Capítulo 25-El bien y el mal

Andrómeda estaba inquieta, Perseo no era tonto y sospechaba por lo que constantemente le hacía preguntas que la arrinconaban. Él no se las hacía a Hermes, pues sabía que nada saldría de su boca, pero sí a ella, al parecer la creía más vulnerable. Lo era, pero no tanto. Había crecido en la realeza y allí quien no aprendía a jugar sus cartas, mal lo pasaba. Los secretos estaban a la orden del día y eran valiosos, la información podía ser más útil que una bolsa de dracmas y más filosa que cualquier espada. 

Ella tenía información del propio Dios mensajero y no sabía qué hacer con ella, ni entendía sus motivos para esconderlo de Perseo y confiárselo a ella. ¿La ponía a prueba? No lo entendía, si él ni siquiera la tenía en aprecio. Todavía le daba vueltas a lo que hablaron ese día.

Andrómeda acaba de escabullirse del cuarto que compartiera con su, ahora, esposo y antes de salir echó la vista atrás para cerciorarse de que Perseo dormía. Lo vio con los ojos cerrados en absoluto reposo, por lo que salió de allí sigilosa como sólo ella sabía. Sus clases de danza habían dado resultado y sabía caminar sobre sus puntas.

Estuvo a punto de echarlo a perder todo cuando al girarse Hermes se encontraba justo frente a sí, trató de gritar pero el Dios le cubrió la boca. Su rostro era severo y lo notaba impaciente. Le indicó que lo siguiera y eso hizo. Llegaron a un pasillo apartado en medio de la nada, aquella casa era enorme.

—¡Hermes! Es horrible, ese Polidectes quiere usar a Perseo para a saber qué, ¡No podemos permitirlo! —Dijo ella espantada.

Hermes se llevó un dedo a los labios mandándola callar.

—Qué lo intente, Perseo ya no es un niño. —Dijo, cada vez que hablaba de él se le hinchaba el pecho de orgullo (imaginaba).

Andrómeda no conocía a ese Perseo del que él hablaba, si es que antes era niño o hombre lo desconocía. Seguía viéndolo ingenuo y demasiado noble. Sin embargo, eso le llevó a pensar que si no era eso lo que preocupaba a Hermes, pues, ¿Cuál era el asunto a tratar?

—Entonces, ¿Qué? ¿Lo mataréis? Deseo que pague por el daño que infringir en Perseo —Frunció el ceño, la sangre le hervía. —. Traedlo y le daremos el juicio que merece.

—Tampoco haré eso. —Dijo Hermes calmado.

—¿Entonces, qué? —Inquirió la princesa sin entender para qué la había hecho llamar.

—No le voy a quitar a Perseo el placer de mirar a los ojos a ese gusano por última vez —Soltó, seguía percibiendo desdén en esos ojos grises, pero también un dejo de sadismo. —. No temas, esa sabandija de un modo u otro encontrará su fin. —Se relamió, las facciones de su rostro estaban en completo reposo, pero su mirada tenía un brillo salvaje.

—Vale, ¿Y qué hacemos? ¿Sólo miramos? —Frunció el ceño, eso la molestaba.

—No, princesa —Negó Hermes. —. Eres impaciente, no escuchas. Cuando los mayores hablan, los niños agachan la cabeza —Señaló al suelo y esa dirección tomó la cabeza de Andrómeda sin necesidad de que él ejerciera ningún tipo de poder —. Ahora Serifos está sumida en gran confusión, Polidectes enloqueció y la emprendió contra sus súbditos de manera terrible. Busca a Dánae y para ello, Serifos está en llamas. Nadie soporta la situación, se huele la revolución y Dictis está a la cabeza.

—¿Quién es Dictis realmente? —Interrumpió ella temerosa.

Perseo lo había mencionado, pero no le dijo quién o qué era. Hablaba de él con cariño sin embargo. Hermes suspiró y negó con la cabeza y como si le hiciera un enorme favor, habló.

—Es el hermano de Polidectes, fue soberano antes que él y uno bastante justo, o eso dicen —Se encogió de hombros. —. Pero Polidectes le tendió una trampa y usurpó su trono, quiso ejecutarlo al parecer, pero él era muy querido por su pueblo y matarlo habría provocado una revuelta, así que lo dejó vivir como siervo suyo despojándolo de todo. Además le encargó el cuidado de Perseo, ya que él nunca lo quiso y él siempre le encomendaba lo que él no quería hacer.

—¡Pero eso es horrible! —Se llevó una mano al rostro horrorizada.

¿Por qué no quería a Perseo? No sabía cómo sería en su niñez, pero dudaba seriamente que ese chico hubiera sido malvado alguna vez en su vida. La maldad era algo que siempre la afligía y no comprendía. Hermes no se vio impresionado, sólo se encogió de hombros de nuevo.

—Pues no tanto —Fue todo lo que dijo —, Dictis protegió a Perseo y a Dánae, sus motivos los desconozco.

—Porque es una buena persona. —Dedujo ella, Hermes entrecerró los ojos.

—Ahí te equivocas —Señaló su dedo acusador —, durante su reinado, hizo cosas cuestionables que no me gastaré en explicar. ¡No hay humanos buenos o malos, niña boba! —Acercó su dedo acusador tanto que Andrómeda se vio en la necesidad de retroceder —. Sólo intereses y simpatía a lo mucho. Nadie es bueno porque esos conceptos son subjetivos y creados por los mortales para juzgar a otros y someterlos.

—¿Qué? ¡Claro que existe el bien y el mal! Puedo verlo perfectamente. Perseo es bueno y Polidectes no.

Hermes se rio de nuevo y negó con la cabeza.

—Perseo es bueno para ti, malo para Polidectes, neutral para otros y un villano para las gorgonas. —Resumió él y Andrómeda abrió la boca sin entender nada.

—¿Vos creéis que Perseo es malvado? —No cabía en su asombro.

Hermes se encogió de hombros de nuevo como si la cosa ni le fuera ni le viniera.

—Qué se yo, los juicios morales los habéis inventado vosotros —Explicó —. Si es bueno o malo, me da igual, si tengo que ir al tártaro por él pues allí iremos y nos quemaremos todos.

Andrómeda estaba tan sorprendida, no entendía nada y no estaba preparada para que un ser superior pervirtiera su concepto del bien y el mal. Era como escuchar a un ser del averno susurrarle palabras desconcertantes al oído.

—De todas formas princesa, te voy a hacer un favor y permitirte que me ayudes —Dijo alzando el mentón como si no la viera desde muy arriba ya de por sí —, no me decepciones. No doy dos oportunidades.

La joven tragó saliva, tenía miedo de lo que fuera a pedirle ese Dios, pero asintió con la cabeza pues no tenía mucha opción.

—Buena chica, aquí tu premio —Se acercó a ella y le dio suaves golpecitos en la cabeza, como un padre felicitando a su hija. Fue suave, incluso gentil. —. Mira, yo sé que tu padre sabe cosas de Polidectes y Serifos que yo no sé de momento, y quiero que lo averigües por mí. Eso y todo lo que me puedas proporcionar, claro —La miró como si la juzgara. —¿Podrás?

Andrómeda frunció el ceño contrariada, era como si el Dios dudase que siquiera pudiera hacer eso.

—¡Claro que puedo! —Repuso con molestia en la voz —Soy una princesa, sé lo que tengo que hacer.

—Eso espero, odio cuando me decepcionan —Se pasó una mano por el cabello. —. Buenas noches princesa, recuerda no decirle de esto nada a Perseo.

Ella quiso espetarle por qué no podían compartir aquello con su esposo, pero aquel ser desapareció sin avisar.

Aún ahora, no comprendía el motivo de tanto secretismo. El porqué debían ocultarle a Perseo el mal que asolaba en su tierra, tenía derecho a saberlo. Eso pensaba pero no sé atrevería a averiguar cómo reaccionaría el Dios si es que se atrevía a contradecirlo. Sus motivos tendría. Tenía la vaga idea de que era por la salud de Perseo. Le había indicado por activa y por pasiva que su esposo debía estar calmado y en reposo o su problema estomacal iría a peor.

¿Se enfermaría Perseo si conocía todo aquello? A ella le gustaría saberlo pese a todo. Aunque conociéndolo era capaz de saltar al mar e irse nadando si es que pensaba que llegaría antes, ya que el trirreme en el que iban era un navío mercante y como todo, hacía sus paradas necesarias, y hablando de eso... El sol ya comenzaba a ocultarse y llegaba el momento de poner en práctica las pautas médicas que Hermes le indicó. 

Su esposo requería un masaje en la barriga previo a cualquier ingesta de alimentos, requería un espacio de reposo antes de poder consumir algo. Como era muy glotón, mejor empezaba ya o se volvería fastidioso. Tener hambre y no poder comer lo volvía insufrible.

Fue a buscarlo, no fue difícil pues sabía dónde se encontraba. En la popa del trirreme haciendo sesiones de ejercicio, nunca se había dado cuenta de que Perseo se ejercitaba tanto hasta que se habían subido a ese navío. Él al menos dedicaba ocho horas, a veces más, pues cuando se aburría, también se ponía a hacer flexiones. 

Andrómeda intentaba entretenerlo con otras actividades que no pusieron en más presión su castigado cuerpo, lo había persuadido de leer con ella un libro, funcionaba las dos primeras horas. Luego el semidiós se inquietaba: su pie golpeaba rítmicamente el suelo, o comenzaba a cambiar de postura a cada momento o miraba a la ventana, o todo a intervalos.

Estaba segura de que le gustaba leer, pero un rato solo, había probado también a sentarlo a hacer figuras con papel, pero eso lo frustraba mucho porque nunca obtenía el resultado esperado. Siempre olvidaba un paso o doblaba mal el papel y al ver que no lo había conseguido, arrojaba por la borda todo lo que tuviera a su alcance.

Había intentado que cocinara con ella pues seguro que cortar vegetales lo mantendría distraído, sin embargo no conseguía que se centrase. Las veces que lo intentó, Perseo se puso a jugar, una vez se colocó un pulpo en la cabeza y se dedicó a hacer el idiota y decir «¡Yo no soy Perseo! Soy Moluscon y estás en mi reino, arrodíllate» y uso eso como pretexto para golpearla con los tentáculos del animal en la cara. Otra vez, le pareció divertido tirarle por encima una bolsa de harina y, sin comerlo ni beberlo, comenzaron una guerra de comida.

¿Por qué Perseo tenía tanta energía? Sólo conseguía que se centrase en otras actividades después de que se matara a hacer ejercicio, que era precisamente lo que Hermes le recomendó no dejarle que hiciera. Cuando el Dios estaba cerca estaba más calmado, debía ser por los ratos en los que no los veía por la cubierta, ni por ninguna parte. ¿Harían algún entrenamiento especial? Lo desconocía. El caso es que era más tratable después y hasta podía tener larguísimos debates de filosofía con él, le gustaba ese Perseo. No es como si no le agradase el activo, tenía su encanto, pero ella acababa cansada de observarlo moverse tanto.

Fue pues a la popa y allí estaba, lo que vio la preocupó sobremanera. Perseo se encontraba haciendo flexiones y no de forma moderada (eso sería pedirle peras al olmo), solo se sostenía sobre una mano, la otra en la espalda.

—¡Perseo! —Le gritó molesta.

Él volvió el rostro hacia ella y le sonrió pero no se detuvo. Se preguntaba cómo es que podía sonreír mientras casi todo su cuerpo se encontraba sostenido sobre una mano, los pies estaban de soporte pero la presión estaba en el brazo y en el abdomen.

—¡Princesa! —Dijo, una sonrisa radiante, gotas de sudor bajaban por su rostro. —Vienes a... ¿Verme? —Hizo una pausa en lo que bajaba flexionándose sobre su brazo.

Eso era otro tema, a Perseo le parecía extraño que ella no fuera a admirarlo mientras hacía ejercicio. Al parecer las chicas de su isla podían pasarse hasta ocho horas observándolo mientras entrenaba, y no sólo eso, también lo esperaban con comida casera hasta que terminase. No entendía nada, ¡Sí! ¡Era guapísimo y tenía un cuerpo de escándalo! Pero, ¿Qué? ¿Hacía falta admirarlo tantas horas? No comprendía, ni siquiera Hermes lo hacía y eso que a él le gustaba observarlo, lo había visto hacerlo. Cuando Perseo no miraba, los ojos del dios iban directos a él. Pero ella sí se daba cuenta porque no se esforzaba en ocultarlo de Andrómeda.

Entonces, ¿Por qué Perseo esperaba eso de ella? No era como si se lo hubiera pedido, pero sin duda le parecía extraño que no lo hiciera. No estaba diciendo que todas las mujeres fueran estúpidas o arrastradas, porque había muchas en el mundo y estaba segura de que la mayoría no se dedicarían a contemplar a un chico guapo durante horas, pero a esas en concreto no las entendía. ¿Eran sus amantes? O, ¿Admiradoras obsesionadas? No era sano.

Andrómeda le había dejado claro a su esposo que ella NO haría eso y que si deseaba comer comida casera, que se la preparase él mismo, o en su defecto ella lo haría alguna ocasión por darle el gusto, pero ni por asomo todos los días porque tenía otras cosas que hacer que estar allí plantada mientras él se ejercitaba.

—Sabes que no —Aun así se lo recordó. —¡Y estás haciendo justo lo que Hermes dice que no debes! ¡No puedes poner tanta presión sobre tu estómago! ¡Te vas a lastimar!

Perseo se rio dulce, ¿Cómo podía reírse mientras castigaba tanto su cuerpo? Llevaba entrenando desde muy pequeño según le había contado, a edades en las que ella jugaba con muñecas y jugaba a papás y mamás.

—Princesa... Qué dulce, gracias por preocuparte.

—¡Ni princesa ni nada! ¡Ya para, idiota o te pateo! —Lo amenazó, pero su amenaza no surtió efecto.

A Hermes le hacía más caso. Cuando él estaba cerca, Perseo no hacía esas tonterías porque la colleja que podía llevarse era peor que su hiperactividad. A Andrómeda no la tomaba en serio.

—Espera... diez más y paro —Dijo él tan tranquilo —. Sólo estoy haciendo, cien ahora... normalmente eran doscientas.

Andrómeda rodó los ojos, Perseo era un caso, el mensajero había dicho "Nada de flexiones, ejercicio moderado" y ella tenía la impresión de que aquello no era moderado ni por asomo. El semidiós se detuvo y con mucha agilidad estuvo de nuevo sobre sus dos piernas. Se acercó a ella, el cabello pegado al rostro y el sudor cayendo por su mejilla, todo su torso empapado y brillante cubierto por una suave capa cristalina, y aunque Andrómeda debería haber sentido rechazo, no fue en absoluto esa su reacción. Se le secó la boca e hizo un esfuerzo titánico por mirarlo a los ojos. Hasta se notaba el corazón enloquecido, se le saldría por la boca.

¿Qué es esto? ¡No es soportable! ¡Dúchate y no vengas! Se dijo Andrómeda sin entender nada, hasta su olor era extasiante, y eso era que era sudor mezclado con una poca porción de su esencia habitual. Tragó saliva. Su esposo sonreía, sus dientes blancos y alineados adornaban aquel rostro.

—Ya está, soy todo tuyo, princesa. —La quiso abrazar tan zalamero como de costumbre, ella se apartó.

—Dúchate, estás sucio —Le dijo ella, Perseo se rio —, es tu hora de los masajes.

Puso mala cara, no debía gustarle, era natural. Tenía que estar presionando donde precisamente le molestaba pero era estrictamente necesario. Suspiró y negó con la cabeza.

—Bien —Se inclinó sobre ella de nuevo acercándose peligrosamente —. Un besito de despedida. —Le dijo sonriente a escasos centímetros de su rostro.

Él no lo haría, había prometido que no, pero lo intentaba siempre en cualquier momento. Suponía que era demasiado para él esperar a que fuera ella la que se acercase. Ella enrojeció. Todavía no lo había besado, no es que no quisiera es que se ponía nerviosa. No sabía besar en absoluto y también tenía una preocupación, ¿Seguiría Perseo teniendo interés en ella después? Cuando él hablaba de "las otras chicas", le daba sensación de que las despreciaba por ser "fáciles", como si se cansara de ellas tan pronto las tenía. Andrómeda no quería que eso le sucediera a ella también, le gustaba él, mucho.

—Ahora no, dúchate. Apestas —Se tapó la nariz dramatizando —. No voy a tener mi primer beso con alguien que huele a cadáver.

Perseo se rio pero luego hizo un puchero y acortó un poco más la distancia tratando de conseguirlo de todos modos. Ella se puso incluso más nerviosa y tensa.

—Uno sólo, cortito, cortito. —Dijo y comenzó a juguetear con un mechón de su cabello.

—¡Qué no! ¡Qué te vayas a duchar, pesado! —Insistió ella y se apartó de inmediato —. Te espero en nuestro camerino. —Dio media vuelta y se marchó.

Perseo se quedó allí observando cómo su esposa se marchaba y no se giraba ni una vez para mirarlo. Chasqueó la lengua. ¡Qué escurridiza! ¿Por qué no se deja? ¡Ella definitivamente quiere besarme! Se dijo, creía saber a la perfección cuando una mujer lo deseaba y a Andrómeda casi se le cayó la baba hacía poco, solo que fue un caballero y no hizo mención de ello. Pero es linda, muy linda.

Lo traía loco, estaba más frustrado que de costumbre, porque no había nada que lo enganchara más que el hecho de querer tener algo y que se lo negasen constantemente. Ninguna chica se lo había puesto tan difícil. Tampoco él había tenido tanta consideración antes, si se tratara de cualquier mujer la habría besado ya pues sabía que ella quería. Con Andrómeda no quería repetir viejos errores, se había portado mal con las que tuvo antes que ella. Fue muy gentil con todas su queridas solo para no sentirse tan culpable cuando las abandonase por capricho. Él no quería abandonar a Andrómeda, así que estaba frustrado.

Esa frustración la canalizaba en Hermes, a quien no parecía molestarle que estuviera más intenso de lo habitual, él tomaba todo y pedía más como si nunca tuviera suficiente. Sabía el motivo, le daba igual y hasta se reía de él «Deja a esa estúpida y juega conmigo. Sólo yo te puedo complacer» solía decirle. Le preocupaba que tuviera razón, ¿Cómo sería tener sexo con una mujer después de tanto tiempo? ¿Después de haberse acostumbrado a que Hermes lo tocara donde quisiera? Partes de su cuerpo en las que antes no sentía nada, se habían vuelto sensibles.

Más que la idea de tener sexo con Andrómeda, le excitaba pensar en ella con los ojos vidriosos, las mejillas ruborizadas y jadeando su nombre con voz trémula. Sus uñas en la espalda y la incertidumbre en su mirada. ¡Oh, mierda! Se dio cuenta de que había imaginado demasiado y ahora tenía un problema mayor. 

Se excitaba fácil y estaba más sensible de lo usual cuando su amante se ausentaba. Hermes era muy fogoso y quería siempre (hasta cuando Perseo no podía más), se había acostumbrado a eso, si no estaba echaba en falta tanta actividad y se ponía a hacer ejercicio en consecuencia.

Fue a los baños, tenían unos privados solo para Andrómeda, Hermes y él, pero sólo se bañaba con el dios a veces. Ni hablar de hacerlo con la princesa, si él lo sugiriese ella lo llamaría pervertido o algo así. De todas formas agradecía la soledad, estaba demasiado emocionado allí abajo y requería atención inmediata. Eso hizo. Volvió a imaginar a la princesa en esa situación, tenía una voz dulce muy femenina, le encantaba, aunque sólo podía eso, tratar de visualizar cómo sería.

Estaba en ello, pero a ratos pensaba en Hermes también y luego volvía Andrómeda y así todo el tiempo. Ni sabía lo qué quería ni cómo lo quería, todo era demasiado nuevo.

• • •「◆」• • •

Andrómeda ya estaba allí esperando a Perseo, había preparado todo, tenía la loción, la cama hecha con las sábanas con olor a jacintos pues a su esposo le gustaban. Había quemado incienso también, nada de eso era necesario, sólo trataba de que no fuera tan traumático para él, que estuviera relajado y cómodo. No debía ser tan agradable que te tocaran ejerciendo presión donde precisamente tenías molestia.

Se había apartado el pelo del rostro también, sería más fácil si pudiera atárselo pero ya ni eso, tuvo que usar una cinta a modo de diadema.

Perseo llegó mucho más relajado, la piel le resplandecía y parecía como de bebé. No obstante, las puntas de su cabello aún estaban húmedas porque al parecer él nunca tenía la paciencia para secarse en condiciones. Suspiró.

—Tardaste mucho, ¿Qué hiciste? —Se le ocurrió preguntar.

Perseo se llevó una mano tras la cabeza y sonrió pero no dijo nada, lo cual la intrigó más, pero lo pasó por alto por esta vez.

—Da igual, acomódate ahí, voy a empezar. —Le indicó la cama.

Había dispuesto muchas almohadas y almohadones para que no tuviera que apoyar la espalda contra la fría y dura pared.

—Claro, lo que tú me digas, princesa. —Le guiñó un ojo e hizo lo que le pidió.

Perseo no se había molestado en vestirse, iba ataviado con una toalla que cubría lo justo y necesario y todo su torso al aire. Tenía sentido, puesto que de todas formas no le podía masajear con ropa, pero le dio rabia. Bufó, la vista la dirigió hacia la pared contraria.

—Ponte cómodo. —Ordenó y se untó las manos en aquel remedio, parecía una especie de aceite, agradeció no fuera pringoso pues odiaba las cosas con esa textura.

Fue tras Perseo, el muy cerdo se había puesto en medio para que ella no se pudiera sentar en el borde y tuviera que meterse en la cama con él. Podía decirle que se moviera, pero entonces él se burlaría, así que haría como que no le importaba. Gateó hasta donde él se encontraba y no lo estaba mirando pero apostaba a que sonreía de medio lado. Casi se tuvo que sentar sobre sus piernas aunque lo hizo todo lo lejos que pudo, se miraba las manos, no a él.

—Princesa, qué ágil eres, pareces una minina, raw~ —Rugió Perseo —. A ver, maúllame un poco. No porque yo me sienta particularmente atraído hacia esas cosas, no te vayas a confundir. ¡Es con fines terapéuticos!

—Cállate estúpido. —Le gruñó, si su madre le viera hablarle así a su esposo la regañaría, pero es que se lo merecía y él andaba buscando que ella le contestara así.

De hecho se rio a carcajadas y ella frunció el ceño. ¡Ese maldito! ¡Dijo que se iba a portar bien! Pero los perros siempre eran perros por más que se los enseñase a sentarse y a dar la patita.

—¡Qué mala! Es para que me cure más rápido, princesa.

Lo ignoró, ese ser se alimentaba de su frustración, era mejor no darle más sustento o crecería y sería peor. Por suerte funcionó y él no dijo nada más, de momento. Ella se centró en lo suyo y llevó sus manos al estómago de Perseo sin mirar nada más que las manos y el pedazo de piel que debía masajear.

Conforme hundió los dedos, su esposo tuvo un escalofrío y trató de apartarse. Andrómeda subió la vista a su rostro.

—¡Qué frío! —Se quejó.

Andrómeda se miró las manos, la loción estaba fría sí. Optó por frotarlas, no había olvidado que quería que su esposo se sintiera todo lo bien que podía en esas circunstancias, aunque no lo mereciera porque era muy cerdo. Cuando fue suficiente, volvió a la zona afectada y comenzó a masajearle de nuevo como Hermes le había indicado, movimientos circulares, presionando en determinadas zonas.

—¿Te duele?

—No, princesa. Sólo es un poco molesto. —Suspiró.

Sí que debía molestarle, porque no hizo ningún tipo de comentario sexual y al hablar lo notó cómo si le hubieran drenado la energía. Pero siguió porque aquello era por su bien, no permitiría que Perseo sufriera mal de estómago si es que podía impedirlo. Lo bueno era que la piel absorbía la loción casi por completo, el estómago del semidiós estaba duro y no porque se ejercitase, era debido a su malestar. No obstante, lo notó un poco más blando después.

—Con esto debería ser suficiente. —Dijo ella, se daba por contenta.

Se disponía a quitarse de encima cuando Perseo la tomó del brazo. No tuvo tiempo de reaccionar, simplemente ambos acabaron recostados en la cama. Ella sobre él y sus brazos la rodearon, se puso tensa.

—¡Perseo! —Exclamó, el color subió a sus mejillas como fuego.

—Sólo quiero un abrazo... ¿Está bien? —Susurró, su voz sonó más ronca y profunda de lo habitual, no parecía que bromease. Estaba lleno de anhelo.

Ella se quedó quieta pero estaba muy tensa. Estaba sobre Perseo en la cama y lo único que lo salvaba de la desnudez era una toalla. No parecía que fuera a hacer nada más, confiaba en él en ese sentido. Había prometido que no le haría nada que no quisiera, y lo había cumplido de momento por muy fastidioso que fuera a veces. Aun así sentía que el corazón se le saldría por la boca.

Pudo sentirlo respirar sobre su coronilla y también llevó una mano a su cabellera. Deslizó los dedos por ella, era suave, gentil... y el cuerpo de Perseo también era acogedor, blando aunque pareciera de piedra maciza, irradiaba calor pero no insoportable, más bien... Tranquilidad. Esto no está tan mal Se dijo ella y cerró los ojos. Olía una mezcla a jabón junto con su característico aroma, como a hierba recién cortada y a azahar.

—Princesa, no te haces a la idea de cuánto te deseo... —Susurró de repente, la voz ronca y contenida (o eso le pareció).

Andrómeda sintió peligro y trató de apartarse, pero Perseo no lo permitió. Aunque no hizo nada más que abrazarla de momento.

—Eres tan linda, el cabello corto te luce y hueles tan bien y eres suave y pequeña y linda. —Le parecía que hablaba entre dientes y ella se avergonzó.

Su corazón martilleando con fiereza y un cosquilleo en la boca del estómago, la forma en que Perseo le hablaba estaba despertando algún tipo de reacción en ella que desconocía y que notaba enmascarada entre el nerviosismo y la inseguridad. ¿Cómo es que Perseo podía decir cosas sucias con tanta tranquilidad? Es porque es un hombre Se dijo.

—No lo puedo soportar... Es sofocante —Siguió diciendo con urgencia en la voz —, si yo no estoy cansado, realmente es muy difícil contenerse. ¿No lo es para ti? Quiero tocarte, acariciarte, besarte...

Andrómeda abrió la boca con sorpresa, ¿Qué demonios? ¿Por eso hacía tanto ejercicio? Meditó. No, la verdad no se sentía tan necesitada, había momentos donde de verdad quería acercarse más a él pero ni por asomo al mismo nivel que Perseo. Pero es un hombre Se dijo de nuevo. A decir verdad, le sorprendía que se contuviera incluso, su madre solía decir «Resígnate a que los hombres toman lo que quieren, cuando quieren. Ellos pueden pues nacieron así».

—Perseo...

—Ya sé, ya sé —La interrumpió él, incluso más frustrado —. No tengas miedo, no voy a hacerte nada aún —Le aseguró —. Pero, ¿Cuánto más me vas a hacer esperar? Voy a enloquecer. Yo sé que tú me deseas, ¿Qué te detiene?

Se le secó la garganta, ¡Pero qué majaderías estaba diciendo!

—Es tarde, vamos a cenar —Lo cortó al instante —. Vístete, cenaremos laganon[1] —Y se apresuró a salir del cuarto, estaba muy sofocada. Iría a lavarse el rostro.

Perseo se quedó allí meditabundo, excitado de nuevo y muy frustrado. Chasqueó la lengua y se pasó una mano por el cabello cobre. ¿Por qué? ¿Por qué no se rinde? Mierrda, la deseo demasiado. No es soportable, ya me excito a cada rato con todo. ¿A dónde habrá ido ese idiota? 

Aunque que estuviera Hermes, no sabía si era bueno o malo, porque también lo traía loco y le gustaba frustrarlo incluso más. Sin embargo, se apiadaba de él últimamente y era más complaciente. Tal vez porque él ya estaba a reventar como para que viniera a provocarlo más, saltaba a la mínima. 


laganon[1]: Alimento hecho a base de pasta grande y plana en el cual se inspiraron los italianos para crear los espaguetis.


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