Capítulo 6-Estaré contigo

La noche era gélida, sentía que le envolvía con brazos de muerto y mandaba escalofríos a su cuerpo. La brisa no ayudaba, con cada vaivén temblaba y se encogía sobre sí mismo con los ojos vigilantes como los de un búho. Podía escuchar a las criaturas de la noche a lo lejos, se preguntaba qué tipo de depredadores podían acecharle entre las sombras. No tenía miedo en realidad. Dirigió su mirada hacia la luna, brillaba con luz propia, plena y tan blanca como la leche. La noche tenía esa forma romántica de seducirlo, le embriagaba con sus luces y sus sombras.

A su alrededor, todo era oscuridad, los arbustos, los árboles, las palmeras todo eran sombras negras y veía lo justo para poder reaccionar en caso de ataque. Aquella selva era salvaje, más que cualquier bosque de Grecia y también hacía mucho más frío. El joven Perseo se abrazaba a sí mismo, Adaan no tenía una manta para él y el semidiós comenzó a evocar los brazos de una de sus numerosas amantes rodearle, cálida, suave y oliendo a rosas, era agradable.

Si una cosa tenía en común con su padre, eran sus numerosas conquistas. En Séfiros se sabía que Perseo con todas estaba y con ninguna se casaba y aunque ellas lo sabían no es como si le opusieran mucha resistencia, tal vez fuera porque el tiempo que estaba con alguien Perseo daba la vida por esa persona, literalmente cualquier cosa que le pidieran la conseguía, era atento, cariñoso y muy leal, o por lo menos hasta que se cansaba e iba con el cuento de "No eres tú soy yo" y a la siguiente. Ni siquiera se esforzaba en cambiar la excusa, siempre era esa.

Ojalá Hermes me perdone pensó, no quería admitirlo pero desde que Hermes no venía a verle los días se le hacían más largos, aunque a lo mejor tenía que ver con tener que caminar bajo el ardiente sol. Perseo se abrazó a sí mismo en un intento por apartar el frío, debía hacer la guardia pero el helor le provocaba sueño.

—Bu.

Escuchó aquello de repente en su oído y el susto fue tal que se levantó de un salto y gritó espantado poco le faltó para irse corriendo por el mismo camino por el que había venido. Sin embargo, se volvió a ver qué sucedía y vio al dios mensajero reírse a mandíbula batiente a su costa. Probablemente eso le habría enfurecido de no ser porque en realidad deseaba verle.

—¡Hermes! —Trató de disimular la emoción, no quería darle alas(era un chiste para Perseo porque todo lo que Hermes portaba tenía alas, su caduceo, su casco, sus zapatos) para que se metiera más con él o... PEOR que se acercara más a él.

—Qué lindo eres, Perseo —Le dijo mientras se limpiaba las lágrimas, Hermes lloraba mucho siempre, pero de la risa. —. Te perdono, aunque no tengo ni idea de qué es lo que tengo que perdonarte —Se encogió de hombros con simpleza, sonreía de oreja a oreja.

Perseo parpadeó varias veces con perplejidad, ¿Cómo que no sabía lo que tenía que perdonarle?

—Pero... ¿No estabais furioso conmigo?

—Pues no —Dijo Hermes con total seguridad. —A ver, corazoncito mío, osito de miel, niño de mis ojos, ven aquí. —Dijo y extendió sus brazos hacia él invitándole.

Perseo entrecerró los ojos, no se fiaba nada pero nada del dios mensajero y de sus intenciones MENOS.

—No quiero.

—Que vengas he dicho.

No necesitó ni siquiera alzar la voz para que Perseo supiera que habría consecuencias si no le obedecía y no quería ir pero tragó saliva y fue como cordero al matadero. En cuanto estuvo frente al dios, este lo atrapó y lo envolvió entre sus brazos como un araña a su presa.

El semidiós se puso realmente tensó y notó cómo su corazón latía desbocado, debía de estar realmente aterrado, ¿Qué otra cosa podría ser? se dijo. Hermes llevó una mano a su cabello, comenzó a jugar son sus rizos, al principio lo sintió extraño pero de un modo u otro comenzó a relajarse. Era agradable, muy agradable, toda la tensión desapareció y hasta cerró los ojos, entonces pudo darse cuenta de que echaba de menos la calidez de otro cuerpo. Además Hermes olía como a miel y amapola y era un aroma muy agradable que le adormeció los sentidos aunque sabía que no debía fiarse de él.

—A ver, cariño mío. —Lo separó de él solo para poder mirarle a los ojos pero posando las manos sobre sus hombros

—No soy vuestro cariño. —Frunció los labios con disgusto interrumpiendo al dios.

—A ver, cariño mío. —Empezó de nuevo haciendo especial énfasis en las dos últimas palabras. —¿Qué te hace pensar que estoy enfadado contigo?

Perseo chasqueó la lengua, lo ha hecho a posta, si lo estuviera escribiendo lo habría puesto con negrita y subrayado. Capullo pensó.

—Bueno... Es que llevabais un tiempo sin aparecer, como si... me ignoraseis. —Murmuró, ni siquiera quería mirarle pero a Hermes eso pareció importarle poco, porque llevó las manos a su rostro y se lo alzó, de nuevo se topó con su mirada gris.

—¿Y eso te hizo sentir solo? —Susurró y su voz fue tan arrulladora que tuvo un escalofrío. Perseo asintió con la cabeza tímidamente—Qué tontito eres, si yo estuviera "furioso" contigo te aseguro que desearías que te ignorase. Así que, no me enfurezcas, ¿De acuerdo? —Y con el dedo le dio un toquecito en la nariz.

Perseo se sintió contrariado, demasiado, una rara sensación en el estómago como si algo le corretease. Tratándose de Hermes debían ser murciélagos o ratas o algo siniestro y malvado, quiso decirle que le dejase en paz pero tenía un nudo en la garganta.

—Pero hoy estoy de buen humor y te voy a dar todo el cariñito y la atención que deseas.

—No la quiero. —Repuso Perseo al instante.

—Sí la quieres. —Su voz destilaba una fría amenaza ahora, el dios pasaba del amor al odio en fracción de segundos,

Está loco se decía Perseo, nunca podía relajarse del todo con Hermes porque sentía que en cualquier momento le mataría y eso que no tenía motivos, no recordaba ningún mito en el que el dios mensajero desatase su ira contra los mortales, a diferencia de otros dioses.

—...Bien.

Hermes volvió a sonreír complacido, imaginaba Perseo (era difícil saber nada sobre ese tipo), y se sentó con la espalda apoyada contra un tronco, luego le indicó al joven que se sentase sobre sus piernas.

¿En serio tengo que hacer esto? Se le secó la garganta y las orejas las sentía arder pero no tenía otro remedio por lo que lentamente fue y se sentó sobre sus piernas pero dándole la espalda. Era un manojo de nervios, ¿Qué demonios iba a hacerle ese tipo? El corazón se le iba a salir del pecho y comenzó a jugar con los dedos de su mano con nerviosismo trazando posibles rutas de escape en su cabeza.

Entonces sintió algo cálido rodearle, luego lo abrazó contra él. Perseo bajó la mirada para darse cuenta de que se trataba de una manta de piel y no de cualquiera, sino de lobo blanco y se quedó pasmado.

—Y... ¿Y esto...?

—Es mi mantita —Susurró con cierto dejo infantil en la voz y apoyó la cabeza en su hombro. —. Madre me la regaló y siempre que los otros dioses me ofenden, lo cual es más a menudo de lo que me gustaría, me envuelvo con ella y me siento mucho mejor.

Perseo se quedó boquiabierto, no sabía que le sorprendía más, que le estuviera trayendo algo suyo DE ÉL, de un DIOS, o que los otros dioses se metieran con Hermes, uno de los más importantes de todos, pero por algún motivo creyó que fue lindo cuando dijo mantita de esa forma, y los murciélagos volvieron a revolotear en su estómago.

—Hmm... ¿Y qué debo daros a cambio...?

Hubo un breve silencio en el que escuchó la respiración de Hermes.

—Sólo es un detalle que quise tener contigo porque sé que lo estás pasando mal últimamente. Debes echar de menos tu hogar, tu madre, tus posesiones de mortal y al caballo —Dijo con cierta inquina en las palabras "mortal" y "caballo" —, y a veces... No está mal tener detalles con otros sin esperar nada a cambio, sólo porque... Quieres que la otra persona se sienta bien.

Perseo frunció los labios, no estaba entendiendo nada, ¿Por qué Hermes era tan amable de repente? Trató de pensar en sus motivos, en realidad siempre era amable a su manera. Se preocupaba por él, se paraba a escucharle, le daba consejos, intentaba comprenderlo cuando no se sentía bien (fracasaba), le brindaba su ayuda y ahora... Le estaba trayendo algo suyo para que se sintiera bien. Hermes era el dios guía y los viajeros le hacían ofrendas antes de empezar sus viajes y además era amable... Benéfico.

—¿Deseáis que yo me sienta bien...? —Susurró.

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque me agradas, Perseo —Confesó su voz estaba cargada de sentimiento, atrajo más a Perseo hacia sí. —¡Además! Me has sacrificado una puñetera cebra y nunca nadie me había sacrificado una cebra, ¡Todavía no me lo creo! ¡Estás demente! A mí no se me sacrifican esos animales. Qué tonto eres, Perseo y encima no has comido su carne, ¡Con lo sabrosa que es! Tonto, tontísimo.—Se rio ante la sola mención, Hermes siempre se reía, eso sí después de insultarle un millón de veces.

—Bueno... Media cebra —Corrigió, la otra mitad la dio a Atenea.

—Pero tenías la intención de sacrificarla entera para mí, te escuché pensarlo, puedo leer tus pensamientos siempre y cuando digas mi nombre. —Reveló.

Cosa que causó gran inquietud en el semidiós, ¿Cómo que puede oírme cada vez que menciono su nombre en mi pensamientos? ¡Esto es terrible! ¡Incluso le he insultado varias veces! ¿Cómo es que no estoy muerto? Se preguntó aterrorizado, tendría más precaución a partir de ahora.

—Bien pensado, si me hubieras hecho una ofrenda sólo a mí, tal vez podría haberte salvado pero... Cuando ella quiere vengarse encuentra el modo, te lo aseguro. —Dijo y se percató de que Perseo suspiraba aliviado —Pero a ella no le ha gustado tu ofrenda, sólo te ha permitido vivir, ella piensa que la niña que viaja contigo, puesto que es pura, podría haber sido mejor sacrificio que media cebra.

—¿Eh? ¿Qué niña? —Dijo

La calidez de Hermes y su voz arrulladora casi susurrándole al oído le tenía los sentidos embotados, era raro pero comenzaba a estar cómodo y quería simplemente permanecer allí y descansar.

—La niña que viaja contigo, Perseo —Insistió y después hubo un momento de silencio —. ¿No me digas que no te has dado cuenta de que es una niña? Madre mía, Perseo, qué tontísimo eres.

—¡Bueno ya vale! ¡Me estáis ofendiendo! —Exclamó irritado, su orgullo era frágil y su ego desmesurado, estaba tan subido en él que si se cayera se mataría.

Aunque ahora que Hermes lo mencionaba, se había percatado de que Farid tenía demasiada cintura y al sostenerlo entre sus brazos se dio cuenta de que era suave, delicado y olía bien y... Tuvo un escalofrío.

A ver, padre querido, cuando te dije que la primera mujer que se me pusiera por delante me la beneficiaba, me refería a una MUJER, ¿Entiendes lo que es eso? ¡Qué haya sangrado al menos una vez! ¿Cómo voy a hacerle nada a una mocosa? ¡Prefiero que se me gangrene el asunto y se me caiga a trocitos! Es broma, ¿Eh? Deja mis genitales en paz, por fa.

—Ah, perdona, no pretendía herir tus sentimientos de copito de nieve, se me olvidaba que eres como una princesita consentida. —Le susurró al oído y Perseo se tensó de nuevo, la respiración cosquilleándole la oreja.

—¡No soy un copito de nieve! ¡Y menos una princesa!

—Sí lo eres, tienes pelo de princesita bonita, sólo te falta dejarlo largo y ondearlo al viento. Entonces serás mi princesita bonita —Dijo estrujándolo más contra él.

—Aunque fuera una princesita bonita, os aseguro que no sería vuestra princesita bonita. —Farfulló tratando de poner al dios en su sitio.

Sin embargo, Hermes se rio, esa clase de risa que comenzaba a interpretar como un "ya lo veremos" y depositó un beso en su mejilla, Perseo enrojeció, ¿Por qué no podía estarse quietecito? le daban ganas de cortarle las manos. Era verdad que era el dios de los ladrones, porque le robaba hasta las ganas de vivir.

—Ahora vas a explicarme porque a veces discutes conmigo, pero solo, y me llamas "Hermes imaginario", ¿Tienes un amigo imaginario con mi cara y mi nombre? —Preguntó con extrañeza. —¿No eres un poco mayor para tener amigos imaginarios? Pregunto.

Perseo quiso cavar un agujero allí mismo y esconderse el resto de su patética existencia. Si hubiera sabido que Hermes podía escucharle, habría tenido mucho más cuidado.

—Ermm... No sé cómo explicarlo. Hablar con ustedes me centra en la misión, pero no siempre estáis a mi alrededor así que hmm... Me imagino que estáis y hablo con ustedes. —Comenzó a decir, no sabía si tenía algún sentido. —Pero vos, sois especialmente molesto y me recrimináis todo lo que hago. —Gruñó frustrado.

—Hmm... —No podía verle, pero podía imaginárselo acariciarse la barbilla como hacía cuando meditaba. —Así que la voz de tu conciencia, ¿Suena con mi voz? ¡Eso es muy dulce! —Se rio. —Pero no lo hagas más, si algo te preocupa, puedes preguntarme aunque probablemente no te responda al instante porque hay muchísimos más humanitos como tú que me hablan toooodo el tiempo. Pero en fin, seguro que soy menos asfixiante que esa vocecita tuya, porque cuando discutes con ella estás taaaan airado. En serio piensas a un volumen infernal.

Perseo guardó silencio, estaba preocupado sí, llevaba un tiempo contrariado desde que mató a esa gente. El semidiós nunca había matado y aunque eran infames y no se arrepentía del todo de haberles dado muerte, todavía pensaba en que podría haber encontrado otra solución más pacífica. Decidió preguntarle a Hermes ya que se ofrecía.

—Es... No sé. Maté a esos forajidos y... Podría decir que hasta me dio placer. No lo sé, ¿Soy un asesino sanguinario? ¿Estoy perdiendo mi humanidad? —Frunció el ceño. Hermes se rio para disgusto de Perseo.

—A ver, cariño mío —Susurró, a Perseo comenzaba a no gustarle esa manía que estaba cogiendo de llamarle cariño. —¿Qué piensas que habrían hecho ellos contigo si te hubieran atrapado? ¿Jugar a las cartas? ¿Invitarte a tomar té?

Perseo negó con la cabeza, eso lo tenía claro.

—¿Verdad que no? ¿Podrías haberlos inmovilizado? Innecesario, demasiado esfuerzo y poniendo en riesgo tu vida que es, de hecho, lo más importante que tienes. Además, si no hubieras matado a esa gente ellos os habrían seguido o asaltado al siguiente viajero. No te preocupes, nadie los echará de menos.

Perseo meditó, la verdad es que Hermes de verdad, era más agradable que Hermes imaginario.

—Aunque —Y ahí empezó a desvariar —, si me lo preguntas, hubiera sido más sencillo que mataras a todos con el caso de Hades, ¿Por qué no hiciste eso? Nadie te lo habría recriminado.

—¿A la niña también? —Arqueó la ceja.

—A la niña la primera para que no huya.

—¿CÓMO? —Repuso Perseo espantado, se erizó como un gato.

—Por compasión —Contestó Hermes—, piénsalo fríamente como yo, ¿Por qué crees que esa niña se disfraza de hombre? Aquí las mujeres valen menos que en Grecia, que ya es decir, sólo imagínate lo que podría sucederle a una pequeña y dulce damita sola en un mundo de hombres. Piensa, Perseo, imagina.

La verdad es que no quería ni pensarlo, de algún modo tenía que asegurarse de que Aadan y la supuesta, Farid, llegasen a Grecia y sólo así podría quedarse tranquilo.

—Pero, podría llevarla conmigo. —Meditó.

—¡Muy agudo, Perseo! —Incluso aplaudió antes de volver a abrazarle —Y cuando vayas a matar a Medusa, puedes lanzársela para que mientras esté distraída despedazándola cortarle la cabeza. Es un buen plan, aún estás a tiempo.

—Sois horrible... —Carraspeó y Hermes se rio.

—¿Qué más da? No te odiaría, luego Hades les borra la memoria y son muy felices, salvo que los condene al tártaro entonces no son muy felices, pero eso es baladí. —Dijo restándole importancia al asunto —En fin, ¿Qué harás con la niña?

—¿Cómo que qué haré? —Frunció el ceño no gustándole por dónde iba la conversación.

—Bueno, tú querías una mujer, ¿No? Zeus lo escuchó y se rio y dijo "Simpatizo con este mortal, le daré una mujer ", y aquí está, ¿Contento? Y además, si la dejas embarazada, pues no pasa nada porque ni siquiera es griega, todo ventajas, ¿No? —Comentó Hermes entusiasmado.

—Pero, pero, pero... ¡Qué dices! ¡Es una mocosa! ¿Cómo voy a hacerle nada? Si no creo que le hayan salido los pechos todavía —Se puso tan nervioso que sin quererlo tuteó a Hermes.

—Hmm... —Hermes meditó y juntó su mejilla con la de Perseo que era cálido y suave y agradable. Le agradaba —Bueno, ella tiene trece años ya, con esa edad perfectamente te puedes casar en Grecia, ¿Cuál es el problema? —Dijo confundido.

La verdad, Hermes no yacía con mortales menores de 16 años, pero no era una cuestión de principios era simplemente que no le gustaban los niños, le molestaban terriblemente, los únicos a los que soportaba eran a los que él mismo había engendrado y a veces ni eso. Abandonó a su hijo Hermafrodito durante 16 años, en el monte Ida al cuidado de las ninfas, aunque eso era debido a que era hijo de Afrodita y le parecía peliagudo que Ares y Hefesto dirigieran su ira contra él, no era que los temiese pero solía preferir evitar el conflicto, así pasó que cuando Hermafrodito volvió a sus brazos se había convertido en un híbrido de mujer y hombre, todavía le confundía eso. Recordaba haber pensado Mierda, soy un padre terrible. Pero qué suerte tiene el jodido, ahora tiene pechos y falo y está bien hermoso (o hermosa). ¿Quién pudiera?

Pero volviendo al tema, porque él solía desvariar (como todos los dioses), realmente no le veía lo oscuro a yacer con mortales de esas edades, al fin y al cabo los humanos estaban puestos ahí por capricho de Zeus y por ende para satisfacer a los dioses de un modo u otro. ¿Qué pensaba él? No pensaba nada, le daba igual, no estaba en el mundo para cuestionarse las decisiones de su padre.

—¡Pues! pues... Que es una niña y tiene cuerpo de niña y se comporta como una niña y huele como una niña. —Empezó a explicar un airado Perseo. Hermes sonrió, decidió molestarle un poquito más.

—Hmm... ¿Así lo crees? —Se puso a toquetear el cabello del semidiós intentando hacerle un cuerno en la cabeza montando un mechón con otro. —No sé, yo pienso, si pesa más que un pollo me la fo...

—¡Cállateeee!

Hermes contuvo la risa, era demasiado divertido molestarle porque saltaba al instante, con los dioses no sucedía así, salvo con Ares, pero era contraproducente irritarle, se dedicaba a matarle todo lo vivo. Una vez lo molestó mucho y él seguidamente mató a todas sus ovejas con tanta rabia que ni se molestó en fulminarlas con su gracia divina. No, él fue y apuñaló una por una y luego grabó una "A" en cada animal para asegurarse de que Hermes supiera que había sido él. El pobre no habría encontrado humanos para matarle, así que fue a por su rebaño. Se apiadó.

Y Zeus, que siempre encontraba motivos para despreciar al dios de la guerra, le dijo «¿Quieres que lo castigue?» pero Hermes, mediante como era, dijo «Nah, ya que están muertas, hagamos una fiesta y que todos coman de mi rebaño. Invitaré a Ares también y firmaré la paz» porque tampoco iba a hacer drama por un puñado de ovejas por muy sagradas que fueran, además tampoco se quería enzarzar en una guerra de siglos con el dios de la guerra precisamente. Estaba seguro de que él se aburriría antes de eso que Ares que tenía rabia infinita.

De todas formas, trató de ponerse serio, imponente como si realmente le hubiera ofendido el hecho de que Perseo le mandase callar, no era así.

—¿Acabas de mandarme callar, Perseo? —Dijo de forma severa y notó cómo el semidiós se tensaba.

No estaba enfadado, en realidad nunca se había enfadado de ese modo con él, era sólo que le hacía gracia ver cómo reaccionaba. Se ponía tan tenso y sumiso, era bonito y divertido a la vez. Perseo volvió el rostro para mirarle alertado, sonreía con incomodidad.

—Nononono, me mandaba callar a mí, si no os habría hablado de usted, ¿No cree? —Empezó a decir alarmado y luego rio —Es como, a veces digo, ¡Perseo, cállate! ¡Necio! ¡Idiota! ¡Cállate que tienes una boca más grande que la de Crono[1] y si no te controlas absorberás el mundo entero! —Se pegó a sí mismo incluso en la cabeza mientras hablaba para más humillación hacia su persona.

Hermes hizo un esfuerzo titánico por no reírse pues estaba en el papel de agraviado pero pensó:

Ay, yo no debería ser así, pero es que es taaaaaaaaan lindo y taaaaaaaaaan gracioso. No puedo más. Este niño bien podría ser comediante, ay, ay, ay, vamos a pensar en cosas tristes como... No sé, en falos flácidos que crecen hacia dentro. Eso de verdad me entristece.

—Ah —Repuso Hermes con seriedad —, eso pensaba. La verdad si eres un poco idiota. —Repuso y acabó sonriendo aparentemente más animado.

Perseo suspiró aliviado y Hermes prosiguió tratando de hacerle un cuerno en la cabeza. Su pelo era muy hermoso, no podía decir que suave porque en estas condiciones dudaba que eso fuera posible, pero aún así era bonito, rebelde y con reflejos dorados. A Hermes le gustaban los niños hermosos sobre los que otros dioses no habían posado sus zarpas primero, odiaba beberse las babas de otro dios. Tampoco le gustaba enzarzarse en peleas por ver qué Dios tomaba ventaja en la conquista de un humanito, con la cantidad de ellos que había en el mundo, ¿Para qué? De hecho el prefería mirar cómo peleaban entre ellos y correr a contárselo todo a Zeus, que aunque no lo pareciera, también adoraba escuchar esas historias. Era cierto que él podía verlo todo, pero hasta a él se le escapaban cosas, quien también adoraba sus historias era su tía Hestia y otros dioses como Apolo y Dioniso, que era con los que mejor congeniaba.

Tras un largo rato de silencio en el que se dedicó a "mimar" el pelo de Perseo (en realidad seguía intentando hacer el cuerno) notó que el semidiós se relajaba más de la cuenta y bostezaba.

—Si quieres dormir, duerme. Yo vigilo, es importante que descanses, te queda un largo viaje.

—¿Seguro?

—Sí, descansa, Perseo, veré más que tú. —Le aseguró.

El mortal parecía cómodo, ¿Cómo no iba a estarlo? Esa era la mantita que le regaló su madre Maya, que era una Pléyade hija del titán Atlas y Pleyone. No la veía mucho, tenía miedo de que Hera, la esposa de Zeus, la localizara y tratara de hacerle daño como hacía con todas las amantes del dios del trueno. A él no podía tocarlo porque era la mano derecha de Zeus, pero Maya no era nadie, al menos no a ojos del soberano. Así que guardaba las distancias y a veces la echaba de menos tanto que no podía soportarlo pero era lo mejor, nació para ser olímpico y no se arrepentía de nada.

Perseo se quedó dormido entre sus brazos y Hermes se acurrucó contra él. Era un semidiós muy especial, le gustaba mucho no sólo porque era su canon de belleza, si es que tenía uno, era astuto, bienintencionado, con grandes dotes para la elocuencia y sus reacciones eran increíblemente tiernas. Tenía mucho interés en él y a Atenea no le gustaba eso, pensaba que entorpecería su misión.

Al diablo con eso Se decía él cada vez que le hablaba del destino de Perseo, ella estaba obsesionada con que matase a Medusa, sin embargo a él le interesaba genuinamente el mortal y aunque a medio camino decidiera volver a casa, lo ayudaría a regresar si es que podía. 

Si tanto interés tienes en Medusa, ve y mátala tú misma, ¿O no te atreves? Se dijo él. Ahí había intereses cruzados, porque Medusa solía ser la más devota de todas las sacerdotisas de Atenea, además de ser increíblemente hermosa, la que más. Despertó la envidia de la diosa de la sabiduría, pues allá a donde iba ella despertaba pasiones y los mortales comenzaron a asistir a su templo para admirarla a ella y no a la diosa, aun así Atenea la perdonó.

Sin embargo, todo estalló cuando Poseidón, enfurecido con Atenea debido a que perdió contra ella el dominio de la ciudad de Atenas, decidió vengarse y para ello se propuso seducir a la más virtuosa de las sacerdotisas de la diosa, ella fue Medusa. Mas ella lo rechazó, herido Poseidón trató de tomarla a la fuerza pero ella huyó al templo de su patrona y le rogó a Atenea que interviniera por ella, que la ayudara. Atenea simplemente no apareció y ella fue violada en el templo de la diosa.

Sin embargo sí apareció después, y la culpó de lo sucedido porque su belleza y su vanidad habían tentado al dios del mar y para colmo había profanado SU templo. En castigo la convirtió en el monstruo que ahora era y la desterró al lugar donde se ocultaba. Hermes tenía una ligera sospecha de que ella podría estar embarazada y por eso Atenea estaba impaciente por ver su fin. Sin embargo, eso podría desatar la ira de Poseidón y aunque Atenea saldría airosa, también era prudente y evitaba el conflicto siempre que podía. Perseo era una simple pieza en su venganza, así de simple. Eso molestaba al dios mensajero pero no le convenía intervenir y él mortal tenía la idea de darle muerte de antemano.

No te preocupes, Perseo, estaré contigo pase lo que pase pensó y miró al cielo, pensó en Zeus. Ya que él no te protegerá, yo lo haré.



Crono[1]:Hijo de Urano y Gea, cercenó los testículos de Urano que era entonces soberano del mundo y se apropió del control, sin embargo su padre le advirtió que sus hijos tratarían de derrocarle del mismo modo que él hizo. Se comía a sus hijos nada más nacer para evitar eso (he ahí que Perseo hable de su boca como grande) pero su esposa Rea, ocultó a Zeus y este le derrocó finalmente.


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¡Holaaa! ¡Holaaa! No debería de andar publicandooo, normalmente me dejo dos capítulos de ventajaaaaa, pero quería publicar este capítulo AHHHHHH. Yo sé que se supone que esta no es una historia romántica, bien, creo que no puedo evitarlo jajsja, perdonadme la vidaaaaa. No lo puedo evitar cuando se trata de dioseesss! es que los amo mucho ;-; El capitulo 7 se viene tremendo salseoooo, avisados estáis

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