Capítulo 20: ¿Que te muestre qué?

Vladimir

He perdido la cuenta de las copas de vino que corren por mis venas. Para ser sincero, hoy estoy probando algo nuevo en lo que respecta a Loreta: dejarme llevar. Su conversación y compañía son tan amenas que todas las preocupaciones y mi diatriba interna de si debería conocerla mejor o no, ya han quedado en el pasado.

Es una sensación calmante y confortable. No estar pensando constantemente en los peligros de enamorarme de ella puede que sea la mejor manera de no enamorarme de ella. Aunque la verdad, es un poco tarde para eso.

Entre charla y charla me cuenta que desde muy niña su mamá le inculcó el amor por el deporte, el arte y la música. Siendo muy pequeña practicó voleibol y patinaje, a los once años cambió el deporte por el baile y empezó a participar en concursos locales, regionales y nacionales.

A los diecinueve años ganó el campeonato nacional de salsa y viajó por varios países del mundo con Ambrosía Latina, su compañía de baile. Luego de un problema familiar se fue de su casa a vivir con Luisa Londoño, su compañera de baile y mejor amiga.

La expresión de su rostro, antes fue alegre y vibrante, se ha oscurecido al contar esa última parte de la historia. O mejor, al ocultar esa parte, pues no quiso darme muchos detalles y yo tampoco quise preguntarlos. Espero que algún día su confianza llegue al nivel en el que sienta que puede contarme lo que sea.

—Vamos a jugar a algo... —dice rompiendo el silencio que se creó después de que no supe qué preguntarle al notar que su pasado tenía una parte que aún la lastima.

—A lo que quieras —respondo animado para relajar el ambiente.

—¿Verdad o reto?

Suelto una carcajada.

—Eso es para niñitos, Loreta.

—¿Y qué? Dicen por ahí que hay que divertirse como niños. Además, esta no será la versión del juego apta para menores de trece años.

Se levanta de la silla y deja su copa al lado, en el suelo. Inesperadamente levanta sus piernas y las abre para sentarse —no sabría decir si sobre mí o sobre mi silla— así que decido ser un caballero y quito mis piernas para que se siente en mi asiento y quede frente a mí.

—Yo empiezo. ¿Verdad o reto, Vladimir?

Lo pienso por un momento pues tengo mis sospechas de cuál será el primer reto si escojo esa opción. Voy a divertirme con ella un rato.

—Verdad —respondo tomando un trago de mi vino.

Hace lo mismo que yo y lleva su copa a sus labios. Bebe el vino despacio, mirándome fijamente y no sé por qué encuentro esa mirada tan sensual. Me intimida un poco. Bueno, lo acepto, me pongo muy nervioso; nunca me había pasado algo así.

—¿Alguna vez te has enamorado? —dice observándome como si yo fuera lo único que existiera en el planeta.

—No sé si ha sido amor...

—Entonces no te has enamorado. Eso se sabe —responde segura.

—¿Y tú cómo sabes?

—¿Es esa tu pregunta? A lo mejor yo prefiero un reto...

Toma más vino y cuando voy a hacer lo mismo, veo que mi copa está vacía. Al tomar la botella para servir más, noto que se ha acabado. No suelo tomar tanto y ahora comprendo por qué me siento tan mareado, nos hemos tomado toda la botella en un tiempo muy corto. Solo espero no tener guayabo mañana.

—¿Prefieres un reto? ¿Segura?

—Segura.

Lo pienso por un momento, y aunque quisiera retarla con algo sensual o sexi, no le voy a dar ese gusto; no todavía.

—Bueno, tú lo has pedido. Debes cantar un villancico a todo pulmón, hasta que uno de los vecinos te grite que hagas silencio —¿Querías un juego de niños? ¡Pues tomá!

Escupe explosivamente el vino que tenía en la boca y casi se atraganta. Sonrío satisfecho al ver que no se lo esperaba.

—¡Por Dios! ¿Cuántos años tienes? ¿Trece? —exclama volteando sus ojos y moviendo la cabeza.

—Ya casi cumplo catorce. ¿Vas a hacerlo?

—Es un reto. A mí no me dan miedo los retos —dice haciendo una mueca de seguridad.

Se levanta de la silla y trastabilla un poco. Está tan mareada como yo, lo noto en la carcajada que suelta cuando trata de acercarse al balcón y se enreda con sus pies.

—¡Cuidado! —Me levanto de la silla con un solo impulso y corro a sostenerla por si se cae.

—Ay, ya, ya, estoy bien. Bueno ¿cuál villancico quieres que cante? —pregunta acercándose al borde del balcón.

—El que quieras.

Toma aire y lo suelta primero, todo en una risa. No puedo evitar reírme con ella, quien repite el proceso unas cuantas veces más.

—¡Estoy esperando! —le digo para instarla a que empiece a cantar de una vez por todas.

Cuando por fin es capaz de dejar de reír, vuelve a tomar aire.

—Me las pagarás, Ventura. Tutaina tuturumaaaaa, Tutaina tuturumainaaaa...—

Empieza a gritar con todas sus fuerzas y yo siento que voy a morir de la risa.

—Tutaina tuturuma turuma, tutaina tuturumaina... Los pastores de beléeeeeen...—

—¡Callate, loca! —Escuchamos a lo lejos un hombre que grita molesto y nuestra risa llega a su punto máximo.

—¡Dejame ser! —grita Loreta en respuesta y es oficial; estallo de la risa.

La loquita regresa al asiento entre risas, y ambos nos secamos las lágrimas cuando nos vamos calmando poco a poco.

—¡Cumplí! —exclama con entusiasmo, poniendo sus brazos como si estuviera mostrando sus biceps, totalmente orgullosa de sí misma—. Ahora es tu turno. ¿Verdad o reto?

—¿A eso llamas cumplir? ¡Pero si ni cantaste nada!

—Ah, pero porque no me dejaron cantar más, ¡tus vecinos son un público difícil!

—Es que no tienen buen gusto. ¿Más vino? —pregunto para saber si es necesario llamar a alguna licorera a hacer un pedido.

—Sí. Pero antes tu verdad o reto.

—Verdad. —Que sufra un poquito más.

—¿Podrías enamorarte de alguien como yo?

Su pregunta me suena a algo serio y tengo el presentimiento de que reírme o contestar alguna pendejada no es opción.

Guardo silencio un momento sin saber qué contestar. ¿Será que me sincero con ella? Debería aprovechar la oportunidad, y que por mis venas corre más licor que sangre en este momento, pero no sé si pueda hacerlo. No creo que deba hacerlo. Eso podría cambiar muchas cosas entre nosotros y no soy fan de los cambios.

—No puedo enamorarme de nadie —respondo, serio.

La expresión de su rostro cambia y se oscurece. Sé que no debí decir eso, pero si soy sincero es lo que siempre he pensado. Que a mi corazón le haya dado por cambiar las reglas del juego ahora, es otra cosa.

—¿Por qué? ¿Estás casado o algo así? ¿Eres eunuco? —pregunta relajando un poco su expresión y volviendo al humor que tenía hace unos momentos.

—Dije que no me podía enamorar, no que no pudiera tener sexo.

—Si me dices la verdad no le contaré a nadie, con la única condición de que me muestres. —La frase acompaña su pícara mirada.

—¿Que te muestre qué?

—Que no tienes aquellito. Nunca he visto un eunuco, y tengo curiosidad.

—¡Qué no soy eunuco! —Me dan ganas de demostrarle lo no-eunuco que soy.

Loreta acerca sus manos a mi cinturón como tratando de desabrocharlo.

—¡Oye! —exclamo.

—¡Ya, listo, me calmo!

—Lo que buscas es evadir tu verdad o reto, te pillé. —Cambio el tema rápidamente, pues su actitud me está poniendo cada vez más nervioso.

—Yo no evado nada, y elijo verdad.

«Bueno, eso no me lo esperaba»

—¿Tú te has enamorado? —No sé ni por qué vuelvo al mismo tema pero la pregunta se escapa sola. Culpo al vino... bueno, tal vez muy en el fondo sea algo que quiero saber.

—No. Nunca, y no ha llegado alguien que sea merecedor de mi amor.

Su respuesta me desinfla un poco, pero supongo que me he ganado la última parte. Puede que sea sincera, o por el contrario, que haya mentido como yo. Pero sea lo que sea, me duele pensar que no he provocado admiración en ella. Mi ego está sufriendo en estos momentos, al igual que mi corazón.

—Voy a pedir más vino. —Le indico mientras en mi celular busco la app desde donde se pueden pedir domicilios.

—¿Puedo poner algo de música? Me aburrí de los sonidos del silencio...

—Dale, estás en tu casa —le digo terminando de confirmar el pedido en la app.

Loreta toma su celular y lo manipula un par de veces, luego empiezo a escuchar la música que sale de los pequeños parlantes del aparato y lo que oigo me gusta.

—Préstame tu celular —pido estirando la mano para que me pase el aparato.

Ella me lo entrega sin preguntar, pero mirándome de una forma extraña. Busco la app desde donde sale la música y la conecto a través del bluetooth a mi equipo de sonido.

—¡Wow, ahora sí suena mucho mejor! —exclama emocionada.

—Esa canción tan bella debe ser escuchada por lo alto —afirmo con una sonrisa.

—¡¿Te gusta el Grupo Niche?! —Su emoción es evidente.

—"Eres" es una de sus mejores canciones.

Atentos a la letra de la canción y a nosotros mismos, nos quedamos mirándonos un rato, luego empezamos a cantar. Más o menos a mitad de la canción, Loreta se levanta de su puesto y me extiende la mano.

—¿Me harías el honor de bailar conmigo?

Es tan hermosa. Toda ella es perfecta. Sería imposible no enamorarse.

—El honrado soy yo.

Tomo su mano, me levanto y empezamos a bailar. Ella lo hace espectacular, obvio, a mí sí me cuesta un poco más trabajo mantener el ritmo, no solo por los nervios idiotas que tengo sino por el licor que he ingerido.

Vibra mi celular y recuerdo que ahí viene más licor. Doy "confirmar" en la app del edificio que funciona como un citófono para indicar que estoy esperando a la persona que trae el pedido.

—Llegó el vino... —susurro en su oído, pues se veía tan concentrada en mí que no quise asustarla.

Ella me suelta y vuelve a su silla, mientras me dirijo a esperar que llegue el domicilio en la entrada. El joven que lo trae me ve en la puerta y se queda un poco extrañado. Supongo que no está acostumbrado a que la gente esté tan preparada para recibirlo.

—Tengo compañía... —le digo a modo de explicación.

—Claro, señor Ventura. Aquí está su pedido.

El joven me entrega la botella y voy a la cocina por un nuevo par de copas, no me gusta utilizar dos veces las cosas antes de lavarlas.

Llevo las copas y la botella que he metido en un balde con hielo y encuentro a Loreta recostada en la baranda del balcón.

—¿Estás bien? —le pregunto.

—Mejor no podría estar —responde ella mirándome con su rostro sonriente.

Nos sentamos otra vez en el mismo asiento y tomamos pequeños sorbos de nuestro vino.

—El vino es como el amor, entre más tomas, más quieres... —dice Loreta intercalando miradas entre su copa y yo.

—Y más estupideces haces... —respondo.

Se ríe suavemente y luego me quita la copa de la mano, dejándola junto a la suya en el suelo, al lado de la silla. Acerca su cuerpo al mío muy despacio, minimizando la distancia entre nosotros y acelerando el latido en mi pecho.

—¿Una última ronda de "Verdad o reto"? —susurra muy cerca de mis labios.

—Bueno, escojo reto.

Veamos hasta dónde llega esto.






Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top