Capítulo 19-El prometido

Aquella noche no soñó nada, lo cual estaba bien porque necesitaba reposo, pudo dormir y dar a su mente el descanso y la paz que necesitaba. De hecho lo despertaron unos suaves toques en la puerta y no eran muchas las posibilidades, era Phaidros o Andrómeda, no había de otra. Estaba de mejor humor y reconocía que ayer se llenó de pesadumbre y de impaciencia y lo había pagado con todos. A veces era así, cuando se deprimía o estaba frustrado la emprendía con quien fuera. Alguna vez incluso su madre había sido víctima de ello, atacaba y no miraba a quién, ahora se sentía un poco culpable aunque lo que decía, lo decía en serio.

Era doloroso querer y no ser correspondido pero tampoco tenía motivos para ponerse así, al corazón no se lo controlaba y si no amaba, no podía forzarse.

—Pasa.

Andrómeda pasó como pudo, llevaba una bandeja y al parecer le traía el desayuno a la cama. Se ablandó, debía haberle hecho sentir realmente mal la pasada noche, cuando ella solo trataba de ser amable. Ella era muy gentil con todos, la había visto abrazar a niños deformes y a ancianos e incluso trabajar en comedores sociales (que era una cosa que él no había conocido hasta ahora). Sus padres no aprobaban ese comportamiento, ella lo hacía igual.

Ayer estaba muy hermosa, cabía destacar, maquillada como si fuera una adulta pero le gustaba más al natural, con sus facciones aniñadas y las rubias pestañas salpicando de blanco sus ojos multicolor.

—Buenos días, Perseo —Le dijo ella, una sonrisa tímida en su rostro —. No te despertabas y pensé que querrías comer algo puesto que ayer no cenaste.

Ella dijo algo, pero allí había comida a reventar y a juzgar por lo caliente que estaba parecía recién hecha, debía haberse levantado temprano para cocinar todo eso. Se derritió un poco, ninguna chica le había preparado el desayuno y menos después de ser grosero, ahora quería besarla.

—Andrómeda... —Alargó la mano hasta ella pues su corazón se sentía conmovido pero recibió un manotazo y no delicado precisamente.

Ese fue Phaidros, obcecado en Andrómeda, no lo vio llegar.

—Nada de contacto físico, aún no sois marido y mujer a los ojos de los dioses. —Negó él.

Perseo le gruñó y fue un sonido gutural que hizo que el joven se alejara un poco pero aún se mantuvo altivo frente a él.

—Miraaa, como me vuelvas a tocar, te ensarto en una lanza y te ofrezco a los dioses. —Amenazó, Andrómeda se rio un poco aunque él no bromeaba.

—No puedes, tengo el amparo del dios del sol. —Dijo orgulloso.

—¿Qué vas a tener tú el amparo de un dios, mocoso? —Arqueó una ceja —. Si no sabe ni que existes, ¿Acaso lo has visto alguna vez?

Phaidros abrió la boca para alegar algo, pero nada salió de sus labios, ni el más leve sonido. Perseo se sonrió, no era especialmente engreído o arrogante pero siempre disfrutaba poniendo en su sitio a tipos demasiado petulantes.

—Yo sí lo he visto —Dijo, ahora era él el que alzaba el mentón con orgullo —, y era tan hermoso que si lo vieras ya no querrías conservar tu pureza, te lo aseguro. Su belleza era tal que sentía que me quemaba la retina, y estaba él con su dorado cabello que se retorcía con gracia en caracolas dando sentido a lo que un rizo es. No esta cosa fea que tengo en la cabeza yo que a comparación parece heno retorcido sin gracia. Sus ojos eran cristalinos como un arroyo y susurraban palabras de amor, incluso a una cosa deforme como lo soy yo, y su piel parecía besada por el sol como si de un celoso amante se tratara. Yo pensé que moriría pues alguien como yo no está preparado para tanta belleza.

Phaidros y Andrómeda lo miraban boquiabierto, él mismo se había ruborizado ante aquel recuerdo. Lo vio un instante mientras agonizaba debido a veneno y la fascinación le duraba todavía. Se apresuró a añadir por si su celoso amante le escuchaba:

—Por supuesto, Hermes es incluso más hermoso.

Phaidros dio un salto atrás, tuvo la misma reacción que su hermana mayor cuando él mencionó que era hijo de Zeus.

—¿Qué haceees, necio? ¿Cómo te atreves a decir el nombre de un dios así sin más? Que nos matará a todos. —Repuso aterrado.

Perseo se rio, le pareció dulce su reacción.

—Puedo decir su nombre cuando quiera pues es mi amante.

El clérigo negó con la cabeza no dando crédito y miró a su hermana quien asintió con la cabeza y no le quedó otra que creerse lo que decía. Phaidros ya no lo molestó más a partir de ahí. Incluso se salió del cuarto y lo dejó comer tranquilo, Andrómeda también se fue para arreglarse y Perseo se quedó solo de nuevo.

Estaba de mejor humor, ayer realmente se vino abajo, no era tan usual en él pues se caracterizaba por ser positivo pero a veces le sucedía. Imaginaba que como a todos, mas hoy se sentía lleno de vitalidad y el desayuno que Andrómeda le trajo podría haber resucitado incluso a un muerto. Qué linda, incluso se tomó tantas molestias por mí. Algo debo gustarle Se dijo.

A veces le sucedía, pensaba que ella sentía algo y luego se alejaba y le daba la impresión contraria. Perseo había tratado con otras chicas tímidas pero normalmente no eran tan esquivas ni complicadas, no entendía qué pasaba por la cabecita de esa princesa, y como no lo comprendía muchas veces lo tomaba como rechazo, ¿Lo era? No estaba seguro.

Por lo menos hoy ya se acababa la maldita ceremonia, cuando Hermes le dijo que casarse era aburrido, olvidó añadir que era insufrible también. Si es que con Andrómeda no resultaba, se negaba a volver a pasar por todo el calvario. De todas formas se vistió y asistió al último rito.

Por lo menos fue más corto que el anterior, tan solo hicieron una procesión en la que la familia de Andrómeda la acompañaba y cargaba su ajuar, todo al ritmo de un oboe. Llevaba mucho tiempo sin escuchar música y ahora de repente la escuchaba durante dos días, prefería las cosas en pequeñas dosis.

Luego hicieron otra pequeña fiesta, aunque era una excusa para que el padre de Andrómeda le contara sobre la dote que recibiría por desposar a su hija. No se lo podía dar en físico porque no creía que pudiera cargarse a los brazos todo ese oro sumado a todos los terrenos que iba a ganar, era fuerte pero no a ese extremo. El semidiós no había tenido tanto en su vida, no al menos que él pudiera considerar "suyo" como tal. Polidectes le dejaba muy claro que todo lo que le daba era prestado y en algún momento tendría que devolvérselo de una forma u otra.

Ahora tenía tierras y poder y no sabía qué podía hacer con tantas cosas, de hecho ni siquiera las quería, no se había casado con ella para recibir todo aquello. Le habría importado poco que fuera campesina y le pagasen con cabras o vacas. Era una sensación extraña, como un resquemor en la boca del estómago, quería su amor no su riqueza y parecía que eso sería lo único que no tendría.

Esta vez, ni se esforzó en acercarse a Andrómeda, buscó entre la gente alguien con quien relacionarse, mas apenas conocía a nadie. Estaba sólo en un océano de rostros que se le hacían vagamente familiares.

—Hey. —Una mano se posó en su hombro, reconoció la voz.

—¡Hermes! —Exclamó.

Perseo se abalanzó sobre él, prácticamente lo placó aunque su única intención fue abrazarlo. Sin embargo, Hermes no se movió del sitio, se quedó muy quieto. El semidiós cerró los brazos en torno a su espalda y cerró los ojos, sintió alivio de inmediato. Era cálido y siempre olía bien y por nada quería perderlo. Se alegraba demasiado de verlo, tal vez porque ayer se quebró y tocó fondo. Enterró la cara en su pecho cerrando los ojos.

Lo escuchó reír y poco tardó en rodearlo él también, llevó las manos a su cabello y lo acarició.

—Qué tierno, Perseo —Susurró, el tono que él empleó también lo fue, aunque lo notó extrañado, sus motivos tenía, normalmente él no era tan efusivo con Hermes. Le daba miedo subirle el ego más y que se aprovechara de la situación (siempre lo hacía), ahora no le importó. —¿Me echaste de menos?

Sólo había pensado demasiado, tuvo temor de perder a Hermes también por no ser todo lo honesto que podía ser.

—Sí...

Hermes depositó un beso en su coronilla y aunque fue tierno, lo notó inquieto a él también. Era extraño que no le hubiera dicho "no llevo dracmas encima" o "¿Qué vas a pedirme, Perseo?", que eran las frases que empleaba cuando él tenía un arrebato de amor. Era un poco desconfiado, ya lo decía su madre: "Cree el ladrón que todos son de su condición"

—Yo también —Confesó a media voz y Perseo alzó el mentón para mirarlo, no esperaba que fuera a decir eso. Su corazón se aceleró por momentos. Se encontró con los ojos grises del dios embargados de emoción. Entonces, se agachó hasta estar a su altura a pocos centímetros de su rostro. —. No sé qué es lo que estará maquinando ahora tu loca cabecita, Perseo —Dijo y le dio un suave toquecito en la frente con el dedo índice —, pero no voy a abandonarte, ¿Me oyes?

Perseo se quedó boquiabierto, ¿Cómo demonios sabía que tenía ese tipo de pensamientos? ¿Era vidente? Sin embargo se sintió tan conmovido que tuvo que tragarse como pudo las lágrimas. Trató de besarlo pero Hermes puso su mano delante.

—Aquí no —Susurró y aunque al principio se sintió frustrado se dio cuenta de por qué lo hizo. Estaban en medio de su boda con los padres de Andrómeda allí y el matrimonio todavía podía ser cancelado. —. Luego.

Perseo negó con la cabeza.

—Ahora —Insistió él —. Vamos a otra parte.

Le urgía mucho besarlo, abrazarlo y todo lo que implicaba ser amantes. La otra vez Hermes no le dejó besarlo, tal vez porque también quería hacerlo suyo pero eso era culpa del dios que lo había calentado tanto que lo llevó a la locura. Su amante fue complaciente esta vez y se dispusieron a perderse en los larguísimos pasillos del castillo a través de la puerta trasera. No fueron muy lejos pues Perseo no lo quiso, se aferró a su túnica atrayendo al dios hacia sí.

—Ya, ya... Qué impaciente —Se rio Hermes y le sonó más dulce que nunca, también sonreía y era extraño porque no había visto esa sonrisa antes. Era como si el dios luchara por no hacerlo, pero le saliera igual.

Perseo había visto ese tipo de sonrisa antes pero no en Hermes, mientras lo contemplaba embelesado, comprendió; aquellas chicas a las que un día amó, también le sonreían así como si lo adorasen y su sola presencia les placiera. Se ruborizó.

Ahora sí quiero besarlo Se dijo, no es que antes no quisiera, pero ahora era una necesidad. Llevó las manos a su cuello y se irguió para estar a su altura, al principio sólo se dedicó a adorar esa sonrisa con besos cortos sobre sus labios, loco de amor. Hermes rio un poco y trató de alejarse, pero aunque podía no lo hizo en absoluto. De hecho se alejaba y Perseo iba tras él por inercia y él acabó con la espalda contra la pared.

Ya no le quedaba más pasillo por el que huir, así que besó a Hermes suave, lento, únicamente dedicándose a saborearlo y sentirlo. Sus sentidos estaban muy despiertos y embargados de la calidez que se instalaba en su pecho cuando él estaba cerca, besarlo era ser consciente de que tenía muy metido al dios en él, enterrado bajo su piel y no podía evitar amarlo, ni quería tampoco.

Eran pocos los momentos en que se besaban sólo porque se amaban. Ambos eran muy sexuales y al final todo acababa entre jadeos, las otras veces era Hermes el que era cariñoso y Perseo el que se dejaba querer, rara vez se cambiaban las tornas. 

Pues ahora sólo quería quererlo un poco más de lo que lo hacía habitualmente y no sólo recibir su afecto, tal vez por eso él parecía tan extrañado y hasta, ¿Tímido? ¿Podía Hermes ser tímido?

Cuando Perseo se separó, Hermes lo miró con sorpresa, no entendía por qué el semidiós estaba tan cariñoso de repente, ni siquiera parecía que quisiera pedirle nada. Vio sus ojos, resplandecían como luceros del alba y lo miraba como si quisiera fundirse en él, con esos ojos verdes de cachorro abandonado.

¡Demonios! Es demasiado Se dijo al notar una sensación burbujeante en la boca del estómago. Hacía mucho tiempo que no se enamoraba porque trataba de verlo todo de forma fría y objetiva. Él simplemente no podía hacer eso si Perseo estaba alrededor de eso que quería analizar, se volvía subjetivo y pasional. Hacía mucho tiempo que no se enamoraba de mortales, era difícil para él pues sabía que eran efímeros. De este sí.

—Os amo.

De nuevo aquella sensación burbujeante, era insoportable, ¿Por qué Perseo tenía que ser tan lindo e intenso de repente? Hermes, que era templado, con el semidiós siempre ardía si no por una cosa por otra. Ahora se sentía molesto porque no controlaba su cara, no quería sonreír pero sonreía, no quería sentir amor y lo sentía. Era abrumador. Sobre todo cuando se suponía que él dominaba todas las expresiones de su rostro. Esta no.

—Ya lo sé. —Susurró, fue un ápice sólo pero se notó la voz como huidiza, tímida. ¿Estaba tímido él?

Perseo hizo un suave mohín y no quería seguir mirando su cara de cachorro, pero lo hacía como hipnotizado. Luego lo vio sonreír y poco después rozó los labios contra los suyos en actitud juguetona.

—Venga, decid que me amáis. —Susurró contra su boca, cariñoso pues sólo jugaba.

Más burbujeos.

—No...

Tal vez no sonó todo lo autoritario que podía ser, porque él siguió jugando como el cachorro que era. Perseo de nuevo rozó sus labios con los suyos y llevó las manos a su rostro llenándolo de caricias como si adorase cada milímetro de piel. Fue agradable, irresistible y abrumador. No entendía, Perseo no era así. Llevaba alrededor suyo cerca de un año y nunca había sido así, algunas veces era cariñoso pero ni por asomo tanto. Había olvidado que los mortales cambiaban de la noche a la mañana y sobre todo si estaban en etapa de crecimiento, y ahora estaba siendo tan lindo que no lo podía resistir.

Ese cachorro, le dio una suave lamida en el labio inferior, realmente se comportaba como uno. Hermes estaba permitiendo que un niñito jugase con él sólo porque era demasiado lindo y ahora no le salía ser todo lo autoritario que podía y trazar los límites.

—Venga, Decídmelo —Insistió él jugando. —. Sé que me amáis, vos lo sabéis también.

Eso era verdad, pero no lo diría ahora, ahora no o Perseo realmente se lo comería. Lo había intentado de muchos modos: siendo autoritario, tratando de seducirlo, haciéndole todo tipo de regalos. Nada de eso había funcionado con Hermes, que tomaba todo y además lo doblegaba. Ahora no podía hacer eso porque su cuerpo no se estaba comportando, sonreía estúpidamente y tenía cosquilleos en el estómago y en el pecho. Comprendió que ahora le daría cualquier cosa a ese cachorro. No le gustaba.

—He dicho que no.

Perseo rozó con la punta de sus dedos el contorno de su oreja y luego lo besó de nuevo, Hermes sólo se dejó llevar. Era muy intenso, siempre que besaba era como si lo hiciera con todo su cuerpo. Los humanos lo eran, vivían todo como si fuera el último día. El semidiós se apartó abruptamente y Hermes hizo el amago de recuperar sus labios. Los quería de vuelta, deseaba que lo besara más y así.

—Sí. —Insistió Perseo.

—No.

El semidiós se alzó un poco más sobre sus puntas y le dio un suave mordisco en la nariz, él cerró un ojo.

Estúpido semidiós Pensó Hermes un poco frustrado y lleno de impaciencia. No soy tu comida, ¿Qué crees que haces? Era molesto, muy molesto y dulce, pero sobre todo molesto. No estaba acostumbrado a que ningún mortal se le encarase así, Perseo era muy descarado y tierno, pero descarado.

Como era demasiado, no lo permitió más, simplemente, agarró a Perseo de la túnica e invirtió posiciones. Ahora era el semidiós el que estaba contra la pared y el cuerpo de Hermes, aun así él seguía sonriendo estúpidamente y el dios igual.

—Me amáis. —Insistió de nuevo juguetón. Hermes le gruñó un poco.

—Sí. —Reconoció aunque Perseo ya debía saber eso.

No le dejó sonreír triunfante porque se apoderó de sus labios en ese momento, estaba siendo posesivo de nuevo, tratando de restablecer las cosas a cómo debían ser porque había dejado al cachorro jugar demasiado. Le enseñaba quién mandaba en esa relación y aunque Perseo trató de imponerse de nuevo, no lo permitió. Apoyó un antebrazo contra la pared pegando su cuerpo al suyo, aprisionándolo, poseyéndolo. Ese idiota debía pensarse que era Andrómeda, él no era Andrómeda y eso no iba a funcionar con él (aunque casi lo había hecho).

Coló la lengua en su boca, demandante, no trataba de seducirlo en esa ocasión. Él debió creer que sí pues lo notó estremecerse, incluso suspiró suave contra sus labios. Hermes no se dejó llevar por eso, ahora jugaba él y de paso le enseñaba cómo debían ser los niños buenos. Mordió su labio, sangró un poco, le dio igual, su sangre era dulce aunque ni siquiera le gustaba la sangre de mortal, pues le parecía una cosa grotesca. La de Perseo no.

Se separó pero no demasiado, Perseo lo miraba ahora ruborizado, más cachorro que nunca. Hermes se sonrió.

—Eres mío, Perseo —Le dejó claro —, puedes jugar con Andrómeda, los cachorros tienen juguetes, pero tus juguetes me pertenecen a mí también. Todo me pertenece. —Le advirtió y esta vez fue él el que rozó sus labios contra los del mortal, además lamió el corte.

Perseo asintió con la cabeza dócilmente, eso estaba mejor, mucho mejor. No iba a dejar que un semidiós se lo comiera, aunque había estado cerca ésta vez.

Buen chico. —Dijo.

Presionó el pulgar contra los labios de Perseo y lo forzó a entrar, de nuevo no tratando de seducirlo, sólo demostrarle que su boca le pertenecía también y podía hacer lo que quisiera. Acarició su lengua. 

El semidiós lo miraba, los ojos brillantes, lo desafiaba todavía, Perseo era así, no cedía del todo nunca, por eso era tan difícil con él. Seguía intentando por todos los medios equilibrar la balanza a su favor.

Ya que Hermes no era un dios tan aterrador, tenía que hacer gala de una actitud más dominante pues Perseo sabía que sus acciones no tendrían repercusión real, por lo que seguía tratando. A Apolo esas cosas no le pasaban, cargaba a cuestas muchas historias aterradoras y nadie quería que se enfureciera o ofenderlo.

Lo más terrible que había hecho el dios mensajero era disfrazarse para seducir a una mortal o acostarse con la mujer de un semidiós mientras este estaba de aventura. Lo demás lo había hecho por Zeus: había matado, mutilado y torturado por Zeus, no porque realmente quisiera hacerlo. El aterrador era el soberano, no él.

Así que, poseyó la boca del semidiós con el dedo también, la otra mano jugó con su cuerpo, tocando aquí y allá porque todo era suyo y podía tocar donde quisiera, cuando quisiera, como quisiera.

Estaba en eso, cuando de repente escucharon un fuerte estruendo, Hermes se giró, venía justamente de donde se celebraba la fiesta. Después de eso se escucharon gritos, no de alegría, de terror y sufrimiento. Perseo se tensó de inmediato, Hermes sólo estaba demasiado sorprendido y se apartó de él.

—¡Andrómeda! —Gritó Perseo preocupado y poco tardó en desenvainar y correr a salvar a su doncella.

Hermes llegó antes y lo que vio no fue muy alentador ni lo comprendió tampoco. Allí dentro había mucha confusión, gente corriendo, gritando y llorando desesperada. Una mujer se aferraba a un cuerpo mutilado y sollozaba, luego rodó su cabeza también por el suelo, un charco de sangre y la mirada se le apagó en una mueca de horror. Unos hombres habían interrumpido la ceremonia, iban armados y al parecer habían acabado con los guardias. Miró mejor, los guardias no estaban muertos, sólo dormidos. Eso no le gustó.

Puesto que la situación no le importaba, estaba sólo analizando lo que sucedía fría y objetivamente. Entonces ya no pudo hacer eso más.

—¡Asesinos! —Escuchó gritar a Andrómeda, ahora ella empuñaba una espada que ni siquiera podía levantar sin dificultad.

¿Qué haces? Pensó Hermes, ¿Qué hacía una princesa indefensa levantando una espada? ¿Qué creía que iba a conseguir? La vio alzarla torpemente y mientras todos trataban de huir, ella se lanzó sola a por hombres que eran más grande que ella, más experimentados y perfectamente equipados. ¡Idiota! Se dijo, pero no intervino de momento.

Ella consiguió herir a un hombre superficialmente, si hubiera sabido cómo usar una espada quizá ese tipo ya no viviría. No era el caso, no pudo hacer frente al guerrero cuando la atacó de vuelta, si bien ella bloqueó no tenía fuerza y la espada se le cayó.

—¡Maldita perra! —Le gritó el hombre y le propinó un puñetazo en el estómago, ella no pudo quejarse ni siquiera, cayó sobre sus rodillas.

Aun así trató de defenderse, pero su enemigo la tomó del pelo y la arrastró hasta el que parecía su jefe. Hermes lo reconoció porque sabía todo de todas las personas alrededor de Perseo (incluso aunque este no las conociera aún), era el prometido de Andrómeda y otro de sus tíos (aunque nunca tuvo mucha relación con la princesa, según sabía y tampoco estaba en la fiesta ayer), los padres de ella se la habían prometido antes de que sucediera el percance con Poseidón, después se desentendió y dejó a la joven a su suerte.

—¡Alteza! ¿Qué hacemos con ella? —Dijo el hombre mientras arrastraba a la princesa.

—Matadla, si no es mía, no será de nadie.

Andrómeda gritó furiosa, también ella lo reconoció.

—¡Cobarde! ¡Te mataré! ¡Cobarde! —Gritó ella, aunque no estaba en posición de nada, lloraba pero no de miedo, era ira. —¿Cómo has podido? ¡Es nuestra familia! Mátame a mí, pero déjalos a ellos.

—¡Calla, ramera! —La pateó y ella se dobló en el sitio y escupió sangre. Entonces empuñó su espada dispuesto a acabar con su vida.

—¡Andrómeda! —Escuchó gritar a Perseo desesperado, pues acababa de llegar. 

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