Extra #1
Después de la reveladora y extraña conversación que tuvo con Hermes, a la princesa le costó dormirse de nuevo. Eran muchas cosas en las que pensar, todas sobre Perseo, estaba preocupada. El susodicho dormía a pierna suelta, ella se dedicó a observarlo. Dormido intimidaba menos, nunca había tenido la oportunidad de mirarlo tan detenidamente desde tan cerca ya que cuando él se acercaba, Andrómeda huía despavorida.
Tenía piel de muñeca, aunque la primera vez que lo vio no era así, estaba más sucio y con más sequedad, lo cual era normal ya que según le había contado hizo un viaje larguísimo y sin apenas pasar por refugios. Ahora no, realmente tenía piel de muñeca y unos labios que se veían apetecibles, carnosos pero no excesivamente pues era la boca de un hombre. En cuanto a la forma de su rostro, se notaba que se le estaban endureciendo los rasgos, estaba en esa transición entre niño y adulto, pero todavía tenía el rostro aniñado y menos marcado, más redondo.
El pelo era una maraña de rizos, era un poco adorable, era como si nunca estuviera del todo peinado. Aunque el primer día de la ceremonia matrimonial, los sirvientes debieron hacer un gran trabajo, porque su cabello nunca lució tan pulcro y brillante. Pese a ello, le parecía atractivo, le daba un toque de diablillo que contrastaba con sus modos. Tenía ademanes de realeza, luego abría la boca y demostraba que nada que ver. El color era el problema, no se acostumbraba al rojo. Ni siquiera era un rojo tan chillón, era más como cobre con reflejos de sol, pero era muy impactante, porque su piel era muy pálida y el rojo resaltaba con demasiada intensidad, los ojos también tenían un matiz muy vívido.
Pensó que Perseo podría gustar más o menos a la gente a su alrededor, pero no dejaba indiferente a nadie. Eso le pasó a ella la primera vez que lo vio, estaba tan sorprendida que no sabía qué pensar, y aquel venga a insinuarse y acercarse y ella sin saber qué pensar porque no había visto a ningún hombre con rasgos tan explosivos.
Ni siquiera Hermes era así, claro que el dios era más atractivo, pero sus facciones eran armoniosas, no chocaban a la vista. Era más bien el conjunto de todos sus rasgos lo que lo hacía lucir bien parecido, no creía que nadie, ni hombre, ni mujer, pudiera sentir desagrado al contemplarlo (independientemente de sus preferencias).
Tal vez por eso Andrómeda no se sentía intimidada ahora, Perseo tenía sus ojos cerrados que eran su rasgo más impactante, o uno de ellos. Así, observándolo reposar en paz, se quedó dormida ella también casi cuando Apolo comenzaba a surcar el cielo.
¿Cuánto durmió? ¿Dos horas? ¿Tres horas? No sabía, pero la despertaron unos golpes en la puerta. Debía ser el servicio, o eso pensó hasta que los toques se volvieron insistentes, ¿Qué clase de sirviente era tan maleducado de volver a tocar sin haber recibido respuesta? Debía ser nuevo, pero estaba de buen humor así que dijo.
—Pasa.
Se arrepintió poco después, solo vio entrar el carro pues el chico o chica que lo llevaba casi se desvaneció de repente. Cuando quiso darse cuenta estaba frente a la ventana y había abierto todas las persianas sin compasión alguna. Helios llenó la sala de sus rayos de luz como violentos haces de luz. Andrómeda se llevó una mano a los ojos, no le gustaba el sol en absoluto, tenía los ojos muy sensibles, la luz solar desde muy pequeña siempre le había dañado: la piel y la vista. Iba a gritarle a ese sirviente cuando hablo.
—¡Hala! ¡Arriba todo el mundo! —Se sacó una trompeta de la nada y pitó con tanta fuerza que Perseo dio un bote en la cama.
—¿QUÉ MIERDA? —Gritó enfadado su esposo.
Ella se quedó boquiabierta, ¿Qué demonios hacía Hermes vestido de sirviente? No entendía nada, además la había dejado sorda. Perseo le gruñó muy molesto y le arrojó una almohada a la cara, pero Hermes la esquivó, lo vio tratar de arrojarle más cosas y detenerse en el intento, seguramente por sus lesiones.
—¡Malditoo! ¡Idos al tártaro y quemaos por los dos costados, Hermeeees! —Maldijo Perseo.
Ella incluso se sorprendió más, ¿Cómo es que Perseo podía hablarle así a un dios y no morir en el intento? Observó a Hermes con preocupación, sin embargo este solo se rio como una hiena hambrienta. No entendía nada, entonces el dios se volvió hacia Andrómeda y no le gustó la expresión en su rostro; sonreía sí, pero era una sonrisa sádica que le dio a pensar que no saldría de una pieza de aquella habitación. Palideció y estaba a punto de arrodillarse y suplicar perdón hasta que habló de nuevo.
—Contigo no quiero nada, lindo cachorrito —Le dijo a Perseo y le hizo burla con sus gestos —, de hecho mis asuntos son con la princesa.
Vio a Hermes ir de nuevo hacia el carro, en él había una bandeja de plata, la bajilla era nueva, cortesía de una de sus amigas. Sonreía, ahora Hermes era el que parecía un cachorro emocionado, uno que sonreía de forma sádica.
—¿El desayuno? —Repuso ella con terror.
Hermes negó con la cabeza. Perseo miró a ambos sin comprender nada.
—Es incluso mejor.
—Hmm... ¡Tarta! —Repuso Andrómeda, sus ojos refulgían como dos estrellas en el firmamento.
Por un momento Hermes se quedó mirándola como si meditara concentrado, fue una mirada un poco intensa. Luego se rio.
—Nooooo, no hay galleta para ti, minina mía —Dijo Hermes muy entusiasmado y destapó el plato, lo vio sostener unas tijeras —. Es tu corte de pelo~
Andrómeda palideció de golpe, ¡Claro! Perseo no la había tomado a la fuerza, entonces... Ella había perdido esa ridícula apuesta y ahora...
—Nooooo. —Se acarició el cabello, no quería quedar calva, le dieron hasta ganas de llorar y eso que ella no era llorona.
—Síííííííí.
—Nooo.
—Sííííí.
—Espera, espera, ¿Qué pretendéis hacerle a una dama, Hermes? —Repuso Perseo de repente y se interpuso.
—¿Qué crees? Voy a dejarla calva. —Se volvió a reír como una hiena.
—¡De ninguna manera! ¡A mí me gusta su pelo y no os lo permito! —Perseo trató de imponerse de vuelta.
Hermes miró al semidiós con desdén, como si no fuera la gran cosa.
—¿Quién te preguntó? —Le dijo autoritario —. Ahora no tengo tiempo de jugar contigo, cachorro. Los adultos tienen que hacer ahora sus negocios —Dijo y comenzó a abrir y cerrar las tijeras mientras sonreía a la princesa.
—¿Qué negocios? —Dijo un alarmado Perseo que contemplaba a uno y a otro, pero que aún no se salía del camino de Hermes.
—La princesa perdió una apuesta y aquí está su castigo. —Repuso él con simpleza.
Andrómeda enrojeció, ¡Ese maldito! ¿No sería capaz de...? ¿En serio? Era una sabandija sin honor. No sólo iba a cortarle el pelo sino además a airear sus inseguridades, tuvo ganas de arrojarle una almohada a la cara también, pero no lo hizo porque no tenía la misma confianza con él que Perseo. Además, ella había perdido la apuesta, aunque en su defensa diría que prácticamente Hermes la forzó a aceptar.
—¡Princesa! ¿Cómo se te ocurre hacer una apuesta con esta rata? —Soltó Perseo, Andrómeda miró nerviosa al dios pero no pareció molesto —¿Se puede saber que apostaste?
A Andrómeda se le formó un nudo en el estómago, no sabía qué decir, Perseo la estaba mirando con esos ojos verdes que cuanto más los miraba más nobleza veía en ellos.
—Pues a que tú forzarías a la princesa en vuestra noche nupcial. —Respondió Hermes con calma. —¡Gané yo! —Dijo muy orgulloso.
—Princesa... —Escuchó a Perseo con voz afligida.
—Lo siento... —Murmuró, ni siquiera era capaz de mirarlo a los ojos, se sentía mal por haber pensado tan mal de su esposo.
Perseo suspiró, pero pronto sintió su mano acariciarle la cabeza con mucha calma, eso la sorprendió.
—Está bien, es culpa mía... Te hice sentir insegura, debiste estar asustada —Dijo y apoyó la mejilla contra su coronilla para confortarla. —, ¿Y qué ganaba la princesa?
En ese momento Andrómeda sintió el verdadero terror, miró a Hermes, no lo dijo pero le gritó "no" con la mirada, pero él la contempló de vuelta como si nada. Estaba comenzando a tener sudores fríos, esperaba que Perseo no malinterpretase la situación. Era verdad que había pedido "el cuerpo de Hermes", pero realmente no tenía intención de hacerle nada. Por más guapo que fuera el Dios, y en el hipotético caso de que ella quisiera (que no quería) ser poseída por Hermes, realmente, los nervios le bloquearían completamente cualquier intención. Con todo, hablaba de un supuesto.
—Que le dejaría usar mis sandalias voladoras. —Dijo con mucha calma.
Andrómeda tragó saliva, ¿Se lo creería?
—Ah —Se encogió de hombros —, bien. Princesa, la próxima vez no hagas apuestas con él. ¿Qué no ves que nunca apuesta por el caballo perdedor? —Suspiró —No hay remedio, pagaré por ella, córtame el pelo a mí. Es impensable que le hagas algo tan cruel a una dama, para ellas su pelo es muy importante. No seáis malo, Hermes.
—No.
—Pero... —Replicó Perseo al Dios.
—Denegado. Cortaré el pelo de la princesa.
—¿Por qué? —Perseo frunció el ceño con molestia.
Hermes puso los brazos en jarra en actitud digna, Andrómeda sabía que no estaba siendo todo lo autoritario que podía, sólo jugaba. No se parecía nada al cruel Dios con el que hizo aquel pacto, con Perseo alrededor era mucho más manso.
—Por muchas razones.
—¿Cuáles? —Las arrugas en el ceño de Perseo se intensificaron. Hermes suspiró.
—Primero, el pelo pelirrojo no está TAN cotizado como el blanco. Segundo, con tu pelo no tengo ni para una peluca. Tercero y MÁS IMPORTANTE —Dijo poniéndose muy serio de repente —, no me gustan los jodidos calvos.
Andrómeda se habría reído de no ser porque ella sería calva en unos instantes, le estaba dando pánico, ¿Qué haría sin pelo? Completamente blanca y calva, ¿Qué clase de cosa sería? Un monstruo.
—¡Esperaaa! —Insistió Perseo al ver acercarse a su amante. —Princesa, ¿Qué fue lo que dijo Hermes cuando hicisteis la apuesta?
—... Que le daría mi pelo... —Susurró apenada. —¿Me vas a seguir queriendo calva...? —Se cubrió el rostro con las manos.
Perseo observó la situación consternado, aunque tenía un plan. Realmente no le preocupaba tanto que Andrómeda no tuviera pelo (aunque prefería que lo tuviese), no obstante comprendía que el cabello era muy importante para una mujer y él quería proteger a las damas.
—¡Pero! No dijo cuánto pelo, ¿No? —Espetó y desafió a Hermes.
El Dios frunció ligeramente el ceño.
—¿Qué con eso? Dije que me daría su pelo, por tanto me pertenece.
—Pero, no dijisteis, "todo" su pelo, ¿Es así? —Comenzó a decir —. Tampoco cuánta longitud era aceptable, fuisteis muy ambiguo, Hermes. Podríamos cancelar la apuesta debido a que planteaste una premisa dudosa. —Alzó el mentón con orgullo.
Las cejas de Hermes se juntaron un poco más.
—Ahí no has estado muy agudo, cachorro —Empezó a decir Hermes —, es verdad no especifiqué cuánto, pero lo demandado es claro cristalino —Prosiguió —. Como hay un pequeño error de cálculo, está bien. Seré magnánimo, ni para ti, ni para mí, no me llevaré todo su pelo —Dijo aunque parecía molesto —. No se hable más, por encima de las orejas pues.
—De eso nada, media melena —Insistió Perseo.
—Estúpido, eso es muy poco pelo, por debajo de las orejas.
—Pues sobre los hombros, entonces. —Regateó.
—Por la barbilla pues, y no se hable más. —Se plantó Hermes.
Perseo dudó, no parecía que Hermes fuera a dar su brazo a torcer y temía agotar su paciencia. Extendió la mano hasta él.
—Trato.
Andrómeda vio a través de los pequeños huecos que dejó entre sus dedos a ambos darse la mano. Perseo volvió a su lado sonriente haciendo el símbolo de la victoria, Hermes la miraba con cara de pocos amigos. No sabía qué era peor.
Alguien, sáqueme de aquí, voy a morir joven y medio calva.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top