Davinia



Jorge estaba en una librería de Buenos Aires, curioseando libros cuando escuchó:

—Hola, ¿puedo ayudarte?

Él se volvió, le pareció ver un fantasma y perdió el color. Creyó estar soñando.

— ¿Te encuentras bien?

— ¿Qué? ... Estoy bien. ¿Cómo te llamas?

—Davinia, ¿y tú?

Esto era imposible, el mismo nombre. Ella volvió a preocuparse. Poco a poco él fue asimilando la situación por una corazonada. Miró la hora, las 11. Las 2 en Canarias. Llamó para asegurarse.

—Dígame.

—Hola, papá.

—Hola, Jorge. ¿Qué tal tu primer día de vacaciones?

—Sorprendente. ¿Tengo una hermana?

— ¿Qué sabes?

—Nada. Estoy con ella. Es idéntica a mamá..

—Sois mellizos. Fue adoptada por vuestros tíos. Fue muy duro perder al amor de mi vida cuando nacisteis. Después perdimos el contacto por culpa de mis viajes. Que se ponga.

El padre no habló mucho porque la emoción y la conciencia le embargaban. Pidió perdón. Ella contó que creció sabiendo toda la verdad. Se prometieron conocerse en breve tiempo y se despidieron.

Los hermanos se estrecharon con un abrazo que él nunca soñó y ella no esperaba.

El amor fraternal es como el buen vino, mejora con los años.

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