Capítulo 4-No soy un héroe

Perseo iba errante, no sabía cuántos días llevaba caminando bajo el ardiente sol siguiendo el camino que Atenea le marcó, al menos le había dado un mapa puesto que el que él tenía lo perdió cuando su carro se estrelló. Debió habérselo llevado el viento, apenas pudo rescatar poco de todas las provisiones que llevaba. Definitivamente era una tragedia. El sol quemaba con mucha intensidad y él era de piel pálida, muy pálida, tenía la piel al rojo vivo y dolía como mil demonios pero eso comenzó a darle igual cuando otro dolor enmascaró esa molestia.

Se refería a la sed, Perseo nunca habría imaginado que tener sed era mucho más doloroso que pasar hambre. ¿Lo peor? Había olvidado que el camino que seguía apenas tenía agua, no había encontrado ríos de los cuáles poder beber, así que ahora bebía de la lluvia pero tampoco llovía en demasía porque esto era África. Tampoco podía beber de los cocos porque ya no había cocoteros, ahora las palmeras eran de aceite, los paisajes de este continente eran un locura, por momentos bosque, luego selva, luego árido. Cuando ya no pudo soportarlo más, se dedicó a poner trampas, había aprendido cómo hacer eso cuando estaba en Séfiros, y a matar a los animales que caían en ellas, ¿Para comerlos? No, para desangrarlos y beber de su sangre, era asqueroso. La primera vez que hizo eso incluso vomitó.

Sin embargo, eso fue una solución a medias porque la sangre no podía conservarse por mucho tiempo ya que se cuajaba. Hermes vino entonces y le trajo una bota que le ayudaría a conservarla por más tiempo pero cuando Perseo le preguntó porque no le traía directamente agua el dios le sonrió con amabilidad y le dijo lo siguiente:

«Tendrías agua si no se la hubieras dado al caballo»

No le dejó replicar, conforme lo dijo se marchó. Maldito seas, ojalá te pudras y se te coman los ojos los gusanos había pensado en ese momento, ahora estaba más tranquilo (o tal vez es que estaba demasiado cansado como para odiar a nadie). Entendía que los dioses sólo intervendrían para apoyarle pero nunca para salvarle milagrosamente, empezaba a ver ese patrón. Se preguntaba qué harían si realmente se estuviera muriendo.

Pero no me estoy muriendo, puedo hacer esto. Perseo, puedes hacer esto se repetía. Volvía a tener sed, sacó su nueva bota y dio un trago. Su gesto se arrugó mientras aquel líquido carmesí se abría paso por su garganta, tuvo una arcada por lo que cubrió su boca forzándose a tragar, necesitaba eso, necesitaba beber aunque luego el sabor metálico permaneciera en su boca durante todo el día y le hiciera querer vomitar todo el tiempo. Al menos le mantenía vivo.

—Qué puto asco... —Se limpió la boca con la mano y miró al frente. —Hay que seguir, Atenea dijo que si sigo el camino yo encontraré la salvación. ¿Qué querría decir con eso? Todo recto, todo recto. Vamos Perseo, un pie, luego otro, después el otro...

Hablaba solo, solía hablar con Aesop pero ahora él ya no estaba y Hermes parecía estar castigándolo como hacía siempre que desacataba sus recomendaciones. Atenea se mantenía en su línea, si es que quería verla, lo único que tenía que hacer era desviarse y entonces ella "amablemente" le diría que volviera al camino marcado en el mapa. Ella siempre era educada, pero cuando estaba molesta y pronunciaba su nombre sonaba como un insulto, o tal vez el "valeroso" Perseo sonaba como si lo pusiera en duda. Hermes no se andaba con rodeos y le insultaba directamente sabedor de que él no podía responderle de vuelta.

—Me quiero ir a casa —Dijo, a veces cuando llevaba mucho tiempo sin hablar su voz le sonaba extraña como si no fuera suya. No quería pensar en eso ahora, pero quería sentirse como en casa a la vez, así que comenzó a cantar, aunque no era algo que le gustase, una canción que su madre solía cantarle de pequeño, decía:

Llegó, llegó la golondrina

trayendo la buena estación

y los buenos años

Llegó, llegó la golondrina

llegó también el ruiseñor,

se posó y elevó su voz y dulcemente trinó.

Eso de alguna forma calmó su mente aunque el precio fue que su garganta estuviera todavía más seca. La vida era así de jodida. Las gallinas que entran, por las que salen pensó. Le dio la sensación de que Helios, el titán que personificaba el sol, había bajado un poco su intensidad y ya no parecía que quisiera derretirle. Suspiró aliviado dando las gracias a quien fuera que le escuchara.

Siguió su camino recto, sin desviarse como Atenea le había indicado hasta que algo le hizo detenerse y esconderse entre la maleza. Parecía que frente a él se estaba librando una disputa, en medio del sendero un carro se encontraba varado y unos hombres encapuchados increpaban a un anciano regordete, aunque juraría que era más hinchazón de cebada que de comer. Se detuvo a observar, su maestro en el arte del combate solía decirle «No te apresures, Perseo, primero observa: escucha, mira, siente. ¿Y luego? No, necio, no actúas, antes debes pensar y después... Reaccionar».

Necesito acercarme más pensó Perseo, pero no debía ser visto o estaría en problemas. Entonces recordó que tenía el casco de Hades que volvía invisible a aquel que lo usara. La verdad, se preguntaba cómo es que las ninfas le habían conseguido un objeto tan valioso y si es que él dios del inframundo no lo necesitaba, prefería no pensar en que podía aparecérsele en cualquier momento a reclamarlo. Hades, aunque uno de los más pacíficos, era el más temido entre los mortales hasta el punto de que nadie deseaba hablar sobre él ya que representaba la muerte.

Perseo se colocó el casco no sintió nada diferente por lo que tuvo miedo por un instante de que no funcionara en semidioses pero el miedo era para débiles y él no era débil. Se acercó pues a comprobar la situación cuidando el ruido de sus pisadas pues era invisible, no inaudible. Se puso realmente tenso cuando uno de los hombres miró en su dirección pero fue como si lo atravesara lo cual le hizo comprobar que de momento no podían verle y centrarse de nuevo en la situación.

Le gustaría comprender lo que decían, pero él no hablaba africano, no había caído en ese detalle. Tan sólo vio cómo aquel hombre de cabello canoso suplicaba a uno de los encapuchados a lo que este le agarraba del cuello de la túnica, se fijó también en que portaba ropajes griegos aunque evidentemente no era de allí, eso atrajo aún más su atención. De nuevo, más súplicas, debió decir algo para que lo soltaran pues fue de nuevo a su carro y le ofreció un saco pero aquel extraño le dio un manotazo y cayó al suelo, de aquella tela vio esparcirse semillas, debía tratarse de algún tipo de cereal.

No estoy entendiendo una mierda se dijo, todo lo que sabía es que ese hombre anciano tenía un carro y varios caballos y él necesitaba eso porque estaba cansado de caminar y porque a su ritmo no llegaría a Grecia ni rezando a todos los dioses del Olimpo a la vez.

Se acercó un poco más y pudo ver que el encapuchado que increpaba al anciano (y que parecía el líder) tenía una cicatriz surcando su ojo izquierdo. Gritaba al señor rechoncho y luego se dirigió a sus secuaces, que empezaron a sacar todo del carro mientras el damnificado suplicaba.

Entonces, uno de los hombres (creía que lo eran, tenían figura de hombre, era difícil saberlo porque sólo les veía los ojos) sacó del interior del carro a un niño. Era muy bajito y escuálido y pataleaba furioso mientras era cargado como si se tratara de un saco de patatas. Él dijo algo a lo cual sus camaradas rieron y se sonrieron, el anciano lloraba ahora, se abrazó a la pierna del líder implorando pero aquel infame ser lo pateó lejos.

Basta de esto, los mataré a todos pensó, no necesitaba hablar africano para intuir que aquellos tipos eran asaltantes (o algo así) y ese hombre debía tratarse de un mercader. Las injusticias y Perseo nunca se habían llevado bien, le pondría fin rápido. Llevó la mano a la empuñadura de su espada pero ahí se detuvo. Pensó:

Claro, con el caso de Hades sobre mi cabeza podría matarlos a todos fácilmente. Pero es muy arriesgado se acarició la barbilla.

No tenía sentido, usando el casco tendría que matar también al anciano para poder llevarse el carro, cabía también la posibilidad de matar a los asaltantes y luego mostrarse frente al anciano, pero eso tenía dos problemas: El primero, que se asustase tanto que tuviera que matarlo de todos modos para que no hablara, el segundo, que accediera a dejarle viajar con ellos pero que luego igualmente fuera corriendo la voz de un joven que podía volverse invisible y eso provocara que una horda de aldeanos fuera a darle caza casi con toda seguridad.

¿Entonces qué? Tendré que matarlos a la vieja usanza pensó y los contó a dedo. Uno, dos, tres, cuatro y cinco frunció el ceño, podría, pero sería arriesgado. Tal vez de verdad debería darse la vuelta y marcharse pues no era asunto suyo, encontraría otro carro en el camino. De pronto escuchó gemidos y buscó la causa. Tres de ellos habían derribado al hombre rechoncho y lo pateaban sin darle tregua.

¡Hijos de puta! ¡Ya podréis tres contra un anciano! Apretó los dientes con furia, el niño lloraba ahora y gritaba desconsolado pero él también mordió el polvo cuando un cuarto le propinó un puñetazo que lo dejó casi fuera de sentido.

Yo no soy un héroe se dijo Perseo rabioso. Pero los mataré a todos.

Contempló la situación, meditando en cómo podía deshacerse de cinco tipos que le doblaban en tamaño. Se acercó a cada uno de ellos ya que no podía ser visto y tuvo una idea, una locura que podía funcionar. Volvió sobre sus pasos y se ocultó tras un matorral aunque no podía ser visto de todos modos. Recogió los frutos de los árboles que eran del tamaño de piedras en el camino y apuntó hacia el más bajito de ellos, cuando lo tuvo en el punto de mira le arrojó uno de ellos y le asestó justo en la nuca.

El encapuchado miró hacia su dirección pero al no ver a nadie debió pensar que habría caído de algún árbol y volvió a girarse dedicándose a observar la situación (o eso le pareció a Perseo). Una vez se dio la vuelta, el semidiós de nuevo le lanzó otro fruto y acertó nuevamente en la nuca. El más bajito miró de nuevo en su dirección mientras se frotaba el lugar afectado dijo algo al que parecía el jefe y sucesivamente se dirigió hacia Perseo.

Eso es... Ven hacia aquí pensó Perseo mientras lo veía venir en su dirección, caminaba espada en mano y con mil ojos buscaba a su alrededor. Estaba demasiado cerca todavía de sus aliados, observó él. El encapuchado farfulló algo en su lenguaje que sonó como una amenaza y Perseo tuvo que apartarse cuando este fue a buscar en el matorral. Aprovechó ese momento para agarrar una piedra y tirarla lejos, pero no tanto, y esta hizo ruido al golpear contra otra piedra. Su enemigo, con una exclamación se apresuró a ir en esa dirección.

Ya eres mío pensó en cuanto lo vio alejarse lo suficiente del campo de visión de su grupo. En un rápido movimiento se posicionó tras él y con la empuñadura de la espada le golpeó en la cabeza con todas sus fuerzas y cuando el hombre se desplomó, Perseo lo sostuvo para que no cayera de golpe y el ruido alertara a los otros. Para su sorpresa no pesaba tanto como cabía esperar. Lo depositó sobre el suelo y lo desvistió. No cupo en su asombro al darse cuenta de que el hombre era en realidad un joven, dos años arriba o dos años abajo, tanto daba, era de la generación de Perseo.

Tan joven y tan infame, muere pues fue lo que pensó antes de cortarle la yugular sin muchos miramientos y eso que era la primera vez que mataba. Quedan cuatro pensó mientras se desvestía ahora él, esperaba que la ropa del mocoso le sirviera, porque no encontraba otro modo de infiltrarse entre ellos sin ser visto. Se quitó el casco de Hades y lo escondió como buenamente pudo junto a su zurrón y los otros obsequios y procedió a disfrazarse. En vano, se dio cuenta de que le estaba largo y estrecho, ese chico era más alto pero más escuálido, no obstante de algún modo le encajó aunque no de la mejor manera. Trató de disimularlo esperando que nadie lo notase. Tiró su espada y se valió de la del cadáver, era un poco más pesada y no parecía de buenos materiales pero imaginaba que mataría igual.

Volvió entonces junto con aquellos hombres en un intento por imitar la forma de andar de su víctima pero no había ensayado lo suficiente, menos mal que nadie se fijó demasiado en él, o eso pensaba hasta que el jefe le dijo algo en su lengua que él no comprendió. Perseo se limitó a asentir con la cabeza esperando que eso fuera suficiente. Lo fue.

Contempló la situación tratando de no enfurecerse, el pequeño al parecer había perdido la conciencia y al anciano lo golpeaban entre tres. El líder observaba, era el momento de acabar con él. Tal vez podría hacer lo mismo otra vez, había un problema, ese hombre era más alto que él y no podría golpearle la cabeza. Necesitaba colocarlo a su altura porque si solo le apuñalaba, gritaría, y Perseo calculaba que si todo salía bien podría matar a dos más y la inminente batalla sería más sencilla.

Se acercó sigiloso y aprovechando que le daba la espalda, coló una pierna entre las suyas y trató de derribar su pierna derecha que se encontraba retrasada en un punto de equilibrio dudoso. Sin embargo aquel tipo pareció percatarse y cuando Perseo trató de derribarlo, contraatacó corrigiendo su postura. No solo eso sino que trató de atacar al semidiós empuñando un hacha y él tuvo que saltar hacia atrás, el filo pasó casi rozando su piel.

Oh, mierda pensó y retrocedió recalculando cómo salir de aquella situación. Obviamente el líder dio la voz de alarma y tuvo a tres hombres mucho más grandes que él desenvainando sus armas. Uno de ellos tenía heterocromía, el otro un ojo de cristal, el tercero blandía una espada larga. Perseo comenzó a trazar estrategias elaboradas sobre castillos en el aire porque no tenía ni idea de cómo eran sus adversarios. Necesitaba observar. Los tres cargaron a la vez contra él.

Vaya, no podrían venir de uno en uno... pensó dándose cuenta de que eso solo sucedía en las obras de teatro. Perseo se dedicó a esquivar, era muy ágil, se movía entre las hojas como si danzara, buscando huecos y sobre todo evitando que le rodearan, si eso sucedía, el retrocedía de inmediato y los rodeaba de vuelta. Se dio cuenta de que su forma de actuar era predecible y torpe. No eran guerreros. Así que se dedicó únicamente a esquivar, ni siquiera a bloquear, evitar. Sucedió lo que tenía que suceder, uno de ellos, el de la espada larga gritó furioso y se precipito contra él en una estoca larga. Perseo lo esquivó girando hacia un lateral sobre su pierna derecha como una bailarina y se posicionó en su espalda, luego sólo tuvo que darle un golpe de cadera para desequilibrarlo y que cayera sobre una de sus rodillas, momento que aprovechó para decapitarlo (bueno él no pretendía eso, pero tenía más fuerza de la que podía controlar).

Quedan tres Se dijo, tenía una capacidad de concentración más poderosa que él mismo. Esa maniobra le había acercado, sin él pretenderlo, al de la heterocromía y tuvo que bloquearlo cuando le lanzó una estocada con su espada corta, forcejaron. Ese fue el momento en que los otros dos inevitablemente comenzaron a rodearle, Perseo se mantuvo alerta a sus sentidos y cuando el líder trató de lanzar un corte en diagonal, el semidiós soltó la espada y se arrojó al suelo con increíble agilidad. Escuchó un grito y su ropa se impregnó de sangre, el heterocromático cayó y entre la confusión Perseo agarró la primera arma que encontró, la espada corta y se abalanzó contra el del ojo de cristal. No le dio tiempo a levantarse del todo así que lo apuñaló en el pecho y pensaba girarse hacia el otro pero aquel al que atacó agarró su mano y tiró de él.

—¡Suéltame! —Le gritó como si acaso pudiera entenderle pero se quedó atascado, no pudiendo ni retirar la mano ni hundir el arma más en su pecho.

«¡Detrás de ti!» Escuchó gritar a Atenea y Perseo dejó caer todo su peso cayendo al suelo junto con el del ojo de cristal, el arma se hundió hasta el fondo en su pecho y el encapuchado pereció. Sin embargo, el semidiós aulló de dolor cuando de todos modos notó el filo del hacha desgarrarle la piel del hombro. Podría haber sido mi cabeza Eso le sacó de su estado de concentración y le recordó que en realidad podría morir.

Escuchó gritar a aquel hombre y lo siguiente que supo es que su pie se le hundió en la barriga arrastrándolo varios metros por el suelo y él de nuevo se quejó. A continuación trató de atacarle con su hacha aprovechando que estaba derribado, Perseo rodó por el suelo todo lo que podía teniendo en cuenta que el hombro le dolía como mil demonios. Hubo un nuevo intento y tuvo que rodar hacia el lado contrario. No lo negaría, estaba asustado, todo lo que podía hacer en ese momento era esquivar.

¡Reacciona! ¡Perseo, reacciona! Se gritó a sí mismo, necesitaba calmarse pero es que... ¡Mierda! Dolía un infierno y aquel hombre no le daba tregua. Trató de buscar aquel punto de equilibrio dentro de él de nuevo, no tenía ahora mismo tiempo de cerrar los ojos y meditar, tendría que hacerlo sin necesidad de eso.

«¡Puedes hacerlo! ¡Eres más veloz! Y él está agotado, ¡Cometerá un error!» Escuchó a Atenea de nuevo en su cabeza. Fijó pues su atención en el sujeto, era verdad, cada vez había más espacio entre sus ataques. Estaba agotado, Perseo no tanto. En una de esas, su hacha se hundió en el suelo.

«¡Ahora!» Al grito de Atenea no esperó más tiempo, Perseo se abalanzó contra él placándole y lo derribó. No tenía consigo ningún arma más que sus manos desnudas, las cuáles llevó a su cuello con furia pues le había herido.

Muere, muere, muere, muere, muere, muere, muere, muere, muere, muere, muere, muere, muere, muere.

y entonces apretó, vaya si apretó con toda su rabia y sintió como un torrente de fuerza le invadía por completo. La conocía, algunas veces cuando perdía el control prácticamente reducía a polvo lo que fuera que tuviera en sus manos. De repente escuchó algo crujir de forma tan horrorosa que hasta él se sobrecogió.

Cuando quiso darse cuenta la cabeza de aquel hombre se había separado de su cuerpo y él mismo se asustó pero en el estado de adrenalina en el que estaba no le impidió, de todos modos, recoger la espada e ir a apuñalar a los otros dos para cerciorarse de que estaban muertos bien muertos.

Lleno de sangre de los pies a la cabeza, caminó hacia el anciano pero se sorprendió al ver que lo miraba horrorizado con los ojos espantados.

¿Por qué te asustas? He venido a salvarte se preguntó y siguió el curso de su mirada, Perseo blandía la espada en alto. La soltó e hizo un estruendo al caer, luego se deshizo de la capucha, a la luz del sol su cabello brillaba como sangre derramada y eso hizo que al menos el hombre dejara de arrastrarse como un gusano lejos de él.

¡Shango! —Gritó el hombre y a continuación se arrodilló a sus pies haciendo cánticos e implorando o... La verdad no sabía qué estaba haciendo.

¿Qué me dijo? ¿Me acaba de insultar? O, ¿Cómo? Quería explicarse, pero no se encontraba bien, estaba comenzando a marearse y la garganta le ardía de nuevo. El niño, que parecía haber despertado de su inconsciencia, se apresuró a arrodillarse y vio que algo le ofrecía, al mirar mejor vio una paloma muerta entre sus manos.

¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué significa esto? ¿Qué quieres que haga? ¿Que me la coma? Tiene todo su plumaje intacto Pensó, probablemente se habría sorprendido más si no estuviera en las últimas. En su situación, le flaquearon las piernas y cayó sobre sus rodillas.

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¡Holaaaaaaaa! ¿Qué os ha parecidooo? jeje la historia es un poco loca lo sé, pasamos de comedia a drama, de drama a comedia, y luego de repente acción weeeeeeeee jajaja, lo siento pero es así!!! yo no me decido nunca por ningún género, así que mis historias si no son románticas, se convierten en frenéticas!!! Porque meto todos los géneros jaja, y lo hago un poco sin darme cuenta, perdón por esooo. ¿Qué os ha parecido la escena de acción? Es la primera vez que escribo una, no sé si me he flipado demasiado.

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