Capítulo 27-Piedras en el camino
¿Qué demonios? ¿Por qué Hermes se estaba acariciando los labios mientras miraba al suelo? Habría seguido dándole vueltas al asunto de no ser porque luego le dedicó una sonrisa sádica. Eso no era bueno. Era la cara que ponía cuando estaba pensando en hacerle cosas sucias, muy sucias y sin darle demasiada tregua. Debía haber irritado al Dios sobremanera, abrió la boca sin saber qué decir. No estaba seguro de si le preocupaba o le excitaba.
—¡Perseo! ¿Me oyes? ¡Estúpido! ¡Era mi primer beso! —Se quejó ella, podía notar que estaba airada.
Perseo se sintió un poco culpable por lo que acababa de suceder, de verdad no pretendía que Hermes y ella se besaran y que su amante tomara el "primer beso" de Andrómeda (si es que eso se podía considerar un beso, nada más juntaron sus labios).
—A-Andrómeda... En realidad yo no... —Se detuvo al darse cuenta de que lo miraban.
Volvió el rostro hacia Hermes, éste negó con la cabeza lentamente, no parecía furioso era más bien como si le recomendara no hacer lo que estaba pensando. Tal vez era mejor así, una mentira piadosa, a ella no le gustaría saber que esos labios no eran suyos sino del dios de los mentirosos. O eso pensaba.
—L-lo siento Andrómeda, de verdad que no lo pretendía. No lo hice a propósito. —Confesó, lo cual era una verdad a medias.
Ella juntó sus labios presionándolos entre sí, las cejas se juntaron formando una suave arruga en su ceño, bajó la mirada y ruborizada dijo.
—Bueno —Se abrazó a sí misma, no sabría decir si estaba disgustada o apenada —. Tengo cosas que hacer, que no pare la fiesta. —Dijo y se fue.
No, pues ya lo he jodido todo Carraspeó, Perseo hizo el amago de ir tras ella, pero fue ella la que giró el rostro para decirle.
—No me sigas.
Un nudo se formó en el estómago de Perseo (últimamente cuando se angustiaba donde primero lo sentía era en su barriga), no le parecía que hubiera sido para tanto. ¡Y eso que no sabía que el que la había besado era en realidad Hermes! Y no tanto tampoco, tan sólo fue un beso de mariposa; posarse y apartarse. Las chicas de verdad eran frágiles. Como Hermes no tenía sentimientos ni padecía ni nada semejante, lo había olvidado por completo.
Se giró para mirarlo pero él ya no estaba en la barandilla, ¿A dónde había ido ahora? Casi nunca lo veía venir.
—Bu. —Lo escuchó justo en su otro perfil. Perseo dio un brinco y Hermes se rio de nuevo a su costa.
El semidiós hizo un mohín. Por más veces que hiciera aquello, e incluso sabiendo que aparecería de forma abrupta y con la intención de asustarle, aún así, todas las veces obtenía el resultado esperado.
—Hermes, ¿Vos creéis que me he sobrepasado? —Dijo mientras juntaba las cejas disgustado.
—¡Qué va! ¡Ni la diosa de la caza es tan frágil! —Sacudió la mano restándole importancia. —. Pero... tú y yo...
Perseo lo vio poner de nuevo esa sonrisa torcida que significaban problemas para él. Muchos problemas. Tragó saliva. La última vez que le sonrió así, tuvo problemas para sentarse después. Todavía lo recordaba.
—Yo... De verdad que lo de Andrómeda fue un accidente, yo sólo...
—Ahh... —Se llevó un dedo al mentón —, pues qué torpe, ¿No? Yo también soy torpe, muy toooooooorpe —Empezó a decir él, de nuevo en su tónica de teatrero. —. Taaan torpe, que me voy a dejar caer repetidas veces contra ti hasta que no puedas más. Marchando.
Perseo tragó saliva de nuevo, pero se había quedado tan helado que nada bajó por su garganta. Definitivamente, Hermes estaba molesto porque le hubiera hecho besarse con la princesa y lo pagaría con su cuerpo. Bueno, prefería eso a que le moviera los huesos de lugar y lo aplastara contra el suelo al grito de "te voy a destruir" (o algo así).
Huir no era una opción, así que lo siguió hasta el camarote que habían estado utilizando los últimos días para "perderse un rato".
—Estáis exagerando... Vos queríais besar a Andrómeda, yo solo os he hecho un fav...
No pudo continuar, Hermes ni siquiera cerró la puerta en esa ocasión. Se abalanzó contra él en cuanto hubieron cruzado el umbral. Presionó los hombros de Perseo con sus manos y su espalda chocó contra la pared. Se habría quejado de no ser porque poco después su boca fue brutalmente poseída.
Apenas sus labios se juntaron el dios forzó la lengua en su interior, frenético, posesivo. Perseo se estremeció sintiendo la fuerza de su deseo, de su furia, la deseaba toda para él, y que así lo consumiera en su pasión y consumirlo de vuelta. Llevó las manos a su túnica y no sólo se aferró a él sino que lo atrajo, quería sentir su calor.
Sus lenguas luchaban furiosas y en ese juego siempre perdía él. Acabó suspirando sobre sus labios, cerró los ojos, su cuerpo se sentía caliente como un horno de piedra. Sus manos se le posaron sobre el pecho pero no fueron más gentiles, pues cuando quiso darse cuenta había caído sobre el lecho y él abrió los ojos para encontrarse con la mirada de Hermes; lucía hambriento y furioso a la vez, se estremeció de pura excitación.
El dios sobre él, Perseo hambriento también, ligeramente aterrorizado pero incluso eso era excitante. El peligro, el deseo... Trató de alzarse para tomar a la fuerza aquella osada boca, pero con una mano fue tumbado de nuevo. Lo vio sonreír maliciosamente.
—Juego yo, cachorro, tú ya has jugado demasiado... —Dijo, le mostró una venda, la misma con la que le había cubierto los ojos con anterioridad.
¿Qué va a hacer con eso? Se preguntó, se le habían dilatado las pupilas tan sólo un poco. Hermes se inclinó sobre él y él trató de huir, pero no le fue permitido.
—Shss, nos lo vamos a pasar bien... Me lo debes. —Amenazó.
A Perseo no le gustaba sentirse indefenso lo cual incluía: atado o con las capacidades mermadas. Sin embargo, permitió que el dios cubriera sus ojos aunque no le pareció excitante en absoluto.
—Buen chico.
Esas palabras no... Se dijo Perseo, se sentía afectado cuando él decía aquello. No tuvo tiempo de reaccionar cuando algo húmedo y cálido presionó contra su cuello. No lo vio venir, lo sintió tan intenso que jadeó a pesar de que normalmente sólo besos no provocaban esa reacción. La lengua de Hermes se paseó por toda su extensión y él no sabía qué más sucedería, de dónde vendrían las atenciones.
Era como si con la vista anulada el resto de sentidos se hubiera agudizado, y si él ya estaba sensible hacía rato, ahora lo estaba más. Llegaron los mordiscos, más jadeos cuando el dios jugó con el lóbulo de su oreja, incluso se estremeció. ¿Qué demonios era eso? Se estaba derritiendo como si fuera la primera vez. Sólo que como no tenía los nervios típicos de quien no sabe, lo sentía más.
—Oye, oye, has nacido para esto —Sintió su mano sobre su virilidad, jadeó —. Sólo mira cómo estás ya y apenas te he tocado —Se rio.
—Callaos —Rugió en respuesta, diría que no le gustaba sentirse tan expuesto pero mentiría.
—Sí, sí, pero más te vale aguantarte, porque aunque te corras antes de tiempo, yo voy a seguir. —Amenazó.
Qué cerdo Pensó.
Unas manos lo despojaron de sus ropajes y al poco sintió más labios húmedos sobre su clavícula que lo derretían lentamente, con desesperación. No podía huir de esas sensaciones y era extraño porque Hermes le atraía más que todas las mujeres con las que había estado, y ni siquiera era mujer. Era digno de mención porque a él no le gustaban los hombres. Y sin embargo, lo deseaba muchísimo.
Llevó las manos a su cabeza, o eso creía, y enredó los dedos en aquel cabello suave y liso. Incluso eso se sintió más vívido, nunca se había parado a admirar lo agradable que era ese tacto. Podría ser incluso relajante si la boca de Hermes no estuviera causando estragos en su piel. Algo rozó sus pezones y él se estremeció de nuevo. Incluso eso había cambiado, la primera vez que él se los tocó no sintió apenas, como mucho cosquillas. Pero el dios siguió insistió dándole estímulo en todos sus encuentros al menos un poco y de algún modo ahora notaba esa parte suya mucho más dócil, más sensible.
Se mordió el labio, no quería darle el gusto de gemir, no obstante acabó cediendo cuando fue succionado y torturado con sus dientes. Se deshacía, los ojos vendados no le gustaban, no le agradaba nada, era demasiado... manos comenzaron a recorrerle al mismo tiempo pero evitaban cierta zona de él, rodeándola a propósito y llenándolo de impaciencia. Una de ellas, debió subir hasta el otro botón rosado, porque sintió el pellizco.
No podía más, nunca estaba tan sensible, ¿Qué demonios? No tenía sentido, era como si cada parte de su cuerpo se hubiera convertido en una zona erógena desde que no veía nada. Sentía cada atención como una descarga en su zona baja, estaba húmedo, se lo notaba. Hermes también debió hacerlo, ya que notó algo presionar contra esa zona y acariciar.
Gimió, notó su espalda arquearse en excitación. Era abrumador, excitante y a la vez un martirio. No sabía dónde se sentía bien, sólo lo hacía y la cabeza la sentía flotando desconectada de su cuerpo, como si flotara, era extraño.
—Ahh... Qué sensible —Escuchó a Hermes, se burlaba pero notaba en la voz que él también estaba excitado —, eres tan lindo, Perseo... Me pone violento.
Se habría quejado, pero sus manos le dieron la vuelta de pronto y él se encontró con la cara sobre la almohada. Esa posición siempre le incomodaba un poco, al menos al principio pero sin que él se lo pidiera, alzó las caderas para él.
—Qué buen chico —Susurró.
Las manos lo separaron y al poco algo húmedo estaba deslizándose por su cavidad y él no pudo más que aferrarse a las sábanas y apretar los dientes, tratando estarse quieto. Era demasiado, no entendía por qué algo tan sucio se sentía tan bien, pero lo hacía. Su lengua era puro fuego abrasando por dónde se paseaba a un Perseo que no podía resistir ni un poco más de eso. Cuando notó aquello húmedo entrar, perdió la vergüenza, la voz salió trémula y él no se la reconocía en esos momentos. Sentía que su cuerpo no era suyo, era un juguete en manos de un ser superior que sabía dónde pulsar para desarmarlo por completo.
Sus caderas se movieron solas contra la cama buscando estímulo en cierta zona. Hermes llevó las manos a su cintura y la alzó de nuevo no permitiendo aquello.
—No puedes, chico malo. —Lo reprendió
—Pero... yo quiero... terminar —Susurró, la voz urgente, no la reconocía.
—No puedes. —Le negó, no gritó, no hizo falta.
Perseo jadeó frustrado, Hermes siempre era un cruel cuando estaba molesto y le daba placer pero no alivio. No hubo aviso previo de ningún tipo; dos dedos fueron dentro y él se retorció por lo imprevisto. Fue brusco, le gustaba un poco así. Se aferró con fuerza a las sábanas, la cabeza hundida, la espalda se le arqueaba y se notaba tan erizado... No podía, no podía, sólo unos dedos lo tenía al borde de la locura, gimiendo, jadeando como si la vida le fuera en ello.
Algunos tripulantes a veces lo miraban raro, tal vez por haberlo escuchado porque a veces era algo ruidoso, pero le daba igual porque se sentía bien y no iba a disimularlo para la comodidad de otros. Fuera de la cama, no tenía pudor o arrepentimiento alguno.
Se estaba sintiendo tan bien, y normalmente sólo eso no era suficiente, pero notó que terminaría en ese preciso instante, estaba tan cerca... Ya rozaba el clímax con la yema de los dedos. No pudo ser, una mano presionó su zona y por más que quisiera no pudo terminar.
—Chico malo, no puedes —Insistió ganándose un gruñido por parte del excitado Perseo —, porque Perseo, quieres terminar cuando yo todavía ni he empezado. Qué cruel.
—¡Pues métemela de una vez, hostia ya! —Respondió molesto.
Hermes se rio, pero cómo sucedía en estos casos, lo castigó. No fue tan fuerte, nunca lo era e incluso era estimulante, pero un azote le vino y él se retorció y jadeó. Era extraño, a nadie le gustaba eso y casi todos lo habían pasado en la infancia, pero, demonios cuando él lo hacía aquel escozor y el punzante malestar en la nalga maltratada, de algún modo se confundía con el inicio de un clímax. La urgencia, la desesperación y el cosquilleo, le hacían creer que estaba llegando de algún modo.
—No se supone que disfrutes, qué sucio eres. —Lo reprendió con rastros de risa en la voz.
Hermes decía eso pero Perseo sabía que en realidad nunca pretendía hacerle daño o maltratarlo, jamás lo había hecho y si era demasiado, paraba siempre. Hermes lo ayudó a separar más las piernas y alzó de nuevo su cadera, que había vuelto a una posición baja.
—Pero te lo daré, porque eres lindo. —Dijo.
A Perseo nunca le había gustado que le dijeran "lindo", no era algo que un hombre quisiera escuchar. Apuesto sí, atractivo también, lindo sonaba a "adorable", inofensivo. Le dio igual ahora porque el dios se posicionó entre sus piernas y sucedió algo parecido que con los dedos, simplemente entró de una.
Perseo jadeó de nuevo, dolió, sí que dolió pero no era insoportable y un poco de eso le hacía no acostumbrarse y despertaba sus sentidos de formas que ni comprendía. No fue todo lo brusco que podía, esperó al menos un instante antes de moverse en su interior. Lento pero profundo e intenso al final. Hubo más gemidos, tenía la sensación de que en esa postura abarcaba más de sí, era extraño, se sentía muy lleno y todo era demasiado con los ojos vendados. Sus sensaciones se habían multiplicado.
Bajo él la suave cama, sobre él el ardiente dios mensajero. Lo sintió besar su espalda y después se lengua lo recorrió, se estremeció de nuevo y dejó salir más su voz porque él se movió abruptamente, más rudo, más intenso. Lo sorprendió por completo, mandando oleadas de placer y excitación a todo su cuerpo, se sentía como de arcilla mojada bajo las manos del dios que parecía alfarero. Hundió la cara en la almohada, todo en el ardía. Él comenzó a mover sus caderas en busca de más, Hermes podía ser brusco, pero él siempre quería que lo fuera un poco más.
De restregarse contra la almohada, la venda se deslizó hacia arriba parcialmente y él abrió los ojos y aunque los dirigió hacia la pared, no miraba a nadie, estaba en un éxtasis absoluto.
Nadie escuchó a quien venía, quizá porque era un trirreme y la gente iba y venía y eso no era de preocupar. Sin embargo, ninguno de los dos se dio cuenta de que eran observados.
—Perseo, me han dicho que...
Perseo volvió en sí y se topó de lleno con aquellos ojos multicolor, ¿Qué demonios? ¿No se suponía que la puerta debía estar cerrada? Andrómeda lo miraba demasiado sorprendida, y él quiso decir algo, pero Hermes lo embistió y reprimió a duras penas un quejido. ¡Maldito! Hijo de...
Andrómeda estaba tan perpleja que no sabía ni qué decir, la boca abierta, las mejillas ruborizadas. Sus ojos repararon en principio en Hermes, de hecho él fue el primero en reparar en ella. ¿Se avergonzó? En absoluto, él sonrió de medio lado, la mirada altiva y siguió a lo suyo.
Sus ojos fueron a Perseo, se ruborizó demasiado, nunca había visto ese tipo de expresión en él. Tan indefenso, tan frágil, tan ardiente. Los ojos le brillaban como preso de una fiebre incontenible, las mejillas ardiendo y su cabello pelirrojo hecho un desastre pegado al rostro.
¿Qué es esto...? Pensó ella, horrorizada y al mismo tiempo... ¿Qué sentía? No estaba segura. Decepción seguro, no era ingenua, sabía que eran amantes porque los había visto besarse pero... de algún modo nunca creyó que pudieran hacer nada más pues eran dos hombres y no había modo. Al parecer sí... No entendía nada, estaba allí paralizada.
Siempre había pensado que ese era su lugar, pero si Perseo ya amaba a Hermes y además tenían sexo, ¿Para qué la necesitaba a ella? Una idea vino a su cabeza, era tan horrible... ¡Cruel! Las lágrimas brotaron sin saber por qué y se marchó antes de que nadie pudiera verlas.
—¡Andrómeda! —Gritó Perseo.
Perseo hizo el intento de ir a por ella, Hermes lo detuvo, tomó su mano y lo retuvo allí.
—No vayas. —Dijo grave.
—¡Hermes! ¡Suéltame! Ella se veía afectada. —Trató de deshacerse de su agarre.
No es que entendiera la situación, él desde el principio le dijo que estaba con Hermes. Es cierto que no pidió su permiso, pero era algo que ella ya sabía, entonces, ¿Por qué reaccionaba así? ¿Estaba celosa?
—No. Si vas ahora, pelearéis y te dará un tortazo. —Explicó el dios, parecía molesto también.
—Pero...
—Déjala, te ganas en disgustos. Ya cuando se le pase el berrinche mira a ver qué tripa se le rompió. —Dijo, se pasó la otra mano por sus cabellos caramelo.
Perseo no las tenía todas consigo, Hermes tenía razón, si iba ahora como poco un bofetón se llevaría, pero, ¿Estaba bien dejar las cosas así? ¿Era mejor dejarla sola? ¿Esperar a que se calmase? Realmente no entendía qué había pasado. Ahora estaba confuso él también. El mensajero lo abrazó desde atrás y su cuerpo era cálido, el olor a amapola y miel lo embotó. Sus labios se posaron sobre su mentón e hicieron el camino hacia su oreja, se estremeció. Era débil, muy débil al dios.
—Juega conmigo, ella es fastidiosa. —Su voz era un murmullo, sibilante como una serpiente e igual de letal.
Iba a replicar pero en tan sólo un instante su boca estuvo demasiado ocupada enfrentando a la ajena. Trató de resistirse, mas se rindió pronto. Cuando Hermes le besaba se le aflojaba el cerebro.
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