Capítulo 2-Jugando con fuego

El valeroso y joven Perseo siguió su camino con la única compañía de su noble corcel, Aesop, al cual llamó así por el escritor del cuento de su infancia "La liebre y la tortuga"[1]. Su fiel amigo cargaba el carro que a su vez lo contenía a él, apenas eran cuatro tablones de madera que Polidectes había tenido la bondad de cubrir con una lona, ya que veía innecesario proporcionarle un vehículo en condiciones a alguien que emprendía una aventura suicida.

Perseo estaba seguro de que lograría aquella gesta sobre todo ahora que sabía que los ojos de los divinos estaban puestos sobre él y hablando de dioses... A Atenea casi no la veía últimamente, pero tampoco era extraño porque solía aparecer en momentos cruciales para darle alguna indicación o pista sobre cómo continuar su aventura. En cambio Hermes... Ese tipo, por llamarlo de algún modo, aparecía de la nada a cada rato y se esfumaba del mismo modo, era raro que pasase un día entero sin hacer acto de presencia. Lo veía siempre, aunque a veces sólo apareciera para decirle «Yo no iría por ese camino» y se marchara. En ocasiones en un acto de rebeldía desoía sus consejos y normalmente acababa de forma catastrófica para él (razón por la que casi siempre le obedecía), en esos momentos le parecía escuchar al viento susurrar con la voz del dios:

«Tonto más que tonto»

Su destino se encontraba en el norte de Tracia más allá del océano donde se encontraban las tierra hiperbóreas. Había viajado hasta África para averiguar la ubicación de Medusa y ahora tenía que regresar a Grecia, parecía un maldito chiste. Habría estado bien si Atenea le hubiera dicho desde el principio dónde estaba el escondite de las gorgonas, en lugar de conducirle hasta las grayas y que estas a su vez le condujeran a las ninfas y así hasta darse cuenta de que tenía que deshacer todo el camino otra vez.

Estaba agotado, Aesop también lo estaba, debía cuidar a su caballo si es que no quería hacer el camino a pata por lo que soltó al corcel, sabedor de que no le abandonaría y se fue en busca de un lugar en el que guarecerse.

No le gustaban los bosques de África, sentía que el calor se le pegaba al cuerpo y por más ropa que se quitase se sentía húmedo como si la sensación se le metiese por dentro. Era peor de noche cuando el frío le calaba hasta los huesos y por más pieles que se pusiera encima el helor no lo abandonaba. La naturaleza también crecía alta, indómita y salvaje. En especial le llamaban la atención una especie de árboles altos y alargados con el tronco al desnudo cuyas ramas tenían forma de abanico y daban un fruto que Atenea le dijo que perforando la piel con un cuchillo podía beber de su líquido como si de agua se tratase, pero no le gustaba el sabor. Ella lo llamó coco.

No me gustan los jodidos cocos había pensado en su momento, el agua sabía rancia y la molla por más que la masticaba se le hacía bola en la boca, pero le alimentaba que era lo que contaba. Por no hablar de la fauna, parecía que todo allí podía matarle, incluso los más diminutos animales tenía que ir con mil ojos. Hermes le advirtió que tuviera especialmente cuidado con los sapos de colores llamativos y sobre todo que no se desviase demasiado del sendero marcado (Tenía sentido teniendo en cuenta que era el dios de los senderos).

Encontró un refugio, una pequeña cueva, que no era profunda pero que serviría y montó allí su pequeño campamento. Hizo la fogata y se sentó alrededor a comerse la carne seca que todavía le quedaba, no obstante, pronto se le acabaría y tendría que repostar o cazar y aún le quedaban varios días de viaje hasta la siguiente población. Cuando hubo cenado, se cubrió con piel curtida de oso y dejó que Morfeo le mostrara sus designios oníricos.

Soñó con su hogar rodeado de los lujos con los que allí era colmado, luego con su madre y sus brazos protectores que le llenaban de tanta calidez, después a una hermosa mujer encadenada a un roca que no había visto en su vida y que hizo que el Perseo de sus sueños pensase: Debe de convertirse en mi esposa pero de repente apareció una bestia atroz. Estaba a punto de llegar al fondo de aquel asunto cuando empezó a sentir algo muy real, como una cosa se arrastraba por su cuerpo e iba subiendo lentamente, eso le alteró, pero el grito que vino después fue lo que le arrancó de los brazos de Morfeo.

—¡Cuidado! ¡Esa serpiente es mortal!

Perseo profirió un grito espantado y agarró a la criatura en cuestión tratando de arrancarle la vida y así salvar la propia, entonces se percató de que crujía demasiado y no se quejaba. Se miró las manos y lo que encontró entre estas fue una rama, allí no había ninguna serpiente. Sus sospechas se confirmaron cuando Hermes, quien había dado la voz de alarma, estalló en carcajadas.

El semidiós entrecerró los ojos y apretó los puños conteniendo la ira, el dios mensajero siempre se reía a su costa, no había día que no le gastase una jugarreta y él tenía muy mal despertar.

—¡Menudo gesto! ¡Ojalá poder repetirlo siempre en mi memoria! —Incluso se le saltaron las lágrimas de la risa y tuvo que llevarse una mano a la barriga de tanto reír.

Hermes pasó una mano por sus cabellos cortos que eran del color del caramelo, tan vivo que daba brillo a su rostro de un blanco cálido y suave, intermedio; no tan pálido como él, pero tampoco bronceado. Sus ojos grises eran afilados y a Perseo le recordaban a los de un zorro, era alto y muy atlético, aunque seguía conservando la gracia en él, pues la belleza en Grecia tenía el rostro de la androginia.

—¿Por qué hacéis eso? —Le increpó Perseo, de tanto verle comenzaba a cogerle más confianza de la que debiera. Pese a todo, Hermes era bastante cercano.

—Porque me divierte. —Dijo y se quedó tan ancho.

—Pues a mí no.

—Pero a mí sí.

—Pero a mí no.

Hermes entrecerró los ojos hasta que estos formaron apenas una línea.

—¿Qué insinúas? ¿Acaso piensas que no tengo sentido del humor? ¿Es eso, Perseo?

El semidiós tuvo escalofríos y no de los buenos precisamente, gotas de sudor frío comenzaron a bajar por su cuerpo.

—Ahh... ¡Qué va! ¡Sois hilarante, Hermes! ¡El más agudo de entre todos los dioses! —Trató de contener su ira divina. Se comenzó a reír como un descosido esperando sonar convincente. —¡Yo realmente adoro tus bromas! ¡Me encanta que me despierten de modo que me provoquen un infarto! ¡Es súper divertido! Es como no sé, a todo el mundo le gusta despertarse con expectativa de morirse.

—¡Sí! Eso pensaba —Dijo de pronto más animado y sonrió de oreja a oreja.

La sonrisa de Hermes era difícil de describir, era... Magnetizante, poseía tanto carisma que por muy enfadado o molesto que estuviera con el dios, cada vez que sonreía Perseo se quedaba tan alelado que olvidaba por completo el motivo de su ira. Era extraño, porque por momentos sólo deseaba estrangularle hasta que las cuencas se le salieran de los ojos, pero aun así seguía queriendo agradarle y conseguir que le prestara atención.

—¿Qué os trae por aquí, su divina eminencia? ¿En qué puedo serviros? —Decidió preguntar mientras se frotaba los ojos.

—Sólo Hermes, cuando yo desee que me adules te lo pediré y lo harás, ¿O no? —Dirigió su severa mirada al semidiós y comprobó que este asentía enérgicamente con la cabeza. — Buen chico, te traigo el desayuno.

A estas alturas ya le daba igual que Hermes le tratase como si fuera su chucho maloliente, sentía que si le llevara la contra no viviría mucho tiempo más y él de verdad quería tener descendencia, al menos un hijo.

—Os lo ruego, decidme que no es coco... —Juntó las manos a modo de súplica, el dios rio y negó con la cabeza.

—Pensé que querrías un poco de variedad en tus comidas. —Observó él y se dedicó a analizar la reacción de su semidiós favorito.

Hermes encontraba divertido y entrañable al joven Perseo. Tenía unas reacciones muy genuinas, razón de más por la que no podía evitar querer molestarle cada vez que de uno de sus entregas  podía escabullirse para ir a verle. Era muy gallardo con todo lo que esa palabra abarcaba y quería que fuera suyo a cualquier costo. Y lo será se dijo.

—¡Lo quiero! ¡Lo quiero! —Exclamó él, todavía no sabía qué era lo que el dios traía y ya estaba salivando. De repente, entrecerró los ojos. —... Un momento, si lo acepto, ¿Entonces qué tengo que daros a cambio?

Sin duda, Perseo era de entre todos los mortales, el más agudo que jamás había conocido.

—Deseo tu compañía —Confesó y se apresuró a añadir algo más —, no he tenido tiempo de desayunar. —Mintió.

No es que Hermes tuviera la necesidad de darle explicaciones y menos de mentirle, era sólo que Perseo se ponía realmente tenso e impenetrable (en todos los sentidos de la palabra) cuando él trataba de acercarse a él de forma más íntima. Así que sólo estaba pico y pala acercándose a él, todo formaba parte de un intrincado plan en el que se aproximaba por fases, incluso las constantes bromas estaban incluidas. A parte de que era divertido molestarle, también generaba una falsa sensación de seguridad en el semidiós como si pensara que por el hecho de que el dios le hubiera hecho "la maldad" del día ya podía relajarse, que era lo que en realidad buscaba él.

—Sería un honor para mí —Dijo y se sentó alrededor de la fogata extinguida. —¿Y bien? ¿Qué portáis en ese cesto? —Añadió, pese a que tratase de ocultarlo se le veía muy emocionado, él realmente debía odiar los cocos.

—A eso voy, querido Perseo —Con parsimonia tomó asiento a su vera pero a distancia prudencial.

Dejó la cesta entre ambos y comenzó a sacar comida, tampoco había traído tanto porque deseaba agasajarlo, no inflarlo como un cerdo para luego comérselo. Portaba Hemiarton que era un dulce con forma de media luna en honor a Artemisa, estaba relleno de queso de las propias cabras de Hermes; Cereales a base de trigo y leche también de su rebaño. Un desayuno digno de un griego de clase acomodada (pues tampoco se iba a tomar la molestia de tratarlo a cuerpo de rey no fuera que se le intentase subir a la chepa, el muy maldito). Perseo seguía con la mirada cada alimento que sacaba y podía notar cómo se le hacía la boca agua.

—¿Y carne? —Dijo, se sentía carnívoro.

—¿Carne en el desayuno? —Arqueó una ceja Hermes.

Perseo le dirigió una mirada dubitativa y frunció los labios, dirigió su vista hacia arriba mientras acariciaba su barbilla, finalmente se encogió de hombros y asintió a las palabras del dios.

—Entonces, mañana venid en la comida. —Dijo.

A veces me pregunto si este mortal es sólo lindo o también increíblemente ingenuo se dijo Hermes. Pero me vale pensó mientras esbozaba una sonrisa de medio lado. Todo era más sencillo si el semidiós era receptivo, lo que fuera que quisiera lo tendría mientras Hermes lo codiciara y no implicara directamente tomar papel protagónico en su aventura. Los dioses no hacían eso.

—¿Mañana? —Se dio un golpecito en los labios como si meditara, no lo hacía. —Estaré ocupado. —Dijo, no era mentira, pero sólo lo dijo por hacerse el interesante en aquel tira y afloja.

—Por favor. —Insistió Perseo sin percatarse de que caía en sus redes.

Hermes siguió "meditando" como si hiciera vista de todo lo que tenía que hacer (que en realidad era toda una Odisea[2]), no obstante, cuando él quería hacer algo siempre encontraba el tiempo y el modo. Ya eran siglos trabajando como mensajero y tenía sus formas.

—Está bien, ya que me lo pides, trataré —Le concedió. —, mas no lo des por hecho. —Añadió pues debía conservar el misterio.

A los mortales les gustaba creer que su insignificante existencia podía alterar en lo más mínimo la agenda de un dios, eso los volvía locos, se preguntaban "¿Seré yo tan importante para que un Dios cambie sus planes por mí?" La respuesta era no, pero no tenían por qué saberlo. Así que le dejó pensar que la idea había salido de él y la influencia de Hermes no tenía nada que ver.

Perseo le sonrió, no sonreía tan a menudo, pero cuando lo hacía se le iluminaba el rostro y parecía mucho más jovial de lo que ya era. Era un fenómeno digno de admirar y le ponía los dientes largos.

—También traje vino.

—¡Vino! ¿Acaso he muerto y estoy en el Hades?

—Pues espero que no. —Comentó socarrón, eso significaría que él también estaría muerto y no lo creía posible de momento. —Comed, debéis apresuraros en vuestro viaje, hijo de Zeus.

—A vuestra salud, pues. —Dijo y comenzó a comer.

Se dio cuenta de que era mucho más educado y comedido en su presencia. Había observado a Perseo entre las sombras y más que comer, engullía. Aww quiere causar buena impresión, ¡Es un bebé tierno! se dijo el Dios, su rostro impasible. Todos los mortales eran bebés para él, tanto le daba el que era de 16 como el de 40 no es como si hiciera distinción.

Hermes picoteó aunque poco porque no le gustaba comer delante de los humanos, pero a nadie le agradaba que le observasen mientras comía por lo que hizo el paripé. Nunca había visto a nadie tan feliz por comer debía de apasionarle en demasía. Le complacía.

Perseo no dejó ni una miga, debía estar hambriento y luego recostó la espalda contra una roca, parecía muy relajado. Eso le gustaba, pero no tanto. Era importante que se sintiera a gusto con él, mas no lo suficiente como para que empezara a verle como su amiguito del alma, no iba por ahí la cosa. Así que actuó.

—¿Sabes, Perseo? No he podido evitar fijarme en que eres un joven muy apuesto. —Comenzó el acercamiento.

Perseo le miró con extrañeza al principio para terminar de encogerse de hombros como si nada.

—Ya. Lo sé.

Tremendo engreído pensó Hermes, un dios le estaba halagando y lo tomaba como cualquier cosa. Realmente debía amarse mucho.

—Seguro que en Serifos no te faltan pretendientes. —Continuó y como él no se mostraba incómodo, fue acercándose a él salvando la distancia prudencial.

—Sí, muchas. Es difícil ser yo y recibir tanta atención. —Comentó mientras se amorraba la botella de vino como todo un alcohólico.

Era cierto, Perseo tenía cola de mujeres tocando a su puerta, ¿Les hacía caso? La mayoría de veces no, porque tenía dónde escoger y se quedaba con lo mejor pero hasta eso comenzaba a aburrirle. Esas chicas realmente besaban el suelo por donde pisaba, no suponía ningún desafío pues era como si no tuvieran alma. Era tedioso pero para un rato bien le valía cualquiera y no negaría que en realidad sí le gustaba recibir tanta atención.

—Entonces... —Escuchó decir a Hermes y se sorprendió porque su voz sonaba demasiado cercana, ¿Cuándo se había acercado tanto si hacía rato había una buena distancia entre ellos? —. Supongo que ya habéis sacado de paseo a vuestra pitón e ido a introducirla en el templo de Delfos...[2] —Susurró, su voz sonaba sibilina y arrulladora el sonido se coló en sus oídos y mandó escalofríos a su cuerpo. No es que no hubiera entendido, es que no quería pensar que había acertado en sus deducciones así que buscó otro significado más rebuscado a sus palabras, creyendo que lo que el dios quería era darle un mensaje más sofisticado. 

—¿Cómo...? ¿No que la Pitón estaba muerta? ¿Hay otra? ¿Apolo desea que le de muerte y la meta en su templo? —Repuso con sorpresa pues creía haber dejado claro que no era un héroe, tan sólo quería matar a Medusa y volver a casa.

Más aún, Hermes estaba demasiado cerca, sus rodillas rozaban y tenía el rostro girado hacia él hasta el punto de que su voz le vibraba en el oído. Lo estaba viendo por el rabillo del ojo porque como se atreviese a girarse poca distancia habría entre su rostro y el del dios, por eso miraba hacia el frente tenso como el palo de una escoba.

Ay no no no no no se dijo, estaba tan nervioso que el aire apenas entraba por sus pulmones, cada vez que el mensajero se acercaba de ese modo él quería huir. Él corazón le latía desbocado, ¿Era miedo? No se sentía del todo así, su cálida respiración le cosquilleaba lo que para él se traducía en escalofríos.

Quita, quita, quita, que alguien me lo quite. Padre por favor, controla a tus hijos le rogó.

—No, tontito —Susurró de nuevo y dejó una leve caricia en su brazo —, me refiero a si has consumado ya tu juventud con una dama de tu agrado.

Perseo se erizó mientras luchaba contra la tentación de girarse pues se preguntaba qué clase de expresión estaría haciendo Hermes, pero eso era demasiado arriesgado. Más bien debía trazar una ruta de escape.

—¿Cómo...? —Repuso sorprendido, no es que no le hubiera entendido, es sólo que le sorprendía que quisiera saber sobre eso.

—Que si has tenido sexo... —Concretó el Dios y de pronto sintió como su brazo le rodeaba los hombros y se posaba en su mejilla, lo siguiente que supo es que le obligó a girar el rostro y no tuvo más remedio que enfrentarle.

Había tan poco espacio entre ellos que podía sentir su respiración golpearle contra la boca. Hermes le miraba serio, los ojos entrecerrados, los labios entreabiertos y de alguna forma fue demasiado para él. El rostro le ardía, desconocía esa sensación, también tuvo sudores. Se percibía débil frente a aquellos ojos grises que parecían ver en su interior. Estaba tentado de formas que ni comprendía.

¡Resiste! ¡Eres Perseo! ¡Puedes con esto! se dijo a sí mismo y tragó saliva. Nunca se había puesto tan nervioso cuando otras se le acercaban tanto, esto no era propio de él, no entendía qué estaba pasando. Trató de no ver a Hermes, puso sobre su rostro el de una aldeana cualquiera y funcionó.

—No creo que sea de vuestra incumbencia... —Carraspeó.

Toda su determinación se fue al traste cuando aquella aldeana rio con la voz de Hermes e inevitablemente recordó con quién estaba tratando.

—Si no quieres decirme... —Susurró.

La mano que se encontraba en su mejilla trazó un camino hasta su hombro y él sintió aquellos dedos de terciopelo acariciar la piel de su cuello y tuvo que pensar en sangre y podredumbre para no dejarse llevar.

—... Entonces, le preguntaré a tu cuerpo y él será más sincero que tú —Terminó de decir.

Hermes tan solo jugueteó con el tirante de su chitón pero fue suficiente para que Perseo lanzara una exclamación y se apartara bruscamente de él, el rostro en llamas.

—¡Acabo de recordar que tengo que hacer algo importante! ¡De vida o muerte! —Casi lo gritó con cierto histerismo.

Dirigió una mirada furtiva a Hermes sólo para comprobar su situación, estaba serio pero no parecía furioso por lo que probablemente todavía viviría un día más.

—¿Se puede saber qué es lo que tienes que hacer tan importante en medio del bosque? —Arqueó una ceja el Dios.

Para cuando le formuló la pregunta el semidiós había echado pies en polvorosa y ya se encontraba en la entrada de la cueva, tuvo que girarse hacia él porque no podía ignorar a un Dios y menos si este le hablaba.

—Yo... eh... ¡Es complicado! ¡Es que tengo un enorme problema que...! —Enmudeció al ver lo que Hermes hacía.

El dios le miró de arriba a abajo y se detuvo al llegar más abajo de las caderas, después esbozó una sonrisa juguetona.

—Ya, ya lo veo, aunque yo no lo llamaría "enorme" —Comentó él provocando que Perseo se cubriera con las manos — y... ¿No quieres que te ayude? Tengo buena mano para esa clase de problemas.

—¡No! —Gritó alertado por la sola posibilidad —¡Es un problema que debo solucionar yo mismo!

Hermes estalló en carcajadas y se llevó una mano a la boca para contenerse.

—Ya veo... Llámame si cambias de opinión —Le guiñó un ojo.

Perseo pensó que precisamente no necesitaba esa clase de gestos para calmarse. Por suerte, en un pestañear el dios mensajero se había evaporado en el aire.

La liebre y la tortuga[1]: Según he encontrado el cuento de la liebre y la tortuga fue escrito originalmente en griego por alguien llamado Esopo, por lo que el cuento que todos conocemos es una adaptación de esa historia, pero no he podido encontrar el documento original.

Odisea[2]: Poema de 24 cantos compuesto por Homero que narra la vuelta del héroe Odiseo tras la guerra de Troya. Normalmente cuando alguien dice que algo es una "Odisea" se refiere a que es una aventura complicada, larga o increíblemente difícil.

La pitón y Delfos[3]: Pitón era una criatura sagrada engendrada por Gea (La tierra) con forma de serpiente, que vivía en una gruta cerca de Delfos hasta que Hera la mandó para acabar con la vida de Leto y de sus hijos Apolo y Artemisa. Apolo le dio muerte y se apropió de sus dominios donde estableció el Oráculo de Delfos.  


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¡Hola! ¡Holaaaa! Actualizo rápiditooo!!! jeje este capítulo es un poco picante!! o eso creo, la trama va dando tumbos un poco, espero que no os moleste!!! Por ejemplo el siguiente capítulo está cargado de dramita a full jajsjas, pero sobre todo COMEDIA, o esa es la intención.

Decidme! que os va pareciendo? Os gusta Hermes o nah? Y Perseo qué tal??


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