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Se podría definir como la chica a la que rompieron el corazón. La que lloró cuando un ser querido se fue de su lado, la que se dejó perder por culpa de su ausencia. Se podría definir de muchas maneras, pero ninguna de ellas llegaba a gustarle, ni mucho menos. Ella es así, tímida, cariñosa, antisocial, soñadora. Así es Amy Lawrence, la chica que ninguno quiere como amigo, ni si quiera como conocido. Le han puesto la diana de hazme reír en toda la frente, y todo empezó cuando él se fue de su lado. Desde entonces, su vida se ha ido cayendo en pedazos. Su relación con sus padres empeoró —si es que eso era posible—, sus notas bajaron, los insultos comenzaron y la ansiedad comenzó a apoderarse de ella consumiéndola poco a poco. Pero nada le dolió más que su traición. Todavía siente como la rabia corre por sus venas al recordar como la dejó plantada ese día en el parque, sola, llorando a moco tendido y rompiéndole su joven corazón en mil cachitos. Había acabado con ella en vida. Pero nada de eso eclipsa el verdadero odio que siente hacia ella misma al reconocer que, si él decide volver, ella le acogería con los brazos abiertos y se olvidaría de todo.
Se pone las gafas de pasta gorda en su fina cara y se tapa con el pelo rubio ceniza lo que queda de su cara. Debería de haber aceptado ese vale de descuento de la peluquería de la esquina para teñirse el pelo. Ese rubio llama mucho la atención, cosa que intenta evitar a toda costa. Con suerte, el frío todavía invade las calles de la ciudad Inazuma, así que puede seguir llevando su ropa holgada sin morir en el intento. Coge su mochila, y con calma sale de su casa cerrando con llave.
El instituto Kirwood es uno de los más grandes de la ciudad Inazuma. Una infraestructura con tres alas bien diferenciadas, pero una de ellas resalta por encima de las demás. El club de fútbol. Puede que sea la instalación más pequeña de las tres, y con notable diferencia, pero aun así es grandiosa bajos sus ojos. Muchos de los estudiantes se concentran todos los días para ver a unos de los mejores equipos país. Ella ni si quiera hace acto de presencia, aunque tampoco es que nadie fuera a echarla en falta. Escasea de amigos pero tampoco es demasiado importante ¿no? Ir allí es una forma masoquista de recordarse que su amigo había decidido elegir a otra en su lugar. Una más guapa, con mejor cuerpo y pelo, más popular... A los ojos de los demás ella es la chica perfecta, a los suyos sólo es una víbora más de las que alberga ese infierno llamado instituto. Sus pasos se detienen en mitad de la calle. Desvía su mirada, como todos los días, hacia ese estúpido parque. Si tan solo pudiera olvidar y poder seguir con su vida como si nunca hubiera pasado anda sería infinitamente más feliz.
Eran pequeños, bastante como para ser conscientes de lo que hacían o decían. Les encantaba estar en ese parque, los columpios eran más bonitos y había un tobogán altísimo. Bajó por él y le buscó con la mirada.
—Deja de esconderte, sabes que me da miedo estar sola —dijo con la voz un tanto quebrada.
Una mata de pelo rubio salió de detrás de uno de los arbustos que rodeaban el parquecito.
—No estabas sola —dijo acercándose a ella.
—Pero tu...
—Nop, yo nunca te dejaría sola —dijo el chico con una sonrisa sincera.
—¿Ni cuando estemos allí? —Señaló con el dedo el enorme edificio del Kirwood. Le daba miedo ir a otro colegio, sobre todo después de escuchar como la señora de la pequeña tienda del barrio despotricaba todos los días sobre los chicos que allí asistían.
—No, yo siempre te estaré protegiendo. —Tomó su mano y empezó a andar—. Vamos que he encontrado una pelota con la que poder jugar.
Todo quedó en una promesa vacía un año después. Sale de su ensoñación al escuchar la primera campana. Suspira y se pone de nuevo en marcha. Tiene diez minutos hasta que el timbre vuelva a sonar y comiencen las clases. Coge aire profundamente y se prepara para las miradas de sus compañeros. Siempre es lo mismo, la miran por un segundo y después vuelve a dejar de existir. Abre la puerta de clase y avanza con rapidez hasta su pupitre que se encuentra en la esquina derecha del fondo del aula y se encoge sobre su asiento al notar las miradas clavarse como agujas a sobre su persona. Terrorífico. Un murmullo se oye en la puerta y no le hace falta mirar para saber que ha llegado. Siempre pasa lo mismo. Cuchicheos, admiraciones... Todo lo contrario a Amy vamos. Entra en clase con tranquilidad, sabiendo que su vida es perfecta y que tiene comiendo de su mano a todos los allí presentes. Entra en el aula saludando a la primera fila, analiza a toda la clase y para su mirada en la rubia. Sonríe diabólicamente y Amy se encoge en su asiento. Siempre consigue intimidarla, da igual lo que haga, la acaba encontrando, como si fuera una presa fácil. La mirada de él ni si quiera repara en ella y saluda a sus amigos del club de fútbol. No sabe si porque ha olvidado de que existe o porque no merece que el gran Axel Blaze dedique un solo segundo se su tiempo en mirarla. Y sea cual sea, duele igual que aquel día. Incluso más. El profesor entra en el aula y se obliga a prestar atención a la clase, intentando olvidar que la mirada diabólica de ella está posada sobre su persona.
****
Con el paso del tiempo había aprendido cuáles eran los lugares que debía de evitar a toda costa. Entre ellos están... todos, menos ese pequeño prado detrás de la cabina del jardinero que nadie sabe que existe. Es su pequeño remanso de paz, allí nadie la molestaría nunca. Lo descubrió el mismo día en el que se dio cuenta que ese empujón por las escaleras que le había costado una muñeca rota, no había sido un accidente como prometió su compañera de clase. Comenzó a tener miedo. Ya no sólo eran las miradas e insultos, era algo más. Lo podía ver en sus miradas. La querían fuera de su vista, bajo tierra incluso.
Desenvuelve su bocadillo del papel de plata y le da el primer mordisco. Se quita las gafas y se recoge el pelo en una coleta. Suspira contenta al poder ver con normalidad y no entre los mechones de su precioso pelo rubio. Que este le tape la cara la hace pasar más desapercibida, casi invisible, si no fuera porque daba igual lo que hiciera, siempre acabarían viéndola y yendo a por ella. Como un águila hacia su presa. Se estremece y siente como el aire empieza a escasear en sus pulmones. <<No pienses en eso Amy, respira, respira>>. Cierra los ojos descansando y sintiendo como los mínimos rayos de sol la calientan el cuerpo. No puede no alterarse al pensar en todo lo que la han hecho y lo que le queda por sufrir en sus manos. Si al menos tuviera un apoyo, está segura de que lo llevaría un poco mejor. Pero esta sola, completamente sola. Su ceño se frunce al ver que la luz deja de iluminar su cara. ¿Sería una nube? La verdad es que no quiere abrir los ojos, con miedo a encontrarse con alguien no bienvenido en su pequeño mundo. ¿La habrían encontrado por fin? Realmente no cree que todavía no hayan reparado en ese pequeño lugar. Por muy apartado que esté, no es tan difícil dar con él. Si ya lo han hecho, no tendría tiempo ni espacio para correr.
—Eres Amy, ¿verdad? —La voz de un hombre hace que se sobresalte.
La chica traga saliva sonoramente. Esa voz no la conoce. Sus ojos se abren lentamente con miedo. ¿Ahora que toca? ¿Voldemore ha venido a por ella para matarla? A lo mejor debería de dejar de leer tanta fantasía.
El hombre gira la cabeza y la mira impasible. Puede notar cómo sus manos comienzan a temblar ligeramente. Delante de él tiene a un cervatillo indefenso y miedoso. La mezcla perfecta para hacerla más que manipulable. Pero no está ahí por eso, no quiere esa parte de Amy, lo que quiere es la rabia que crece poco a poco en su interior y que la ingenua chica ni nota que está presente. Quiere a esa Amy que puede plantarle cara a cualquier persona sin compasión de forma cínica y tranquila. Amy todavía no conoce esa parte de ella misma, pero él la ayudaría a descubrirla.
La chica intenta focalizar, pero los rayos de sol que se cuelan por la arboleda la impiden ver con claridad la cara del chico o hombre. El intruso, no hace nada porque la chica le vea el rostro, así que ella no se esfuerza de más. Lo único que puede apreciar con claridad de él es un traje azul oscuro y una camisa blanca metida por los pantalones. Da la impresión de ser un hombre de negocios con bastante poder a decir verdad, pero ¿qué querría de ella alguien como él?
—Si soy yo. ¿Quién es usted? —La chica le mira con la curiosidad que siempre le había caracterizado desde pequeña.
Y la curiosidad mató al gato.
—Me llamo John Maxwell y vengo a hacerte una oferta que no podrás rechazar.
La chica le vuelve a recorrer con la mirada. ¿Qué podría ofrecerle un hombre de negocios? Acaso no sería de algún reality show de esos que acababan convirtiendo al patito feo en cisne, ¿no? Porque si es algo sobre eso, ella no está dispuesta a escucharle. No quiere llamar la atención, cero de cero. Además, es muy pequeña como para someterse a algo como eso. Solo tiene trece escasos años.
—No creo que tenga algo que pueda ofrecerme señor Maxwell. Se ha equivocado de persona. —Se levanta torpemente y se quita la hierba de sus pantalones—. Lo siento.
Ahora que está de pie, puede apreciar sus rasgos faciales. Tiene los ojos rasgados y grandes, como si realmente no fuera del todo japonés. Sus rasgos son asiáticos, sí, pero dan a entender que hay mezcla en ellos. ¿Posiblemente europeo? Puede ser. Tiene una nariz de envidia, recta pero un poco respingona la punta. Y aunque a ella le gusta su nariz, tiene un poco de envidia al ver la suya. Tiene unos pómulos afilados y la barbilla cuadrada. En resumen, es bastante guapo y más joven de lo que esperaba al escuchar su profunda voz.
—Sabía que ibas a ser perfecta para esto. —Sonríe mostrando una dentadura perfecta.
—¿Perdón? —Amy realmente no comprende nada en absoluto.
—Tu forma de observar el mundo, de captar cada detalle con tus ojos, cada movimiento. Incluso sé que te has dado cuenta de que a parte de ser japonés, también soy europeo, ¿verdad?
Amy da un paso atrás. ¿Quién rayos es ese hombre? Le está empezando a dar verdadero miedo. Parece que puede leer su mente y que sabe más de Amy que ella misma. Eso no le gusta, porque eso significa que sabe cuales son sus puntos débiles.
—De verdad yo... —Está apunto de salir corriendo de allí.
Antes de que pueda terminar la frase, el hombre se saca de su chaqueta un sobre blanco y se lo tiende.
—Sé por lo que estás pasando y sé que estás cansada que luchar. Yo te vengo a ofrecer una vía de escape —Amy recoge el sobre y lo mira con el ceño fruncido, analizando si es algo normal o si lo que hay dentro de ese sobre puede hacerla daño. Y, aunque ahora no lo sabe, así es— Te aseguro que te volverás más fuerte y nadie podrá hacerte más daño. Léelo, si al final no estás interesada, quema los papeles y nunca nos habremos conocido.
Amy roza con la yema de los dedos la inscripción del sobre. Está en letras doradas, y en relieve como a ella le gusta. Le encanta sentir ese tipo de textura bajo sus dedos.
Ghost Proyect.
¿Proyecto fantasma? ¿Quién leches llamaría a algo Proyecto fantasma? Levanta la mirada para volver a rechazar su oferta antes incluso de abrirlo, pero el señor Maxwell ha desaparecido por completo. ¿Guau, se habría esfumado? Porque a ella le apetece aprender ese truco.
Vuelve a centrar su atención en el sobre. Se encoge de hombros. Bueno, le ha dicho que si no le interesa puede quemar los papeles y hacer como si nada hubiera pasado. Aunque, pensándolo bien, si unos papeles son tan importantes como para hacerlos desaparecer como si nunca hubieran existido, no cree que sea tan fácil como decirle al buen hombre: "Eh, señor. Que ya tengo demasiado con salvarme el culo como para tener encima que asistir a un programa de televisión". Porque Amy está más que segura que es un productor de la tele. Mueve la boca de un lado a otro intentando decidir qué hacer. A lo mejor, si no lo abre no tienen que matarla para que no cuente nada sobre ese programa súper secreto. Se muerde los labios sintiendo que su curiosidad crece y crece ante su imaginación. ¿Sería un reality show? ¿Un programa de supervivencia? ¿Se parecería al programa español ese donde todos conviven en una casa y discuten entre ellos? Porque lo que le falta entrar en ese circo y discutir en la tele.
Vuelve a mirar al alrededor para ver si el señor Maxwell ha vuelto, pero no hay nadie más que ella y su soledad. Ag, ¡a la porra! Cuando está a punto de abrir el sobre, el timbre de la escuela suena provocándola un escalofrío por todo el cuerpo. La media hora de paz ha terminado. Mete el sobre con cuidado en su mochila y le da un último vistazo antes de cerrar la cartera y colgársela sobre sus hombros para salir de ese lugar, no sin antes asegurarse de que nadie la ve salir de allí.
***
Educación física no es su asignatura favorita, pero tampoco la disgusta. El profesor Yeng siempre les pone a correr mientras él se sienta en las escaleras de las gradas a leer mensajes o ver videos por Youtube, así que Amy se toma la clase libre para poder salir de allí antes de que alguien le rompa otro brazo, o directamente la cabeza. Lo único que tiene que hacer es llegar a la hora de salida para que nadie viera que se has ausentado y problema resuelto. Ese día no es menos claro. Cuando el hombre se deja caer en las gradas y saca el móvil de su bolsillo de la chaqueta, Amy se cuela entre los matorrales dispuesta a ir a los baños y encerrarse en uno de ellos.
Entra al vestuario cerciorándose de que están vacíos y se queda mirando su imagen en el espejo. Su reflejo desaliñado debería de darle vergüenza, es más, si sus padres estuvieran más por casa no la permitirían ir así al instituto, pero hacía mucho tiempo que había perdido las ganas de arreglarse. También de ver a sus padres, aunque no tiene que hacer muchos esfuerzos por evitarles, nunca están por casa. Ni en las reuniones del colegio, ni en las vacaciones de Navidad, ni en su cumpleaños... En definitiva, sus padres están más ausentes vivos que muertos.
Resopla, se había prometido hace mucho tiempo que no se lamentaría por ello. Se quita las gafas y las deja encima del lavabo. Abre el grifo y deja correr el agua. Se agacha y lava su cara, intentando refrescarse. Esas ropas largas la están matando. El agua empapa su cara y a ella la recorre un pequeño escalofrío. Oh, sí, mucho mejor. Cuando levanta la cabeza, puede ver a su peor pesadilla en el reflejo del espejo. Su cuerpo se tensa y sus manos empiezan a sudar. <<No, por favor, vete, vete de aquí, no me hagas más daño>>. Normalmente no se saltan las clases de gimnasia, pero ahí están preparadas para hacerla sufrir, como siempre desde hace más de un año.
—¿Saltándote las clases pardilla? —dice con una sonrisa en los labios.
Intenta salir, ignorarlas y volver a la clase donde podría estar más segura, pero una de ellas la corta el paso. Amy frunce el ceño y se calla las ganas que tiene de gritar para que alguien le ayude. Total, nadie lo haría. Ya se han encargado ellas en su momento de avisar que pasaría si algún alma caritativa se quería hacer la heroína para salvar a la pobre y fea nerd. Que acabarían en el club de los humillados.
—¿Todavía no te ha devuelto la lengua el gato? —Hace una mueca al espejo y después se gira a mirarla—. Que pena.
Lentamente se acerca a Amy y ella retrocede. El miedo cala hasta sus huesos y retrocede hasta que choca con la pared. Parece que la muy arpía se lo está pasando bien porque sonríe retorcidamente. ¿Cómo puede haber tanta maldad en un cuerpo tan joven y pequeño? Amy ha acabado entendiendo que el demonio tiene muchas caras y formas. June es una de ellas.
—Me pones tan enferma —dice ella agarrándola del pelo—. Con esa carita de no haber roto nunca un plato... Te he visto como le miras, duele saber que te ha remplazado por algo mejor ¿eh? —Le mira de arriba abajo despreciándola y siente como sus ojos empiezan a humedecerse. Que hable de él la afecta más de lo que le gustaría—. Eres patética.
—No, no lo soy... —dice intentando auto convencerse.
La sonrisa de June se hace todavía más grande.
—No te mientas, no vales una mierda —dice soltando a Amy bruscamente—. Uy, perdona, he dicho una palabrota delante de ti. ¿Deberías de llamar al director? No mejor, a la policía.
Sus caras están tan cerca que casi se rozan. Si tuviera el valor la escupiría en la cara y la patearía el culo, pero es una cobarde, una don nadie. Hacer algo a sí solo empeoraría las cosas.
—Te lo aviso por última vez, deja de mirarle pardilla, o si no te las verás conmigo.
No hace falta que le diga a quien se refiere. Lo sabe. Está obsesionada con Axel desde que le vio, o incluso antes. Vete tu a saber. A ella eso le da exactamente igual. Que se quede con quien quiera. ¿Tampoco se está perdiendo nada no? Solo a alguien que traicionó su confianza y machacó su corazón contra el suelo. Aún así, le molesta tanto el hecho de que le de órdenes que el filtro de su cabeza desaparece.
—Creo que todavía es legal mirar a alguien —dice por lo bajo, casi en un susurro inexistente, pero el eco del vestuario amplía su voz.
June se gira como si fuera la niña del exorcista. Solo le falta escupir espuma por la boca y soltar palabras sin sentido para dar por demostrada su teoría. Que es el diablo en persona.
—¿Qué has dicho? —dice con los ojos muy abiertos.
Sube la barbilla y la mira a los ojos, envalentonándose. Si hoy es el día de su muerte, que por lo menos se vaya sin arrepentimientos.
—Que si quiero le miro.
Cuando sus ojos se convierten en el mismísimo infierno, desearía haberse callado.
—¿Qué? —dice fuera de si— Él es mío, solo mío. —Su mano se alza sobre ella y azota con un golpe seco su mejilla.
Las dos otras chicas se unen muy animadas a la pelea, porque los golpes que dan son cada vez más fuertes. Amy cae al suelo y se intenta proteger la cabeza con los brazos. Es la parte que más ama de su cuerpo. Ahí está su cerebro, y ella es lista, muy lista. Es lo único que le enorgullece de ella. Lo único que no odia. Aunque ahora no sabe si la inteligencia a cogido la puerta y se ha ido hará unos minutos. Sus lágrimas caen sin control por sus mejillas. Una patada en el estómago, otra en la espinilla, otra en la espalda... Nunca la han dado tan fuerte, nunca la han dado una paliza de ese calibre. Las chicas se ríen, mientras su respiración se entrecorta con cada golpe. Aunque intenta acallar sus gritos, acaban saliendo, llamando la atención de algunos de los alumnos de su clase. No pasan más que unos segundos hasta que el profesor de educación física entra dando gritos en el baño.
Cuando ve el pobre cuerpo de Amy, tirado en el suelo y sangrando, casi se le sale el alma del cuerpo. ¿Cómo ha podido llegar una pelea a esos extremos? Amy está hecha un ovillo en el suelo, sangrando y dando espasmos, completamente en shock. Su mente no funciona, no conecta más de dos palabras. Su cuerpo duele como el infierno y lo único que quiere es desaparecer, morir, irse de esa mierda de mundo que solo la hace sufrir. Siente como alguien la coge en brazos y la saca del baño, pero no ve nada más, porque su cuerpo cae en la inconsciencia sin permitirle ver si quiera que pasa más allá.
***
Cuando se levanta, siente como si un millón de agujas estuvieran atravesando su pequeño cuerpo. Se restriega los ojos con las manos y repara en las primeras de las muchas heridas. Tiene los nudillos llenos de cortes y algún que otro moretón. Sus costillas duelen incluso al respirar. ¿Tendrían alguna rota? Seguro, pondría la mano en el fuego por ello. Recuerda a duras penas lo que pasó en el baño y no sabe si eso la frustra o la alivia. ¿Y después? ¿Qué pasó después? Gruñe al intentar incorporarse. Consigue apoyarse en la pared de su cuarto no sin tener que coger grandes bocanadas de aire. Dios, siente como si se le cortara la respiración y la laceraran por dentro. Sus músculos se quejan y sus ojos lloran. Nunca ha experimentando algo así antes. La han denigrado, la han apaleado a su cuerpo y a su alma. Se siente una perdedora, una don nadie. ¿Ahora como va a volver a ese lugar sin morirse del miedo ni de la vergüenza? Un nudo en su estómago la hace retorcerse de pena. Si hubieran podido, las muy hijas de satán, habrían seguido apaleándola hasta la muerte. Y a lo mejor le hubieran hecho un favor, a lo mejor deberían de haber cerrado la puerta con llave para que nadie pudiera intervenir y así ella...
Cierra los ojos con pesar mientras las espesas lágrimas salan su cara. ¿Desde cuando se ha vuelto tan... cobarde? Siempre lo ha sido, desde pequeña. Nunca ha podido vivir sin ayuda. Bueno, ¿acaso alguna vez ha tenido ayuda? Desde que tiene uso de razón, sus padres desaparecían por largas temporadas. Fue criada por su abuela. Prácticamente vivía con ella y fue como la madre que nunca tuvo. Además, le encantaba la casa, con ese pedazo jardín para poder correr junto con Ronald, el perro de su abuela. Fue en esa época cuando conoció a Axel.
Un día, jugando a la pelota con el perro, la lanzó tan lejos, que se coló en la casa de al lado. Su abuela le había avisado muchas veces de que un día algo como eso pasaría, pero a ella le parecía muy improbable que eso pasase.
—Yo controlo abuela —Le decía con sus mejillas sonrosadas y gorditas por culpa de todos los bollos que la anciana le dejaba comer.
Pero ese día no controló en absoluto. El miedo se adueñó de ella. Si le decía algo a su abuela, seguro que se enfadaría y le prohibiría volver a jugar en el jardín y a ella le gustaba mucho mucho. Solo tenía una opción, colarse en el jardín y cogerla ella misma. Se internó por la pequeña ranura de la verja de madera que dividía las dos propiedades. La pelota no había caído muy lejos, seguro que no tardaba nada en cogerla. Corrió hasta ella, pero cuando fue a echarle mano, un dardo de juguete le dio en la cabeza...
Niega con pesar. Odia ese estúpido día con toda su alma. Le odia a él por dejarla sola, abandonarla, permitir que la acosen como lo han hecho. Le odia porque muchas veces él ha sido el que ha empezado a reírse el primero cuando June se ha metido con ella. Le odia por hacerle una promesa vacía. Le odia por haberla creído. Y, sobre todo, le odia por querer que vuelva a su lado como si nada hubiera cambiado.
Amy tose violentamente y siente como su cuerpo se resiente. Se mira la mano al darse cuenta de que ha escupido sangre. Abre los ojos desmesuradamente. Ya puede ver los titulares: "Joven de 13 años muere después de toser". No añadirían el que le han dado una paliza en letra grande. Eso no llamaría tanto la atención, pero el morir por toser seguro que sí. Busca algo con lo que secarse la mano en su mesilla mientras hace el esfuerzo de no vomitar del dolor. Palpa y encuentra una hoja de papel. Bien eso le servir....
Hija, ten más cuidado la próxima vez al bajar por las escaleras. Te hemos dejado el número del médico por si tienes que llamarle. Cuídate.
Mamá.
Arruga el papel con la mano mientras sus ojos se vuelven a llenar de lágrimas. ¿Qué se ha caído por las escaleras? ¿Eso es lo que habían dicho a sus padres? ¿Y ellos se habían creído que su cuerpo había quedado así de magullado por una caída de escaleras? Casi siente que todos los golpes que le han dado duelen menos que eso. Ni si quiera cree que hayan podido preocuparse si quiera de ir a recogerla. Probablemente hubiera ido la secretaria de alguno de ellos y la hubiera traído a casa. Por Dios, como poco deberían de haberle llevado al hospital, pero claro, eso significaría un parte de lesiones, una denuncia al instituto y sobre todo a la hija del maldito director.
El dolor comienza desaparecer a medida que la ira crece en su interior. Está furiosa, muy furiosa con todo el mundo. Si por ella fuera, ahora mismo devolvería a todos el dolor que la han estado causando durante tanto tiempo. Uno por uno, devolviéndoles segundo a segundo su sufrimiento, haciéndoles sentir como si no hubiera un lugar seguro en el mundo para ellos. Aprieta los puños con fuerza ignorando las heridas de sus nudillos que empiezan a sangrar de nuevo. Si pudiera... si pudiera... se...
Sé por lo que estás pasando, sé que estás cansada que luchar. Yo te vengo a ofrecer una vía de escape. Te aseguro que te volverás más fuerte y nunca nadie más podrá hacerte daño.
Claro, el sobre. Divisa la mochila y se aparta los mechones de su pelo sucio de la cara. Se arrastra como puede hasta ella y saca el sobre con las manos temblorosas. Lo abre como si fuera su salvación, como si ese sobre tuviera la cura de todos sus males. Saca los papeles sin cuidado, sin preocuparse que una que otra hoja se rompa en el proceso. Empieza a leer palabras, sin fijarse muy bien en la letra pequeña.
Proyecto... Blablablablabla...Venganza... Blablablablabla... Fútbol... Blablablablabla... Torneo... Blablablablabla... Familia... Blablblablablabla... Feliz...
No le hace falta leer más. Un número, solo tendría que llamar a un número y todos sus problemas se solucionarían. Localiza el móvil en su mesilla. Hace un último esfuerzo y repta hasta él, no sin antes toser como una descosida hasta atragantarse con su propia sangre. Gime de dolor y de angustia al no poder respirar con normalidad. Deja las marcas de sus manos en el suelo y consigue coger el maldito cacharro. Marca el número entre pequeños temblores. Está volviendo a entrar en shock. Hiperventila sintiendo como sus párpados se hacen cada vez más pesados. No, no, otra vez no. Necesita hacer esa maldita y estúpida llamada. <<Vamos por favor, vamos>>
Un pitido. Su estómago le da una sacudida. Otro pitido. Se empieza a acurrucar en el suelo, sosteniendo a duras penas el teléfono en su oreja. El tercer pitido da señal.
—¿Sí? —Ni si quiera se para a analizar porque la voz de ese chico suena más joven.
—Se-señor Max-maxwell, yo-yo acepto —Tartamudea mientras va callando en un pozo sin fondo— Ti-tiene que ayu-yudarme...
Su cabeza cae en un golpe seco que alerta a la persona del otro lado de la línea. El chico la llama, pero parece que nadie contesta al otro lado de la línea. Murmura un insulto y corre por toda la base hasta dar John que está supervisando unos planos. El hombre deja los papeles y mira al moreno con curiosidad.
—Señor. Acaba de llamar y creo que está en peligro.
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¡Hola buenas! ¡He vuelto con esta novela! Estaba corrigiéndola y pensándola de nuevo. Esta novela la empecé con pocos años y ahora mi forma de escribir y expresarme ha cambiado. Así que nada, aquí está el capítulo más largo que he hecho hasta ahora. Realmente espero que lo disfrutéis mucho y que de verdad os guste. Un besazo!!!!
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