Capítulo 9-Mentiras

Perseo llegó por fin a Grecia y besó la tierra agradecido. Por fin en casa, o cerca al menos. Era un alivio, ya podría dejar aquel continente de paisajes cambiantes. Estaba conmovido, cada vez quedaba menos para terminar su aventura, ahora sólo tendría que llegar a Tracia que estaba aproximadamente en la otra punta del país, el viaje sería largo pero mucho menos.

Se sentía un poco más animado, Atenea venía más a menudo ahora para controlar la situación, notaba que trataba de infundirle ánimos pero no funcionaba en absoluto en él. De verdad que eran charlas motivacionales que serían una inyección de valor incluso para un guerrero caído, usaba un lenguaje pulcro y lleno de gracia, su voz tenía gran carisma y energía. Era solo que sentía sus palabras vacías. Tenía la certeza de que todo lo que hacía y decía era por el bien de la misión, ella diría cualquier cosa si al final le cortaba la cabeza a Medusa. Fin.

Resultaba irónico que Hermes, siendo el dios de las mentiras, sonara más genuino que la diosa de la sabiduría. Y hablando de él, al principio Perseo se hizo a la idea de que le había abandonado para siempre. No fue del todo así, él venía a veces, seguía trayéndole cosas y sobre todo aparecía si él estaba en problemas pero era muy frío y distante, se iba a la brevedad. Las pocas veces en las que conseguía hablar con él, sólo tenía dos frases y las repetía constantemente éstas eran: "Quiero mi corona" y "Pregúntale a Apolo", de algún modo conseguía encajar esas dos frases en el contexto de cualquier situación sin que sonara forzado.

Debería estar enfadado, pero Perseo no lo estaba porque tenía esperanza, si Hermes realmente no sintiera nada por él no estaría allí, le habría repudiado porque él mismo le había confesado que no tenía interés en que matara a Medusa y dudaba que estuviera allí por orden de Zeus, porque de él no había tenido noticia en toda su travesía. Entonces Hermes en realidad sentía algo por él pero era absurdamente complicado y orgulloso. Había intentado complacerle, hizo sacrificios para él, compró todo tipo de regalos y hasta hizo una corona de flores, cuando le ofreció esta última Hermes varió un poco su frase, dijo: "Sigue sin ser de diamante", no obstante Perseo creyó que le gustó el detalle porque se la guardó en su bolso (ese en el cual le había visto meter hasta criaturas vivas, no sabía si tenía fondo o cómo es que encajaba esas cosas pero ese era otro tema), le aceptaba todo los regalos pero nunca le daba la gracia y tampoco estaba seguro de lo que hacía después con ellos o de sí le gustaban. Algunas veces decía "Bien" y se iba, pero casi siempre era "Quiero mi corona".

Lo recuperaría, tenía esa esperanza, sólo que Hermes era cien veces más complicado que todas sus queridas juntas, no valía con él mirarle a los ojos y decirle "Eres el único para mí". Es decir, no lo había intentado, pero es que tampoco había tenido la oportunidad. La única vez que pudo hacer algo así, intentó besarle y a medio camino se quedó porque sintió su vida amenazada, Hermes le miró como si le dijera "Atrévete" y sintió de nuevo su desgarradora presencia desplegarse. No fue buena idea. Luego no tuvo más oportunidades porque no era tan fácil atrapar al dios más veloz si este no quería ser atrapado.

En cuanto a Aadan y a Farid, no volvió a hablar con ellos el resto del camino, o no en condiciones. Cuando se dirigía a ellos, temblaban y le respondían a todo "sí" deseando complacerle en todo, razón por la que hizo el resto del camino en silencio, estuvo tanto tiempo callado que cuando de verdad quería hablar sentía los labios pegados a la boca. Cuando fue el momento de separarse, ellos parecieron demasiado felices de deshacerse de él, lo notó y mentiría si dijera que no le dolió porque les había tomado aprecio a los dos pero se lo cargó a la espalda como con todo y se fue por su lado. Se separaron cuando llegaron a Atenas.

—Ahora sólo necesito conseguir un caballo y otro carro. —Suspiró Perseo, era extraño por fin estar en la civilización.

De pronto le agobiaba estar alrededor de tanta gente y el bullicio constante de gente yendo y viniendo. Gente parloteando a toda voz, niños corriendo alegremente, vegetación por todas partes, estaba en casa (casi). Con edificios bien construidos, ya no eran chabolas hechas de paja y barro, se empleaba yeso y otros materiales más robustos y sólidos (al menos en el centro), tejados que como poco eran de arcilla y salvaban más del frío y del calor. Plazas pulcras y alcantarillado (lo cual era de agradecer porque no olía a desperdicios fecales) con suelo bien trabajado sin grandes desperfectos, moría de ganas por visitar templos y perderse en las zonas más recreativas pero ahora no tenía tiempo para eso.

—Lo que requieres es el descanso, Perseo.

Se sobresaltó al darse cuenta de que Atenea estaba justo a su lado, ¿Cuándo había llegado? ¿Y quién era esa impostora que le decía que podía descansar? ¿Cuándo Atenea le había permitido descansar? Siempre tenía la sensación de que Atenea le espoleaba al grito de "¡Sigue el camino, Perseo! ¡Mata a Medusa!" aunque ella nunca lo expresara así. Justo cuando creía entender a los dioses, estos le sorprendían saliéndose por otra vertiente.

Atenea le extendió un saco y Perseo lo aceptó sin rechistar, si es que salía una serpiente venenosa y le mordía y moría entre terribles sufrimientos no le importaría, pensó ¡Pues bien! ¡Así me muero de una vez! . Decía ese tipo de cosas todo el tiempo pero se aferraba a la vida desesperadamente como todo joven de su edad. Aunque quizá él tenía más motivos para desear que todo acabase dada a la odisea en la que se había aventurado por su gran boca.

—Con eso tienes suficiente para la habitación y todo lo demás, úsalo sabiamente. Dos días y emprendes tu camino con premura. —Le dijo.

Perseo abrió pues el saco, esperaba encontrar oro pero su decepción fue mayúscula al encontrarse con un puñado de óbolos[1] (que por cierto tenían la cara de la diosa grabada). ¿Pero qué? ¿En qué clase de zulo me voy a hospedar con este dinero? Pensó horrorizado él que era noble. Se giró para replicarle a la diosa, pero ella ya no estaba allí. Comenzaba a acostumbrarse a que los inmortales hicieran eso todo el tiempo. También hacía eso otro, complacerle a medias, estaba seguro de que Atenea era asquerosamente rica y tenía más dinero y riqueza de las que usaría nunca pero a él, que era su protegido, le daba lo justo para que se apañara como pudiera. Incluso Hermes, que era mucho más generoso, tampoco le daba mucha más manga ancha.

La verdad, esperaba que su primera noche en una cama de verdad fuera por todo lo alto y no en un garito de mala muerte, pero a estas alturas suponía que le bastaba con tener donde dejarse caer. Ya que la diosa le había concedido el descanso fue lo primero que hizo, tal vez debería haber admirado y amado aquella ciudad griega pero estaba tan cansado... Sólo deseaba cerrar los ojos un rato sin temor a que le acuchillaran mientras dormía. Estos últimos días no pudo dormir del todo creyendo que Farid o Aadan podrían intentar algo contra él.

Así que pasó por alto que el hostal al que entró tenía la fachada desconchada y le faltaban trozos de yeso, también que las paredes estuvieran tan sucias que daba la sensación que si se posaba sobre una de ellas la suciedad le absorbería. Sólo fue hasta su cuarto y ni siquiera se desvistió, se tiró sobre la cama tal cual y durmió como un muerto. No hubo sueños para él ese día, tampoco interrupciones de ningún tipo.

Despertó con los primeros rayos de sol de mejor humor, dormir bien era una bendición. La cama era blanda y el colchón de mala calidad pero seguía siendo mejor que el suelo. Bajó a desayunar porque no tenía que cazar ni hacer una fogata, hasta tenía desayuno incluido. Todo le sorprendía sobremanera, después de estar cerca de cuatro meses vagando por los bosques era muy extraño para él tener una cama y un desayuno.

No es que la comida fuera ambrosía pero aun así se comió todo lo que le pusieron y hasta le dejaron repetir una vez. Eso sí, mantuvo su pelo oculto porque hasta en Grecia era extraño ver pelirrojos y los más supersticiosos lo tomaban como algo del averno y no quería más problemas. Prefería dejar el drama en África y olvidarlo todo, nada de eso importaría cuando estuviera de vuelta en Serifos, en su palacio, con su madre, con Dictis... Ya quería eso.

Se dio cuenta después de desayunar de que en realidad no tenía nada que hacer y era aburrido estar solo especialmente cuando se tenía un día libre. Debía buscar a alguien con quien compartir su libertad y tenía una idea aproximada de con quién.

Fue primero a reservar el alquiler de un caballo y un carro no fuera que al día siguiente de golpe y sopetón, la demanda subiera y no tuviera vehículo con el que desplazarse. Supo el precio total y lo apartó del resto de dinero, no es como si le quedasen muchos óbolos, tendría que ver qué podía hacer con lo poco que le quedaba.

Fue al mercado a comprar un par de cosas, un mantel, incienso y fruta. Tenía serias dudas de la calidad de todo lo que había comprado pero sin su riqueza era como una mariposa sin alas, solo una oruga fea. Tendría que conformarse con eso de momento, ya tendría tiempo de agasajarlo cuando volviera a su hogar y hablando de eso, tenía que forjar dos coronas porque su vida era mucho más angustiosa y desdichada desde que conocía a los dioses.

En cualquier caso, era increíble que después de estar tanto tiempo apartado de la civilización, decidiera precisamente pasar su día libre en el bosque pero tenía su sentido. Había estado en Atenas un par de veces mas recordaba un lugar que atrajo su atención en una de sus locas expediciones. Era un monte, fácil de subir, ni siquiera necesitaba escalar sólo tenía que seguir el camino ya que otros habían trazado la misma ruta antes que él. En su día libre no debería estar moviendo un músculo pero así no es como era Perseo, después de todo.

Además, quería enseñarle ese lugar a Hermes. Así que una vez llegó a la cima, plantó el mantel. El lugar era agradable, parecía que se respiraba mejor allí y las vistas eran espectaculares, se podía ver toda la ciudad que recortaba contra el cielo añil, los pilares de los edificios parecían acariciarlo. La vegetación en aquella montaña crecía libre y la hierba era tan verde que parecía menta, árboles de ciprés alrededor y pájaros cantando que deleitaban sus oídos.

Encendió el incienso, puso en medio del mantel la cesta y luego tomó asiento con vistas a la ciudad, le agradaba pues era la cumbre de la inteligencia y la tecnología. El olor a incienso comenzó a flotar en el ambiente, era amapola a Hermes le gustaban (o es creía). Todo era perfecto.

Hermes, yo os convoco. —Dijo mientras miraba al horizonte con nerviosismo.

¿Vendría? De verdad quería pasar sus últimos días de paz con él antes de que tuviera que arrojarse a la carretera de nuevo. Estaba intentando cortejarlo, pero no era sencillo porque no se dejaba. Así que esperó y esperó y esperó y esperó y esperó... Y el sol comenzaba a bajar tanto que cuando quiso darse cuenta estaba a la altura de Atenas. El cielo naranja y la ciudad recortada en negro era una imagen encantadora y Hermes no estaba allí para verla con él.

¡A la mierda! ¡Yo soy Perseo! ¡A mí nadie, NADIE me deja plantado! se dijo a sí mismo frustrado. Si él no viene a mí, entonces yo DEFINITIVAMENTE le daré motivos para que venga.

Estaba teniendo otra de sus disparatadas ideas, cuando el semidiós quería conseguir algo era capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguirlo y no había quien le frenase. Su madre solía decirle que algún día su cabezonería le mataría, bien, podía ser que ese día hubiera llegado. Se levantó y caminó hasta el borde del acantilado, estaba muy alto, cabía destacar.

¿De verdad voy a hacer esto? Comenzó a arrepentirse, pero era la única solución que encontraba, necesitaba hablar con Hermes y atraparlo para que no huyera, si es que no moría en el intento serviría. Él vendría, él definitivamente vendría. Así que de nuevo miró al acantilado, caminó alrededor, había una parte en la que había un desnivel como si se tratara de un saliente, la montaña no seguía su transcurso liso hasta abajo. Serviría.

Comenzó pues su treta, sólo hizo eso, como si se asomase demasiado y al hacerlo tropezara aunque en realidad se dejó caer y fue una sensación de vértigo que no olvidaría. Perseo sabía cómo caer para no lastimarse de gravedad, su maestro le había enseñado para situaciones en las que necesitaba huir o caía irremediablemente, nunca le presentó la opción de caer para recuperar el amor de otra persona, debería anotarlo a su lista de posibles.

Cubrió su cabeza con los brazos protegiendo el cuello también y se encogió sobre sí mismo. No moriría pero no contaba con que había desniveles y las piedras se le clavaban y le golpeaban, era doloroso y le hizo proferir un fuerte quejido cuando una de esas golpeó en la costilla, no se había recuperado del todo de eso. Cuando por fin cayó, estaba sin aliento, el golpe le cortó la respiración por unos segundos.

Hostiaa, me he matado... se compadeció pero no movió un músculo, los ojos cerrados como si estuviera muerto o inconsciente. Si es que Hermes no venía después de eso, tiraba la toalla, porque le dolía a rabiar pero pese a todo sólo quería verle hasta el punto de haberse lanzado monte abajo con la esperanza de que viniera a socorrerle, solía hacerlo.

-¡Perseo! -Le escuchó y Perseo contuvo la respiración.

¡Qué cabrón! ¡No ha tardado ni medio segundo! ¡Seguro que ya estaba aquí el muy maldito! ¡Y yo aquí esperándolo como un fracasado! ¡Ese idiota! ¡Cerdo! ¡Mira lo que me haces hacer! pensó frustrado pero ni siquiera movió un músculo, contenía la respiración porque si es que respiraba el dios se daría cuenta de que en realidad la caída no había sido para tanto y quería tenerlo cerca. Perseo podía aguantar la respiración cerca de 6 minutos.

-¡Perseo! -Le escuchó de nuevo y ya estaba junto a él, parecía angustiado.

Te lo mereces, sufre, podría estar muerto porque no has venido a nuestra cita, así que sufre. Pensó el semidiós, aunque estaba contento de que estuviera allí, eso significaba que al menos le importaba un poco.

—¡Eh! No bromees, no tiene maldita gracia. Despierta. —Le espetó preocupado, por un momento Perseo creyó que le había descubierto pero notó sus dedos presionarle el cuello, probablemente buscando el pulso.

Era ahora o nunca, nunca tendría a Hermes tan cerca de nuevo ya que el dios no se tragaba la misma treta dos veces (ya podría parecerse más a los humanos que siempre tropezaban con la misma piedra). Aprovechó que estaba despistado y en una postura poco estable para derribarlo en un rápido movimiento. Con sorpresa comprobó que funcionó, a veces los dioses eran tan estáticos como montañas y otras, como esta, un simple semidiós bastaba para tumbarlos. Suponía que era cuestión de estar centrado o no.

El caso es que de un modo u otro acabó sobre Hermes y aprisionó sus manos con las propias como si es que pudiera detenerle si él realmente quisiera quitárselo de encima. El dios le miraba con los ojos tan abiertos como los de un búho.

—¡¿Qué mierda?! —Le gritó cuando se hubo recuperado de la sorpresa. —¡¿Te estabas haciendo el muerto, desgraciado?!

Perseo tragó saliva, sí, sí tenía miedo pero también tenía miedo de matar a Medusa y en ello estaba. Esto era igual, si salía bien eso que se echaba a la espalda, si salía mal, entonces no lo lamentaría demasiado.

—¡Sí, joder! ¡Porque me habéis dejado en plantón y sólo quiero que me escuchéis! ¡Maldita sea! —Le gritó ahora él, demasiado atrevido se dijo a sí mismo pero no era como si pudiera contenerse.

Hermes le gruñó como un animal herido, ahora estaba furioso otra vez, comenzaba a ser un hábito eso.

—Quítate, Perseo —Le advirtió, no sólo su voz sonaba como si estuviera preparado para acuchillarle, también le miraba de esa forma.

Simplemente Perseo no le creyó, si de verdad quisiera él podría apartarlo por sí mismo sin mucho esfuerzo (seguro que no necesitaba tocarle para ese propósito) pero no había hecho ni siquiera el intento, sus manos seguían "bloqueando" las del dios. Tampoco funcionaban (o no como antes) las amenazas porque ya había amenazado su vida varias veces y él seguía vivo y de una pieza. Además el hecho de que cada vez que él se hiciera daño de verdad Hermes apareciera implicaba que estaba interesado en atesorar su vida.

—Vos me queréis, reconocedlo. —Le espetó, había más pruebas de eso que de lo contrario.

Hermes le miró en silencio, la expresión en su rostro no varió un ápice pero meditó breve. Clavó la mirada en los ojos del semidiós.

—No te quiero, Perseo —Dijo con toda la calma del mundo —. Ni ahora, ni nunca. Te he usado como todos. Fin —Añadió, su rostro impasible, esbozó de repente una sonrisa mordaz —. Incluso ahora, tan cerca de ti, no siento absolutamente nada.

Hermes era tan bueno actuando que incluso Perseo vaciló un instante, pero decidió comprobar si eso era cierto e hizo el amago de inclinarse sobre él, entrecerró los ojos para hacerlo más realista y aunque sólo fue un poco, le pareció notar tensión en una de las cejas del dios antes de que él volviera a su impasibilidad.

—Mentira —Le aseguró, no sabía por qué estaba mintiendo pero comenzaba a pensar que había algo más que Hermes no quería decirle. —. Si eso es así, ¿Qué beneficio habéis sacado de todo esto?

—Estoy aquí por voluntad de Zeus, es todo.

El dios mensajero era capaz de decir mentiras como si fueran verdades como puños, pero Perseo quiso reírse al escuchar eso, ¿Zeus? ¿Dónde había estado él todo ese tiempo? No lo había escuchado hablarle, ni había recibido ningún tipo de ayuda de su parte. Hermes debía sentirse acorralado para decir tremenda sandez, estaba seguro de que podía hacerlo mejor pero sospechaba que no quería hacerle daño tampoco o no demasiado, entonces su abanico de posibilidades se reducía porque las mentiras solían doler. La otra vez cuando él estaba tan lastimado, él le besó y luego pareció arrepentirse, pero le besó.

El semidiós sonrió de medio lado y negó con la cabeza.

—Mentira —Aflojó la tensión sobre las muñecas de Hermes (no era como si sirviera demasiado de todas formas), en su lugar dejó una suave caricia —. Dejad de mentir, decid la verdad, me queréis.

Hermes cerró los ojos un instante y cuando los abrió le pareció que lucía furioso y desolado a la vez.

-¿De qué serviría eso? -Dijo amargamente -La persona a la que anhelas, no soy yo. -Sonó triste, no había rabia ahora solo tristeza y decepción.

Perseo no entendía a qué se refería, ¿Estaría hablando de Apolo otra vez? Pues sí que le había pegado fuerte, que iba a hacerle una corona no a jurarle amor eterno. Suspiró.

—No sé nada sobre el futuro, Hermes —Confesó él, no le gustaba hacer promesas vacías. —. Si sé que ahora lo que quiero, necesito y deseo, eres tú.

Dijo aquello y calló su boca antes de que el dios de las mentiras le asaltara con algún comentario cruel (como solía hacer últimamente). Le besó como la otra vez, suave, despacio sólo queriendo probar aquellos labios, los más dulces que había probado y sucedió lo mismo que en aquella ocasión, no hubo ninguna respuesta. Aun así insistió un poco más, deslizó las manos desde las muñecas hasta al hombro dejando suaves caricias.

Estaba por rendirse porque no hubo ninguna reacción, se apartó decepcionado pero no tuvo tiempo de mirar al dios para comprobar qué tipo de expresión tenía su semblante. Fue tan rápido, cuando quiso darse cuenta su espalda estaba contra la dura piedra de nuevo y vaya si notó el golpe. Hermes sobre él y las manos sobre la cabeza, el dios le miró con fiereza y se habría asustado de no ser porque poco después comenzó a besarle.

Hermes no fue tan delicado como él, le besaba con rudeza, presionando sus labios contra los de él, poseyéndole. Pese a lo frenético parecía saber perfectamente lo que hacía y Perseo no pudo hacer más que seguirle, mandaba escalofríos a su cuerpo, él mismo notaba que se erizaba sólo por un beso se dijo frustrado. Pero qué beso. No tardó en meter la lengua en su boca y también se apropió de ella y de su lengua y de todo lo que él quisiera tener. Perseo llevó las manos a su cabello caramelo. Su boca estaba sobre la propia pero de algún modo la sentía en todo su cuerpo a modo de pequeñas descargas que le recorrían.

Hermes se separó, no abrupto como la otra vez pero Perseo tuvo miedo de que se volviera a marchar por lo que lo agarró de la túnica con fuerza. Ésta vez no quiso decir, esta vez no se escapaba, si se iba le llevaría con él a donde fuera. El dios le miró con extrañeza

—Espera. —Le dijo Hermes con calma.

—No.

Hermes se rio, no fue una risa cruel o gélida como las anteriores por lo que Perseo se relajó al menos un poco.

—Impaciente. —Susurró y con delicadeza le aflojó los dedos hasta que el agarre se deshizo. Fue un tacto suave, más delicado, no como el manotazo que le propinó la vez pasada y que le movió hasta los huesos de lugar.

Entonces Hermes con pasmosa agilidad, tomó a Perseo entre sus brazos como si se tratase de una princesa. Se le hizo tan sencillo que el semidiós sintió rabia, no era una damisela y pesaba lo suyo teniendo en cuenta su trabajado cuerpo, pero para él fue como alzar una pluma.

Dio un salto y para cuando quiso darse cuenta flotaban, Perseo tuvo una sensación de vértigo en el estómago la suave brisa golpeando contra su rostro pues cortaban el aire al ascender. Era una sensación cómo de alcanzar el cielo con los dedos aunque ni siquiera estaban tan alto, de hecho sólo llegaron a la montaña de la que previamente se había precipitado. Si no fuera porque lo creería imposible, parecería que Hermes simplemente dio un salto, lo hizo parecer así al menos, como si fuera sencillo o incluso mejor, porque cuando tocaron tierra el dios descendió con tanta delicadeza que ni lo notó.

Hermes depositó a Perseo sobre el mantel de nuevo con una delicadeza que no se correspondía a cómo le había besado hacía un instante, el olor a amapola todavía flotaba en el ambiente. Al dios debió gustarle porque sonrió, después se hizo su hueco también en el mantel, observó al semidiós largo y tendido, aunque la forma en la que le miraba le hacía sentir incómodo y querer esconderse.

-¿Y ahora qué...? -Se le ocurrió preguntar. MAL.

-Ahora... -Se inclinó sobre él nuevamente y Perseo rehuyendo acabó recostado sobre el mantel, eso no hizo retroceder a Hermes que al contrario, se fue recostando sobre él. -Voy a poseerte.

—¿Cómo qué poseerme? —Se ruborizó de repente, no sabía bien a qué se refería pero Hermes lo había hecho sonar muy sucio.

Era algo que él le diría a una mujer porque podía hacerlo, pero, ¿Cómo podía un hombre poseer a otro hombre? Nadie se lo había explicado. No era tan ingenuo como para no saber que entre hombres tenían relaciones pero no sabía cómo eran, ni se había interesado en saberlo tampoco. Hermes le acarició con los labios el mentón y tuvo escalofríos, después le miró.

-¿No sabes? -Arqueó una ceja, Perseo negó con la cabeza y eso le hizo sonreír de medio lado. -No tengo tiempo (ni ganas) para explicar, la enseñanza será práctica -Anunció.


óbolos[1]: Moneda griega de la Antigua Grecia, se suele valorar al nivel de los lingotes de cobre y bronce.


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¡Holaaa! ¡Holaaa! Pues aquí está el nuevo cap luego de muuuuuuuuuuuuuchas dificultades en mi vida AHHHHHHHH no tengo capítulos de reserva jajaja, me he quedado sin ellos F!!!! Espero que no os haya aburrido mucho el capítulo, no tengo muy claro de qué trata mi historia AÚN JAJSJAJSJSJ ando confundida, sólo lo dejo ser y ya. Y este capítulo como que seguía pero ya me estaba quedando laaargo y lo corté!

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