Capítulo 30-Presentaciones
Perseo estaba rabioso y asustado a la vez. Rabioso porque Polidectes seguía jugando con él como había hecho siempre desde que llegó a Serifos y asustado porque no sabía qué podía haberle hecho a su madre en su ausencia. ¡Había sido un idiota! ¡Se había ido a perseguir a Medusa dando vía libre a Polidectes en sus fechorías!
Y ahora... Y ahora... Si le ha pasado algo a mi madre, yo... Voy a quemar la isla con todo el mundo dentro.
Su corazón se llenaba de ira por momentos. Si no tenía a su madre le daba igual todo lo demás. Sacaría a Dictis de allí y destruiría Serifos y todo lo que se le pusiera por delante porque nada tenía sentido para él a partir de ahí. Todo lo había hecho por ella, había crecido rápido para poder protegerla porque entendía que el hombre era él. Dictis era mayor y cojo y Perseo se había prometido que ningún hombre iba a abusar nunca más de su madre, ya fuera familiar o incluso un dios. Meterse en el ejército, matar a Medusa, todo eso era por Dánae. Quería hacer todo bien para ella, casi no tenía vida (esa sensación tenía) aunque eso era por propia decisión.
—¡Perseo! —Hermes gritó.
Empapado en sangre espada en mano, el semidiós se giró furibundo. ¿Por qué él estaba aquí? Si se interponía tendrían un serio problema. Entonces se dio cuenta de que cargaba a su madre en brazos. La sorpresa fue tal que lo dejó paralizado. Sintió pena de sí mismo.
Lleno de sangre, empuñando una espada para herir y no para proteger y con Polidectes llorando y suplicando junto a él. Quiso esconderse en sí mismo.
Madre, por favor, no mires. No soy así... ¡Te juro que no! ¡No mires!
—¡Perseo! —Escuchó a su madre esta vez.
Él no la miró, estaba muy contento de que estuviera a salvo. Demasiado pero al mismo tiempo se avergonzaba de sí mismo y ahora pensaba que no era digno de ella. Su sorpresa fue mayúscula cuando silenciosamente unos brazos lo rodearon con amor y él pudo darse cuenta de que su madre lo sostenía con firmeza.
—¡Perseo! Ya basta, suelta eso —le pegó un manotazo en la mano y él dejó caer la espada, esta resonó en el silencio de la sala—. Mi amor, tú no eres así. ¿Me oyes? No eres así. Ese ser no merece que te ensucies. Ven aquí, mi niño.
Dánae lo tomó de las manos y aunque su agarre era débil, consiguió alejar a un tembloroso Perseo de Polidectes.
—M-mamá, yo...
Ella lo mandó callar e incluso con la manga de su túnica, comenzó a limpiar su rostro. La ropa se le llenó de sangre pero le dio igual. Dánae sonrió al final.
—Ya estás mejor, ahora te veo la carita —dijo ella y posó su frente sobre la de Perseo mientras sonreía—. Qué guapo estás, has crecido tanto. —Cerró los ojos.
Perseo tenía el corazón en un puño, no entendía nada. Estaba cubierto de sangre de los pies a la cabeza, había forzado a un hombre a comer sus propios dedos y allí estaba su madre tratándolo como a un bebé. ¿No estaba asustada?
—Ma-mamá... Yo iba a torturarlo hasta la muerte...
—Ya sé, el Dios me dijo —expresó de repente, pero no parecía preocupada—. Perseo, ¿Crees que eres la única persona que lo quiere muerto y retorciéndose? Sácalo fuera y no vivirá —dijo ella—. Pero tú no, Perseo. Tú no te ensucies las manos, porque eres bueno y sufrirías por eso.
—No soy... bueno
Tal vez lo era antes, ahora ya no. Había matado mucha gente, alguno de ellos ni siquiera tenía culpa o solo cumplían órdenes, como había sucedido en la boda de Andrómeda. No era bueno, no diría que era malvado, pero bueno no.
—Lo eres.
—¿Cómo sabes...?
—Porque la gente mala, no se arrepiente de sus acciones —la vio mirar hacia Polidectes—. Mientras los buenos se retuercen en culpabilidad, los malos se regodean. ¿Tú te regodeas?
—Yo... —Negó con la cabeza, nunca se había enorgullecido de matar a nadie, ni siquiera a la gente de la boda.
—¿Ves? Es porque eres bueno, mi niño —lo abrazó de nuevo—. Siento tanto no haberte protegido lo suficiente, pero te has hecho tan grande...
No supo por qué pero comenzó a llorar, ella decía que era grande pero Perseo se sintió diminuto en los brazos de Dánae. Había sufrido muchísimo durante ese año, era consciente de que sería una persona complemente diferente si no hubiera tenido a Hermes al lado sosteniéndole. Sus ojos fueron a él agradecido de que estuviera allí y de que le hubiera traído a su madre justo cuando sentía que se rompería, de nuevo. Él lo miró de vuelta y le alzó el pulgar hacia arriba.
Soy quien soy gracias a las personas que me aman. Pensó aquel semidiós y cerró los ojos demasiado tocado por el peso de sus emociones y se limpió las lágrimas.
En ese mismo instante, Hermes se dio cuenta de que Polidectes se arrastraba como el gusano que, sin duda, era hacia la puerta. Llegó allí en un abrir y cerrar de ojos. No quería interrumpir a Perseo, se había ganado con creces el reencuentro con su madre. Sin embargo, se inclinó y sonriente dijo a aquel hombre:
—Amigo, ¿A dónde crees que vas? —aunque lo dijo con alegría, estaba furioso porque esa persona había atormentado a Perseo durante años y Hermes había estado investigando sobre él. Gracias a Andrómeda tenía información que lo destruiría por completo, aunque ahora se sentía idiota, pues Polidectes de por sí, se valía para anularse a sí mismo—. La puerta ni la mires, la única forma en que salgas de inmediato es con los pies por delante, lo otro es dejar que los humanos decidan qué hacer contigo. Tú decides.
Polidectes lanzó una exclamación y trató de retroceder torpemente. Hermes rio bajo.
—Hasta aquí llegaron tus fechorías, Polidectes, el matarreyes —lo acusó porque tenía pruebas de ello y porque era un Dios y podía decir y hacer lo que le viniese en gana—. Será mejor que hagas lo posible por vivir muchos años más porque lo que vayas a vivir aquí desde ahora, no tiene comparación a lo que te tengo preparado en el Hades.
Polidectes buscó con la mirada a Perseo, Hermes no leía sus pensamientos, pero perfectamente se dio cuenta de que trataría de pedirle misericordia ahora que estaba serenado, porque el semidiós podía ser sádico a veces, sin embargo, era bondadoso también. Un gusano como ese, lo sabía. Esa esa clase de tipo que pensaba fríamente y trataba de usar todo lo que tuviera a mano.
—A Perseo tampoco lo mires —le advirtió—. No le hables, no pienses en él, no respires cerca o... —No fue necesario que culminara su amenaza, Polidectes se lo hizo encima—, ¿Lo entiendes verdad? Has enfurecido a los dioses. —Se deleitó atormentando aquella alma y aunque le daba asco, se cargó a aquel hombre como un saco de patatas— Nos vamos, aquí sobras.
—Has hecho un viaje tan largo... —Prosiguió Dánae ajena a los tejemanejes del dios—. No puedo ni imaginarlo.
—Bueno... —se rascó la nuca y después sonrió al recuerdo de algo increíblemente dulce—No he estado solo, no habría podido hacerlo solo... siempre tuve a alguien cuidándome... No me malinterpretes, ¡estoy seguro de que casi todo lo hice yo! pero... mi estabilidad mental y la física, las protegió. Estoy tan agradecido...
Dánae se quedó analizándolo con sorpresa, se había ruborizado y la sonrisa en su rostro lo delataba.
—¿Quién es? ¿A que jovencita le debo agradecer?
—B-bueno, ni es chica, ni es... joven precisamente —Se rascó la nuca con nerviosismo y antes de que Dánae se hiciera la idea equivocada, habló—. Es Hermes, el dios que te trajo aquí
—¡No! —Negó ella estupefacta—, ¡Mentiroso! A tu madre no se le miente, pilluelo, ¿Qué te tengo dicho? ¡Creí que habíamos superado esto! —Ella se separó ligeramente para comenzar a golpearlo en el brazo a modo de reprimenda.
—¡Mamá! ¡No te enfades! ¡Te juro que es cierto!
—¡No te creo nada! ¿Tú con un hombre? y, ¿Un dios además? ¡Embustero!
Perseo se quejaba por costumbre porque en realidad no le dolía, si acaso se sentía apenado porque su madre lo estuviera regañando y sin motivo aparente. Mientras tanto, el humo embargaba la sala y el fuego devoraba una estantería, pero ellos parecieron no darse cuenta.
Hermes, pasó de nuevo con un cubo en la mano.
—Permiso~ —Canturreó y se fue a tirar agua sobre el fuego ya que nadie parecía querer hacer algo al respecto—. Haced de cuenta que no estoy.
—Te lo digo en serio mamá.
—¡Pero si a ti no te gustan los hombres nada!
Hermes que estaba por ahí se rio bajito pero siguió a lo suyo como si no escuchara.
—¡Bueno! Pues ahora sí, ¿lo desapruebas? —Bajó la mirada.
—Para nada, es sólo que no te creo. —Y el chantaje emocional no iba a funcionar con ella que Perseo tendía mucho a usar ese tipo de artimañas. —Pruébamelo.
—¡Hermes! Venid aquí.
El dios, que acababa de apagar el fuego se acercó sonriente, se sentía un tanto travieso. Perseo llevó una mano alrededor de su cintura y él se quedó muy quieto.
—Somos pareja, ¿Si o no? —Pidió su confirmación.
—Hm... —Se llevó una mano al mentón en actitud meditabunda ante la mirada de Dánae.
—Hermes.
—Hm...
—¡Hermes!
Finalmente llegó a un veredicto, alzó el mentón y se encogió de hombros mientras miraba a aquella mujer.
—Nada que ver señora, tu hijo que es muy fantasioso —alegó como si la cosa no fuera con él. Perseo abrió tanto la boca que por casi se le cayó al suelo—. Creo que se ha obsesionado conmigo, una vez hasta lo cacé oliendo mi ropa.
Perseo enrojeció, eso había pasado, pero de ninguna forma era tan perturbador como lo quería hacer parecer. Sólo lo extrañaba un poquito y de casualidad estaba buscando algo cuando encontró una prenda suya y sí, la olió, pero, ¿acaso eso no era normal?
—¡Bastardo! —Rugió molesto—¿Cómo osáis? ¿Queréis pelea?
Dánae se asustó, estuvo a punto de ponerse frente a Perseo para tratar de protegerlo de la ira de un dios, pero Hermes solo se rio y muy ladino, llevó una mano a la cintura de su hijo para atraerlo hacia sí. Frente a su atenta mirada se besaron y no debería mirar, pero le sorprendió demasiado ver a su hijo con otro chico y además, Perseo no parecía a disgusto.
Perseo, estaba molesto, así que al separarse, mordió el labio de su amante con violencia.
—¡Auch! ¿Qué eres una piraña o qué?
Dánae, se aclaró la garganta antes de que la feliz pareja empezara una disputa, ya había visto demasiado. Era extraño ver a su hijito besarse con alguien delante suyo y además un dios que debía tener miles de años, parecía amable y era evidente que se preocupaba por Perseo porque cuando vino a por ella se lo notaba apurado. Aun así no pudo evitar pensar:
Si ese dios se porta mal con mi hijo, yo de verdad lo voy a golpear.
Hermes, debió darse cuenta de que lo miraba de esa forma porque se volvió hacia ella y le sonrió.
¿Qué clase de lobo con piel de cordero es este? ¡Estás puesto a prueba diosito!
—Es mi amante, Hermes. —Lo presentó Perseo muy orgulloso, Hermes alzó el mentón.
Dánae sabía que se suponía que debía arrodillarse, pero no lo haría pese a que respetaba mucho la figura del dios mensajero. Si iba a ser parte de la familia, tenía que adaptarse a las normas, y si no, que se fuera lejos porque no era bueno para su hijo. Normalmente no era tan estricta con las parejas de su niño, pero, ese tipo era mucho mayor que él y literalmente tenía todo el poder del mundo. Era fácil para esa criatura abusar de él en todos los sentidos de la palabra y ella solo se preocupaba por si estaría siendo respetuoso con esa "forma de vida inferior", o si solo estaba siendo caprichoso como lo fue Zeus con ella.
—Hey, suegra~ —Alzó la mano. Dánae entrecerró los ojos.
—¿Y tú qué intenciones tienes con mi hijo? —Lo señaló con su dedo acusador.
Perseo se puso nervioso y enseguida fue a su lado, trató de retirar esa mano pues estaba demasiado cerca del dios.
—Mamá, ¡qué es un dios! No seas así. —Miró a Hermes con preocupación, pero él solo hizo un mínimo gesto de sorpresa antes de sonreír de nuevo.
Pensó que diría algo sarcástico o malicioso porque conocía el humor ácido de ese dios y era algo que en realidad adoraba de él, aunque a veces acabasen en situaciones peliagudas debido a su lengua viperina. Sin embargo, se llevó una mano al pecho.
—Voy completamente en serio con Perseo, señora.
Dánae, así con todo, no le creyó. A fin y a cuentas, todos sabían que Hermes era el dios de las mentiras, aunque tampoco lo condenó porque si realmente no tuviera algún interés en su hijo, no habría tolerado una afrenta de ese calibre. Simplemente estaba a prueba.
—Eso lo decidiré yo, tú y yo vamos a hablar y me aclaras un par de cosas.
—¡Mamá! —Se quejó de nuevo, Perseo, que no quería un conflicto entre su amante y su madre y menos cuando ella tenía todas las de perder. Hermes podía ser realmente vengativo y malicioso cuando le ofendían.
El aludido llevó una mano al cabello de Perseo y lo revolvió.
—Estate tranquilo y deja a los adultos hablar —le dijo—. Claro, siéntete libre de decirme todo lo que tengas que decir, pero aquí no, ¿bien? —Dedicó una sonrisa a aquella mujer y ella sintió su afecto pese a que no se conocían en absoluto.
También notó la sensibilidad en apaciguar a Perseo, en ese toque. Zeus no fue así con ella, no tuvo reparos en arruinarle la vida y luego desaparecer. Aunque estaba agradecida con él porque le había dado lo que más quería en el mundo, no con sus modos sin embargo.
—Bien. —Se reafirmó Dánae y con un brazo rodeó a su hijo.
Perseo observó a uno y a otro sin comprender. No entendía qué le había pasado a su madre, nunca se había comportado así con ninguna de sus amantes. Siempre era amable, pero, ¿Por qué no con Hermes? Los tres salieron de palacio y sintió cómo su pecho se iba liberando. Se percató de que en realidad no tenía muchos buenos recuerdos de ese lugar. Cuando pensaba en "hogar", visualizaba la pequeña morada de Dictis, quien vivía como un plebeyo a pesar de ser noble.
Fuera se encontraba Andrómeda, esta última clavó la mirada en Perseo, la preocupación era palpable. Ahh, qué linda es pero ella apartó la mirada enseguida y volvió al ceño fruncido que le regalaba últimamente. Todavía linda se dijo él, estaba desarrollando sentimientos masoquistas.
—Mamá, ella es Andrómeda, mi esposa.
—¡¿Cómo que esposa?! —Dánae dio un bote en el piso y miró a Hermes, ¿Qué no estaba saliendo con un dios? ¿Cómo es que estaba casado también?—. Pero, pero, pero, ¿Cómo te casas y no me invitas?
Perseo se rascó la nuca con nerviosismo.
—¡Ahh! Es una larga historia. Se la iba a comer un monstruo así que la salvé y nos casamos. —Dijo y se quedó tan tranquilo, se ganó una buena colleja.
—¡Bastardo! ¡Patán! ¿Qué te tengo dicho? Las mujeres no son premios que puedas ganar.
El semidiós se acarició la nuca e hizo un leve puchero, ya sabía eso, pero ella dijo tan mansamente que se casaría con él si mataba al monstruo, que no pudo evitarlo. Trataba de ser compasivo con las mujeres pero a veces era difícil cuando los hombres estaban tan por encima en esa sociedad y él era caprichoso. Dánae soltó a Perseo y se acercó a su esposa, que parecía divertida con la situación.
A eso me refería, mi madre siempre me trata como un villano y se apiada de mis parejas. ¿Será que no se puede apiadar de Hermes?
—Cómo si pudieras hacerme algo, pirañita. —Se rio bajo Hermes, a veces olvidaba que le podía escuchar los pensamientos si mencionaba su nombre.
—Hola, mi niña, yo soy Dánae, la mamá de Perseo, ¿está todo bien? ¿se ha portado mal contigo? —Se acercó.
Andrómeda la miró y sonrió. No sabía por qué esperaba una suegra malvada, su madre ya le había prevenido de ello. Normalmente las suegras tendían a criticar y ver solo los defectos en las parejas de sus hijos, no parecía ser el caso.
—Yo soy Andrómeda, señora —Hizo una reverencia—. Está todo bien, yo fui la que le dijo a su hijo que me casaría con él. —Por más molesta que estuviera ahora con él, esa era la verdad.
Perseo en ningún momento fue como los otros que al instante la trataron como chica premio, había una diferencia; esos hombres a los que se comió el monstruo dijeron, "si yo hago esto, te casarás conmigo", ninguno le preguntó si eso estaba bien para ella. Perseo tampoco le preguntó, sin embargo, no hizo ese intento de aprovecharse de su situación de vulnerabilidad para hacer que accediera a algo que no deseaba. Aunque, tampoco era mucho mejor porque había aceptado sin más, pero diferente era.
—Ay, pero eso está tan pillado con pinzas. Me siento mal... —negó ella con la cabeza—. Si él se porta mal contigo, házmelo saber y estás más que bienvenida a refugiarte en mi casa, linda. Aquí tienes una familia.
—¡Mamá!
—¡Tú calla! ¡Contigo voy a tener una conversación también! —Lo señaló con su dedo acusador y Perseo retrocedió, ese dedo tenía mucho poder en él.
Al retroceder fue a parar con el cuerpo de Hermes, que lo atrapó entre sus brazos. No le veía la cara pero apostaba a que sonreía (aunque eso era una apuesta segura, ese dios casi siempre sonreía. Incluso cuando estaba molesto a veces lo hacía).
—Perseo, tú también puedes venir a mi casa si te sientes afrentado —comenzó a decir del mismo modo, pero sonó malicioso—. Te consolaré con mucha pasión.
Perseo notó el calor subir por su rostro, ¿Qué estaba diciendo ahora ese puerco? ¿Es que no pensaba en otra cosa? Es decir, yo soy así, pero es que él me supera en eso también.
—¡Callaos vos también!
Estaba con la mirada fija en Dánae y Andrómeda. Su madre se la había llevado lejos de la escena.
—No te preocupes, son cosas de mujeres —se rio, a veces era como si Hermes le leyera los pensamientos—. Vamos también, querrás ver a Dictis, ¿no?
—¡Sí! —Dijo entusiasmado.
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