Capítulo 3-Aquellos que amamos

Mantenía la mirada al frente, siempre siguiendo el sendero marcado y sosteniendo con firmeza las riendas de Aesop. El camino era largo, aunque notaba que pese a ser el mismo que había emprendido en primera instancia se le estaba haciendo más corto y además también notaba más íntegra su estabilidad mental. Cuando llegó a África, recordaba tener mucha ansiedad y duda entre si quería socializar o quedarse recluido en su carro por el resto de su vida, pues habían sido dos meses de apenas tener contacto humano. Había empezado a conversar con su caballo para no perder la cordura.

Esta vez no era así, estaba demasiado estable y se preguntaba por qué. ¿Qué era lo que había cambiado? En los dos viajes hacía mucho calor al amanecer y frío al anochecer, también había contado con la asistencia puntual de Atenea para darle algún consejo de vital importancia, entonces, ¿Qué? ¿Qué era lo que no estaba contando? ¿Había ganado más entereza acaso? O... De pronto la respuesta llegó a su cabeza como antorcha alumbrándose en la penumbra:

Hermes. Hermes era la clave de todo, no había tenido tiempo de volverse asocial porque en su camino de vuelta nunca estuvo tantos días en soledad, el dios venía casi todos los días y aunque a veces no eran conversaciones largas era suficiente para que Perseo no perdiese el contacto con la civilización. Frunció el ceño, le daba rabia deberle cosas a ese dios.

Todo en él le molestaba, empezando por su amplio abanico de sonrisas, sabía identificar varias pero eso no le prevenía de sus maldades, estaban: la traviesa que anunciaba que algo malo se le venía encima o que no debía hacer más preguntas sobre un tema concreto; la que ponía cuando menospreciaba a Perseo normalmente antes de llamarle "tonto" o "necio"; la incómoda cuando creía que él estaba diciendo una tremenda tontería; y la carismática que usaba para atontarle los sentidos, esa era la que más le molestaba de todas.

¿Por qué estoy pensando en él? Por mí como si se ahogara en el mar egeo, desde luego yo no iría en su ayuda bufó. Tenía demasiado tiempo libre para pensar y era un suplicio. A menudo pensaba en su madre pero prefería no hacerlo porque se ponía melancólico y eso le atontaba la audacia y le distraía de su objetivo principal. Pensar en los dioses le ayudaba, ya que sabía que ellos tenían sus ojos sobre él y era otro factor más que le presionaba a seguir adelante.

Estaba tranquilo hasta que de repente Aesop se encabritó, lo escuchó relinchar como si algo lo hubiera perturbado. Se inclinó desde su posición para ver lo que sucedía cosa que le distrajo y le hizo soltar las riendas cuando el caballo echó a galopar al interior del bosque como alma que arrastra el diablo. A punto estuvo Perseo de caerse y tuvo que aferrarse a los dos lados del carro como si montara sobre un toro.

—¡Aesop! ¡Quieto!

Su caballo era muy obediente, o lo era, porque el animal siguió corriendo a toda velocidad, el carro entre los árboles golpeando contra todo y oscilando en el camino violentamente. Perseo comió hojas y toda rama baja que golpease contra su rostro, se atrevió a soltar una mano de su soporte para tratar de alcanzar las riendas pero no alcanzaba.

—¡Detente! ¡Caballo idiota! —Le gritó de nuevo, en balde.

Al final pasó lo inevitable, la estructura de aquel carro era endeble por lo que los dos palos que mantenían unido al caballo al vehículo se rompieron y Aesop corrió libre pero Perseo no pudo ver a dónde se dirigía porque el carro se estampó contra una roca y así lo hizo su cabeza y todo se volvió negro.

Tuvo un sueño extraño, otra vez estaba aquella bella dama atada a una roca al borde del mar. Era increíblemente hermosa de cabellos tan rubios que a la luz del sol parecían argentos como si hubiera sido bañada en luz lunar, eran largos y cada mechón era como fino hilo. Su piel era un manto de nieve, y sus ojos estaban llenos de colores que a Perseo no le parecerían armónicos juntos pero que en aquella mirada parecían encajar a la perfección, vio verde, azul y ámbar mezclados para formar un nuevo color. Ella separó sus labios rosados con forma de corazón para decir Perseo, es a vos a quien espero, Perseo... y se sintió hechizado por aquella dulce voz, todos sus sentidos embotados, quiso gritarle dónde es que podía encontrarla pero de pronto su voz se fue apagando, subió varias octavas.

—¡Perseo!

Abrió los ojos de golpe furioso porque le hubieran arrancado de aquella dulce ensoñación y fue a parar con los ojos grises de Hermes. Parpadeó varias veces con extrañeza, qué raro que el dios le despertase sin martirizarle.

—Hermes... —Masculló con la cabeza todavía anegada, le dolía horrores. —¿Qué sucede...?

—Eso digo yo. —Contestó, se percató de que tenía su mano posada en el hombro y se habría alertado de no ser porque estaba demasiado aturdido. —Quito los ojos un momento de ti y vas e intentas acabar con tu vida de forma atroz. —Carraspeó

—¿Qué decís? No estaba intentando matarme, solo... —Le dio un pinchazo momentáneo en la cabeza. Era verdad, hacía rato estaba siguiendo el sendero y ahora...

Mierda, mi caballo fue todo lo que pudo pensar en ese momento, se incorporó de medio cuerpo sentado junto a la roca para comprobar que su carro estaba hecho pedazos. Más problemas. Justo lo que necesitaba.

—¿Y mi caballo?

—Eso no importa ahora, debes continuar tu camino —Lo vio mirar hacia otro lado como si ocultara algo —, de todas formas, ¿Estás bien? Déjame, me ocuparé de tu cabeza. —Se inclinó sobre él.

—¿Y mi caballo? —Preguntó de nuevo arqueando una ceja y Hermes suspiró.

—Perseo... —La mano posada sobre su hombro le dio un suave apretón —Tu caballo no pasará de hoy, lo lamento. —Se dio cuenta de que intentaba simpatizar con él pero de alguna forma sintió vacías las palabras.

—¡No! —Exclamó Perseo.

Aesop llevaba con él desde que tenía diez años y era como un miembro más de su familia, tenía pocos seres queridos; su madre, Dictis y Aesop. No eran muchos pero no necesitaba más. Por lo que, así como estaba, se levantó de un salto pese a que el dios trató de detenerle.

—¡Aesop! ¿Dónde estás? —Comenzó a buscarle, si realmente estaba en su lecho de muerte no debía haberse alejado demasiado.

Todo lo que podía pensar era en su pobre corcel, si es que iba a morir no moriría solo. Sus sentimientos estaban embotados, no debió traerlo, debió haberlo protegido mejor sólo pensó que llevarlo consigo le recordaría que tenía un hogar al cual volver, y ahora... No quería ni pensar en ello.

—Eh, eh, eh —Lo siguió de cerca Hermes —, no puedes moverte todavía, por si no te has dado cuenta te has dado un buen golpe. 

Pero no lo escuchó en absoluto y prosiguió su búsqueda desoyendo los consejos del dios sobre no hacer movimientos bruscos, no moverse a gran velocidad y en general no alterarse, pese a ello el dios no enfureció aunque no fue algo en lo que Perseo reparase pues estaba inmerso en su búsqueda.

—¡Aesop!

Halló al caballo tumbado sobre el verde pasto, jadeaba en busca de aire, la lengua fuera increíblemente pálida y los ojos espantados. Perseo se arrodilló junto al animal y acarició su rubia crin con toda la ternura que le profesaba. Vio su pata, había marcas de dientes y estaba infectada, algo debía haberlo mordido, eso explicaba por qué echó a correr de ese modo.

—Lo siento, amigo... Lo siento... —Le susurró palabras de consuelo, tal vez fueron más para él que para el animal.

Se apresuró a buscar en su zurrón la bota que contenía el agua, Aesop moriría, pero aliviaría su sufrimiento. En un pequeño recipiente depositó el líquido y lo ofreció al caballo.

—Eh —Volvió a quejarse Hermes —, ¿Qué haces? Todavía te queda un largo camino, necesitarás beber. —Le recordó, pero nuevamente lo ignoró.

—Bebe, Aesop, bebe. —Le dijo mientras le acariciaba la crin.

El caballo bebió con ansía, debía de quemarle la garganta por la intensidad en la que lo hizo. Perseo abrazó al animal tratando de contener sus propios sentimientos porque no quería llorar mientras un Dios le miraba.

—Eso es... Buen chico... Vamos, todo está bien. Estoy aquí contigo.

Palmeó su lomo y el animal relinchó agradecido. Hermes le observaba de cerca pero su rostro era tan impasible que no podía saber qué era lo que pensaba. Perseo suspiró, allí nadie comprendía su dolor.

—¿Os importaría...?

Sin embargo no tuvo que terminar la frase para que el dios comprendiera.

—Está bien. —Dijo y esta vez fue el dios el que le dio varias palmadas en el hombro antes de alejarse.

No obstante no se alejó demasiado, apenas lo suficiente para darle privacidad pero sin perderlo de vista. Lo que sí hizo fue darle la espalda por respeto y esperar... Realmente no comprendía por qué los mortales se tomaban tan a pecho la muerte formaba parte de la vida. Alguien moría, alguien nacía y así en un ciclo sinfín. Se preguntaba a dónde es que irían las almas de los animales cuando perecían, al Hades no porque entonces él las llevaría. Entonces, ¿Qué?

Entonces Atenea apareció de la nada en toda su gracia. Los cabellos rubios como finas hebras ondeando al viento y sus ojos glaucos se clavaron en Hermes.

—¿Qué acontece? —Se apresuró a preguntar —¿Por qué no prosigue su camino? —Intentó mirar hacia Perseo pero Hermes se interpuso en su campo de visión en un intento por proteger su privacidad.

—Es su caballo, una serpiente lo mordió y ahora está agonizando. —Le explicó brevemente.

—Ah —Repuso ella que pudo percatarse de que el mortal lloraba. — y, ¿Por qué solloza? ¿Se ha lastimado?

Hermes dudó, sí que se había lastimado pero no creía que estuviera llorando por eso.

—Lamenta la pérdida del animal —Explicó.

—¿Por qué? —Preguntó una estupefacta Atenea, Hermes se encogió de hombros tampoco lo comprendía pero no se inmiscuiría en su dolor.

—Lo desconozco, debía sentir apego hacia el animal. Los mortales tienden a aferrarse a la vida terrenal.

La parte derecha del labio de la diosa se arqueó en una mueca de disgusto y llevó su mano a la espada. Aunque se la conocía por usar una lanza, también portaba un arma de corto alcance. Se dispuso a caminar hacia el semidiós no obstante, Hermes se interpuso en su camino nuevamente.

—Eh, eh, eh —Extendió los brazos en cruz para abarcar más espacio. —¿Qué se supone que hacéis?

—Le daré muerte al animal y así el joven Perseo seguirá su camino. —Sentenció.

—No haréis tal cosa.

—¿Quién me lo impide? —Arqueó una ceja la diosa de la sabiduría.

—Yo. —Declaró Hermes, su semblante serio destilaba una clara declaración de intenciones pero por si no quedó claro, añadió —Tocad un solo pelo del animal y desataréis mi ira.

Atenea suspiró pero retiró la mano de la empuñadura de su espada porque nadie quería tener al siempre pacífico Hermes, en su contra. No cuando de entre todos los dioses era el más cercano a Zeus, no quería comprobar a cuál de los dos el dios del trueno tenía más estima.

—Es sólo un caballo.

Sin embargo Hermes se mantuvo en el sitio, sus ojos destellando una muda advertencia. Ella se encogió de hombros, un animal no merecía la pena para empezar una batalla, ni que fuera Ares. Sólo esperaba que Perseo llegase a matar a Medusa antes de que esa bestia alumbrara el infame fruto de Poseidón.

—Relacionaros tanto con mortales no os hace bien. —Observó Atenea, de todos los dioses Hermes era el que más contacto tenía con ellos pues era mediador. Incluso había notado que a veces su lenguaje era más coloquial, más cercano a ellos que a los inmortales. —En fin, decidle a Perseo que cuando reemprenda su camino, me lo haga saber. —Y desapareció.

Hermes suspiró, eso había estado cerca, mucha molestia se estaba tomando por un mortal, ni siquiera un semidiós merecía tanto la pena. Al menos Atenea era mediante en su justa medida, otros dioses habrían empezado una disputa, ella no. Sería mejor que volviera con el joven Perseo.

—Perseo... —Susurró de nuevo.

El joven se volvió hacia él y secó su rostro, el caballo había cabalgado por última vez.

—Hay que irse.

Sin embargo el héroe seguía aferrado al animal, lo vio tratar de aparentar entereza pero estaba desmoralizado. Suspiró.

—Vuestro caballo ahora será acogido en la gracia de Artemisa —Mintió.

Artemisa tenía mejores cosas que hacer que ocuparse de las almas de los animales que perecían y menos si estos eran domesticados ya que era la diosa de las bestias salvajes. Sin embargo, de su trato con mortales había aprendido que las mentiras piadosas funcionaban mejor que las amenazas. Perseo le miró entonces.

—Su alma no morirá, él renacerá de algún modo, tal vez en el viento y cabalgará por siempre a tu lado y te protegerá y velará por ti en tu aventura. Aquellos a los que amamos, nunca nos abandonan. —Comenzó a inventar, no había tal cosa. Cuando un animal moría desaparecía y no había más que hablar.

Madre mía la soplapollez que me acabo de inventar y luego dicen que Apolo es el dios de las artes. ¡JÁ! Pensó para sus adentros con cara de póquer.

No obstante consiguió que el semidiós sonriera aunque la tristeza no hubiera abandonado su semblante.

—¿De verdad creéis eso? —Dijo Perseo con un halo de esperanza en su mirada.

Pues no, me lo acabo de inventar. Pero es que si no ibas a estar ahí, siendo todo un copito de nieve aferrado a un animal cualquiera. Es que, no sé, ese caballo ni siquiera escupe fuego, ni vuela ni nada de eso, solo... Cabalga y hace cosas de caballo normal.

—¿Te mentiría yo? —Preguntó Hermes con aire severo, por alguna razón solía funcionar, los mortales se creían cada maldita palabra pese a que sabían que era el dios de los mentirosos. —Te doy mi palabra de Dios de que eso es así.

—Sois muy gentil, Hermes. —Dijo y se levantó no sin antes palmear de nuevo el lomo de su querido amigo.

Hermes se sonrió, no diría que entendía a los mortales, pero sí los sabía manejar mejor que ningún otro dios.

—Sí, gentil iba en mi título justo después de benéfico. Poderoso, benéfico y gentil Hermes, pero era muy redundante y se alargaba mucho. —Bromeó y aprovechó el momento de debilidad de Perseo para acercarse, rodeó con un brazo sus hombros.

Perseo rio, prefería eso, el llanto de los mortales le desesperaba.

—Venga, vamos a curarte esa herida.

Miró hacia el lugar donde hacía unos instantes estaba Atenea, la había notado ansiosa y eso no era común en ella que era conocida por su gran paciencia. Había algo que la diosa ocultaba y lo averiguaría.

—Y, ¿Cómo se supone que iré a Tracia ahora? —Repuso un preocupado Perseo.

—Creo que Atenea tiene un plan.

Atenea siempre tiene un plan se dijo el dios, pero de momento no le dio mayor relevancia. Atrajo a Perseo hacia sí porque era cálido y le placía tenerlo cerca, aunque olía mal (cosa que era normal teniendo en cuenta que llevaba un tiempo vagando por el bosque), se dedicó a repartir caricias suaves por su hombro y podía parecer que le consolaba. No era esa su intención.

Hermes en realidad es muy gentil se dijo Perseo, lo había juzgado mal. Llevaba unos días tenso y esquivo desde aquel acercamiento, pero lo cierto es que el dios no había vuelto a acercarse a él o a mencionar el asunto. Tal vez no había motivos para estar en guardia.

El dios lo condujo a un claro y allí le hizo sentarse y comenzó a tratarle la herida. Fue entonces cuando Perseo supo que se había hecho una brecha en la cabeza al golpearse con aquella roca, incluso hubo que limpiar la sangre seca. Hermes le asistía, Perseo se dedicó a contemplarlo.

Sus facciones eran tan suaves y delicadas, ninguna chica tenía las pestañas tan tupidas y rizadas. Su belleza le engañaba, le hacía verlo inofensivo y NO lo era en absoluto, a veces lo pasaba por alto y era un problema. No conocía a los dioses, pero Hermes era mucho más agradable que Atenea, es decir, era un interesado también pero algunas veces... solo algunas veces... Hacía cosas por él de forma desinteresada, como traerle comida o tratar su herida. Se preguntaba si por eso lo llamaban benéfico. Probó su suerte a ver hasta dónde llegaba a su altruismo:

—Tengo una pregunta.

Encontró los ojos de Hermes, que antes estaban absorto en su labor.

—Habla.

—Si tanto interés tenéis en que mate a Medusa...

—A mí me trae sin cuidado —Le cortó Hermes, confundiéndole más. —, yo sólo estoy aquí para enterarme del cotilleo.

Perseo parpadeó varias veces, ¿Cómo que cotilleo? ¿Qué tenía de entretenido para los dioses que él fuera a matar a Medusa?

—Bueno, que no sé, estaría bien si me dierais una mano, ya que el camino es tan largo y... —Dijo, conforme las palabras salieron de su boca, se arrepintió.

—¿Quieres que te lleve yo? ¿Es eso, Perseo? —Lo cazó al vuelo.

Sin embargo, no vio molestia en el gesto del mensajero más bien indiferencia. Perseo vaciló un instante, pero en esta vida quién no arriesgaba no ganaba, así que fue osado.

—Pues... sí

Hubo un breve instante de silencio, luego de repente Hermes explotó.

—¡Claro! Así que, ¿Era eso? ¡Por supuesto que te llevo! —Exclamó rebosante de alegría, era casi júbilo.

—¿En... serio? —Repuso Perseo pensando en que era demasiado bueno para creerlo.

—¡Pues claro! Haberlo pedido antes, no te lo imaginas. Es que a mí me encaaaaaanta hacer el trabajo sucio de los mortales. Es algo que me fascina —Empezó a decir Hermes todavía en estado de júbilo. —. Eso sí, una cosa te voy a decir.

No le dio tiempo a replicar, de su zurrón sacó un pergamino y una pluma que extendió a Perseo y que él aceptó sin saber a qué atenerse.

—Toma nota, ¿Eh? Que va para largo y cómo olvides algo, no vivirás mucho —Le advirtió el dios. — A ver, empiezo.

»Mira, a cambio de que yo te lleve tú tienes que: Hacer las veces de consejero de Zeus, eso implica que tienes que aconsejarle siempre y cuando pida tu opinión (eso es importante) y además debes tener cuidado porque él no debe pensar que le ofendes, le desafías o simplemente le llevas la contraria, porque si no... Te acuerdas de Prometeo[1], ¿No? Pues eso. No acaba ahí, sigue escribiendo. Además debes cumplir todos sus recados, que no son pocos y cuando acabes con eso, y si es preciso, mediar entre Zeus y Hera.

»Ahora va punto y a parte. Cuando termines eso, tienes que: primero ir a ver si tienes recados, si los tuvieras que SIEMPRE los tienes, debes repartirlos con la mayor celeridad, pero escucha, que lo más normal es que después de hacer una entrega tengas que enviar un mensaje de vuelta a la persona que lo envió y así sucesivamente. Esto se prolonga un rato porque incluso los mortales pueden mandar recados a los dioses si estos son protegidos suyos, y las ninfas, ¡Perseo por favor, no te olvides de las ninfas! ¡Ellas nunca se olvidan de ti! Y si no les haces caso, de un modo u otro se hacen notar.

»Otro punto y aparte. Cuando acabes esto, además, también tienes que recopilar por orden, persona y fecha todas las peticiones que llegan a la línea divina cada vez que un ser vivo hace una petición a los dioses, que básicamente es todo el tiempo. De hecho ahora mismo, un mortal está pidiendo que llueva chocolate, ¡Apúntalo que puede ser importante para Zeus! Nunca, NUNCA, asumas que él no quiere conocer algún deseo. En fin, continúo, de esos deseos además tienes que traducirlos porque es que hay personas que no saben ni lo que quieren y piden por pedir, o gente que simplemente no se sabe expresar y no vas a aburrir al soberano del mundo con una parrafada insustancial, ¿O sí? Ya podría Apolo dar clase de retórica a los puñeteros mortales. Eso no lo apuntes. Sigo, cuando hayas acabado con eso, tienes que hacerle llegar las peticiones a Zeus, evidentemente, por orden de importancia (que no tiene que ver con el contenido del deseo), esto es Dioses primero.

»No me mires así, Perseo, ¡Los dioses también tenemos derecho a pedir deseos! ¿Eh? A ver si te vas a pensar que el mundo gira alrededor de los puñeteros humanitos, no me seas copito de nieve. O sea, yo, dios olímpico, hijo de Zeus, mensajero de los dioses, pedí el siglo pasado un caballo que escupe fuego y aún no me lo han concedido, ¿Por qué? Si soy bueno con todos, hago toooodo lo que me piden, trabajo tooooodo el tiempo y nunca me quejo de nada (Bueno ahora sí, pero tú me entiendes).Y no es justo, Hades tiene caballos que escupen juego, Apolo tiene caballos que escupen fuego, ¡Incluso Ares que es el hijo menos favorito de Zeus tiene cuatro caballos que escupen fuego! ¡Y yo ninguno! ¿Te lo puedes creer? Me pone furioso. Quiero mi maldito caballo que escupe fuego a ver por qué no puedo tener uno. Pero padre siempre dice: cuando seas mayor te doy uno, ¿Cuándo voy a ser mayor? ¿CUÁNDO? Explícamelo Perseo.

»Ya, ya. Ya me calmo, no apuntes eso, ¡Táchalo! En fin, sigo. Primero dioses olímpicos, luego dioses mayores no olímpicos, dioses menores sirvientes del Olimpo, dioses menores no sirvientes del Olimpo, titanes (solo los que son del agrado de Zeus, luego te paso la lista), otras criaturas divinas, las ninfas en todas sus variedades, el resto de no-humanos, luego los semidioses por orden de importancia del padre (luego te paso la lista también), los mortales por orden de status social y creo que ya.

»Punto y aparte. Después de todo esto, debes haber estado haciendo entretanto un registro de los mortales que han muerto, de los cuáles tienes que: diferenciar los que han muerto por formas naturales o de forma pacífica, de los que han tenido una muerte violenta o por causas no naturales. De esos, SOLO te puedes llevar a los de la segunda categoría, porque como te equivoques, puede que Thanatos no se enfade porque es medio "pasivo", pero NO quieres ver al señor del inframundo enfadado. Te aseguro que no. Imagínate, la que se montó sólo porque él buscaba esposa[2], que no, que no, quítate de esa preocupación y cerciórate al menos tres veces de que te llevas a la persona indicada. Y ya está, ¿Lo has apuntado todo? Sencillo, ¿Verdad? Seguro que tú puedes con esto y más, ¿O no, Perseo?

Hermes suspiró aliviado, parecía que se había quedado tan ancho después de dejar ir toda esa parrafada. En cambio Perseo estaba boquiabierto, no le había dado tiempo a apuntar todo.

—Bueno, ¿Qué? ¿Te llevo a la cueva? —Repuso él radiante de felicidad como un niño con zapatos nuevos —. Todos los que estén conformes digan sí —Exclamó —¡Sí! —Y hasta levantó la mano como si estuviera en una asamblea.

—Yo... de hecho... Creo que prefiero caminar... —Repuso Perseo rascándose la sien. —Así tengo tiempo, no sé, para pensar en mi vida y esas cosas...

—Eso está bien —Comentó. —. Buen chico —Dijo y le revolvió el cabello, Perseo entrecerró los ojos.

No soy tu jodido perro pensó, le daban ganas de morder esa mano e incluso de arrancarle algún dedo, por razones obvias ni se le ocurrió intentarlo. Sólo se quedó allí luciendo como el muñequito que era siendo manejado por los hilos de los dioses, a veces se sentía así. No era como si pudiera hacer nada, él tenía que matar a Medusa y ellos parecían interesados (al menos Atenea) en que lo hiciera y por ello le ayudaban, era una relación de toma y da aunque preferiría que no le mandaran a África para luego tener que volver a Grecia otra vez, pero ya no podía hacer nada al respecto.

Perseo suspiró.

—¿Y ahora qué voy a hacer? Esto es una tragedia. —Dijo más para sí que para Hermes mientras contemplaba los restos de lo que fue su carro.

Bueno, ya fue. Tocará ir a pie se dijo, aquello comenzaba a recordarle a un dicho que le decía su madre Dánae, decía "Caminante no hay camino, se hace camino al andar". Sacudió sus ropajes, necesitaba urgentemente una ducha, se sentía pegajoso, lleno de arena y tierra, el pelo parecía esparto y esas sensaciones no se iban por más que se sumergiese en los ríos del bosque.

—Tú sólo sigue tu camino, Perseo.

¡Qué pesaditos ya con el puñetero camino! ¿Es que no tienen otra maldita frase? pateó una piedra por no patear al dios, ganas no le faltaban. Siempre había sido fiel devoto, y lo seguía siendo, pero no sabía que los dioses podían ser tan irritantes. Inspiró y espiró.

—¿Se puede saber qué camino es ese? —Se volvió para preguntarle y tarde se dio cuenta de que estaba solo otra vez. Hermes se había evaporado como polvo en el aire. —¿Es en serio? ¡¿En serio te vas así sin decirme nada?! —Se llevó las manos a la cabeza y gritó frustrado, estaba muy enfadado y afectado porque llevaba meses viajando y además había perdido a su noble amigo y aún no obtenía resultados de ningún tipo. —¡Vaya mierda de viaje! ¡Mierda de Polidectes! ¡Mierda de Hipodamía! y, ¡Mierda de Medusa!

Se fue a buscar el jodido camino de vuelta y mientras lo hacía iba dándole patadas a todo lo que se le cruzaba por delante.

—Es que madre mía, ojalá Zeus me tire un puto rayo y me fulmine —Formuló mientras caminaba siguiendo el sol pues siempre salía al este y en el este debía encontrar algún tipo de camino.

Entonces escuchó un trueno y por casi se lo hizo en los pantalones.

—¡Era broma! ¡Era broma! ¡Por favor padre, no me mates! —Alzó las manos al aire, tratando de mirar en dirección al Olimpo, aunque no estaba seguro de si apuntaba a la dirección correcta.


Prometeo[1]: Prometeo era un titán que estuvo a favor de los dioses en la Titanomaquia(guerra de titanes contra dioses) y al que Zeus encomendó posteriormente la creación de los primeros humanos, pero este desafío a Zeus al darle a los mortales el fuego aunque el soberano le dijo explícitamente que los humanos no debían tener fuego y Zeus lo castigó y lo encadenó a una montaña del caucásico donde diariamente un buitre le devoraba el hígado para que por la noche se le regenerase (pues es inmortal) y así eternamente.

La esposa de Hades[2]: Habla del mito de Perséfone, que era la hija de Deméter la diosa de la agricultura, Hades se enamoró de ella y la secuestró y su madre se disgustó tanto que volvió la tierra infértil de modo que estuvo a punto de extinguir toda la raza humana hasta que llegaron a un acuerdo.

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¡Holaaa! ¡Holaaaa! No pensaba subir capítulo hoy, pero estoy como sad y me apetece que me digan cosas bonitas jejejsje, además voy avanzada en la historia, voy dos capítulos por delante o así, así que bien! El próximo capítulo tendrá acción! 

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