Capítulo 20-Gentil
Los invitados bailaban al ritmo de los oboes, las cítaras y flautas, reían con alegría, otros probaban los deliciosos tentempiés que habían sido preparados por los cocineros de la corte real, los más habilidosos, los más experimentados. El bullicio era agradable para Andrómeda, era el sonido de la alegría. Le gustaba, hacía mucho tiempo que su hogar no estaba tan repleto de gente y ella se sentía sola allí desde que su hermano mayor se volvió general supremo de los ejércitos de Etiopía, y el pequeño Phaidros era un añadido importante en el templo de Apolo. El oráculo de la ciudad.
¿Ella? Ella no tenía grandes méritos, pero su padre, el rey Cefeo estaba muy orgulloso de que fuera a ser desposada por un héroe de semejante calibre, la había instado a complacerlo de cualquier modo, como fuera y eso la hizo sentir incómoda, ¿Y lo que yo quiero? ¿Y lo que yo siento? pensó.
Todos estaban impresionados y fascinados con Perseo, a su madre le agradaba mucho también. Decía que era lindo y honesto y que la quería, «A mí tu padre nunca me ha mirado como él te mira a ti» le había dicho. Era verdad, él la miraba como si fuera su mundo entero. No lo entendía, la abrumaba. Ella no había hecho nada para que él la ansiara tanto.
Ahora, sus amigas también estaban encantadas con él y eso que Perseo ni siquiera había hablado con ellas. ¿Cómo hacía para meterse a todos en el bolsillo tan fácilmente? ¿Era su sonrisa? Él definitivamente tenía una sonrisa preciosa, su rostro era hermoso pero cuando sonreía todo a su alrededor perdía color. Aunque seguía sin gustarle su pelo.
—¿Cómo hiciste para conseguir un esposo tan guapo? —Preguntó Athanasia.
—¡Y joven! —Añadió Berenice.
—¡Si tú no lo quieres! ¡Pues para mí! —Soltó Chrysanthe entre risas, aunque Andrómeda supo que no bromeaba, de sus amigas era la única que aún no se casaba y le gustaba flirtear con todo varón a su alcance.
—¡De eso nada! —Exclamó Andrómeda que no iba a dar a Perseo y menos a ella, que comía hombres como pasatiempo, aunque por supuesto seguía pura. —. Perseo es para mí. —Amenazó.
Sus amigas rieron de golpe y Berenice le pasó un brazo por los hombros, tiró de ella para acercarla.
—¡Mira cómo defiende a su hombre! La dulce Andrómeda sacó sus garras. —Dijo Berenice en éxtasis.
Más risas. Andrómeda enrojeció, a efectos prácticos Perseo sí era su hombre, aunque sonaba extraño, adulto y... Sexual. Le daba mucha vergüenza, quería acercarse a él pero parecía que si lo hacía, se la zamparía de un bocado. Él era mucho más experimentado, seguro e intenso.
Ella no era así, quería ir despacio y no sabía cómo. Todo iba a ritmo vertiginoso, y ya sabía que el matrimonio era así y que tenía suerte de conocer a su prometido antes de casarse, ninguna de sus amigas había tenido esa suerte... ¡Aun así! Necesitaba que el mundo se detuviera un instante para que ella pudiera bajarse y pensar.
No hubo tiempo para eso, de golpe y sopetón el gran portón se abrió y de él salió una tropa de guerreros que a diestro y siniestro comenzó a matar a todo el que estaba presente. Andrómeda lanzó un grito de horror que se ahogó en el clamor de otros tantos. Sangre por todas partes, llantos desesperados, cuerpos inertes y gritos. Todo era violencia y aquel desolado paisaje le revolvió las tripas.
Sus amigas huyeron despavoridas, se ocultaron tras una mesa, ella sólo estaba demasiado sorprendida como para reaccionar.
—¡Andrómeda! ¡Detrás de mí! —Escuchó a su padre, envainaba una espada larga.
El rey Cefeo solía ser un gran guerrero, lo era hasta que tuvo una grave lesión en batalla y desde entonces tenía cojera y a veces necesitaba ayuda de una vara. Nunca volvió a caminar con normalidad.
—¡Padre, no! ¡No puedes! Son muchos. —Dijo aterrorizada.
—Tengo que hacerlo, hija. Si no puedo hacer al menos esto por mi familia, ¿Qué clase de rey seré? —Dijo él, con su cuerpo cubría a Andrómeda. —Tu madre ha ido a buscar ayuda, ocúltate Andrómeda. —Rogó él.
Ella buscó con la mirada a Perseo pero él no estaba allí, ¿Dónde estás, Perseo? Se inquietó, ¿Le habría pasado algo? Su padre de nuevo la apremió para que se ocultara, no las tenía todas consigo pero le hizo caso y fue con sus amigas.
Sin embargo, no podía quitar los ojos de su progenitor, constantemente se asomaba a mirarlo. No iba bien, eran demasiados y él ya no era el que fue antaño. Aguantó como pudo, pero pronto lo sobrepasaron y él tampoco pudo caminar más. Trató de ir a por él, pero sus amigas la agarraron. A su padre lo golpearon, no vio con qué, pero se desplomó sobre él suelo. Vio a esos hombres recogerlo y arrojarlo fuera de la estancia.
¿Está muerto? Pensó en medio de aquella crisis, la cabeza le ardía, las lágrimas se precipitaron por sus mejillas y no era tristeza, era rabia porque no tenía el poder para detener aquello. Porque su padre había muerto protegiéndola, eso era algo que no podía perdonarse. Si es que era débil, moriría siendo débil pero al menos lo intentaría.
Consiguió librarse de sus amigas y tomó la primera arma que encontró, era una espada media pero pesaba una tonelada para los finos brazos de la princesa, acostumbrada a no llevar ni su propia maleta. No supo cómo pero consiguió levantarla aunque se tambalease de un lado a otro.
—¡Asesinos! —Rugió, las lágrimas no se detenían porque no podía entender tanta maldad.
¿Por qué? ¿Quién era esa gente? ¿Por qué estaban matando a su familia? No lo entendía y no lo perdonaría. Se arrojó contra ellos y a duras penas pudo herir a uno pero enseguida ella acabó de rodillas en el suelo por un terrible puñetazo que la dejó sin aliento, luego la arrastraron por el suelo y finalmente estuvo ante su tío, el que iba a ser su prometido.
Un hombre horrible que la miraba con ojos lascivos a pesar de que él tenía cerca de cincuenta, y que tomaba a mujeres a la fuerza por diversión. Decíase de él atrocidades que había cometido en tiempos de guerra, crímenes contra las mujeres y contra simples aldeanos que no tenían culpa de estar en medio de dos bandos. Era atroz, su madre, Casiopea, también lo aborrecía, decía que tenía la mirada turbia.
—¡Cobarde! ¡Te mataré! ¡Cobarde! —Gritó Andrómeda desde sus entrañas, pues era ira lo que ahora sentía. —¿Cómo has podido? ¡Es nuestra familia! Mátame a mí, pero déjalos a ellos. —Rogó, no entendía por qué tanta maldad, sólo por tenerla a ella, ¿Por qué?
Lo siguiente que recibió fue una patada, que si bien no la dejó fuera de sentido, hizo que se encogiese en el suelo incapaz de poder moverse apenas por el momento, vio con terror como su tío Fineo empuñaba la espada con intención de decapitarla.
—¡Andrómeda!
¡Perseo! ¡No! ¡No mires ahora! Quiso gritarle pero no le salió la voz, a él no le daría tiempo a llegar. Era el fin. No tenía miedo a la muerte, pues era la tercera vez que le veía las orejas al lobo, solo no quiso que Perseo sufriera, ese chico no se merecía sufrir. Sintió el aire silbar a medida que su tío Fineo trataba de darle el golpe de gracia.
Nunca llegó, en cambio vio rodar su cabeza por el suelo y no gritó pero si se horrorizó. Con terror alzó la vista, era imposible que Perseo hubiera llegado hasta allí en tan breve tiempo. Su sorpresa fue mayúscula, pues vio la espalda de Hermes justo frente a ella, y los dedos del dios goteaban, gotas de sangre caían de estos y el silencio en la sala fue tal que pudo escuchar como caían. Comprendió que no había arma más letal que las manos de un dios.
Pero, ¿Por qué la había salvado? Creía que la odiaba. Estaba demasiado sorprendida. Otro hombre se arrojó contra el dios, a la princesa no le dio tiempo a ver qué fue lo que sucedió, en un abrir de ojos aquel hombre estaba suspendido en el aire y Hermes lo sostenía del cuello con una mano. Podría haberlo matado, pero lo asfixió, tal vez por el gusto de hacerlo.
—¿Qué? —Escuchó a ese Dios, no gritó, no hizo falta. —. ¿Alguien más se va a acercar a la princesa? Pregunto. —Desafió a los presentes.
Arrojó el cuerpo de aquel hombre contra el suelo y si acaso no estaba muerto, se terminó de morir, su cuerpo se deformó. Huesos que sobresalían de la carne, extremidades retorcidas como si le hubiera pasado por encima una estampida. No contento con eso, además lo pateó lejos y cayó por partes, ya que se le desprendió un brazo y una pierna y la cabeza parecía un balón desinflado, podía verle el cerebro. A Andrómeda le dieron arcadas, no veía la cara de Hermes, pero parecía divertirle la situación.
—¿En serio? El día de la boda de Perseo, ¿Tenéis que montar esta mierda? ¿A vosotros quién os invitó? No recuerdo que nadie solicitara un espectáculo de bufones. —Dijo y se rio, fue una risa muy alegre.
No sólo a Andrómeda se le pusieron los pelos de punta, aquellos hombres retrocedieron a su vez.
Perseo llegó entonces y se arrodilló junto a Andrómeda. Estaba raro, como bañado en luz divina y sus ojos plagados de furia infinita, nunca había visto una expresión tan dura y aterradora en su rostro.
—¡Andrómeda! —La abrazó con tanta fuerza que creyó que se ahogaba. —Tranquila, tranquila... Ya estoy aquí...
—¿Quieres que los mate? Esta basura ya me molestó —Escuchó a Hermes. —. Ni te enterarás de que lo hice.
—NO —Negó Perseo abandonando los brazos de Andrómeda. —Llévate a Andrómeda, han tocado a mi esposa. Pagarán. —Dijo seco, tampoco esa le parecía su voz, sonaba demasiado dura y grave. ¿Qué estaba pasando?
No tuvo tiempo de indagar, Hermes se inclinó sobre ella y antes de que pudiera darse cuenta él la sostenía entre sus brazos como a una princesa. Trató de resistirse, no pudo.
—¡Hermes, no! —Rogó ella, su sitio estaba con Perseo, temía que algo le sucediera.
Sin embargo, para cuando dijo aquello, ya no estaban ni siquiera en la misma estancia. Habían cambiado de habitación, estaban en la sala de antigüedades. Allí tenían colecciones de las primeras monedas griegas, esculturas de dioses hechas de arcilla, algunas armas de sus antecesores, entre otras rarezas.
A Andrómeda no le importó, estaba preocupada por Perseo, acababa de perder a su padre, si lo perdía a él también... ¿Entonces qué le quedaría? Comenzó a sollozar desconsolada, era rabia.
—¡Llévame de vuelta! ¡Llévame con Perseo! —Le rogó ella al dios mensajero, olvidándose incluso de sus formas. —¡Es todo lo que tengo! ¡No quiero que le pase nada! ¡Por favor! ¡Llévame con él! ¡No quiero que muera igual que mi padre! ¡Llévame!
Comenzaba a notarse los síntomas, desde muy pequeña siempre había tenido problemas respiratorios debido a su matrona. Se ahogaba constantemente y alguna vez había estado a punto de morir de asfixia, había aprendido a manejarse en esas situaciones, pero era extraño. Quería tomar todo el aire a la vez y al mismo tiempo no entraba nada por su nariz. Se estaba agobiando mucho y comenzaba a hiperventilar, lo cual era extraño porque en realidad no respiraba nada de ese aire. Se llevó las manos al cuello y miró a su salvador con absoluto terror.
Hermes se agachó sobre ella y lo vio escrutarla con sus ojos grises como si viera a través. Lágrimas se precipitaban por las mejillas de la princesa que sufría y agonizaba tratando de luchar contra la asfixia. Veía borroso al Dios, le pareció que sonreía pero no estaba segura. ¿Se reía de ella? Se estremeció cuando lo vio alargar una mano (la que no estaba manchada) hacia ella. ¿La mataría a ella también ahora que podía? Encogida sobre sí misma comprobó que él solo la posó sobre su cabeza.
—No vas a morirte —Le escuchó decir, no era el tono amenazador que esperaba escuchar, era suave pero distante. Fue extrañamente reconfortante, aunque seguía ansiosa y preocupada. —. Es solo un ataque de ansiedad. Y tu padre no murió pues no sentí su alma.
Entonces, él comenzó a acariciarle el cabello y era delicado, empezaba desde la cabeza y luego bajaba y así sucesivamente. La princesa se habría sorprendido de no ser porque no le entraba el aire en los pulmones y era agonioso, aunque al menos su respiración se fue calmando sin que ella misma se percatara. Mi padre no está muerto Se dijo aliviada pero, ¿Perseo?
—Per..seo. —Miró a Hermes, él no debería estar allí debería estar ayudando a su esposo.
Se topó de lleno con aquellos ojos grises que la observaban con tanta quietud que por un momento sintió vanas todas sus preocupaciones, como si pudiera hundirse en ese océano de aguas mansas, lo cuál era irónico teniendo en cuenta que hacía rato había disfrutado mutilando.
—A Perseo no le va a suceder nada, niña bo... princesa —Se contuvo —, ¿Tú crees que si yo pensara que está en riesgo, estaría aquí contigo? —Eran palabras duras, pero las hizo sonar como poesía.
Tenía razón, había visto como el dios miraba a su esposo y dudaba que fuera a permitir que muriese así sin más. Su respiración poco a poco se fue sosegando, le ardía la garganta, el pecho también y las lágrimas caían.
—Eso es... Tranquila, está todo bien, tranquila... Muy bien, así princesa —Susurraba mientras los dedos se le perdían entre hilos platinos y hasta lo vio sonreírle. Una sonrisa que llamaba a la calma, al reposo. —. Lo haces muy bien, ahora respira conmigo.
Hermes inhaló profundamente y luego exhaló, así que eso hizo Andrómeda. No sabría decir cuánto rato estuvieron haciendo eso, pero de algún modo el aire volvió a ella y pudo respirar con normalidad de nuevo, aunque todavía estaba muy angustiada y la cabeza le dolía a rabiar. No dijo nada aún porque no le salió la voz, pero dedicó una mirada agradecida a aquel Dios, esperaba que lo entendiese. Él la miró de vuelta con desdén.
—Te dije que no morirías —Insistió. —, ¡Por cierto! Tienes el tabique nasal desviado de manera atroz, con razón te quedas sin respiración a la brevedad y cuando duermes respiras como una morsa agonizando —Dijo y se puso a rebuscar en su zurrón, de ahí comenzó a sacar todo tipo de artículos, que Andrómeda estaba segura de que no cabían en ese pequeño bolso. Incluso lo vio sacar una ánfora, ¿Cómo había metido eso ahí? —¡Aquí!
Lo vio sacar leños y con dos piedras hizo fuego, Andrómeda trató de detenerlo, el cuarto estaba hecho de madera y prendería. Alzó la mano para llamar su atención pero el Dios la miró y la ignoró por completo, y el calor invadió aquella pequeña estancia. Sorprendentemente nada se quemó, ni siquiera los leños, sin embargo podía ver la llama bailar con sus tonos rojos y anaranjados. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo hacía fuego que no quemaba ni siquiera los leños? Estaba boquiabierta.
Entonces el dios puso una pieza de hierro sobre la hoguera y encima una tetera mientras tarareaba. De paso se acercó a Andrómeda, tomó su mentón y le cerró la boca, luego volvió junto al "fuego" y al poco, sacó de su zurrón dos tazas porque parecía que cualquiera cosa podía salir de ahí. Sirvió en estas lo que fuera que hubiera en la tetera y extendió una a la princesa.
—Bebe.
Ella tomó lo que le ofrecía aunque con ciertas dudas, lo olió primero, era azafrán. Hermes le estaba ofreciendo un té de azafrán que decían era bueno para los nervios. Su corazón se sintió tibio. No entendía nada, ¿Por qué estaba siendo agradable con ella? Primero la salvó, aunque no tendría por qué haberlo hecho, es más, si ella hubiera muerto, ¿Acaso no podría él tener a Perseo solo para él, que era lo que parecía deseaba? Y ahora, sí, seguía las órdenes de su esposo. Pero él dijo "Llévate a Andrómeda", no le escuchó decir "Cuídala".
Otra vez estaba boquiabierta y cuando el dios la miró de nuevo con aquellos ojos grises bañados con un halo dorado, se dio cuenta de que debía bajar la cabeza y eso hizo entre confusa y aterrada.
Hermes vio a la princesa bajar la cabeza y sonrió leve, le pareció gracioso. Literalmente ella lo había estado mirando a los ojos desde que llegaron e incluso lo había tuteado y ahora de repente bajaba la mirada. Se le hizo cándido, entrañable y por eso sonrió un poco más mientras tomaba su taza de té.
—¿Por qué me salvasteis? —La escuchó decir de repente, ella sostenía la taza con ambas manos.
¿Por qué? No lo sé Se dijo a sí mismo. ¿Lo había hecho por Perseo? Pero él no pensó en él en ese momento, solo veía a la princesa hacer la tontería más grande de su vida, empuñando una espada que ni siquiera podía levantar y pensó Es un pato, un pato feo, feo mientras se tambaleaba de un lado al otro. Le hizo gracia, apreciaba el humor tonto y caricaturesco.
Pero luego le hirvió la sangre de repente y tuvo que matar a un par de personas, y eso fue todo. No recordaba haber pensado en el semidiós en absoluto. No recordaba haber pensando nada ni siquiera, sólo le entraron ganas de destruir y eso hizo.
—Por Perseo. —Dijo y se encogió de hombros.
—No lo entiendo —Empezó ella de nuevo, la muy maldita no estaba bebiendo el té que le había preparado —. ¿No sería mejor para vos si yo no existiera?
—La verdad sí —Contestó sin pensarlo demasiado —. Pero ahora existes y si mueres sería un problema para mí.
Era cierto que si Andrómeda moría, Perseo lloraría y conociendo a los humanos sería un trauma de por vida. Le daba pereza pensar en ello, a decir verdad, aunque él no había salvado a la princesa por ello. Sin embargo, lentamente comenzó a creerse su propia mentira.
La vio fruncir el ceño y encogerse sobre sí misma afligida, Hermes quiso ser incluso más cruel, pero se acordó de su tía Hestia de repente. Cuando él le contó sobre la princesa, porque le contaba todo, lo regañó. Ella dijo:
—¡Así no es como se trata a las mujeres! ¡Si sigues así haré que te crezcan orejas de burro y que cada vez que mientas de tu boca solo salgan rebuznos! —Dijo ella mientras le tiraba de la oreja.
Hermes se quejaba y trataba de huir pero su tía, la diosa del fuego en el hogar, era muy fuerte y hasta juraría que le quemaba la oreja.
—¡Pero! ¡Pero! ¡Es que ella me ofendió primero! —Se quejó él, pero ella le tiró incluso más.
—¡Tanto da! ¡Un caballero no hiere los sentimientos de una dama! ¡Nunca! ¡Bajo ningún concepto! —Le gritó de vuelta.
Hermes lloriqueaba un poco pues no le gustaba ser regañado y además parecía que su tía le arrancaría la oreja de cuajo.
—¡Pero es mortal! —Alegó.
—¡Como si es una vaca! ¡Todos los seres vivos merecen respeto! ¡Tienen sentimientos! ¡No como tú! ¡Qué eres demasiado bruto! —Le gritaba ella, parecía haberse autoproclamado defensora de las mujeres. —¡Te voy a estar mirando! ¡Cómo te cace siendo grosero con esa pobre niña! ¡Te van a crecer orejas de burro!
Hermes se acarició la oreja, aun le dolía un poco aunque la quemadura ya no estaba y pese a que sospechaba que Hestia no lo vigilaría, aun le preocupaba.
—¿Por qué me odiáis tanto? No lo entiendo... —La escuchó decir.
Hermes suspiró.
—No te odio —Declaró y se sorprendió al darse cuenta de que no mentía. —. Sólo me irritas, y si sigues haciendo daño a Perseo, entonces me lo voy a llevar y no lo verás nunca más. —No fue una amenaza y tampoco estaba siendo cruel, sólo anunciaba sus intenciones.
No, no odiaba a Andrómeda. Al principio sí y quiso ver su fin, pero eso sólo era porque no le gustaba que nadie tocase lo suyo. Una vez aceptó que había ciertas cosas que él no podía darle a Perseo, comenzó a pensar que podía ser hasta positivo aunque seguía sin entusiasmarle. Sin embargo, no le agradaba cómo ella lo trataba y realmente no era necesaria. El semidiós podía tener hijos con cualquier otra mortal, si ella no era adecuada pues le buscaría otra y mejor.
—¡No! —Gritó Andrómeda y otra vez se atrevió a mirarlo a los ojos —¡No puedes hacer eso! ¡Yo quiero a Perseo! —Se llevó una mano al pecho.
Hermes entrecerró los ojos, analizó sus palabras, su expresión. Desearía que estuviera mintiendo, no parecía el caso.
—Uff... Pues a mí no me quieras, ¿Eh? —Negó con la cabeza, si iban a quererlo como ella, pues ojalá que nadie lo amara. Andrómeda lo miró confundida. —, ignorándolo, menospreciándolo, siendo altiva y rechazándolo, ¿Es así como amas? —Dijo, sentía desprecio. Perseo se merecía algo mejor.
Él amaba a Perseo, Andrómeda sólo lo tenía a su lado porque le era conveniente. Así lo veía. Él trataba de quererlo y desde que ella estaba se había tenido que esforzar más para que él estuviera bien y se sintiera amado y deseado y todas las cosas que ella no le daba. Todo sería más fácil si él sólo se fijara en Hermes.
—Pero... ¡Yo no lo he rechazado! —Ella hizo una mueca de angustia, y Hermes le gruñó.
Se llevó una mano al entrecejo, realmente era una niña tonta y boba, no se había equivocado en su primera impresión.
—Es cierto que no ha salido de tu boca una respuesta a Perseo —Le reconoció porque eso era cierto. —, pero déjame decirte que "no hacer nada" también es una respuesta, el silencio es una respuesta, alejarte es una respuesta.
Andrómeda abrió los ojos ligeramente con sorpresa y luego bajó la mirada de nuevo con el semblante oscurecido.
—Yo... Solo no sé cómo acercarme a él... —Dijo la mano que tenía en el pecho, retorció la tela con nerviosismo. —... Yo... Quisiera que todo fuera más despacio... Todo sucede tan deprisa... Y él es tan... intenso, siento que si me acerco... Me comerá. —Sus ojos vidriosos.
No fue mucha, pero Hermes sintió algo de empatía. Era verdad que Perseo era bastante intenso, demandante y autoritario, intentaba serlo con él pero no le dejaba, al dios no le molestaba eso así que lo dejaba ser. Aunque cabía destacar que lo había visto con Andrómeda, y era mucho más suave. Aun así, algo lo molestaba.
—¿Tú crees que Perseo es una persona racional como tú?
—¿Cómo? —La vio parpadear varias veces —¿Por qué la pregunta?
—Responde —Insistió —, ¿Crees que Perseo es una persona racional como tú?
—Pues... Sí —Se encogió de hombros.
No creía lo que iba a hacer, realmente tenía intención de ayudar a una estúpida humana a flirtear con SU novio, era muy raro. Ni siquiera ella le agradaba para Perseo, quería buscar a alguien mejor o pedirle a Hefesto que lo ayudara a crear una mujer perfecta como lo fue Pandora[1] en su momento.
—Entonces, ¿Por qué no hablas con él? —Le sugirió. —No lo sé, igual es que yo soy muy tonto, y no sé taaaanto como tus amigas que lo saben tooooodo sobre los hombres. Ellas como que han conocido a cuatro paletos y claro, ya lo saben toooooooooodo. ¡Yo no! Yo no sé nada, a mí no me escuches —Dramatizó, cuando estaba molesto tendía a volverse sarcástico y teatral. —¡No sé! Si es una persona racional, lo mismo él puede llegar a entender que eres lentita como una tortuga. A lo mejor hasta le parece tierno, porque es tontísimo y le vuelven loco las chicas lindas y puras como tú.
Andrómeda lo miró boquiabierta de nuevo y luego se ruborizó.
—¿Vos creéis que soy linda?
Esta vez fue Hermes el que parpadeó varias veces, la pregunta realmente lo pilló con la guardia baja. ¿Cuándo? ¿En qué momento él había reconocido que ella era linda? Miró aquellos ojos multicolor posados en los suyos, ¿Por qué tenía otro cachorro tocando a su puerta? Él ya tenía uno. No necesitaba dos. Además creía haberle dejado claro a esa mortal que no tenía interés en ella.
—¿En serio, Andrómeda? ¿En serio me estás poniendo ojitos? —Arqueó una ceja.
—¿Qué? ¡No lo hago! —Bajó la mirada de golpe.
—Lo haces. —Insistió.
—¡Te digo que no!
—Pues yo te digo que sí
—¡Y yo que no!
—Y yo que sí
Andrómeda le gruñó y Hermes arqueó una ceja, ¿Qué hacía esa mortal? Pues le gruñó de vuelta.
—¡A mí me gusta Perseo! No vos. —Volvió al ataque.
—Lo mismo.
—¡Pues vale! —Respondió ella irritada
—Bien —Se cruzó de brazos.
Se había cansado de la discusión y de la niñata impertinente así que se fue a buscar el espejo que Zeus le regaló y que le permitiría ver cómo le estaban yendo las cosas a Perseo.
Pandora[1]: Fue la primera mujer humana y Zeus la mandó crear a Hefesto y además persuadió al resto de dioses para que le otorgasen sus dones, de modo que ella fuera la mortal más perfecta jamás conocida. Todo con el deseo de vengarse de Prometeo, quien lo había traicionado, la usó para seducir al hermano de Prometeo y además a ella le otorgó una ánfora que contenía todo el mal del mundo, enfermedades, muerte, desesperación...
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¡Holaaaaa! ¡Holaaaaa! ¿Cómo estáis? ¡Hoy si hay capítulo! No estaba muy convencida de cómo quedó, pero bueeeeeeeno y se me alargó muchísimo y no pude poner lo que sucedía con Perseooo, ya en el próximo capítulo, vamos a por él. Estoy intentando construir cosas, la verdad, pero no sé si me está quedando bien AAAAAAAAAAAAAAAH
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