ii. the unholy regalia


capítulo dos
LAS RELIQUIAS IMPÍAS

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Sus pies se estrellaron contra los suelos de baldosas negras, resonando en toda la gran sala mientras la bocanada de humo rojo desaparecía. Para Dahlia era difícil no ver la tenue sangre carmesí que manchaba los suelos y las paredes, pero a Calibán parecía no importarle. Tal vez era porque estaba acostumbrado a ella después de haberla visto tan a menudo. O tal vez simplemente no le importa los espantosos acontecimientos en los que se derramaba la sangre, pensó Dahlia.

—Bienvenida al infierno —anunció Calibán, que casi parecía reconfortado por estar en los fríos y poco iluminados pasillos de la muerte y los monstruos.

—No parece realmente acogedor —susurró Dahlia, observando el empapelado negro y rojo rasgado que portaba los recuerdos de la muerte y el caos.

Dahlia se mantuvo cerca del alto príncipe mientras éste la guiaba por el amplio pasillo del lugar que él llamaba hogar. La asustaba pensar que allí vivían y se sentían cómodos ciertos seres. Todavía no había visto mucho, pero el miedo en su pecho se había instalado mucho antes de que llegaran al Infierno.

Un aire fresco y suave recorría el castillo como almas errantes, provocando escalofríos en Dahlia. Estar en el Infierno y trabajar con Calibán estaban lejos de ser cosas que ella quería hacer. Todos sus amos eran iguales. Calibán no era más que otra sanguijuela chupasangre que la había convocado desde su lámpara por su propio egoísmo. Pero esta vez la diferencia era que el trato que le ofrecía era difícil de rechazar. Su libertad, con la que había soñado durante lo que parecía una eternidad, iba a serle concedida por fin. Sus interminables días de lágrimas, de dolor, su interminable soledad y los traicioneros recuerdos de su pasado, todo ello llegaría finalmente a su fin... todo al precio de ayudar a Calibán y soportar la incomodidad de estar en el infierno o en su presencia.

—Bien, Dahlia —habló Calibán mientras se detenía frente a una puerta—. Voy a acompañarte a tu cámara, y más tarde nos pondremos a trabajar.

—¿A trabajar? —preguntó ella, esperando una respuesta más elaborada que la constante vaguedad que él le había dado desde el momento en que se habían conocido.

—Sí. Voy a asistir a una reunión- una muy importante, por cierto... a la que voy a llegar tarde porque tengo que explicarte esto —refunfuñó y miró a Dahlia para ver su reacción a su última declaración. Estaba claro que su último comentario había sido una forma deliberada de sacar de quicio a la impaciente chica, cosa que consiguió cuando ella puso los ojos en blanco—. Tengo una oponente; ella también está tratando de ganar el trono, y aunque no está cualificada, lo más probable es que aún tenga que competir contra ella.

—Y ahí es donde entro yo —Dahlia asintió, frunciendo los labios y mirando sus manos—. Lo pillo.

—Esta es tu cámara —declaró Calibán, abriendo de un empujón la vieja puerta de madera. La atención de Dahlia fue instantáneamente capturada por la habitación que le presentaba Calibán, sus labios se separaron con asombro—. Espera aquí. No te vayas, ¿entendido?

—Sí —murmuró, entrando vacilante en la habitación. Estaba muy oscura, iluminada sólo ambientalmente por los candelabros de las esquinas de las paredes. Los arañazos de las paredes hicieron que Dahlia levantara un poco los brazos y los cruzara por el cuerpo en forma de abrazo mientras contemplaba el espantoso espacio. Los muebles eran viejos, todos de madera oscura que se desconchaba en algunas zonas. Sólo una cosa de la habitación era remotamente bonita: el espejo que había encima de la cómoda. Su marco era de madera y viejo, pero algo en su diseño le recordaba a Dahlia las antiguas tallas árabes de los muebles de su casa hace milenios... antes de que todo su mundo se pusiera patas arriba y fuera arrojada a su lámpara.

La puerta se cerró de golpe tras ella, sacándola de sus pensamientos. Su corazón se detuvo ante el repentino golpe y, cuando se volvió, se dio cuenta de que Calibán había desaparecido. Soltó un fuerte suspiro y se dejó caer sobre el edredón rojo ceniza de la cama.

—Sola otra vez —murmuró para sí misma. Después de todos los años que estuvo aislada en su lámpara, la soledad era algo a lo que nunca se había acostumbrado. Los pocos minutos que tuvo antes con Calibán le parecieron un sueño ahora que estaba atrapada en una habitación sola. Sin embargo, su aburrida y fría cámara en el infierno le recordaba que todo lo que había sucedido en la última hora era real. Aunque todavía no estaba segura de si quería que todo fuera real.

Dahlia se levantó de la cama y se dirigió a la puerta. Cuando su mano tocó el pomo de la puerta, se detuvo y estuvo a punto de apartarse cuando le vinieron a la mente los recuerdos de la última vez que no hizo lo que le habían dicho. Había provocado un caos que, a día de hoy, no podía perdonarse. Por lo que se odiaba a sí misma, cada segundo que estaba viva. El caos que aún perseguía sus sueños cada noche.

Pero esto era diferente, pensó. A ella no le importaba Calibán, y estaba claro que él la necesitaba tanto como ella a él. Devolver a Dahlia a su lámpara por desobedecer una simple regla era ciertamente algo que Calibán no haría.

Dahlia abrió la puerta de un tirón y fue recibida por una ráfaga de viento frío que le rozó la piel. Se le puso la piel de gallina en los brazos y el cuello, pero salió al vacío vestíbulo, más reconfortada por el gran espacio exterior que por la claustrofobia de su solitaria cámara. Por supuesto, el resto del palacio no era ni mucho menos reconfortante, pero Dahlia apreciaba que hubiera mucho que explorar.

Todas las puertas eran iguales; viejas, de madera y chirriantes al abrirse, y cada giro a la izquierda o a la derecha la llevaba a otro pasillo o habitación que parecían réplicas del anterior. Todas las paredes tenían el mismo empapelado y los suelos seguían el mismo patrón negro y rojo, pero sólo cuando Dahlia dio su cuarto millón de vueltas, se detuvo en seco. Sorprendida era una palabra para describir lo que sintió ante el repentino cambio de patrón; en lugar de las mismas puertas de madera que había visto tantas veces y que estaban grabadas en su mente, tuvo que detenerse y mirar hacia arriba para tomar el aspecto completo de la puerta, tan alta que casi llegaba a la cima del alto techo.

Dahlia se dirigió hacia ella, apretando el oído contra la misma para escuchar mejor el amortiguado silencio que oía desde el otro lado. La voz de Calibán le llamó la atención al instante. Excesivamente segura y arrogante, su voz era difícil de ignorar.

—Yo, Calibán, príncipe del Infierno, le disputo el treno al Morningstar —su voz era silenciosa a través de la gruesa madera, pero lo suficientemente audible para que Dahlia la entendiera. Tras la declaración de Calibán, sonaron vítores estruendosos en la sala, lo que hizo que Dahlia frunciera las cejas sospechando de quién procedían los sonidos agresivos—. Mirad el pergamino. He reunido 666 firmas de la flor innata del infierno que respaldan mi desafío. Según la ley infernal de esta corte, debe ser aceptado... O puedes renunciar al trono.

—Oh, ¡ya te gustaría! —sonó una voz femenina enfadada, y Dahlia ya le tomó gusto al hecho de que a otra mujer claramente no le gustaba el derecho de Calibán.

—Entonces te desafío a encontrar... las Reliquias Impías —dijo Calibán, seguido de otra ronda de vítores.

Dahlia apenas pudo escuchar lo que se dijo a continuación, sólo pudo identificar la voz de otra mujer cuando terminó con:

—... Reliquias que se perdieron hace mucho tiempo.

—Según la leyenda, quién encuentre y reúna las reliquias se sentará en el trono, ya sea un Morningstar o no. ¿Aceptas el reto, Sabrina? —preguntó Calibán condescendientemente.

—Lo acepto —la voz de Sabrina era firme y segura.

Los vítores y gruñidos de quienquiera que estuviera detrás de la puerta fueron mucho más fuertes que antes, lo que pilló a Dahlia desprevenida. Jadeó al perder el equilibrio, el peso de su cuerpo presionó completamente la puerta y la abrió de par en par al caer.

Al instante, los vítores cesaron y Dahlia fue recibida por un silencio absoluto. Levantó la vista y observó el espectáculo que tenía ante sus ojos. Todos parecían sorprendidos, pero Dahlia no estaba segura de que su sorpresa fuera comparable a la suya cuando sus ojos se posaron en las morbosas criaturas sentadas en la larga mesa. Sus rostros deformados y los diversos cuernos y protuberancias que sobresalían de sus cabezas, así como los inusuales colores púrpura y rojo de su piel, superaban todo lo que ella había presenciado antes. A lo largo de su vida, se había encontrado con brujas de diferentes tipos, hombres lobo, demonios con piel humana... pero nunca con demonios en su verdadera forma. Nunca nada como esto.

—¡Te dije que te quedaras en tu cámara! —siseó Calibán desde su lugar, pasándose una mano por la cara.

—¿Quién es esta? —preguntó Sabrina, con voz fría y reservada, sin apartar los ojos de Dahlia—. ¿Quién es ella, Calibán?

—Mi nombre es Dahlia... —declaró Dahlia, con los ojos mirando de un lado a otro entre todos y todo en la habitación antes de volver a Sabrina—. Soy un genio.

La chica rubia se volvió hacia Calibán, con el rostro torcido por la frustración, aunque, a los ojos de Dahlia, la ira en su rostro parecía ocultar lo que en realidad era una chica asustada y estresada.

—¿Conseguiste a un genio para que te ayude, Calibán? ¿En serio? ¿Qué? ¿Sabías que no podrías ganar contra mí, así que contrataste a alguien para que hiciera el trabajo por ti?

—Podría ganar a pesar de todo —dijo Calibán, con los hombros echados hacia atrás y la barbilla levantada, tan engreído como siempre.

—Sin embargo, aquí estás, haciendo trampa —resopló Sabrina, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

—Sólo estás enfadada porque estás nerviosa, Sabrina —Calibán sonrió, y la corte se rió como los cerdos sexistas que parecían ser, besando los pies de Calibán como si fueran perros sólo porque era un hombre.

—¿Por competir contra ti? En tus sueños.

—Entonces comenzamos con la corona del rey Herodes. Alabado sea el rey Herodes, que asesinaba a niños inocentes —intervino con entusiasmo una de las criaturas mientras se levantaba de su alto asiento. Dahlia no podía decidir si le asustaba más su voz seca y diabólica, o su descripción del rey Herodes —¡Buscad la corona, devolvedla a su legítimo lugar en el Pandemónium, y estaréis un paso más cerca del trono!

Una vez más estallaron fuertes vítores, y Dahlia dio un paso atrás, aterrorizada por sus feas y estruendosas voces. Miró a Calibán, que sonreía a los demás, pero su sonrisa desapareció cuando sus ojos se fijaron en los de Dahlia.

—Venga, vamos —declaró él, caminando hacia Dahlia y abriendo las pesadas puertas, permitiendo que la castaña saliera antes que él.

—¿Qué demonios fue eso, Calibán? —Dahlia esperó a que se cerraran las puertas antes de preguntar. Todavía le temblaban las manos por la completa conmoción que experimentó al entrar en aquella habitación.

¿Qué demonios fue eso? —preguntó retóricamente—. Querrás decir, ¿qué demonios hacías espiando? ¡Ahora Sabrina sabe que te tengo!

—Quizás sea mejor así—musitó Dahlia.

—¿Qué significa eso?

—Significa que, ¿por qué quieres ocupar su trono a toda costa?

—¡Porque no está cualificada! —espetó.

Dahlia se burló.

—¿Porque es una chica?

Calibán soltó una fría carcajada, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Eso está muy lejos de ser así. Sabrina Morningstar es perfectamente capaz de ser una poderosa soberana. Sólo que no es la soberana del Infierno. Ella no ha vivido aquí toda su vida como yo. ¡No se tomará la responsabilidad tan en serio como yo! —gritó, agitando los brazos en señal de frustración.

Sorprendida por el fuerte volumen de su voz y la clara agravación en su rostro, Dahlia no dijo nada y dio un paso atrás. No estaba acostumbrada a que él fuera expresivo; las únicas explicaciones que le había dado en las últimas horas eran tan vagas que no podía permitirse razonar con él. Ahora estaba claro por qué quería ganar el trono. Ella no lo apoyaba precisamente, y por los pocos segundos que había pasado con Sabrina, ya la prefería a ella mucho más que a Caliban, pero Dahlia sabía que una vez que lo ayudara con las Reliquias Ímpias, por fin se le concedería la libertad.

Sin decir una palabra, Dahlia se dio la vuelta y comenzó a alejarse.

—¿A dónde vas? —llamó Calibán

—Tenemos que ir a buscar la corona del rey Herodes, ¿no?


——

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