⚠️Capítulo 12-No estoy preparado⚠️
*Este capítulo contiene la descripción no tan DETALLADA de lo que es una VIOLACIÓN. Leer con precaución
Había conocido a Quirón, que era un centauro que al parecer entrenaba a héroes y semidioses, casi se murió de la impresión, nunca había visto a un centauro de tan cerca. No era lo mismo que ver dioses, ellos eran más aterradores, pero solían presentarse con apariencia humana, como los mortales... Aunque suponía que podían adoptar cualquier forma en realidad por algo que dijo Hermes cuando Perseo le declaró que lo que realmente le gustaban eran las mujeres, él se encogió de hombros y dijo «¿Quieres que me transforme en una chica?» y cuando el semidiós se negó alegando que no quería ver a una mujer actuar como él porque ellas debían ser suaves, delicadas, dulces, el dios se llevó una mano al mentón pensativo «¡Me gusta! Puedo hacer eso». Perseo agradeció que se quedase sólo en la intención.
De todas formas, volviendo al tema inicial (la mente se le iba volando hacia Hermes constantemente), conoció a Quirón. Era un... ¿Hombre? Sí, un hombre muy severo y exigente, pero de alguna forma su entrenamiento con él estaba dando resultados. Trabajaron más en el aspecto psicológico que en el físico, tratando de reparar su mente. Perseo tenía un miedo atroz a lastimar a los inocentes; niños, ancianos, mujeres... Era algo que se ganaba un hueco en sus pesadillas.
Quirón había tratado de orientarlo a la cantidad de "inocentes" que podría defender si es que dominaba esa fuerza suya pero a Perseo aún le asustaba. Incluso así habían hecho grandes avances, era capaz ahora de acceder a esa energía pero no al completo, podía envolver alguna parte de su cuerpo de poder divino durante un breve periodo, mas seguía sin poder desatarse como aquella vez cuando dio muerte de forma atroz a aquel forajido y ya no había más tiempo. Perseo había llegado a su destino.
Se encontraba en el final de Grecia, más allá de Tracia y frente al océano que debía atravesar para llegar a la guarida de las gorgonas. No estaba preparado. No se sentía preparado. Hermes y Atenea aparecieron casi a la vez y sin que él tuviera que llamarlos.
—Has llegado a tu destino, valeroso Perseo. —Anunció Atenea, mentón erguido con orgullo.
A Perseo no le entusiasmó, es verdad que la diosa de la sabiduría le había ayudado y estaba vivo gracias a ella y sus directrices, pero también lo había abandonado muchas veces a su suerte y además le había mandado a África cuando su destino estaba en Grecia. Estaba un poco molesto por eso todavía, ya que llevaba casi medio año fuera de casa.
—Recuerda, cuando te enfrentes a la bestia, no la mires a los ojos y usa el escudo que te he dado. Tienes el poder para conseguirlo. —Le aseguró ella.
No estoy preparado seguía pensando Perseo, todavía no dominaba su poder divino y se enfrentaba contra una bestia atroz que aunque era mortal era hermana de criaturas ctónicas, en pocas palabras casi al nivel de la pitón a la que Apolo había dado muerte. Estaba muy asustado pero no se reflejaba en su rostro, ni siquiera en su pose galante y segura, había aprendido a ocultar muy bien sus emociones porque sentía que si no la gente a su alrededor se lo comería y no dejaría ni los huesos. Vivir rodeado de nobles no era tan grato como los aldeanos pensaban, todos tenían dientes afilados y aguardaban el momento para destruir a sus adversarios y tomar el poder. Eso aplicaba incluso a Perseo que ni siquiera era noble, sino protegido de un soberano.
Definitivamente no estaba preparado, pero tendría que hacerlo de todos modos como todo en la vida. Mucha gente lo admiraba por eso, porque parecía que no tenía miedo y afrontaba todo con entereza y fuerza. No era así, la mayor parte del tiempo estaba aterrado era solo que no dejaba que ese miedo le dominara del todo, aunque ahora sentía que eso podía sucederle por primera vez. Entonces, llegó la salvación, algo cálido y suave se posó sobre sus hombros, eran las manos de Hermes que se agachó un poco para estar a su altura.
—Hey, copito —Susurró Hermes, normalmente cuando decía eso era para burlarse pero sonó tan dulce que se derritió un poco —, estaré aquí cuando vuelvas y lo celebraremos. —Le prometió dándole un suave apretón en los hombros.
Sólo dijo eso pero de algún modo su corazón se sintió cálido y el miedo, aunque seguía estando allí, era menor. Era una sensación abrasadora que no acababa de entender pero que le otorgó la fuerza y el vigor que necesitaba en esa situación.
—¡Sí! —Exclamó él un poco más animado —. Quiero vino y montones de comida.
Hermes se rio leve por eso y asintió con la cabeza.
—Lo tendrás, pide lo que quieras y lo tendrás —Le aseguró Hermes y juntó su frente con la de Perseo mientras sonreía. —. Venga, cuanto antes termines, antes nos embriagamos —Dio una suave palmada en el hombro al semidiós antes de apartarse.
Hermes le proporcionó entonces sus zapatos alados y la hoz con la que debería cercenar el cuello de Medusa, se necesitaba un material especial para facilitar cortarle la cabeza a una criatura divina. Cualquier espada no valdría, Atenea debía saberlo y aun así no se la había facilitado, solo el escudo. El mensajero vio partir a Perseo mientras este se acostumbraba a volar, la diosa de la sabiduría dijo pues:
—Sois demasiado complaciente —Observó ella, no había maldad en realidad, ella sólo decía lo que veía y le daba igual a quien le pesasen sus palabras (siempre y cuando no implicaran el inicio de una batalla). —. Por eso los mortales no os respetan.
—Es verdad —Convino Hermes, tendía a tomar los golpes —, pero por lo menos cuando me adoran, me adoran a mí y no a mis clérigos y sacerdotes. —Soltó, también devolvía los golpes y con efecto.
Atenea se volvió hacia él con cierta ira, pudo notarlo, Hermes se volvió hacia ella también pero altivo retándola si es que ella se atrevía a ponerle un dedo encima. Era pacífico, pero no permitía que nadie le aplastara ni un poco.
—¿Qué estáis insinuando? —Espetó Atenea con calma pero con molestia a la vez.
Hermes no dijo nada, tan sólo dirigió la mirada hacia la cueva de las gorgonas, a ella todavía le dolía que muchos de sus fieles fueran a sus rituales para ver a la hermosísima Medusa y no por devoción a la diosa. Fue suficiente para que la diosa entendiera, sonrió solo un poco tal vez para ocultar su molestia, tal vez maquinando algo, no sabría decir, Atenea no era fácil de leer a diferencia de otros dioses.
—Bueno, sólo espero que haya un final feliz para vos también, Hermes.
El dios mensajero entrecerró los ojos no teniendo del todo claro si era una amenaza o si es que Atenea sabía más de lo que decía. No sonaba hostil pero tampoco amistosa. Quiso indagar en ello, no obstante, la diosa desapareció entre la bruma y él suspiró. Problemas, todo eran problemas. Ella era más problemática que Ares, el dios de la guerra era manejable, Atenea era aleatoria y si ella no quería mostrar sus intenciones, nadie las conocía entonces. Ni siquiera Hermes.
Negó con la cabeza, no le daría el gusto de jugar con su mente en su lugar buscó a Perseo con la mirada pero no lo halló, lo sentía cerca mas no lo veía.
Perseo había usado el casco de Hades, deseaba dar muerte a Medusa cuando antes, pero su maestro mortal le tenía bien dicho que antes de atacar debía observar y la mejor forma de hacerlo era desde cerca si es que podía evitar que lo notaran. Se acercó pues a la cueva, sigiloso, invisible y pudo verlas. Eran tres, pero reconoció a Medusa procurando no mirarla demasiado porque su pelo eran serpientes que siseaban de forma horrida.
No puedo con las tres a la vez se dijo Perseo, si con una solo tenía sus dudas, con las tres ni se lo planteaba, tocaría esperar a que pudiera enfrentar solo a Medusa. Volvió la vista atrás hacia Hermes pero él ya no estaba allí.
Tendrás que esperar un poco, pero definitivamente volveré y festejaremos le dijo aunque él no pudiera escucharle, era más para calmar su mente que otra cosa. Por suerte estar suspendido en el aire no le suponía esfuerzo, de algún modo las sandalias aguantaban su peso y era como descansar sobre algodones, no se parecía en absoluto a la sensación de estar de pie. Suponía que por eso (y porque era un Dios) Hermes podía estar durante horas y horas volando de punta a punta y nunca parecía cansado, si acaso solía estar despeinado porque su pelo se movía con el viento (imaginaba), nunca había visto al dios bien peinado, aunque eso le parecía encantador a su manera.
Así que esperó y esperó... Sólo observando a aquellas horrendas criaturas que no hacían gran cosa, discutían entre ellas y comían peces y pájaros y en general todo lo que se acercara a sus dominios. Había varias estatuas alrededor, al principio Perseo creyó que eran de decoración, pero pronto se dio cuenta de que el rostro de todas aquellas figuras estaba retorcido en una mueca de horror como si lo último que hubieran visto fuera algo atroz.
Tragó saliva, Medusa tenía el poder de petrificar a sus víctimas y para ello lo único que requería era contacto visual. Tendría que pelear contra lo que no podía mirar, pero eso no era lo único, además tenía colmillos y garras que estaba seguro de que despedazarían carne humana con más eficiencia que un oso.
No tengo miedo.No tengo miedo.No tengo miedo.No tengo miedo Se repetía Perseo, la espera era la peor parte, el no saber. Su maestro solía decir que no había nada tan aterrador como la incertidumbre y que por tanto debía librarse de ella y pensar que pasara lo que pasara iba a cumplir sus objetivos, Perseo lo intentaba, pero no siempre era tan sencillo. Ahora no lo era. Ese monstruo no era como los forajidos que se encontró en el camino, podía enfrentar a los hombres, ¿Y a los monstruos?
Al final, de tanto esperar, se le pasó el miedo. El sol bajó tanto que terminó ocultándose entre las olas del mar y pudo presenciar en primera línea como Selene, la titán de la luna hermana de Helios, hacía su aparición gloriosa y platina. Se habría parado a admirar tanta belleza de no ser por los asuntos que le atañían.
Las gorgonas dormían ahora, habría sido fácil matar a Medusa, pero justo ella estaba despierta y fue reptando con su cola de serpiente al exterior de la cueva. Perseo la siguió en silencio casi conteniendo la respiración. Tampoco era mala idea, si es que ella se alejaba, nadie podría escucharla gritar cuando la decapitase. Se alejó de sus hermanas lo suficiente y fue hacia un montículo, demasiado conveniente para empezar una pelea, tanto que hasta el semidiós sospechó.
—Puedo olerte, mortal. —Siseó, pese a su horrible aspecto su voz era dulce y cantarina como si con su belleza tratara de empalagarle los oídos y sumirle para siempre en las tinieblas del pecado.
La vio girarse hacia él, Perseo bajó la mirada al instante, ahora sólo podía escuchar sus serpientes, ver su asquerosa cola de reptil y las garras. No puedo dejar que algo tan feo me mate pensó el semidiós que a tiempo estuvo de esquivar un zarpazo. El olfato de la bestia debía ser muy preciso porque poco más y lo hace pedazos. Las garras silbaron en el aire en demostración de lo que podría haberle sucedido a él.
El semidiós era ágil, pero los zapatos del mensajero le daban un incremento, una vez uno se acostumbraba, era más fácil volar que saltar. Era como si las sandalias hicieran todo por él y no pudo evitar pensar que estaba allí con él.
—Medusa, soy Perseo —Se anunció pero no se quitó el casco, tal vez ella podía sentirlo pero si no le veía todavía tenía cierta ventaja (eso quería pensar) —, hijo de Zeus y Dánae y he venido a daros muerte. Vuestra tiranía termina aquí.
Medusa que se lanzaba para atacar de nuevo, se detuvo para echarse a reír y fue una risa tan amarga que el semidiós la miró (bueno a su torso) con confusión. Si no fuera porque no creía que los monstruos tuvieran sentimientos, juraría que sufría.
—¿Tiranía decís? Tiranía la de los dioses —Escupió cada palabra con desprecio como si el dolor saliera de ella en forma de vómito —. Venid a por mí pues y matadme si es que podéis, hijo de Zeus —Añadió, aunque Perseo no sintió tanto odio hacia su persona, más bien ella hablaba como si sintiera... ¿Lástima de él? —. Más recordad que así como los dioses hoy os aman, mañana os desprecian.
Perseo se quedó aturdido, no era el tipo de monstruo que esperaba encontrar. Imaginaba que ella para empezar ni sabría hablar, solo gruñiría y le atacaría con frenesí asesina, tampoco se pararía a dialogar con él, ni mucho menos luciría tan devastada. Era una criatura atroz, pero también era una dama, sintió compasión desde lo más profundo de su corazón pues tenía gran debilidad por las doncellas, pero cuando iba a extender una mano hacia la criatura...
«¡No la escuches joven, Perseo! ¡Miente! Todos los monstruos mienten, si la dejas ella se comerá tu alma y jamás irás al inframundo. ¡Destrúyela!» Escuchó a Atenea hablarle.
Perseo usó su escudo, quería ver a la bestia a través del reflejo, había mucho odio en su rostro. Ella no sabía que la miraba, entonces algo debía estar tramando. No se fio del todo, así que espada en mano arremetió contra ella pero bloqueó con sus garras. Eran tan duras y robustas que le pareció que su espada se mellaba un poco más. Se retiró hacia atrás para evitar un zarpazo y lanzó una nueva estocada en diagonal no dando espacio a la criatura, pues Atenea le advirtió que podía lanzar veneno.
Medusa tenía un estilo de combate muy defensivo, eso era un problema para el semidiós ya que el suyo consistía en esquivar y contraatacar, no acababa de funcionar cuando el rival no era agresivo. De hecho, ante su pasividad, Perseo había tomado la delantera y la atacaba incansablemente, tal vez por eso sus ataques eran tan patosos, estaba fuera de su estilo como pez fuera del agua.
En una de esas, la gorgona atrapó la espada entre sus garras y tiró de ella con tanta fuerza que se la arrebató de las manos, la arrojó lejos. Él trató de detenerla, pero lo único que pudo hacer fue evitar otro zarpazo sin darse cuenta de que venía otro por el costado izquierdo, pudo esquivarlo, pero los nudillos de la bestia le golpearon con tanta brutalidad que salió despedido varios metros.
Perdió el equilibrio y cayó al suelo con brusquedad, la mujer lo escuchó y fue reptando a gran velocidad hacia él.
—¡Ya os tengo hijo de Zeus! Ahora morid. —Rugió ella, Perseo cerró los ojos pues ella trató de mirarle, en cambió alzó su escudo por instinto e hizo bien porque lo siguiente que le vino fue otro ataque. Las garras impactaron contra el escudo de bronce produciendo un sonido tan fuerte que a la bestia, cuyos sentidos tenía agudizados, aturdió.
El semidiós se tomó literal las palabras de su maestro sobre que una buena defensa era un buen ataque, porque utilizando el impulso de levantarse, placó con el escudo por delante a la criatura y ella se desestabilizó lo suficiente para caer. Perseo la pateó una vez derribada, golpeó sus costillas y ella gritó, así que la pateó de nuevo.
—¡En nombre de Atenea muere, despreciable criatura! —Le gritó Perseo y eso pareció enfurecerla.
Trató de pisar su cabeza para dejarla fuera de sentido y así cercenarle el cuello con más facilidad pero la mención de la diosa la había cargado de furia asesina y atrapó el pie, clavó sus uñas sólo un poco y lo escuchó gritar, lo tiró al suelo con tanta violencia que de haberse tratado de un simple mortal probablemente ya no se habría levantado más.
—¡Ateneaaaaaaaaa! —Rugió furiosa.
Trató de dar muerte al joven semidiós, pero no lo veía, sólo lo sentía y lo olía, lanzó un zarpazo a donde ella creía que estaría la cabeza, dio con algo tan duro que la embargó de dolor. El casco de Hades salió despedido hacia la pared de la cueva y ella pudo ver al semidiós que cerró los ojos en cuanto ella posó la mirada sobre él.
—¿Qué significa esto? ¡Un niño! ¡¿Me envías a un niño, Atenea?! —La increpó furiosa.
Ese joven era tan sólo un polluelo, qué edad tendría, ¿Quince? Dieciséis como mucho. Esa diosa no tenía compasión de ningún tipo, pero el daño estaba hecho, mataría también a un niño y se cargaría la culpa a la espalda como venía haciendo desde que ofendió a la diosa y constantemente enviaba a sus secuaces a matarla. ¿Cuántos iban ya? Había perdido la cuenta.
—¡Morirás igual! —Anunció al semidiós que trataba de recuperarse.
No le permitió levantarse, con sus afiladas uñas lanzó un ataque a su cabeza, si es que no quería mirarla a los ojos (que definitivamente sería la muerte menos dolorosa) lo mataría al instante. Chocó de nuevo con el escudo y ese horrible sonido le retumbó en la cabeza, era infernal, pero esta vez no permitió que le detuviera y lanzó más ataques.
Perseo resistía cómo podía, era muy fuerte, con cada golpe el escudo vibraba y él notaba sus fuerzas flaquear. Esa protección debía estar forjada de un material especial como para aguantar tan terribles impactos, hasta tenía la sensación de sentirlos dentro de sí pues cada vez que ella atacaba cortaba el viento y mandaba vibraciones.
A Medusa parecía no gustarle el sonido, así que en uno de los espacios que la gorgona le daba, con la hoz que Hermes le proporcionó, golpeó con fuerza el escudo y el estruendo que se produjo alteró incluso al semidiós pero el grito del monstruo fue incluso más atroz y le disparó los nervios. Aun con todo, se apresuró a levantarse a por la espada, aunque la pierna le dolía horrores, le daban pinchazos.
Decidió ir volando, aún podía hacer eso y recuperó su arma. Con espada en mano, se sentía más seguro, más en su elemento y ahora era Medusa la que atacaba furiosa. Era veloz, pero se había acostumbrado a sus movimientos, podía esquivarla mas no obtenía espacio para contraatacar. Perseo tenía paciencia y estaba concentrado, en algún momento ella se impacientaría.
O por lo menos habría sido así de no ser porque cada vez le pesaba más el cuerpo, la cabeza le dolía horrores. Era insoportable, aun así trató de enfocarse en sobrevivir y sortear coberturas. Sin embargo fue demasiado cuando la vista se le nubló y comenzó a ver borroso. ¿Qué mierda? No entendía qué le pasaba a su cuerpo, era cómo si no quisiera reaccionar.
«¡Perseo! ¡Cuidado!» gritó Atenea y fue suficiente para que el semidiós volase lejos de otra embestida, pero tenía los ojos empañados, no veía apenas, era difícil así y se sentía flaquear. Si no fuera porque volaba, probablemente habría caído.
—¡Os destruiré! —Gritó la bestia.
Comenzó a ver a Medusa... ¿Doble? ¡Doble no! Triple y borrosa, además una especie de diablillos o arpías (no estaba seguro) comenzaban a molestarlo, revoloteaban a su alrededor, se reían, le susurraban al oído palabras inteligibles y hasta le tocaban y tiraban de él. Lo sentía real, muy real. Tanto que la emprendió a espadazos contra esas criaturas, pues el acoso era constante y no le dejaban pensar con tranquilidad. Aquellas bestias tenían aspecto horroroso, con bocas grandes cuyos dientes eran sólo colmillos tan afilados como cuchillos, ojos negros sin pupila que le miraban sin vida y cuernos rizados. Se reían todo el tiempo y trataban de atacarle.
—¡Dejadme en paz! —Gritó Perseo, pero no se los podía quitar de encima por más espadazos que les propinara.
De ese modo, apenas pudo esquivar al ataque de Medusa. Usó el escudo para bloquear, pero fue tan potente el ataque y él estaba tan disperso que su protección voló y ahora él no sólo estaba a ciegas sino que además las criaturas horrendas no cesaban de acosarle. Era insoportable, torturaban su mente, introducían en su cabeza imágenes horribles. La más recurrente era la de su pobre madre en brazos del tirano Polidectes.
—¡Bastaaaa! —Gritó él con lágrimas en los ojos, ni por esas la gorgona tuvo compasión y lo derribó.
Trató de matar al semidiós, pese a todo la esquivaba. Todavía podía sentir los ataques de la bestia, pero apenas podía hacer nada más que esquivar y él se desgastaría antes que aquella criatura. Ella se cansó de atacarle con sus garras, Perseo la veía venir cuando hacia eso, así que lo pateó con tanta fuerza que el semidiós sintió que otra vez se le rompía la costilla (tampoco llegó a sanar del todo). Incluso así, no le dolió, su mente estaba demasiado sumergida en pesadillas, los diablos (o arpías, no sabía qué eran) no le daban tregua y las imágenes que le hacían ver eran más dolorosas que los golpes.
Llegaron más patadas, Perseo se encogió en el suelo y escupió sangre, deseando que todo parase. Quería estar en casa de nuevo, sollozaba y sangraba también. Entonces tuvo una visión, donde su madre lo despreciaba y se dedicaba a cuidar al hijo que tuviera con el infame Polidectes. Eso le despertó un tanto los sentidos. Esa no es mi madre Se dijo, su madre no era así. No importaba cuántos hijos tuviera, ella los amaría a todos (pero sólo le tenía a él), ella no era así. Alguien o algo estaba jugando con su mente, debió ser cuando Medusa lo hirió, ella debió inocular alguna sustancia tóxica.
Rodó lejos de Medusa retorciéndose de dolor con cada movimiento, necesitaba despertar su mente y el dolor era una buena forma. Usó su espada.
—Eso no funcionará conmigo, niñito. —Se rio ella pérfida como ninguna.
No era para Medusa, era para él. Se apuñaló la otra mano, con la que no solía blandir la espada, lo hizo con tanta violencia que el dolor fue inmenso. Fue como recibir una bofetada de realidad solo que esta dolía como el infierno. Sus sentidos se despertaron, las arpías seguían a su alrededor revoloteando pero ya no veía las imágenes que le mostraban y podía ver con claridad a la gorgona, su torso al menos.
—No puedo más —Confesó Perseo. —. Por compasión, acaba con este sufrimiento. —Sollozó el semidiós.
Medusa contempló la situación, no le sorprendió demasiado, el veneno que le había inyectado era tan poderoso que sin un antídoto destruiría la mente de un pobre niño ingenuo como él. Empezaba despacio, pero se adaptaba, cada vez las visiones y las pesadillas eran mucho más terribles, hasta el punto de que la mayoría de las víctimas no lo soportaban y se daban muerte. Los que no, morían igualmente, muerte cerebral lo llamaban, atacaba al sistema nervioso.
—Sea pues, hijo de Zeus —Se apiadó la criatura —. Tendrás mejor vida en los Campos Elíseos. Habría preferido eso para mí. —Confesó ella, su vida era un infierno también.
El semidiós iría directo a los Campos Elíseos, los héroes siempre lo hacían, una criatura como Medusa sólo tenía cabida en el tártaro donde sería atormentada por los siglos de los siglos, por eso no podía morir. No debía morir. Se acercó al semidiós lentamente, le daría una muerte rápida y sin dolor, no disfrutaba con el sufrimiento y menos el de niños. Atenea debió saber que sentía debilidad por los jóvenes, más por las niñas, pero salvo por los músculos el semidiós se veía como una niña.
—Decid vuestras últimas palabras, enviado de Atenea. —Dijo, se había inclinado sobre él.
El semidiós parecía abatido, demasiado agotado para continuar, le dio pena. Él no tendría por qué morir, todo eran maquinaciones de la diosa más odiosa de todos los tiempos. Medusa se lo había dado todo a esa pérfida criatura, juró ser virgen por ella pese a que amaba a un joven con todo su corazón, se sometió al durísimo entrenamiento de la diosa, ese al que pocas candidatas podían reconocer haber resistido y fue la mejor, Medusa siempre fue la mejor. La más santa, la más devota, sin una mácula, la que mejor realizaba los rituales y la que con más intensidad trataba de difundir la palabra de Atenea y hacer todo tipo de rituales en su honor.
¿Qué hizo Atenea cuando la necesitó? Volverle el rostro, permitir que el horrendo Poseidón se sirviera de su cuerpo, una y otra vez, una y otra vez, hasta que ella casi perdió la conciencia. Como lo había ofendido, él no tuvo compasión ninguna, ni siquiera aunque fuera virgen y fue tan doloroso que lo recordaba como si el dios la partiera en dos cada vez que se hacía paso en su interior, al terminar el vientre le dolía horrores y un charco de sangre bajo su precioso cuerpo, nada le dolió más que el abandono de su diosa. Medusa murió ese día y Atenea la remató.
No permitiría que eso le pasara al joven Perseo, ella era un juguete roto pero él podía salvarse todavía.
—¡Muere! —Fueron las últimas palabras de Perseo.
El semidiós tenía a Medusa donde quería, llevó la mano a su hoz y la imbuyó de energía divina, sin embargo no fue él el que movió el brazo pues le dolía tanto el cuerpo que ni de eso era capaz. La propia Atenea se valió le dirigió y fue un movimiento tan veloz que Medusa sólo tuvo tiempo de hacer una mueca de horror antes de que la cabeza se le separara del cuerpo. Fue un sonido horrible pero la criatura no sufrió. No más que Perseo.
Perseo jadeaba furioso y asustado. Apenas podía moverse, tenía las botas de Hermes y no le suponía tanto esfuerzo flotar sobre ellas, aunque con cada movimiento su cuerpo dolía. Su determinación era más poderosa, tenía que salir de allí antes de que las otras gorgonas vinieran por su cabeza.
Recuperó el casco de Hades y se lo colocó, luego el escudo y por último envolvió la cabeza de Medusa en la funda que las musas le proporcionaron. Con todo aquello, Perseo voló lejos de aquel funesto lugar. Apenas sus pies tocaron tierra firme, se derrumbó. Aquellas criaturas, los diablillos y arpías, le gritaban ahora con más intensidad y todo a su alrededor era horroroso. Incluso los árboles se retorcían y sus ramas eran serpientes y monstruos que amenazaban con atacar.
Perseo blandía la espada hacia todo, incluso hacia las piedras. Todo le aterraba.
—¡Perseo! —Escuchó la voz de Hermes, pero al levantar la mirada, no era él. Era otra horrenda criatura, una gorgona.
—¡Te destruiré! —Gritó Perseo y arremetió contra lo que fuera eso con furia asesina, los ojos enloquecidos.
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¡Holaaaa! ¡Holaaaaa! Bienvenidos a otro tren de emociones!!! jajaja, esta historia es super raaaaaaaaaaaandom jajaja. En el anterior capítulo estábamos con comedia y situaciones cómicas, hoy con acción y tragedia!!! jajaj ¿Qué os parece? Espero que os haya gustado, no estoy familiarizada con narrar peleas, espero a ver conseguido causar tensión, no lo sé, traté de inspirarme en los relatos de una amiga a la que le dedicaré esta capítuloo! espero que la acción sea de tu agrada. Esta amiga tiene una historia cargada de escenas de acción y ciencia ficción mucho más elaboradas que las míaas! Id a ver, os apasionará!
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