01 || Ugly

Bienvenido a "Ugly" la primera —y espero no la última— novela de esta antología. Aquí le dedico un aproximado de diez mil palabras a una de mis parejas favoritas, así que tuve que hacer algunas divisiones que indican "capítulos" en la novela y algunas subdivisiones que indican cambios de ambiente.

Algo como lo que hice en B.K. (Broken Clocks) para P.J. (Prohibido Jurar), me gustó esa idea de llamar a las historias que tengan más de dos palabras en el título por sus iniciales, es cómodo.

La canción tiene que ver con el OS pero no se debe de escuchar junto con el relato; para que eso fuera posible necesitaría crearle un playlist y preferí mejor dejar que la redacción hablara por sí misma.

Diciendo esto, solo me queda desear que la disfrutes.

Ugly || A MiniNovel

Prologue
(Prólogo)

00 || Ugly
(Fea)

—¡Mami!—Como una ráfaga de viento helado salió una pequeña de las enormes puertas de mármol. La mayor se agachó sin estorbarle ya el apretado corsé o la tiara en su cabeza; después de tantos años se había acostumbrado a ellos. Estaba esperando recibir a su hija con los brazos abiertos, y fue cuando lo hizo que notó los borbollones que empapaban los enormes cristales que la nena tenía por ojos. La pequeña arrasó gracias al impulso y velocidad, y ocultó su cara en esa barrera protectora; en ese santuario que era el cariño de la reina.

—¿Qué pasa, mi niña?

—Hoy me llamaron fea.

01 || Moana, princess of Croatia
(Moana, princesa de Croacia)

El impacto que recibió en el pómulo la aturdió por unos segundos y se vio traicionada por su desequilibro cuando su pequeña anatomía sintió el golpe del duro suelo y sus cabellos azabache se mecieron salvajemente.

Moana sintió sus labios temblar y sus ojos arder, no entendía porque las otras princesas eran siempre tan crueles con ella.

Miró a Anna, que aún tenía la mano cerrada en un puño y los labios fruncidos. Detrás de ella estaba Elsa, mirándola también con desprecio.

—¡Tú no perteneces aquí!—espetó Anna, con rabia; toda la que podía contener un ser tan joven e inocente.

—Eres fea y las princesas somos bonitas—complementó la de cabellos platinos.

Moana contuvo sus ganas de llorar. Sus manos se tensaron, sin embargo no se movió; solo miró a las pecosas desde aquel sitio en el piso.

—Tengo una tiara—respondió temblorosa—. Las princesas llevan tiaras.

—¿A esto le llamas tiara?—Elsa tomó del suelo la joya de la corona croata y la examinó con desdén, dándole toques suaves con el índice a su labio inferior—. Mi gato tiene una mejor. Es basura—finalizó y dejó caer el objeto, solo para patearlo lejos de su vista. Moana estiró su brazo en un nulo intento de evitar la acción de la princesa rusa.

—¡Devuélvemela! ¡Es mía!

—Espero que eso te haya dejado en claro el hecho de que no perteneces con nosotras.—Anna relajó sus manos y alisó su falda solo para comenzar a caminar detrás de la de vestido azul.

Moana gateó hasta su corona y la limpió un poco, al ver su preciada pertenencia en ese estado no pudo evitar contener un sollozo mientras la apegaba a su pecho, preguntándose qué había hecho mal.

Lo que la pequeña no sabia es que ese había sido el comienzo de una avalancha gigantesca de desprecio y burlas. Moana era torpeza mientras Elsa era delicadeza, Moana era rudeza mientras Elsa era feminidad, pero, sobre todo, Moana lucía una piel color canela mientras Elsa brillaba más que la nieve.

Cuando los años pasaban, las burlas por parte de la mayoría de las chicas se volvieron parte de su día a día y ella se volvió resistente; creó inconscientemente una barrera de metal. Cada pedrada dolía menos que la anterior, o al menos eso parecía a simple vista.

La única que no la trataba como un bicho raro era Merida; la princesa de Escocia. Sin embargo ella no corría con mejor suerte, todos en la escuela sabían que era la princesa "rara" y nadie quería acercarse a ella por miedo a contagiarse de su comportamiento, pensando que tenía algún tipo de problema mental, como lesbianismo.

02 || Birthday
(Cumpleaños)

La morena soltó un pujido al sentir las cuerdas tensarse, apretando su torso. En su cara podías notar sufrimiento ya que el corsé estaba imposibilitándole respirar y naturalmente se sintió un poco desesperada por eso.

Elsa pasó a su lado, con Anna siguiéndola como sombra. Esas dos probablemente iban juntas hasta al baño.

—No puedo respirar—explicó Moana con el poco aliento que tenía.

—Tranquila, te acostumbrarás a él.—Lady Tremaine acarició suavemente su hombro y se giró a tomar entre sus delgados, siempre fríos, dedos largos la tiara de plata. Se la entregó a Moana, invitándola a observarla.

—¿Te gusta?—La princesa asintió.

—Es bonita. —Entonces la mujer sonrió.

—Es toda tuya.

La morena sonrió y ella acarició sus mejillas. Bajó de nuevo la mirada y paseó sus ojos en el brillo de la joya plateada, tenía diversos diamantes y rubíes salpicados sin ningún orden específico. Era tan imperfecta como ella, y eso la hizo sentir aún más especial.

—Gracias, Lady Tremaine. Me encanta.

Cuando una princesa cumplía dieciocho años la escuela de princesas organizaba un baile en su honor, presentándola como adulta ante la sociedad. Un baile donde usaba por primera vez un vestido con corsé y una tiara de algún metal preciado, como plata u oro. Lady Tremaine siempre se encargaba de hacer que la primera tiara real de cada una de sus chicas fuera tan única como ellas.

—Ahora, déjame acomodártela.

Moana se giró y la institutriz tomó las hebras de su cabellos y las amarró en un moño impecable para finalmente colocar delicadamente la corona. Moana se giró y se miró en el espejo. Tenía el cabello impecable y un hermoso vestido de terciopelo rojo junto con unos tacones plata; incluso le habían puesto polvo por toda la cara, cubriéndola casi por completo.

Pero no lograba sentirse bella.

—¿Pasa algo, mi niña?—Al escucharla, la morena volvió en si y negó con la cabeza.

—No es nada, solo calculaba cuántas personas podría haber en el evento—bromeó inocentemente.

—No te preocupes por ello. —Le sobó el hombro con ternura—. Todas las personas que te queremos vamos estar ahí. ¡La vas a pasar muy bien!

Moana la miro y asintió, y al hacerlo Lady Tremaine sonrió y le informó que tenía que atender algunos pendientes pero si tenía algún problema le avisara.

A través de la pared de cristal pudo ver a ese par de pecosas en el pasillo. Tomó aire y comenzó a caminar hacia ellas, pero al hacerlo trastabilló un poco y tuvo que dejarse ir contra la pared de cristal para no saludar al piso. Anna reprimió una risa y se cubrió la cara con la mano, Elsa, en cambio, seguía impecable con el abanico entre las manos envueltas en esos guantes que tanto la caracterizaban. Ella había dominado ya al corsé, los tacones y la postura al caminar de una dama de la alta sociedad como lo era.

—Hola—sonrió bochornosa la morena—, ¿qué las trae por aquí?

—Solo paseábamos—contestó Elsa—. Veníamos a decirte que estamos muy emocionadas por el baile de esta noche. Ya quiero ver de nuevo a todos los príncipes que van a venir. Como cuando fue mi baile.

—Los recuerdo bien—contestó la princesa croata—. Lo recuerdo bien—corrigió—. Te mirabas bonita en aquel vestido violeta.

—Elsa siempre se mira bien—contestó Anna con obviedad y Elsa hizo un ademán de mano para callarla.

—Gracias—replicó con sequedad—. Disfruté mucho aquella noche. Espero que tú también puedas disfrutar la tuya.

—¿¡De verdad!?—un brillo de ilusión se asomó en las orbes oscuras de Moana al juntar las manos a su pecho.

—¡Claro!—respondió Elsa—. Espero que no pases muchas vergüenzas memorables, como bailar con dos pies izquierdos o pasarte de copas.

Y ahí estaba de nuevo.

—Gracias, creo.

—Sería bueno que nos dieras algo de que reírnos después—complementó Anna con sorna.

—Lamento decirte que eso no pasar. —Salió de los labios de Moana como resultado de sus propios reflejos, dejando a su enojo tomar el control y defendiéndose por primera vez. Ambas ojiazules se pasmaron por un momento y la morena se irguió.

—Lo veremos—musitó Anna, recelosa.

—Espero de corazón que no pase.—Forzó Elsa una sonrisa—. Bueno, tengo que irme. Te veo en la noche.

—Ahí nos vemos.

Al ponerse el sol Moana suspiró pesadamente antes de salir de la habitación y dirigirse a al fondo del salón a sentir un poco de ambiente fresco, aún no se había acostumbrado a tener ese campo de fuerza alrededor de su torso, el salón era siempre el mismo: ingente, decorado con enormes esculturas de oro y pilares de piedra; dejando atravesar la fresca brisa nocturna y la luz de las estrellas. Tan típico de Grecia.

—Oye. —La voz la hizo sobresaltarse y girarse llevando las manos atrás, ladeando sin querer la corona en su cabeza y mostrando un gesto nervioso. Una risa se hizo presente—. Lamento asustarte, ¡de verdad!—Se acercó a la morena y estiró las manos—. Déjame acomodarla.

—Gracias.

--Solo venía a decir que luces bonita.

Bonita.

Moana se cohibió al instante y su mirada se ensombreció al tiempo de perderse entre la luz de las estelas que atravesaba el espacio entre los pilares y otorgaba brillo al piso de piedra pulida.

—¿Dije algo malo?

—No—contestó seca y casi automáticamente—. No, para nada. Te lo agradezco, de hecho. —Vio como asentía con la cabeza—. Es solo que no estoy acostumbrada a este tipo de comentarios.

—Lo sé.

—Me agradas, Merida.

—Tú también me agradas.—Sonrió—. Ahora, vámonos—dijo pasando su brazo por debajo del de Moana—. No creo que quieras perderte la noche más especial de tu vida.

Moana realmente no estaba demasiado emocionada por esa fiesta, le abrumaba que la gente le pusiera atención y es que cuando lo hacían generalmente no traía nada bueno consigo. Sin embargo bailó —esos aburridos bailes de realeza— y charló con muchas personas ahí. Realmente nada había salido mal, y estaba muy aliviada por eso.

A lo largo del paso de las horas los tacones comenzaron a torturar sus pies y sentía que ya había sido suficiente tiempo del corsé, además sintió la necesidad de un poco de aire fresco; siempre solía abrir su balcón en su habitación antes de irse a dormir.

Así que en tanto tuvo la oportunidad se escabulló, se alegraba de que todos estuvieran pasándolo bien ya que así nadie se daría cuenta de su repentina desaparición. Incluso echó un vistazo fugaz solo para cerciorarse.

Los jardines eran grandes y pulcros, se miraban muy elegantes todas las carrozas en las que habían llegado los reyes con las diferentes banderas de las naciones europeas, y, cómo no, estatuas griegas. Moana se dirigió al banco más cercano y estuvo a punto de quitarse —con un esfuerzo descomunal— sus zapatos, cuando vió una figura a lo lejos.

Parpadeó un par de veces, extrañada y lo meditó antes de acercarse. Sigilosamente avanzaba utilizando los verdes arbustos de barrera. Y cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo ver que se trataba de un hombre, no, de un muchacho.

Miró la silueta con detenimiento unos segundos más, sólo estaba ahí contemplando el cielo y fumando una pipa. Que persona tan más extraña.

—¿Hola?

La persona entonces se giró tomando louna enrome bocanada de humo y comenzó a toser, expandiendo los ojos a causa del susto.

—¡Lo siento! ¡No fue mi intención!—corrió a golpearlo en la espalda y este poco a poco pudo recobrar su respiración—. ¿Está mejor?

—Mejor, gracias.

Al escucharlo hablar los recuerdos invadieron a la morena y pudo recordar de quien se trataba.

—Príncipe Hiccup.

—Princesa Moana.—Reverenció y ella sonrió nerviosa, hasta que se acordó que ella también debía de hacerlo. Hiccup rió por lo bajo—. Feliz cumpleaños.

—Gracias.

—¿Por qué no está celebrando adentro?—inquirió curioso el castaño.

—Necesitaba aire, ¿usted por qué no está disfrutando la velada?

—Lo hago—replicó.

—Me refiero a, ¿por qué no está adentro, bailando?

—Oh no, yo no bailo.

—Oh vamos—replicó Moana con un ademán tratado de animarlo—. Yo tengo dos pies izquierdos y me animé a bailar aún así.

—Yo tengo un derecho—dijo y alzó un poco su pantalón, dejando ver una prótesis. Moana expandió los párpados y se llevó las manos a la boca.

—Lo siento, yo no quise...

—Está bien—replicó, tranquilizándola—. Creí que todos lo sabían.

—Al parecer yo vivo en una cueva. —Se encogió de hombros la morena. Hiccup rió y se llevó la pipa de nuevo a la boca.

—Te recuerdo en el baile de Elsa de Rusia—puntualizó y la princesa levantó ambas cejas.

—Parece que hubiera sido ayer.

—Se miraba linda en aquel vestido violeta.

—¡Fue lo que le dije!

Ambos soltaron una carcajada e Hiccup volvió a calar de su pipa.

—¿Le importa si me quedo aquí, acompañándolo?

—Deja las formalidades, princesa. Son absurdas.

—Siendo el caso, ¿podrías llamarme Moana en vez de princesa? Tampoco me agrada demasiado.

—Como desees.

Moana asintió y tomó asiento en una banca frente a él dejándose envolver por la magia de la noche.

—¿Gustas?—El príncipe le extendió la pipa y la chica la rechazó.

—Nosotras no tenemos permitido fumar. No es bien visto.

—Como realeza tenemos prohibidas muchas cosas, Moana.

—Como enamorarnos—ejemplificó la chica.

—Como enamorarnos—susurró ahora él. Luego hubo un pequeño silencio—. Nadie va a mirarte. Solo estamos tú y yo aquí.

Hiccup entonces se acercó y tomó asunto junto a ella, tomó otra bocanada de su pipa y dejó salir el rastro de humo de su boca sintiendo la mirada curiosa de los ojos café.

—Inténtalo, si quieres. No te voy a juzgar—sugirió una vez más y Moana entonces asintió recibiendo en sus manos el objeto del príncipe noruego, le dio una bocanada y miró asombrada el rastro de humo que salía de su boca. Hiccup solamente la miraba con una sonrisa en los labios, había conocido a muchas princesas a lo largo de su vida, pero ninguna tan peculiar como ella. Moana tenía algo en ella, algo que la destacaba de las demás y aunque no sabía con exactitud qué era, de alguna manera podía percibirlo.

Moana, por su parte, sintió en su pecho algo que no había experimentado nunca antes. Algunos lo llaman confianza, otros seguridad, pero para Moana fue como el cielo; sintió comodidad y tranquilidad. Se sintió libre, libre de ser. Le regresó el objeto al príncipe.

—Jamás había visto a alguien que realmente se atreviera—observó y se lo colocó en la boca. Moana rió.

—No puedo creer que hice algo así.

—Eres diferente—comentó—, no eres como las otras princesas.

En ese momento los ánimos de Moana decayeron y sintió los ojos arder al tratar de retener un par de lágrimas. Todos estos años se había esforzado tanto por encajar, por ser una tierna princesa, por pertenecer. Todo en vano.

Apretó los labios con intención de contenerse y sin dar previo aviso se levantó y comenzó a alejarse, con dirección al salón, dejando a Hiccup muy confundido.

—¿Moana?—la morena no respondió—. Moana, ¿qué sucede?—ella suspiró ante su insistencia y se giró.

—Me voy para adentro.

—Pero...—protestó—, dijiste que te habías agobiado.

—Necesitaba aire—contestó—, un respiro. Y ya lo tuve, ahora voy de nuevo a mi fiesta.

—Entiendo. —Moana asintió y tomó de nuevo el rumbo a su fiesta.

—¡Princesa!

La croata rodó los ojos al escucharlo y verse obligada a detener. Lo único que esperaba era que todo acabara pronto.

—Príncipe.

—¿Puedo pedirte un favor, my Lady?

Ella se extrañó por el apodo, era raro, pero se oía tierno.

—Que sea rápido.

—¿Puede enseñarme a bailar?

El ceño de la princesa se transformó en uno de extrañeza, ¿a bailar?

—¿Por qué no se lo pide a alguien que si sepa?

—Ellas prefieren bailar con alguien que sepa también. —Se encogió de hombros—. Creo que no soy como los otros príncipes.

Moana entonces sonrió y sus gestos del príncipe imitaron su reacción, a la princesa le pareció tan curiosa la manera en que Hiccup lo decía; como si fuera incluso algo bueno ser diferente.

Lo meditó por un segundo y después de hacerlo se acercó, entrelazó en un suave movimiento sus dedos delgados con los propios y sonrió, sintiendo una presión en su pecho y cosquillas en las mejillas. Debía ser el corset.

Hiccup entonces sonrió y dejó de lado la pipa solo para alcanzar ciegamente la cintura de la muchacha.

—¿Me concedes esta pieza, my lady?

—Déjate de formalidades, Haddock—comentó con burla y él rió también—. Y, si. Nada me gustaría más.

Moana fue quien dio el primer paso, estableciendo el ritmo en el ambiente que los envolvía; la magia se podía percibir en cada vuelta que daban y en cada risa que soltaban. Ambas respiraciones agitadas comenzaban a homogeneizarse creando un armonioso sonido placentero.

—Y yo que creí que bailaba mal—suspiró una vez que se separaron.

—Lamentó haberte pisado tantas veces—respondió el castaño apenado—. Bailar me es muy difícil.

—No te preocupes, fue divertido.

Ambos jóvenes intercambiaron una mirada mientras trataban de recuperar su ritmo de respiración entre jadeos y rieron.

—Los bailes de la realeza son muy raros, ¿no te parece?—preguntó el príncipe aún con las manos en las piernas.

—Completamente de acuerdo.

—Oye, ¿por qué no hacemos algo más divertido?—la morena ladeó la cabeza, extrañada.

—¿Qué se te ocurre?

El chico asomó una sonrisa y rápidamente se incorporó, luego corrió a su carruaje y se detuvo en seco cuando no vio ningún movimiento de parte de la princesa.

—¡Ven!

Moana se encogió de hombros y trató de seguirle el paso, sin éxito.

—¡Hiccup, espera!—El castaño se detuvo por segunda vez al escucharla y se giró—. No puedo correr con esto—dijo, refiriéndose a sus tacones altos. El chico rió y se acercó.

—Para eso hay una solución muy sencilla. ¿Me permites?—La morena asintió y el castaño se agachó, apartando de su vista la estorbosa tela de su falda y llegando hasta sus zapatos. La chica se sobresaltó al escuchar los seguros desabrocharse.

Un despeinado castaño asomó su mirada por encima de la tupida prenda una vez que hubo terminado y Moana entonces se despojó de sus zapatos y se agachó con dificultad para recogerlos del suelo.

—Que genio. —Hiccup se encogió de hombros y se dirigió al carruaje de nuevo.

—Este es chimuelo—dijo acariciando con sus dedos a un enorme caballo de cabellos azabache y mirada esmeralda. Moana se llevó una mano al pecho al mirar al imponente corcel de ojos misteriosos—. Mi mejor amigo.

—Es precioso.

—Dice que gracias—bromeó y ella ladeó una sonrisa, aún sin poder despegar su mirada de lo atónita que estaba.

El sonido de los seguros desabrochándose la hicieron regresar a la realidad, ¡Hiccup había soltado al caballo!

—¿Hiccup?

—A Chimuelo le encanta correr en la noche. —Sonrió y de un salto subió al caballo, meciendo su melena achocolatada. Luego se giró de nuevo a ella y estiró una mano.

—¿Subir? ¿¡Yo!?—titubeó y comenzó a alejarse negando con la cabeza y las manos—. No, lo siento.

—¿Tienes miedo? No va a pasarte nada.

—¡No!—exclamó—¿Miedo? ¿Yo? Claro que no. Es solo que...

Hiccup enmarcó una ceja.

—Bueno...—trató de dejar de divagar, pero, mierda, era tan difícil; Hiccup lo hacía tan difícil—, es mi fiesta de cumpleaños; en teoría la atención está centrada en mi y se darían cuenta si desapareciera.

—Pues, no te han venido a buscar en lo que va de la noche.

Moana infló los cachetes.

—Eso fue grosero.

Hiccup soltó una carcajada.

—Tú misma dijiste que preferías pasar la noche aquí afuera que en medio de todas esas personas. Es tu cumpleaños, ¿por qué estaría mal que disfrutaras la noche como desearas?

—Sabes que no funciona así. Nunca tenemos la libertad de disfrutar como deseemos.

—Podría.

—Además—suspiró con pesadez—, las mujeres no podemos cabalgar, no es bien visto.

Entonces, harto, Hiccup rodó los ojos.

—¿¡Podemos olvidarnos de todo esto!? La realeza, sus reglas absurdas. —Sus ojos encontraron los de la morena—. Una noche, ser libre una noche. Es todo lo que pido.

Moana entonces miró hacia el castillo, estaba tan lleno de vida y de diversión, las personas parecían estarla pasando bien. Todos parecían disfrutar lo que había sido preparado para ella; todos menos ella. Sintió la presencia de su corona en la cabeza y ciegamente sus dedos la buscaron para desprenderla del amarre en su cabello y así dejarlo libre. Luego rió y caminó a ponérsela a una estatua, dejando también sus zapatos. Incluso tomó agua de una fuente cercana y se quitó con desesperación todo ese polvo que Lady Tremaine había elegido que usara, sin considerar su opinión. El castaño sonrió.

—Que bella.

Moana alzó las cejas, sorprendida. Y al hacerlo él lo hizo también, ya que había caído en cuenta de lo que había salido de sus labios; de su interior.

—Gracias.

Hiccup entonces estiró de nuevo su mano y la chica sonrió, retrocedió y comenzó a correr buscando el agarre seguro del príncipe y surcando los aires por una fracción de segundo solo para encontrarse con su preciosos ojos verdes y darse cuenta de que eran los más bonitos que hubiera visto jamás. Jadeó un par de veces y rió, dejándose caer de espaldas en el cuello del corcel y estirando las manos.

El castaño también sonrió y se aclaró la garganta.

—Quizás prefieras voltearte.

Ella entonces se incorporó y sus narices frías rozaron por un segundo.

—¿No es así como se cabalga?

El castaño rio y decidió seguirle el juego.

—Generalmente ambas personas miran hacia enfrente al hacerlo.

—¿Podemos olvidarnos de las reglas por un segundo? ¡Una noche, es todo lo que pido!—parodió Moana, divertida.

—Las reglas están para romperse—. Pasó las manos al rededor de su cintura buscando las riendas del caballo y las juntó frente a él. Moana entonces bajó la mirada y envolvió sus manos con su tacto suave y acarició sus nudillos con los pulgares.

—Nosotros, Hiccup Haddock, vamos a romperlas.

Chimuelo dejó salir un relincho fuerte que se expandió por los cielos y los siete mares antes de adentrarse ferozmente en la penumbra de las estrechas calles de Grecia. Al sentirlo Moana se aferró al torso de Hiccup y escondió su cabeza en él. El chico la miro y sonrió, sintió un remolino de emociones recorrerle la espina dorsal; entre el calor del abrazo de la morena y la fría brisa de la libertad.

El caballo se detuvo de golpe, obligando a la morena a aferrarse con más fuerza al príncipe antes de sentir la confianza de alejarse poco a poco de él. Lo primero que divisó fue su mirada preciosa, etérea. La mirada de un hombre libre, de un hombre feliz.

Sus ojos jade apuntaban al horizonte, añorándolo. Moana se giró sobre si misma para apreciar el extraordinario escenario: las múltiples islas, las salpicadas estrellas y su reflejo en el agua, como diamantes esparcidos. Pero, sobre todo aquel punto donde se alcanzan a tocar cielo y el mar.

—Algún día... —Subió la mirada a sus ojos, aún inmóviles al notar su voz, se escuchaba distinto, apacible, incluso ajeno. Estaba hablando su alma—. Algún día exploraré todas las islas del mundo. Me pertenecerán, no al conquistarlas, sino al ser el hombre que se lleva dentro la belleza y los tesoros de cada una de ellas.

Y Moana pudo ver en aquel príncipe un hombre lleno de sueños, de esperanzas; de luz. Un hombre atado, que esperaba algún día poder cambiarlo todo y liberarse. Un hombre especial; un príncipe diferente.

Comenzaba a comprenderlo, a entender a qué se refería Hiccup cuando pronunciaba la palabra y fue en ese instante qué pasó de ser la expresión más horrible a la más hermosa.

—Se qué lo harás—lo ánimo Moana—. Y todas las estrellas que ahora te escuchan serán testigos de ello.

Hiccup bajó la mirada hacia ella y sonrió con el corazón conmovido con sus palabras. Cualquier otra persona lo habría compadecido al principio, para luego decirle que tenía que ser realista y poner los pies en la tierra. Pero ahí estaba ella, como un sol, brillante y alegre; contagiándole una porción humilde de su luz y su energía a él, una luna.

—¿Qué fue lo que hice?—preguntó para si mismo.

—No entiendo.

—Algo hice bien para que llegaras a mi vida.

—Estábamos destinados a encontrarnos—contestó ella—. Aún no sé para que, pero me alegra que haya pasado.

—A mi también.

En las vibraciones del ambiente se pudo sentir una chispa; producto de el encuentro de sus miradas. En el poco tiempo que habían estado juntos, una avalancha de emociones los había recorrido enteros, comenzando con curiosidad, emoción, tranquilidad, diversión y comodidad. Moana y Hiccup se sentían seguros cerca del calor del otro y eso era lo más importante.

Acababan de quebrar la prohibición más importante de todas.

Los ojos de Hiccup entonces bajaron un poco más, sintiendo sus sentidos encender y preguntándose si debería ir más allá.

—No—susurró para sí mismo—, no es correcto.

—Llevas diciéndome toda la noche que me arriesgue, sin importarme en lo más mínimo el ser correcto o no, ¿qué te detiene ahora?

—Aprendes rápido—rió—. Tal vez deberías juntarte menos conmigo, soy una mala influencia.

—Aquellos que se portan mal son los que cambian al mundo.

Hiccup asintió y pasó un mechón azabache por detrás de la oreja de la morena, dándole la oportunidad de apreciar más su belleza.

—Esto es diferente—explicó y buscó sus manos para envolverlas entre las suyas—. No quiero herir la confianza de la princesa más especial que conozco.

Moana asintió y respetó su decisión.

—¿Podrías hacer algo por mi?

—Que sea rápido—respondió Hiccup y Moana rió.

—¿Podrías liberarme?—Moana señaló su espalda y Hiccup asintió. Se acercó y encontró el enorme listón en la parte de arriba del corset. Moana no se sintió incómoda con su cercanía, al contrario, percibió cada partícula de ese olor que tanto comenzaba a gustarle y ese calor reconfortante.

Hiccup tiró del listón azul y Moana sintió esa opresión en su torso deshacerse. Le regaló una sonrisa y un grito de júbilo, los cuales él atesoró.

Lo que estos jóvenes ignoraban era que las reglas tenían una razón de ser y el que osaba tratar de romperlas generalmente salía lastimado. Además de que no somos completamente libres, jamás.

03 || Rulebreaker
(Rompe-reglas)

Conforme los días pasaban los recuerdos distantes de Moana se volvían como un sueño; un precioso escape que su mente había creado para su vida cotidiana. 

Caminaba por los pulcros pasillos del castillo con un par de libros pegados a su pecho, la vida en el castillo no era agitada; más bien era tranquila, y por veces lo agradecía. Se había acostumbrado ya a llevar el estorboso corsé debajo de cada prenda que utilizara, el tiempo nocturno era su único momento de liberación.

—¡Vaya! Lo dominas muy bien. —Escuchó Moana la fría voz de Elsa arrastrarse por las paredes y se vio obligada a responder.

—¡Gracias!—forzó una sonrisa.

—Y yo que creí que no hacían corsets talla elefante—siseó.

Moana se enfureció al escucharla, no le había bastado con llamarla fea e inadaptada, ahora también estaba llamándola gorda.

—Yo no estoy gorda.

—Si eso quieres creer, adelante. Pero no eres talla cero y las princesas bonitas son talla cero—espetó con veneno.

—Si eso es todo lo que venías a decirme, me voy retirando. —Rodó los ojos y se giró, cuando escuchó una voz detrás de ella que la obligó a detenerse.

—¡Moana!—La mencionada se giró para encarar a la mismísima maléfica, así era como todos la llamaban ya que era un misterio su verdadero nombre. Elsa rió por lo bajó—. ¡Sabes que está prohibido rodar los ojos! ¡Sus gestos deben ser dulces e impecables siempre!

—Elsa estaba molestándome.

—No podemos hacerlo, de todos modos—respondió Elsa—. Rodar los ojos está prohibido en cualquier contexto y lo sabes. Además—se volvió a la institutriz y chilló—, ¡es mentira lo que dice sobre mi, yo no estaba diciéndole nada malo!

—¡Basta, las dos!—bramó—. Elsa, ya que eres tan lista, ¿me recuerdas por qué no debes acusar a otros miembros de la realeza?

—Hasta eso es absurdo—murmuró Moana.

—A detención, ahora.

Elsa y Moana intercambiaron una mirada de indignación y Malefica apuntó al final del pasillo.

—Y mandaremos una carta a sus padres, a ver si aprueban su comportamiento.

Comenzaron a caminar resonando las agujas de los tacones por el mármol frío. Elsa se acercó a Moana.

—Estás muerta, Vaialiki.

—Amenazar a otro miembro de la realeza también está penado por la ley real, si quisiera, podría deshacerme de ti en un segundo. Tienes suerte de que no me apetezca.

Fue la primera vez que Elsa sintió el escalofrío de las palabras de la morena erizarle la piel.

03.1|| Dreaming again
(Soñando de nuevo)

—¿Moana?—el viento se encargó de hacer llegar aquel susurro a los oídos de la morena. Frunció el ceño en extrañeza y sintió su corazón bombear por alguna extraña razón.

—Seguro no es nada.

—Moana—se escuchó con más fuerza y la chica sacudió la cabeza, definitivamente no se lo estaba imaginando. Decidió salir al balcón a ver.

—¿¡Hiccup!?—exclamó y el chico se llevó los dedos a los labios, indicándole que bajara la voz—. ¡Sabía que no habías sido un sueño!—exclamó con alegría.

—¿Un sueño?

—Uno bonito.

Sonrió y al castaño se le incendiaron las mejillas.

—¿Tienes ganas de soñar de nuevo?

—Por supuesto.

Hiccup entonces subió al caballo.

—Buscaré algo para bajarte.

—No es necesario—respondió y corrió adentro para agarrar todas las sabanas que tenía en un closet y las amarró. Hiccup solo miró sus acciones anonadado y la morena se sacudió las manos al pisar el suelo. Luego sonrió y corrió a alcanzar la mano que tenía estirada el chico y apoyarse para subir al caballo.

—Eres fuerte—comentó el chico—. O yo muy débil.

Moana rió.

—Lo que si eres es una mala influencia.

—Te lo dije.

—¡Me llevaron a suspensión por violar dos códigos de la ley real!

—¡Oye! Yo no te obligué a violar nada.

Moana frunció el ceño.

—Tuve suerte en que me dejaran dormir en mi habitación, en el cuarto de detención se escuchan sonidos. Además de que me hubiera tocado con la mismísima reina del hielo. —Se burló frotándose los brazos.

—Que miedo.

—Por cierto, ¿cómo diste con mi habitación?

—Todos los balcones del castillo son iguales, imaginé que era la regla, solo tuve que buscar el que tuviera unas enormes flores coral—Moana sonrió nerviosa—. Parece que alguien ya gustaba de violar las reglas desde antes de conocerme.

—Me perdí geografía.

—Estás de suerte.

—Claro, olvidé con quien hablaba; con el dueño del mundo.

Hiccup sonrió.

—Me gustan las flores coral.

—Ahora lo sé.

Ambos muchachos sostuvieron una sonrisa y una mirada intensa, iluminados por la preciosa luz de luna y sintiendo la respiración tranquila del otro.

—¿Y Chimuelo?—preguntó Moana al notar el color café del caballo en el que estaba montada.

—Regresó a Noruega con mis padres.

—¿Y este caballito precioso?

—Lo robé de la caballeriza.

—¿¡Robaste un caballo para venir a verme!?—Hiccup sintió un sonrojo en las mejillas y se rascó, nervioso, la nuca.

—Creo que si.

—Me alegra que lo hicieras.

Hiccup entonces ensanchó su sonrisa y tomó las riendas del caballo, Moana se aferró a él cuando el caballo comenzó a correr entre la penumbra de la noche.

—Espero no se haya cansado demasiado el caballo—murmuró Moana sin querer y Hiccup lo miró extrañado.

—¿Qué dices?—preguntó y Moana subió la mirada.

—Nada—tartamudeó.

Entonces el chico ladeó la cabeza y frunció los labios.

—Moana, ¿qué dijiste?

—¡Nada! ¡Pensé en voz alta! ¿Si? No es de tu incumbencia saber que pasa por mi mente.

La expresión de Hiccup se endureció, suspiró con pesadez y asintió.

—Bien, cómo no me interesa saber qué piensas o cómo te sientes, robar un caballo quebrantando las reglas y arriesgándome a un castigo solo para estar contigo fue una completa pérdida de tiempo.

—Hiccup, yo...

—Vámonos ya.

—Hiccup, ¡espera! ¡Lo lamento! No son maneras de tratar a una persona tan especial para mi...

—¿Soy especial para ti?

—¿Es pregunta?

Bajaron ambos del caballo al estar cerca de un río y Hiccup lo amarró. Moana sintió el verde pasto entre sus dedos y se giró a mirar al príncipe que estaba muy concentrado atando al animal. Aprovechó la situación para correr a mirarse en un río y se sobresaltó cuando miró en el reflejo sus ojos verdes sobre su hombro.

—Moana, basta, ¿qué sucede? Me preocupo por ti.

—No es nada, de verdad.

Hiccup alzó las manos y se sentó a la orilla del rio. Moana titubeó y decidió sentarse junto a él.

—¿Estás mejor? Ya le di agua al caballo.

—Es bueno dejar que descanse.

Moana miró a Hiccup, tenía una mirada profunda, facciones tan marcadas y manos sumamente delgadas. Y lloró.

El príncipe se dio cuenta de la situación y sin pensarlo dos veces la envolvió entre sus brazos, acariciando sus cabellos y sintiendo sus sollozos. Le partió el corazón escucharla.

—Déjalo salir.

—¿Por qué no puedo ser como tú, como ellas o como cualquier otra persona de la realeza?

—No entiendo.

—Delgada, bonita.

—¿¡Qué dices!?—Hiccup la apartó bruscamente de él y ella bajó la cabeza.

—Quizás así las otras princesas no me molestarían.

—Mírame, Moana—dijo, acunando su cara entre sus manos frías—. Tengo una pierna de metal y soy pésimo bailando, ¿tú crees que no fui objeto de burlas?

Moana entonces levantó la mirada.

—¿Tú crees que no quise ser como los demás príncipes, fuerte, guapo, ¡Barbón!?

Moana rió y pasó una de sus manos por sus ojos, quitando las lágrimas.

—Tú ya eres guapo.

—¡Y tú eres preciosa!—respondió—¡Tienes ojos de guerrera, piel color canela y una sonrisa brillante!—tomó sus manos entre las suyas y entornó los ojos—¿Cómo es que solo lo veo yo?

Moana iba a protestar, pero él se le adelantó.

—¡Al diablo todo! La única que tiene que verlo eres tú. Si los demás no lo hacen, los tontos son ellos.

—¿Lo crees de verdad?

—¡Al diablo! ¡Al diablo! ¡Al diablo!—gritó efusivo soltándola y tumbándose al pasto. Moana soltó una carcajada, luego le dió un golpe ligero.

—Ya, alguien va a oírte.

—¡Al diablo!

—¡Hiccup!—gritó y el castaño soltó una carcajada.

—Eres hermosa, Moana. Y me encantas así.

Moana entonces sonrió y sin meditarlo dos veces gateó hasta donde estaba él recostado en el pasto y pegó sus labios a los suyos. Él se sorprendió al principio y luego sonrió y tomó su cara entre las manos, sintiendo el arder de su piel y el sabor de la victoria, el sabor del amor. El mejor de todos, manjar de dioses exclusivo para los valientes.

—Tú también me encantas, Hiccup Hadodck.

Fue en ese momento donde lo entendió. ¡Al diablo Elsa! ¡Al diablo Anna! Lo único que tenía que importarle era el amor, el propio y el de las personas que la querían. Con Hiccup se sentía segura, se sentía cómoda, libre. Quería quedarse entre sus brazos para siempre.

Pero tenía que salir, tenia que ser fuerte y aprender a imponer su valor frente a las demás personas.

03.2 || Hiccup the sun, Moana the moon.
(Hipo el sol, Moana la luna)

Desde esa noche Moana esperaba a Hiccup en su balcón con ansias y cuando lo escuchaba su corazón saltaba de alegría. Incluso se asustaba mucho cuando por alguna razón Hiccup se ausentaba, pensando que lo habían descubierto y lo habían castigado, pero nunca pasaba, Hiccup era un has en desobedecer las reglas. Generalmente cuando se ausentaba era consecuencia de una noche de desvelo entre páginas gastadas y lecciones inconclusas.

El cambio en el ánimo de la morena era significativo, sonreía más y se expresaba libremente. Pero lo más importante es que Elsa, Anna y las otras niñas no se atrevían a molestarla más porque entendieron que no le temía al castigo que pudiera obtener por defenderse.

Incluso utilizó esta nueva confianza para ayudar a su amiga Mérida, comenzó alzando la voz por ella, pero cuando el tiempo llegó, la escocesa tuvo que aprender a defenderse por su sola y la croata se limitaba a tomarla de la mano y recordarle que ahí estaba para ella.

Una noche estaba Moana en la biblioteca buscando un libro para un trabajo de historia universal, cuando escuchó de entre las sombras una voz que la hizo sobresaltarse y llevarse el libro al pecho.

—Pero si eres tú.

—¿¡Quién anda ahí¡? ¡Muéstrate!—se giró y ladeó la cabeza violentamente con la intención de divisar al dueño de esa voz.

—Solo soy yo—salió de entre las sombras aquella emperatriz de ojos misteriosos, aquella figura de porcelana que nadie podía tocar.

—Elsa.

—La misma.

—¿Qué se te ofrece?

Elsa giró la cabeza y recorrió los estantes de libros con sus finos dedos de hielo con la mirada de Moana puesta en ella, incómoda, tragó gordo.

—¡Que sorpresa!—dijo con emoción fingida, rompiendo el hielo—. Yo creí que ya dormías.

—Ojalá pudiera decir lo mismo de ti.

—Si, bueno, tu sabes cómo se me dificulta historia. Tengo que repasar.

—Quiero decir, que ojalá pudiera decir que creí que dormías.

—Pues por eso, ¿O a qué te refieres?

—Oh, nada. Es solo que tengo una corazonada.

—¿Una corazonada? ¿Sobre qué?

—De qué tal vez tengas una doble vida.

—¿Una doble vida?—respondió Moana con diversión—¿Cómo los espías?

Elsa rió.

—Si, como los espías.

—Ay, Elsa. Has estado leyendo muchas novelas.—La aludida sonrió y se encogió de hombros.

—Tal vez.

Moana le dirigió una falsa sonrisa y comenzó a caminar fuera.

—¿No te da curiosidad saber mis razones?—Moana rodó los ojos y fingió meditarlo.

—No.

—Entiendo—Elsa extendió los dedos y comenzó a caminar hacia ella de nuevo.

—Buenas noches, Elsa.

—Espero puedas descansar, para que mañana no te quedes dormida a media lección o llegues tarde a la primera como ha sucedido los últimos días—siseó la última palabra y apoyó una mano en la banca más cercana.

Moana se encogió de hombros y señaló su libro.

—De tanto estudiar.—Elsa se encogió de hombros.

—Supongo que eso también explica porque repentinamente eres tan buena en geografía.

—Gracias, le encontré el gusto. Es hermosa. —Elsa sonrió y Moana ahora si, estaba dispuesta a irse.

—¿Sabes? He notado un cambio repentino en ti.

—Grandioso.

—Te miras más feliz.

—Me siento más feliz.

—Y no me agrada.

—No me sorprende.

—Cada vez tengo menos oportunidad de recordarte que eres un pésimo intento de princesa y que no perteneces aquí.

—Lamento escuchar eso—respondió Moana—. Y también lo siento mucho por ti, porque tendrás que vivir con el sabor amargo de la idea. Ya que tú no eres quien decide.

Elsa frunció los labios.

—Ahora si, con permiso.

03.3 || The winter ball
(El baile de invierno)

La risa de Moana se mezclaba con el viento como una hermosa melodía a los oídos de Hiccup.

—¡Basta!—gritó soltando una risa aguda y sumándose a ella la del chico.

—Creí que te gustaba.

—Me encanta, pero ya me duele el estómago.

—Uno y ya—Hiccup le plantó un beso en la nariz.

—Desearía que no terminara...

—¡No tiene que hacerlo!

—Hazlo de nuevo—pidió. Hiccup sonrió y comenzó a depositar de nuevo minúsculos y fugaces besos en sus mejillas y cuello.

—Te amo, Hiccup Haddock—soltó mientras reía de nuevo gracias a las cosquillas que el chico le hacía.

—Y yo te amo, mi preciosa princesa Moana.

El se dejó caer en la hierba mientras ella lo miraba, sonrojada. Su corazón bombeaba violentamente y es que, ¿cómo podía negar ese sentimiento que se apoderaba de ella? Aquella sensación tan hermosa que su cercanía le hacía experimentar. Amaba todo de él, sus ojos esmeralda,  sus cabellos chocolate, su sonrisa ladeada, su manera de ver el mundo y sobre todo le agradecía que la ayudara a ver en ella misma lo que por mucho tiempo no pudo.

Adoraba la manera en que Hiccup hablaba de sus mapas, la paciencia que tenía para explicarle cualquier cosa y la ternura con la que rozaba sus labios con los suyos.

—El invierno se acerca—comenzó a decir Hiccup mientras cerraba los ojos—. La nieve pintará las montañas y las plantas se cubrirán de escarcha.

—Es lindo el invierno—complementó ella sin darse cuenta de la doble intención del comentario inicial—, pero prefiero el verano. Ese golpe de calor incluso se asemeja a la libertad.

—Y con él llega el baile de invierno.

Moana entonces pudo notar el cambio el tono de su voz. Hiccup mencionaba el baile de invierno con un atisbo de desagrado.

—Sé que odias los bailes, pero algo bueno han de tener. 

—No, tienen puras cosas malas. Comenzando por los bailes sincronizados. Reprobé clase de danza—rodó los ojos—, de nuevo.

—Hicc...

—Y luego está el intercambio navideño. No digo que no sea bonito pero siempre regalan lo mismo: joyas, metales costosos, piedras preciosas, telas finas. No tienen imaginación.

—Eso es cierto, me encantan, pero aburren siempre con lo mismo.

—¡Y lo peor! Es que voy a verte y no voy a poder besarte o abrazarte. Seremos completos desconocidos, una princesa más. ¡Y no eres una princesa más, eres mi princesa!

—Oye—dijo gateando hasta sostener sus manos entre las suyas—, también va a ser difícil para mi, pero tenemos que tratar de divertirnos. ¿Está bien?

Hiccup asintió y Moana besó sus nudillos.

—Princesa Moana de Croacia, ¿me concedería ir conmigo al baile de invierno como unos completos desconocidos?

—Príncipe Hiccup de Noruega, por supuesto que si.

—Ven aquí.—Soltó aprisionando sus mejillas y por consecuencia sacándole una risa para juntar sus labios de nuevo. Moana trató de sostenerse pero terminó cayendo junto a él. Ambos soltaron una carcajada cuando se separaron y miraron el cielo.

—Ya sé—dijo Moana levantándose. Hiccup se incorporó confundido. La muchacha se había amarrado el cabello en un moño y se había girado par estirarle una mano al chico.

—¿Me concede esta pieza, príncipe Hiccup?

El príncipe sonrió y alcanzó su mano para sentir después su abrupto tirón obligándolo a incorporarse. Buscó la cintura de la chica, pero esta vez con hambre y deseo y la apegó bruscamente a él.

—Nada me gustaría más.

Moana dio el primer paso, esperando paciente la respuesta del cuerpo de Hiccup. Torpe trató de seguir su ritmo, frunció los labios. El chico no lo sabía, pero desde aquella noche Moana se había esforzado al máximo para mejorar en la clase de danza y así asegurarse de que su querido castaño no la volviera a reprobar.

—Lo estás haciendo muy bien—lo animó y lo hizo sonreír—. Vas a callar bocas.

El chico entonces estampó sus labios contra los suyos.

—¡No la mía! Aunque me encanta que lo hagas.

Él rió y ella tiró hacia atrás.

—Tienes que seguir mis pasos. Solo déjate llevar.

Comenzaron con una balada; vueltas ligeras y pasos lentos, cuando lo logró Moana comenzó a aumentar la velocidad y él a tomar confianza en sí mismo, para finalmente pasar a los sincronizados bailes donde participaban todos los príncipes y princesas.

—Amanecerá pronto—murmuró el castaño al mirar al horizonte y luego regresó su vista a la chica—. Nunca habíamos estado tanto tiempo despiertos aquí.

—Ni siquiera lo sentí.

—Yo tampoco, estaba pasándola muy bien contigo. Lamento haberme apropiado de todas tus horas de sueño.

—No te disculpes, sinceramente no creo que sea la última vez. Y, ¿qué mejor que contigo?

—Te quiero, Moana—dijo besándole la frente antes de correr a subirse al caballo. Cuando Moana estuvo bajo su balcón se despidió con la mano viéndolo adentrarse en el alba.

—También te quiero—bostezó y se apresuró a subir.

04 || Fragile Snowflakes
(Frágiles copos de nieve)

—¿¡Una semana!?—se quejó Merida mientras subía los pies a una de las mesas de la biblioteca.

—¡Baja eso!—la reprendió Moana apartando la vista de su libro, Merida se vio forzada a obedecer—. Si, una semana. Y más vale que te pongas a planear que usarás.

—¡Ay! ¿Para qué?—se cruzó de brazos—. Ni que quisiera impresionar a algún príncipe.

—Merida, no seas ridícula. No te vistes por los príncipes.

—¿Entonces para que te arreglas?

—Para no ser juzgada por la sociedad.

—Eso hace sentido.

—Entonces, ve planeando que vas a usar y ve practicando tu baile.

—¿¡Vamos a bailar!?

—¡Ay, Merida! Ya sabes que en todos los bailes de invierno siempre nos obligan a los príncipes, princesas, duques y duquesas jóvenes a bailar una coreografía sincronizada.

—¡Es absurdo!

—¡Baja la voz!

—No entiendo como es que siempre salen bien.

—¡Somos princesas! ¡Hacemos todo bien! Además siempre es el mismo.

—Cierto.—Mérida paseó la mirada por los estantes polvorientos de la biblioteca—. Admiro mucho a los que han podido escapar de ese baile. Como Hiccup de Noruega.

Moana rodó los ojos.

—Tal vez puedas hacerlo tu también algún día.

—¡Eso es! ¡Planearé la forma de escaparme!

—¡Baja la voz!—Moana sacudió la cabeza—. Eso no fue lo que quise decir.

--No hay nada que puedas hacer al respecto ya.

--¡Bien! Hazlo. Solo ensaya también los pasos, en caso de que fracases.

—¿¡Fracasar!?—Merida se paró de un salto y puso las manos en las caderas—. Somos princesas, todo nos sale bien.

Moana miró arriba y se llevó una mano a la cara.

—¿Sabes? Ya quiero ver a mi familia para las fiestas—comentó Mérida—. Extraño a mi hermanos.

—¿Ves? Eso es algo bueno del baile, nos reuniremos con nuestras familias en la mañana y llegaremos todos juntos en la noche—sonrió—. Para darnos un ultimo adiós antes de las fiestas y reencontrarnos cuando ya haya comenzado el año próximo.

—No te confundas, me gustan las fiestas navideñas. Odio el baile.

04.1 || December 23
(Veintitrés de Diciembre)

El día veintitrés de diciembre había llegado ya anunciado por nieve resplandeciente y pequeños y frágiles copos de nieve. Moana miró la ventana de su carroza y vio los patrones de escarcha formarse al acomodarse la corona plateada en su cabeza, adornando su conjunto azul.

Se miraba bonita, estaba segura esta vez.

Entró al salón junto a sus padres solo para encontrarse a muchísimas princesas que lucían hermosas también. Elsa y Anna usaban conjuntos azules y Merida había optado por uno verde. Moana corrió a tomar de la mano a su amiga y alzarla para que diera una vuelta.

—¡Mer, estás preciosa! Esa trenza que te hiciste te sienta de maravilla.

—Gracias, tú también luces como estrella.

Esta vez nadie las reprendió por poner el desorden, esta noche era para divertirse.

El salón estaba decorado con muchos muérdagos, esferas y el inmenso árbol que probablemente habría sido cortado de algún lugar como Rumania. Los que lo decoraban siempre ponían mucho esfuerzo en que se mirara impresionante y todos lo años lo conseguían.

Esta vez habían elegido un salón cerrado, exclusivo para los bailes de invierno ya que retenía el calor adentro. Pero lo que más le gustaba a Moana de ese salón era el enorme balcón adornado con hierro negro en el que podías darte un baño de luz de luna si así lo deseabas.

El salón se fue llenando. Reyes, reinas, príncipes, duquesas y duques vestidos en sus mejores galas saludaban alegremente y compartían buenos deseos. Moana no pudo evitar sonreír, le encantaba el baile de navidad por todo el amor y los otros bellos sentimientos que podía percibir en el aire, solo esperaba el momento en el que pudiera ver cruzar la puerta a su castaño para que la noche fuera perfecta.

Pero no pasó.

Moana no lo comprendía y en tanto más avanzaban los minutos comenzaba a hacerse ideas en la cabeza.

Llegó la hora del baile sincronizado, los jóvenes tomaron sus posiciones y comenzaron a dar vueltas, adelante, hacia atrás. Sus cuerpos deslizaban en perfecta armonía en el piso del enorme salón, juntaban momentáneamente sus manos y luego las despegaban mientras se movían cambiando de lugar constantemente. Y todos pudieron darse cuenta de la mirada distraída de la morena, que ansiosa buscaba esos ojos esmeralda.

—No lo entiendo—murmuró cuando todo hubo terminado y se miró atónita las manos. La frustración comenzaba a hacerse presente y la abrumaba, estaba ahogándose.

—Amiga, ¿sucede algo?—la tomó del hombro Merida. Moana negó con la cabeza sin darse cuenta de la mirada azul sobre de ellas.

—No. Estoy bien. Solo quiero aire.

—Está bien—contestó la princesa—. Si necesitas algo me avisas, iré a tomar unos tragos con Jackson de Inglaterra.

Moana asintió y la pelirroja vaciló antes de soltarla. Moana entonces se apresuró a salir al balcón y al sentir la brisa fresca su respiración comenzó a ser agresiva.

—Tienes que tranquilizarte—se reprendió a sí misma y se abanicó con las manos.

Se giró y escuchó una voz grave que anunciaba el intercambio de regalos. Ese que Hiccup tanto odiaba. Y ese que a ella le parecía tan lleno de magia, aunque monótono.

Decidió ir al baño, aprovechando que todos estarían ocupados con los regalos y los buenos deseos y se miró en el espejo.

—Prometiste que vendrías—azotó su puño en el cuarzo del lavamanos con rabia—. Dijiste que lo harías. ¡La pasaríamos bien juntos, pretendiendo ser desconocidos!

Elsa la miró desde las sombras y no daba crédito a la información que su cerebro recibía. Unió cada una de las piezas de lo que parecía ser un rompecabezas invisible; un enigma inalcanzable y de repente ahí estaba su pieza final.

—Te enamoraste.

Su voz fría arrastró como un demonio las paredes envueltas en penumbras. Moana sintió un escalofrío que le causó terror. Se giró estrepitosamente sosteniendo fuertemente el agarre a la piedra del lavamanos solo para encontrarse esa mirada lobuna que tanto odiaba mirar.

Elsa salió a la luz, tenue, y comenzó a caminar en círculos mientras asomaba una sonrisa burlona.

—Todo encaja. Tu felicidad repentina, tus noches de desvelo, tu preciada defensa protectora. Todo es gracias a él.

—No tengo idea de que me hablas.

—Nada me da más satisfacción, que verte enamorada—se acercó—, porque en este mundo tan prohibido, quien osa quebrar el mandamiento más grande de todos es quien recibe el peor castigo.

Moana trató de tranquilizarse y hacer caso omiso a las palabras de Elsa, que no eran más que ciertas.

—Es Hiccup de Berk, ¿cierto?

Moana no respondió.

—Aquel noruego alto, guapo y delgado—rió—¿Cómo piensas que se pudo haber enamorado de ti?

—¿Tú que sabes sobre el amor, Elsa? Si solamente te amas a ti misma.

—Sigue cegándote a la realidad, si eso es lo que quieres. Solo replantéatelo, ¿por qué alguien como Hiccup se enamoraría de ti? Eres fea, gorda, torpe, rara... ¿Qué tienes que pudo haberlo encantado?

Moana sintió sus labios temblar al sentir su soporte quebrarse, sin embargo no iba a darle el lujo a Elsa de saberlo.

—Cierra la boca.

—Para Hiccup seguramente fuiste un juego, un pasatiempo, probablemente algo que preferiría mantener en secreto, por qué, seamos realistas; si realmente está tan orgulloso de ti, ¿por qué no está aquí mostrándoselo al mundo?

—¿¡Cuál es tu problema!?—vociferó, presa de su propia desesperación.

—No me lo agradezcas.—Se encogió de hombros—. Solo recuerda que fui yo quien te lo dije cuando lo escuches de sus palabras...—se acercó y pasó su mano siempre fría por su mejilla—, y, como siempre, no quisiste escucharme.

—No pretendas que te importo ahora.

—No, no lo haces. Lo único que busco es la satisfacción personal de haber tenido la razón. Ya sabes, porque me amo tanto.

Entonces empujó la puerta y salió, dejando a Moana sentir que se ahogaba en una tormenta de sentimientos e ideas. ¿Qué si todo eso era verdad? ¿Qué si Hiccup le había mentido todo este tiempo? ¿Qué si en realidad no la amaba como decía? ¿¡Qué si había sido tan estupida de creerlo!?

Empujó la puerta del baño de nuevo y discretamente salió del salón, el balcón no le era suficiente ya. Necesitaba el olor de las rosas, el rocío de las hojas y aquel olor a pipa...

—¿Moana?—se giró abruptamente solo para poder encontrar al dueño del objeto, aquel chico castaño.

—Andy.

—¿Te sientes bien?

—Si, por supuesto.—Sacudió ella su cabeza de lado a lado—. ¿Por qué la pregunta? ¿Me veo mal?

El príncipe francés frunció los labios.

—Te miras distraída. En el baile buscabas a alguien con la mirada y luego simplemente desapareciste.

Moana suspiró y pasó las manos por su cabello.

—Lo siento. —Moana le dirigió una mirada extrañada. —De verdad, no quise ser entrometido, es solo que... bueno, me recordaste a alguien. A alguien que está mal.

—¿A quién?

—A mi amigo Hiccup.

—¿Qué le pasa a Hiccup?

Andy rió nervioso.

—Lo siento, no sé si sea prudente contarlo.—Se encogió de hombros—. Son sus problemas a final de cuentas.

—Bueno...—subió las cejas Moana—, quizás si tienes otra perspectiva podrías encontrar una manera de ayudarlo.

El chico asomó una sonrisa ladeada.

—Quizás tengas razón.

—Será como una terapia—bromeó Moana. 

Andy se llevó de nuevo la pipa a la boca y se dirigió a una de las bancas cercanas, luego dirigió su mirada a las estrellas. Suspiró.

—Lo noto distraído, preocupado, ansioso. Algo lo mantiene despierto por las noches.

—¿Ha dado indicios sobre que podría ser?—se mordió el labio Moana. 

—¡No tengo idea! Imagino que es algo personal ya que nunca habla de ello, quizás sobre su familia.

—Quizás.

Andy volvió a llevarse la pipa a la boca y Moana solamente frunció los labios discretamente.

—No sé cómo ayudarlo.

—Me la pones muy difícil.

Andy rió.

—Olvidémonos de Hiccup—dijo levantándose—. Mejor concentrémonos en que pases una buena noche, ¿te parece?

Moana asintió.

—¿Te gusta bailar?—le extendió el chico una mano. Moana sonrió y correspondió.

—Me encanta.

Sin embargo, aunque fue muy liberador bailar un rato de la mano del príncipe de Francia, Moana se sentía aún más confundida que al principio. No podía quitarse de la cabeza todas las ideas que se había hecho a lo largo de lo que iba de la noche. Andy lo notó y sintió pena por ella, ojalá hubiera algo que él pudiera hacer para ayudarla.

04.2 || Pain flavoured
(Sabor a dolor)

El humo de la enorme bocanada se esparció sin dejar rastro entre la soledad de la noche y la abrumadora neblina. La dureza en la mirada del príncipe era inmensurable.

—Tienes qué decirle la verdad.

Hiccup se giró, mirando con ojos enternecidos a su amigo de orbes azules.

—¿No lo entiendes? No puedo hacerlo.

—La chica está destrozada, confundida. ¡Merece una explicación!

—No le dijste nada, ¿verdad?

André rodó los ojos.

—¡Por supuesto que no! ¿Por quién me tomas? El que debe decírselo eres tú.

—No estoy listo.

—Hiccup. —Tomó a su amigo de los hombros—. Fui yo el que supo desde la noche uno la aventura que tenías con la princesa, el que te encubrió todas las noches y te ayudó a hurtar el caballo para ir a verla, el que notaba tus cambios de humor; como tú sonrisa se expandía cada día más. Y como tu mejor amigo te digo que tienes que decirle la verdad.

—No quiero lastimarla.

—Tú sabías que esto pasaría; que este momento llegaría y sabías perfectamente cuál era el castigo de romper las reglas así.

—¡No!—Se apartó bruscamente sintiendo sus lágrimas comenzar a salir—¡No tiene que ser así! ¡Somos esclavos encadenados por nuestros propios privilegios! ¡Somos la realeza! ¡Todos envidian nuestra vida!

—Tienes razón, somos los más desdichados. —Tomó una bocanada de su pipa—. Todos quieren ser como nosotros al no saber que tienen que renunciar a su propia felicidad por el título. Que miserable.

—¡Pero eso puede cambiar!—Hiccup tomó a su amigo al vociferar lleno de esperanza—. ¡Si luchamos por ello! ¡Encontraré una manera, solo necesito tiempo! ¡Ayúdame, Andy!

—Lo siento, Hiccup. No puedo seguir alimentando tu ilusión, probablemente me odies por esto, pero entenderás que lo hice para protegerte de tu propio dolor.

—¡Andy! ¡Por favor!

—Si no has encontrado una solución ya, no lo harás para cuando el año termine.

—¡Lo haré! ¡Lo haré porque la amo! ¡Lo haré porque voy a luchar por ella!

—¡Hiccup, basta!—bramó y al sentir el silencio del contrario enterneció los ojos—. Me duele verte así, pero es hora de que dejes ir, ¡podrías ocasionar una guerra y lo sabes! ¡Moriría mucha gente inocente!

—Yo...

—Amigo, es hora de que pongas los pies en la tierra, renuncies a esas fantasías y tomes las decisiones que te corresponden como príncipe.

Hiccup sintió su respiración pesada, producto de la dureza en las palabras de su mejor amigo. Le quemó que Andy lo devolviera la realidad, le dolió tomar la decisión. Sintió una parte de su alma morir en ese momento. 

—No es justo—musitó.

—Nada lo es.

04.3 || Know the truth
(Conoce la verdad)

El cielo estaba despierto aquella noche, las estrellas brillaban más que nunca, acompañadas por el astro plata, cuyos rayos atravesaban el corazón vacío del castaño que cabalgaba a ciegas por las lágrimas que inundaban sus ojos.

Miró el balcón y sintió una opresión en el pecho, se mordió el labio intentando mantenerse fuerte y bajó del caballo. Suspiró y divisó un árbol junto al balcón de la chica y comenzó a subir por sus ramas hasta tocar suelo. La ligera brisa que despejaba el cielo también empujaba ligeramente las cortinas blancas.

La princesa se giró y encontró sus miradas por un segundo en el que se quedó helada.

—Hiccup...—salió un hilo de voz.

—Princesa.

—Sabes que no me gusta que me llames así—respondió con molestia tajante.

—Lo sé. Pero va ser la única manera en que voy a poder llamarte de ahora en adelante.

Moana sintió un torbellino de emociones apoderarse de su persona. Le reclamó a Hiccup por haber roto su palabra sobre el baile de invierno y lo golpeó un par de veces invadida por las ideas que Elsa le había plantado en su cabeza.

Pero cuando Hiccup le explicó la situación Moana lo único que pudo hacer fue llorar, sintiendo su mundo venirse abajo a cada palabra que salía de los labios del castaño.

—André de Francia lo sabía, ¿cierto?

Hiccup asintió y Moana corrió a refugiarse en sus brazos, escondiendo su cabeza en su pecho y soltando su tristeza en forma de cataratas. Hiccup acarició sus cabellos y recargó la barbilla en su cabeza apretando los labios al sentir su tristeza invadirlo, de nuevo.

—¿Qué pasó con romper las reglas?—preguntó con un hilo de voz.

—Lo intenté, de verdad lo hice. Pero no puedo, el amor no lo vence todo.

Las lágrimas de ambos jóvenes caían como copos de nieve de las nubes. El cielo estaba triste y sus corazones congelados.

—Moana, amor mío—la chica subió la mirada—, prométeme una cosa.

—Lo que sea.

Hiccup envolvió sus manos y las juntó antes de dejar un minúsculo beso en ellas.

—Prométeme que vas a amarte a ti misma como me has amado a mi. 

Moana asintió.

—Lo prometo.

Selló su promesa con un último beso lleno de dolor, acunó sus mejillas entre sus manos y lo besó con la intensidad de mil soles, como si no hubiera un mañana; un alba que al surgir desde las entrañas de la tierra esfumara todo lo que las noches hermosas habían creado. Ambos amantes lloraban, no querían dejarse, tomar su camino y tener este último gesto de despedida, dando paso a que todo se transformara en hermosos e intangibles recuerdos. Al separarse juntaron sus frentes sintiendo aún la calidez del toque de sus dedos y las lágrimas saladas recorrer sus mejillas, sus respiraciones se mezclaban y rechazaban el momento de subir la mirada; ya que sería la última que se darían. La última mirada de amor.

—Eres el amor de mi vida, la dueña de mis sueños y siempre lo serás.

El último copo de nieve de la noche cayó en una piedra y se hizo trizas. Y el sol se anunció naciente, Hiccup finalmente se separó y le dirigió una última mirada, admirando cada uno de sus hermosos detalles y sintiendo la calidez de sus dedos desaparecer gradualmente.

—Te amo, príncipe.

Saltó del balcón de la habitación temporal y corrió hacia su caballo solo para comenzar a cabalgar hacia su destino, sin darse la oportunidad de mirar atrás sabiendo que sería una punzada más en el corazón y adentrándose en los rayos del alba traicionera que reflejaba sus destellos en las lágrimas de sus pestañas.

—Moana. —Se giró al escuchar la voz de su madre tras la puerta—. Despierta, cariño. Es hora de irnos a casa.

Epilogue
(Epílogo)

05 || I never forgot you
(Jamás te olvidé)

Moana alzó la mirada, divisando a aquel rey de capa azabache que cargaba a su pequeño rubio y que tomaba de la mano a su reina: Astrid Hofferson de Dinamarca.

Sonrió, le alegraba que su matrimonio arreglado hubiera funcionado. Lucía feliz y eso fue todo lo que le importó. Luego la devolvió a su pequeña Joana y apartó un cabello de su frente.

—Mi niña, eres preciosa, ¡tienes ojos de guerrera, una hermosa piel canela y una sonrisa brillante! ¿¡Cómo es que solo lo veo yo!?

El ahora rey volteó al escucharla y sonrió sintiendo un par de lágrimas brotar por sus ojos.

—Nunca rompiste tu promesa. —susurró en voz baja.

Hiccup miró como la pequeña morena de orbes azules abrazaba a su progenitora y luego corría hasta los brazos de su padre en una carroza bien adornada mientras su hermosa madre se levantaba.

—¿Por qué lloras, papi?—le preguntó el pequeño Haddock al rey y este le devolvió la mirada.

—Por nada, mi amor—respondió y sonrió antes de agacharse y dejarlo bajar de sus brazos—. Ve a la carroza con tu madre, ya los alcanzo. 

Moana camino hasta él y este sintió que la miraba por primera vez.

—Te miras feliz—sonrió.

—¡Lo soy!—exclamó Hiccup—. Adoro a mis hijos e impedí que los padres de Astrid se ofendieran y declararan la guerra a Noruega si no pedía su mano.—Se rascó la nuca, nervioso—. Tú comprenderás.

—Hiciste lo correcto—respondió y la calma en su mirada lo tranquilizó.

—Tú también te miras feliz—continuó el monarca.

—Desde que te hice aquella promesa lo soy.

Hiccup sonrió y Moana lo hizo también. Luego bajó la mirada y rebuscó entre los pliegues de su falda. Hiccup miró asombrado como la morena sostenía entre sus manos aquella pipa negra que al castaño tanto le gustaba. 

—La cargo siempre conmigo.

Hiccup tomó sus manos entre las suyas y sonrió.

—¿Te veo en el baile de invierno?

—Ahí estaré.

06|| The end

Daylight -Maroon5. (Fragmento)

When the daylight comes I'll have to go, but tonight I wanna hold you so close.
(Cuando el alba llegue tendré que irme, pero esta noche quiero tenerte cerca de mi)

In the daylight we'll be on our own, but tonight I wanna hold you so close.
(En el alba estaremos separados, pero esta noche quiero tenerte cerca)

¡ Hola , hola !
Tenía muchas ganas de escribir sobre algún tema importante y decidí combinar el racismo con el bullying, la baja autoestima y una embarrada de homofobia.

En fin, si tengo la oportunidad de hacer otro, te prometo que será más feliz.

Ciao.

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