Capítulo Veintiuno
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VÍNCULOS OCULTOS
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Cuando Nya escapó de Tasmennul en su forma fantástica, jamás imaginó que regresaría acompañada, armada con un conocimiento mucho más profundo del Mundo Mágico, de los animales fantásticos y de las personas que conformaban ese universo tan intrincado. Nunca pensó que volvería a pisar aquel lugar, especialmente después de los problemas que causó en su primera estancia. Sin embargo, ahí estaba, en el puerto de la Isla Blanca, el mismo lugar donde alguna vez creyó que un futuro mejor la esperaba en medio del océano.
Antes de partir, agradecieron a Jacob con un cálido abrazo, pero el compañero de Queenie no los dejó marchar sin que primero Newt y Nya prometieran volver a Amennor o visitar Nueva York algún día. La idea le resultaba agradable a Nya; por primera vez, no sentía la necesidad de ocultarse. Jacob, las hermanas Goldstein y Newt conocían más de ella que lo que ella misma alguna vez se permitió descubrir. La posibilidad de tener una segunda oportunidad para compartir con ellos le llenaba el corazón de alegría.
Ahora, Nya y Newt caminaban rumbo a la posada de Beatrix. Newt consideró prudente que la escocesa se ocultara bajo una capa, cubriendo la mayor parte de su rostro. Después de todo, se suponía que estaba muerta, y si alguien la reconocía, las sospechas no tardarían en surgir. Ninguno de los dos dudaba que si eso ocurría, Esmour y sus hombres no tardarían en enterarse.
A lo lejos, al divisar el negocio, los cultivos y otros lugares familiares, no dudaron en avanzar con determinación hacia su destino, a pesar de no estar seguros de si Isabel aún trabajaba y vivía allí. Era un riesgo que Nya había decidido asumir.
Sin pensarlo, la maledictus tomó la mano de Newt y lo jaló a su lado, sin separarse de él. Rodearon la entrada principal para dirigirse a la parte trasera, donde se encontraba el ingreso a la cocina y los garajes.
—Quizá alguien aquí sepa algo sobre Isabel —comentó Nya, señalando con el mentón hacia la puerta que daba a los cultivos—. Tal vez incluso la encontremos —concluyó con una media sonrisa, girando para mirar al inglés, quien parecía no haberla escuchado, pues tenía la cabeza gacha y el rostro enrojecido.
Confundida por el estado de Newt, la escocesa bajó también la mirada. Al encontrarse con sus manos entrelazadas, su reacción fue similar a la de él; sintió el calor en su rostro, pero no hizo ningún intento de soltarlo. Sabía que solo él podría decidirlo, pues ella estaba segura de que no quería separarse de él.
Tenerlo cerca le provocaba una mezcla de nerviosismo, tranquilidad y confianza; sensaciones contradictorias que, sin embargo, describían a la perfección lo que su cercana presencia significaba para ella.
—¿Newt? —Lo llamó en un susurro, con temor a que soltara su mano. Pero no ocurrió. Él levantó la vista, sorprendido, como si lo hubiera despertado de una ensoñación.
—¿Qué sucede? ¿Ya la encontraste? —preguntó, algo atropellado, parpadeando varias veces y esbozando una sonrisa nerviosa.
Nya había aprendido a reconocer cuándo Newt estaba inquieto, y también a discernir si eso le molestaba o no. Aunque no estaba del todo segura de lo segundo, la idea de que el contacto inocente entre ellos no le incomodara le llenaba el pecho de un calor agradable.
Era una pena terrible pensar que en unos años se convertiría para siempre en un pájaro turquesa.
—Necesito preguntarle a alguien; no he visto a Isabel —le explicó en un susurro.
Newt negó con la cabeza. —N-no, eso es demasiado riesgoso. ¿Qué pasa si te ven? —preguntó, con una preocupación genuina por el bienestar de Nya.
—No tenemos más opciones.
El mago sabía que era cierto, pero no quería arriesgarse a que algo malo le ocurriera a la escocesa. Habían llegado a Tasmennul juntos; no era momento de separarse bajo ninguna circunstancia.
—Iré contigo.
—¿Y si saben lo que eres? —cuestionó ahora Nya, preocupada por las acciones de Newt.
—No creo que lo sepan, pero sí conocen de ti. No quiero dejarte sola en ningún momento.
Aquella pequeña declaración hizo que el corazón de Nya diera un salto, y no pudo evitar esbozar una tierna sonrisa. Deseaba que hubiera más personas en el mundo como Newt Scamander, aunque a la vez no lo deseaba, porque si alguien en su pasado le hubiera tendido una mano, no lo habría conocido y no sentiría lo que estaba sintiendo en ese momento: pura felicidad.
Asintió con la cabeza y, juntos, se acercaron a la posada desde la parte trasera. Nya se sorprendió al ver a varias personas trabajando en los cultivos, aún más con el invierno a la vuelta de la esquina. Parecía que las estaciones no influían en nada de lo que rodeaba la posada, lo que le generó más dudas en su interior.
Cuando ella y Newt estuvieron lo suficientemente cerca, la maledictus divisó un rostro familiar. Un hombre de piel morena cargaba un costal lleno de papas, dirigiéndose hacia un lugar que le era desconocido. Le hizo señas a Newt, y ambos siguieron al trabajador hasta que este se detuvo ante unas puertas dobles de madera que parecían llevar a un sótano, un detalle que Nya nunca antes había notado.
Los europeos se miraron, sus pensamientos llenos de preguntas silenciosas, hasta que una voz familiar interrumpió el momento.
—¡Qué alegría verte viva, Nya! —exclamó un hombre, aplaudiendo pausadamente mientras se acercaba.
Nya sintió un escalofrío recorrerle la espalda al reconocer a Esmour Dunham, quien se acercaba con una sonrisa cínica y ojos que brillaban con malicia.
Newt apretó con más fuerza sus manos entrelazadas y dejó con cuidado su maleta en el suelo para poder alistar su varita. Era prohibido que los muggles conocieran la existencia del Mundo Mágico, y hacer magia ante sus ojos estaba prohibido. Sin embargo, como ninguno de los presentes ignoraba la existencia de magos y brujas, Newt no dudaba en hacer lo necesario para salvar vidas valiosas.
—Gracias por traernos un regalo —dijo el sobrino de Beatrix, sin dejar de sonreír y fijando esta vez su mirada en Newt.
La escocesa aún no podía creer que alguna vez se hubiera sentido atraída por la falsa y repugnante sonrisa de Esmour. Se sentía sucia y avergonzada por haberse dejado llevar por intenciones ocultas y un par de bonitos ojos. Ahora que lo veía de nuevo, no podía evitar pensar en todas las imperfecciones de aquel hombre: la falta de sinceridad y su sed de una venganza que le era ajena en su totalidad.
—No quiero problemas, Esmour —dijo Nya, tratando de desviar la atención del hombre hacia ella—. Solo quiero irme de aquí, con mi amiga.
—¿Cuándo apenas has llegado? —preguntó, fingiendo sorpresa—. Por supuesto que no, bonita. Primero debemos darles una calurosa bienvenida, además... —se quedó pensativo un momento—. Isabel ya no está aquí —finalizó, sonriendo de nuevo.
Lágrimas amargas y llenas de ira se acumularon en los ojos de Nya. Sentía la rabia recorrer su cuerpo y un profundo odio hacia ese hombre, en quien alguna vez confió lo suficiente como para salir a solas. Pero también le preocupaba su amiga francesa, cuyo paradero ahora en verdad resultaba desconocido.
Al darse cuenta de que, a pesar de las lágrimas, su vista seguía siendo nítida, supo que sus ojos habían pasado del oscuro café al dorado característico de la magia que corría por sus venas. Era la primera señal de que estaba a punto de perder el control y transformarse, gracias a la intensidad de sus emociones.
—Maravilloso —halagó Esmour, incapaz de apartar la mirada de los ojos de Nya. Comenzó a acercarse, pero un empujón invisible lo hizo retroceder de manera brusca unos cuantos metros.
La escocesa lució confundida un momento, pero al mirar a Newt, lo encontró con su varita alzada, apuntando hacia el hombre caído. Lo que más le impresionó de la situación no fue la magia en sí, sino el hecho de que Newt no dudara ni un segundo en defenderla.
No obstante, esa sensación de gratitud pronto se desvaneció cuando Esmour se levantó de golpe, mirando con un odio palpable al mago y a la varita que sostenía.
—Malditas sean todas las personas con magia. No serían nada sin sus preciadas varitas —murmuró entre dientes—. ¡Ahora! —gritó con furia.
De varios rincones comenzaron a surgir personas, luciendo amenazantes y listas para cercar a los dos europeos en un círculo deforme. Newt y Nya observaron a su alrededor, asombrados. Era un número considerable de muggles que conocían la existencia de la magia. ¿Cómo habían logrado pasar desapercibidos tanto tiempo?
—Finalmente, Nya VanderWaal se digna a aparecer —dijo una voz femenina desde alguna parte del círculo humano que los rodeaba.
Esmour se hizo a un lado y dejó pasar a Beatrix Harte.
El gesto delicado y los ojos amables que Nya recordaba habían desaparecido, reemplazados por una expresión oscura, seria y autoritaria. No se parecía en nada a la mujer que conoció al llegar a Tasmennul. Ahora, solo veía a alguien que los observaba como si fueran lo mejor y lo peor que había encontrado en su vida.
—Gracias por regresar, de verdad —dijo Beatrix, su tono revelando una satisfacción inquietante—. Además, has traído un mago contigo —añadió, y luego le hizo un gesto al hombre moreno que Nya y Newt habían seguido antes—. Erik, llévatela, y tú —señaló a otra mujer de tez bronceada—, toma su maleta y averigüemos qué hay ahí.
Las órdenes de la dueña de la posada fueron acatadas de inmediato, pero la magia y astucia de Newt interrumpieron el avance.
—No quiero causar más problemas —advirtió, con una mueca en el rostro. La tensión era palpable, y tener tantos ojos sobre él lo hacía sentir aún más vulnerable.
—¡Qué amable de tu parte, mago! —exclamó Esmour con sarcasmo, pero Beatrix lo interrumpió.
—Duérmanlos —ordenó, dándose media vuelta y regresando a la posada.
Antes de que Newt o Nya pudieran reaccionar, un aroma dulzón los invadió y un espeso humo amarillo comenzó a rodearlos, mareándolos y debilitando sus cuerpos hasta que ambos sucumbieron a la oscuridad.
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Newt Scamander se levantó de repente del suelo, desorientado y preocupado. Miró a su alrededor con la esperanza de encontrar la cabellera castaña oscura de una escocesa, pero solo se topó con unos ojos pardos que lo observaban con desconfianza.
—¿Quién eges? —preguntó la mujer, frunciendo el ceño sin moverse de su sitio.
Lucía sucia y cansada, recostada contra los barrotes de la jaula que los mantenía prisioneros. El pecoso intentó acercarse al metal, pero se encontró con una fuerza invisible que le impedía tocarlo a tan solo unos pocos centímetros.
—Es inútil paga los de tu clase —volvió a hablar la mujer. Esta vez, Newt notó un acento peculiar, especialmente al pronunciar la letra "r".
—¿Es francesa? —preguntó, caminando hacia el centro de la prisión.
—Supongo que mi acento siempge me delatagá, y más cuando estoy... molesta —respondió, confirmando su sospecha—. Mi nombre es Isabel Beauson. ¿Y el suyo?
Al escuchar su nombre, Newt no pudo evitar mostrar sorpresa. Él y Nya habían llegado a la isla en busca de ella, y ahora la tenía justo frente a él, aunque la situación parecía haber empeorado. Estaba atrapado sin su varita y sin su maleta, y Nya debía estar en un lugar desconocido, bajo la vigilancia de personas con intenciones oscuras.
—Newt Scamander —contestó—. Nya y yo hemos vuelto aquí para buscarla.
Isabel abrió los ojos y se levantó de un salto: —¿Qué? ¿Conoces a Nya?
—S-sí... ella es mi amiga —aclaró, sintiendo cómo el rubor le subía a las mejillas.
—Sabía que estaba viva —susurró la mujer de cabello castaño, conmocionada y con los ojos cristalizados—. ¿Dónde está ahora?
—Beatrix, Esmour... —empezó Newt, negando con la cabeza mientras recordaba lo sucedido antes de caer inconsciente.
Isabel se preocupó aún más al escuchar la historia que el Sr. Scamander le contaba. Estaba impresionada al darse cuenta de que Nya era en verdad un maledictus, pero también confundida por la firmeza con la que Newt negaba lo sucedido. Ya no sabía en quién confiar, sobre todo en aquel hombre que no dudó en dejarla sola cuando fueron descubiertos ante la jaula de Nagini. Mientras tanto, Michael Wysman debía estar lejos de Norteamérica, y a ella, a ese castaño rojizo y a Nya les aguardaba una muerte segura o un encierro permanente.
—¿Cómo podgemos salig de aquí? —preguntó Isabel, el miedo reflejado en su mirada y su acento aún más marcado debido a la tensión que apresaba su cuerpo.
Antes de que el inglés pudiera responder, empezaron a escuchar pasos acercándose a su prisión. Pronto, Esmour y una mujer de cabello rubio se presentaron ante ellos. La rubia sostenía la varita y la maleta de Newt, quien, al darse cuenta, no pudo evitar acercarse lo más posible a los barrotes.
—No pueden hacer esto —dijo Newt.
—No se preocupe, mago. Solo venimos a pedirle que abra su maleta, si no es mucha molestia —respondió Esmour con una sonrisa burlona, disfrutando de la incomodidad que su actitud generaba.
—Tu es un putain de salaud, Dunham!* —insultó Isabel, apenas conteniendo su ira.
El sobrino de Beatrix se mostró sorprendido ante las palabras de la francesa.
—Aquella no es forma de hablar de una dama, por Dios, señorita Beauson.
Si no fuera por la distancia que los separaba y los barrotes de la celda, Isabel sabía exactamente dónde habría ido a parar su rodilla y la palma de su mano. Había odiado a algunas personas en su vida, pero nada se comparaba con el profundo desprecio que sentía hacia Esmour Dunham, quien había destrozado su vida.
—Primero necesitaría mi varita —interrumpió Newt.
—Eso no será posible, amigo. Solo abra la maleta. Sabemos lo que hay dentro —dijo Esmour, manteniendo su actitud exasperante.
—No pasará nada malo, señor mago. Solo tomaremos lo que nos sirve y eliminaremos lo peligroso —agregó la mujer que sostenía la maleta. Su voz era dulce, pero a los oídos de los prisioneros sonaba como un caramelo viejo y rancio.
Las palabras de la mujer tocaron un nervio sensible en Newt, que no pudo ocultar su angustia. Isabel comprendió de inmediato que lo que fuera que guardaba esa maleta era demasiado importante para él.
—Por favor, no les haga daño —suplicó el magizoólogo.
—¿Qué es lo que quiere que haga? —preguntó Esmour, llevándose una mano a la oreja, como si no pudiera escuchar bien—. Parece que hay cosas muy malas y perjudiciales para nosotros. No se preocupe, nos ocuparemos de esto y luego de Nya.
—¡No hay nada peligroso ahí! —exclamó el inglés, desesperado—. ¡Nya tampoco es peligrosa! ¡No lo entienden! ¡Nada!
—Eso lo decidiremos nosotros —respondió la mujer, comenzando a alejarse.
—¡Por favor, no los lastimen! ¡No es peligrosa! ¡Ni Nya ni nada de lo que hay ahí!
Esmour Dunham sonrió ante la angustia evidente del mago, disfrutando de su sufrimiento mientras seguía los pasos de su compañera, escuchando sus ruegos desvanecerse tras ellos.
Isabel, sin saber cómo calmar al hombre que la acompañaba, se dedicó a observarlo en silencio. Notó la tensión que lo agobiaba, preocupado por lo que guardaba en su maleta y por Nya.
No comprendió la profundidad de su angustia de inmediato. Fue solo al ver los ojos cristalizados de Newt que entendió la verdad.
Él y Nya compartían algo más que una simple amistad.
Tu es un putain de salaud, Dunham!: ¡Eres un maldito bastardo, Dunham!
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¡Hemos llegado al final de la segunda arte de la historia!
Lo veo y no me lo creo, ¡lo veo y no me lo creo!
Está sucediendo justo todo lo que no queríamos a que sucediera. Nuestros queridos europeos están atrapados, Beatrix y Esmour parece ser que están ganando, además ¡¿DÓNDE RAYOS ESTÁ MICHAEL?! ¿Será que abandonar es su especialidad? :o
Espero les haya gustado esta segunda parte. Prepárense para esta tercera, donde se solucionará todo... ¿o casi todo? ^^
¡Mil gracias por el apoyo! No olviden votar y comentar qué les ha parecido todo hasta ahora.
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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