Capítulo Veintiséis
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DECISIONES PENDIENTES
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Nya VanderWaal dejó escapar un suspiro tenue y entrelazó los dedos con la mano más cercana, aquella que descansaba inerte junto a la suya. Llevaba cerca de una hora sentada en el sillón a la derecha de la camilla donde yacía Isabel. La francesa había salido de la cirugía unas tres horas atrás, un proceso complicado por la pérdida de sangre. Sin embargo, contra todo pronóstico, los médicos lograron estabilizarla y salvar su vida. A pesar de su piel pálida y su aspecto debilitado, la perspectiva de vida de Isabel se había ampliado, dejando atrás ese oscuro callejón sin salida que tanto había angustiado a la escocesa.
Nya no podía evitar sentir una culpa asfixiante. Su amiga había estado al borde de la muerte, y todo por su causa. Isabel se había ofrecido a sacrificar más de lo que jamás habría imaginado.
Las palabras de Esmour resonaron en su mente una vez más, como un eco persistente. Nya no se preocupaba por lo que hubiera sido de él; de haber podido, lo habría reducido a cenizas o a nada, por respeto a todo lo demás que existía en el mundo. Aunque la curiosidad por saber si aquellas palabras eran ciertas la carcomía, jamás iba a presionar a Isabel para hablar de ello. No correspondía los sentimientos de su amiga del mismo modo, pero tampoco la juzgaría ni pensaría mal de ella por ello.
Isabel había ganado su confianza, su cariño y su lealtad de una manera que muy pocas personas lograban. No había duda de que merecía una vida mejor, lejos de los problemas que habían causado tanto dolor, incluso si aceptarlo le rompía el corazón.
Si la francesa deseaba quedarse en Norteamérica, debía acatar las reglas estrictas de MACUSA, que prohibían cualquier tipo de relación entre magos y muggles. Aunque Isabel había escapado de los efectos del Pájaro del Trueno al estar inconsciente y protegida durante la lluvia mágica, eso no significaba que pudiera retener esos recuerdos en su memoria.
—La ley no admite excepciones —había dicho la Presidenta Picquery con una neutralidad implacable—. Les daré tiempo para despedirse. Luego, le borrarán la memoria.
A pesar del tono severo, hubo un atisbo de amabilidad en su rostro, y Nya sintió el peso de esas palabras como un golpe certero. Sabía que, una vez rompiera su vínculo con Isabel, perdería una parte de sí misma, una parte que había construido en el breve, pero significativo, tiempo que compartieron.
Isabel nunca le pidió nada. Ahora, Nya tendría que pedirle algo imposible: aceptar que su amistad, por más profunda que fuera, no podría permanecer en los recuerdos de la francesa.
—¿Pog qué estás llogando? —La voz rasposa a su lado la sacó de sus pensamientos.
Nya levantó la mirada, hasta entonces perdida en el suelo impecable, sumergida en los recuerdos de ese día tan caótico. Frente a ella, Isabel la observaba con sus grandes ojos pardos, su ceño fruncido en señal de inquietud.
Perfecto. Isabel acababa de despertar y la escocesa ya estaba cargando el ambiente con más preocupaciones innecesarias.
Con rapidez, Nya se secó las lágrimas que habían escapado sin que se diera cuenta, forzando una sonrisa que apenas contenía la tormenta interna.
—Me alegra verte despierta —murmuró, aún limpiando las últimas huellas de sus lágrimas.
—¿Qué pasó? ¿Están todos bien? —preguntó Isabel con la voz débil mientras intentaba incorporarse. El esfuerzo fue en vano, pues el dolor en su abdomen la detuvo, y Nya la empujó con suavidad de vuelta a la almohada.
Al recordar la puñalada que había recibido, un escalofrío incómodo recorrió el cuerpo de la francesa. Si alguna vez se encontraba cara a cara con Esmour Dunham, estaba segura de que se desmayaría en el acto. No cualquiera sobrevive a algo así y queda ileso, al menos no mentalmente. Las heridas psicológicas de las malas experiencias siempre tardaban más en sanar que las físicas.
Isabel había pasado por demasiado en muy poco tiempo, y su cuerpo, junto con el latente dolor de cabeza, le rogaban a gritos un descanso más largo.
—Todos están bien —le aseguró Nya, ayudándola a acomodarse mejor en la cama—. Voy a llamar a los doctores para que te revisen.
—¡Espega! —La voz de Isabel la detuvo justo cuando la escocesa se levantaba.
Nya volvió la vista hacia ella, observando su rostro intranquilo. Los ojos pardos de Isabel recorrieron su figura con ansiedad, lo que empezó a inquietar a Nya.
—¿Estás bien? —preguntó mientras volvía a sentarse.
La francesa asintió de inmediato, bajando la mirada.
Por un momento, Isabel había creído que sería capaz de hablarle de sus sentimientos, que encontraría el valor para confesar lo que sentía, aun sabiendo que nunca podría consolidarse. Sentía que debía liberarse de ese peso, aunque temía las consecuencias.
En el sótano de la posada, Isabel había notado la forma en que Nya miraba a Newt Scamander, con una intensidad inconfundible. Era evidente que el corazón de la escocesa latía por el mago inglés, una expresión que Isabel reconocía al instante, pues era la misma que tenía cuando miraba a Nya. Aunque le dolía no tener los afectos de la escocesa de la manera que deseaba, al menos sabía que el corazón de la mujer que quería estaría en buenas manos.
No sabía si sería egoísta imponerle ese dilema en ese preciso momento. Quizás tenían derecho a hablarlo, pero Isabel no estaba segura de si estaba lista para enfrentar un rechazo.
Así que, en lugar de abrir su corazón, solo asintió y le pidió a Nya que llamara a las enfermeras y doctores.
Cuando Nya salió de la habitación, detuvo a un enfermero que pasaba por el pasillo para informarle que Isabel ya había despertado. Luego caminó hacia la sala de espera, donde encontró a Tina, Newt y al Sr. Wysman. Este último se levantó de inmediato al verla.
—¿Cómo está? —preguntó, visiblemente preocupado. Aquella preocupación genuina llamó la atención de Nya.
—Está adolorida, pero estable —respondió Nya con amabilidad. No tenía razones para tratarlo de forma indiferente. Después de todo, él había llevado a MACUSA a la posada para controlar el desastre—. Los doctores ya deben estar atendiéndola.
El pelirrojo asintió, pero no volvió a sentarse. Parecía que algo más lo inquietaba, aunque Nya no lo conocía lo suficiente como para entrometerse. Decidió tomar asiento junto a Newt, quien le ofreció su mano, y ella entrelazó sus dedos con los de él, para luego apoyar su cabeza en el hombro masculino. Una suave sonrisa, cargada de sentimientos compartidos, se dibujó en los labios de ambos.
—Supongo que aún no le dijiste —intervino Tina de repente, captando la atención de todos.
—No —admitió Nya, levantando la cabeza—. Quiero aprovechar cada momento que me queda con ella —justificó, notándose un leve temblor en su voz ante la inminente realidad.
—Podríamos intentar encontrar una manera de que no le borren la memoria —sugirió Newt, apretando con cariño la mano de Nya en un gesto de consuelo—. Jacob es una excepción clara.
—Pero vive oculto —replicó Tina, con seriedad—. Isabel merece algo mejor.
—Estoy de acuerdo con Tina —añadió Wysman—. La srta. Beauson terminó siendo víctima de este desastre por mi culpa. Si hay alguna forma de protegerla, es que no recuerde nada de este mundo.
Nya apretó los labios al escuchar las crueles pero acertadas palabras de los miembros del Magicongreso. Amaba el optimismo y la buena energía que Newt intentaba transmitirle, esos gestos solo hacían que su corazón se llenara aún más de amor hacia él. Sin embargo, debía considerar todas las perspectivas. Le dolía bastante saber que alguien tan importante como Isabel tendría que olvidar su existencia. Ese pensamiento le dejaba una sensación de peso en el pecho, una carga difícil de soportar.
—Ella también tomó sus propias decisiones —recordó Newt con suavidad—. No tenemos control sobre lo que pasó ni sobre lo que pasará, pero creo que deberíamos dejar la elección en manos de quien realmente le pertenece.
—¿Y qué sucederá si decide no olvidar? —cuestionó Tina, la mayor de las Goldstein—. No podemos ir en contra de la ley.
—Isabel no es cualquier muggle.
—No estoy diciendo eso, Nya —aclaró la pelinegra, su mirada reflejando comprensión—. Solo quiero que estemos preparados para lo que venga.
—Podríamos... —comenzó a hablar Wysman, el hombre del bigote bien cuidado—, esperar a ver qué es lo que ella en verdad desea. En el Reino Unido no está prohibida la relación con los no-magos.
Aunque la idea era alentadora, ninguno podía estar seguro de si Isabel estaría dispuesta a dejar Norteamérica y volver a Europa, un continente que había decidido dejar atrás por razones personales. La incertidumbre de su decisión mantenía a todos en tensión, sobre todo a Nya, quien no podía dejar de pensar en lo que podría suceder a continuación.
Justo en ese momento, un doctor de mediana edad entró en la sala de espera, buscando a los amigos y familiares de la paciente Beauson. Todos, incluidos los magos y la escocesa, se levantaron de inmediato y se acercaron al hombre.
Después de escuchar noticias relativamente alentadoras —una recuperación lenta pero segura—, los nervios que los habían acompañado comenzaron a disiparse un poco. Siguiendo las indicaciones del médico sobre las visitas restringidas durante los primeros días, decidieron que el Sr. Wysman fuera el siguiente en entrar a la habitación.
El mago, que trabajaba como detective encubierto, caminó por los pasillos hasta la puerta que le habían indicado. Dio tres suaves golpes en la madera pintada de blanco y esperó la señal de Isabel para entrar.
Cuando obtuvo el permiso, abrió la puerta con cuidado y entró, cerrándola tras de sí con delicadeza.
—Vaya, decidió aparecer —fue lo primero que dijo la fémina al reconocer quién había llegado. Su rostro tenía más color y estaba más despierta, algo que colaboraba en controlar mejor su acento.
—Tenía que avisar a la comunidad —se excusó Wysman, de pie junto a la camilla—. No podía permitir que me atraparan y perder la oportunidad de destruir ese negocio.
Isabel apretó los labios y asintió. No lo odiaba, ni lo culpaba. Al fin y al cabo, había hecho lo correcto, aunque sus métodos fueran cuestionables. Lo importante era que lo había logrado. Cuando la francesa volvió la vista hacia él, lo encontró con la cabeza baja.
—No tiene nada que disculparse —dijo para tranquilizarlo—. Lo importante es que todo ha terminado.
Tomando sus palabras como una invitación, Wysman se sentó en una silla al lado de la cama, la cual había sido ocupada antes por Nya.
—Lamento mucho todo lo que ha tenido que pasar. ¿Cómo se siente?
—No lo sé —respondió con total sinceridad—. A veces creo que es un sueño, pero luego siento el dolor y los veo a ustedes. Todo fue... inesperado.
Esa parecía ser la palabra perfecta para describir lo que había vivido en los últimos días. La rapidez con la que todo se había desmoronado los había llevado al límite. Aunque habían vencido, las consecuencias aún demandaban ser sentidas, literalmente.
Wysman le resumió lo sucedido después de que los agentes de MACUSA llegaran: cómo habían logrado borrar la memoria de todos los muggles en la isla, los arreglos a los daños, la liberación de las criaturas mágicas y el rescate de los magos y brujas víctimas del tráfico. Isabel se sintió aliviada al saber que el negocio había sido destruido. Incluso no le importaba que no pudieran llevar a juicio a Esmour Dunham, sabiendo que el hombre no recordaría nada. En realidad, lo prefería así.
—Supongo que Beatrix y su sobrino tampoco sabrán nada de lo que ocurrió —comentó Isabel.
—Beatrix no recuerda ni un solo vestigio del Mundo Mágico —confirmó Wysman—. Esmour... es un caso aparte.
—¿Cómo? —preguntó la francesa, alarmada por la noticia y moviéndose bruscamente, lo que le provocó una punzada de dolor—. Pensé que, al seg su sobgino, ambos tendgían el mismo destino.
Apretó los dientes, de seguro soltando insultos en francés en murmullos enojados que dejaban entrever su frustración, con Esmour, la magia, su herida. Todo.
—Es más complicado que eso —explicó Wysman—. Esmour no es familiar de Beatrix en ningún sentido. Hay demasiadas cosas que aclarar en su caso. Pero tenemos testigos del Mundo Mágico que podrán aportar información.
El aire pareció volverse insuficiente para Isabel, no solo por el dolor físico de su abdomen vendado, sino por la avalancha de nueva información que estaba recibiendo.
—Si Dunham conocía la magia antes de llegar a la isla, ¿es posible que esté conectado con algún mago o bruja? —razonó, intentando unir las piezas del rompecabezas—. Y si eso es así, no entiendo cómo alguien podría cometer atrocidades de ese nivel. Solo un monstruo sería capaz de algo así.
Wysman levantó las cejas, sorprendido por la sagacidad de Isabel. Aunque reconocía su porte aristocrático, también veía en ella una mente afilada, capaz de conectar los puntos clave. Sin embargo, no podía revelarle más. No tenía permiso para hacerlo, a pesar de que ella tuviera derecho a saberlo.
No podía contarle que Esmour Dunham era un squib.*
—Cada persona tiene sus razones para actuar, ya sea para bien o para mal. La monstruosidad es algo que depende de quien la juzga —dijo el auror con sabiduría—. Cualquiera puede ser visto como un monstruo para alguien.
Isabel asintió, comprendiendo sus palabras. Quería hacer más preguntas, pero sabía que si Michael no había profundizado en el tema, no obtendría más información. En cierto modo, se lo agradecía; apenas podía asimilar todo lo que estaba ocurriendo, y aún había demasiadas cosas por resolver.
—¿Ya has hablado con ella? —preguntó ella, cambiando de tema.
Michael sabía a la perfección a quién se refería Isabel con esa pregunta.
Hablaba de Nya y de la conexión de sangre que compartían. Después de todo el caos, y con los problemas aún sin resolver, no había encontrado el momento adecuado para abordar ese tema con la joven. Mentiría si dijera que no temía su reacción, pero confiaba en el corazón noble que Nya parecía haber heredado de su hermana menor, Margaret, e incluso de Leonard. Después de todo, la seriedad y el mal humor provenían, sin duda, de él.
A pesar de las similitudes en carácter, le resultaba extraño que Nya no compartiera rasgos físicos evidentes con Margaret o Leonard, su padre. Aunque había cortado la comunicación con su familia antes de que Nya naciera, recordaba claramente al esposo de su hermana, y jamás olvidaría su sonrisa cálida. No obstante, la escocesa que ahora estaba en la sala de espera no tenía una genética que delatara su parentesco a simple vista, lo que lo desconcertaba y llenaba de preguntas.
No quería adelantarse a teorías ni suposiciones. Sabía que debía hablar con ella antes de llegar a conclusiones precipitadas.
—¿Quiere que la llame? —propuso Michael, levantándose de su asiento y esquivando la pregunta que Isabel le había hecho.
—No —respondió ella—. Quiero hablar con el sr. Scamander.
*Un squib es una persona no mágica nacida al menos de un progenitor mago. La mayoría de ellos viven como y con muggles. En el siglo XIX los squibs eran escondidos de la vista; de niños se les enviaba a escuelas muggle y se les incentivaba a que se integraran a la comunidad muggle en lugar de a la comunidad mágica, solución que se consideraba mucho más práctica y beneficiosa que ayudarles a integrarse al mundo mágico, ya que debido a su bajo nivel de magia hubiesen sido vistos por los magos como personas de segunda clase.
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Gracias especiales a todos los lectores que continúan acompañándome en este maravilloso camino. Sus leídos, votos y comentarios me animan para seguir escribiendo, no solo para mí, sino también para ustedes.
Espero que les haya gustado el capítulo. Un poco amargo, pero poco a poco todo irá cayendo en sus lugares respectivos.
¿Cuál creen que sea la decisión de Isabel cuando le cuenten el pequeño problema en cuestión?
¿Se esperaban lo de Esmour? :ooooo Estaba emocionada por soltar esa carta ya xddd
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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