Capítulo 18-La boda

Estaba nervioso, era la primera vez (y esperaba que la última) que se casaba y no sabía bien qué esperar. El matrimonio era un ritual muy secreto, lo era para él, su madre no se había casado nunca y no lo conocía y cuando preguntaba a Dictis, se reía y le daba golpecitos en la espalda pero no le contaba nada. ¿Qué pasaría en los matrimonios? ¿Era tan grandiosa la ceremonia? ¿Estaría a la altura? Le estaban arreglando para la ocasión, más bien Hermes peinaba su cabello con mucho mimo tratando de domarlo que no era sencillo.

—Tienes el pelo de nuestro padre —Le decía Hermes, pero parecía bastante contento de estar preparándole. Se iban a ocupar los criados pero insistió en hacerlo él, siempre lo trataba como a un muñequito, pero empezaba a acostumbrarse. Lo cuidaba —, no el color, pero los enredos sí. Ni te imaginas.

—No sabía —Comentó él, entonces el de su amante no era como el de Zeus porque parecía bastante maleable —. Oye, ¿Vos os habéis casado alguna vez?

—Sí —Dijo Hermes con cierto desdén en la voz que al semidiós no le pasó desapercibido. —. Qué aburrimiento, una y no más. —Resopló fastidiado ante el solo recuerdo.

—¿Por qué decís eso?

—La ceremonia es aburrida y la vida de casado lo es aún más —Le advirtió. —. Créeme que no te envidio ni un poquito. Pero esto es algo que tienes que vivir al menos una vez en la vida.

Perseo se sintió horrorizado súbitamente, ¿A qué se refería? ¿Tan terrible era el matrimonio? A ver si estaba embarcando en aguas estancadas y no lo sabía. Desde luego las palabras de su amante no eran muy alentadoras.

—Venga, Perseo, no pongas esa cara, que yo estoy por aquí siempre y no te dejaré aburrirte ni un momento. —Notó que se inclinaba sobre él porque su aroma a miel y amapolas se hizo más cercano e intenso.

Posteriormente cerró los brazos en torno a su cuello, pudo sentir la cálida respiración del dios sobre su mandíbula y se erizó sólo con eso. Hermes provocaba ese tipo de sensaciones en él solo con su cercanía. Sin embargo, vio venir sus intenciones a kilómetros de distancia.

—Hermes... Que me voy a casar ahora... —Le recriminó, no es que no quisiera, pero le parecía extraño tener sexo con su amante justo antes de casarse. Después a lo mejor, pero, ¿Antes?

—Ya sé, ya sé... —Susurró dándole la razón.

Pero pudo sentir sus labios suaves sobre su mentón recorrerle solo la curva y sus manos fueron juguetonas y lo acariciaron sobre la ropa con dedos mañosos. Tuvo un escalofrío, era difícil resistirse cuando Hermes quería jugar, muy difícil. Se volvía manso y él no era así, se preguntaba por qué le pasaba eso, era algo que no podía evitar.

—Pues si lo sabéis parad... —Susurró débilmente.

—Ya, ya... Tú déjame, sólo quiero tocar un poquito al novio... —Dijo,

Pero de un poquito nada, había introducido las manos dentro de su túnica y le recorría la piel con los dedos causándole con cada avance pequeñas descargas. Cerró los ojos. Hermes le dejó suaves mordiscos en aquel mentón poco pronunciado y que parecía que tanto le gustaba.

—... Una adelanto porque la noche de bodas la vas a pasar conmigo igual —Prosiguió.

—¿Sí? —Preguntó Perseo, era la primera noticia que tenía sobre eso —¿Crees que Andrómeda no estará dispuesta?

—No sólo lo creo, sino que te lo juro además —Susurró el Dios, Perseo se estremeció ligeramente cuando sus dedos pasaron sobre sus pezones, el "poquito" de Hermes era "muchito" para Perseo —. Estoy tan seguro, que si quieres hacemos una apuesta.

—Dejaos de apuestas, que no me fío de vos. —Perseo no vio a Hermes, pero juraría que estaba haciendo un puchero. Nunca le había permitido ninguna apuesta porque sabía que lo que fuera que el quisiera poner a debate, Perseo perdería.

Hermes acabó riendo levemente y posó los labios sobre su oreja, Perseo suspiró pensando en detenerle porque a este ritmo iría a la boda con cierto inconveniente. Ya notaba como que la mente se le nublaba y todo lo demás comenzaba a importarle poco, eso era prueba de que como siguieran tendría un problema.

—¿Te frustra eso, Perseo? Que Andrómeda no caiga rendida en tus brazos. —Preguntó y le mordió la oreja, a su vez Perseo se mordió el labio.

En esa situación no sabía qué le frustraba más, que Hermes jugara así con su cuerpo o el tema de su esposa. Tenía sus ciertas dudas. Sobre todo sabiendo (esperando) que la cosa no pasara a mayores con él, al mensajero también le gustaba eso, seducirlo y luego dejarlo con las ganas con la promesa de continuar en otro momento. Eso lo tenía frustrado hasta un día entero.

—La verdad estoy confuso... Hace mucho que no tengo sexo con una mujer —Confesó, casi un año para ser exactos. —. Sólo con vos, se me hace extraño ahora pensar en ello... Y no es que vos me dejéis ponerme encima vuestro. —Recriminó.

Hermes se rio leve y su risa también le provocó un cosquilleo pero de otro tipo, en forma de murciélagos en el estómago. Lo abrazó desde atrás apoyando la cabeza en su hombro.

—Ni ahora ni nunca Perseo —Le vaticinó él—. Pero si quieres fantasear con ello... Podría, gemirte un rato y así te lo imaginas.

Perseo volvió el rostro hacia él atónito y se topó de lleno con la mirada seductora del dios que sonreía de medio lado. No entendía en absoluto a qué se refería, o tal vez no quiso entender.

—¿Cómo? ¿Cómo?

—Pues así... —Se separó de él pero tan veloz fue que enseguida se sentó sobre sus piernas, no era ligero precisamente pero en ese momento le dio igual, estaba intrigado y fascinado a la vez.

Hermes llevó las manos al cuello del semidiós y entrelazó los dedos tras la nuca, únicamente frotó su cintura contra Perseo en un suave vaivén y sólo eso sirvió para que se alterase. Lo peor que pudo hacer fue mirarlo a la cara con incredulidad, se encontró con los ojos del dios, estaban entrecerrados y en un éxtasis irrefrenable, se le secó la garganta. Fue peor cuando rozó sus labios contra los propios y jadeó como si no tuviera control alguno de lo que sentía. Perseo se dispuso a quejarse porque su intención no era salir el día de su boda con un problema entre las piernas, no le dio tiempo.

—Perseo... Perseo... —Jadeó de nuevo, la boca entreabierta los ojos nublados de júbilo —. No puedo más, hazme tuyo... —Susurró y se mordió el labio tirando la cabeza hacia atrás como si no pudiera resistirlo. —

Perseo se quedó pasmado, si antes creía que tenía la boca seca ahora era el Sahara. Todo su cuerpo fue sacudido por un irrefrenable deseo, era tan fuerte que sentía que se iba a hundir en él. Llevó las manos a la cintura de Hermes y trató de besarle pues quería poseerle, sin embargo el dios puso su mano por delante y los labios chocaron contra esta. Lo siguiente que escuchó fue su risa.

—Perseoooooo, ¿Qué haces, bobito mío? ¡No se toca a los actores cuando están actuando! —Se rio de nuevo a su costa. —¿Llevas un puñal? O, ¿Es que te alegras de verme, Perseooo? —Se apartó riendo.

El semidiós enrojeció, sí, él también había notado como esa parte suya reclamaba atención de nuevo. Estaba demasiado excitado y en breves instantes tenía que salir a su ceremonia de matrimonio, era justo lo que quería evitar (y no lo había conseguido). Pero nada de eso le importaba ahora, quería tener a Hermes.

—Oyee, esto es vuestra culpa, haceros responsable —Se levantó tras él, pero Hermes lo esquivó riendo.

—No, ahora no —Se negó el dios que sonreía ladino—. Luego.

—¿Cómo que luego? —Se quejó de inmediato el semidiós —¿Has visto cómo me tenéis? ¿Qué queréis que haga así?

Hermes lo contempló en actitud seria pero se notaba que disfrutaba con todo aquello, siempre lo hacía en realidad. Lo miró de arriba a abajo con hambre, eso no sirvió para que el semidiós se calmara.

—Pues no sé, sacude el polvo —Se rio él. —¡Bueno, adiós! ¡Suerte con tu boda! —Tal cual dijo aquello desapareció pero aun así escuchó su risa un rato más.

—Hijo de... —Lo maldijo al comprobar que estaba solo. Bueno no solo del todo, su amigo había salido a saludarle y estaba bien despierto.

¿Y qué podía hacer ahora...? Ahora mismo no veía a Andrómeda, sólo escuchaba todo el tiempo al dios mensajero jadearle en el oído, ese maldito la había liado buena esta vez. No entendía por qué seguía teniendo una relación con él si era un capullo, un cerdo.

Ay, Perseo tonto, si no podrías dejarlo aunque quisieras, te mueve el piso, loco te tiene. Le dijo la voz de su conciencia. Era verdad, le tenía comiendo de su mano. Cuando quiso darse cuenta estaba acariciándose bajo la ropa y pensando en él. En esa expresión de júbilo y en su voz trémula, en cómo sería tomarlo y que se retorciera bajo él.

Deseaba eso aunque no fuera a pasar. Perseo jadeó solo un gruñido ronco que únicamente se percibió porque la sala estaba en completo silencio, quería tocarle a él o que él le tocase, a estas alturas daba igual.

—Joven Perse... —Escuchó de repente y el alma se le cayó a los pies.

Dio un bote en la silla y trató de aparentar normalidad como si no estuviera con la mano dentro de su túnica hacía poco . Observó a la mujer tratando de poner su mejor cara de niño bueno, pero ella lo miraba con los ojos espantados junto a la puerta. Perseo sintió el calor subir a su rostro.

—¡No es lo que parece! ¿Eh? Me arreglaba la ropa —Se excusó, pero no pareció mejorar nada.

La mujer, una sirvienta entrada en años, entrecerró los ojos y lo miró con cierta astucia. Evidentemente se había dado cuenta de lo que sucedía y eso puso incluso más nervioso al semidiós.

—Ya... —Comentó ella y negó con la cabeza. —. Sí, eso vi —Mintió y Perseo lo agradeció, aunque tampoco es como si le conviniera meterse en problemas con quien sería rey, imaginaba. —. Venía a deciros, que ya podéis conocer a la novia.

¿Cómo conocer? Si ya la conozco Se dijo a sí mismo un confuso Perseo, no obstante, para hacerse el interesante y no dar más la nota asintió con la cabeza con aire solemne como si así pudiera restaurar de algún modo su orgullo roto.

—Sí, ya voy. Puedes irte. —Dijo dándose aires de importancia.

Una vez ella se fue, se miró al espejo. Lucía bien, las mejillas ligeramente ruborizadas (eso sí) y el cabello algo revuelto, pero lo más importante es que la túnica disimulaba bien su vergüenza pues el semidiós no había conseguido darse alivio y ni el susto le había quitado las ganas. Cada vez que creía que se calmaría, la voz de Hermes le cosquilleaba en el oído. Hermes eres un perro, un maldito Le dijo, ni usted ni nada, perro. No lo escuchó reírse, pero se lo imaginaba.

Inspiró y espiró pero salió al encuentro de su prometida, eso es, pensaría en Andrómeda. Así se le pasaría. No funcionó, ahora quería tomarla a ella también y se la imaginaba con su voz dulce como néctar pidiendo que la tomase entre suspiros y mejillas sonrosadas, mientras le arañaba la espalda en éxtasis con sus uñas de porcelana y su blanca piel llena de rojo y rubor.

Oh, mierda, mierda, mierda. ¿Qué hago? Se dijo, no podía salir así, algo tenía que inventar. Piensa en algo que no te excite, ¡Ya sé! Pensaré en mi madre y... Ah... Mucho mejor, mucho mejor así Suspiró aliviado, era un cortaerecciones asegurado. 

Funcionó cuando su madre le pilló la primera vez metiendo en su cama a jóvenes incautas, luego tuvo más precaución pero fueron varias veces, y ella siempre lo regañaba y le preguntaba si pensaba casarse con dicha joven después. Perseo sentía compasión por las mujeres, pero también tenía apetito sexual y pocas ganas de comprometerse o por lo menos hasta hacía poco.

Un poco más tranquilo, pero frustrado igual, salió acompañado del tío de Andrómeda, que haría las veces de padre de Perseo, ya que por obvias razones su familia no estaba allí. Le habría gustado que su madre y Dictis lo acompañaran, pero no había tiempo para eso, tenía prisa en casarse y volver a Serifos cuanto antes.

—Estás nervioso, ¿Eh, joven? Yo también lo estaba, luego todo es miseria chico. —Le dijo aquel hombre, era agradable, había tomado un par de tragos con él y hecho una apuesta a ver quién bebía más. Perseo no recordaba nada, acabó inconsciente en la barra y cuando quiso darse cuenta Hermes lo llevaba en brazos a su cuarto.

—Nervioso no, excitadisimo —Comentó. El hombre se rio, no pareció entender.

—¡Claro! ¡Claro! Es normal que te emocione. —Dijo y lo tomó del brazo para llevarlo.

Este hombre no entiende nada. Soy un volcán ahora mismo. Pensó Perseo, que aunque había detenido la erupción todavía seguía esperando el momento para volverse activo de nuevo.

Fue llevado a un cuarto en concreto, era como una sala para tomar el té imaginaba, estaba llena de mesas y la decoración era delicada, el suelo de madera, el mármol estaba empleado en pequeños detalles y en las mesas, todo estaba decorado con guirnaldas de olivo y de laurel por lo que la estancia había sido embargada de olores naturales que le hicieron sentir en medio del bosque. Había mucha gente allí, imaginaba que toda la familia de Andrómeda pero a ella no la vio por ninguna parte.

Le pidieron que asistiera al sacrificio de un lechal, no esperaba que fueran a matar a un animal en medio de una boda. La verdad no sé ni por qué me sorprende se dijo. No era para consumo humano, era para que los dioses bendijeran la unión. 

Entonces Andrómeda llegó, acompañada de su madre y sus amigas y ella iba vestida de blanco y ni los pies se le veían. El traje era bonito eso sí, con motivos en azul, flores como los lirios que representaban pureza e integridad, pero a ella no la vio pues un velo cubría su rostro.

Perseo chasqueó la lengua con impaciencia y fue hasta ella ante la atenta mirada de los presentes.

—Princesa, que bien que ya estás aquí, la cosa se estaba poniendo un poco turbia —Confesó, lo primero que hizo fue tratar de retirarle el velo, pero ella no lo permitió.

—¿Qué haceees? Estate quieto y no me hables y menos como si me conocieras. —Le regañó ella, contrariada. Todos los ojos sobre ellos.

—¿Y eso por qué? —De nuevo trató de retirarle el velo pues deseaba verla, debía lucir increíblemente hermosa, otra vez falló.

—Porque se supone que no tienes que conocerme, ni mucho menos hablarme de forma tan familiar, y no vuelvas a intentar quitarme el velo, idiooota. —Lo regañó ella, Perseo hizo un leve puchero.

—Pero yo quiero verte ahora. —Y lo intentó de nuevo ganándose un manotazo de la princesa.

—Ahora no, te he dicho. Deja de comportarte como un mocoso sin modales. —Insistió ella.

Perseo gruñó cual animal herido, estaba lleno de impaciencia y no comprendía los rituales del matrimonio. Escuchó a la madre, que estaba junto a la novia, reírse pero se cubrió con la manga la boca en cuanto el novio la miró. Le susurró algo al oído a su hija y a Perseo le pareció escuchar la palabra "lindo" en medio de todo.

—De ninguna manera. —Respondió a su madre y luego se volvió a Perseo. —Vete a tu sitio, perro. —Le dijo a Perseo y este hizo otro puchero pero finalmente se rindió y fue de nuevo con el tío de la novia que también se estaba riendo a base de bien. Varios se reían de él, le daba igual.

—¿Qué haces, joven? No puedes retirar el velo de la novia tú mismo. —Se reía aquel hombre a su costa, el puchero de Perseo se intensificó. No entendía nada de nada.

Su frustración fue en aumento, cuando Andrómeda fue llevada al centro de la sala y allí su madre fue la que le retiró el velo. ¡A la mierda! ¿Por qué ella sí y yo no? Estoy muy indignado Pensó él en actitud infantil. Se le pasó, Andrómeda estaba muy hermosa, con los ojos más grandes que nunca resaltados con negro, rosa y azul y sus labios eran del color de las manzanas aunque sin duda más apetecibles de morder. Las mejillas sonrosadas.

Le quemaba porque sabía que tampoco la tendría a ella, Andrómeda no estaba preparada y no tomaba a ninguna mujer que no quería ser tomada. Se lo había prometido a su madre y así lo haría siempre. Ella le había inculcado mucha sensibilidad y compasión. 

En la corte, los hombres con los que se codeaba se mofaban de él por "débil", "blando", lo llamaban y decían «Mira que eres bobo, las mujeres no saben lo que quieren hasta que se lo dan. Dicen no y es sí». Perseo no sabía si es que tendrían razón, pero mientras fuera "no", no seguiría de ningún modo y le daba igual si eso lo hacía menos hombre o poco digno.

Quiso acercarse ahora a la princesa, aquel hombre no lo permitió. Ahora era el momento en que los hombres comían y les sirvieron todo un banquete con todo tipo de platos. Cuando decía los hombres, era porque sólo ellos se sentaron a disfrutar aquellas delicias. Perseo no lo entendió, pero obedeció sin más, a ratos miraba a Andrómeda, ella no le devolvía la mirada, hablaba con sus amigas y con su madre. Princesa, ¿Por qué nunca me miras de vuelta? Se lamentó pero lo dejó estar. Ya sabía él, que no era del agrado de su prometida. A veces dolía, otras trataba de ganarla de cualquier modo. Hermes se reía, decía «Te complicas demasiado la vida, Perseo. Es tu esposa, la tomas y ya.» Le decía. Perseo no quería hacer eso tampoco.

Las mujeres comieron después y Andrómeda volvía a tener el velo sobre su rostro. Perseo siguió tratando de llamar su atención sin mucho éxito, finalmente se rindió y se puso a jugar con una mosca, la pinchaba con el tenedor suaves toques pues ésta había bebido vino al parecer y no coordinaba. Sabía que moriría de todos modos, por eso le daba igual molestarla.

En ningún momento se pudo acercar a ella hasta pasada la tarde, momento de retirarse y Perseo creyó que ya había terminado el ritual. Se equivocaba. Sí, fueron en carro al lugar que habían destinado para que ambos vivieran juntos, pero detrás de ellos iba todo un grupo de músicos con cítaras, flautas y oboes, además de sirvientes que cargaban con todos los regalos que se habían ofrecido a la novia. La madre los seguía de cerca guiando el camino con una antorcha y el semidiós no sabía qué más iba a suceder, estaba atónito y aburrido a la vez.

Cuando por fin llegaron a su casa, aún no fue el momento de terminar la ceremonia. El tío de Andrómeda (y su acompañante) portaba una corona de mirto en la cabeza, y a la novia le echaron por encima nueces e higos así sin más. ¿Qué mierda está pasando? Perseo estaba tan sorprendido que el tío no dejaba de reírse a su costa. Entonces una hermosa dama, extendió a la princesa una ración de tarta y un membrillo. 

¡Oh sí! ¡Eso sí me gusta! Puso la mano para que le dieran a él también, pero la dama lo miró de mala gana y no le dio nada. Perseo abrió la boca en indignación, ¿Por qué? ¿Es que acaso él no tenía derecho a comer tarta?

Fue Andrómeda la que se rio ahora, no sabía qué cara estaría poniendo pero a la gente de alrededor le pareció divertida. Perseo hizo un mohín y gruñó a los presentes pero las risas no pararon, ¿Por qué nadie le explicaba nada? Cuando por fin dejaron el espectáculo y pudo entrar junto a su esposa en casa fueron directos a la habitación nupcial, solo que el hermano pequeño de ella los seguía e incluso entró con ellos. No puede ser, ¿Es en serio? Carraspeó irritado.

—¿Por qué está él aquí? —Repuso, a la mierda los modales.

—Tengo que vigilar que no le hagas nada todavía a mi hermana. —Comentó él, Perseo lo fulminó con la mirada y él retrocedió un poco.

Era menudo y escuálido, con los ojos color café y el cabello rizado y castaño. Rostro infantil y piel tersa, era un niño bonito, no el tipo de Perseo, pero bonito. ¿Cómo que tipo? ¿Desde cuándo yo tengo un "tipo" Se cuestionó a sí mismo.

—¿Por qué? ¿Qué piensas que me la voy a comer o qué? —Arqueó una ceja confundido. El hermano cuyo nombre era Phaidros, se rio también.

¡Hala, venga sí! ¡Ríete tú también! ¿Soy un chiste o qué? Se dijo indignado, hasta el mocoso ese se le reía en la cara. Con mocoso se refería a que tenía dos años menos. Además era clérigo de Apolo, Andrómeda le había confesado que a veces tenía visiones, aunque no siempre acertaba, y que lo vio a él rescatándola de las garras de Poseidón, motivo por el cual habían llamado a todos los héroes de la zona.

—Uno no se puede fiar nunca de los hombres. —Repuso él, mentón erguido como si tratara de ser igual de alto que él, no podía porque le sacaba al menos una cabeza.

—Tú eres un hombre, lo sabes, ¿Verdad?

—Sí, pero yo soy puro y clérigo. —Alegó él bastante orgulloso por ello, Perseo arrugó la nariz con disgusto.

—Bueno, pues yo también soy puro —Mintió a ver si tenía suerte —. Me he reservado para una buena mujer.

Andrómeda y su hermano se miraron y luego estallaron en carcajadas. Eso era que no se lo habían creído, ¿No? No tenía claro si hoy era el día de su boda o el día de "ríete de Perseo". Tenía sus ciertas dudas.

—Acostúmbrate, mi hermano va a estar aquí hasta mañana. —Repuso Andrómeda y por lo menos se quitó el velo y pudo ver su hermoso rostro de cerca (antes había sido de lejos).

Perseo sintió mariposas en el estómago, estaba increíblemente hermosa y sonreía con mofa, eso sí, pero era muy bella de todas formas y quería besar esa sonrisa aunque no le iban a dejar, y no porque su hermano estuviera allí. Bufó.

—¿Cómo hasta mañana? ¿Cuándo acaba esto?

—Ay, Perseo, no seas llorón, que yo llevo desde hace tres días con la ceremonia —Le explicó Andrómeda cosa que hizo que él se quedara boquiabierto. —. Si alguien quiere que acabe, soy yo.

Perseo gruñó de nuevo y se arrojó sobre su lecho, no había tenido el placer de probarlo ya que era la primera vez que estaba allí, en ese hogar que habían dispuesto para los dos. Cerró los ojos. Estaba de muy malhumor aunque trataba desesperadamente de disimularlo.

—Bueno, pues despiértame mañana. —Dormiría y así acabaría todo más deprisa.

—¿No vas a cenar? —Escuchó a Andrómeda, ella posó una mano sobre su brazo.

La princesa se había vuelto más osada y cercana a él y aunque eso le gustaba, al mismo tiempo no. De algún modo le agradaba cuando ella se ponía tímida y asustadiza, ahora no se sobresaltaba apenas, lo cual era desesperanzador. Ya está, Perseo, no insistas. No le gustas, piensa que tu pelo es feo y posiblemente tampoco le guste tu cara y ya. Olvídalo Le dijo su voz interior. Todavía tenía a Hermes, era un poco cerdo a veces y poco lindo, pero le quería y era recíproco al menos.

—Déjame ahora, Andrómeda. —Le gruñó un poco.

Sin embargo, ella no le hizo caso y eso lo notó porque la cama se hundió de un lado y sintió sus manos acariciarle el cabello. Perseo estaba muy molesto, molesto por toda aquella laboriosa ceremonia, molesto con que tomarán su ignorancia como chiste y molesto porque Andrómeda no pudiera corresponder sus estúpidos y dolorosos sentimientos. Nada de eso era culpa de la princesa y no lo quería pagar con ella.

—Eh, eh, eh —Repuso Phaidros. —. Demasiado cerca, que es un hombre.

—¡Oye, mocoso! —Rugió furioso Perseo —¡Cómo me sigas irritando el que deja de ser puro eres tú! —Le amenazó.

Por supuesto no lo decía en serio, más que nada porque como se atreviera a ponerle una mano encima. Hermes los mataba a los dos, pero Phaidros no lo sabía y retrocedió de inmediato.

—Sal fuera, Phaidros. —Le pidió Andrómeda y el clérigo no se lo pensó ni dos veces.

—Tú también. —Le ordenó a ella, pero era una esposa desobediente y no le hizo caso.

Siguió allí, acariciando su cabello y los dedos se perdían entre desordenadas hebras cobrizas que se retorcían alrededor de su cabeza como enredaderas. Se sentía bien, pero Perseo no quería sentirse bien ahora. Quería que lo dejaran estar en aquel estado en el que era miserable y desgraciado, porque eso es lo que era y no lo dejaban. Se habían cansado de decirle que el matrimonio lo haría desgraciado, ¿Más?

—¿Qué te pasa, ojitos verdes? —Susurró ella, siempre cuando estaba a punto de rendirse, de pronto ella era suave y dulce y le daba esperanzas, solo para que él se frustrara más después. —¿Qué tienes? ¿Es por la ceremonia? Termina mañana.

—¿En serio no sabes por qué? —Cerró los ojos, no sabía cómo sentirse, estaba molesto y dolido, todo a la vez. Ya llevaba bastante tiempo cortejando a Andrómeda sin mucho éxito, nunca tardaba tanto y tenía la sensación de que si no era al principio, no sería nunca.

—Pues no. El adivino es mi hermano y no me ha comentado nada. —Dijo riendo.

Perseo no tenía ganas de reír, ni de que ella se riese tampoco. Demasiadas risas por hoy.

—Andrómeda, te lo voy a decir otra vez y no más —Repuso airado aunque no lo pretendía. —. Me gustas, me gustas muchísimo podría hacer cualquier cosa por ti aunque significara morir —Se lamentó, eso era cierto no exageraba —. En cambio yo a ti no te gusto ni un poco. ¡Qué vale! ¡Ya sé! No es culpa tuya, necesitas tiempo, ahora no es el momento, no soy tu tipo, ¡Pues bien! Lo acepto —Añadió él frustrado, sentía que lloraría de un momento a otro, sentirse rechazada y no deseado era una cosa horrible. —. ¡Me parece bien! De todas formas, ¿Quién se casa por amor? —Su voz sonaba con rabia sólo para enmascarar el dolor. —. Pero que me andes toqueteando el cabello y susurrándome con voz dulce, ¡No me ayuda! ¡Me confundes, Andrómeda! Ya sé que no te gusto, no hagas como si sí.

—Yo no he dicho que no me gustes... —Susurró ella con voz trémula. Eso enfureció más a Perseo.

—Entonces voy a besarte ahora. —Amenazó aunque no tenía intención, no la vio, pero como estaban cerca, la notó ponerse tensa.

—No podemos ahora, Perseo... —Se excusó.

Siempre eran excusas, no habían excusas cuando dos personas se amaban. Los pretextos eran para aquellos que querían postergar algo que no querían hacer. Eso hacía Andrómeda. No lo amaba y ya, ¿Por qué fingía que sí? Le hacía daño. Podría aceptarlo mejor si simplemente le diera un "NO" tajante.

—Bueno, pues entonces vete y déjame en paz. —Escupió las palabras y agradeció que Andrómeda lo tomara en serio y se marchara porque podía ponerse incluso más agresivo (verbalmente) si es que ella seguía metiendo el dedo en la llaga.

Aunque en el fondo habría deseado que se quedara y lo abrazara si es que ella correspondía sus sentimientos al menos un poco. Eso no sucedió y él se quedó solo en la inmensidad de ese cuarto que se suponía era suyo, pero que lo sentía ajeno. Un lugar donde tumbarse mirando la pared y su esposa del mismo modo la contraria. Pues no era la vida que había planeado, pero ya qué. Poco importaba.

Quería estar solo y lamentarse. Tal vez quererlo era muy difícil, tal vez era mucho lo que pedía. Tal vez las mujeres de Serifos no tenían criterio porque la mitad eran analfabetas y quedaban impresionadas con todas las cosas que él conocía y sabía, pero claro Andrómeda era inteligente y había visto cómo ella miró a Hermes la primera vez que se vieron. Él era más interesante y no necesitaba escalar montañas para que le prestara atención, le bastaba con estar sentado en actitud indiferente.

A lo mejor eso tenía que hacer, ignorarla, hablarle mal o ni siquiera responder a nada que dijera. A lo mejor así caería ante él, Perseo no era así. No era un "chico malo", podía ser travieso y molestar pero no quería hacer daño a ninguna mujer aunque a veces lo hiciera al abandonarlas. Tal vez esto era el destino dándole una lección por todas las chicas que había dejado atrás, ¿Era tan malo? Creía que las amaba, pero al final no, ¿Estaba obligado a estar con alguien que no quería?

¿Estaba obligada Andrómeda a estar con él siendo que no lo quería? Las lágrimas se precipitaron por su rostro sin control, tal vez debería anular todo pero era cobarde. Si hacía eso ya no la vería más probablemente, y él la quería, no sabía cómo había sucedido pero la quería y le dolía tanto que se envolvió en las sábanas cubriendo su cabeza hasta arriba, deseando desaparecer o sumergirse más en el dolor. La tristeza era un sentimiento empalagoso y le estaba cogiendo el hábito.

Lo único que le hacía sentir mejor era estar con Hermes. Olvidaba todo, perdía la noción del tiempo y no pensaba en Andrómeda en absoluto, podría llamarlo pero tampoco quería que lo viera así y malinterpretara todo. Los quería a los dos, de diferente manera pero los quería. Sabía que amaba más a Hermes porque sin él no se replanteaba nada, pero también quería a la princesa y deseaba tenerlos a los dos. Quizá estaba siendo demasiado codicioso. ¿Qué podía hacer? Nunca había querido enamorarse y menos de dos personas.

Ya no quiero estar enamorado de nadie se dijo hundido en el dolor. Sí, tenía a Hermes, pero, ¿Hasta cuándo? No era tan ingenuo para pensar que cuando tuviera cincuenta años él seguiría allí con él, yendo de la mano con alguien que se veía de veintiséis o menos. Tenía claro que por eso le había permitido tener una esposa, pero ella no lo amaba, así que al final no tendría ni a uno, ni a otro y su madre Dánae tampoco era eterna. Entonces, ¿Qué le quedaba a él?

Lloró desolado en la penumbra del cuarto, Perseo no lloraba, el amor lo había vuelto débil o quizá ya lo era desde el principio. No pudo hacer el camino hasta Medusa solo, ni había podido derrotarla sin ayuda y tampoco podía ganarse el amor de la chica de sus sueños. Era un fracaso en realidad, un fraude, cuando la gente contase su leyenda pensarían que era bravo y fuerte y ni lo uno ni lo otro.

Solo soy un niño Se dijo y deseaba estar en casa con su madre.

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¡Holaaaaaa! ¡Holaaaaaaa! Qué capítulo más raro jajajja, empezó con comedia, luego picante y luego dramaaaa, jajaj que imprevisible todo, ni yo sé lo que va a pasar sólo escribo y yaaaaa


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