Capítulo 11-De vuelta a la carretera

Hermes observaba, siempre hacía eso en realidad, era un dios contemplativo que sabía todo sobre todos, lo que se veía a simple vista y lo que permanecía oculto. Ese era uno de los motivos por los que Zeus le mantenía a su lado, veía cosas que ni él con su don de la omnipresencia podía ver, intenciones ocultas, deseos. Era bueno leyendo a las criaturas inteligentes, se podía decir que era empatía, pero tampoco, simplemente era como si se colara en sus mentes y comprendiera de algún modo como funcionaba su psiquis y cómo actuarían o que pensarían. No siempre acertaba, claro, pero era bastante bueno en eso.

Usaba ahora un espejo obsequio de Zeus que le permitía observar a quien quisiera, pero sólo una persona a la vez. Normalmente lo utilizaba para ver a Perseo incluso cuando estaba haciendo sus quehaceres, sin embargo ahora lo empleaba para ver a una mortal. Una princesa de cabellos albinos, hermosa como ninguna (o eso decían a Hermes le parecía horrenda), gentil, no tenía falla. No le daba motivos suficientes para destruirla. Chasqueó la lengua.

—Todavía seguís con eso... —Escuchó la cantarina voz de Apolo, era como canto celestial, con su media melena rizada de rubios cabellos cayendo y sus ojos tan cristalinos como el mar en calma. Era muy hermoso, el más hermoso de todos los dioses, más no el más apuesto, estaba por discutir ese puesto entre Ares y él. Ares era el dios de la guerra y la virilidad y también era estúpidamente apuesto. Lo que más rabia le daba a Apolo de él (a parte de ser violento y carnicero) es que era bello sin pretenderlo y aun descuidando su imagen, le presentaba batalla.

—Es esa mortal, es... perfecta. Sabe hablar varios idiomas, toca varios instrumentos, hace acciones benéficas y además me adora. Su hermano viaja mucho, así que me hace ofrendas pidiendo que guíe su camino, que nada le suceda. —Carraspeó contrariado. Seguía buscando excusas para matarla (aunque no las necesitaba en realidad).

—Ya os dije, lo único que necesitáis hacer es que el joven Perseo desvíe su camino y Poseidón hará el resto. —Se sentó junto a él en actitud fraternal.

Ambos estaban en los campos del Olimpo, la hierba era de un verde tan puro y vivo que no existía un color así en el mundo de los humanos, que era imperfecto y volátil. Flores de todos los tipos y colores adornaban deliciosamente aquella escena, tan hermosas que parecían piedras preciosas creciendo de la tierra, árboles tan altos y majestuosos cuyas copas se prolongaban hasta el infinito y que ofrecían frutos que concedían temporalmente habilidades especiales o tan ricos, que con solo una mordida uno podía estar alimentado durante meses. También había pájaros y todo tipo de animales que tampoco los mortales conocían pues no entenderían tanta perfección. Si una de esas criaturas morara abajo, los humanos la extinguirían. Esas mariposas eran tan bellas que poseían colores desconocidos en sus alas, mosaicos de todas las formas y composiciones. Eran criaturas divinas.

—Hmp... —Repuso un irritado Hermes, tampoco quería dejarla morir, el futuro de Perseo no quería cambiarlo sin motivo pues era hermoso y temía buscarle la ruina, sólo tenía que ver cómo colarse él. —Perseo también me molesta.

—¿Qué hizo ahora ese bribón? —Sonrió de medio lado el dios del sol —¿Ha jurado hacer una nueva corona a otro dios? —Se rio, todavía lloraba de la risa con lo acontecido. Probablemente habría destruido a Perseo aunque no de inmediato, sólo estaba observando qué hacía con esa falsa corona, la había maldecido y cualquiera que la luciera sufriría, pero no moriría al instante, no, afrontaría una vida llena de dolor y miseria y entonces moriría y no iría a los campos elíseos, sino al tártaro.

Hermes le dirigió una mirada asesina a Apolo, pero él no era Perseo y le importó poco, además el dios mensajero era inofensivo. Envidiaba eso de él, vivía mejor que él. Apolo era impulsivo y visceral y los dioses la tomaban contra él por sus reacciones, sin embargo todos amaban a Hermes (a su manera, porque eran dioses y pasaban del odio al amor por momentos), incluido él. De algún modo, la mayoría quería caerle en gracia y estar a su alrededor como si tuviera a todos girando alrededor de su dedo, hasta Zeus estaba encantado con él y se le llenaba la boca de cumplidos al hablar de él. Zeus no hablaba tan bien del dios del sol.

—Es que no es nada "lindo" conmigo —Se quejó Hermes y luego bufó. En algún momento Dioniso también llegó y puso la oreja. —. Siempre me gruñe, me dice "no", "para", "no quiero" y desea cosas contra mí. Una vez deseó que me pudriese y se me comieran los ojos los gusanos, Zeus se estuvo riendo a mi costa por meses. Otra vez que me aplastase un gorila y me introdujese bananas en los ojos. No sé qué le pasa con mis ojos.

Apolo se rio también y se ganó otra mirada de odio por parte del dios mensajero. Si un mortal se atreviera a pensar así de él y él lo descubriera, lo destruiría, pero Hermes era benevolente. Daba la sensación de que en cualquier momento se enfurecería y su ira no sería como la de él, no, él realmente podría provocar el apocalipsis (esa sensación tenían él y todos). Había un dicho, decía "líbrame de las aguas mansas que de las bravas me libro yo". El dios del sol no quería ser el primero en descubrir el alcance de su ira, pero estaría allí para ayudarle si es que empezaba una guerra, mejor de su bando que contra él.

—Perseo está en esa edad rebelde sin causa y apuesto a que vos le echáis leña constantemente a ese lado suyo —Meditó porque conocía a Hermes muy bien. —. Él es orgulloso y vos seguro que le gastáis bromas, le ponéis motes ridículos, lo irritáis por diversión y hasta lo coaccionáis para que haga lo que vos queréis. ¿Es así? —Dijo con suspicacia. Sólo necesitó ver su reacción para comprobar que estaba en lo cierto. —. Pues claro que el dulce efebo se revuelve contra vos, si queréis que sea tierno, entonces debéis ser tierno con él, aunque ahora es difícil porque está viciado a esa dinámica.

Hermes era mucho más gentil y bondadoso que la mayoría de olímpicos, pero también era el más burlón y se dedicaba a gastar bromas a todos, a veces muy pesadas y con los mortales, que no podían defenderse, era peor. No tenía mala intención sin embargo, era solo que le parecía normal que Perseo le gruñera porque Apolo también reaccionaba así a veces cuando sospecha que el dios tramaba algo. El dios mensajero sabía poco del romanticismo, se sentía en su deber de enseñarle pues era su hermano mayor.

Dioniso se sentó al otro lado de Hermes, nadie dijo nada, no es como si no le hubieran sentido llegar era sólo que su presencia era tan natural y agradable que a nadie perturbó. Era hermoso y cándido (al menos con los dioses). Tenía el cabello caoba media melena, liso en la base pero las puntas se rizaban. Una corona de hiedra adornando su cabeza y flores por todo su cabello de un modo tan hermoso que no parecía que se hubiera peleado con un árbol, sino bello. Su rostro pálido lleno de adorables pecas que parecían puestas de forma armónica y ojos extraños que eran azules pero que a veces parecían amatistas. De los olímpicos era el dios más andrógino, parecía un efebo, también era el más joven.

—Bueno, eso es verdad, pero no le he obligado a nada. Él me dijo por su propia voluntad que me quiere. —Recordó, podía pensarse que lo hizo bajo coacción pero no era así, porque cuando él se le declaró Hermes se estaba yendo y no demostraba (en modo alguno) ninguna intención de lastimarle, de hecho decir aquello cuando él estaba furioso fue más buscarse la ruina que tratar de alcanzar la salvación. — Y además, se abalanzó sobre mí.

Apolo le miró estupefacto sin dar crédito a lo que estaba escuchando.

—¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo que un mortal se os tiró encima? —Estaba muy sorprendido, eso no le había sucedido nunca a él, los mortales no se atreverían a lanzársele de esa forma. Era inaceptable.

—¿Quééééééééééééé? —Intervino Dioniso con su voz infantil y cándida, se llevó un dedo a los labios entreabiertos y un ligero rubor en sus mejillas. — Yo quiero, yo quiero, yo quiero, yo también quiero eso. Enseñadme, Hermes, ¿Cómo hago para que los mortales se me echen encima? —Estaba extasiado de emoción, los ojos le resplandecían como dos luceros. Luego hizo un puchero. —A mí sólo me secuestran.

—¿CÓMO? —Repuso Apolo incluso más escandalizado. ¿En qué cabeza cabía que un mortal se le echara encima a un dios? O, peor aún, que lo secuestrara, sentía que estaba rodeado de locos.

—De todas formas, ¿Qué estáis haciendo aquí, hermanito mío? ¿No deberíais estar trabajando? —Preguntó Dioniso.

—Sí, pero estoy procrastinando. —Dijo Hermes y se echó sobre el verde pasto en actitud relajada.

—¿Procrasti-qué? —Repuso Apolo sorprendido, no conocía esa palabra y el conocía TODAS las palabras.

—Nada, una palabra que han inventado los mortales, significa que tienes otras obligaciones pero haces el vago. —Comentó Hermes mientras cerraba los ojos en paz.

—¡¿Me estás diciendo que los mortales han inventado otra MALDITA PALABRA sin mi consentimiento?! —Se enfureció Apolo de repente, era muy susceptible. — ¡¿Quién MIERDA les ha dado derecho a tocar MI IDIOMA?! ¿QUIÉN? ¡MALDITOS MORTALES! ¡El idioma está perfecto así! ¡No necesita que inventen nada! ¡ES QUE NO! ¡Me niego a incluir esa basura de palabra en mi lenguaje! ¡Ya me estáis diciendo quién ha inventado esa bazofia! ¡Voy a mandar terribles enfermedades a su tierra! ¡Ya verás! ¡Se les caerá la piel a trozos y les saldrán pústulas sangrantes! ¡Y además, crecerán niños amorfos! O, ¡Sólo niñas!

—¿Y las niñas saldrán amorfas también? —Preguntó Dioniso mientras observaba la situación complacido.

—No, las niñas no. Las niñas deben ser bonitas. —Repuso con calma, si no, ¿Con qué se deleitaría la vista? —. PERO LOS HOMBRES... ¡LOS DESTRUIRÉ!

—Hmm... —Dioniso se llevó un dedo a los labios pensativo. —Está bien, pero además yo haría que sangren, en lugar de lágrimas y sudor, sangre, que les brote sangre por todas partes. Además, que los hombres sean estériles. Además que no les riegue bien la sangre y se les vayan gangrenando las extremidades hasta que tengan que amputar.

—¡Dioniso! ¡Sois un genio! —Dijo Apolo muy emocionado tomando nota de todo lo que decía el menor.

Hermes observó a uno y a otro boquiabierto, pensando en cómo salir de esa situación. Los dioses de verdad eran aterradores y él no quería saber nada de aquello, aunque se lo contaría a Zeus de todos modos porque se lo contaba todo, hasta las cosas sobre las que no le había preguntado. A él le gustaba que le diese parte de todo lo que sus ojos veían (que no era poco), así que sí, él sabía de Perseo aunque no le ponía demasiado interés a escuchar sobre él.

—Hermes, ¿Dónde debo dirigirme? —Preguntó Apolo de repente, los ojos inyectados en furia asesina. Hermes podría negarse, pero al final él pasaba de todo así que se encogió de hombros.

—Macedonia.

Conforme dijo eso, tanto Apolo como Dioniso desaparecieron y Hermes se quedó solo allí contemplando el infinito.

Malditos locos. Yo no soy así pensó Hermes pasmado pero no movería un dedo para evitar todo el sufrimiento y dolor que se avecinaba. ¿Lo soy? se cuestionó y miró de nuevo a través del espejo a la joven de cabellos albinos.

• • •「◆」• • •

Mientras tanto Perseo emprendía su camino a Tracia mucho más contento y despejado. Hermes le había proporcionado un carro más confortable que el que había alquilado, incluso era tirado por dos caballos y tenía un pequeño lecho donde podía reposar, no era de lujo, pero era adecuado. También se levantó sin dolor de espalda, pues la cama fue confortable y hasta tuvo ropa de recambio. Ropa limpia. Estaba agradecido, aunque Atenea no lo vio con buenos ojos, pudo notarlo en como miró su blanca túnica griega pero no dijo nada.

A la mierda con eso, si debo matar a Medusa por lo menos lo haré limpio se dijo. Hermes también estaba más raro que un pulpo verde, demasiado complaciente. O tramaba algo o algo le preocupaba, no sabía cuál de las dos teorías era. No era fácil verse venir al dios de los mentirosos. Pero deseaba verle, su corazón lo anhelaba, no sabía qué es lo que había visto en él o cómo se había clavado tanto en su piel, mas no se lo sacaba de la cabeza. Era la primera vez que Perseo realmente se enamoraba, le habían gustado chicas y había sentido por ellas el tiempo que tardaba en seducirlas, luego de alguna forma los sentimientos se iban de viaje. Sin embargo, él se había acostado con Hermes y varias veces y no sentía la necesidad de echarlo a un lado. Quería verlo ahora, pero no quería que él pensara que quería verlo, así que inventó una excusa aunque también tenía dudas sobre ello.

Hermes, necesito tu consejo. —Le llamó, trataba de imitar el modo en que vio a Atenea llamarlo la primera vez.

Aun cuando lo llamaba, a veces no venía de inmediato porque imaginaba que a lo mejor estaría en medio de algo primordial y no podía atenderlo. Eso Perseo lo entendía, no era esa clase de novio posesivo y controlador, tampoco era dependiente, era un espíritu libre y trataba del mismo modo a sus parejas siempre y cuando no le fueran infieles, aunque a Hermes ni eso le exigía. No era tan idiota como para pensar que un dios le iba a ser leal, eso sí, tampoco pensaba serlo él.

Para su sorpresa esa vez, el dios mensajero, apareció al instante. Cuando quiso darse cuenta estaba sentado junto a él en el carro y no tardó en rodearle la cintura con los brazos y abrazarle mientras él conducía.

—¿Qué pasa, Copito? ¿Me echabas de menos? —Susurró sonriendo de medio lado, seguía siendo burlón aunque demasiado cariñoso y pegajoso.

Hermes era muy pegajoso, siempre que podía le abrazaba y le daba besos. Si se tratase de otro hombre(si es que a Perseo le gustasen esas cosas) probablemente le daría una patada. No le gustaba cuando sus queridas eran tan afectuosas con él, un rato bien y si él quería, más no. Se agobiaba, pero a él se lo permitía. Era un poco agradable aunque le hacía sentirse avergonzado. No estaba acostumbrado a tanto cariño, pero como estaba agradecido con el dios y sabía que él quería que fuera más cariñoso (lo sospechaba aunque no se lo hubiera dicho), giró el rostro y le besó. Le encantaban sus labios, podía volverse adicto a ellos.

Fue un beso suave, lento y Perseo cerró los ojos hundiéndose más en el mar de sensaciones que despertaba el dios en él. Se preguntaba si tenía que ver con el hecho de que fuera un ser divino, que estuviera así de "tonto" con él. Le sonrió levemente al separarse, Hermes le miraba con una ceja arqueada.

—¿Qué quieres, Perseo? No traje más dracmas[1]. —Le advirtió, desconfiado como él era.

—Imbécil... —Dijo entredientes de forma tan inteligible que ni siquiera Hermes pudo entender lo que dijo. Intentaba ser cariñoso con él y le saltaba con esa tontería, pues ya no pensaba ser cariñoso más, ya le vendría rogando.

—¿Qué dijiste? —Le miró sin comprender.

—Nada, que os quiero mucho. —Mintió y de algún modo funcionó.

Hermes le dedicó una sonrisa radiante y apoyó la cabeza en su hombro tan invasivo y pegajoso como de costumbre, le pareció que le olía también. Ya no sabía quién de los dos era el perro en la relación, por lo menos Perseo no se dedicaba a olfatearle 

puede que un poco sí se dijo, pero de forma más disimulada. El dios no, sentía su respiración en el hombro.

—¿Y bien? ¿Qué te preocupa ahora? —Preguntó el mensajero. —¿Se te va a morir otro caballo? O, ¿Otro dios te ha amenazado de muerte? —Sonrió de medio lado, ni siquiera ser un osito amoroso le impedía seguir siendo sarcástico e incluso mordaz.

—Idos al tártaro y sufrid eternamente —Bufó Perseo pero se animó a hablar de todos modos —. Es sobre mi poder divino.

—¿Qué pasa con eso? Eres poderoso Perseo, lo he visto, estarás bien. —Dijo con calma mientras seguía acomodando casi todo su peso en el semidiós.

Este idiota no se ha dado cuenta de que no es una damisela y que por tanto pesa una tonelada gruñó para sus adentros el semidiós, mas lo dejó estar pues era cálido y agradable, pese a la incomodidad de aguantar tanto peso sobre él.

—Es que no lo controlo, no soy capaz de acceder a ese poder por mí mismo. —Reconoció preocupado, sospechaba que si deseaba matar a Medusa, necesitaría controlar al menos eso. Hermes restregó la mejilla contra su hombro y Perseo ya comenzaba a irritarse.

—Hmm... Pues las dos veces que te vi emplearla parecías saber lo que hacías. —Observó Hermes, especialmente la segunda.

—A ver es... Cuando estoy furioso o siento que estoy en grave peligro, entonces... Sale solo. —Dijo contrariado, ni él lo entendía del todo, era algo extraño, quería acceder a ese poder pero al mismo tiempo le asustaba.

Hermes paró de restregarse contra él, pero no lo soltó debía estar meditando como siempre hacía cuando le planteaba una duda que se le hacía más complicada. El mensajero le pareció impulsivo al principio, sin embargo, al conocerlo mejor sabía que medía todo al milímetro, no era tanto un improvisador aunque podía hacerlo. Esa sensación le daba.

—Entonces debes tener algo bloqueándote, no lo sé, los humanos sois expertos creando inhibiciones. Cuando algo de vosotros mismos os asusta, intentáis ocultarlo sin daros cuenta de que lo que escondes por un lado, sale por el otro —Explicó él, sonaría más serio si no estuviera abrazado al semidiós como un koala. —. Así que piensa, Perseo, ¿Cuándo dejaste de poder acceder a ese don?

Perseo habría cerrado los ojos para concentrarse de no ser porque estaba conduciendo y no podía permitirse semejante temeridad, a Hermes probablemente no le pasaría nada, pero a él y a los caballos sí. De todas formas trató de ahondar, era algo que tenía muy arraigado desde hacía un tiempo, tenía ese temor de salirse de control y hacer daño a la gente que le rodeaba, y entonces encontró la respuesta.

—Cuando yo tenía ocho años, un niño de la corte se metía mucho conmigo, lo recuerdo. Me robaba el almuerzo, rompía mis cosas, hablaba mal de mí a mis espaldas y yo lo dejé estar porque mi madre solía decirme que la violencia nunca es la respuesta, por lo que pensé que se cansaría eventualmente y me dejaría en paz. —Comenzó a contar, lo recordaba pero no con tormento, ese chico más bien era como una mosca aleteando alrededor, en ese momento le molestaba pero no desestabilizó su salud mental.

—Pues yo lo habría apuñalado hasta que reventase, luego le habría meado encima y después, ¿Por qué no? un bailecito sobre su cadáver... Espera... Mejor primero el baile, y luego mear. —Se dijo pensativo y cuando vio que Perseo le miraba espantado, se rio. —Era broma, no me mires así. —Mintió pero el semidiós le creyó de algún modo. —Lo que quería decir es... ¿Por qué no avisaste a... Dictis?

—¡No soy un soplón! Y tampoco pido ayuda para arreglar mis cosas. —Bufó, incluso ni siquiera pidió la ayuda de los dioses, ellos vinieron solos a él, aunque reconocía que luego sí les había ido pidiendo cosas pero porque realmente no las podía conseguir por sí solo, sino cómo iba a cruzar el océano.

—¿Y qué pasó? —Insistió Hermes, que se percató de que Perseo estaba contrariado. Fruncía el ceño y hasta le dio la sensación de que tenía los ojos vidriosos. Los humanos de verdad eran sensibles.

—¿Vais a creer que soy un monstruo si os lo cuento?

Hermes se rio en su cara pero a carcajada limpia por la ocurrencia que acababa de tener el semidiós. Le parecía tan adorable que pensara que podía impresionarle con sus cosas de humanito.

—Por favor, Perseo, lo que sea que hicieras me lo cuelgo de la nariz y no se me cae. —Volvió a reírse.

Dudaba que el semidiós hubiera hecho nada que pudiera perturbar su paz mental en modo alguno. Lo más seguro es que hasta Hermes, que era un dios pacífico, lo hubiera hecho pero cien veces peor y si no, pues tampoco se asustaría. O sea, hacía rato Apolo había declarado su intención de exterminar a los macedonios sólo porque le habían inventado una palabra nueva, si Perseo superaba eso, entonces le dejaría que le pusiera una correa alrededor del cuello y le ordenara que le diera la patita.

Aun así Perseo seguía haciendo un mohín con inseguridad. Unas veces era muy seguro, otras se hacía bolita. Suspiró y llevó las manos a su cabello, comenzó a acariciarlo era como el punto débil del semidiós, se volvía mucho más dócil y calmado después.

—En serio, no hay nada que hayas podido hacer que me perturbe. Confía en mí. —Dijo, era muy mentiroso, pero en esta ocasión fue sincero.

—Bueno... Pues, una vez, ya no pude ignorarlo más, lo agarré por el cuello y cuando lo tiré al suelo, lo hice con tanta fuerza que algo crujió... —Frunció más el ceño en actitud sombría. — Y ya no caminó más. Nunca. —Miró con temor a Hermes, pero el dios mensajero ni siquiera arqueó una ceja.

—¿Y ya está? Ni siquiera lo pateaste, o le escupiste encima, o lo pisaste, o lo arrastraste por el suelo. Yo lo habría tirado por las escaleras y le habría puesto clavos en los ojos y a lo mejor lo hubiera descuartizado después, y luego lo quemaría también para que sus familiares no pudieran ponerle el óbolo bajo la lengua[2] y entonces cuando vaya al inframundo, no podría pagar a Caronte y su alma estaría vagando por cien años por el inframundo hasta que Hades decidiera juzgarlo. —Esbozó una sonrisa perversa.

Perseo lo observó boquiabierto nunca había escuchado a Hermes decir algo tan violento y visceral.

—Pero... ¿No que sois un dios pacífico? —Parpadeó varias veces, con todo el discurso de Hermes se le había pasado su momento de tristeza.

—Pacífico, no imbécil —Le corrigió él. —. Si alguien intentara hacerme la vida imposible, lo destrozaría —Declaró, la forma en que lo dijo de verdad hizo a Perseo pensar que no fanfarroneaba —. Pero todo el mundo me aaaama, así que soy pacífico —Esbozó una sonrisa tierna que para nada correspondía con la situación.

Hermes le cerró la boca, se había quedado pasmado, menos mal que el dios no había puesto en práctica toda esa violencia sobre él. No debía haberle ofendido lo suficiente para que reaccionara de esa manera. El mensajero depositó un beso en su mejilla.

—Se supone que ahora es cuando tienes que decir que soy lindo y me amas por eso —Declaró Hermes negando con la cabeza, le perdonaría por esta vez —. En fin, ¿Es por eso que no puedes acceder a tu poder divino? Pero fue un accidente... —Se encogió de hombros.

—Lo sé pero... No quiero hacer daño a los que me rodean por accidente, entonces...

—Entonces, te bloqueas, ¿Ves? Lo que dije, los humanos y sus inhibiciones —Suspiró. —. Te traeré a un entrenador de semidioses, seguro puede hacer algo al respecto.

—¿Y no podéis hacerlo vos? —Preguntó ingenuamente, siempre preguntaba cosas erróneas que le ponían en situaciones peliagudas, esta fue una de esas veces.

Hermes sonrió de medio lado mientras contemplaba al semidiós, las manos que antes estaban en su cabello pasaron a su torso. Perseo se dio cuenta de que no estaba tramando nada bueno y ya se ruborizó por instinto.

—No.

—¿Por... Por qué? —Se lamentó a sí mismo por preguntar, las manos del dios comenzaron a recorrerle y él tuvo que recordar que debía mantener las riendas firmes.

—Porque Perseo... Cuando pones cara de frustración... —Susurró y sus manos fueron descendiendo peligrosamente. —Me excito mucho. —Añadió, unas veces Hermes era muy fino y elegante, otros más basto que el dios de la guerra.

Es que... ¿Para qué preguntaaaas? ¡Perseo eres idiota! ¡Perseo cállate! ¡Perseo te odio! ¡Muérete! Se dijo a sí mismo, su cuerpo comenzaba a tensarse a medida que las manos descendían y se erizó pese a que le estaba tocando sobre la ropa. La boca del dios fue hasta su cuello pero sólo le acarició con los labios, era evidente que el dios ya estaba "excitado".

—Hermes, Heeeermess, estoy conduciendooo... —Se quejó él tratando de apartarse o resistirse al menos, no era fácil cuando tenía que mantener las manos en las riendas.

—Pues conduce.

Entonces Hermes le mordió y se rio cuando Perseo soltó un gritito y dio un bote en el sitio, pero no se detuvo y sus manos ya estaban casi donde más atención requería el semidiós.

—Paraaaaad —Se volvió a quejar él e incluso trató de darle un codazo pero Hermes no lo sintió apenas. —Sois peor que un adolescente, deteneooooooos.

—No quiero —Declaró Hermes de forma infantil y jugó con los bajos de la túnica de Perseo. —. Además soy un adolescente.-

—¿Cómo vais a ser un adolescente si sois un dios? ¡Yo soy un adolescente y me comporto mejor que vos! —Dijo histérico, las mejillas tan rojas que no sabría uno discernir dónde acababa el pelo y empezaba el rostro.

—Los dioses crecemos diferente —Declaro Hermes mientras besaba el cuello de Perseo, que ahora era blanco pero luego sería rojo. —. Además... Esta parte tuya es muy traviesa y se ha despertado para saludarme.

—Hermeeeees, paraaaaad, estoy conducien... —Suspiró debido a las atenciones del dios. —¡Hermes!

El dios no le escuchó en absoluto y se dedicó a jugar con él y debía de hacerlo bien por las reacciones del semidiós, era muy divertido porque era sensible y se ruborizaba y respondía airado. También le prendía eso, siempre había sido muy travieso y no pararía ahora, si es que Atenea estaba mirando, pues que mirase de cerca lo que hacía con su protegido, podía dejarle observar en primera línea si así lo deseaba, no le molestaban los mirones.

—Eso, di mi nombre, me prende. —Le instó, y después Perseo ya no dijo más su nombre, debió saber que eso sucedería.

Al poco dejó de quejarse, siempre era así, quería que se quejase un poco más pero también era lindo cuando se deshacía entre sus brazos y técnicamente no estaba entorpeciendo la misión porque estaban siguiendo el mismo rumbo. Se dedicó a morder y lamer su cuello, era suave, largo y fino, le gustaba mucho. Tan blanco que le daban ganas de llenarlo de color.

El semidiós simplemente se derramó sobre sus manos de un momento a otro, no le culpaba tampoco. Los humanos duraban poco en sus manos, era bastante habilidoso.

—Imbécil... —Jadeó Perseo con el ceño fruncido, no sabía si iba a llorar o a golpearle. Algunos humanos cuando se sentían muy bien lloraban, no lo había visto en dioses, tampoco Perseo lo había hecho nunca, pero a veces daba la sensación de que lo haría. Tal vez se contenía. —Capullo.

Últimamente el semidiós repetía mucho esas palabras, especialmente después de tener un orgasmo. Se preguntaba por qué, pero le dio igual en realidad. Él estaba satisfecho, y mini Perseo también, aunque desearía que fuera un poco más cariñoso.

—Qué lindo eres, Perseo —Susurró Hermes y notó que el semidiós se relajaba un tanto, incluso la arruga en su ceño disminuyó —. Me gustas.

Perseo giró el rostro de nuevo y se besaron brevemente porque tampoco podía permitirse quitar mucho tiempo los ojos de la carretera.



dracma[1]: Moneda griega hecha de plata que equivale a seis óbolos. Se calculaba que con medio dracma podía vivir una familia sin miserias.

el óbolo bajo la lengua[2]: Era costumbre depositar un óbolo bajo la lengua de los muertos (o sobre los ojos según otras versiones) para que cuando el alma del muerto fuera al inframundo, pudiera pagar a Caronte, que les pedía un óbolo para cruzar al más allá. En caso contrario las almas eran condenadas a vagar durante cien años.


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¡Holaaaaaaaaaa! Este ha sido un capítulo un poco raroooo, ya lo sé, jajaja perdonadme! no pretendía escribir otro momento cochino, fue Hermes el que me escribió esa parte casi por si soloooo. Pensé en cortarlo y poner pantalla negra, pero entonces siento que os habríais quejado por eso jajaj, así que lo escribí aunque no pretendía que la novela fuera erótica jajsdjjdjdjd, perdóóóóóóóón Hermes me poseyó y escribió el final del capítulo

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