Preludio
—Darkia...
La voz entrecortada de Centella hace que le escuezan los ojos. Siente que va a llorar en cualquier momento, que se romperá ahí mismo delante de todo el mundo. La mano de él se aferra a la manga de su traje, resbalando por todo su antebrazo al no tener fuerza suficiente para mantener la presión.
—Darkia, ¿qué...?
La muchacha lo deja con cuidado en el sueño arenoso y él le coge torpemente la mano. Ella no la aparta al momento, deja que el contacto dure unos segundos, apreciando el tacto. Uno que había deseado desde hacía mucho. El destino se reía de ella por tenerlo en aquel momento, cuando medio mundo la tomaba por la terrible villana que había atacado a sangre fría a su querido y legendario héroe.
Centella pierde el conocimiento. Tiene claro que la herida que le ha provocado es grave y ni aún con la rápida intervención de sus compañeros con poderes sanadores ni las manos expertas de los médicos podrán hacer algo por él. Si no ha sido el golpe, su propio poder habrá acabado con el trabajo.
Sabe que le ha matado.
El fuego mata. El fuego destruye.
¿No es lo que siempre le han dicho? Su poder es peligroso, es un arma destructiva que no tiene un lado bueno.
Poco a poco el ruido vuelve a sus oídos. Escucha los abucheos, los lloros desconsolados, los gritos... las miles de personas que se encuentran en el estadio han enloquecido al ver que Centella Brillante ha sido derrotado por su propia compañera de equipo. Su pupila.
Las puertas de los laterales se abren y aparecen los médicos con una camilla. Detrás de ellos, sus compañeros y el director de la escuela junto con el resto de autoridades. Darkia sonríe, sabedora de que las cámaras están grabando todos y cada uno de sus movimientos, y sus labios dibujan una aterradora mueca.
Las cámaras voladoras la filman, la acosa. La muchacha templa sus nervios. Después de lo que ha hecho, de todo lo que ha sucedido desde que ha empezado el maldito torneo... Tiene que aguantar. Ve como se llevan a Centella, con el agujero sangrando en su abdomen de la que siguen saliendo hilos de humo. La herida que hace pocos minutos le ha ocasionado ella misma, al ver que su mentor, su ejemplo a seguir, estaba perdiendo el control de su cuerpo.
Un poco más allá, la pareja con la que estaban combatiendo, son también atendidos por los médicos. La miran extrañados, sabedores de lo que estaba ocurriendo mientras estaban compitiendo. Darkia no se atreve a mirarlos, sabe que si lo hace todo se irá al garete y de poco habrá servido haber acabado con Centella.
—Será mejor que vengas con nosotros, Darkia. No creas que no vas a pagar por lo que acabas de hacer.
La voz del director hace que se gire, como una autómata, hacia él. Choca con las miradas de odio de todos los que hasta hacía unas horas eran sus amigos. El nudo que siente en su estómago se hace más grande, impidiéndole casi el respirar.
—No me arrepiento de lo que he hecho, director. Lo haría una y mil veces.
Y aquella era la única verdad en su mentira. Ella quedaría como una villana, una de las peores, pero el mundo seguiría creyendo que Centella Brillante era el mejor héroe que había pisado la Tierra. Pues incluso los mejores podían acabar cayendo en un oscuro agujero y perder el control sobre sus emociones.
Pero el mundo nunca podría comprender que los héroes, aquellos en los que habían confiado sus vidas para salvarlos de las desgracias, eran humanos. Seres de carne y hueso que necesitaban tener también vidas normales y no vivir para el resto.
Centella se había roto y ella siguió en un silencio desesperado el cambio en él.
Sin dejar de sonreír, dejó que le colocarán las esposas anuladoras de poderes. Sintió que el fuego, aquel que había llevado con miedo durante toda su vida, se apagaba como si nunca hubiera estado en su cuerpo. Se sintió fría y extraña, y para su sorpresa echó de menos el odioso elemento. Elevó el rostro al techo, dejando la luz de los focos le quemaran la piel. Ahora poco le importaba su futuro, pues se sentía la mayor heroína del mundo al haber salvado la memoria de la persona que más amaba.
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