieso que mi corazón también se ha acelerado un poco. Bueno, mucho; no voy a mentir ahora.

Un impulso inesperado que sale desde lo más profundo de mí me obliga a besarlo. No sé si es porque lo he tomado por sorpresa o por lo extraño de la situación, pero Vladimir se retira y mis labios no alcanzan los suyos.

—¡¿Me dejaste diciendo Bom bom bum?! —exclamo, haciendo referencia a la expresión tan popular que utilizamos en esta ciudad cuando alguien esquiva un beso y la boca de la otra persona queda en la misma posición que al formar el "bum".

—Loreta...

No sabe qué decir, pero yo ya tengo muy claro lo que tengo que hacer. Salgo de la cocina con mi temperamento hirviendo. Me indigna que me haya vuelto a rechazar. ¡No más! Hasta aquí he llegado. Es el primer y último hombre que me está obligando a que le ruegue. Estaré borracha, pero no soy estúpida. Sé muy bien que lo único que tengo que hacer con este intento de hombre es alejarme de él.

—Loreta —me llama siguiéndome por el pasillo.

Llego a la habitación donde he dormido antes y la puerta no está colaborando conmigo, se ha trabado, obligándome a tener que hacerle frente a Vladimir.

—Loreta...

—¡¿Qué?! —respondo casi gritando.

—Perdóname.

—¿Por qué? ¿Por hacerme creer que te gusto? ¿Por traerme a tu apartamento y emborracharme para besarme?

—Tú fuiste la que...

—¡Ya sé! Ya sé que soy yo quien te acorrala siempre, ¿verdad? Fui yo quien te obligó a traerme a tu casa, cuando podría estar durmiendo plácidamente en la mía, fui yo quien te obligó a prepararme una cena deliciosa, a que bailáramos en el pasillo, a que me besaras. ¿Tú no querías, no? ¡Siempre soy yo la de las ideas locas!

—No estoy diciendo eso...

—Eso es justo lo que estás diciendo. Pero se acabó, Vladimir. Pídeme un Uber por favor, no tengo instalada la app en mi celular.

—Puedes quedarte si quieres, esta no es hora...

—¡Deja de protegerme todo el tiempo! Cuando nos conocimos te dejé muy claro que puedo defenderme sola, lo he hecho durante muchos años, no necesito de nadie, mucho menos de ti.

—No seas orgullosa.

—¡¿Orgullosa?! Desde que te conozco es lo que menos he sido. Me he puesto en ridículo una y otra vez solo para llamar tu atención, te he perseguido, stalkeado... ¡Hasta casi muero ahogada con un banano!

—¿Me has stalkeado? —Su pregunta acompañada con una sonrisa me termina de sacar de mis casillas.

Tomo mi ropa y paso a su lado para ir a la sala a buscar mi bolso. No encuentro mi celular aunque lo busco como una loca.

Vladimir camina detrás de mí, luego se para en la puerta que sale al balcón para observarme desde ahí.

—Toma tu celular.

Me ofrece el aparato y casi se lo arrebato de sus manos. No recuerdo haber estado tan enojada desde hace mucho tiempo. Caigo en cuenta de que la ropa que llevo puesta no solo es de él sino que además está empapada y me quito la camiseta sin importar que Vladimir todavía me mira desde su sitio. Noto que voltea la cara un poco incómodo y aunque trato de ignorar el detalle, me molesta.

—¿Qué? ¿Nunca has visto una mujer desnuda? ¡Ay por Dios, Vladimir! Eres un idiota.

—¿Y qué pasa? Ahora resulta que soy un idiota por querer respetar tu intimidad?

—Ese es tu problema ¡Respetas demasiado! —contesto furiosa.

—Pues, discúlpame por ser un caballero.

Suelto una carcajada porque definitivamente con este hombre no se puede. Termino de cambiarme la ropa y salgo del apartamento. Él me sigue pero antes de llegar al ascensor, me paro frente a él.

—Escucha, no quiero que me sigas y me cansé de estar detrás de ti. Lo mejor es que me vaya y hagamos de cuenta que nunca nos conocimos. Está claro que ni amigos podemos ser. Adiós.

—Al menos déjame llevarte a tu casa.

Lo pienso por un momento y asiento para que me lleve. Después de todo, es tarde y por muy fuerte que yo sea, es peligroso que ande por ahí sola.

Todo el camino transcurre en silencio. Miles de pensamientos de rabia, indignación y sobre todo, frustración, se agolpan en mi cabeza. Son tantos que no puedo seguir el hilo de ninguno. Vladimir también parece pensativo. Cuando parqueamos frente a mi edificio trata de decir algo pero no lo dejo; ninguno de los dos dirá nada correcto o acertado para mejorar una situación que ya no tiene remedio.

Le agradezco por traerme y me bajo de su carro, entrando a mi edificio en silencio y sin mirar a atrás, convencida de que no solo he perdido una noche de sexo, sino un buen amigo en potencia.



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