🌑Capitulo Unico🌑

Bajo un cielo estrellado, entre los escombros humeantes de una ciudad devastada, una pequeña figura se destacaba en la oscuridad. La respuesta era obvia: una explosión catastrófica había sacudido la ciudad, dejando un rastro de destrucción y muerte. La ambición de las personas por conseguir el poder divino de Arahabaki, un dios legendario cuyo poder era codiciado por muchos, pero temido por todos, había llevado a este desastre.

Entre el desastre, la pequeña figura veía el cielo nocturno con ojos azules claros como el día, con leves tonos blancos como las nubes. Su mirada inocente y curiosa hacia el universo era un contraste brutal con la devastación que lo rodeaba, como si la belleza del universo pudiera borrar temporalmente la fealdad de la destrucción.

Aquel pequeño mantenía la mirada en la luna, tan brillante y hermosa, que le era hipnotizante. Tanto que, al querer levantarse, cayó de espaldas, riéndose de su propia torpeza. Pero en ningún momento dejó de mirar el cielo, al menos hasta que escuchó un ruido acercarse.

Al observar sin dejar de estar acostado, notó un chico de cabello peli-naranja y cabello corto, con ojos castaños y una sonrisa amable, quien se arrodillaba cerca de él con cuidado. El chico comenzó a hablar, y el pequeño se sintió atraído por su voz cálida y suave

— Bien... creo que es el momento adecuado... — dijo el extraño, mirando al infante con una expresión pensativa y serena. Su voz era baja y pausada, como si estuviera eligiendo cada palabra con cuidado. — Sí... lo sé... eres un problema. Para el colmo... estás desnudo... —. Se colocó junto a él, dándole una mirada de fastidio, pero su expresión se suavizó rápidamente. — Causaste un gran desastre aquí... y tú ni consciente eres de eso. Bueno... es mejor que no lo sepas... así seguirás siendo inocente... —.

— ¡Ah! — respondió el infante.

— Sí... sí... bueno... Empecemos con lo fácil... — dijo el extraño, hablando aún más despacio y con más calma. — Te llevaré a ese lugar... —. Tomó la mano del infante con delicadeza y lo alzó en brazos con suavidad. — Hora de irnos...

— ¡Boba!... — dijo el pequeño, aferrándose al joven con fuerza.

El pequeño se aferró al joven, mirando aquel camino que tomaban desde atrás. El joven mantenía una mirada seria hasta que llegaron casi a la salida del desolado lugar.

— Sabes, te contaré un secreto — dijo el joven, sonriendo ligeramente. — Al lugar al que te voy a llevar es muy divertido. La gente buena te cuidará y será tu familia. Bien, al principio puede que no te agrade, pero todo estará bien. Después de todo, ellos te apoyarán. La Port Mafia... fue lo mejor que nos pudo haber pasado —. Miró al pequeño, quien se estaba durmiendo. — Oye, no te duermas.

— S-shi... — respondió el pequeño, con voz débil.

— Vamos, aún no duermas — dijo el joven, sonriendo. — Tengo muchas cosas que contarte sobre... —.

El chico no pudo terminar de hablar. Su mirada se ensombreció de inmediato al escuchar un ruido entre los escombros. Se dirigió hacia el sonido, su corazón latiendo con ansiedad.

— Vaya, no esperaba que siguieras con vida — dijo el chico, con una mezcla de sorpresa y cautela en su voz. — Sí que eres persistente

— ¿Q-quién eres? — preguntó el otro personaje, con una voz llena de dolor y debilidad.

— No creo que necesites saber eso — respondió el chico, mientras una aura roja lo rodeaba. — Sabes, he pensado en algo. Debería estar agradecido contigo, pero no puedo. Realmente no puedo —.

Pisó la mano del otro personaje con fuerza, haciendo que los huesos se rompieran con un sonido escalofriante. Los gritos de dolor del otro personaje llenaron el aire.

— Pero aun así lo haré — dijo el chico, sonriendo de manera arrogante. — Para que sepas, no hay rencor. Además, ya que después de esto no creo que sobrevivas. De eso me encargaré —.

Levantó su pierna y, con fuerza, volvió a pisar el cuerpo del otro personaje.

— Que descanses, Randou, o cualquiera que sea tú — dijo, antes de desaparecer en la oscuridad.

Se escuchaban huesos quebrándose, el joven después de un momento retomó su andar hasta salir del lugar. Caminaba tranquilamente por aquellas calles, sin importarle que su ropa estuviera llena de sangre. El pequeño ya se había dormido, a pesar de que los gritos de dolor se escucharon unos segundos antes.

Al llegar a cierta parte, un edificio de gran tamaño se alzaba ante él. Entró en el edificio como si nada, sin que nadie lo viera. Estaban todos muy ocupados, al parecer. Se dirigió a una oficina exacta, se aseguró de que no hubiera nadie y entró.

Dejó al pequeño sobre el sofá, le colocó una pequeña manta que había ahí y le limpió la cara. Sonrió, sin más, se levantó y se dirigió a la ventana. Antes de sacar una novela, dejó una pequeña nota al lado del pequeño. Miró por última vez a su alrededor, asegurándose de que todo estuviera en orden.

— Bienvenido a tu hogar, Nakahara Chuya — dijo, mientras miraba la novela que había abierto. — He cumplido mi parte, regresáme.

En ese momento, su cuerpo comenzó a brillar y desapareció.

La puerta se abrió y una mujer con kimono entró en la habitación. Al ver al pequeño, se sorprendió y se acercó a él. Vio una nota al lado del pequeño y la leyó. Luego, miró al pequeño y sonrió.

— Qué niño tan lindo. ¿Cómo llegaste aquí? — le preguntó, mientras le removía un poco el cabello. El pequeño despertó y miró a la mujer con ojos azules. La mujer sonrió aún más.

— Bueno, no importa. Verdad, pequeño Chuya?

Mientras tanto, en otra parte y lapso de tiempo, el joven ahora un adulto, aparecía en una habitación resguardada por policías de Yokohama. Al mirar a su lado, notó a un castaño, quien sonreía.

— Vaya, Chuya. Quién diría que harías todo eso y, para rematar, te harías más joven solo para ir y rescatarte a ti mismo — dijo el castaño.

— Cállate, bastardo — respondió Chuya, con una mirada enfadada

— No puedo creer que le hayas cobrado un favor a Ango de esa manera — dijo el castaño, con una sonrisa burlona.

— Me lo debía por haberte salvado la vida aquella vez del dragón — respondió Chuya, con una mirada confiada.

— Sí que eres temible, por lo que recuerdo tú le debías el favor por eso fuiste — dijo el castaño, siguiendo a Chuya mientras caminaba fuera.

— Me debía su vida — dijo Chuya, sin mirar atrás.

— Das miedo, chibi — dijo el castaño, con una risa.

— Cállate, bastardo — respondió Chuya, sin inmutarse.

— ¿Te das cuenta de que eso no te afectará en nada a ti? No importa que lo hayas cambiado — dijo el castaño, con curiosidad.

— No me importa — respondió Chuya, con una mirada firme. — Mientras otro yo no tenga que vivir así, estoy bien.

— Pensé que querías a Randou, ¿por qué usas su sombrero? — preguntó Dazai, con curiosidad.

— Lo uso por respeto, pero también lo odio por lo que me hizo, aunque no sea totalmente su culpa... — respondió Chuya, con una mirada seria.

— ¿Respeto? — repitió Dazai, sorprendido.

— Sí — dijo Chuya. — Si el no hubiera hecho eso, definitivamente yo no estaría en la mafia. A causa de él estoy aquí, aunque le jure lealtad a Mori-san...

— Estás diciendo ¿que el otro Chuya no utiliza sombrero? Qué mundo tan perfecto — dijo Dazai, riendo.

— No célebres, quieras o no él va a tener este sombrero — dijo Chuya, con determinación.

— ¿De qué hablas? — preguntó Dazai, confundido.

— Me refiero que Randou siempre dio inicio a esto, por lo tanto, mi otro yo buscará respuestas, pero no se unirá a las ovejas. ¡Espera porque estoy contándote esto! — dijo Chuya, con pasión.

Dazai solo rio y ambos siguieron caminando, el de menor estatura siendo molestado por el castaño. Eso no cambiaría, en este u otro universo alterno. Después de todo, hay cosas importantes que siempre vuelven a la persona.

Bueno esta historia la hice basada en unas imágenes que vi, los diálogos no sé que dicen me lo he inventado yo, no pude resistirme y pues este es el resultado, derechos de la imagen a su respectivo autor/ra

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