Capítulo 8-El día del dolor

Perseo cerró los ojos, los labios de Hermes eran dulces, suaves y besarlos fue como alcanzar las estrellas con los dedos. Su pecho se aceleró y los murciélagos revolotearon en su estómago. Entonces sí quiero hacerlo se dijo aunque era tarde para retractarse. Llevó las manos a la nuca del dios y enredó los dedos en su cabello, se acercó más a él y comenzó a besarle suavemente, difícil porque no le correspondió en ningún momento pero si notó que Hermes se relajó al menos un poco. Con temor, se apartó para mirarle todavía con miedo y ahora con pena también, era la primera vez que no le correspondían un beso y no sabía qué procedía.

Perseo se ruborizó, tal vez no fue la mejor idea besarle ahora le daba vergüenza (más porque no hubiese reaccionado de ningún modo). Miró a Hermes, había entrecerrado los ojos pero al menos la expresión en su rostro se había relajado, ya no le miraba como si quisiera destruirlo, sólo indiferencia.

—Quiero MI corona. —Dijo más serenado.

—Sí... —Perseo bajó la cabeza, le afligía demasiado la situación. Seguro Hermes se estaba riendo de su intento frustrado.

—De diamante me has dicho —Insistió él —, y lo voy a comprobar, cómo haya una sola piedrita que no sea de diamante, te borro Serifos del mapa.

Debería asustarse, de verdad que sí, pero que le amenazaran de muerte comenzaba a ser el pan de cada día y estaba frustrado. Demonios, ¿Por qué no me desea? ¡Soy guapo! ¡Y listo! ¡Y valeroso! ¡Y divertido! ¡E ingenioso! ¡Y definitivamente soy deseable! ¿Qué le pasa a tus ojos? ¿Me has visto bien? Quería gritarle al dios, por razones obvias no lo hizo.

—Vale... —Susurró hundiendo más la cabeza en su amargura.

—Entonces, ¿Qué sientes por mí? —Dijo Hermes.

Qué cerdo, ahora va a humillarme, ya sabía yo de las maneras de este tipo, ¡A pesar de que no tuve otra opción porque Apolo iba a matarme! Apretó los dientes contrariado, no por tener que confesarse, sino por tener que hacerlo cuando era evidente que le habían rechazado.

—Te quiero.

—Dilo otra vez, pero diciendo mi nombre. —Insistió Hermes.

—Te quiero, Hermes. —Dijo intentando no sonar como si quisiera estrangularle, porque eso quería.

—Bien, de nuevo, pero me miras a la cara ahora.

Perseo alzó la mirada, sentía su orgullo más herido que nunca y sólo lo estaba haciendo porque tenía que hacer lo que él le pedía o su furia no tendría parangón.

—Te. Quiero. Hermes —Farfulló, se daba cuenta de que empezaba a sonar más como un "te odio" pero no podía contenerse.

De algún modo eso pareció divertir al dios, sus labios se curvaron mínimamente hacia arriba. Perseo tuvo la sensación de que estaba experimentando algún tipo de placer sádico, a él se lo parecía por lo menos. Incluso le estaban dando ganas de llorar, no sabía si por sus mutilados sentimientos o por la humillación. Así que... ¿Así es como se siente que te rechacen? ¡Mierda! ¡Duele un infierno! de verdad estaba conteniendo el llanto, estoico, no sabía que Hermes le gustaba hasta el punto de sentirse tan miserable.

—¿Y a Apolo? —Preguntó de repente.

—¿Apolo qué? —Enarcó una ceja, no entendía qué tenía que ver ahora en todo este entuerto.

—Que si le quieres a él también. —Lo dijo tranquilo, pero sonó como una advertencia. Perseo carraspeó, se estaba poniendo realmente furioso. No iba a decir nada porque ya creía que el dios se estaba ensañando con él, pero entonces Hermes arqueó una ceja y tuvo escalofríos de nuevo.

—No le quiero. —Escupió las palabras.

—¿Y a mí? —Ahora sí estaba sonriendo y Perseo quería arrancarle la boca de la cara.

—A ti si te quiero. —Bufó ya no podía más, realmente le estaban dando ganas de llorar y tuvo que mirar hacia arriba.

—Bien, bien, me place. —Contestó Hermes de mejor humor, aunque se podía apreciar que seguía contrariado.

Pero, ¿Qué más quiere que haga? ¿Que me arrodille y bese sus pies? ¿Que me corte las venas y me ofrezca como sacrificio?

Hermes contemplaba la situación complacido a medias, todavía estaba terriblemente disgustado porque después de todo lo que había hecho por ese mocoso insolente, este sin más había decidido hacerle una corona a Apolo y sabía que si no hubiera hecho aquella promesa, el dios del sol lo habría matado allí mismo (o algo peor). No estaba realmente enfadado por la corona, lo que de verdad le molestaba, es que esa veneración se la profesara a un dios al que ni rostro le ponía y, ¿A él? ¿Qué había hecho Perseo por él? Había sacrificado media cebra y sólo para que él volviera a hacerle caso. Era insultante, no se le ocurrió en ningún momento tener un detalle con él a pesar de que Hermes se lo daba todo.

«Querido Hermes, los mortales no conocen nada a cerca del agradecimiento, ellos sólo pondrán la mano y pedirán más. Pero ellos sí entienden el miedo. Sólo te respetarán si es que te temen» 

Solía decirle Zeus. A Hermes no le gustaba eso, no deseaba destruir y maldecir era pacífico pero saltaba a la vista que Perseo NO le respetaba. Era un chiste para él, tenía asumido que estaría ahí siempre y no le valoraba, en cambio temía a Apolo y no había tardado en jurarle eterna lealtad, también hacía eso con Atenea, a él no. Estaba furioso.  

Muy bien Perseo, si lo que quieres es que sea cruel, seré cruel y entonces me valorarás. Había pensado, sin embargo, la confesión de Perseo seguida del intento torpe de besarle, había aplacado en gran medida su ira, más no su dolor y ahora quería que él también sufriera porque Hermes podía ser bueno, pero también podía ser terrible (o intentarlo). Ver al semidiós así, temblando, suplicando, casi llorando y con el orgullo tan destrozado hacía que quisiera destruirlo más y no quería pero tampoco podía parar.

—¿Te duele, Perseo? —Preguntó de nuevo atacándolo

A mí sí pensó él que por muy benéfico que fuera, también era orgulloso e irascible como los otros dioses. Perseo le miró furioso, podía notar su frustración y su dolor y abrazó esos sentimientos.

—Te he hecho una pregunta. —Insistió Hermes, de nuevo amenazando su vida.

—Me duele. —Escupió las palabras con odio.

—Bien —Dijo él complacido. —¿Por qué? ¿Qué te duele? —Realmente no tenía planes de dejar de meter el dedo en la llaga. Perseo debía pensar que le estaba rechazando, así que le dejaría pensar eso para que sufriera.

Eso es, Perseo, sufre venga. Sufre más para mí se relamió, todavía tenía su sabor en la boca, él mismo sabía lo despreciable que era lo que estaba haciendo pero le daba igual, tampoco se sentía mejor haciéndolo, pero le daba igual también. Era un castigo. Un castigo para AMBOS. El semidiós apretó los puños con fuerza y vio como los nudillos se le volvían blancos, bajó por un momento la mirada y él le iba a decir que la alzase porque quería seguir viendo su hermoso rostro, había algo de bello en lo roto, en el sufrimiento. Sin embargo él alzó la mirada de nuevo, los ojos anegados en lágrimas.

—¡He dicho que me duele mucho! —Gritó airado, al parecer olvidándose de su situación. —¡Me duele un infierno! ¡Joder! ¡Porque te quiero mucho! ¡No lo sabía! ¡Pero te quiero tanto que... Que no quiero seguir esta mierda de aventura sin ti! ¡Pero tú te ríes de mí! —Le siguió gritando, ahora sí lloraba, las lágrimas fluían por su rostro como pequeños riachuelos. —¡Te estás riendo de mí! ¡Apolo iba a matarme! ¡Te enteras! Y yo... Y yo.. ¡Yo te quiero a ti, imbécil! ¡Cerdo despreciable! ¡¿Por qué mierda no me quieres de vuelta?! ¡Soy muy guapo! ¿Vale? ¡Y todas las chicas de Serifos me desean! ¡Así que deséame tú también! ¡Me oyes! —Y le empujó preso de la rabia.

Hermes estaba tan pasmado que ni se dio cuenta de que le empujaban, tampoco es como si hubiera conseguido moverlo del sitio porque estaba muy centrado en mantener esa posición. Antes creía que le dolía que Perseo prefiriese a Apolo, pero es que verlo llorar así, le dolía más todavía. Era tan doloroso que valoró la posibilidad de implorar a Poseidón que lo convirtiese en espuma de mar.

Mierda de Apolo, ¡Todo esto es tu culpa! Me he pasado una barbaridad se dijo frustrado, tampoco imaginaba que Perseo se iba a poner tan jodidamente sensible, o tal vez es que él era muy cruel.

«Oye, oye, a mí no me injuriéis más, el único bellaco aquí sois vos, que mirad cómo tenéis al dulce efebo. Díselo tú Dioniso» Escuchó a Apolo en su cabeza.

«Es verdad hermano, ¡Arregladlo! Pobrecito, es tal mi disgusto que no pienso volver a tocar el vino hasta que lo arregles» Esta vez fue Dioniso el que habló con su voz dulce como el néctar.

Hermes gruñó, ¿Qué demonios estaban haciendo esos dos mirando? Miró a un lado y al otro tratando de localizarlos, soberana paliza les daría a los dos si los alcanzaba a la mierda la diplomacia, pero algo le detuvo. Perseo se aferró a su túnica y siguió llorando, ahora tenía ganas de llorar él también pero no haría eso y menos delante de un mortal.

—Perseo... —Susurró todo lo suave que pudo, porque todavía estaba muy enfadado con él pero tampoco quería que sufriera tanto porque era blando, demasiado laxo y no disfrutaba con el sufrimiento como los otros.

Llevó una mano a su mentón y lo alzó tratando de contener sus propias emociones, Perseo le miró pues, los ojos hinchados, el rostro empapado y la mirada tan herida que se veía frágil como vidrio. El verde de sus ojos resplandecía, era el reflejo del sol sobre las lágrimas y se veía incluso onírico.

Sigo muy enfadado se dijo Hermes pero quería besarle y eso hizo. Cerró los ojos y juntó sus labios con los del semidiós, un poco ásperos y secos pero respingones. Suave, lento, solo tratando de quedarse con las sensaciones que ello le producía. Era dulce y cálida el sentimiento  que se instaló en su pecho, no sabía que realmente deseaba tanto besarle, había estado con él durante cerca de dos meses, sólo deseándole a la distancia, ahora le tenía y era mejor que lo que había imaginado.

Perseo se aferró a su túnica y en uno de los espacios que le dio para respirar, el suspiró suavemente sobre sus labios y Hermes tuvo que recordarse de nuevo que estaba muy pero MUY molesto con él. Se separó con brusquedad.

—Hermes... —Susurró de vuelta Perseo que había dejado de llorar y empezaba a hacer el intento de sonreír.

Ni siquiera lo sueñes, no te permito que sonrías porque sigo enfadado pensó Hermes y alzó la mano frente al rostro del semidiós.

—No, Perseo —Le negó lo que fuera a decir —. Estoy muy decepcionado contigo. Adiós —Dijo, ni el Sahara era más seco que las palabras del dios. Entonces desapareció.

Perseo se quedó allí confuso, solo y con las palabras del Hermes retumbando en su cabeza. No sabía cómo sentirse, él lo había rechazado, luego había sido cruel, después le besó para de nuevo hundirle en la miseria. Un poco en su línea de inestabilidad e inestable dejó al semidiós. Cayó al suelo de rodillas y sintió una fuerte punzada en sus costillas, conocía la sensación, algo se debía haber roto no sabía si cuando el dios lo tiró al suelo o cuando lo aplastó con su gloriosa energía, pero roto estaba.

Le dio igual, estaba furioso con Apolo, con Hermes y consigo mismo. No había cuidado al dios lo suficiente y él sí lo había hecho con Perseo, ahora pagaba los platos rotos y sentía que podía empezar a llorar en cualquier momento, se había acostumbrado a que Hermes estuviera y eso le daba paz, ¿Estaría él ahora? Podía hacerlo sin él, estaba seguro de que podía, pero, ¿Quería?

—¡Oh! ¡Mierda! —Rugió furioso y le dio un puñetazo al suelo con todas sus fuerzas. 

Se arrepintió. Profirió un gritó de dolor, era la mano que Hermes le había golpeado antes, ardía y estaba ligeramente hinchada, no rota, solo hinchada. Aun así miró y le dijo al cielo: 

—Mi corazón, mi cuerpo, mi mano, ¡¿Qué más quieres romperme?! ¡Sólo soy humano! —Gritó furioso mirando hacia el Olimpo. Apretó el puño (el que no tenía herido) con rabia.—¡Vuelve y acaba conmigo! ¡Puedes romper mi cabeza también!

Fue todo lo que dijo antes de romper a llorar de nuevo, desolado como estaba o al vez era rabia o las dos cosas. Los dioses jugaban con él, se divertían y ¿Él? ¿Qué podía hacer él? Hermes solía protegerle, ahora no. Las lágrimas caían como fuego y a medida que bajaban sintió un profundo vacío. No supo cuanto tiempo estuvo allí, solo, desconsolado, pero hubo un momento en el que se cansó de eso. Estaba dolido, se sentía morir, pero él todavía podía continuar.

—A la mierda, PUEDO hacer esto. Soy MUY fuerte. Puedo hacer esto. Puedo hacerlo. Yo puedo. Sólo miradme. Voy a matar a Medusa, CON Y SIN VUESTRA AYUDA. ¿Me oís? ¡Yo voy a matar a Medusa! —Le gritó a quien fuera que le escuchara, la determinación de Perseo era poderosa y cuando tenía un objetivo iba con él hasta el final por más que el camino fuera angosto y lleno de miseria.

Atenea debió sentirse conmovida porque apareció de la nada, gloriosa y con su imponente presencia hizo que el joven Perseo se postrara de nuevo por más que le doliesen las costillas.

—Levantaos, joven Perseo —Le ordenó ella, severa pero de alguna forma más serena que el otro dios —. Nada temáis, estoy con vos desde el principio, no requerimos del dios mensajero. —Dijo, el semidiós intuyó cierto dejo de desprecio y no le gustó. —Daremos muerte a Medusa, seguidme y os conduciré a la victoria. Así como me alcé con Atenas, tú lucirás su cabeza con orgullo. —Añadió segura como era ella y extendió su mano hacia el semidiós.

Perseo iba a aceptarla, pero entonces ella dijo algo que lo detuvo a medio camino, deseaba su ayuda, pero no así.

—En cuanto a Hermes... —Comenzó ella, su mano extendida, sonó como una amenaza.

—No le hagáis daño a Hermes. —Le rogó, por más que él lo despreciara o le hubiera roto un par de huesos, era devoto al dios de los viajeros.

—Él quería matarte, Perseo —Entrecerró los ojos la semidiosa con cierta astucia —, lo habría hecho si no tuvieras mi protección, eso lo sabes, ¿O no?

Perseo lo dudó, estaba casi seguro de que Atenea mentía (quería pensar eso) y jugaba con su mente como hacían todos los dioses. Comenzaba a ver un patrón y dudaba seriamente de sus intenciones, si Hermes deseara matarle, probablemente lo habría hecho, no sería la primera vez que un dios mataba al protegido de otro, los mitos hablaban por sí solos. Sin embargo, no osaría llamarla mentirosa, fue más astuto.

—Lo sé, os debo a vos mi vida y os serviré y os honraré siempre —Agachó la cabeza en actitud sumisa —, sólo complacedme, no deseo que Hermes pague por mis errores, pues sólo soy mortal y mi existencia no debe interferir con los asuntos divinos, los dioses hacen, los mortales acatan.

Atenea sonrió al menos un poco, no era ingenua, sabía que todo era palabrería sin sentido que no llevaba a ninguna parte. Los mortales eran así, la temían y trataban de complacerla y hasta engañarla para que no ejerciera su justa ley. Dejó a Perseo creer que su treta había funcionado, sospechaba que si de verdad le hacía algo al dios mensajero y esto llegaba a sus oídos, Perseo detendría su aventura. Era absurdo lo apegado que estaba de ese perro que nunca abandonaba los faldones de Zeus, como todos, era un bufón, útil pero un bufón aunque ya se estaba interponiendo mucho en su camino y le molestaba. Al menos es más divertido que Ares se dijo a sí misma, era demasiado fácil aplastar al dios de la guerra no sólo porque fuera impulsivo, sino porque amaba y era sencillo destruirlo pues sus sentimientos le nublaban el juicio.

Ella no amaba, no de esa forma al menos, Hermes sí y si se interponía en su camino, destruiría a Perseo también una vez hubiera cumplido su cometido, hasta entonces, le mostraría su cara amable. Atenea no era una villana pero tampoco era una heroína, servía a sus propios propósitos. No encontraba placer en infringir dolor o en la violencia, era cuestión de principios. SUS principios.

—Está bien, joven Perseo, no haré nada al dios mensajero siempre y cuando mates a Medusa. —Aunque lo dijo sonriendo y ofreciendo su mano, era una clara sentencia de muerte.

Perseo aceptó pues, su mano y la diosa lo ayudó a levantarse con delicadeza pues estaba herido. Comprobó los daños, no necesitaba tocarlo para ver. Estaba dañado, pero no lo suficiente como para que tuviera que reposar, (o tal vez sí pero le corría prisa y le daba igual si el humano se rompía). Una costilla rota, sanaría en seis semanas y algunos huesos de su muñeca se habían movido de lugar, ahora lo arreglaría. Tomó su muñeca y sin previo aviso y de forma tajante en un rápido movimiento puso sus huesos justo donde debían ir. Se cubrió los oídos y entonces Perseo aulló de dolor.

—Ya está Perseo, puedes hacerlo, pero procura no presionar demasiado tu muñeca en los siguientes días, y recuerda, que siempre observo. —Atenea desvió la mirada y Perseo se dio cuenta de que alguien venía, súbitamente la diosa desapareció.

—¡Joven! —Escuchó pues a Aadan venía corriendo casi sin aliento y detrás Farid.

Perseo se volvió hacia ellos todavía con signos de dolor. La mano le molestaba horrores, no sabía si agradecer o qué, porque volvía a tener todo en su sitio pero a cambio sentía como si una fuerza superior le hubiera aplastado los huesos. Era solo una sensación porque si no no podría mover los dedos en absoluto. Este era un día cargado de dolor. El día del dolor.

—Aadan —Fue hasta ellos, la costilla le dolía pero no era la primera vez que se rompía una. —¿Qué sucede? —Trató de aparentar normalidad.

—Estábamos preocupados, Farid vio como un hombre se te llevaba. —Jadeó tratando de recuperar el aire.

—Era... un conocido, estoy bien. —Musitó, no quería hablar de eso.

—¡Seguro era su novio! JA, tiene cara de haber sido abandonado. —Soltó Farid sin más.

No sabría decir qué tipo de mirada le dio a la niña pero vio el miedo reflejado en sus ojos antes de ocultarse tras su padre. Aadan también se asustó y lo notó dar varios pasos hacia atrás y extender el brazo para proteger a Farid. Cuando estaba muy enfadado, a veces la gente a su alrededor actuaba extraño.

—Vamos a Grecia. —No fue una sugerencia, fue una orden.

Ni siquiera los esperó, comenzó a caminar hacia el lugar. Nadie dijo nada, lo prefería porque cuando estaba de malhumor sentía que podría destruir montañas con solo pensarlo y notaba un cosquilleo en los dedos como chispas.

El viaje en el carro también fue así, Farid y Aadan susurraban entre ellos en su lenguaje y si Perseo miraba se callaban al instante. En otras circunstancias le habría molestado, ahora le daba igual.

Así que se sentó en un lado del carro y cerró los ojos aunque no se durmió, solo meditaba buscando paz en aquel caos. Pensó en Serifos y en su madre, en todas las cosas deliciosas que comería cuando estuviera de vuelta y hasta hizo planes de casarse. Ya estaba cansado de vagar, quería establecerse. Una buena casa, una buena mujer y niños correteando, quería muchos niños, le agradaban. Por lo menos seis o siete.

Estaba un poco más tranquilo cuando de repente el carro se detuvo estrepitosamente. Perseo gruñó, ¿Por qué estaban parando ahora? Todavía era de día y el quería llegar a Grecia cuanto antes ya ya ya ya ya ya pensó. África solo le había dado dolor. 

Entonces escuchó a Aadan gritar y a varios hombres más. Malas noticias. Más problemas. Había demasiado ruido en la mente de Perseo ahora y no estaba en el humor de empezar una pelea (o tal vez sí). Tomó su espada con la izquierda, era ambidiestro pero tenía más destreza con la derecha, sin embargo aún le dolía. Salió del carro y Farid lo hizo con él. Había varios hombres fuera, vestían la misma vestimenta que aquellos a los que dio muerte la otra vez, pero estos eran más robustos y sus voces también eran más adultas. Al menos diez de ellos.

No tengo tiempo para esto Se dijo, estaba furioso otra vez porque se encontraba dolido y solo quería paz y ni ese placer le otorgaban las moiras. Uno de los hombres tiró a Aadan del carro y pudo sentir su dolor. El hombre ni siquiera gritó de dolor, solo se quedó sin respiración justo donde lo arrojaron.

Demasiado ruido en la cabeza de Perseo. No tenía tiempo, tenía prisa. Espada en mano se movió tan rápido que nadie pudo hacer nada por evitar que él cercenara el brazo de la persona que había atacado al anciano, un corte limpio y este cayó sobre Aadan y así lo hizo toda la sangre que cayó a chorros mientras aquel encapuchado gritaba y se retorcía de dolor. Perseo  enfrentó al resto amenazándoles con la espada, gotas carmesí caían del filo a tierra.

—¡Fuera de mi camino, basura! —Les gritó.

Ellos no le entendieron pero inicialmente retrocedieron, Perseo resplandecía. Alrededor de su cuerpo un halo dorado como si hubiera sido tocado por una fuerza divina extraordinaria. Sentía el cosquilleo de nuevo pero en cada parte de su ser como si pudiera destruirlo todo si se lo proponía. No quería eso, solo quería llegar a Grecia, pero si se interponían, los destruiría. Sentía su ira como divina. Envainó de nuevo esperando no tener que explicarlo de nuevo.

Creyó que había funcionado que le habían entendido, pero uno de ellos arremetió contra él y fue como verlo avanzar a la velocidad de una tortuga. Pudo esquivarlo y ni siquiera se molestó en usar la espada, le propinó un puñetazo en el pecho con todas sus fuerzas. Cuando quiso darse cuenta, había atravesado por completo el cuerpo de ese hombre y todo su brazo estaba lleno de sangre ahora.

Sorprendido se apartó y el hombre cayó al suelo inerte. Su sorpresa duró poco pues sólo quería volver a Grecia por lo que Perseo pateó lejos el cadáver hacia aquellos forajidos a modo de advertencia. Los dedos goteaban sangre y está caía al suelo en una imagen cuando menos aterradora.

—Fuera. De. Mi. Camino. —Advirtió furioso.

Aquellos encapuchados lo miraron con terror absoluto antes de huir despavoridos. Le dio igual, pero era molestó porque ahora había más ruido en su cabeza, demasiado ruido, era insoportable. ¡Alguien haga que pare! Rogó a quien fuera que le escuchara, porque su ira no tenía parangón y era como una antorcha a punto de verterse en aceite. Pensó en su madre, siempre pensaba en su madre cuando estaba furioso eso le ayudaba, siempre fue tan cálida, tan dulce... No permitiría que nadie le pusiera un dedo encima y si para eso tenía que matar a Medusa y a todo lo que se pusiera por delante, entonces mataría, iría cortando cabezas como si de una hidra[1] se tratase.

Un poco más serenado, suspiró y se acercó a Aadan a socorrerlo pues le preocupaba que realmente se hubiera hecho daño después de todo lo que ese hombre había hecho por él, pero cuando se agachó a ayudarle el anciano se arrastró lejos de él y le miró con ojos aterrados. Se miró el brazo lleno de sangre, era asqueroso.

Soy un monstruo se dijo nunca seré normal, los dioses me han hecho así.

No trató de acercarse más a él, tampoco a Farid que lloraba ahora aterrorizada y que cuando Perseo la miró hincó una rodilla en el suelo como la primera vez.

Ya vale con esto. No soy un DIOS se dijo, pero le daba igual, no tenía ganas de explicar nada, ¿De qué serviría? Solo quería volver a casa.

—Vamos a Grecia. —Insistió y se subió al carro sin decir nada más.

Ruido, ruido, ruido. No paraba, su mente era un caos ahora. Quería hablar con Hermes, él sabría qué decir para que parase.

Estoy solo ahora se dijo y volvió a la meditación. Tenía a Atenea, pero dudaba que quisiera escuchar lo que ella opinaba sobre lo que acababa de suceder. Sabía que era un semidiós pero no que serlo podía ser tan aterrador.


hidra[1]: Monstruo ctónico y acuático con forma de serpiente policéfala cuya habilidad más recordada era que por cada cabeza que se le cortase, le salían dos más.

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¡Holaaaaa! ¡Holaaaaaaa! ¡No debería estar publicando porque ni siquiera he terminado el siguiente CAP AAAAAAAAAAAAAAAAAAH pero me queda poquito para acabarlo! Solo que me estoy quedando sin capítulos de reserva eifheufheuf perdonadme la vida jajaja. También siento la angustiaaa, jajaja, es un poco random este capítulo, como todos aaaaaaaaaaaaaaaaah

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