Capítulo 16- Confidencias y planes a futuro
Andrómeda todavía estaba muy impresionada por lo que acababa de presenciar, tal vez le sorprendía más que el hecho de que un monstruo de veinte metros quisiera comérsela porque el dios de los mares se había enfurecido contra ella. O sea, no todos los días una princesa veía a un dios de tan cerca, ¡Y a Hermes! ¡El dios mensajero! El más cercano a Zeus y el que velaba porque su hermano mayor volviera siempre a salvo a casa. Además era guapísimo, aunque sospechaba que esa apariencia era menos de una cuarta parte de todo lo hermoso que podía ser.
Pero ese dios, había besado a su prometido y delante de ella, estaba muy impactada. ¿Qué tenía Perseo para que un dios le besara? No entendía nada. Se dedicó a contemplarlo largo y tendido, podía haberse quedado dentro del carro en la comodidad, pero le apetecía hablar. El pelirrojo miraba al frente concentrado, visto así parecía un poco más adulto, pero seguía teniendo cara de niño. Las pestañas eran muy tupidas, pero los ojos... Los ojos eran muy hermosos, si alguien le preguntara por la definición de verde al instante hablaría de sus iris.
Tenía parecido con Hermes tal vez porque eran del mismo padre o porque ambos eran divinos, sólo que el mentón del dios era más marcado mientras que Perseo tenía el rostro suavizado, no era de mujer pero estaba lejos de ser de hombre. También era mucho más pálido, aunque ella lo era más por lo que no podía meterse con ese aspecto. Algunas veces le decían que era bellísima, otras una aberración, su matrona trató de ahogarla, cuando su madre la tuvo, por considerarla demoníaca, o eso le habían contado. Se preguntaba si por eso no era del agrado de Hermes a lo mejor su pelo sí ofendía a los dioses.
Sin embargo ahora estaba interesada en conocer al semidiós y ver qué era lo que tenía tan grandioso.
—Oye... Puedes contármelo, te juro que no juzgo nada, es que me da igual —Empezó a decir ella—¿Eres un homosexual?
Analizó la reacción de Perseo, fue bastante neutra no sabía si se debía a que miraba la carretera o a que realmente no tenía problemática con la pregunta. A Andrómeda le importaba más bien poco con quién se acostase o se dejase de acostar la gente de su alrededor, vivía más tranquila no haciéndose ese tipo de preguntas, pero ahora tenía curiosidad. Además si él era homosexual, mejor para ella, los maridos de sus amigas eran muy pesados y las forzaban a tener sexo a todas horas, ella no quería eso y menos si su esposo era un vejestorio (por suerte no era su caso).
—No, ¿Por?
—¿Cómo que no? —Frunció el ceño —. Pues no parecías disgustado hace rato.
—¿Por qué habría de estarlo? Somos amantes, ¿Sabes? —Repuso como si fuera obvio, lo cual en realidad sí lo era. Trató de no pensar en ello demasiado o se ruborizaría de nuevo.
—¿Y entonces? ¿Cómo puede ser eso? —Insistió ella indagando en el tema.
Perseo se encogió de hombros, le sorprendía la naturalidad con la que trataba el asunto. Era bastante escandaloso en realidad que un hombre saliera con otro (aunque a ella le diera igual). No es como si lo fueran a perseguir con antorchas, pero bien visto no estaba desde luego, aunque no sabía si el asunto cambiaba dado a que uno de ellos era un Dios.
—Me gustan las mujeres y Hermes. —Alegó Perseo y tiró de las riendas para reencaminar a los caballos.
—¿Y los otros hombres? —Indagó de nuevo, era más fácil hablar con él que con el dios.
—¿De verdad crees que me voy a fijar en otros hombres después de haber estado con un dios? —Esbozó una sonrisa sarcástica. —No hay ningún mortal igual de hermoso que Hermes. Ni parecido siquiera, imposible.
Andrómeda se llevó un dedo a los labios en actitud meditabunda, tenía sentido, ella había visto tan solo un instante al dios y ya el resto le parecían sin gracia, feos y eso que imaginaba que Hermes tenía formas mucho más bellas. Así que asintió con la cabeza dándole la razón.
—Es verdad, es muy guapo —Convino ella convencida. —, entonces, ¿Qué? ¿Es sólo atracción?
Contempló al semidiós, este dirigió una mirada al infinito como si meditara, luego la bajó súbitamente y sus mejillas fueron besadas por un tenue sonrojo. Después sonrió, fue una sonrisa tan dulce que Andrómeda se sintió afectada de algún modo, muy linda, demasiado linda. Mejor que la que ponía cuando se las daba de Don Juan.
—Yo amo a Hermes —Confesó, el verde de sus ojos refulgía con tanta intensidad que parecía preso de una fiebre de amor, se veían cristalinos como si la pureza se reflejara en ellos y se vieran claros sus sentimientos como el fondo de un río —, y siempre tendrá un hueco en mi corazón.
Cuando Perseo pensaba en Hermes o él estaba cerca, era realmente tierno y dulce, pero qué pasaba si hablaban de ella, porque, él debía sentir algo, ¿No? O si no no se habría tomado tantas molestias por salvarla. Probó su experimento.
—¿Y por mí? ¿Qué sientes por mí?
Perseo tiró de las riendas y el carro se detuvo casi de inmediato, se giró hacia ella y de nuevo presenció aquella sonrisa torcida, los ojos entrecerrados y la voz de cantamañanas básico.
—¿Por qué? ¿Estás celosa, princesita? —Se inclinó sobre ella y Andrómeda se alejó de nuevo. —. No te preocupes, como soy tan generoso, tengo espacio para los dos en mi corazón.
¿Qué le pasa? ¡Qué niño estúpido! ¡Con Hermes no es así! ¡Qué me traigan a otro semidiós, este no funciona bien! ¡Está roto! Pensó ella y carraspeó. Pero bueno, ahora sólo tenía que tratar de ser un dios. Solo debía de hacer lo mismo que el mensajero, ¿No? Fácil. Andrómeda imitó la expresión de indiferencia que le proporcionó aquel ser divino y colocó la mano frente a ella del mismo modo. Perseo la miró confundido al menos al principio. Listo, ahora me respetará.
No fue así, al semidiós pareció venirle bien esa reacción, tomó su mano y se la llevó directamente a los labios donde depositó un beso en sus nudillos. Andrómeda se erizó como un gato antes de atacar.
—¡Qué haces! —Le gritó. No entendía nada, cuando Hermes hizo eso, ella se detuvo al instante, pero Perseo no comprendió. —¡Te he dicho que no puedes tocarme, idiota! —Le apartó la mano.
—Eres muy linda, Andrómeda —Dijo de nuevo en actitud arrogante, ella frunció los labios disgustada y su corazón latiendo desbocado, no era que él le gustase, es que era muy invasivo. Alzó la otra mano a modo de amenaza y Perseo se detuvo en su avance.
—¡Qué te tiro del carro! ¡Te lo advierto, Perseo! Tú no me has visto enfadada todavía. —Prosiguió ella.
Sin embargo, el nivel de terror en el semidiós fue tal que estalló en carcajadas pero se apartó de ella, en su lugar extendió los brazos en forma de cruz.
—Pues venga, tírame princesa —La retó. —, si es por ti me dejo tirar. Aquí, aquí, empuja aquí —Se dio un golpe en el pecho.
Andrómeda le gruñó, ¿Qué se había creído ese estúpido? Pues ahora sí que lo tiraría del carro a todo costo. Empujó a Perseo con todas sus fuerzas, que no eran pocas, pero no se movió ni un centímetro, y ella empujaba y empujaba. Llegó a apoyar los antebrazos en el torso del semidiós para hacer más fuerza y su rostro pasó a rojo de nuevo mientras luchaba por tirarlo, hasta dejó de respirar para concentrarse más. Al final sólo terminó jadeando, estaba segura de que tendría más éxito tratando de mover una vaca. Perseo se rio a carcajadas.
—¿Qué es eso, princesa? Puedes usar todas tus fuerzas. Venga. —Le insistió y se ganó otro gruñido —O, ¿Sólo querías una excusa para estar así de cerca de mí?
Andrómeda se dio cuenta pues de que estaba muy cerca de él, pero siguió empujando de todos modos. ¿Eso era lo que significaba ser semidiós? O, ¿Es que ella era muy débil? Era un poco frustrante, la llevaba a pensar que Perseo podía hacer cualquier cosa con ella en cualquier momento. Era un poco aterrador pensar en ello, tenía que encontrar el modo de controlarlo. No parecía sencillo, era medio salvaje.
—¡Cállate! —Le espetó ella y desistió.
—¿Será que quieres que te abrace, princesa? No me importa. —Llevó las manos a su cintura y Andrómeda de nuevo escuchó sirenas de peligro.
—¡Te he dicho que no! —Insistió y le dio un manotazo en una de las manos. —Y que sepas, que antes has estado diciendo el nombre del dios mensajero todo el rato y mi madre dice que cuando dices el nombre de un ser divino, este escucha TODO lo que dices.
La sonrisa en el rostro de Perseo se borró al instante y se sustituyó por una mueca de horror seguida de un intenso rubor, y de nuevo esa expresión de indefensión. Bajó la mirada al suelo, Andrómeda lo analizó. Aprovechó la ocasión para alejarse de él todo lo que pudo. Ese Perseo era más lindo que el que pretendía ser con ella, al menos le era más agradable. Se sonrió.
Ya he encontrado tu punto débil, semidiós Se dijo ella muy orgullosa, aunque no estaba segura de poder utilizar eso de momento en su contra salvo en momentos puntuales.
—Oh mierda, mierda, mierda —Se llevó las manos a la cabeza un aturdido Perseo. —¿Qué dije?
—Dijiste que "no hay nadie más hermoso que él", que te gustan las mujeres y él y que además lo amas y siempre tendrás un hueco para él en tu corazón —La sonrisa se ensanchó en su rostro ante las muecas de horror de Perseo, disfrutando personalmente de eso—, además alabaste sus habilidades en la cama.
—¡Oh no! Mierda, ¿Crees que lo habrá escuchado? —Le preguntó preocupado, indefenso.
—Absolutamente, si alguien dijera esas cosas de mí, te aseguro que pondría la oreja. —Se acomodó un mechón tras la oreja con suficiencia.
—Pero, pero, pero. Él escucha muchas voces a la vez a lo mejor...
—A lo mejor nada, él se veía especialmente interesado en ti, así que seguro que cuando te escucha, te pone prioridad. ¿O no? —Siguió atormentándolo —Él incluso dijo "Este mortal es mío" —Intentó imitar su voz y fracasó en el intento —, él parecía muy celoso de mí, así que si estás conmigo seguro, segurísimo que estaba mirando incluso antes de que tú dijeras nada.
—Nooooo. —Se quejó Perseo, parecía que iba a llorar de frustración incluso, Andrómeda se rio, eso era lindo, un poco al menos.
—Siiiiiii —Insistió ella —, ya cuando él vuelva a por ti te va a dar lo tuyo —Sonrió de medio lado.
—¡Calla, Andrómeda! —Replicó él con los ojos puestos en la carretera, el rostro en llamas, incluso más que su pelo.
—Es verdad, es verdad y lo sabes. Los hombres se calientan con ese tipo de cosas, me lo han dicho mis amigas, basta con que le digas que le deseas y es bueno en la cama, para que se calienten más que la fragua del dios herrero [1]
—Que noooooooooooo.
—Que siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Así que Andrómeda mantuvo a raya a Perseo durante todo el camino de vuelta a su casa, diciéndole las cosas que el dios mensajero le haría o cómo iba a reaccionar. Era muy tierno, el problema es que sólo cuando se trataba de Hermes, con ella no era así, era salvaje y no lo podía controlar, necesitaba la colaboración del dios de los mentirosos pero, ¿Cómo podía convencerlo para que la ayudara?
Cuando llegaron a Etiopía, Perseo estaba muy impresionado, la ciudad no se parecía en absoluto a su pequeña isla. Era enorme, con gloriosos templos, nada más entrar una imponente estatua de por lo menos diez metros de altura de Zeus, se sintió intimidado era muy glorioso con su cabello rizado, barba y erguido en pie. Con una expresión altiva sostenía un rayo sobre su cabeza y un bravo toro se encontraba justo a su lado, sobre su hombro un águila. Ahora entendía por qué cuando le dijo a la princesa que era hija de él, tuvo sus recelos. No se parecía en nada a esa representación.
Todas las casas que vio estaban construidas con armonía y quien más quien menos, tenía una casa provista de un buen techo y sobre cimientos sólidos, era más que lo que mucha gente tenía en Serifos, pero es que Polidectes era un tirano, exprimía a sus lacayos hasta la última gota, siempre encontraba un motivo para subir los impuestos pero sólo a la gente pobre, los nobles no pagaban impuestos, los sacerdotes tampoco.
La gente de la calle se veía alegre, no vio niños con desnutrición, delgados sí, pero no les notó las costillas y aunque imaginaba que iban por calles cualquiera, todo estaba bien ventilado, el alcantarillado era correcto y el suelo inmaculado. Al principio creyó que era la zona de los de la clase media, Andrómeda lo sacó de su error al instante. Así era cómo vivía la gente de bien allí y se lo mostraba porque se enorgullecía de lo bien que funcionaba su ciudad.
Perseo estaba muy sorprendido, había visto Atenas pero no contaba porque era una democracia y no una monarquía, pensaba que lo de Serifos era común, cruel pero común. Nunca se había atrevido a enfrentarse a Polidectes, ya fuera por falta de valor o por apatía. Sin embargo, ahora él se sentía muy poderoso y podía cambiar todo a mejor o aplastar a quien se interpusiera en su camino con mucha facilidad. Las cosas en Serifos cambiarían, volvería a brillar como antaño. Viendo aquella ciudad, se acababa de dar cuenta de que las cosas no iban bien en su tierra natal, ver África lo había reafirmado en que allí se vivía mejor pero acababa de cambiar de parecer.
—Aquí nos preocupamos de que todos los habitantes, tengan cubierto lo mínimo —Le explicó Andrómeda.
—¿Qué es lo mínimo? —Inquirió Perseo.
—Vivienda digna, comida, aseo, educación básica y asistencia médica. —Perseo la escuchó boquiabierto, incluso tenían sanidad para todos, ¿Cómo podía ser eso? ¿De dónde sacaban los fondos para financiar tanto gasto público? Polidectes siempre decía que no había dinero cuando Perseo le replicaba, claro que él construía esculturas de oro en su palacio y no pagaba a los que le hacían el trabajo porque eran esclavos, también se gastaba en la mejor comida, la mejor ropa, las mejores mujeres.
—¿Las mujeres también tienen educación? —Preguntó en tono neutral, no juzgaba sólo tenía curiosidad.
—Sí, pero básica —explicó Andrómeda como si no estuviera satisfecha —, leer, escribir y las labores del hogar.
Aun así se quedó muy sorprendido, las mujeres de Serifos no sabían ni leer, ni escribir, si acaso las nobles, el resto no. O sabían una cosa solo, la otra no. ¿Todas las mujeres de Etiopía sabían hacer las dos cosas? No cabía en su cabeza, mas no le molestaba la idea es sólo que no lo había visto nunca.
—Me gustaría que aprendieran también sobre finanzas, lógica y botánica. —Explicó Andrómeda.
—Ahh... ¿Para qué? —Preguntó con ingenuidad, Andrómeda se sintió ofendida al parecer.
—Pues porque son conocimientos básicos. —Repuso ella como si fuera evidente, no lo fue para él.
—¿Para qué? —Preguntó de nuevo Perseo —. De eso se encarga el padre y en última instancia, el marido.
—¡Qué bruto eres! ¿Y si la mujer queda viuda o huérfana de padre? —Le señaló con su dedo acusador. —Entonces, ¿Qué?
Perseo se llevó una mano al mentón pensativo, ciertamente tenía un punto. Él no era huérfano de padre (pero casi), mas su madre se había tenido que encargar de todo, sólo que no pudo. Necesitó la ayuda de Dictis porque ella poco conocía. Se compadeció, una mujer realmente podía quedar indefensa en esa situación, a él le preocupaban las mujeres mucho, demasiado, al punto de robarle el sueño.
—Tienes razón, eres muy sabia, Andrómeda. —Perseo era orgulloso, pero cuando se equivocaba, lo reconocía.
Andrómeda sonrió complacida, le pareció que había aplacado su ira en gran medida pues parecía que lo fundiría con la mirada. Incluso diría que estaba... ¿Impresionada?
—Eres el primer hombre que me ha dado la razón —Repuso ella sorprendida. —. Entonces, ¿Qué te parece mi idea?
—Pues.... Bien, ¿Por qué me preguntas? —Se encogió de hombros, no sabía por qué le interesaba tanto su opinión, él era un forastero.
—Pues porque si te casas conmigo serás rey y se hará lo que tú digas —Le explicó ella. Entonces Perseo entendió por qué quería convencerle de su "plan". Ella no tenía poder para cumplir sus ideales, Perseo sí.
—Entiendo, me gusta como piensas. Quiero que me cuentes todo lo que tienes planeado y veremos qué podemos hacer, de gobernar yo sé poco. Acepto sugerencias.—Reconoció Perseo.
Polidectes nunca le había dado clases de cómo gobernar, tal vez porque no le interesaba que supiera. Perseo no heredaría su trono, era extraño pero ese tirano lo despreciaba y al mismo tiempo lo cuidaba como si algo le obligase a ello, era algo que no comprendía del todo.
Andrómeda estaba radiante de alegría ahora, no entendía exactamente por qué, pero parecía apasionarle la política más que a él. Él hacía planes en su cabeza, tal vez podría dejarle a ella esas decisiones si es que él estaba de acuerdo en lo que le propusiera, ya que Perseo sentía desdén por todo aquello. Lo único que quería era una ciudad justa y libre, mas no sabía muy bien cómo hacer todo eso, su prometida parecía tener ideas.
—Pues, la esclavitud, también me gustaría que se aboliera. —Expresó ella de repente.
Eso sorprendió a Perseo incluso más. Los esclavos eran necesarios, eso pensaba, eran mano de obra barata a cualquier hora del día, para cualquier trabajo. Si bien no estaba del todo en contra de eso, sí de cómo eran tratados, aunque escucharía a Andrómeda a ver qué pensaba ella al respecto. Él no era como otros, aunque no estuviera de acuerdo, era flexible y escuchaba y hasta se replanteaba cambiar sus ideales si le parecía más noble la otra causa.
—¿Por qué? Los esclavos son necesarios.
—Absolutamente no —Negó con rotundidad. —. Es cruel, racista e inhumano. Todas las personas merecen respeto básico y unas condiciones de vida justas, además de recibir su pago adecuado a las funciones que cumplen.
—¿Los extranjeros también? Y, ¿Los prisioneros de guerra? —Preguntó al instante, no las tenía todas consigo.
—Todos —Insistió Andrómeda y procedió a explicárselo. —. Somos todos humanos y sangramos del mismo color, entonces, ¿Por qué tener esclavos? Merecen respeto. No te digo que beses el suelo donde ellos pisen, pero respeto sí —Expresó ella —. Mira, pienso que a lo mejor podríamos habilitar una zona de Etiopía para los extranjeros no ciudadanos de Grecia, hasta que se les asigne una función en la ciudad. Los presos de guerra, pues depende, habría que juzgarlos y pensar en un castigo si es que lo requieren. —Ella meditó, se dio cuenta que no estaba acostumbrada a hablar de este tema aunque tuviera las ideas en la cabeza, tal vez porque lo normal es que cuando una mujer hablaba de política, se la mandara callar al instante. Muchas morían por intentarlo siquiera. Perseo no era así y estaba interesado en escuchar y aprender, aunque quien hablara fuera una mujer —Pena de muerte para los que hayan sido encontrados culpables de crímenes mayores y... Esclavitud no... Pero... ¿Servicios comunitarios? Es mano de obra barata, pero con condiciones laborales adecuadas. ¿Qué te parece?
Andrómeda se volvió hacia él sonriente, parecía bastante emocionada, era muy linda. Brillaba con luz propia, Perseo quería seguir escuchando sus planes de futuro, aunque no lo aceptaría todo así de golpe. Tenía que meditar y ver si eso era posible y cómo, o si era justo. Ideal desde luego sí lo era.
Llegaron a Palacio.
—Hmm... Me parece interesante, lo voy a pensar. Anótame todo y lo discutimos en otro momento.
la fragua del dios herrero [1]: Ella está hablando de Hefesto, el dios del fuego y de la forja que tiene una fragua en la que fabrica todo tipo de armas y joyas para los dioses.
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¡Holaaaaa! ¡Holaaaaa! Siento que este capítulo me quedó un poco "meh" lo siento jaja. Lo mismo se me secó la inspiración de tanto exprimirlaaa. jajaja como la canción de Se nos rompió el amooooooooooooooor de taaaaanto utilizaaaarloooo. jajajaj
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