Capítulo 14-Afrentas a Poseidón
Hermes estaba oficialmente de descanso, aunque ni eso, como todavía tenía las piernas seguía cumpliendo tareas sencillas como llevar las almas de los mortales al inframundo. Zeus le había permitido desistir de todas sus tareas, pero era muy nervioso y algo tenía que hacer o si no el pobre Perseo, tendría que lidiar con un dios mensajero hiperactivo y no creía ni que la siempre santa Hestia (y su tía favorita) pudiera soportarlo en ese estado. Así que el soberano se lo permitió siempre y cuando no se lastimara las manos. Atenea sí recibió un castigo, iba a ser más severo pero Hermes intervino y se aseguró de que ella supiera que gracias a él el soberano fue magnánimo (aunque cabía destacar que no era el castigo que el dios del trueno le hubiera dado por ejemplo a Ares estando en su misma situación).
Atenea debía encargarse de las tareas de Hermes, aquellas que pudiera cumplir, y que el no podía realizar debido a sus lesiones. Así que sí, ahora ella sacaba a su ganado a arar, limpiaba su huerto y por supuesto se encargaba de quitar el estiércol. La primera vez que la vio hacerlo, sonrió mientras no miraba. ¿Por qué intervino? Porque quería los favores de la diosa de la sabiduría, coleccionaba favores y dioses por si en algún momento los necesitaba. Además era un diplomático y eso implicaba que muchas veces tenía que tragarse su orgullo y firmar la paz. ¿Había perdonado a Atenea? Ni por asomo, si tenía la oportunidad de infringirle mal sin que ella lo pudiera asociar con él, desde luego que lo haría, incluso si podía sutilmente le introduciría esas ideas a Zeus. Tenía sus métodos y nunca parecía que estuviera señalando a nadie con el dedo (aunque ese fuera el objetivo), era difícil porque él apreciaba mucho a Atenea y a veces también la tenía por consejera.
No todo era tan malo, las manos no le dolían tanto y además podía pasar más tiempo con Perseo que se había empeñado en regresar a casa la mañana siguiente que despertó aunque no estaba, ni por asomo, en óptimas condiciones para emprender otro viaje. No entendía su prisa, algo le estaba ocultando y aún no había averiguado qué. Eso le molestaba, él siempre sabía todo de todos.
Estaba ahora sentado a su lado mientras el semidiós conducía, Hermes abrazado a él, le gustaba abrazarle, era suave, cálido y adoraba su olor. Perseo estaba más cariñoso también desde que no le atacaba tanto ya que ambos estaban lastimados. De hecho ahora mismo Perseo estaba un poco apoyado en él y se le veía relajado. Era muy lindo, le daba hambre pero apenas podía tocarle sin que se rompiese y sin lastimarse él.
—Estaba pensando... —Empezó Perseo, Hermes rodó los ojos, tenía mucho peligro cuando "pensaba cosas", cómo cuando le preguntó que si comía muchos muslitos de pollo podrían salirle alas en la espalda. —. Vos sois hijo de Zeus, ¿O no? —Dijo pasmado, y pasmado se quedó el dios con la pregunta.
—¿Ahora te das cuenta? —Arqueó una ceja, Perseo sabía muchas cosas sobre él pero al parecer eso no.
—¿Y yo...? —Se señaló ahora mismo.
—Joder, Perseo. Vamos a llamar a Asclepio, creo que tu cabeza se ha roto —Dijo Hermes entre molesto y preocupado, pero Perseo le miraba muy serio. —. Sí, también eres hijo de Zeus. Si no paras de decirlo todo el tiempo, ¿Te sorprende? "Yo soy Perseo, hijo de Zeus"
Perseo se quedó boquiabierto pues por un momento Hermes había hablado con su voz, era una copia exacta. Él no sabía que el dios mensajero podía hacer eso y le perturbaba, pero había algo que le preocupaba incluso más.
—Entonces... ¿Tú y yo somos...
—... Familia? —Le ayudó Hermes sin saber a dónde quería llegar.
Perseo lanzó una exclamación asustado y Hermes se asustó también pero de la reacción.
—¿Qué pasa? ¿Te duele algo? —Repuso preocupado el dios, desde que casi perdió al pelirrojo estaba más sensible al respecto.
—¡Somos incestuosos! ¡Soy incestuoso! —Señaló a Hermes y luego se señaló a sí mismo.
—¿Y eso qué? —Preguntó sin entender la gravedad de la situación. —Yo he tenido hijos con mi tía abuela y no me ha fulminado ningún rayo.
El semidiós se quedó pasmado de nuevo como si acabara de decir la barbaridad más grande en toda su vida. No entendía a qué venía tanto drama, para los dioses era normal. Hera y Zeus eran hermanos, Perséfone y Hades eran sobrina y tío y de las únicas relaciones que no eran así cabía la de Hefesto y Afrodita, pero esa última estaba más muerta que la virilidad de Urano. Es decir, todo el mundo sabía que la diosa de la belleza prefería los favores del dios de la guerra (Hermes no entendía por qué, él era mucho mejor que Ares).
—¿Cómo que con vuestra tía abuela? Qué asco.
—Si tú tía abuela fuera la diosa de la belleza te aseguro que "asco" no sería la palabra que dirías.
Otra vez Perseo puso esa cara de bobito ingenuo que tan adorable le parecía y que le daban ganas de besar.
—¿Os acostasteis con la diosa de la belleza y del amor? —Exclamó, por casi soltó las riendas de la sorpresa.
A Hermes no le cupo la sonrisa en el rostro, era la hazaña de la que más se enorgullecía en su, para él, corta existencia. Todavía lo recordaba con gran jolgorio.
—Sí —Alzó el mentón orgulloso. —¿Me envidias ahora, Perseo? Soy demasiado genial. Tuvimos tres hijos, éxito total. —Hizo el signo de la victoria.
Por más fama de promiscua que tuviese Afrodita, en realidad no se acostaba con cualquiera, era muy selecta. Probablemente incluso Ares tenía más amantes que ella, y uno de los amantes de la diosa había sido Hermes y debió gustarle porque repitió tres veces, mientras que con Poseidón y Dioniso solo dos. Le faltaba un hijo más para estar a la altura del dios de la guerra, pero no era competitivo y tres era un número que le gustaba y además era un embrollo terrible, porque tanto Ares como su esposo Hefesto eran conflictivos.
—Sois odioso. —Bufó Perseo, al menos se le había pasado el mal trago de saber que eran medio hermanos.
Hermes se rio y le besó, Perseo correspondió a regañadientes y como si fuera una piraña le mordió. A veces hacía eso cuando estaba de mal humor. Era tan salvaje, hasta donde sabía no era así con las chicas.
Siguieron conduciendo hasta Etiopía que estaba al este y era como si siguieran el sol, allí tomarían un barco y volvería a Serifos, pero algo no iba bien. Lo que se suponía que era aquella ciudad, estaba parcialmente sumergida en el mar. Donde se suponía debía haber tierra y vegetación, había agua. Perseo se detuvo, los caballos no quisieron caminar más tampoco.
El semidiós no entendía nada, ¿A dónde se había ido la tierra? Vale que era una ciudad costera pero... ¿Tanto? Movido por un pálpito, se bajó del carro de un salto y antes de que el mensajero pudiera decir nada, alzó una mano frente a él.
—Esperad aquí, voy a ver que sucede.
—Perseo no- —Se detuvo al darse cuenta de que el semidiós se había marchado, para algunas cosas realmente era veloz.
Perseo caminó y a medida que lo hacía sus pies se hundían en aquel mar, la tierra bajo sus pies era blanda y las plantas se colaban entre sus dedos. Todo estaba muerto, ya que el mar lo había ahogado, demasiada humedad mataba la vida no capacitada para vivir sin oxígeno.
El agua le llegó hasta las rodillas y justo cuando iba a desistir vio algo que lo mantuvo estático pues le robó el aliento. En lo más profundo, sobre una roca que sobresalía del mar, una doncella de cabellos bañados en luna atada semidesnuda aguardando quizá un destino fatal. Perseo se sintió conmovido y sacudido en más de un sentido, era el epíteto de la fragilidad.
Es ella solo pudo pensar el joven semidiós, ni las palabras le salían. Es real no cabía en su asombro. Siempre había pensado que era una ilusión de su subconsciente pero en realidad existía. Herido como estaba Perseo nadó y nadó hasta llegar a ella con desesperación. Estaba más lejos de lo que cabía esperar y cuando llegó realmente no sabía cómo reaccionar.
Se aclaró la garganta y preparó un par de frases que habían servido a lo largo de su corta vida de líos entre sábanas, pero al llegar se quedó mudo de nuevo. Sus sueños no le hacían justicia. Su piel era tan blanca y pura que la luz era la que se reflejaba en ella y no al revés, sus labios rosas estaban agrietados y sus bellos ojos multicolor veían al infinito con anhelo. Se acercó.
—Soy Perseo —Anunció el semidiós —, hijo de Zeus y Dánae, y desde hace un tiempo, bella dama, te llevo en mi corazón. —Se llevó una mano al pecho con cierto dramatismo y galantería.
Entonces escuchó a Hermes reírse en su cabeza, ¿Qué hacía ese metiendo la nariz donde no le llamaban?
«¿Qué ha sido eso, Perseo? ¿Qué clase de Adonis crees que eres?»
Perseo se ruborizó, no se suponía que Hermes estuviera mirando mientras pretendía a aquella dama. Habían hablado sobre eso por el camino, que fue bastante largo, sobre que él tenía derecho a buscar una dama de su agrado (siempre y cuando está fuera mortal, Hermes había sido muy determinante en ese aspecto y en que si no era mortal y mujer, los destruiría a los dos) para procrear.
Callaaaaos, Hermes, así no puedo concentrarme le dijo el semidiós avergonzado.
«Ah, ah, perdona. Ya me callo. ¡Venga, Perseo! ¡Tú puedes! ¡Fiera! Ya es tuya»
Que os callééééééééis, Hermes insistió el semidiós y el mensajero pareció captar el mensaje esta vez.
La bella dama fijo aquellos ojos que parecían encantados en él, los entrecerró con disgusto y al poco los cerró.
—Oye, ¿Te puedes mover un poco hacia la derecha? —Pidió y hasta su voz era celestial como cuerdas de cítara siendo acariciadas. —A mi derecha. Sí ahí. No, no, no, ahora a la izquierda. —Suspiró aliviada y pudo abrir sus hermosos ojos de vívidos colores. —Ahí perfecto. Es que no te imaginas, el sol me estaba dejando ciega. Una pensaría que el día de su muerte los dioses y los titanes tendrían un poco de compasión. Pero noooo, el sol quiero matarme también al parecer. A lo mejor mi pelo les molesta, yo qué sé.
—Ah... —Repuso Perseo confundido y prosiguió. —Como te decía, soy Per...
—Sí, sí, si ya te he oído. Estaba ciega, no sorda —Le recordó ella dejando mudo de nuevo al semidiós.—. Así que te llamas Perseo y eres hijo de un dios, apártate un poquito de mí que no quiero estar cerca cuando te caiga un rayo.
—O-oye, que si soy hijo de Zeus, ¿Acaso no me parezco a él? —Irguió el mentón con orgullo.
—Pues, perdona que discrepe, pero es que no he visto nunca al dios del trueno y sinceramente no me lo imagino con cara de niña, no te ofendas, pero tienes más cara de chica que yo —Repuso ella que no estaba nada impresionada con el aspecto del semidiós —. No sé, tal vez si te dejas barba, ¿Tienes edad para que te crezca barba?
Perseo frunció el ceño sin saber si disgustarse o enfurecerse, era la primera vez que una mujer se metía con su aspecto físico y con tanta maldad.
—¡Oye! Me estás ofendiendo. —Puso los brazos en jarras. La joven le miró con sorpresa.
—Ahhh, pues perdona, pensaba que yo era la única princesa aquí, pero resulta que somos dos. Soy Andrómeda, por cierto —Decidió presentarse por compasión —, y perdona si no me importa ofenderte, es que, pues como que voy a morir ahora mismo y me da igual si te enfadas.
Perseo bufó y se revolvió el cabello con el orgullo herido, ¿Qué clase de broma del destino era aquella? Seguro que aquella mujer mentía, estaba siendo orgullosa solo haciéndose la estrecha, ¿Qué otra cosa podría ser?
—¿De verdad que no me encuentras atractivo? —Preguntó perplejo.
Andrómeda le miró pues con ojo crítico, hizo un barrido completo por todo su cuerpo mientras el semidiós se mantenía hinchado de orgullo tratando de lucir todo lo apuesto que era.
—No sé. A lo mejor si te cortas la cabeza, sí. —Repuso con calma.
—¿CÓMO? —Perseo abrió los ojos como platos, pero, ¿Qué barbaridades decía esa mujer? Había perdido el juicio.
—Lo siento, pero tu pelo me molesta. —Comentó ella —. Es como si tuvieras un manto de sangre en la cabeza —Le explicó. —. Pero sangre fea.
¿Acaba de usar la palabra "fea" para describirme? ¿A mí? ¡Pero yo soy Perseo! ¡Hijo de Zeus! ¡Y soy muy guapo! se dijo a sí mismo sin dar crédito a lo que estaba escuchando, le pareció que el viento se reía con la voz de Hermes.
—¡Cómo osas! ¡Yo no tengo nada feo en mí! —Respondió airado —¿Qué le pasa a tus ojos? ¿Se te han cegado debido al sol? O, ¿Qué? Vuelve a mirarme y dime que soy feo.
Andrómeda suspiró y negó con la cabeza, era literalmente lo único que podía hacer en esos momentos, ya que el resto de su cuerpo estaba inmovilizado.
—Oye, que me has preguntado tú y además yo no dije feo —Se defendió ella que tampoco pretendía ser cruel y menos con un mocoso (aunque eran más o menos de la misma edad) —, sólo que tu pelo es feo y si vas a llorar por eso hazlo en otra parte, que bastante tengo con que me va a comer un monstruo como para tener que escuchar llanto agónico en mis últimas horas de vida.
—Eres muy grosera. —Le dijo un airado Perseo, Andrómeda le miró otra vez con fragilidad.
—Perdoona, es que no me encuentro bien —Dijo ella, hasta su voz sonó agrietada. —Llevo horas aquí, el sol me molesta, me daña la piel y me seca la garganta. Me muero de sed y rodeada de agua ni aún así puedo beber un poco. —Se lamentó, la notó quebrarse como si fuera a llorar.
Perseo se apiadó de ella pues sabía lo que era pasar sed y la joven comenzaba a tener los labios agrietados. Buscó en su zurrón y se acercó a ella lentamente para que no se asustara.
—Bebe todo lo que quieras. —Susurró y cuando ella abrió la boca, con gentileza depositó la boca de su bota sobre sus labios y permitió que bebiera. Estaba tan sedienta que realmente lo vació. Ella suspiró aliviada.
—Oh... Gracias, Perseo. —Dijo ella y le dedicó una sonrisa dulce como la miel.
Perseo sintió como su corazón era sacudido por una fuerza más grande que él. Incluso sintió el calor extenderse por su rostro.
—¡Yo lo mataré! —Se llevó una mano al pecho— ¡Yo mataré a ese monstruo por ti! —Dijo sintiéndose más valiente de lo que en realidad era.
Tanta belleza y fragilidad, le había llenado de vigor y, ¿Qué clase de hombre sería si dejara a semejante damisela en apuros morir a manos de un monstruo? Perseo desde luego no. Porque él no volvería la espalda a una doncella en peligro. Andrómeda lo vio con los ojos tristes y no entendió por qué.
—¿Estás seguro? Eres muy joven todavía, ¿No tienes una prometida esperando por ti? —Preguntó ella y vio al semidiós negar con la cabeza —Pero, si tendrás una madre, ¿No? Vuelve con ella. No hay nadie más que yo y sólo yo para cargar con las afrentas de mi señora madre.
Perseo chasqueó la lengua, ¿Por qué todo el mundo le decía eso? No era tan joven y esa chica debía ser de su edad para que lo tratara con tanta maternidad, vale que su cara no ayudaba, pero él tenía cuerpo de hombre aunque aún le quedasen varios centímetros para crecer.
—¿Qué afrentas? —Quiso saber, aunque de todos modos mataría a la bestia.
—Pues nada, mi madre, que hizo eso que hacen las madres. Decir que su hija es la mejor del mundo, la más pura, la más santa, la más habilidosa —Rodó los ojos —, y se atrevió a decir que a parte de todo eso yo era MÁS hermosa que incluso las nereidas[1], y bueno, se conoce que al dios de los mares no le cayó bien que dijera eso y le dio por sumergir la ciudad bajo el mar, y bueno, al parecer la única forma de aplacar su ira es que YO sea devorada por un monstruo terrible.
El semidiós se quedó boquiabierto con espanto. No entendía nada, ¿Por qué el dios había decidido castigar a esa joven si ella no tenía culpa alguna? Los dioses a veces eran terribles y aunque no las tenía todas consigo de ir en contra de la decisión de un ser divino, tampoco iba a permitir que una chica inocente pagase algo que no le correspondía. Si luego los dioses lo mataban, al menos moriría pensando que hizo lo correcto. Estaba seguro que su madre se enfadaría más si supiera que había presenciado eso (teniendo el poder para evitarlo) y había vuelto la espalda, a que muriese haciendo lo que debía hacer.
—No temas, te salvaré como que me llamo Perseo —Se dio un golpe en el pecho. —, juro por mi honor que así será.
De nuevo ella lo miró con tristeza, no entendía el motivo, ¿No debería de estar ilusionada y contenta de que alguien viniera a socorrerla? Iba a preguntar, pero la joven princesa habló primero.
—Bueno, que sepas que de todos los anteriores, eres mi favorito, ojitos verdes. Te recordaré aunque sólo hasta que me coman porque luego Hades nos borra la memoria, o eso dicen. —Comentó ella y le dedicó una sonrisa apenada.
Habría reparado en el hecho de que le llamó "ojitos verdes" de no ser por lo que dijo un poco antes de ese mote.
—¿Cómo que anteriores? —Entrecerró los ojos, no sonaba bien lo que estaba escuchando no sólo porque daba a entender que había muerto gente, sino porque otros se le habían adelantado.
—Sí, han venido más como tú, algunos de ellos también afirmaban ser semidioses. Vino un hijo de Apolo, era muy guapo con el pelo dorado pero muy engreído (más que tú, que ya es decir, aunque al menos tú eres gracioso), también vino un hijo de Hécate[2] un poco misterioso y místico, y todos dijeron que si mataban al monstruo se casarían conmigo —Narró ella con tristeza —, pero el monstruo se los comió tan pronto intentaron desatarme, ¿Sabes? Ellos eran más altos, más grandes y mayores que tú. Así que de verdad, no me gustaría que te coman a ti también, te lo agradezco pero vuelve a casa, ¿Quieres?
Perseo la interrumpió.
—Espera, espera, espera —Alzó una mano frente al rostro de la princesa acababa de recibir valiosa información. —. ¿Me estás diciendo que si mato al monstruo, el premio es casarme contigo?
—¿En serio de lo que dije eso es lo que te llamó la atención? —Bufó ella y rodó los ojos —Pues no, no es el "premio" pero te aseguro que si me salvas, te sigo a donde sea. Eso sí, para casarnos, le tienes que pedir permiso a mis padres, que están allá ya que las princesas no decidimos con quiénes nos casamos, ¿Sabes? —Intentó indicarle la dirección con la cabeza.
Perseo siguió el curso de su mirada y vio en una roca un poco más lejana, dos figuras observando todo. Qué padres más sádicos, que vienen a presenciar cómo se comen a su hija pensó el semidiós un poco sorprendido.
—Pero tranquilo, te dirán que sí, a todos les dijeron que sí.
—Ah... —Perseo se sonrió bastante confiado de sus dotes oratorias y su gran presencia —Pues ve pensando en cómo quieres que sea el vestido, que nos casamos. —Se ajustó la ropa con aire coqueto como si no se fuera ir al traste una vez tuviera que nadar hasta los padres.
—Vale, fiera, pero primero mata al monstruo —Le contestó, se notaba que no las tenía todas consigo. —, y como me caes bien te diré que la criatura se esconde bajo el mar, pero no te hará nada a menos que intentes desatarme, así que estás a salvo, de momento.
—Ah... ¿Y por qué no te ha comido todavía? Presumo que llevas un rato aquí. —Dijo desconcertado.
Ella hizo el intento de encogerse de hombros, pero dada la situación no pudo hacerlo.
—No sé, le debe de divertir al dios del mar matar a héroes, o que mi señora madre llore y suplique. No tengo ni idea, pero ya me dan ganas de que me mate, me comienzo a aburrir.
—Pero mujer, no seas tan negativa. Verás como yo te salvo. —Le dijo muy seguro, tenía un plan y estaba casi seguro de que daría resultados.
nereidas[1]: Son como ninfas pero acuáticas, habitan en el mar Mediterráneo y suelen emerger para ayudar a los marineros.
Hécate[2]: Diosa muy importante de la magia, la hechicería, la brujería, los caminos, se la asocia también con el inframundo, y también fue la que creó la ambrosía, el alimento que permite a los dioses la inmortalidad y detiene su envejecimiento.
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
¡Holaaa! ¡Holaaaa! Pues aquí actualizó también De Bronce y Oro, con ¡Por fin la aparición de Andrómeda! No sé qué os habrá parecido ella, jaja, a mí me gusta, pero entiendo que a ciertas personas les pueda caer mal. Lo he cortado porque me quedaba muy laaaaaaargo ya el capítulo, ya para el siguiente, se sabrá qué sucede con Andrómeda, el monstruo y Perseo
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top