Capítulo 28-Al fin en casa
Pensó que todo se arreglaría. Nada se arregló.
Intentó hablar con Andrómeda después de lo sucedido, no funcionó. Ella hacía cómo si nada de eso hubiera sucedido y eso estaría bien de no ser porque no actuaba de ese modo en absoluto. Estaba fría y distante. Cuando Perseo le hablaba ella asentía con la cabeza o contestaba con un monosílabo. Eso si estaba de buen humor, a veces ni eso. Si él intentaba explicarle lo sucedido, de repente ella tenía que irse a hacer cualquier otra cosa y si le insistía se ponía realmente hostil.
—Aaahh... Me quiero matar. —Suspiró sentándose en una silla que colocó estratégicamente para tomar el sol en la cubierta del trirreme.
Después de quince días navegando pudo hacer de tripas corazón y acostumbrarse al vaivén, pero aún se mareaba y vomitaba si el mar estaba revoltoso y sacudía el trirreme con su furia. Era un martirio. ¿Cuándo llegarían? Hermes estaba rarísimo también, había insistido en que no desembarcaran en los puertos de Serifos. Pararían en una isla colindante llamada Citnos e irían en barca hasta su destino. El dios dijo que si remaba él no tardarían tanto en llegar, insistió en desembarcar en la playa de su hogar, y no en el muelle.
Tampoco quería darle explicaciones de ningún tipo pese a que Perseo creía merecerlas, todo era demasiado sospechoso. No obstante, no era como si pudiera realmente obligarlo a decir la verdad. Antes terminaría él con la cabeza en una pica que el dios confesando.
—Nada de morirse en mi presencia. —Dijo Hermes, quien había aparecido de la nada, y le golpeó la cabeza con el dorso de la mano.
—Y, ¿vos de dónde salís, si eso se puede saber, claro? —Lanzó las palabras con cierto veneno, veneno que el Dios sintió como fragancia otoñal.
Se encogió de hombros.
—De todas partes —confesó con simpleza—, para vos es como si estuviera en todas partes a la vez.
—Pero no lo estás. —Frunció ligeramente el ceño sin comprender a qué se refería.
—Te sorprenderías, a veces mientras hablo contigo me voy y luego vuelvo, pero ni cuenta te das.
—¿Es en serio? —dijo sin saber si estaba sorprendido u ofendido— ¿Y te da tiempo a escuchar todo lo que digo?
—Casi siempre —contestó, debió darse cuenta de cómo lo miraba porque esbozó una sonrisa conciliadora—. No te preocupes, lo entiendo todo por el contexto y así puedo pasar más tiempo contigo, bobito.
—Lo que digáis. —Musitó, estaba molesto, muy molesto, pero no con Hermes.
Por el rabillo del ojo la vio, era Andrómeda, que había decidido dejarse mostrar con el cabello blanco ondeando al viento disfrutando de la brisa marítima, pero lejos. Muy lejos. No era tanta la distancia, era algo más intangible.
—De todas formas, venía a decirte que desembarcamos ya.
Estaba tan distraído que no se había dado cuenta de que el trirreme se había detenido y los marineros echaban anclas en el puerto de Citnos.
—¡Ya era hora! Creí que me moriría en esta cosa flotante.
Hermes se rio y negó con la cabeza.
—Qué princesita eres. —Dijo y se inclinó sobre el semidiós.
Perseo se dio cuenta de que Andrómeda miraba hacia esa dirección y le dio igual, no iba a dejar de lado al dios por ella (y viceversa), centró entonces la atención en Hermes. Llevó las manos a su cabello, juguetón, se ponía muy tonto cuando le coqueteaba.
—Lo decís como si no os gustara. —Gastó su sonrisa de medio lado, esa que le había conseguido muchas citas.
Hermes apoyó un brazo sobre el respaldo de su silla y sonrió también inclinándose un poco más, sin duda, tentándole.
—Sí, me gusta. —Rozó los labios con los de él y Perseo se encontró entreabriendo la boca para besarlo, pero él hizo el amago de apartarse.
Perseo, que no estaba de humor para sus jueguecitos, tiró de su pelo para atraerlo y lo besó con urgencia. Fueron besos cortos, pero juguetones, algunos con lengua, otros más breves y Hermes se separó mordiéndole el labio inferior hasta que ya no le fue posible.
—Recoge lo necesario, que nos vamos. —Dijo y se fue no sin antes relamerse.
Perseo buscó de nuevo a Andrómeda con la mirada, ella la tenía fija en el mar. Se encogió de hombros y fue a por sus cosas, ya hablaría luego con ella (o lo intentaría). No tenía paciencia ahora y accidentalmente diría lo que de verdad pensaba.
Recogió sus cosas y desembarcó, pisar tierra firme después de quince días flotando en el mar fue como encontrar un oasis en medio del desierto, (sabía de lo que hablaba). Incluso besó la tierra al bajar, a Hermes le hizo gracia. Pararon a comer algo, por raro que pareciera, el dios debió sentirse generoso y los invitó a comer pescado frito de un puesto, lo degustaron frente al mar.
El ambiente se cortaba con un cuchillo, de no ser por las intervenciones de Hermes un asesinato se habría cometido. De ese ánimo, se embarcaron de nuevo al mar y el mensajero remó y remó hasta Serifos, y vaya si remaba con ahínco, la barca parecía volar sobre las olas más que flotar. Cuando llegaron Andrómeda estaba despeinada por completo y a Perseo le había crecido una cresta mal hecha. Eso fue peor que ir en trirreme. La princesa bajó del color de la aceituna.
—¡Vamos! Tampoco ha sido para tanto. —Alegó el dios ganándose una mala mirada de Andrómeda que no dijo nada.
Hermes se rio.
—¡Estos jóvenes de hoy día!. Cuando éramos niños jugábamos a darle cabezazos a las piedras.
Perseo lo miró de arriba a abajo y sonrió.
—Eso explica muchas cosas.
—¿Qué cosas? —Repuso Hermes con una nota de histerismo, Perseo se echó las manos tras la cabeza y siguió caminando. —Perseo, Perseo, Perseo, ¡Perseo! Oye, te estoy hablando.
Fue ignorado, Perseo caminaba sin mirarlo tratando de disimular una sonrisa en su rostro. No decía que no, pero a veces el dios debía probar de su propia medicina.
—¡Ahh! Qué brisa tan buena, ya estoy en casa.
—¡Para brisa la que me corre por los huevos morenos! —respondió—, Perseo, oye.
—Hacía tanto tiempo que no estaba aquí, ya casi no recuerdo a qué huelen los bosques.
—Huele a que te vas a llevar una zurra.
—Y la arena está tan suave, parece que nadie la haya pisado nunca.
—Me alegra que te guste, ¿quieres comerla? —Amenazó.
—¡Ahh! ¡Estoy en casa!
—Tus muertos. —Repuso y acabó desistiendo.
Perseo lo miró de reojo; con el ceño fruncido y el mentón erguido, Hermes molesto era un poco adorable. Aunque era altamente peligroso molestar a un Dios, le gustaba el riesgo y además sabía que no le haría nada (o nada demasiado cruel) en venganza.
El dios volvió a ponerse misterioso y les dijo que no podían ir por medio de la ciudad, que mejor irían a través del bosque y él se estaba impacientando con tantos secretos. Le daba la nariz que algo grande estaba sucediendo y Hermes se lo estaba guardando para sí, no entendía por qué.
Pero se hacía lo que él decía, así que fueron a través del bosque y él no tardó en comprobar a qué olían los bosques de Serifos. Todo aquello lo ponía muy nostálgico. Habían plantado muchos laureles, pues era árbol de Apolo, y todo era tan verde y frondoso... Nada que ver con África que parecía cambiar de verde a desértico sin un motivo (que él entendiera).
Los pájaros cantaban como si se alegraran de su regreso. Era agradable estar de vuelta en casa, se moría de ganas por ver a Dánae y a Dictis, aunque debido al camino que habían tomado no podría ir a verlos de inmediato como había planeado, su casa estaba justo cerca de la playa pero apartada, ellos habían tomado la dirección opuesta. Aunque le molestaba, pensó que tarde o temprano los vería.
A lo mejor era mejor idea que fuera a ver primero a Polidectes, le entregara la cabeza de Medusa y así podría desposar a Hipodamía y abandonar sus intenciones con su madre. Había tardado mucho, pero tenía su estúpida cabeza y cuando hicieron el trato en ningún momento se estipuló fecha límite.
De pronto, ya no escuchó a los pájaros cantar, ni siquiera los insectos pululaban y eso es raro. Cuando empezó a darse cuenta de que la situación era alarmante, se dio cuenta de que Hermes ya estaba delante de él como si tratara de protegerlo. Buscó con la mirada a Andrómeda y la agarró, pese a que ella se disgustó, para cubrirla tras él.
Entonces, escuchó un sólo pájaro, pero Perseo conocía las técnicas militares de allí y sabía perfectamente que ese era un mensaje hacia otros soldados. Decía "el enemigo está cerca", además tenía una idea aproximada de quién lo había efectuado, porque era torpe y sonaba más agudo de lo que debiera.
—¡Kyros! Sé que eres tú, córtala. Soy Perseo, ¿no me reconoces?
—¿Perseo? —La voz salió de un laurel justo frente a él—. ¿Sois tres?
—¿Quién es? ¿Qué está pasando? —Dijo una alterada Andrómeda.
—Sí, tres. ¿Quieres bajar ya y dejar de jugar a los soldaditos? No te queda. —Bromeó.
No hizo eso, en su lugar, volvió a silbar para sus aliados pero Perseo entendió la señal, sólo les decía que era seguro.
Un hombre esbelto de cerca de veinticuatro años, bajó con pasmosa facilidad del árbol, como un gato. Siempre había sido sigiloso, mucho más que Perseo, que parecía pisar todas las ramas que encontraba en el camino. Se pasó una mano por sus cabellos arena.
—¡Eh! ¡Perseo! ¡Cómo has crecido, lamebotas! ¡Casi ni te reconozco! —Fue hasta él y le propinó tal puñetazo en el hombro, que se escuchó.
Perseo se lo devolvió y él fingió que no le importaba, pero cuando creía que nadie miraba, se acarició el lugar herido.
—¿Qué pasa, comemierda? ¡Yo a ti te veo más viejo y calvo! —Se rio simulando con los dedos las entradas que comenzaban a salirle a aquel hombre.
—¡Ya ves! ¿Y tú qué? ¿Te sigues comiendo los mocos, cara-antorcha?
—Anda, anda, si vas a hablar primero sácate la polla de la boca, que no se te entiende una mierda.
—Chúpamela, culo-prieto, que ya por crecer medio palmo te crees el rey de Tracia.
—¡Qué asco! Yo eso no lo toco, hombre, que ahí abajo tienes de todo menos hombría.
Andrómeda que observaba la situación boquiabierta, se acercó a Hermes.
—¿Están peleando? ¿Creéis que vamos a tener problemas?
Hermes sacudió la mano restándole importancia al asunto.
—Sólo se están midiendo el tamaño de sus falos —le explicó brevemente—, es algo muy habitual en los machos de su especie, espera a que termine el ritual.
Andrómeda asintió, nunca había visto a dos hombres hablarse así porque solían controlarse cuando ella estaba delante, era una princesa y la gente actuaba diferente a su alrededor. Aquella situación le parecía grotesca y desagradable.
Entretanto, hombres comenzaron a salir de todas partes, cerca de quince, y los rodearon. Hermes estuvo alerta, tenía localizados a ambos mortales a su cargo si es que la situación se ponía peliaguda. Tampoco le costaría matarlos a todos antes de que pudieran reaccionar siquiera.
—¿Y esos quiénes son? ¿Ya te han adoptado de nuevo? Perro, que eres un perro. —Dijo Kyros.
—¡JA! Esa de ahí, ¿La ves?
Kyros sonrió súbitamente al encontrarse sus miradas, pero Andrómeda la apartó, no sin antes mirarlo con desdén. Pensó que ella era realmente bonita, no le importaría tener con ella una noche de pasión.
—Es mi mujer.
Increíble, qué asco dan los hombres. Así nos extingamos, ojalá se mueran todos pensó Andrómeda.
—¡Mentira! ¡La habrás violado o secuestrado!. Sí, hombre —dijo riendo y entonces señaló a Hermes—, y ese de ahí, ¿qué? ¿Me lo presentas? Está de buen ver, ¿Eh? —Le guiñó un ojo y pronunció un "guapo" silencioso.
—¡Joder! Qué muerde-almohadas eres. —Dijo Perseo ajeno a lo que sucedía detrás.
Hermes entrecerró los ojos pero sonrió de medio lado, la clase de sonrisa que pondría un patrón antes de azotar a su esclavo por puro placer.
—Perseo, ¿Le puedes decir a tu perro que no me hable? —Dijo el dios—. Es que a mí no me hablan los feos.
Pero, ¿Qué clase de obsesión tendrá con la gente fea? ¡Relájate un poco! A ver si vas a ser dios de la belleza también Pensó Andrómeda.
Kyros tragó saliva, de alguna forma había sentido su integridad física en peligro frente a semejante hombre. Perseo también estaba incómodo y puso un brazo frente al dios, no para protegerlo, sino para salvar la vida de su amigo
—Oye, no le hables, ¿Vale? Es mi amante —explicó, habría obviado esa parte pero sospechaba que si lo hacía, Hermes, montaría un drama similar al que sucedió con Apolo—. Es muy orgulloso y... peligroso.
—¡Joder, Perseo! ¡Deja algo para los demás, hombre! —Le pegó un buen manotazo en la espalda— ¿Y desde cuándo tú tienes sexo con hombres? ¡Vete a la mierda! Si no quisiste conmigo.
—A ver, es que él es mucho más guapo que tú. Seamos sinceros.
Kyros chasqueó la lengua pero finalmente asintió con la cabeza dándole la razón. Hermes alzó el mentón, a veces era como un niño.
Uno de los hombres que se encontraba alrededor, se impacientó y decidió ponerle voz a sus pensamientos:
—¡General! ¿Qué hacemos? ¿Lo detenemos ya? —Señaló con su lanza al semidiós
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