Capítulo 10: ¿Quieres que te bese?
Vladimir
Salgo del apartamento de Loreta y Luisa y voy directo hacia el mío. Al llegar, mi perro, Romano, me saluda con efusividad y yo juego con él un rato, sin importar que son más o menos las tres de la mañana y ya debería estar durmiendo.
No soy una persona de mucha rumba, a pesar de vivir en una de las ciudades con más vida nocturna del país. Para mí es mucho más interesante una cena o ir a cine que ir a bailar rodeado de gente borracha y sudorosa; pero hoy simplemente no podía rechazar el plan de Loreta.
No sé lo que me hace esa mujer, solo sé que quiero conocerla mejor. Mucho mejor. Si eso implica salir de vez en cuando a los planes que propone, pues lo haré; aunque para la próxima salida el plan tendrá que ser ideado por mí en su totalidad. Por un lado me alegra que a ella le guste salir de rumba, eso me da algo de tranquilidad, pues nunca podría enamorarme de alguien con quien tengo tan poco en común. Al menos eso creo, pues con Camila, la única mujer de la que podría decir que he sentido algo parecido al amor, compartía muchas cosas.
Romano se cansa de jugar y sale al balcón de mi apartamento, donde le gusta dormir. Para ser un labrador que no vive en una finca, tiene un buen espacio ahí, por eso le encanta. Voy a la cocina por el vaso de agua que tomo todas las noches antes de acostarme y me dirijo a mi cuarto.
La comodidad de mi enorme cama me envuelve y por fin empiezo a descansar de un día lleno de emociones fuertes. Mis oídos dejan de percibir aquel pitido emitido por el efecto del volumen de la música en la discoteca y me quedo dormido rápidamente. Unas manos suaves y delgadas empiezan a acariciar mi abdomen y la sensación me despierta. Volteo para averiguar de quién son esas manos y veo a Loreta, quien me sonríe.
—¿Qué haces aquí? —pregunto asombrado por su presencia.
—Sh —murmura llevándose un dedo a su boca—. No digas nada...
Lleva una de sus manos a mi cara y empieza a acariciar mi cabello. Con la otra recorre mi brazo, haciendo círculos a su paso por mi piel. Sus dedos delgados y delicados se sienten fríos en contraste con mi epidermis caliente. Lleva sus caricias a mi abdomen y el gesto me hace estremecer. Sus manos van bajando más y más hasta posarse encima de mis boxers, tocando la dureza que han despertado sus caricias. Quiero preguntarle qué hace, pero de nuevo me calla. Esta vez lo hace con sus labios sobre los míos; esos labios carnosos y sensuales que desde hace tanto tiempo quiero besar, aunque me lo niegue una y otra vez.
Su lengua se abre paso ferozmente por mi boca y mi lengua responde a su estímulo. Sabe dulce, como a Manjar Blanco, que de los postres caleños es mi favorito. Sus manos continúan con sus veloces caricias sobre mis boxers y todo mi cuerpo responde a ellas.
—Quiero más... —le digo cuando separa por un momento su boca de la mía.
Ella procede a quitarme con rapidez la única prenda que llevo puesta, dejando expuesto el gran resultado de sus acciones.
Se quita la sábana que la cubre y noto que está completamente desnuda, como el día en que la conocí.
—¿Quieres que te bese? —pregunta montándose sobre mí; su humedad haciendo contacto con la mía.
—Claro. —Dejo salir en un suspiro casi inaudible que mi respiración entrecortada ha interrumpido.
Ella amenaza con llevar sus labios a mi boca, pero en lugar de eso los posa en mi cuello. Poco a poco, en una tortura lenta pero deliciosa, va bajando por mi pecho, mi abdomen, mi cintura y se acerca a mi erección, mirándome con deseo.
Los ladridos de Romano me despiertan y me doy cuenta de lo sudoroso que estoy. Voy al baño a mojarme un poco la cara y noto que mi ropa interior está empapada. Suelto una risa recordando mis años de adolescente; no es que tuviera muchos sueños húmedos —solo puedo recordar dos— pero esto se parece muchísimo a uno.
Después de cambiarme e ir por otro vaso de agua, acostado en mi cama no puedo dejar de pensar en el sueño que acabo de tener. Pasada la decepción inicial, siguió la sorpresa de que sensaciones tan nítidas y reales fueran solo obra de mi subconsciente.
Casi pude sentir el cosquilleo en mis labios al probar los de Loreta. Casi pude tocar sus firmes senos y deleitarme en la suavidad de sus manos. Será interesantísimo saber si cuando pueda disfrutar de esas experiencias en la vida real se asemejarán a las sensaciones vividas en mi sueño. Si es que algún día puedo descubrirlo.
Paso la mayor parte del sábado haciendo compras por internet. Me gusta mucho la tecnología, y siempre estoy atento a los últimos gadgets que puedo comprar. Lo hago tan pronto salen a la venta, pues me gusta estar al día de sus avances. Lucrecia, una señora de unos cuarenta años que desde hace dos trabaja en las labores domésticas de mi apartamento, me hace compañía el poco tiempo que paso en el lugar donde vivo, aunque en realidad no podría decir que es una mujer muy conversadora.
Estoy más aburrido que un acuario de almejas, así que llamo a Pablo para ver si quiere tomar algo conmigo antes de que empiece su turno en el casino. Quedamos para vernos en media hora en un pequeño bar ubicado en un centro comercial y agradezco que todavía esté soltero. Si tuviera novia estaría mucho menos interesado en salir un sábado en la tarde con un hombre a tomarse un par de cervezas.
—Entonces, ¿saliste anoche? —pregunta mi amigo cuando ya nos han traído la jirafa de cerveza que nos tomaremos. El bar se encuentra medio vacío cuando nos sentamos. Chipichape, el centro comercial donde se ubica el establecimiento se ha convertido más hacia los planes familiares que hacia la diversión de solteros como nosotros.
—Sí, fui a comer con Paulina, me la encontré después de que te dejé en el bus.
—¿Otra vez está en Cali? Uju —dice Pablo haciendo una expresión que indica problemas. Sabe todo lo que ha pasado entre Paulina y yo, y tiene la loca teoría de que la pobre está enamorada de mí, aunque yo no lo creo.
—Sí, pero no le veo el problema.
—¿No te parece sospechoso que después de que ustedes tuvieran sexo cochino y salvaje ella venga más a Cali que antes?
—No fue cochino y salvaje —respondo frunciendo el cejo, en señal de broma—, y ella viene por su trabajo, el sexo delicioso y divertido no tuvo nada que ver.
—¡Oigan a mi tío! Pues si es lo que querés creer, allá vos —exclama dándole un sorbo a su cerveza.
—Es lo que es. Igual ayer no pasó nada, ni creo que pase esta vez.
—Uy, parame el tren. ¿Querés decir que después de la comida no hubo sexo cochino y salvaje?
—¡Qué no es cochino y salvaje! —exclamo levantando la voz y varias personas voltean a verme.
—Es por joder, no me parés bolas —dice.
—Igual yo —respondo con una sonrisa desenfadada—, sabés que yo solo tengo sexo cochino y salvaje.
Soltamos una carcajada y refrescamos nuestra garganta con más cerveza. En Cali casi siempre hace calor, pero hoy se le fue la mano al clima. Ambos sudamos como cerdos y la única forma de aliviar un poco el sofocamiento es con la helada bebida que hemos pedido.
—Y después de la comida no pasó nada porque me encontré con Loreta.
Mi mejor amigo casi se atora con la cerveza que tiene en la boca.
—¡¿La bailarina?! No jodás... —exclama.
—Imaginate. Terminó invitándome a rumbear, y nos fuimos a La Social.
—¿Vos rumbeando? Esa vieja debe gustarte mucho. Y qué, ¿te la llevaste a la cama?
—No. —Es mi respuesta escueta.
—Eso me parece sospechoso mi Vlado. Vos te estás enamorando de esa mujer.
—¡No! —exclamo tajante— ¿por qué lo decís?
—Porque cuando uno siente atracción por alguien se lo lleva a la cama y punto. Cuando se enamora no quiere apresurar las cosas, saborea cada minuto de su compañía y alarga los momentos juntos hasta que sea el momento adecuado para el sexo. Todo es mucho más lento cuando se ama, y vos te estás demorando muchísimo con esa mujer. O decime ¿con cuántas mujeres has salido en mínimo una cita antes de llevártelas a la cama? Loreta ya te sacó una rumba y todo.
Si analizo las palabras de Pablo, tiene razón. En el pasado las mujeres que he conocido han sido en su mayoría turistas con ganas de salir de la monotonía de su matrimonio o con ganas de vivir una experiencia de una sola noche, o apostadoras esporádicas con ganas de conocer el casino y que se han llevado una noche de sexo. Ni siquiera puedo recordar la última cita que tuve con alguien. Sin contar que nunca nadie había provocado un sueño erótico que terminó siendo húmedo.
—Tal vez solo quiera ser su amigo —replico.
—¡Ja! ¿Cuándo has tenido vos una amiga? La amistad entre hombres y mujeres no existe, el sexo siempre la arruina.
Terminamos la jirafa de cerveza y Pablo está a punto de empezar su turno en el casino. Yo pensaba quedarme a apostar un rato, pero me han entrado unas ganas tremendas de irme para mi apartamento, así que llevo a mi amigo hasta su lugar de trabajo y me devuelvo para mi hogar.
Todo el camino voy pensando en Loreta, el sueño, la noche anterior y las palabras de Pablo. Tal vez tenga razón y solo me estoy engañando a mí mismo pensando en tener una amistad con Loreta. ¿Cuáles serían nuestros planes como amigos? ¿Iríamos a comer? ¿A bailar? ¿Qué tendríamos en común para tener una amistad? Sé que novios no seremos nunca, pero ahora está más claro para mí que amigos tampoco seremos.
Llego a mi apartamento y enciendo mi portátil. Navego un poco por las noticias y unas cuantas apuestas que hago online y de pronto veo publicidad de unos paquetes vacacionales cuyo precio no está nada mal. Hago clic y analizo atentamente toda la información. Clic en reservar, los datos de mi tarjeta de crédito y ya está.
Tal vez lo mejor que pueda hacer sea alejarme de la sexi bailarina del todo, al menos por un tiempo.
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