Capítulo Nueve
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TASMENNUL, UN LUGAR PERFECTO PARA...
¿HUIR O MORIR?
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► Por un momento se quedó totalmente paralizada en su lugar, en medio de la asfixiante oscuridad del bosque. Los rápidos latidos de su corazón la ensordecían hasta tal punto que, poder escuchar su propia respiración resultó una sorpresa para ella. Unos segundos después, aquel instinto de supervivencia arraigado en su interior, la despertó y pronto se encontró corriendo en la dirección opuesta a la que creyó haber escuchado el grito.
Esa noche decidió hacerle caso a Isabel y emprender una carrera hacia otro punto, con tal de alejarse de lo que podría estar sucediendo o no. Aunque sí sentía la curiosidad picando en su cabeza, provocando que sus pasos perdieran la velocidad del principio, se obligó a sí misma a continuar. Se negaba a creer que lo escuchado era real y quería culpar, por muy fantasioso que le pareciera en ese momento, que aquello era una de sus tantas ocurrencias que en tantos problemas la habían metido.
No quería creer que la primera noche mágica que tenía en su vida terminaba en tal desastre. No quería creer que Esmour en verdad la había dejado plantada en la playa durante los espectáculos de estrellas en el cielo. Simplemente no quería creer que la desgracia y la mala suerte iban agarradas de sus manos, arrastrándola hacia un mar de caos.
El único sonido que se escuchaba en su entorno eran sus zapatos pisando la arena y la hierba, acompañados de su agitada respiración y, de tanto en tanto, un suspiro de frustración. La humedad del ambiente había aumentado de manera considerable, haciendo que pequeñas gotas de sudor resbalaran por su cuello y que la suave tela del vestido prestado se pegase a su cuerpo. No tardó en darse cuenta que no tenía ni idea de dónde se encontraba, pero estaba segura que prefería haber tomado ese camino que seguir la fuente del grito femenino.
Dio vueltas en el mismo sitio y miró hacia todas partes, tratando de encontrar alguna especie de sendero que la pudiese sacar de ahí para llevarla de vuelta al pueblo. Ya no se escuchaba la bulla de las fiestas, algo que en su momento le había parecido algo intimidante, sobre todo cuando estuvo sumergida en aquel gentío, empero ahora añoraba con cierto desespero.
Cerró los ojos e inhaló con profundidad, buscando calmarse para poder pensar con claridad. Llevaba minutos corriendo y sentía que su cuerpo no dejaba de temblar con la ansiedad de saber que algo no parecía estar bien y aún así querer pasarlo por alto. Nya VanderWaal se aferraba con fuerza a la posibilidad de que no ver era la oportunidad perfecta para que sus demonios no la tocasen de nuevo. Respiró hondo varias veces, en aras de recuperar el control de sus emociones, de ser completamente consciente de sentir la tierra bajo sus pies, mientras estos todavía fueran humanos. Estaba en una isla que en su mayor parte le resultaba desconocida, así que no podía rendirse tan fácil a su maldición sin saber en qué parte podría terminar, o si se cansaría y caería al océano.
No obstante, justo cuando creyó que lograba volver a tomar las riendas del poder sobre sí misma, los vellos de sus brazos se levantaron en alerta. Luego la escuchó:
—¡Alto! ¡Déjenme explicarles!
Abrió los ojos de golpe y se giró en la dirección de donde supo que provino la voz. Le resultaba devastadoramente conocida y eso no hizo nada más que asustarla. Sospechar que alguien que ella conocía se encontraba en peligro fue incluso más aterrador que perder el control de su propio cuerpo. No sabía qué hacer para ayudar, mucho menos cuando se dio cuenta que sus ojos habían dejado de ser cafés oscuros.
Sin casi darse cuenta, pasos titubeantes la llevaron más cerca de los ruidos, hasta que se apoyó contra el tronco de un árbol frondoso, lo suficientemente grueso como para poder ocultar su figura. Desde ese lugar los sonidos de los forcejeos llegaban más claros a sus oídos, al igual que el de plantas y arbustos removiéndose para abrirle el paso a un grupo de hombres. Escuchaba comentarios desagradables y hostiles hacia quienquiera que estuvieran llevando con ellos, pero hasta el momento, la pecosa no sabía todavía de quién se trataba. Tampoco sabía si en verdad quería descubrirlo.
Cuando uno de ellos, de contextura robusta y calvo se posicionó casi justo al frente de ella, varios pasos por delante, Nya tuvo que taparse la boca, percatándose de que su pesada respiración no tardaría en darle atención indeseada. No conocía a aquellas personas, sin embargo, no podía evitar pensar que había entrado a la cueva del monstruo, un monstruo que presentía por primera vez, no era ella.
Achicó los ojos una vez que la luz anaranjada de algunas antorchas, sostenidas por algunos del grupo se encendieron de un segundo a otro, obligándola a apegarse más al tronco e incluso retroceder hacia la sombra que el árbol comenzó a proyectar hacia atrás. Tragó saliva y asomó la cabeza con cuidado, pidiendo a gritos en su interior que el iris dorado de sus orbes no hiciera un destello por culpa de la iluminación del fuego. Tenía la mano derecha sobre la madera y tuvo que apoyar su boca contra el dorso y recordarse que debía respirar en silencio, porque sabía que si se movía en ese momento, inevitablemente todas las miradas caerían encima de ella. Nya no conocía esos bosques, pero le quedaba más que claro que ellos sí.
—Por favor, y-yo no he dañado a nadie —insistió la mujer en un sollozo ahogado, que fue cada vez más cercano.
El corazón de la escocesa pegó un vuelco en su pecho en cuanto vio a la pareja cruzar los mismos arbustos que los hombres habían apartado tanto solo segundos atrás. Los reconoció de inmediato.
Eran Nagini y Esmour.
Se quedó pasmada, olvidó por completo cómo parpadear o siquiera respirar, incluso cuando el castaño, con quien había estado pasando un momento tan agradable en el puerto, empujó a la pelinegra con rudeza hacia el centro del círculo improvisado que habían formado. La indonesia tropezó con sus propios pies y cayó de rodillas, más no se levantó y permaneció en la tierra con la cabeza gacha, llorando y temblando bajo las juzgadoras miradas que se habían clavado con latente desprecio sobre su indefensa figura.
—Aún no has hecho daño a nadie —corrigió el sobrino de Beatrix. Su tono de voz era tan distinto al que la escocesa conocía, que incluso ella no pudo evitar encogerse en su sitio apenas lo escuchó—. Gente como tú no debería pisar estas tierras y yo mismo me he encargado de eso. —Dio unos pasos hacia Nagini y se cruzó de brazos, observándola sobre su hombro. Luego escupió a la tierra cercana de donde se encontraba la mujer.
—Dijeron que aquí estaría bien —dijo ella, alzando un poco la mirada, aunque sus ojos ligeramente rasgados siguieron clavados en la hierba que sus dedos aferraban—. Me dijeron que Tasmennul sería un buen lugar para alguien como... yo.
El final de la frase fue casi un murmullo. No había intentado justificarse en realidad, solo repitió la información que le habían regalado tiempo atrás. Aún quería aferrarse a esa posibilidad y catalogar lo que sucedía como la peor de las pesadillas, pero Nagini no se podía sostener de sueños que carecían de sustancia y se desvanecían tan rápido como su esperanza lo hizo una vez la descubrieron.
—¿Alguien como tú? —inquirió Esmour inclinando la cabeza hacia la derecha. Por un solo instante, tanto Nagini como Nya pudieron ver un reflejo de lo que él era, o lo que las había obligado a creer que que era hasta esa noche—. Eres un fenómeno, una abominación, no hay sitio para engendros como tú.
La escocesa sintió las primeras lágrimas resbalar por sus mejillas acaloradas. Sentía que estaba viendo un espejo, su propio reflejo en la pelinegra, hallando todas las similitudes de aquella actualidad con un pasado que todavía la quemaba con su cercanía.
—De hecho sí lo hay —intervino el hombre grueso que se encontraba en frente de la escocesa. Todos clavaron su atención en él, por lo que la pecosa se tuvo que encoger y apegarse más hacia el árbol, rogando que no pudieran verla—. Este es el sitio perfecto para cazar engendros.
Esmour soltó una sonora carcajada, alzando el rostro hacia el cielo, mientras que los demás no tardaron en acompañarlo en aquel cruel chiste.
—Tengo una propuesta, bonita. —El sobrino de Beatrix se agachó y tomó a la pelinegra del mentón. Cuando ella se quiso alejar de un salto, él no se lo permitió, agarrándola también de una de las muñecas—. Si cruzas el acantilado, nosotros ya no podremos hacer nada; lo hará la gravedad. ¿Qué prefieres?
Algunos eran llamados valientes porque tuvieron miedo de escapar. Nagini tenía miedo, estaba aterrada de siquiera moverse y respirar con regularidad, inclusive cuando Esmour Dunham la soltó y se enderezó, tomando unos pasos hacia atrás para darle espacio. Nya logró ver el conflicto en los ojos ligeramente rasgados de la fémina, en una lucha constante por creer en las palabras del castaño o hacerle caso a la lógica de que ninguno de ellos impediría su escapada hacia los brazos de la muerte.
Pero su cuerpo tomó la decisión por ella, mucho antes de que su mente pudiera terminar de comprenderlo. La indonesia se levantó sobre torpes pies sin apartar sus ojos negros del rostro satisfactorio del hombre. No había terminado siquiera de girarse en dirección a lo que la pecosa supuso que sería la ubicación del acantilado, cuando Esmour le propinó un fuerte golpe a la parte trasera de la cabeza, dejando a Nagini inconsciente en la tierra.
Nya se tapó la boca con ambas manos e hizo presión, apenas logrando acallar el chillido que quiso brotar de sus labios. Retrocedió y apoyó su espalda contra el tronco del árbol, cerrando los ojos para dejar que silenciosas lágrimas amargas se deslizaran por sus mejillas y se acumularan en sus manos sudorosas. Siguió escuchando la desagradable conversación que se siguió llevando a cabo al otro lado. El estómago se le hizo un nudo al oírlos, dándose cuenta que lo recién sucedido era perfectamente normal para ellos.
—Llévensela —oyó que ordenó Esmour—, mi tía ya sabe qué hacer con ella, tiene el lugar perfecto para encerrar serpientes.
¿Nagini un fenómeno? ¿Acaso no era la única con esa maldición?
Muchas otras preguntas comenzaron a aparecer en su cabeza, una tras otra. Quería pensar con claridad, necesitaba pensar con claridad. Por la indonesia ya no podía hacer nada, pero por sí misma... En definitiva no quería morir; no le cabían dudas de que eso sería lo que harían con la pelinegra, dondequiera que la fuesen a llevar, todo llegaba a un final. Nya VanderWaal todavía no quería conocer el suyo.
Apretó los labios y bajó sus brazos para después empuñar sus manos con impotencia a ambos lados de su cuerpo. Así que hizo lo de siempre, aquello que creyó que no tendría que volver a hacer una vez posó un pie en esa isla: huir.
—¿Qué fue eso? —preguntó uno de los hombres que acompañaba al sobrino de Beatrix.
Había escuchado los rápidos pasos sobre la hierba y se giró hacia la fuente del sonido. Caminó hacia ella y la antorcha que llevaba en su mano derecha iluminó su camino, justo para alcanzar a ver la tierra removida y las hojas de los arbustos torcidas y dobladas de una manera que no resultó natural.
—¿Qué creen que están esperando? ¡Encuentren lo que sea que produjo ese ruido! —vociferó Esmour con tal fuerza que las venas en su cuello brotaron y su rostro enrojeció.
La escocesa corrió sin mirar atrás, sin tropezarse más luego de haber rasgado la tela del encantador vestido, que había usado para una persona terrible esa noche. Obligó a que sus piernas no le fallaran bajo ninguna circunstancia, mucho menos cuando los gritos se alzaron al igual que ladridos de perros que hasta entonces no había notado. No podía volver al pueblo, mucho menos a la posada, por lo que era más que obvio que no volvería a ver a Isabel Beauson.
Sintió las gotas de sudor bajar por su rostro y espalda, incluso cuando sabía que la temperatura ya había bajado considerablemente. Empujó ramas, plantas, pateó piedras y sus zapatos se llenaron de tierra, mas no se detuvo ni un segundo. En el momento en el que el camino escogido se bifurcó, notó que uno de ellos ascendía. Por un instante consideró ir por ahí, empero al notar que la arboleda se reducía considerablemente, y que sin duda alguna la podrían ver de lejos, siguió el camino por terreno bajo.
Siguió corriendo hacia un destino incierto, pues Nya ya no creía que pudiese haber alguno peor de los que ya conocía, pero su miedo a lo que podría suceder con ella si se quedaba, su miedo a la inacción, la despertó una vez más.
Cuando dejó la naturaleza atrás, dejó los árboles, la humedad y la oscuridad que no había sido mayor obstáculo para ella gracias a que sus ojos se habían tornado dorados, el paisaje se abrió de un momento a otro. El suelo se sintió frío y blando y la arena se comenzó a colar al interior de sus zapatos. Había llegado a una solitaria playa, en algún punto de Tasmennul.
Desaceleró pero no dejó de avanzar hacia las aguas saladas. Llegó un punto en el que decidió quitarse el calzado y aquello resultó siendo un alivio para sus adoloridos pies. En cuanto el agua besó sus pies, Nya no aguantó más y se dejó caer sobre la arena húmeda, tratando de regular su respiración, aunque no lo logró. Sus latidos aumentaron y su temperatura corporal subió lo suficiente como para que cualquier otra persona pudiese creer que tendría fiebre.
Miró su entorno desde ahí y notó la tranquilidad y soledad del lugar. El aire que soplaba era helado y un bálsamo para su piel ardiente, el agua que llegaba en amables olas era fresca y traía un agradable olor salado. Sin embargo, todo eso solo la molestó más. Había estado atrapada en una ilusión y ahora estaba tan cerca de un mar de caos del que no sabía si podría salir ilesa.
La frustración, desesperación e impotencia se arraigaron con fuerza en ella y dejó salir todo aquello. Comenzó a llorar, lanzando puños a la arena y patadas al aire, casi revolcándose a orillas del mar. En el segundo en el que creyó haber dejado salir ya esa frustración, se hizo un ovillo, abrazando sus rodillas a su pecho y sollozando. La arena se había pegado a su cuerpo, pero ese fue el menor de sus problemas, sobre todo cuando cada granito diminuto del elemento era tan nítido bajo su mirada aguada.
Sabía que sus orbes estaban brillando y eran dorados. Cerró los ojos con fuerza, deseando poder arrancarlos de su cabeza y no tener nada que la diferenciara de los demás. Era un fenómeno; una abominación.
Al escuchar cómo el vestido se empezó a rasgar, supo que había llegado al límite.
Cuando volvió a abrir los ojos, ya no estaba acurrucada en la arena, tampoco estuvo completamente sola cuando su maldición se manifestó.
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La mujer gruñó cuando escuchó los insistentes golpes contra la madera de la puerta de su temporal habitación, por lo que se tapó la cabeza con la almohada, esperando que de alguna manera el molesto ruido cesara. Quizás su falta de respuesta sería suficiente para hacerles entender que quería seguir durmiendo. No obstante, cuando la persona de afuera del cuarto no se detuvo, con mal humor se levantó, se puso su bata sin molestarse en amarrarla y caminó hacia la puerta para abrirla.
Al otro lado se encontraba Esmour Dunham.
La francesa frunció el ceño confundida, no siendo capaz de encontrar razón por la que el hombre pudiera estar buscándola a ella a tan altas horas de la noche. Se suponía que él debería estar con Nya en esos momentos, no tocando a su puerta a mitad de la noche, mucho menos luciendo una expresión que asentó un terrible presentimiento en su pecho. Se asomó para poder ver más el pasillo y notó, con mayor pesadez, que Nya no se encontraba con él.
—¿Dónde está Nya, Dunham? —cuestionó con seriedad, alzando con arrogancia y acusación su mentón, aunque su corazón había empezado a latir desbocado en su pecho, lleno de preocupación.
—Es eso, señorita Beauson —respondió Esmour inclinando la cabeza hacia adelante—, no sé dónde se encuentra. Creí que habría vuelto aquí.
Un incómodo escalofrío recorrió la delicada espalda de Isabel cuando escuchó una respuesta tremendamente mediocre, pero luego se detuvo a pensar la razón por la que el hombre creería que la escocesa ya habría regresado. Todo eso la llevó a pensar y sospechar del sobrino de Beatrix. Conocía a su amiga lo suficiente como para saber de sobre que jamás se habría alejado de él sin una razón. Puede que él ya no le agradara tanto como en un principio, además, la situación la estaba llevando a pensar que el señor Dunham había ofendido de alguna manera de Nya, algo que no podía dejar que pasara desapercibido.
Isabel entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.
—¿Qué es lo que le ha hecho como paga que usted creyega que ella habría regresado aquí?
Aquella pregunta pareció dar en el clavo, porque una expresión sombría se instaló en las facciones del hombre, lo que hizo un nudo en su garganta. Sin embargo, apenas ella la pudo distinguir, él pronto la borró, volviendo a verde inquieto.
—Había demasiada gente y eso la agobió —empezó a explicar. Había un tinte urgente en su tono de voz, tan real que a la francesa no le quedó de otra más que escucharle con atención—. Estábamos haciendo fila para comprar unas bebidas cuando salió corriendo, alejándose del gentío.
En cuanto terminó de hablar, de uno de sus bolsillos sacó un pedazo de tela rasgada que Isabel reconoció de inmediato. Era la misma tela del vestido que le había prestado a Nya.
—La seguí lo más rápido que pude y la vi introducirse entre la vegetación. La perdí de vista, pero igual seguí hasta que me topé con esto. —Se la ofreció a Isabel—. Estoy seguro que es de ella. No fui capaz de seguir porque no podía ver nada entre los árboles, ni una señal que me pudiera apunta hacia dónde podría haberse ido. —Soltó un suspiró desganado y se pasó una mano por el rostro—. En verdad creí que estaría aquí.
La mujer de ojos pardos escuchó todas y cada una de las palabras provenientes del hombre que le ofrecía un sucio y rasgado pedazo de tela. Lo tomó entre sus delgadas y delicadas manos para luego arrugarlo en un puño.
—¿Ya alertaron a las autoridades? —preguntó en un murmullo.
—No podemos hacerlo todavía, deben pasar 48 horas o más.
—Mais tu l'as vue!* —exclamó con cierta desesperación—. Elle pourrait être perdue ou blessée!*
—Mi tía mandará hombres para comenzar su búsqueda, gente que es buena rastreando —informó rápidamente, tranquilizar de alguna forma a la francesa.
—Espego que sean buenos en vegdad —comentó con cierta advertencia en su tono de voz—. Si encuentgan algo, cualquier indicio o noticias sobre ella, quiego seg de las primegas pegsonas que se entega.
Apenas vio que Esmour asentía, se dispuso a cerrar la puerta, pero la mano del hombre la detuvo a media acción. Se relamió los labios con fastidia y la volvió a abrir para ver al castaño.
—¿Qué sucede?
—¿Ella siempre ha sido así de extraña? —Se atrevió a preguntar él, una mirada rara dominaba el resto de sus expresiones—. ¿Hay alguna actitud o característica extraña en ella?
Isabel abrió y cerró la boca sin saber muy bien qué contestar ante semejante pregunta, ante tal atrevimiento. Antes de que su mente pudiera registrar lo que su cuerpo estaba haciendo, su mano izquierda impactó con fuerza contra la mejilla de Dunham.
—Si usted la conociega en vegdad o notaga las pequeñas cosas que ella hace, se dagía cuenta de lo duga que ha sido su vida, bête* —contestó con rapidez, observando la mejilla masculina irritada por su culpa—. Es una mujeg, humana. Tiene dergecho de teneg la actitud que se le de la gana y no seg criticada.
Dicho eso, cerró con más fuerza de la necesaria la puerta en la cara del hombre.
Solo ahí se permitió sobar la palma de su mano izquierda, mientras sentía el ardor gracias al golpe que le proporcionó a Esmour Dunham.
Si bien, las últimas palabras que había pronunciado eran verdad para ella, también eran unas palabras que había deseado decir hace mucho tiempo. A sabiendas de que si su madre o su padre la hubieran escuchado, Esmour no habría sido el único al que se le hubiera volteado el rostro gracias a una cachetada.
Suspiró sentándose en la cama, agarrando con fuerza la tela entre sus manos y sintiendo el corazón pesado. Cuando llevó su mirada hacia la ventana, notó que estaba comenzando a amanecer. Los suaves tonos rosados y azules de la mañana fueron gentiles ante sus ojos ligeramente aguados, pero no fue suficiente para apaciguar su creciente desasosiego.
Mais tu l'as vue!: ¡Pero tú la viste!
Elle pourrait être perdue ou blessée!: ¡Ella podría estar perdida o herida!
Bête: Idiota o bestia.
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Bueno... así es como todo termina yéndose a ya saben donde jejeje
Nuestra francesa fav recién despierta, enfadada y enredándose más con las palabras >>>> Esmour
a-andromeda
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