Capítulo 13-Icor

Durante la pelea, Hermes estuvo muy inquieto observando, quiso entrar varias veces pero tampoco quería convertir a Perseo en un mocoso consentido y tenía plena fe en que lo conseguiría él solo, aunque definitivamente no le habría dejado morir si es que hubiera estado en ese riesgo. Sin embargo estaba nervioso, el semidiós no estaba preparado. Quirón se lo dijo, no dominaba el poder divino, estaba lejos de hacerlo porque él tenía tanto miedo de hacer daño a los inocentes que ni siquiera sabiendo que podía morir el bloqueo se iba.

Él era demasiado bueno, no estaba preparado para ser un héroe y tenía pruebas de que Atenea había ido introduciendo la idea en su cabeza de matar a Medusa incluso antes de que el propio joven lo expresara abiertamente (y debido al acoso de la diosa). Aunque eso no era novedad, ella ya había mandado a varios como él (y menos preparados también) a por la gorgona porque para ella eran hormiguitas y si morían poco le importaba. Pese a ello, Perseo había sido el único que había contado con la protección de la diosa pues al parecer no tenía esperanza en los otros. ¿Por qué los manda entonces? Se preguntó.

Hermes era bien entrometido y había investigado a todas y cada una de las víctimas de Medusa. No es como si le importara que esos mortales murieran, sólo es que no le veía el sentido a mandar corderos a matar leones. Había mandado a Perseo y él no estaba preparado, quería alejarlo de todo lo divino en cuanto terminase aquella aventura, la vida de héroe no era para él era demasiado noble. Lo comprobó cuando se apiadó de Medusa, nadie habría hecho eso, porque ella tenía garras, colmillos, despedía veneno y petrificaba con la mirada, pero Perseo sí. Tuvo miedo, se preparó para matarla él mismo y disculparse con Poseidón después para contener a Atenea.

No hizo falta, Perseo lo logró y de la cabeza de Medusa salieron dos criaturas, Pegaso y un gigante Crisaor pero el semidiós no lo vio porque se apuró a marcharse. Así que es verdad que estaba embarazada pensó, por eso la prisa de la diosa en matarla. Aunque tampoco le vino tan mal, se vio muy interesada en apropiarse del caballo. Tanto que sólo él se quedó a recibir al héroe.

Perseo estaba muy herido y se sostenía solo porque llevaba sus sandalias, lo sabía. Se había roto varios huesos. Fue a su encuentro, pero el semidiós le miró con los ojos enloquecidos, la esclerótica de sus ojos se había envuelto negra, los iris rojos y lloraba todo el tiempo. Supo que estaba sufriendo y tampoco le supuso esfuerzo esquivar el espadazo. Era lento y además estaba cansado, le preocupaba más su estado mental, debía detenerle y todas las formas que se le ocurrían era lastimándole más.

Hermes no estaba acostumbrado a proteger, era el perro de Zeus y si él decía "muerde" él mordía, rara vez era un protector pero no iba a dañar a Perseo.

—¡Perseo! Escucha mi voz, soy yo. —Le intentaba decir mientras esquivaba, el semidiós le atacaba incansablemente y notaba cómo se quebraba más con cada golpe, debía de estar aterrorizado.

—¡Cállate! ¡Deja de usar su voz, monstruo! —Le gritaba furioso y también lanzaba espadazos al aire como si intentara apartar algo de él. —¡Devuélvemelo! ¡Llévame a mí! —Lloraba el semidiós.

Tuvo una idea para detenerle, pero entonces Atenea, que nada sabía, entró en escena sin comprender nada.

—¡Perseo! ¡Cómo osas! —Le gritó ella, furiosa con motivo porque era una afrenta terrible que un mortal atacase a un dios.

—¡Atenea, NO!

Alcanzó a gritarle Hermes y se giró hacia ella pero era tan veloz que su acción fue más rápida que la voz del mensajero, la vio empuñar su lanza contra el semidiós y sin duda lo destrozaría. Por suerte él era el dios más veloz, llegó a tiempo de apartar a Perseo de la trayectoria, mas sólo alcanzó a poner las manos frente a su garganta ya que por ahí venía el ataque y ella era tan rápida que apenas pudo hacer nada más. Atenea pretendía atravesar el cráneo del mortal, pero Hermes era más alto.

La lanza atravesó sus manos y no fue más allá porque la diosa se detuvo a tiempo, horrorizada. Hermes ni siquiera gritó, el dolor fue tal que lo mató por dentro y además, el icor dorado brotó de sus manos a borbotones y cada gota que sobre el suelo se derramaba se convertía en una amapola y así los pies del mensajero se llenaron de hermosas plantas. Al poco sintió otro impacto, ese había sido Perseo y aunque le dolió no le hirió, la hoja de la espada se partió al golpear contra él.

—Hermes... —La diosa soltó la lanza y quiso acercarse a su compañero en actitud conciliadora, quería ayudar —¿No creerás que...? —No pudo continuar.

¡LARGO! ¡FUERA! —Le gritó Hermes y su voz mandó una onda expansiva, Atenea retrocedió aunque no por ese hecho. —¡VETE O TE DESTRUYO!

No estaba pensando lo que decía porque le dolía, la lanza de Atenea estaba hecha de material divino y no se regeneraría sin asistencia médica y además abrasaba. Le dolía tanto que podría llorar, pero no lo hizo. Hacía mucho tiempo que no le herían así, más o menos desde la titanomaquia y eso había sucedido siglos atrás.

—Puedo ayudar, tengo un antídoto que... —Empezó a decir ella, pero fue tal la mirada de odio que le dedicó que retrocedió de nuevo.

No temía a Hermes, podía derrotarlo (sobre todo con las manos así), los dos sabían eso, pero Zeus definitivamente la castigaría porque herir la mano derecha de Zeus era herirle a él, pero la perdonaría, lo sabía, siempre la perdonaba incluso cuando ella en cierta ocasión conspiró con Hera para derrocarle. Sólo esperaba que el castigo no fuera tan severo esta vez. De verdad que quería ayudar al dios mensajero porque no pretendía hacerle daño, no directamente a él, pero ahora mismo era como un animal herido. Además nunca lo había visto tan furioso, no eran buenas noticias. Se marchó.

El dios mensajero la apuñaló con la mirada hasta que se fue, le dolía tanto que estaba hiperventilando. Aun así se volvió hacia Perseo que estaba agazapado en el suelo encogido sobre sí mismo. Aunque su voz no le hizo nada a Atenea, el semidiós estaba afectado y temblaba con violencia y lloraba, pero ya no lágrimas, ahora sangre.

—¡Perseo! —Gritó angustiado, no podía perderle, no quería perderle.

Alargó las manos hacia él pero se detuvo a tiempo al comprobar que seguía cayendo sangre dorada. Si es que le tocaba con esas manos, lo mataría al instante, el icor de los dioses era letal para los mortales. Trató de vendárselas con trozos de su propia túnica por más que doliera apretar contra un herida que no había sido tratada, pero enseguida la tela se impregnaba de dorado y no cesaba. Atenea debía, además, de haber equipado su arma con algún material que impedía que dejase de sangrar y no lo haría hasta que fuera tratado. No había tiempo para eso, si no sanaban a Perseo, él moriría.

—¡Maldita seas, ATENEA! ¡Si muere iré a POR TI! —Le gritó furioso porque sabía que ella estaba escuchando.

Se hincó de rodillas sobre el suelo, encogiéndose para de algún modo tratar de detener la sangre pero cómo nada daba resultado comenzó a llorar de pura rabia y frustración. Hermes no lloraba, se reía de todo, pero ahora no tenía ganas de eso.

Apolo, Apolo por favor ayúdame. —Le suplicó desesperado, nunca le pedía ayuda, nunca pedía ayuda a NADIE pero ahora pensó en él pues era lo más parecido a un hermano mayor que tenía.

Y no esperaba que fuera a aparecer porque a él los dioses sólo lo buscaban para pedirle, pero debió ser tal su desesperación que Apolo hizo su dorada aparición sin entender nada. Miró a su hermano, ¿Lloraba? (eso le extrañó) y sangraba todo el tiempo y a sus pies todo un prado de amapolas. No era grave, pero necesitaba asistencia inmediata, esa herida sólo podría haberla causado un dios o un titán.

—¡Hermes! ¿Estáis bien? Dejad, yo me ocupo. —Se agachó para asistirle, pero Hermes se apartó.

—¡A mí no! —Le gritó, eso también era extraño, Hermes siempre hablaba calmado. —¡A él! ¡Y no le hagas daño está asustado!

Lo vio señalar a un joven pelirrojo que reconoció como Perseo, entonces se dio cuenta de la situación. Su hermano no lloraba porque le doliese la herida, sino de rabia. Creía que era más importante tratarle a él, los semidioses poco valían, pero le hizo caso de igual modo. El pobre chico temblaba como una hoja mecida por el viento, se acuclilló junto a él y reconoció los síntomas al instante; esclerótica negra, pupilas dilatadas, iris rojo, lágrimas de sangre, sudoración y mirada espantada.

No era el mejor médico, pero si el mejor en enfermedades y para cada una preparaba un antídoto. Buscó en su zurrón a ver si es que tenía suerte, no sabía si tenía justo la que detendría aquel malestar pero los síntomas eran muy parecidos. El semidiós trató de huirle, sin embargo Apolo lo forzó igualmente a beber el remedio hasta la última gota. Se separó para mirarle, lo tenía inmovilizado porque había tratado de arañarle cuando se acercó. Poco a poco el blanco volvió a sus ojos, dejó de llorar sangre y su expresión se relajó al menos un poco, incluso suspiró aliviado.

—Gracias... —Susurró antes de perder la conciencia, debió ser demasiado para un cuerpo tan pequeño.

Pobre niño pensó Estos semidioses, cada vez los envían más jóvenes a su muerte, el próximo imagino que irá en pañales pensó él, pero la verdad es que le daba igual. Comprobó que tenía pulso, su corazón latía con normalidad y cuando posó la mano sobre su cabeza no sintió que nada estuviera dañado ni dentro ni fuera, o no de forma irreversible.

—Perseo vivirá. —Anunció Apolo con calma, quien no tuvo esa quietud fue Hermes que apareció junto a ellos tan rápido que apenas lo sintió llegar.

Hermes contempló al semidiós con ojos de dolor pero se relajó un poco al ver que sólo estaba en actitud de reposo. Esta vez fue él el que suspiró aliviado. Estaba tan agotado mentalmente que dejó caer la cabeza en el hombro del dios del sol, este le acarició el pelo extrañado, no era conocido ese hermano suyo por ser cariñoso. Con los dioses no, aunque con Afrodita sí lo fue. Quién pudiera pensó él. Tenía la sensación de que a él le gustaban más los animales y los mortales.

—Gracias... —Susurró ahora Hermes.

Apolo se sonrió lleno de sí mismo, estaba que no cabía de gozo. A todo el mundo le gustaba llegar a salvar el día y que además le adularan por ello, sobre todo a él que tenía un ego que no cabía en su cuerpo.

—¿Qué día es hoy? —Preguntó de repente Apolo —¿Sabéis qué? Yo creo que hoy debería cambiarse por "El día de agradecer a Apolo". ¿Qué os parece? Suena glorioso.

Consiguió que Hermes se apartara de él al instante, normalmente le reiría la gracia aunque luego se metería con él, en esta ocasión sólo torció el gesto en una mueca de desagrado.

—Lo que digáis, pero sanad a Perseo. —Espetó ya más calmado.

—Ya lo hice. —Alzó el mentón orgulloso como era él.

—Sus huesos, está muy herido.

—Antes debería sanaros a vos —Insistió Apolo, pero Hermes volvió a apartarse.

—A mí no —Repitió de nuevo —. A él.

Entendió pues que Hermes seguiría sangrando hasta que tratara al semidiós, con una herida como esa Apolo se estaría quejando todo el tiempo (y Artemisa se reiría de él y le llamaría "bebé") porque debía dolerle ya que ni cicatrizaba ni el sangrado se detenía, pero él se mantenía estoico. Padre va a tener que darle reposo, no puede trabajar así quizá no era una herida tan grave, pero, ¿Qué haría sin sus manos? ¿Cómo repartiría paquetes y haría el trabajo sucio de Zeus? Quien fuera que le hubiera herido, sufriría.

• • •「◆」• • •

Sentía su cuerpo liviano, como si descansara sobre algodones, nubes de azúcar que sabían a gloria y además lo cubría un manto de estrellas tan suave y confortable... Olía como a narcisos (que era uno de sus olores favoritos) y a limpio, era tan agradable que sentía que podía estar en ese estado para siempre. Algunas veces, la brisa removía sus cabellos y era tan placentero que se derretía. Era una calidez familiar.

Su madre, Dictis y Hermes estaban allí también y descansaban sobre nubes en aquel cielo añil. El sol tenía una cara muy agradable y armónica, ojos cristalinos y rubios rizos y su expresión era gentil. Era como un ángel salvador. Estaba muy cómodo allí pero una voz comenzó a llamarle, era esa chica albina de los ojos multicolor. Hacía tiempo que no acudía a sus sueños, desde que Hermes jugaba con su cuerpo hasta la extenuación y entonces no soñaba nada.

«Perseoo, Perseoo, debes apurarte. Te estoy esperando, Perseo, Perseo despierta. Perseo» repetía aquella voz incansablemente, era tan dulce que no le molestó tanto aunque sin duda no le entusiasmó que tratara de arrancarlo de su dulce ensoñación.

Abrió los ojos aletargado, se sentía bien como si hubiera descansado todo lo que debía, como si hubiera dormido por días pero eso era imposible. Aun así bostezó y cuando quiso desperezarse se dio cuenta de que no todo estaba tan bien, se quejó, el cuerpo le dolía y nada más quejarse vio como la cortina se movía sospechosamente hacia un lado como si hubiera pasado una brisa de viento sólo que la ventana estaba cerrada. Entonces apareció Hermes.

—Perseo —Susurró, en un abrir y cerrar de ojos estaba a los pies de la cama a un costado suyo. —Estás despierto. —Parecía aliviado. Demasiado.

El semidiós frunció el ceño sin entender a qué se debía que él estuviera tan ansioso y emocionado.

—Pues... sí. —Su voz sonó ronca y le costó más de lo normal dejarla salir.

La verdad, sí que notaba a Hermes muy ansioso pese a que la expresión de su rostro era calmada, porque se movía "a saltos", en realidad no, pero era como si se teletransportara para el ojo de Perseo. Había aparecido de repente a su lado a los pies de la cama, y ahora de nuevo se había "teletransportado" porque apareció sentado en el borde del lecho junto a él. No debía de darse cuenta de que se movía a gran velocidad, era confuso para él.

—Más despacio. —Se quejó él, además estaba medio adormilado y la intensidad de Hermes le estaba agobiando.

—¿Cómotesientes? —Preguntó de inmediato, además de moverse rápido también hablaba así. —¿Teduelealgonecesitasaguaquesientescuantosdedostengoahoramismo?

Perseo parpadeó varias veces estupefacto, no había entendido nada pero Hermes estaba expectante esperando su respuesta y le recordó a un cachorro esperando a que su amo le acariciara la cabeza. Así que eso hizo, alargó la mano y le revolvió el cabello porque estaba muy atontado y no sabía lo que hacía, hasta le dedicó una sonrisa cándida como la que le daría a un infante.

—Muy bien, Hermes. —Lo felicitó.

Hermes hizo una mueca curiosa, las cejas bajaron a la altura de los párpados y se formaron leves arrugas en su ceño, al tiempo que abría la boca en una mueca de confusión. Le pareció lindo, tal vez porque estaba adormilado, no se le ocurriría hacerle eso a un dios si estuviera en todos sus sentidos. Miró a un lado y luego al otro, finalmente negó con la cabeza y volvió a la carga.

—Preguntaba... que... cómo... estás. —Preguntó, ahora era lento, aunque al menos podía entenderle.

Perseo meditó, miró el techo y luego a Hermes de nuevo y se concentró en sus sensaciones.

—No sé... ¿Vivo? —Se encogió de hombros, es que no sabía a qué venía la pregunta. Hermes le volvió a mirar extraño, suponía que esa no era la respuesta que esperaba. —Como si hubiera descansado, pero me duele el cuerpo.

El dios lo contempló de arriba a abajo, era extraño como si viera dentro de él, a lo mejor lo hacía. No conocía todas las habilidades de los divinos, no pareció alertado. En su lugar, lo envolvió con delicadeza entre sus brazos y se recostó junto a él. Fue tan cálido y agradable que cerró los ojos, Hermes también parecía menos acelerado ahora.

—Es normal, no sabía que un humano podía quebrarse tanto —Dijo Hermes, pero era normal, Perseo no estaba preparado para esa batalla y Medusa era fuerte. Había recibido sanación de los propios dioses, de Asclepio que era hijo de Apolo y médico de dioses. De otro modo a lo mejor no habría podido recuperarse tan bien y aún así estaba por verse si tendría secuelas. —. Vuelve a casa ahora, Perseo. Con tu madre, abandona la aventura.

A Perseo no le pareció una orden, ni siquiera una sugerencia, era una súplica. Era extraño que el dios hiciera eso, nunca le pedía nada, sólo le daba órdenes y parecía tan preocupado... ¿No le veía capaz? Bueno, de todas formas no tenía planeado ser un héroe, no estaba en sus intenciones.

—Sí —Dijo y Hermes suspiró aliviado y se dedicó a acariciar su cabello, le gustaba cuando él hacía eso. —¿Por qué tanto interés?

—No quiero que seas un héroe, Perseo —Declaró Hermes con calma. —. Aunque ya lo eres. Pero no sigas, no es para ti —Le garantizó, tenía razón pero aun así quiso discrepar. El dios se adelantó. —. Todos ellos son recordados con honor pero poco se habla de lo que sufren a lo largo de su vida y de cómo mueren prematuramente y de forma atroz. No quiero eso para ti. Te lo prohíbo. —Ahora sí que sonaba como una orden.

—No habéis respondido a mi pregunta, Hermes. —Insistió, volvió el rostro hacia él y miró al dios, lo que vio le sorprendió, él estaba haciendo una mueca extraña.

Se veía, frágil, desangelado como si se tratara de una damisela en apuros, aunque no lo fuera. Perseo le abrazó pese a que le doliera el cuerpo, no necesitaba protección pero quiso dársela de todos modos.

—¿Por qué preguntas? ¿Acaso no lo sabes? —Susurró Hermes. —. Es porque te quiero, Perseo. Daría todo por ti. —Confesó y nunca antes el dios mensajero le sonó tan sincero.

El semidiós sintió los murciélagos revolotear en su estómago provocando huracanes que a su vez traían tempestades. Hermes nunca le había dicho eso. Perseo le besó, se sentía débil aunque el que lucía desamparado era el dios, sentía que podía darle todo también pese a que era él el que decía que se lo daría. Besarle fue como sentirse en casa, era su casa desde que ya no estaba en Serifos y su estabilidad mental. No podría haberlo hecho sin él, no era tan fuerte como todos decían.

Se besaron largo y tendido, sin lengua, Hermes le acariciaba pues resultaba que además de fogoso podía ser el doble de cariñoso. Le mimó, no trató nada con él. Le contó que había estado durmiendo durante una semana después de lo sucedido, le habló de Pegaso y el gigante que salieron de Medusa cuando él la mató. Quiso saber sobre la historia de la gorgona, Hermes le contó que era una antigua y pérfida sacerdotisa de Atenea, que la traicionó y que la deshonró y que por eso Atenea la deshonró de forma tan cruel. Eso calmó un poco la mente del semidiós que todavía pensaba en el dolor de aquella criatura. Entonces se dio cuenta de algo.

—Oíd, ¿Qué le ha pasado a vuestras manos...? —Preguntó de repente, acababa de darse cuenta, las llevaba vendadas y cuando las movía sus movimientos eran toscos y superficiales.

—Me herí, haciendo un trabajo —Le dedicó una sonrisa gentil y depositó un tierno beso en su frente. Perseo no acabó de creerle.

—¿No será culpa mía verdad...? —Dijo con la voz trémula. —Recuerdo que os ataqué...

Hermes se rio después de que dijera eso.

—Ningún semidiós me heriría así, tranquilo, no tiene nada que ver contigo de verdad. —Dijo y le abrazó. —Algunos titanes se revelaron contra padre y tuve que explicarles un par de cosas. Sólo eso. —Sonó tan seguro y natural que Perseo finalmente le creyó, aunque se preocupó igual.

—¿Os duele mucho? —Estrechó con delicadeza sus manos entre las suyas.

—No, para nada.

Hermes estaba mintiendo otra vez, si no le doliera, ¿Por qué estaba vendado? Eso le molestaba de él, siempre le endulzaba la verdad y a él no le gustaba ese tipo de compasión. Perseo suspiró y con delicadeza besó primero una mano y luego la otra.

—Sana, sana, colita de rana, si no sana hoy, sanará mañana. —Recitó.

El dios lo observó embelesado, no estaba acostumbrado a que Perseo fuera tan cariñoso con él, ni mucho menos tan tierno. Sentía que no iba a poder soportarlo, las manos le seguían doliendo pese al tratamiento, pero valió la pena. Si tuviera que volver a hacerlo lo haría, incluso si lo que atravesaba era su garganta (no moriría sólo con eso por más doloroso que fuera).

—¿Qué haces? —Rio Hermes enternecido.

Perseo le miró, su sonrisa era tan radiante y cándida que todo a su alrededor palideció, ni los colores del olimpo refulgían con tanta intensidad, ni quemaban en su corazón con tanta fuerza.

—Es un conjuro que me enseñó mi madre que es un poco bruja, y yo también —Le escuchó decir. —. Cuanto más amor se aplica, antes sana. Así que sanarás enseguida. —Prometió muy seguro.

Diablos, voy a morir y no por un lanzazo pensó Hermes que no lo resistía, el amor era cosa de los mortales. Los dioses no amaban así, eran traicioneros. Abrazó a Perseo con fuerza, pasara lo que pasara se quedaría con él y sería su guardián. 

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