Capítulo 7-La corona

Podía escuchar el golpear de las olas en aquel glorioso vaivén y el agua era clara y pura y el olor a espuma y sal embargaba sus sentidos, el cielo era tan azul que uno no sabría decir dónde acababa el mar y dónde empezaba el cielo. La arena estaba tibia y lisa como si jamás hubiera sido pisada y podía escuchar el canto de las gaviotas en todas direcciones. Se encontraba con la cabeza recostada en el regazo de otra persona y al girar el rostro para ver de quién se trataba, se encontró con aquellos ojos multicolor y el cabello casi plateado.

Ella le sonrió y fue una sonrisa tan cálida y radiante que juraría que Helios palideció en su vergüenza. Perseo alargó la mano para tocar su rostro y lo sintió tan real que se quedó con aquel tacto como a terciopelo en los dedos.

"Perseo" Susurró aquella dulce voz, tan alegre y melodiosa como canto de sirena "Vas a ser papá" dijo ella y alargó su mano hacia su rostro, pero al tocarle se dio cuenta de que el tacto era áspero y más seco y eso le sorprendió.

Abrió los ojos de golpe y se topó de lleno con la mirada chocolate de Farid, en un acto reflejo la agarró por la muñeca pues ella le estaba tocando y sin su consentimiento. Ella lanzó una exclamación y trató de desasirse.

—¿Qué se supone que haces? —Le gruñó Perseo que tenía muy mal despertar, era como si cada mañana despertase después de haber pasado la noche en el inframundo.

—¿Qué haces tú, pervertido? ¡Qué me andas toqueteando de buena mañana! —Se quejó ella airada.

Ah no no no no, ahora no te hagas la víctima que te he pillado pensó Perseo, no le gustaba que le tocasen sin su consentimiento (probablemente a nadie) y menos cuando dormía, y aún menos si el sueño que estaba teniendo era muy hermoso. Qué asco de vida ya, es que no puede uno dormir tranquilo, cuando no es Hermes tocándome los cojones, tiene que ser una niña toqueteándome, ¿Esto qué es? Que se pare el mundo que me quiero bajar.

—Me estabas tocando. —Apretó la muñeca con la que le sostenía pues ella estaba luchando por escapar.

—¡Suéltame o llamaré a mi padre! —Empezó a gritar ella.

—Sí, llámalo, le diré que andas toqueteando a desconocidos mientras duermen, a ver qué piensa. ¿Lo llamo yo? —Abrió la boca para gritar, pero Farid se la cubrió con su otra mano.

—¡Qué exagerado! Sólo te he tocado un poquito el pelo —Dijo rabiosa y luego volvió la mirada hacia otro lado. Perseo arqueó una ceja.

—¿Y qué más? —Insistió.

—La cara.

—¿Y qué más?

—El pecho.

—¿Y qué más?

—¡Ya está! ¿Qué más te piensas que tienes por tocar? ¡No te lo creas tanto! —Rugió ella, pero cuando su mirada se encontró con la de Perseo, este se dio cuenta de que le miraba exactamente del mismo modo que las chicas de su isla.

Oh no no no no no, ¿Por qué? ¿Padre? ¿Vos fuisteis? ¿Por qué? ¿Has sido tú, Hermes? Te juro que no me río. Me perturba. Pensó, en qué cabeza de persona hecha y derecha aquello podría ser algo deseable. O sea, podía perfectamente entender a Farid, él era guapo, fuerte, exótico... No es como si a Perseo no le hubieran pasado cosas parecidas, como cuando conoció a cierta ninfa. Pero no iba a hablar de eso ahora. Suspiró y aflojó el agarre de su muñeca.

—A ver, Farid. No pasa nada —Lo dejó ir, era sólo una niña, probablemente ni sabía qué hacía. —. Pero tienes que entender que no puedes ir tocando a los chicos que te atraen sin su consentimiento, ¿Entiendes?

—¿Quién me atrae? ¡Tú no!

Pues tu mano no dice lo mismo, ¿Eh? Que me has andado toqueteando. Estas niñas de hoy día están más salidas que el pico de una mesa. Pensó, pero mantuvo una actitud cálida.

—En serio, no pasa nada. No voy a contarle nada a tu padre, puedes relajarte, pero escúchame —Tomó sus dos manos con delicadeza y la miró. —, me siento muy halagado de que te sientas así por mí, pero... Estoy prometido. —Mintió pero con todo el descaro del mundo porque no se sentía lo suficiente valiente para rechazar a las mujeres con honestidad, nunca había sido capaz de decirle a ninguna "oye, que no me interesas" porque de algún modo no quería ofenderlas ya que habían depositado tanto interés en él. Así que inventaba excusas.

—¿Con quién? —Entrecerró los ojos ella —¿Cómo se llama?

Perseo entró en pánico, no había esperado que ella le fuera a preguntar el nombre ¡Rápido piensa en un nombre griego!

—¡Hermes!

No no no no no, ¡Ese nombre no! ¡Cualquiera menos ese! ¿Por qué? Oh mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda Se gritó a sí mismo, ahora iba a tener al dios mensajero riéndose a su costa el resto del viaje, quién sabía si además no usaba ese desliz para intentar algo raro con él, a ese tipo le dabas la mano y te cogía el brazo.

—Pero... ¿Eso no es nombre de hombre? —Apuntó ella que sabía un poco sobre Grecia.

—Ahh... Pues... Pues sí. —Se rascó la sien, ya no sabía cómo salir de esa situación. —Que ya está, que me gustan los hombres, no hay nada que hacer, en serio agradezco tus sentimientos pero soy homosexual —Siguió mintiendo porque era un maldito mentiroso, y antes se cortaba la lengua que reconocer que mentía.

Farid le dedicó una mueca de aversión y dijo lo siguiente:

—Degenerado. —Y se fue corriendo. Perseo se encogió de hombros tampoco era la primera vez que le llamaban eso, una vez quiso experimentar "cosas nuevas" y eso pasó.

No es como si la fuera a ver nunca más en mi vida pensó y entonces escuchó risas en su cabeza, Desgraciadamente a ese sí lo voy a ver se maldijo Perseo.

«Oye, oyeee, Perseo, ¿Desde cuándo estamos prometidos? ¡Qué tú a mí no me has pedido matrimonio todavía! ¿Eh? ¡Eres un pícaro! ¡Me tienes ruborizado hasta las orejas!» Escuchó a Hermes dentro de su cabeza dudando seriamente de que esa cosa pudiera ruborizarse. Estaba más bien preocupado por sí mismo, ahora iba a tener al dios molestándole todo el tiempo.

¡Callaos, Hermes! Que nooo, que sólo dije el primer nombre que se me vino a la cabezaaa le dijo sabiendo que si incluía su nombre en los pensamientos este le escucharía, tenía sus ciertas dudas pero funcionó.

«Me da igual, ya me estás consiguiendo un anillo, lo quiero para hoy. Suerte» Fue todo lo que dijo, y por más que Perseo lo volvió a llamar varias veces, no respondió.

¡Hermes! ¡Hermes! ¡Oye! ¿Dónde voy a conseguir un anillo? Hermeeeeeees, Hermeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeees, oyeeeeeeeeeeee

Empezó a llamarle, jugaba con fuego, pero quería molestarle porque sabía que le estaba escuchando y no tenía claro si él podía evitar sus llamados. 

Hermeeeeeeeeeeeeeeees, sé que me oís, oye Hermeeeeeeeeeeeeees

pero al cabo de unos minutos y al no recibir respuesta de ningún tipo, desistió.

Se fue al río y se aseó como buenamente pudo, el dios mensajero le había traído jabón y Perseo no sabía para qué le iba a servir eso en su misión (ya que los dioses solían traerle cosas para ese propósito) pero tampoco se iba a quejar. Era un gozo el sentirse limpio, ya le empezaba a picar todo el cuerpo y por más que frotase con furia sólo con agua no era suficiente. Suspiró aliviado.

Había olvidado cómo era sentirse limpio pensó, era una sensación maravillosa, sólo por eso estaba más animado y hasta su rostro aniñado resplandecía con luz renovada. Volvió con sus compañeros de viaje.

—Te ves bien, joven, ¿Dormiste bien? —Le dijo alegremente Aadan y Perseo dirigió la mirada a Farid, esta se la apartó.

—Algo así —Sonrió, estaba animado pese a que no sabía de dónde sacar un anillo. —Necesito que paremos en algún mercado, ¿Es posible?

Aadan se cruzó de brazos y meditó, estaría trazando posibles rutas en su cabeza, finalmente sonrió.

—Sí, hay uno cerca, nos vendría bien repostar ahora que lo comentas, nos quedamos sin carne seca —Explicó y luego dirigió una mirada significativa. —, pero cubre tu pelo, joven —Le advirtió —. Será la última parada, Grecia está cerca.

Ya voy amada, Grecia, espérame se dijo Perseo sintiéndose nervioso como si asistiera a su primera cita, o presto a los brazos de su querida. Era una sensación que le elevaba al cielo sin ser Dios.

—¡Genial! Pues iré a traer algo para desayunar —Comentó muy animado. —. Vosotros descansad, me ocupo de todo

—Joven, si descanso tanto siempre creeré que voy camino a mi final —Bromeó y rio un poco. —. Deja, buscaré bayas y verduras que sé que hay por la zona y que debes comer porque no todo es carne en la vida, ¿Sabes?

—¿Ah no? —Preguntó Perseo sorprendido.

—No, joven —Le dijo de nuevo Aadan —, también tienes que comer verduras para crecer grande y fuerte.

—Pero es que no me gustan las verduras, vosotros haced eso, yo comeré carne. —Insistió Perseo, sólo las comía en caso de estar muriendo de hambre.

—Escúchame, joven —Empezó a decir el anciano y le propinó una colleja que hizo al semidiós abrir los ojos de par en par. —. Mientras estés en mi carro, comes verduras y no hay más que hablar. —Dijo y le dio la espalda.

—Ayy, eso dolió... —Se rascó la nuca e hizo un mohín, no le gustaban las verduras y menos si iban solas sin nada de carne o pescado. —Maldito anciano, no me gusta la verdura. —Hizo un puchero, pero lo dejó estar porque respetaba a sus mayores.

Aun así, se fue a hacer sus tareas, buscó leña, pescó e intentó cazar (aunque no tuvo muchos resultados en esto último), en cuanto pescar lo que capturó apenas les llegaría al diente. El problema con el pescado es que tenía más espinas que carne y al final se quedaba en poco, además no tenía una caña para optar por presas más ambiciosas, se valía de un palo largo cuya punta había afilado con la espada. Era más difícil así, requería que estuviera muchas horas de pie sumergido parcialmente en el agua esperando a que los peces se acostumbrasen a que estuviera allí para que volvieran a nadar alrededor. Así con todo, no obtuvo resultados sobresalientes.

Parece que sí comeré vegetales, espero que no se me ponga cara de oveja pensó y volvió con su grupo. Mucho más no había que decir, comieron (Farid no quería ni mirarlo a la cara), recogieron y de nuevo a la carretera, sí que es verdad que se detuvieron en un poblado.

Perseo tuvo que cubrirse el pelo y por precaución los ojos también, el verde no era común en la mirada de aquellos ciudadanos. Vio mucha desolación, aunque tampoco era tan diferente a los barrios pobres de Grecia, casas hechas de barro y paja que apenas se sostenían, niños en los huesos que no tenían fuerzas ni para patear los balones improvisados que seguro ni rebotar podían. Miradas recelosas allá a donde fueran, gente corriendo a esconderse a sus hogares, cuchicheando, y olor a podredumbre. No debían tener cañerías de ningún tipo por lo que algunas calles estaban impregnadas de olor fecal, tuvo ganas de vomitar, pero se contuvo.

Por suerte el mercado estaba mejor acondicionado, tiendas con todo tipo de artículos, algunos curiosos otros... No los comprendía, comida poca y agua a precios desorbitados. Se acercó a un puesto donde supuestamente vendían reliquias griegas, el supuesto era porque tenía sus ciertas dudas, sólo se acercó porque era probable que el dueño hablase griego o al menos lo chapurrease. Cuando llegó le saludó en griego y el propietario pareció entender.

—Aquí tenemos sólo lo mejor de lo mejor, bienvenido a este viaje hacia la inusitada Grecia, país de grandes guerreros y hermosos dioses. —Le había dicho, no le parecía raro que hablase el idioma, estaban muy cerca de la frontera, si es que los griegos venían esta debía ser zona de paso.

Sí, sí, lo que digas pensó Perseo pero sólo asintió con la cabeza y seguidamente se puso a observar lo que tenía para ofrecerle. Vio una corona de laureles que parecía de oro pero al instante se dio cuenta de que no.

—Oh, tienes buen ojo, forastero. Esa corona fue del mismísimo dios Apolo, que es grande y bello.

Perseo la soltó de inmediato y dio un salto hacia atrás alertado, no porque creyese que eso perteneció a un dios, sino por el hecho de que un tipo cualquiera estuviera mencionando su nombre a la ligera y además contando mentiras. Dudaba mucho que el poderosísimo Apolo llevara sobre su gloriosa cabeza dorada algo que evidentemente no era de oro. Sólo tuvo miedo de que ese tipo fuera fulminado al instante y por eso se apartó. Eso no sucedió, de momento.

Tuvo sus dudas, pero aún así se fijó en un anillo dorado con dos alas, no sabía por qué demonios estaba comprando un anillo si no pensaba casarse con Hermes, o sea, no, NUNCA, sólo sintió que si no lo compraba moriría trágicamente.

Este debe gustarle, es un fanático de todo lo que tiene alas, debe tener una colección o algo de todos los objetos con alas que encuentra por ahí. Pero no es de oro pensó, era evidente que no, tampoco es como si hubiera encontrado nada así en ningún puesto.

—¿Cuánto?

El mercader le miró con cierta suspicacia.

—Son tres monedas de oro, pero por ser griego te lo dejo en una.

Esta birria no vale ni diez monedas de plata arqueó una ceja Perseo, y estaba siendo amable al darle ese precio porque tenía aspecto de ser de cobre.

—Te doy seis monedas de plata.

—¡Seis monedas ni siquiera llega para el engarce! —Se echó las manos a la cabeza con cierto dramatismo.

No me jodas, que se que me estás estafando, no me impacientes. Pensó él tratando de inspirar y espirar y pensar en cosas bonitas como en unos buenos senos. Eso le alegraba el día a cualquiera.

—Mira, sé perfectamente que esto no es oro. Te voy a dar 10 monedas de plata y zanjamos el tema.

—¡Diez monedas de plata! ¿Cómo osas? ¿Intentas estafarme? —Dijo alarmado, armando todo un espectáculo alrededor. Perseo gruñó.

Hostiaaaa, me estoy poniendo muy nervioso, padre dame un poco de paciencia pensó y no tenía nada que ver con que los alaridos de aquel indeseable hubieran atraído más ojos de lo que le gustaría, es que no le gustaba que le tomasen por tonto y menos cuando estaba intentando ser amable porque comprendía que la situación allí debía ser terrible y por eso necesitaba vender desesperadamente su mierda de mercancía.

—Mira, papanatas, que soy griego, ¿Eh? Y sé perfectamente que todo lo que vendes aquí ni es oro, ni mucho menos griego —Y como todavía el mercader se mostró reticente, tuvo que deshacerse de su collar el cual llevaba una pieza de oro con el signo real de Serifos y mostrárselo. — ¿Sabes qué es esto? Es el sello real —Se lo mostró e incluso dejó que lo examinara aunque no demasiado. —. Dame ese anillo o tendrás problemas —Le advirtió, paciencia tenía la justa.

No le gustaba fardar de sus privilegios y bajo otras circunstancias habría dado media vuelta y seguido su camino pero le daba miedo volver a Hermes con las manos vacías. El mercader palideció al darse cuenta de su gran error y comenzó a suplicar.

—¡Llévate lo que quieras pero por favor no me hagas daño! Tengo familia, una esposa y una niña enferma y...

—Dame el anillo y asunto zanjado. —Le cortó pues pasaba del lloriqueo innecesario, además tenía sus ciertas dudas de que le dijera la verdad.

—¿El anillo? ¡Sí! Es vuestro. ¡La corona! Llévatela también. —Le ofreció la corona de laureles y Perseo quiso rechazarla pero por alguna estúpida razón la acabó aceptando.

Pagó cinco monedas de plata por todo eso (aunque el mercader insistió en que se lo regalaría todo) y aún así sostenía la corona con terror, estaba seguro de que esa cosa le mataría. Tal vez estaba paranoico pero poco después le dio la sensación de que un haz de luz de sol le bañaba y poco más y se lo hizo en los pantalones. Era como si el dios del sol lo observase. Alzó la mirada hacia el cielo con absoluto terror.

Apolo, Apolo, por favor no os enfurezcais conmigo. Yo sé que está corona no es digna de vuestra gloriosa y dorada cumbre divina. Vos que sois grande y poderoso, el dios del sol, de los arqueros, de la belleza, de la perfección, de la plaga y la enfermedad, del equilibrio, de la razón, patrón de las bellas artes, aquel que dio muerte a la pitón y que custodia Delfos, hijo de Leto y Zeus y hermano de la siempre virgen Artemisa. Por eso, os juro, os doy mi palabra de que cuando vuelva a Grecia haré forjar una corona de laurel digna de vos que sea de oro macizo e iré y la depositaré en vuestro templo en Delfos.

Suplicó en un intento de salvar su miserable vida y en ese momento le pareció que aquel haz de luz se apagó. Quizá fue coincidencia, pero se sintió mejor. Ahora tenía que pensar en cómo deshacerse de la corona, no le daba buena espina. Pero bueno, Perseo no moriría y Hermes tendría su anillo, todo bien. O eso pensaba.

Realizada esta tarea ya pudo dedicarse a perderse por el mercado, había cosas realmente curiosas, de comer no compró nada, Aadan le había dicho que se encargaría de eso, pues eran engañosos los mercaderes de allí (bien lo sabía) y vendían gato por liebre. Pero sí compró un amuleto para atrapar sus sueños con la esperanza de averiguar quién era la muchacha que veía siempre.

Estaba en un puesto de quesos, solo observando, cuando sin previo aviso alguien le agarró del brazo con tanta fuerza que creyó que le partiría un hueso.

—¡Eh! ¡Suéltame! —Le gritó y se giró hacia la persona en cuestión con la intención de desenvainar. No pudo.

Todo lo que llegó a ver fue un mechón de pelo de color caramelo pues iba encapuchado y lo siguiente que supo es que fue arrastrado, no de cualquier manera, sino como si una fuerza extraordinaria tirara de él y a gran velocidad. Poco más e iría volando pues tropezaba todo el tiempo pero tan rápido iban que no tenía tiempo de caerse.

—¡Suéltame! —Le gritó pero no podía librarse de su agarre,

Para cuando quiso darse cuenta estaba fuera del poblado y aquel secuestrador lo empujó y Perseo cayó al suelo como si una losa hubiera caído sobre él, el dolor fue tal que creyó haberse reventado por dentro. Aún así llevó la mano a su espada pero se detuvo en cuanto este habló.

—PERSEO

Oh mierda, mierda, mierda, no sé qué es lo que hice pero ahora sí la que la he liado gorda.

No necesitó que se quitase la capucha y mostrase sus cabellos caramelo junto con aquellos ojos grises para saber que se trataba de Hermes, lo que no sabía es que había hecho para ofenderle. Sentía su presencia demasiado intensa, como si lo tuviera allí parado en el suelo, incapaz de moverse apenas, con el pecho oprimido y hasta la respiración se le dificultaba.

—Tranquilo, tranquilo, os juro que no me he olvidado del anillo. —Rebuscó entre sus pertenencias con manos temblorosas y le mostró el objeto.

Los ojos de Hermes destellaron con furia asesina antes de darle un manotazo que le dolió incluso más que el hachazo. El anillo no lo encontraría luego.

—¡QUÉ MIERDA SIGNIFICA ESTO! —Rugió furioso y Perseo se encogió sobre sí mismo sintiendo pena de existir. —¡Apolo ha venido! ¡Con su larga cabellera ondeando al viento y me ha dicho! ¡Oye que el mortal de vuestra elección me va a forjar una corona de laurel hecha de oro macizo y a vos os va a dar una birria de anillo de cobre! Solo para que lo sepáis, ¡Y luego se ha ido y el muy MALDITO me ha golpeado en la cara con su MIERDA DE PELO DORADO! ¡EXPLÍCAMELO! —Le espetó.

Joder, pues sí que son chismosos los dioses. Parece que quieran ver mi ruina pensó en un momento de lucidez, abrió la boca para hablar, pero Hermes siguió escupiendo lava.

—¡QUE ME EXPLIQUES TE DIGO! ¿SE PUEDE SABER EN QUÉ MIERDA PIENSAS? ¡O SEA! ¿QUE ÉL NO SOLO VA A TENER PUTOS CABALLOS QUE ESCUPEN FUEGO SINO QUE ADEMÁS LE VAS A HACER UNA CORONA DE ORO? ¿Y YO QUÉ? ¿EH? ¡ES QUE NO! ¡TE JURO QUE COMO LE HAGAS ESA MIERDA DE CORONA TE DESTRUYO!

Perseo temblaba como un conejo asustado, encogiéndose en sí mismo buscando cobijo en su madriguera. La voz de Hermes retumbaba en su cabeza y le provocaba palpitaciones en el pecho, se sentía incluso aplastado contra el suelo frente a su potente presencia. Y quería llorar, vomitar y desmayarse, todo al mismo tiempo.

—¡Os haré una corona también! —Le rogó, pero Hermes le seguía mirando como si deseara hacerlo pedazos.

—¡¿DE ORO?! —Entrecerró los ojos.

—¡De diamante! ¡La vuestra será de diamante! ¡Y yo mismo lo recolectaré con mis propias manos! —Le imploró llorando, suplicando, hecho un manojo de nervios.

Hermes le miró, meditó y de un momento a otro, la presión que sentía oprimirle el pecho se diluyó y el pudo respirar con normalidad. Dio una fuerte bocanada de aire.

—Sea —Dijo y se cruzó de brazos.

Perseo le miró, pese a que su ira se había aplacado de algún modo él seguía mirándole como si quisiera destruirle, parecía que realmente se estaba conteniendo puesto que tenía los brazos fuertemente cruzados y le daba la sensación de que se clavaba las uñas. Perseo pensó que seguramente de haber ofendido a Atenea, ya estaría muerto, en cambio Hermes le había dado la oportunidad de explicarse. Sin embargo seguía enfadado, ¿Por qué? Se preguntó él, Las coronas de diamante son mejores que las de oro, ¿O no? se cuestionó. Ahora no lo tenía claro.

Entonces tuvo un momento de lucidez, ¡Claro! se dijo Al decirle que le haría una corona a él he sanado su orgullo, pero... Creo que sus sentimientos siguen heridos 

y llegar a esa revelación hizo que Perseo se sintiera como una rata aplastada contra el asfalto, así de patético. Había herido a Hermes, que le había dado todo durante aquel duro viaje, aunque esa no fue su intención en ningún momento (porque Apolo lo amenazó explícitamente y no tuvo otro remedio) era el resultado.

—Me voy —Dijo Hermes con frialdad, ni siquiera quería mirar al semidiós, hizo el amago de marcharse pero se volvió —. Haz el favor de no usar esa estúpida corona de cobre, está maldita y si te la pones afrontarás un sufrimiento sin igual.

Perseo se sorprendió mucho, Hermes estaba furioso con él, pero aun así no quería verlo sufrir. Le dolió, le dolió muchísimo más que su cuerpo después de haber sido empujado por un dios y aplastado por su presencia divina. ¿Qué es esto? ¿Por qué me duele tanto? Y entonces recordó algo que su madre le dijo una vez, "Perseo, cuando hieres a las personas que te aman el primer herido siempre eres tú".

—¡Hermes! —Lo llamó desesperado, todavía tenía los ojos vidriosos debido a lo acontecido y mentiría si dijera que no tenía miedo. De hecho se aterró más cuando el dios se volvió a él y le miró de nuevo como si quisiera verlo arder.

—Qué —Fue solo una palabra, pero lo dijo de tal forma que Perseo tuvo miedo de que ese sonido tomara forma y lo acuchillara.

—Escuchadme Hermes... —Suplicó acercándose a él, temblando porque con cada paso que daba el Dios fruncía el ceño un poco más. —. Yo.. Yo... Lo lamento... No pretendía ofenderos, Apolo me habría matado sí... —Se vio obligado a callarse cuando Hermes alzó la mano frente a su rostro.

—¿Qué pasa, Perseo? ¿Tienes miedo de que te desprecie y ya no te ayude en tu estúpida aventura? —Arqueó una ceja y luego se rio pero no sonó alegre en absoluto, más bien cruel y dolido. —No pasa nada, cariño mío, todavía puedes pedirle ayuda a Atenea a ver si ella te trae vino. ¡O si no! Pídele a Apolo que te ayude, que es más grandioso que yo, seguro que hasta si se lo pides te lleva en su estúpido carro del sol con sus estúpidos caballos que escupen fuego y el pelo dorado ondeando al viento.

Qué pesadito con los caballos, no podrán regalarle uno al menos pensó Perseo y suspiró. Esto comenzaba a recordarla a una de las escenitas de celos que intentaba evitar por todos los medios cuando tenía queridas. Espera, ¿Por qué estaba pensando en eso siquiera? ¿Y por qué Hermes parecía tan estúpidamente celoso? ¿Por qué parecía que era un novio recriminándole su supuesta aventura con otro?

Oh mierda, mierda pensó, lo más jodido de todo no era que el dios estuviera celoso sino que Perseo creyó que eso era lindo. Él también debía estar mal de la cabeza, porque estaba seguro de que su arrebato de celos le había roto algún hueso y aún así, de algún modo, le parecía lindo.

—Hermes... —Y se fue acercando de nuevo.

—No, Perseo —Le negó de nuevo.

—Hermes... —Insistió de nuevo y dio varios pasos más.

—He dicho que no —Volvió a negarle la palabra —. Los mortales siempre sois la misma basura, pensáis que sacrificando un animal y haciendo ofrendas ya todo está perdonado, ¡Y no! ¿Dónde está lo que queremos? ¿Lo que sentimos? ¿Lo que yo siento? ¡A ti sólo te importa que te haga regalitos y te diga cosas bonitas! ¿A que sí?

—Hermes... —Susurró de nuevo, el dios estaba tan ofuscado en su discurso que no se percató de que Perseo consiguió llegar hasta estar frente a él y llevó las manos a su rostro, ignorando cierto dolor, acunándolo. —Te quiero.

Hermes por un instante le miró con sorpresa y extrañeza, seguro que no era eso lo que esperaba oír, pero al instante su expresión se endureció de nuevo y quiso volverle el rostro. Perseo, aterrado, aún así le forzó a no hacerlo.

—Mientes —Escupió Hermes. —, ¿Al dios de las mentiras le vas a mentir? —Carraspeó.

El mensajero parecía más furioso ahora que antes y como no hiciera algo estaba seguro de que esa mirada al final le taladraría la cabeza. Era justo como reaccionaban esas chicas, sólo que Hermes realmente podría matarle sin mucho esfuerzo si no usaba las palabras adecuadas.

—Sabes que no —Insistió Perseo, no estaba mintiendo, más allá del terror realmente sentía algo ardiendo en su pecho. —. Te quiero Hermes.

—¡Qué te calles! ¡No te creo nada! —Le gritó y notó que Perseo temblaba de nuevo. —Vete y díselo a Apolo, que seguro que él te compra la fábula y os podéis hacer trencitas en el pelo y recitar poesía.

Padre por favor, dame un poco de coraje y no me dejes morir por lo que voy a hacer miró al cielo lanzando aquella plegaria al infinito, Hermes arqueó una ceja siguiendo el curso de su mirada. Tal vez esa fracción de segundo fue suficiente para que Perseo aplastara los labios contra los de Hermes, que no tenía ni idea de qué estaba haciendo ni de si viviría para contarlo. Tampoco tenía claro si en realidad quería besarle, por una vez fue el semidiós el que sintió al mensajero ponerse tenso.


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¡Holaaa! ¡Holaaa! Siento que este capítulo es un poco frenético y raro AHHHHHHHHHHHHHHHH os juro que no tenía ningún tipo de guión jajsja, solo fui escribiendo y salió esta cosa JAJAJSJJSJDJSJSJ no sé qué pensáis, si es gracioso, triste o romántico o qué jajajaja. Es un poco extraño, no sé comentadme

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